Mensaje 25
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En la constitución del reino de los cielos encontramos cuatro versículos que muestran la manera de entrar en este reino. El primero es Mt. 5:3, donde dice: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. El segundo dice: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (5:10). Ambos versículos se refieren al tiempo presente. Si queremos experimentar la realidad del reino hoy, es necesario ser pobres en espíritu y padecer persecución por causa de la justicia. La realidad del reino, hoy en día, depende principalmente de la justicia. Entramos en esta realidad al ser pobres en espíritu. Después de que hemos experimentado un cambio en la manera de pensar, nos volvemos al Señor y nos desprendimos en el espíritu. De este modo el Señor entra en nuestro espíritu con Su reino celestial. Desde ese momento, empezamos a vivir en la realidad del reino. Si perseveramos en la justicia, permanecemos en la realidad del reino, pero si vivimos injustamente, quedamos fuera de esta realidad. Si nos mantenemos en la justicia, seremos preservados en la realidad del reino. Compruébelo usted con su vida diaria. Si actúa de una manera ligera, demasiado libre y descuidada con respecto a la justicia, inmediatamente se apartará de la realidad del reino. Si queremos estar en la realidad del reino hoy en día, debemos ser pobres en espíritu y permanecer en la justicia, dispuestos aun a padecer por causa de ella.
Los otros dos versículos que nos hablan de la manera de entrar en el reino, se refieren a entrar en la manifestación del reino de los cielos en el futuro. En Mateo 5:20 dice: “Porque os digo que si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. Aquí hace referencia a participar en la manifestación del reino. Si hemos de participar en la manifestación del reino de los cielos, necesitamos una justicia que sobrepasa a cualquier otra. Por lo tanto, la justicia no sólo nos preserva en la realidad del reino, sino que también nos introduce en la manifestación de dicho reino.
El cuarto versículo, Mateo 7:21, nos dice: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos”. Este versículo revela que si queremos entrar en el reino de los cielos, necesitamos primero hacer la voluntad del Padre. Por lo tanto, el hecho de que actuemos con justicia y que hagamos la voluntad del Padre, nos introducirá en la manifestación del reino. La justicia se relaciona principalmente con nuestro vivir, y el hacer la voluntad del Padre tiene que ver con nuestra obra. Ambos, nuestra vida y nuestra obra, deben llevarse a cabo de acuerdo con la constitución del reino de los cielos. Si nuestra vida concuerda con esta constitución, será justa; y si nuestra obra también se efectúa en conformidad con esta constitución, resultará ser la voluntad de Dios. Esta clase de vida y obra nos capacita para entrar en la manifestación del reino. Por lo tanto, al ser pobres en nuestro espíritu somos introducidos en la realidad del reino, y mediante la justicia somos guardados en esta realidad. Por medio de la justicia insuperable y al cumplir la voluntad del Padre, entraremos en la manifestación del reino de los cielos.
Después de proclamar la constitución del reino de los cielos sobre aquel monte, el Señor Jesús descendió para continuar Su ministerio. Ahora veremos la continuación del ministerio del Rey (Mt. 8:1—9:34).
Después de promulgar la nueva ley del reino, el nuevo Rey descendió del monte para llevar a cabo Su ministerio real. Lo primero que hizo fue limpiar a los inmundos, sanar a los enfermos y echar fuera los demonios de los endemoniados, a fin de que todas estas personas pertenecieran al reino de los cielos (8:2-17).
Los milagros, o señales, narrados en los versículos del 2 al 17 conllevan un significado relacionado con las dispensaciones de Dios, o sea, la manera en que Dios trata al hombre en las diferentes épocas. El orden de los cuatro casos narrados en Mateo 8:2-16 es diferente al de Marcos 1:29—2:1 y Lucas 4:38-41; 5:12-14 y 7:1-10. En la narración de Marcos, la cual muestra que Jesús es el Siervo de Dios, el orden es cronológico. En la narración de Mateo, la cual comprueba que Cristo es el Rey del reino de los cielos, el orden es doctrinal, es decir, Mateo agrupa ciertos sucesos para presentar una doctrina. En Lucas, donde se revela que Jesús es el hombre indicado para ser el Salvador del hombre, el orden es moral. En la narración de Juan, la cual testifica que Cristo es el Hijo de Dios, Dios mismo, en cierto modo el orden también es más o menos cronológico. Por tanto, vemos que en los cuatro evangelios hay tres clases de secuencias: la cronológica, la doctrinal y la moral. En Mateo 8:1-17 tres milagros —la limpieza del leproso, la sanidad del siervo paralítico del centurión, y la sanidad de la suegra de Pedro— junto con la sanidad de muchos otros, están agrupados para presentar una doctrina llena de significado; en otras palabras, estos casos conllevan un significado relacionado con las dispensaciones de Dios. Primeramente veamos la sanidad del leproso (vs. 1-4).
El versículo 1 dice: “Cuando descendió Jesús del monte, le seguían grandes multitudes”. El hecho de que el Rey descendiera de aquel monte significa que el Rey celestial descendió de los cielos a la tierra. El viene primeramente para extenderse a los judíos; pues indudablemente el leproso de este pasaje representa al pueblo judío. El Rey celestial descendió de los cielos para traer salvación primeramente a los judíos leprosos. Según el primer capítulo de Romanos, la salvación es primeramente para los judíos y luego para los gentiles (v. 16).
El versículo 2 dice: “Y he aquí se le acercó un leproso y le adoró, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme”. El leproso adoró al nuevo Rey y le llamó Señor, reconociendo que El es el Señor Dios. En realidad el nuevo Rey es Jehová Dios (1:21, 23).
Las enfermedades sanadas en los casos narrados en Mateo 8 son muy significativas, porque cada enfermedad representa una enfermedad espiritual específica. La primera clase de personas salvas por el Salvador real para que fuesen el pueblo del reino, es representada por un leproso. De acuerdo con los ejemplos que encontramos en las Escrituras, la lepra viene por la rebelión y la desobediencia. Miriam quedó leprosa debido a que se rebeló contra Moisés, quien representaba la autoridad delegada de Dios (Nm. 12:1-10). La lepra de Naamán fue limpiada por causa de su obediencia (2 R. 5:1, 9-14). Por causa de la rebelión, todos los seres humanos caídos se volvieron leprosos ante los ojos de Dios. La lepra es la expresión de la rebelión. La rebelión es interna y la lepra es la manifestación de dicha rebelión. El Salvador real viene a salvar a los hombres de su rebelión y a limpiarlos de su lepra, con el fin de que puedan ser los ciudadanos de Su reino.
La lepra es una enfermedad inmunda. En el Antiguo Testamento un leproso tenía que ser excluido del campamento de los hijos de Israel hasta que quedara limpio. Esto indica que cualquiera de entre el pueblo de Dios que sea rebelde y como consecuencia se vuelva leproso, será cortado de la comunión del pueblo de Dios hasta que esté sano. El leproso aquí representa a los judíos. Los judíos se rebelaron contra Dios; así que, ante Sus ojos, ellos son leprosos. No obstante, el Rey celestial vino primordialmente a ellos, no para juzgarlos sino para sanarlos. Como el Señor lo indicó en 9:12, El vino como el Médico, a sanar a los enfermos. El vino primeramente para extenderse a los judíos, sanarlos y traerles la salvación.
En el versículo 3 dice: “Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante quedó limpio de su lepra”. Conforme a la ley, un leproso debía ser aislado del pueblo a causa de su inmundicia, y nadie lo podía tocar (Lv. 13:45-46). Pero el nuevo Rey, como hombre y como Salvador real, lo tocó. ¡Qué misericordia y compasión! Al instante quedó limpio de su lepra simplemente porque el Salvador lo tocó. ¡Qué purificación tan maravillosa!
El versículo 4 dice: “Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos”. El nuevo Rey le dijo al leproso sanado que para su purificación debía proceder según los preceptos de la ley antigua, porque todavía estaban en un período de transición, pues la ley antigua todavía no había sido cumplida por la muerte redentora de Cristo.
Después de que el Señor entró en Capernaum “se le acercó un centurión, rogándole, y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, terriblemente atormentado” (vs. 5-6). Un centurión era un oficial del ejército que tenía a su cargo cien soldados. El leproso mencionado en los versículos del 2 al 4 representa a los judíos, mientras que el centurión, en los versículos del 5 al 13, representa a los gentiles. Ante Dios, los judíos habían quedado paralizados, o sea, muertos en función, debido a su pecaminosidad. El Salvador real vino primeramente a los judíos y luego a los gentiles (Hch. 3:26; 13:46; Ro. 1:16; 11:11). Los creyentes judíos fueron salvos por Su toque directo (v. 3), mientras que los creyentes gentiles son salvos por la fe en Su palabra (vs. 8, 10, 13).
Cuando el Señor le dijo al centurión que El iría y sanaría a su criado: “Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado quedará sano”. El centurión, un gentil, reconoció la autoridad del Salvador real y se dio cuenta de que Su palabra tenía potestad para sanar. Por lo tanto creyó, no sólo en el Salvador real, sino también en Su palabra, y le pidió que no fuera personalmente, sino que sólo diera la palabra. Esta era una fe más fuerte, y el Señor se maravilló de ella (v. 10).
El versículo 10 revela que el Señor Jesús se maravilló de la fe del centurión y dijo: “De cierto os digo, que en nadie he hallado una fe tan grande en Israel”. Esta es la razón por la cual, en los versículos 11 y 12, el Señor dijo que muchos vendrían del oriente y del occidente y se reclinarían a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, mas los hijos del reino serían echados a las tinieblas de afuera. Esto indica que los gentiles participarán del evangelio del reino (Ef. 3:6, 8; Gá. 2:8-9; Ro. 1:13-16). La referencia hecha en el versículo 11 con relación al reino de los cielos trata de la manifestación de este reino. En la manifestación del reino de los cielos, los gentiles que hayan creído y vencido se regocijarán con Abraham, Isaac y Jacob.
La expresión “los hijos del reino” del versículo 12 se refiere a los judíos salvos, quienes son la buena semilla (13:38), pero cuya fe no es suficientemente fuerte para capacitarlos a entrar por la puerta estrecha y andar por el camino angosto (7:13-14). Ellos no tendrán parte en la fiesta de bodas en la manifestación del reino (Lc. 13:24-30). Las tinieblas de afuera se refiere a la oscuridad que estará fuera de la gloria resplandeciente de la manifestación del reino de los cielos (25:30; 16:28). Ser echado a las tinieblas de afuera en la edad del reino venidero es diferente de ser echado en el lago de fuego después del milenio y por la eternidad (Ap. 20:15).
El versículo 13 dice: “Entonces Jesús dijo al centurión: Ve; te sea hecho como creíste. Y su criado fue sanado en aquella misma hora”. El leproso judío fue sanado por el toque directo del Rey. El Rey se extendió la mano y lo tocó, y el leproso fue sanado. Pero el criado del centurión no fue sanado por el toque directo del Rey, sino por Su palabra. El centurión gentil creyó en esta palabra, y así su criado fue sanado. Los judíos son siempre salvos por el toque directo del Rey, pero nosotros los gentiles no somos sanados así, sino por el envío de Su palabra salvadora. Creemos en esta palabra y somos sanados. Los gentiles no recibimos un toque directo del Señor; nosotros fuimos salvos al creer la palabra vivificadora y regeneradora del evangelio. Por tanto, el criado del centurión representa a todos los creyentes gentiles. El Señor no alabó la fe del leproso, pues la fe no era la característica sobresaliente en ese caso; más bien, lo más notable fue el toque personal del Rey. No obstante, en la sanidad del criado del centurión, la fe es lo que se destaca más. De aquí que el Señor alabó la fe del centurión, pues por causa de ella su criado fue sanado.
Este criado estaba paralítico. Estar paralítico significa que el cuerpo no funciona. Antes de que nosotros los gentiles fuéramos salvos, nos encontrábamos completamente sin función. Los judíos estaban leprosos, pero nosotros, paralizados, sin ninguna función por causa de nuestra pecaminosidad. Necesitábamos la palabra del Rey celestial, la cual nos sana. El nos envió una palabra, y nosotros la creímos. Por lo tanto, fuimos sanados, nuestra función fue recobrada, y ahora podemos empezar a servir a nuestro Amo. Somos como este criado que fue sanado y volvió a ser capaz de servir.
Los versículos 14 y 15 dicen: “Entró Jesús en casa de Pedro, y vio a la suegra de éste postrada en cama, con fiebre. Y tocó su mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó, y se puso a servirle”. La suegra de Pedro representa a los judíos que estarán viviendo al final de esta era, los cuales serán salvos al recibir al Salvador real. En aquel entonces, durante la gran tribulación, a los ojos de Dios los judíos tendrán “fiebre” (v. 14), es decir, tendrán fervor por cosas ajenas a Dios. Después de la plenitud de la salvación de los gentiles, el Salvador real regresará a este remanente de judíos a fin de que ellos sean salvos (Ro. 11:25-26; Zac. 12:10). La suegra de Pedro fue sanada en la casa de Pedro, la cual representa la casa de Israel. Al final de esta era, todo el remanente judío será salvo en la casa de Israel. Además, ellos serán salvos por el toque directo del Salvador real (v. 15), como lo fue el judío leproso (v. 3).
Al final de esta era, la salvación se volverá de los gentiles a los judíos. Sin embargo, no volverá a los judíos esparcidos, sino a los que están en la casa de Israel. En ese tiempo los judíos estarán enfermos de fiebre. Esto es aun cierto en los judíos de hoy en día. Un gran número de ellos están fervientes por la ciencia, por la economía, por la educación y por toda clase de actividades mundanas. Pero ante los ojos de Dios todo esto es una clase de fiebre. La temperatura de los judíos de hoy es muy alta, pues tienen gran fervor en asuntos de política, industria, agricultura y guerra. Ellos son representados por la suegra de Pedro, quien estaba enferma de fiebre. Pero en su temperatura elevada y su fervor ellos no confían en Dios ni prestan atención a la moralidad. Tal como el Señor sanó a la suegra de Pedro, El regresará al final de esta era para sanar a los judíos que hayan estado ardientes, fervientes y enfermos de esta fiebre. No los sanará mediante la fe de ellos, sino por medio de Su toque directo. En la segunda venida del Señor, los judíos serán tocados directamente por Su llegada y serán salvos.
Inmediatamente después de ser sanada la suegra de Pedro, ella se levantó y sirvió al Señor (v. 15). Esto significa que cuando el Señor regrese, el remanente de los judíos, después de ser salvos, se levantarán y servirán al Señor durante el milenio.
El versículo 16 dice: “Al atardecer, trajeron a El muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los espíritus, y sanó a todos los enfermos”. Las palabras “muchos” y “todos” se refieren a todos los que estarán en la tierra durante el milenio. El milenio será la última dispensación del primer cielo y de la primera tierra; por lo tanto se le considera “el ocaso” del primer cielo y la primera tierra. Después de este “ocaso”, habrá un nuevo día, esto es, el cielo nuevo y la tierra nueva con la Nueva Jerusalén.
En el milenio, el poder de echar fuera demonios y sanar enfermedades se manifestará a lo sumo. Por consiguiente, todos los endemoniados y todos los enfermos serán sanados. Las profecías de Isaías testifican de esto (Is. 35:5-6). Esta será una verdadera restauración. Echar fuera demonios y sanar a los enfermos en esta era es sólo el anticipo del inmenso poder de la era venidera. En el versículo 16, después de que el Señor había sanado a la suegra de Pedro, al atardecer, El sanó a muchos poseídos por demonios y a todos los enfermos. Esto indica que después de que Cristo regrese y los judíos sean salvos, comenzará el milenio. Durante este período, toda enfermedad será sanada. Por lo tanto, las señales narradas en los versículos del 2 al 17 tienen un significado que se relaciona con cierta dispensación.
El versículo 17 dice: “Para que se cumpliese lo dicho por medio del profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras debilidades, y llevó nuestras enfermedades”. Todas las sanidades realizadas en la gente caída son resultado de la redención del Señor. En la cruz El quitó nuestras dolencias, cargó sobre Sí nuestras enfermedades, y realizó una sanidad completa para nosotros. Sin embargo, en esta era la aplicación de la sanidad por el poder divino sólo es un anticipo; en la era venidera lo experimentaremos en plenitud.
El versículo 18 dice: “Viéndose Jesús rodeado de una multitud, mandó pasar al otro lado”. Según se describe en los cuatro evangelios, en el ministerio del Señor El siempre se retiraba de las multitudes; no quería que los curiosos estuvieran con El. No le interesaban las grandes multitudes, sino sólo las personas que lo buscaban con sinceridad.
En los versículos del 18 al 22 encontramos la manera de seguir al Rey celestial. Tal manera se revela mediante los casos de dos hombres que vinieron al Rey. El primero de ellos era un escriba, quien le dijo: “Maestro, te seguiré adondequiera que vayas”. Al declarar esto, no consideró el precio. Por lo tanto, el Rey le contestó en el versículo 20 de una manera que lo hizo estimar el costo.
En el versículo 20 el Señor le dijo al escriba que quería seguirlo: “Las zorras tienen madrigueras, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar Su cabeza”. Aquí el Señor se refirió a Sí mismo como el Hijo del Hombre. El nuevo Rey en Su ministerio real siempre mantuvo Su posición de Hijo del Hombre, hasta Mateo 16:13-17. El Rey del reino no tenía un lugar de reposo, así como lo tienen las zorras y las aves. Esto comprueba que el reino que El establecía no era material y terrenal, sino espiritual, es decir, de naturaleza celestial. Parece que el Señor decía al escriba: “¿Tienes tú la intención de seguirme a Mí? Seguramente has subestimado el precio. Tú, un escriba, un hombre bien preparado y de una posición alta en la sociedad, debes entender que Yo no soy nada y que no tengo nada. Tengo aun menos que las aves y las zorras, pues no tengo ni dónde recostar Mi cabeza”. Pienso que el escriba se desanimó y no lo siguió. El principio para seguir al Señor es el mismo hoy en día. Debemos considerar el precio, ya que no hay ningún disfrute material al seguir al Rey.
El versículo 21 dice: “Otro de los discípulos le dijo: Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre”. Al decir eso, este discípulo, que no era escriba, consideró demasiado lo que le iba a costar seguir al Rey del reino celestial. Este discípulo, aparentemente advertido por el primer caso, sobrestimó el costo. Parece que decía al Señor: “Te seguiré, pero mi padre está muerto. Permíteme primero regresar para enterrarlo, y luego me volveré para seguirte a Ti”.
Debido a que este discípulo sobrestimó el precio de seguir al Rey, el Rey le respondió animándolo a que le siguiera, a que no se preocupara por lo que le iba a costar, y a que dejara a otros el entierro de su padre. El Señor le dijo: “Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos”. ¡Cuán maravilloso es el Señor Jesús! A propósito El desanimó al primero y deliberadamente animó al segundo. El Señor fue muy sabio al tratar con la gente. Si yo hubiera sido el Señor Jesús, me habría emocionado al oír que un escriba quería seguirme, y lo habría animado a hacerlo. Sin embargo, el Señor actuó sobriamente con él y no lo animó en lo absoluto. Por el contrario, parecía decirle: “¿Deseas seguirme? Tienes una cama cómoda, y un lugar confortable dónde descansar. Pero si me sigues, no tendrás ni siquiera un lugar dónde recostar tu cabeza. Yo tengo aun menos que las zorras y las aves”. De este modo desanimó a esa persona de alto nivel. Mas para el discípulo que había sido advertido de no seguir al Señor de una manera ligera, el Señor tuvo una palabra de aliento. La palabra del Señor le animó que se olvidara de todos los preparativos con que estaba ocupado, que dejara que los muertos enterrasen a sus muertos, y que le siguiera.
Al ver estos dos casos nos damos cuenta de que no es asunto fácil relacionarnos con otros. ¿Cómo reaccionaría usted ante estas dos personas si vinieran a usted hoy? Probablemente los aceptaría a ambos. Sin embargo, el Señor hizo una distinción entre ellos: desanimó a uno y animó al otro.
En estos dos casos podemos ver la manera de seguir al Rey celestial. En primer lugar, al seguirle, no debemos esperar ningún bienestar material. En segundo lugar, debemos hacer a un lado los requerimientos de los muertos. El Señor le dijo al discípulo que dejase “que los muertos entierren a sus muertos”. La primera mención de los muertos son las personas que están muertas espiritualmente, como se menciona en Efesios 2:1, 5; la segunda, al padre del discípulo, quien había muerto físicamente. Al fin de cuentas los que están muertos espiritualmente cumplirán el deber de sepultar a los que han muerto físicamente. Por la experiencia hemos aprendido que no debemos regresar a cumplir el deber que tenemos para con los que han muerto. Dejemos que los muertos lleven a cabo ese deber para con los que mueren. Nosotros somos los vivientes y lo que debemos hacer es dejarlo todo y seguir al Rey. Pero debemos hacerlo sin esperar ningún disfrute material, porque puede ser que no tengamos nido, guarida ni un lugar dónde recostar la cabeza. Si no esperamos ningún disfrute material y si dejamos que los muertos se encarguen de sus muertos, podremos seguir al Señor.