Mensaje 54
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Lectura bíblica: Mr. 1:1, 10-11; 9:1-9; Hch. 21:18-24
En el mensaje anterior dijimos que hay una diferencia importante entre la epístola de Jacobo y el evangelio de Marcos. Aquella presenta una experiencia que no coincide con la economía divina, mientras que éste habla de una vida que concuerda con la economía neotestamentaria de Dios. En efecto, la vida que describe este evangelio es la realidad, la sustancia y el modelo de dicha economía.
Quizás usted se pregunte cuál sea nuestra base para afirmar que en el Evangelio de Marcos vemos una vida que representa la sustancia de la economía neotestamentaria de Dios. Nuestra base es que la vida que llevó el Señor Jesús expresó a Dios. Según el Evangelio de Marcos, no hay ningún indicio de que el Señor Jesús simplemente observara la ley ni que viviera según los preceptos de la misma. Además, tampoco se indica que El tomó el bien como la norma de su vida. ¿Cómo vivió entonces el Señor Jesús? Vivió a Dios y le expresó. Todo lo que El hacía, lo hacía Dios en El y por medio de El. Esto significa que el Señor Jesús no se rigió simplemente por la ley ni por la ética humana, sino que fue una persona que vivió a Dios y le expresó en todo cuanto dijo e hizo.
Puedo asegurarles que nadie ha vivido jamás como vivió el Señor Jesús. Las biografías de otras personas tal vez indiquen que ellas eran buenas o que procuraron guardar la ley de Dios. Pero el Señor Jesús es el único que vivió a Dios y le expresó plenamente. Por supuesto, El nunca transgredió la ley ni hizo nada indebido. No obstante, lo crucial de Su vida no fue que guardó la ley ni que hizo el bien, sino que vivió a Dios y le expresó. No vivió en la esfera de la ley ni del bien, sino en un reino totalmente diferente: el reino de Dios.
¿Vive usted en el reino de Dios? Tal vez digamos que sí, pero en la vida práctica es posible que vivamos en otra esfera. En lugar de vivir en el reino de Dios, quizás vivamos en el reino de la ley, la ética o la moralidad. A través de los siglos, muchos creyentes han vivido en estos reinos, pero no en el reino de Dios.
Entre los cristianos se ha hablado mucho acerca de la santidad, especialmente desde la época de Juan Wesley. Según algunos, la santidad tiene que ver con la perfección impecable. Otros piensan que consiste en cumplir ciertos reglamentos relacionados con la manera de vestir. Estos preceptos no se hallan en el reino de Dios, sino que pertenecen a otro reino, tal vez al reino del bien.
Las personas que viven en el reino de Dios poseen a Dios como vida y le viven. Dios vive en ellas, por medio de ellas y se expresa desde el interior de ellas, y como resultado llevan una vida que expresa al propio Dios. Dios es la santidad, la moralidad y la ética auténticas. Así que, poseer a Dios como vida y vivirle equivale a llevar una vida en un plano más elevado que el de la moralidad o la ética.
La única vida que produce al Cuerpo de Cristo es la que experimenta a Dios y le expresa. Vivir de cualquier otro modo siempre daña al Cuerpo. Lo que ha fragmentado la iglesia a lo largo de su historia no han sido las cosas malas principalmente, sino las cosas buenas que no son el propio Dios. Si a los cristianos sólo les interesara Dios, poseerlo como vida y vivirle, no habría ninguna división entre ellos.
Si Dios fuera nuestro único interés no habría ninguna división, pues Dios es uno solo. En Efesios 4:4-6 Pablo habla de un Cuerpo, un Espíritu, un Señor y un Dios y Padre. Si vemos la unidad que ahí se menciona, sabremos guardar la unidad del Cuerpo de Cristo, la unidad que en efecto es el propio Dios Triuno. Si todos poseemos a Dios como nuestra santidad, justicia y el todo para nosotros, no habrá ninguna división entre nosotros. Pero si poseemos algo además de Dios, surgirán divisiones. Todo lo que poseamos además del propio Dios constituye un factor de división.
El deseo de Dios en Su recobro es hacer que volvamos a Su economía neotestamentaria, de la cual la vida del Señor Jesús es el modelo, según lo presenta el Evangelio de Marcos. Ni siquiera en los escritos de Pablo se ve un modelo tan completo, pues él mismo se distrajo de la economía neotestamentaria de Dios por lo menos una vez. Ni aun Pablo constituye un modelo completo de dicha economía.
En el capítulo veintiuno de Hechos vemos que Pablo se distrajo de la economía neotestamentaria de Dios. Permitió que algunos que estaban en Jerusalén lo persuadieran a que volviera a la ley y cumpliera algunos de sus requisitos. Esto ocurrió después de que escribiera las epístolas a los Romanos y a los Gálatas, en las cuales habló firmemente en contra de seguir guardando la ley a la manera del Antiguo Testamento.
Después de escribir esas epístolas, Pablo fue a Jerusalén por última vez. Hechos 21:18 dice que fue “a ver a Jacobo, y se hallaban reunidos todos los ancianos”. Según el versículo 20, ellos dijeron a Pablo, ves “cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley”. A ellos se les había informado que Pablo enseñaba “a todos los judíos que están entre los gentiles a apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni anden según las costumbres” (v. 21). Entonces Jacobo y los demás le aconsejaron lo siguiente: “Haz, pues, esto que te decimos: Tenemos aquí cuatro hombres que tienen obligación de cumplir voto. Tómalos contigo, purifícate con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza; y todos comprenderán que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti, sino que tú también andas ordenadamente, guardando la ley” (vs. 23-24).
Hechos 21:18 no dice que Pablo fue a ver a los ancianos y que Jacobo estaba presente. Más bien, dice que fue a ver a Jacobo y que los ancianos estaban presentes, lo cual indica que Jacobo era el personaje prominente de la iglesia de Jerusalén y que ejercía una fuerte influencia ahí.
¿Cómo llegaría Jacobo a tener una influencia tan dominante y a ser una figura tan céntrica entre los creyentes? Probablemente se debió a que era piadoso y devoto, y a que hacía énfasis en la perfección cristiana práctica. Nada atrae más a las personas que nuestra perfección. Ni siquiera alguien tan espiritual como Pablo era tan atrayente como Jacobo en este respecto. Si Jacobo estuviera con nosotros hoy, sin duda seríamos atraídos por su perfección cristiana.
Como un ejemplo de la manera en que la gente es atraída por lo que consideran perfecto, permítanme contarles algo que sucedió en 1932. El hermano Nee usaba su pelo un poco más largo de lo que se acostumbraba entre los chinos de aquel entonces. Un día me dijo: “Hermano Lee, si me cortara el pelo más corto, más personas recibirían mi ministerio”. Debido a que los chinos de aquel entonces eran muy conservadores, no aceptaban nada que consideraran moderno. Para ellos, un caballero debía usar su pelo bastante corto. Si el hermano Nee hubiera cumplido con la norma de perfección de ellos, algunos habrían recibido su ministerio.
Los cristianos son fácilmente atraídos por personas que aparentemente practican la perfección cristiana. Por ejemplo, supongamos que cierto hermano es dócil, humilde y manso, y que siempre habla de manera suave y amable. ¿No sería usted atraído a él? ¿Acaso no le sería fácil ser influenciado por él? Empleo este ejemplo para hacer notar cómo la perfección atrae a la gente.
Si vemos cuánto las personas son atraídas por la perfección, podremos entender la naturaleza de la influencia que Jacobo tenía en Jerusalén. El era piadoso, justo y, en cierto sentido, santo. Ciertamente tenía cierta medida de perfección cristiana. No obstante, en él no vemos la vida de uno que vive en el reino de Dios.
En todo el Nuevo Testamento sólo hay uno que vivió en total conformidad con la economía neotestamentaria de Dios: el Señor Jesús.
Cuando yo era joven, se me enseñó a tomar a Jesús como mi ejemplo, y hasta cierto punto, le enseñaba a otros que hicieran lo mismo. Pero por muchos años me pregunté cómo podíamos tomar a Jesús como ejemplo y seguirle. ¿Sabe usted cómo tomar a Jesús como su ejemplo? ¿Sabe cómo seguirle? Al plantearle esta pregunta a ciertos maestros y pastores cristianos, me respondían que el Señor Jesús era dócil y que nunca se enojaba.
Un día, leyendo las Escrituras me di cuenta que por lo menos en una ocasión el Señor Jesús se enojó. Sucedió cuando “halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas” (Jn. 2:14-15). Esto me hizo dudar de lo que me habían enseñado. Empecé a desconfiar de lo que ahora comprendo eran conceptos y enseñanzas naturales en cuanto a tomar a Jesús como nuestro ejemplo.
En el Evangelio de Marcos vemos que el Señor Jesús no vivió simplemente conforme a la moralidad humana ni regido por la ley. El tomó a Dios el Padre como Su vida. Vivir de esta manera es superior a llevar una vida que expresa la ley o la moralidad humanas.
Lo que Dios desea es que lo expresemos desde nuestro interior. No desea que simplemente llevemos una vida moral ni que nos rijamos por la ley. Su deseo es que lo expresemos al tomarlo como nuestra vida y al vivirlo. Marcos no presenta el cuadro de una vida caracterizada por la ley o la moralidad, sino la que experimentó Aquel que vivió a Dios y le expresó.
En un mensaje próximo veremos que el Señor Jesús, quien vivió a Dios y le expresó, poseía a Dios el Padre como esencia divina interiormente, y a Dios el Espíritu como poder de modo exterior. Así que, El vivió por la esencia divina que estaba en El y por el poder divino que reposaba sobre El. En otras palabras, vivió a Dios. Esta es la vida que se revela en el Evangelio de Marcos.
El Señor Jesús vivió a Dios durante toda Su estancia en la tierra. No se rigió por los principios del Antiguo Testamento. Su vida fue totalmente nueva, pues Dios el Padre estaba en El y Dios el Espíritu sobre El. Su vida estuvo plenamente ligada a Dios y concordó con Su economía. ¡Aleluya por esta vida! Esta vida es la realidad, la substancia y el modelo de la economía neotestamentaria de Dios. Esta vida produce los miembros de Cristo, quienes constituyen Su Cuerpo, el cual expresa al Dios Triuno.