Mensaje 66
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Lectura bíblica: Mr. 1:14-18; 4:26; 9:1-8; 10:23-25; Ro. 14:17
En los dos mensajes anteriores tratamos cuatro temas importantes: el contexto histórico en que ministró el Señor; el Señor como Sembrador se siembra en el pueblo de Dios; la condición de los discípulos en calidad de tierra; y la sanidad de la tierra por medio de la muerte y la resurrección del Señor. Vimos que a través de dicha sanidad, los ciento veinte llegaron a ser la buena tierra, apta para que el Señor se sembrara en ella. No obstante, en Hechos 10 y 21, y en Gálatas 2 se ven indicios de que la cizaña, las cosas que reemplazan a Cristo, había empezado a crecer.
Concluimos el mensaje anterior hablando acerca del reino de Dios. Hicimos notar que según el Nuevo Testamento, el reino es una persona, el Señor Jesucristo, quien se siembra en nosotros. En Su ministerio, el Señor vino como semilla del reino para sembrarse en los escogidos de Dios a fin de que esta semilla se desarrolle y llegue a ser el reino de Dios.
En 9:1-8 vemos otro aspecto del reino. En 9:1 el Señor Jesús dijo a Sus discípulos: “De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que hayan visto el reino de Dios venido con poder”. Inmediatamente después de este versículo se narra la transfiguración del Señor. Los versículos 2 y 3 continúan: “Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y los llevó aparte solos a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos. Y Sus vestidos se volvieron relucientes, muy blancos, como ningún batanero en la tierra los podría emblanquecer”.
Al juntar estos versículos vemos que la transfiguración del Señor Jesús fue la venida del reino. Esto muestra que el reino no es una esfera material, sino una persona transfigurada. La transfiguración del Señor Jesús equivalía a la venida del reino. ¿Qué es entonces el reino de Dios? El reino de Dios es el propio Señor Jesús transfigurado.
Necesitamos estudiar a la luz de nuestra experiencia el concepto de que el reino es la transfiguración del Señor Jesús. Cuando creímos en el Señor y le recibimos, recibimos a un Jesús no transfigurado. Así como la semilla que se siembra en la tierra aún no ha sido transfigurada, el Cristo que recibimos en nuestra experiencia fue un Cristo no transfigurado. La transfiguración de una semilla requiere que ésta crezca, llegue a ser una planta madura y florezca. Así que, podemos decir que dicha transfiguración requiere del crecimiento y del florecimiento. De igual manera, el Señor Jesús que recibimos debe crecer en nosotros hasta florecer en nuestro interior.
Nosotros somos la tierra, y el Señor Jesús, la semilla del reino. Cuando lo recibimos, El no se había transfigurado en nuestra experiencia. ¿Ya recibió usted al Señor Jesús? ¿Reside El en usted? Todos podemos testificar firmemente que le hemos recibido y que está en nosotros. Pero ¿se ha transfigurado en usted? Si el Señor, quien mora en su interior, no se ha transfigurado, los demás no podrán ver el reino de Dios en usted. Puesto que aún no hemos experimentado la transfiguración del Señor, necesitamos que El crezca en nosotros hasta florecer. Su florecimiento será Su transfiguración en nosotros prácticamente, y la transfiguración es el reino de Dios.
La transfiguración del Señor Jesús en nuestro interior no sólo llega a ser nuestro disfrute, sino también el reinado de Dios. Cuando el Señor Jesús se transfigura en nosotros en nuestra vida diaria, dicha transfiguración llega a ser el reino de Dios que gobierna toda nuestra vida. Este reino nos rige y hace posible que disfrutemos a Dios en plenitud.
Por muchos años conocí la historia de la transfiguración del Señor sin darme cuenta de que ésta debía ser algo experiencial y práctico en nuestra vida cotidiana. El Señor Jesús está en nosotros, pero aún no se ha transfigurado en nuestro ser. Así que, es necesario que El crezca en nosotros hasta que, por medio de la transfiguración, florezca y se produzca así la expresión del reino de Dios en nuestra experiencia.
En 1:15 el Señor Jesús dijo: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado”. Más tarde, en la parábola de la semilla, El dijo: “Así es el reino de Dios, como si un hombre echara semilla en la tierra” (4:26). Luego en 9:1 el Señor dijo a Sus discípulos que algunos de los que estaban allí no gustarían la muerte hasta que hubieran visto el reino de Dios que venía con poder. Inmediatamente después de pronunciar estas palabras acerca del reino, el Señor Jesús se transfiguró delante de Pedro, Jacobo y Juan en la cima del monte. Su transfiguración fue la venida del reino de Dios con poder. Esto indica claramente que el reino de Dios es en efecto la transfiguración del Señor Jesús.
En el capítulo cuatro de Marcos se halla la semilla del reino. Ahora, en el nueve, esta semilla se transfiguró, y su transfiguración fue la venida del reino de Dios.
¿Sabe usted por qué en muchos cristianos auténticos no se ve el reino de Dios? Esto se debe a que carecen de la experiencia de la transfiguración de Cristo. El Cristo que vive en muchos cristianos sigue siendo una semilla; no se ha transfigurado. Esta también pudiera ser nuestra condición. Ciertamente el Señor Jesús vive en nosotros, pero tal vez no le permitamos transfigurarse en nosotros. Así que, es posible que tengamos la semilla del reino, mas no la aparición del mismo.
El día en que el Señor se transfiguró en el monte se dio la venida, la aparición del reino. Por ello vemos que para que el reino aparezca desde nuestro interior, es necesario experimentar la transfiguración del Señor en nuestro ser.
Marcos 9:1-3 muestra que el reino de Dios no es una esfera material. Ya recalcamos que el reino es la transfiguración de la persona del Señor Jesús. Hoy dicha transfiguración produce la vida de iglesia, la cual es el reino de Dios.
Esta perspectiva acerca de la iglesia en calidad de reino concuerda con lo que dijo Pablo en Romanos 14:17: “El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”. Como lo indica el contexto, el reino de Dios en este versículo se refiere a la vida de iglesia.
Todos debemos ver que el plan eterno de Dios, Su economía neotestamentaria, consiste en que el Dios Triuno se imparta en Sus escogidos. A fin de lograrlo, El se encarnó, llegando a ser un hombre llamado Jesús. Cuando El salió a predicar, comenzó a sembrarse en los escogidos de Dios. Sin embargo, éstos, como tierra en la que el Señor se sembraba, habían caído, sufrido daño y se habían corrompido. Por consiguiente, el Señor Jesús llevó esta tierra a la cruz y la crucificó ahí. Luego, trajo consigo a los escogidos, la tierra, y los introdujo en Su resurrección. Por medio de Su muerte y Su resurrección no sólo sanó la tierra, sino que también llegó a ser el reemplazo del pueblo de Dios. Al reemplazarles consigo mismo, hizo de ellos Su reproducción, es decir, Su réplica.
Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, vivió a Dios con miras al reino de Dios. No llevó una vida de cultura, de religión ni de ética. Ahora Sus seguidores deben llevar la misma vida, es decir, deben vivir a Dios para que se desarrolle el reino de Dios.
Es fundamental que veamos que como pueblo de Dios, aquellos que han sido reemplazados por Cristo y con El, debemos vivir a Dios exclusivamente. No debemos llevar una vida que se caracterice por ninguna otra cosa que no sea el Dios Triuno.
Debemos poner en práctica esta visión día tras día. Esto significa que en lugar de llevar una vida caracterizada por la cultura, la religión, la ética, la moralidad, la filosofía, el buen carácter, la espiritualidad, la ortodoxia, la santidad y la victoria, debemos experimentar una vida llena únicamente de Dios y cuyo objetivo sea el reino de Dios.
Por ejemplo, un hermano casado no debe intentar amar a su mujer por sí solo. Tampoco debe afanarse por ser un ejemplo de lo que debe ser un esposo adecuado. Pensar así es errar al blanco de la economía neotestamentaria de Dios y no tener la visión de dicha economía.
Según la visión de la economía de Dios presentada en el Nuevo Testamento, como escogidos de Dios, aquellos a quienes Cristo ha reemplazado, debemos llevar una vida llena únicamente de Dios. Esto quiere decir que si un hermano casado tiene la idea de esforzarse por ser un buen esposo, él debe abandonar dicha idea y sencillamente llevar una vida llena de Dios. Tal hermano debe darse cuenta de que ha sido escogido por Dios y reemplazado por Cristo. No necesita tratar de ser un buen esposo por sí mismo; más bien debe llenarse de Dios. A él no lo destinaron para que ame a su esposa; su destino es llevar una vida llena de Dios. Por consiguiente, su vida no debe caracterizarse por la cultura, la religión y la ética. En lugar de poner su vista en esas cosas, debe ponerla únicamente en Jesús, y a su tiempo vivirá en un plano superior al nivel cultural, religioso, ético y moral. El amor que sentirá por su esposa será superior al amor natural y humano con que la amaba antes.
No debemos ocuparnos ni siquiera de cosas positivas tales como la ética y el mejoramiento del carácter; tampoco debemos dejarnos frustrar por ellas. Más bien, debemos permitir que el Dios Triuno nos ocupe y nos llene completamente. La persona que llevó una vida en total conformidad con la economía neotestamentaria de Dios y con miras a ésta, Aquel que nos reemplazó consigo mismo, ahora es el Espíritu que se expresa por medio de nosotros. No debemos permitir que nada nos ocupe aparte de esta persona.
El caso del hombre rico en Marcos 10 muestra que no debemos permitir que ninguna otra cosa, además del Dios Triuno, ocupe nuestro ser. Después que el hombre rico se fue triste, el Señor dijo a Sus discípulos: “¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!” (10:23). Al leer esto tal vez dirán algunos: “Dios es injusto. ¿Por qué un hombre pobre sí puede entrar en el reino de Dios, y un hombre rico no?” Debemos ver por qué el hombre rico en Marcos 10 no pudo entrar en el reino de Dios. Se debió a que su ser estaba ocupado por otras cosas, mas no con Dios. En él no había espacio para que Cristo llegara a ser el reino al crecer en él. Debemos ver una vez más que el reino de Dios no es una esfera material, sino el propio Señor Jesús que crece y se desarrolla en nosotros.
Es posible que al leer acerca del hombre rico de Marcos 10 algunos se regocijen por ser pobres y no ricos como él. Sin embargo, puede ser que usted esté bastante rico de otras cosas, no necesariamente de riquezas materiales. Es posible que incluso los jóvenes sean ricos en los diez elementos que reemplazan a Cristo; ricos en cultura, religión, ética, moralidad, filosofía, carácter, espiritualidad, ortodoxia, santidad y victoria.
¿Sabe usted qué significa ser rico? Ser rico significa estar ocupado por algo que no es el Dios Triuno. En los años que llevo sirviendo al Señor he conocido centenares de cristianos ricos de otras cosas que no son el Dios Triuno. Ricos en cosas tales como el conocimiento bíblico y la teología tradicional, y ricos en el afán por ser espirituales. Debido a que eran ricos en ese sentido, no tenían espacio para que el Señor Jesús creciera en ellos.
En este mensaje no les hablo algo que yo mismo no me haya aplicado primero. Antes de dar este mensaje me pregunté: “Estás tú lleno de algo que no sea Cristo? Quizás estás ocupado por algún concepto particular acerca de la Biblia”. Me preocupa profundamente que alguna cosa buena que no sea el propio Cristo pueda estar ocupando mi ser.
Necesitamos desprendernos de todo lo que ocupe nuestro ser que no sea Cristo; descargarnos de todo para recibir al Señor Jesús. Según la Biblia, humillarse equivale a desprenderse. Debemos desprendernos de todo para hacer espacio a fin de que el Señor Jesús crezca en nosotros.
Desprendernos de todo y darle al Señor todo nuestro ser equivale a entrar en el reino de Dios. No debemos pensar que el reino es una esfera material en la que entraremos un día, después de reunir ciertos requisitos. Este es el concepto tradicional acerca del reino de Dios, mas no la enseñanza del Nuevo Testamento.
Necesitamos que quede grabado en nosotros que entrar en el reino de Dios es desprendernos de todo, descargarnos de todo lo que no sea Cristo a fin de que nuestro ser quede vacío para que El crezca en nosotros plenamente. Tengo la plena seguridad de que éste es el entendimiento correcto de lo que significa entrar en el reino de Dios. Si usted no está de acuerdo hoy, al final verá que esto concuerda con la revelación del Nuevo Testamento.
Entrar en el reino de Dios no es entrar en una esfera material fuera de nosotros. Más bien, es cultivar a Cristo en nuestro interior. El desarrollo del reino dentro de nosotros equivale a entrar en él.
¿Cómo puede desarrollarse el reino de Dios en nosotros? Esto requiere que nos humillemos, nos desprendamos y nos descarguemos de todo. No debe ocuparnos la cultura, la religión, le ética, la moralidad, la filosofía, el carácter ni el afán por ser espirituales, ortodoxos, santos y victoriosos. Lo único que debe interesarnos es Cristo y que El crezca en nosotros. Todo nuestro ser debe quedar vacante para que El pueda crecer en nosotros.
Les animo a que adopten este entendimiento del reino y la luz de él lean Mateo 13 y Marcos 4. En estos capítulos vemos al Señor Jesús como Sembrador que viene a sembrarse en nosotros, la tierra. El espera que nosotros nos desprendamos, nos descarguemos de todo y le demos lugar para que crezca en nosotros.
El crecimiento de Cristo en nosotros equivale a entrar en el reino, pues al crecer Cristo en nosotros se desarrolla el reino. Además, a medida que permitimos que se desarrolle el reino, entramos en él. En conclusión, el reino no es una esfera material. Antes bien, es cuestión de que Cristo crezca en nuestro ser.
Dios nos escogió en Cristo, y nos lo proveyó como reemplazo universal. Ahora debemos cooperar con el Señor desprendiéndonos de todo para que El crezca libremente en nuestro ser. Si lo hacemos estaremos en el reino; en su manifestación en la edad venidera y en su realidad hoy, la cual consiste en llevar una vida que concuerde con la economía neotestamentaria de Dios.
Quiera el Señor que todos recibamos esta visión de la economía neotestamentaria de Dios. Si captamos la visión de la vida que concuerda con la economía neotestamentaria de Dios y que la cumple, nuestra experiencia cristiana cambiará radicalmente.
En 2 Pedro 1:3-11 se da un indicio adicional de que al desarrollarse el reino en nuestro interior en efecto entramos en él. En los versículos del 3 al 4 Pedro habla de que el poder divino nos ha concedido todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad, y de llegar a ser participantes de la naturaleza divina. Luego, en los versículos 5-11 se habla del desarrollo por medio del crecimiento en vida para obtener una rica entrada en el reino eterno.
En los versículos del 5 al 7 Pedro dice: “Y por esto mismo, poniendo toda diligencia, desarrollad abundantemente en vuestra fe virtud; en la virtud, conocimiento; en el conocimiento, dominio propio; en el dominio propio, perseverancia; en la perseverancia, piedad; en la piedad, afecto fraternal; en el afecto fraternal, amor”. Este pasaje habla del desarrollo gradual de la vida divina en nosotros. En el versículo 11 Pedro concluye: “Porque de esta manera os será suministrada rica y abundante entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. Este versículo confirma claramente lo que hemos venido diciendo en cuanto a entrar en el reino de Dios.
La entrada al reino de Dios depende del desarrollo de la vida divina en nosotros. Si la vida se desarrolla en nosotros, este desarrollo llegará a ser nuestra rica entrada en el reino de Dios. En 2 Pedro 1:3-11 vemos cómo se nos suministra rica y abundantemente la entrada en el reino de Dios. Queremos recalcar que dicha entrada nos es suministrada por medio del desarrollo de la vida divina en nosotros. Al parecer somos nosotros los que entramos en el reino de Dios, pero en realidad el Señor nos suministra la entrada por medio de nuestro crecimiento en Su vida y al reino al desarrollarse esta vida en nosotros.