Mensaje 2
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La genealogía presentada en el Evangelio de Mateo comienza con Abraham, pero la genealogía dada en el Evangelio de Lucas se remonta a Adán. Mateo no abarca a Adán ni a sus descendientes, pero Lucas sí lo hace. ¿Qué significado podría tener esta diferencia? Lucas es un libro sobre la obra salvadora de Dios, mientras que Mateo es un libro sobre el reino. La salvación es para el linaje creado y caído, al cual representa Adán, pero el reino de los cielos es únicamente para el pueblo escogido de Dios, el linaje llamado representado por Abraham. Por lo tanto, Mateo empieza con Abraham, pero la genealogía presentada en Lucas se remonta a Adán.
En los primeros diez capítulos y medio de Génesis vemos que Dios trató de obrar con el linaje creado, pero no pudo. El linaje creado le falló. El hombre cayó tanto que la humanidad se rebeló contra Dios hasta lo máximo y edificó la torre y la ciudad de Babel para expresar su rebelión (Gn. 11:1-9). Entonces Dios renunció al linaje creado y caído y llamó a un hombre, a Abraham, y lo sacó de ese linaje para que fuese el padre de otro. De un lugar lleno de rebelión e idolatría, donde todos eran uno con Satanás, Dios llamó a un hombre, Abraham (Gn. 12:1-2; He. 11:8). Desde el momento en que Dios llamó a Abraham y lo sacó de Babel (la cual vino a ser Babilonia) para que morase en Canaán, Dios renunció al linaje adánico e invirtió todos Sus intereses en el linaje nuevo, el cual tenía a Abraham por cabeza. Este es el linaje llamado, el linaje transformado. No es un linaje según lo natural, sino un linaje según la fe.
El reino de Dios está destinado para este linaje. Nunca podría ser para el linaje caído. Por consiguiente, Mateo, al referirse al reino de los cielos, comienza con Abraham. Debido a que el libro de Lucas trata de la obra salvadora de Dios (e indudablemente la salvación es para el linaje caído), la genealogía que presenta se remonta a Adán. En el libro de Lucas, después de ser salvos, somos espontáneamente traslados del linaje caído al linaje llamado. Anteriormente, éramos descendientes de Adán; ahora somos descendientes de Abraham. Gálatas 3:7 y 29 nos dicen que los que creen en Jesucristo son hijos de Abraham. ¿De quién es usted hijo? ¿Es usted hijo de Adán o hijo de Abraham? Somos los judíos genuinos (Ro. 2:29). Nuestro abuelo es Abraham. Estamos en la misma categoría que él. Si no fuésemos descendientes de Abraham, no tendríamos parte en el libro de Mateo, ni aun en el breve libro de Gálatas, porque éste fue escrito para los descendientes de Abraham. Sólo si somos descendientes de Abraham, tendremos parte en Gálatas. ¡Alabado sea el Señor porque somos los hijos de Abraham! “Si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gá. 3:29).
Abraham fue llamado por Dios. La palabra griega traducida iglesia es ekklesía, la cual significa “los llamados a salir”. Por lo tanto, nosotros los que estamos en la iglesia también somos llamados. Abraham fue llamado a salir de Babel, lugar de rebelión e idolatría y a entrar en la buena tierra, la cual tipifica a Cristo. Nosotros también estábamos en Babel. Eramos caídos, rebeldes, y adorábamos ídolos. En la actualidad todo el linaje humano está en Babel. Nosotros estábamos allí, pero un día Dios nos sacó al llamarnos de allí y nos puso en Cristo, la tierra elevada. Fuimos llamados por Dios a “la comunión (la participación) de Su Hijo, Jesucristo nuestro Señor” (1 Co. 1:9). “Para los llamados ... Cristo [es] poder de Dios y sabiduría de Dios” (1 Co. 1:24).
Abraham, habiendo sido llamado, fue justificado por la fe (Gn. 15:6; Ro. 4:2-3). Los que han caído dependen de su propia obra, pero los llamados creen en la obra de Dios, y no en la suya. Ninguna persona caída puede ser justificada ante Dios por sus propias obras (Ro. 3:20). Por lo tanto, los llamados, habiendo sido llamados por Dios y sacados de su linaje caído, no confían ya en sus propios esfuerzos, sino en la obra de gracia que Dios efectúa. Abraham y todos los demás creyentes son así. “Los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham” (Gá. 3:9). La bendición de la promesa de Dios, “la promesa del Espíritu” (Gá. 3:14), es para los que creen. Por la fe recibimos al Espíritu, quien es la realidad de Cristo así como Cristo mismo hecho real para nosotros (Gá. 3:2). Así que, tanto Abraham como nosotros somos asociados con Cristo y unidos a El por la fe. Por la fe en la obra de gracia efectuada por Dios, los llamados de Dios son justificados por El y participan de Cristo, su porción eterna.
Hebreos 11:8 dice que Abraham fue llamado, y que respondió por la fe al llamamiento. Luego, en el versículo 9 se dice que él también vivió en la buena tierra por la fe. Abraham, habiendo sido llamado por Dios, no sólo fue justificado por la fe, sino que también vivió por la fe. Puesto que había sido llamado por Dios, no debía vivir y andar por su propia cuenta, sino por la fe. Para poder vivir por la fe, Abraham tenía que rechazarse a sí mismo y olvidarse de sí mismo, o sea, tenía que hacerse a un lado y vivir por otra Persona. Todo lo que era por naturaleza él tenía que echar a un lado.
Si comparamos Génesis 11:31 y 12:1 con Hechos 7:2-3, vemos que cuando Dios llamó a Abraham en Ur de los caldeos, éste era muy débil. Abraham no tomó la iniciativa para salir de Babel, sino que su padre Taré fue quien lo hizo. Esto obligó a Dios a quitarle el padre a Abraham. En Génesis 12:1 Dios volvió a llamarlo, diciéndole que saliera no sólo de su país y su parentela, sino también de la casa de su padre, lo cual significaba que no podía traer a nadie consigo. Pero de nuevo, Abraham al igual que nosotros, era débil y llevó consigo a Lot, su sobrino (Gn. 12:5).
¿Qué es lo que constituye un Abraham? Un Abraham es alguien que ha sido llamado a salir de donde está, alguien que no vive ni anda por su propia cuenta. También es alguien que abandona y olvida todo lo que tiene por naturaleza. Esto constituye precisamente el mensaje del libro de Gálatas. El capítulo 3 de Gálatas dice que somos los hijos de Abraham y que debemos vivir por la fe, y no por las obras. Gálatas 2:20 dice que vivir por la fe significa que “ya no vivo yo, mas vive Cristo”. Yo, o sea, el yo natural que provino del linaje caído, ha sido crucificado y sepultado. Así que, ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí. Así es un Abraham. Si somos judíos auténticos, los verdaderos descendientes de Abraham, debemos dejarlo todo y vivir por la fe. Debemos olvidarnos de todo lo que podemos hacer y rechazar todo lo que somos y tenemos por naturaleza. Esto no es fácil.
Los cristianos tienen en alto a Abraham; pero en realidad, no debemos apreciarlo excesivamente. El no fue sobresaliente. Fue llamado, pero no se atrevió a salir de Babel; fue su padre quien lo sacó. Esto le obligó a Dios a quitarle su padre. Luego Abraham contaba con su sobrino, Lot. Después, confió en su criado, Eliezer (Gn. 15:2-4). Parece que Dios le decía: “Abraham, no me gusta ver que tu padre esté contigo. No me agrada que tu sobrino esté contigo, tampoco me complace que Eliezer esté contigo. Quiero que no tengas a nadie de quien puedas depender. Tienes que contar conmigo. No dependas de ninguna otra cosa ni de lo que tengas por naturaleza”. Esto es creer en Dios, andar en El y vivir por El. Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí.
Si somos judíos auténticos, entonces somos los verdaderos Abrahanes. Debemos creer en el Señor para ser Abrahanes. Creer en el Señor equivale a asociarse con El. Abraham fue llamado a dejar el linaje caído y a asociarse con el Señor. Todos los hijos de Abraham, de igual manera, deben asociarse con Cristo. “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois”. En otras palabras, si somos linaje de Abraham, pertenecemos a Cristo y somos asociados con El. Si queremos asociarnos con Cristo, es necesario que nos rechacemos y tomemos a Cristo como nuestro todo. Esto es creer en Cristo, y esta fe es justicia ante los ojos de Dios. No intente hacer nada. Simplemente crea en Cristo.
Al linaje caído siempre le gusta hacer algo, obrar y esforzarse en algo. Pero Dios dice: “Salid de eso. Sois el linaje caído. ¡No intentéis, no hagáis y no obréis más! Olvidaos de vuestra vida pasada. Olvidaos de quienes sois, lo que podéis hacer y lo que tenéis. Olvidadlo todo y poned toda vuestra confianza en Mí. Yo soy vuestra buena tierra. Vivid en Mí y por Mí”. Así son los verdaderos Abrahanes, los verdaderos gálatas. Como hijos de Dios, ellos confían en El y se olvidan de sí mismos. Estos son los que constituyen la genealogía de Cristo. Todos debemos ser así, como Abraham; es decir, debemos olvidarnos de nuestra vida pasada, abandonar todo lo que somos y tenemos y poner nuestra confianza en Cristo, nuestra buena tierra. Hoy nuestro andar y vivir debe realizarse por la fe en Cristo. Si es así, entonces, como herederos de la promesa de Dios, es decir, como los que heredamos la promesa del Espíritu, participaremos de Cristo, quien es la bendición de Dios.
En cierto momento el Señor le pidió a Abraham que ofreciera en holocausto a Isaac, quien Dios le había dado según Su promesa (Gn. 22:1-2). El Señor se lo había dado a Abraham, y ahora Abraham tenía que devolvérselo. El Señor le había mandado echar a Ismael (Gn. 21:10, 12); ahora le mandó matar a su hijo Isaac.
¿Puede usted hacer esto? ¡Qué difícil es esta lección! No obstante, esta es la manera de experimentar a Cristo. Tal vez el mes pasado o la semana pasada usted haya experimentado a Cristo de una forma particular, pero hoy el Señor dice: “Dedica esa experiencia. De verdad experimentaste a Cristo, pero no debes guardar la experiencia”. De nuevo, la lección consiste en esto: nunca confiarnos en lo que tenemos, ni en lo que Dios nos ha dado. Si Dios le ha dado a usted algo, debe devolverlo a El. Esto es andar diariamente por la fe. Andar en la presencia del Señor por la fe significa que no retenemos nada, ni siquiera las cosas que Dios nos da. Los mejores dones, los que el Señor nos ha dado, deben devolvérsele a El. No retenga nada en que pueda confiar; siempre dependa solamente del Señor. Abraham lo hizo. Finalmente vivió y anduvo en la presencia de Dios exclusivamente por la fe.
Mateo 1:2 dice: “Abraham engendró a Isaac”. ¿Cuál es el punto que más se destaca con respecto a Isaac? Pues Isaac nació por medio de la promesa (Gá. 4:22-26, 28-31; Ro. 9:7-9). Nació como el único heredero (Gn. 21:10, 12; 22:2a, 12b, 16-18), y heredó la promesa de Cristo (Gn. 26:3-4).
Dios le había prometido a Abraham un hijo. Sara, deseando ayudar a Dios con el cumplimiento de la promesa, le propuso algo a Abraham. Parece que Sara dijo: “Escucha, Abraham, Dios te prometió una simiente, un heredero de esta buena tierra. Pero, ¿no te ves?, ¡tienes casi noventa años! ¿Y no me has visto? ¡Soy demasiado vieja! Me es imposible dar a luz a un niño. Debemos hacer algo para ayudar a Dios a cumplir Su propósito. Tengo una sierva llamada Agar. Es buena gente. Sin lugar a dudas podrías tener un hijo de ella” (Gn. 16:1-2). Esto muestra el concepto natural, el cual es muy tentador. Muchas veces, tenemos en nuestro concepto natural algunas sugerencias que nos sacan del espíritu. A veces según nuestro concepto natural decimos: “Esta fuente es buena. Hagámoslo de esta manera”. ¡Pero tal propuesta ciertamente nos alejará de la promesa de Dios!
Abraham aceptó lo que Sara propuso (Gn. 16:2-4) y el resultado fue Ismael (Gn. 16:15). ¡El terrible Ismael está todavía con nosotros! Llevar a cabo lo que Sara propuso no sirvió de ayuda para Dios; al contrario, le estorbó a Abraham impidiendo que cumpliese el propósito de Dios. Este no es un asunto insignificante.
Aprendemos de lo anterior que, como linaje llamado, todo lo que hacemos por nuestra propia cuenta resulta en Ismael. Todo lo que hagamos por nuestra propia cuenta en la vida de iglesia, incluso en la predicación del evangelio, sólo producirá a Ismael. ¡No produzcamos un Ismael! ¡Tenemos que llegar a nuestro fin! ¿No cruzó usted ese gran río, el Eúfrates? Cuando fue llamado de Babel, cruzó ese gran río y allí fue sepultado. Allí llegó a su fin. No viva por su propia cuenta ni haga nada por sí mismo. Más bien, debe decir: “Señor, no soy nada. Sin Ti, nada puedo hacer. Señor, si Tú no haces algo, yo tampoco haré nada. Si tú descansas, también yo descansaré. Señor, en Ti pongo toda mi confianza”. Decirlo es fácil, pero en nuestra vida diaria es difícil practicarlo.
Recordemos qué es un Abraham: es alguien que ha sido llamado y que no hace nada por su propia cuenta. Dios tuvo que esperar hasta que Abraham y Sara terminaran (Gn. 17:17 véase Ro. 4:19). El esperó hasta que la energía natural de ellos se agotara, hasta que llegaron a comprender que les era imposible engendrar un hijo.
Abraham quería que Ismael se quedara con él; deseaba depender de él. Sin embargo, Dios rechazó a Ismael (Gn. 17:18-19). Nosotros también queremos guardar nuestra propia obra y depender de ella, pero Dios no la acepta. Finalmente, Dios le pidió a Abraham que echara a Ismael y a su madre (Gn. 21:10-12). Para Abraham era algo difícil de hacer, pero tenía que aprender que no debía seguir viviendo por su propio esfuerzo, sino que debía dejar de esforzarse y no hacer nada por su propia cuenta. El tenía un hijo, pero debía renunciar a él. Esta es la lección que vemos en Abraham y también en el libro de Gálatas.
Participar de Cristo requiere que nunca contemos con nuestros esfuerzos ni con lo que podemos hacer. Así como Ismael impedía que Isaac heredara la promesa de Dios, así también nuestros propios esfuerzos u obra siempre impedirán que participemos de Cristo. Es necesario que renunciemos a todo lo que somos y a todo lo que tenemos y que confiemos en la promesa de Dios. Tenemos que renunciar a todo lo relacionado con nuestra vida natural; de otro modo, no podremos disfrutar a Cristo. Después de que nuestras fuerzas naturales se hayan agotado, la promesa de Dios vendrá. Después de haber sido echado Ismael, Isaac tuvo el pleno derecho a participar de la bendición de la promesa de Dios. El abandono a nuestros esfuerzos naturales, la renuncia a lo que podemos hacer o a lo que hemos hecho, es “Isaac”, o sea, la herencia de la bendición prometida por Dios, la cual es Cristo. Hemos sido bautizados en Cristo (Gá. 3:27). Habiendo sido terminados en Cristo, ahora somos Suyos, y El es nuestra porción. Por consiguiente, somos descendientes de Abraham, el linaje llamado de Dios, y herederos según Su promesa (Gá. 3:29).
¿Qué constituye a un Isaac? Isaac es el producto de vivir y andar por la fe. Esto es Cristo. Isaac tipifica plenamente a Cristo en el sentido de heredar todas las riquezas del Padre. Todos debemos experimentar a Cristo de tal manera; es decir, no por el hacer, ni por nuestros esfuerzos ni por el afán, sino simplemente confiando en El. Nuestra confianza en El producirá a Isaac. Sólo Isaac es el verdadero elemento de la genealogía de Cristo. No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos de la promesa son contados como descendientes (Ro. 9:7-8). Por lo tanto, Dios consideraba a Isaac como el único hijo de Abraham (Gn. 21:10, 12; 22:2a, 12b, 16-18), el único que heredaría la promesa con respecto a Cristo (Gn. 26:3-4).
Somos el linaje de Abraham hoy, pero ¿andamos en el camino de Ismael o vivimos como Isaac? Andar por el camino de Ismael es cumplir el propósito de Dios por nuestros propios esfuerzos y obras. En el camino de Isaac nos introducimos en Dios, confiando en El para que El haga todo por nosotros a fin de cumplir Su propósito. ¡Qué diferencia tan grande entre estos dos caminos! Ismael no tiene nada que ver con Cristo. Todo lo que nosotros hagamos, todo lo que intentemos realizar por nuestra propia cuenta, no tiene nada que ver con Cristo. Necesitamos a Isaac. Si queremos conseguir a Isaac, tenemos que echar a Ismael, detener nuestra obra y entregarnos a la operación de Dios. Si permitimos que El cumpla Su promesa para nosotros, entonces tendremos a Isaac.
Mateo 1:2 también dice: “Isaac engendró a Jacob”. Isaac e Ismael eran hermanos engendrados por el mismo padre, pero de madres distintas. Jacob y Esaú eran más íntimos; eran gemelos. Jacob significa el que suplanta. El suplanta a los demás, poniéndolos por debajo de él y subiendo por encima de ellos. Cuando él y su hermano mayor Esaú iban a nacer, Jacob agarró el talón de Esaú. Parece que Jacob decía: “Esaú, ¡no te vayas! ¡Espérame! ¡Déjame ir primero! Jacob era uno que verdaderamente agarraba el talón. El significado del nombre de Jacob es el que agarra al talón, el que suplanta. Abatir a otros y ponerlos debajo de sus pies engañándoles era la manera de ser de Jacob.
Debido a que Dios ya había escogido a Jacob, todos los esfuerzos de éste fueron en vano. Jacob necesitaba de una visión. No le era necesario suplantar a otros, porque Dios ya le había escogido para ser el primero. Incluso antes de nacer los gemelos, Dios había dicho a la madre que el menor sería el primero, y el mayor sería el segundo. Está escrito: “A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí” (Mal. 1:2-3; Ro. 9:13).
Desgraciadamente, Jacob no se enteró de esto. Si se hubiera enterado, nunca habría tratado de hacer nada. Al contrario, le habría dicho a Esaú: “Si quieres nacer primero, adelante. Por mucho que intentes ser el primero, yo lo seré. Nunca podrás suplantarme porque Dios me ha elegido”. No obstante, Jacob no sabía esto. Aun cuando ya había crecido, todavía no lo entendía. Por lo tanto, siempre suplantaba a los demás. Adondequiera que iba, suplantaba a otros. Suplantó a su hermano (Gn. 25:29-33; 27:18-38), y suplantó a su tío (Gn. 30:37—31:1). Con respecto a su tío Labán, siempre tramaba algo para engañarle y finalmente le robó. Pero todo lo que hizo fue en vano. Dios podría haberle dicho: “Jacob, eres tonto. No necesitas hacer eso. Te daré más que lo que has adquirido”. Pero Jacob seguía esforzándose. Aunque era descendiente de Abraham, por su esfuerzo y por su naturaleza, era del todo descendiente del diablo. ¿Ve usted esto? En cuanto a su posición, Jacob era descendiente de Abraham, pero en cuanto a su carácter, era hijo del diablo.
¿Qué necesitaba Jacob? Necesitaba que Dios obrara en él. Por esto, Dios usó a su hermano Esaú y luego a su tío Labán. Incluso Dios usó a cuatro esposas, doce criados y una criada. Jacob pasó por muchos sufrimientos en su vida, pero éstos fueron producto de su propio esfuerzo, y no de la elección de Dios. Cuanto más se esforzaba Jacob, más sufría. Tal vez nos riamos de él, pero nosotros somos exactamente iguales a él. Cuanto más tratamos de hacer algo, más problemas tenemos.
En Cristo, primero necesitamos la vida de Abraham. Es menester que nos olvidemos de quienes somos, que vivamos por Cristo y que confiemos en El. En segundo lugar, en Cristo no necesitamos de Ismael, o sea, de lo que podamos hacer nosotros; al contrario, necesitamos a Isaac, es decir, lo que Dios hace. En tercer lugar, no necesitamos a Jacob sino a Israel, es decir, no al Jacob natural, sino al Israel transformado, el príncipe de Dios.
¿Comprende que nada depende de usted? Al oír esto, tal vez usted diga: “Si no depende de mí, sino completamente de Dios, entonces no voy a buscar más”. Bueno, si puede usted dejar de buscar, le animo a hacerlo. Diga a todo el universo que ha oído que todo depende de El, y que usted se ha detenido. Si puede dejar de buscar, debe hacerlo. Le aseguro que cuanto más se detenga usted, mejor. Cuanto más usted se detenga, más El se levantará. Hágalo. Dígale al Señor: “Señor, ¡dejo de buscar!” El Señor dirá: “¡Maravilloso! El hecho de que tú te hayas detenido me abre la puerta para que yo haga algo. Te quemaré. Es posible que te detengas, ¡pero te voy a quemar!”.
Todos hemos sido elegidos. En cierto sentido, hemos sido cautivados. ¿Qué podemos hacer? Nunca podremos irnos, y esto se debe completamente a la misericordia del Señor. No escogimos este camino. Ciertamente no lo escogí yo, pero aquí estoy. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo decir? Puesto que Dios nos ha escogido, nunca podremos irnos.
Si leemos Romanos 9, descubriremos que todo depende de El, y no de nosotros. El era y sigue siendo la fuente. ¡Alabado sea El porque Su misericordia llegó a nosotros! Nadie puede rechazar Su misericordia. Quizás rechacemos lo que El hace, pero nunca podremos rechazar Su misericordia (Ex. 33:19; Ro. 9:15). ¡Qué misericordia haber sido elegidos para asociarnos con Cristo y participar de El, quien es la bendición eterna de Dios! En un sentido somos Abraham, en otro sentido somos Isaac, y todavía en otro, somos Jacob. Luego, en otro sentido seremos Israel. Así que, tenemos a Abraham, a Isaac y a Jacob.
La genealogía de Cristo tiene que ver con la primogenitura, y ésta principalmente tiene que ver con asociarse con Cristo y participar de El. El hecho de que Jacob suplantara no tenía justificación, pero Dios reconoció el hecho de que procuraba obtener la primogenitura. Esaú menospreció la primogenitura y la vendió a bajo precio (Gn. 25:29-34). Así que, la perdió y no pudo recobrarla, aun cuando se arrepintió y la procuró con lágrimas (Gn. 27:34-38; He. 12:16-17). Había perdido la bendición de participar de Cristo. Esto debe ser una advertencia para nosotros. Jacob respetó y procuró la primogenitura y la adquirió. Heredó la bendición prometida por Dios, la bendición de Cristo (Gn. 28:4, 14).
Mateo 1:2 también dice: “Jacob engendró a Judá y a sus hermanos”. Rubén fue el primer hijo de Jacob. El debería haber recibido la porción del primogénito, la cual era la primogenitura. Esta incluye tres elementos: la porción doble de la tierra, el sacerdocio y el reinado. Aunque Rubén era el primer hijo, perdió la primogenitura por su contaminación (Gn. 49:3-4; 1 Cr. 5:1-2). Como resultado, la porción doble de la tierra le fue dada a José, probablemente por causa de su pureza (Gn. 39:7-20). De los hijos de Jacob, José era el más íntimo con él y aquel que era conforme a su corazón (Gn. 37:2-3, 12-17). Cada uno de los dos hijos de José, Manasés y Efraín, recibieron una porción de la tierra (Josué 16 y 17). Así que, por medio de sus dos hijos José heredó dos porciones de la buena tierra.
La porción del sacerdocio de la primogenitura le fue dada a Leví (Dt. 33:8-10). Leví era, en gran manera, un varón conforme al corazón de Dios. Con el fin de cumplir el deseo de Dios, Leví olvidó a sus padres, a sus hermanos y a sus hijos y sólo se ocupaba del deseo de Dios. Así que, recibió la porción sacerdotal de la primogenitura.
El reinado, otra porción de la primogenitura, le fue dado a Judá (Gn 49:10; 1 Cr. 5:2). Al leer Génesis, vemos la razón de esto. Cuando José pasó por los sufrimientos causados por la conspiración de sus hermanos, Judá lo cuidó (Gn. 37:26). También cuidó a Benjamín mientras éste sufría (Gn. 43:8-9; 44:14-34). Creo que debido a esto el reinado pasó a Judá.
En la actualidad somos “la iglesia del primogénito” (He. 12:23). Nuestra primogenitura también se compone de estos tres elementos: la porción doble de Cristo, el sacerdocio y el reinado. Nosotros estamos en Cristo y podemos disfrutarle al doble. También somos sacerdotes y reyes de Dios. Sin embargo, muchos cristianos han perdido su primogenitura. Son salvos y nunca van a perecer, pero han perdido su porción extra de Cristo. Si queremos disfrutar la porción extra de Cristo, tenemos que guardar nuestra primogenitura.
Todos los cristianos han nacido de nuevo como sacerdotes (Ap. 1:6). Pero hoy en día muchos han perdido su sacerdocio. Debido a que han perdido su posición como sacerdotes que oran, les es muy difícil orar. Si queremos guardar nuestro sacerdocio, debemos ser como los levitas y olvidarnos de nuestros padres, de nuestros hermanos y de nuestros hijos, y ocuparnos únicamente de los intereses de Dios. El deseo de Dios debe ser primero, y no los deseos de nuestras familias. Si el deseo de Dios ocupa el primer lugar en nuestros corazones, entonces tendremos intimidad con El y guardaremos nuestro sacerdocio.
Todos los cristianos también nacieron de nuevo como reyes (Ap. 5:10), pero muchos han perdido el reinado. Cuando el Señor Jesús regrese, los vencedores estarán con El y serán los sacerdotes de Dios y los que reinan juntamente con Cristo (Ap. 20:4-6). Al mismo tiempo, disfrutarán de la heredad de esta tierra (Ap. 2:26).
Hebreos 12:16-17 nos advierte que no debemos perder la primogenitura como lo hizo Esaú. “A cambio de una sola comida” Esaú “entregó su primogenitura”. Después se arrepintió de haberla vendido a un precio tan bajo, pero no pudo recobrarla. Todos necesitamos estar alerta. Tenemos la debida posición para poseer la primogenitura e incluso ya la tenemos, pero el guardarla depende de si nos mantenemos apartados de lo profano y no nos contaminamos. Hemos visto que Esaú perdió su primogenitura porque era profano y Rubén perdió su primogenitura por causa de su contaminación. Pero José heredó la porción doble de la tierra por su pureza; Leví obtuvo el sacerdocio por haberse separado absolutamente de todo lo demás y por haberse apartado para con el Señor; y Judá recibió el reinado por haber cuidado a sus hermanos afligidos. Necesitamos mantenernos puros para poder disfrutar de la porción extra de Cristo; es menester que nos separemos absolutamente de todo lo demás y que nos apartemos para el Señor con un corazón que se ocupe del deseo del Señor más que de cualquier otra cosa; es preciso que cuidemos con amor a nuestros hermanos afligidos. Si somos así, sin lugar a dudas guardaremos nuestra primogenitura. La porción extra del disfrute de Cristo, el sacerdocio y el reinado, serán nuestros. Incluso hoy en día podemos disfrutar a Cristo en medida doble. Podemos orar, gobernar y reinar. Luego, cuando el Señor Jesús regrese, estaremos con El disfrutando de la heredad de esta tierra. Seremos sacerdotes que tienen contacto con Dios todo el tiempo y reyes que rigen al pueblo.
Debido a que Judá obtuvo la porción de la primogenitura que está relacionada con el reinado, él produjo al Cristo real (Gn. 49:10), a Cristo el Victorioso (Ap. 5:5; Gn. 49:8-9). “Porque evidente es que nuestro Señor surgió de la tribu de Judá” (He. 7:14).
Abraham, Isaac, Jacob y Judá están asociados con Cristo. Si tenemos la vida de estas generaciones, es decir, la fe de Abraham, la heredad de Isaac, las experiencias bajo la mano de Dios por parte de Jacob y el cuidado amoroso de Judá, entonces nosotros estamos asociados con Cristo en Su genealogía.
Cuando esta genealogía menciona a Isaac y a Jacob, no dice “y su hermano”; sólo al mencionar a Judá dice “y sus hermanos”. El hermano de Isaac, Ismael, así como el de Jacob, Esaú, fueron rechazados por Dios. Pero los once hermanos de Judá fueron escogidos; ninguno de ellos fue rechazado por Dios. Judá y sus once hermanos llegaron a ser los padres de las doce tribus, las cuales formaron la nación de Israel, el pueblo escogido por Dios para Cristo. Por consiguiente, todos los hermanos de Judá estaban ligados a Cristo. Por esta razón, también son incluidos en la genealogía de Cristo.