Mensaje 26
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En Mt. 8:23-34; 9:1-8 vemos la autoridad del Rey. La secuencia que presenta Mateo es maravillosa. Después de que el Rey indicó que no tenía nada material, ni siquiera un hogar o un lugar donde descansar, y después de no permitir que Sus seguidores cumpliesen con sus deberes para con los muertos, la narración de Mateo revela la autoridad de este Rey. A pesar de que El no tenía nada, tenía autoridad. De Mateo 8:23 a 9:8 encontramos tres aspectos de Su autoridad: la autoridad sobre los vientos y el mar (Mt. 8:23-27), la autoridad sobre los demonios (Mt. 8:28-34) y la autoridad para perdonar pecados (9:1-8).
La autoridad del Señor se manifestó sobre los vientos y el mar. Esta no es una autoridad ordinaria, sino extraordinaria. El Señor se encontraba en una barca con Sus discípulos, cuando “se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca” (v. 24). Cuando los discípulos, temiendo por sus vidas, despertaron al Señor (v. 25), El les dijo: “¿Por qué os acobardáis así, hombres de poca fe?” (v. 26). La fe proviene de la palabra del Señor y depende de ella (Ro. 10-17). El Señor les había dado Su palabra en el versículo 18 diciéndoles que pasaran al otro lado. Si ellos hubieran creído esa palabra, no habrían tenido necesidad de orar como lo hicieron en el versículo 25. Esto significa que no habían comprendido plenamente la palabra del Señor; por lo tanto, su fe era pequeña.
El versículo 26 dice: “Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y sobrevino gran calma”. Mientras el Señor y los discípulos iban navegando hacia el otro lado del mar, donde echarían fuera demonios, algo en el aire y bajo el mar empezó a causarles dificultades. En el aire estaban los ángeles caídos y en el agua los demonios. Así que, el mandato del Señor no fue en realidad dirigido a los vientos ni al mar, sino a los ángeles caídos que se encontraban en el aire y a los demonios que estaban bajo el agua. No se reprende lo que no tiene vida, sino lo que tiene personalidad. El Rey reprendió a los vientos y al mar, debido a que en los vientos estaban los ángeles satánicos caídos (Ef. 6:12), y en el mar se encontraban los demonios (Mt. 8:32). Los ángeles caídos, que están en el aire, y los demonios, que están en el agua, se pusieron de acuerdo para impedir que el Rey fuera al otro lado del mar, porque sabían que allí echaría fuera a los demonios (vs. 28-32). Tan pronto como el Rey les ordenó a los ángeles caídos y a los demonios malignos que cesaran, ellos obedecieron de inmediato, y sobrevino una gran calma. El hecho de que fuera una “gran calma”, contrasta con la medida de la fe de los discípulos, la cual era pequeña (v. 26).
El versículo 27 dice: “Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué clase de hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?” En realidad no fueron los vientos y el mar los que obedecieron la autoridad del Rey, sino los ángeles caídos que estaban por encima de los vientos y los demonios que estaban debajo del mar. Por lo tanto, en los versículos del 23 al 27 vemos una manifestación de la autoridad sobrenatural del Rey. El Señor no tenía madriguera, nido, ni dónde recostar Su cabeza; sin embargo, tenía una autoridad sobrenatural sobre el ambiente natural. Era plenamente apto para ser el Rey del reino celestial. Aparte de El nunca existió sobre la tierra un Rey con una autoridad tan extraordinaria.
Cuando el Señor Jesús arribó a la tierra de los gadarenos, salieron a Su encuentro dos hombres poseídos por demonios. Cuando los dos endemoniados se encontraron con el Señor Jesús, los demonios clamaron diciendo: “¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?” (v. 29). El Rey se llamaba a Sí mismo el Hijo del Hombre (v. 20), pero los demonios lo llamaron Hijo de Dios, tentándolo para que se desviara de Su posición como Hijo de Hombre. Los demonios le preguntaron si había venido a atormentarlos antes de tiempo. La expresión “antes de tiempo” implica que Dios señaló un tiempo a partir del cual los demonios serían atormentados, y los demonios lo sabían. Este tiempo empezará después del milenio y durará eternamente. (Véase la nota de Apocalipsis 20:13 en la Versión Recobro).
Aquellos demonios, no queriendo ser atormentados antes de tiempo, rogaron al Señor Jesús, diciendo: “Si nos echas fuera, envíanos a la piara” (v. 31). El hecho de que los demonios le rogaran, indica que estaban bajo el poder y autoridad del Rey. El versículo 32 dice: “El les dijo: ¡Id! Y ellos salieron, y entraron en los cerdos; y he aquí, toda la piara se precipitó en el mar por un despeñadero, y perecieron en las aguas”. La palabra “¡Id!” fue la orden autoritaria del Rey, y los demonios la obedecieron. El Rey atendió al ruego de los demonios de entrar en los cerdos, ya que éstos son animales inmundos ante los ojos de Dios (Lv. 11:7). Los cerdos, incapaces de tolerar tal posesión por los demonios, se precipitaron en el mar. Los demonios consintieron en ello, porque el agua es su morada (12:43-44).
El Señor Jesús, al permitir que los demonios entrasen en los cerdos, no tenía por meta dañar la ocupación de los que apacentaban los cerdos; más bien, la destruyó con la esperanza de que aquellos que participaron en esa ocupación inmunda fuesen salvos y se volviesen a El. Los cerdos inmundos, condenados por Dios, no debían haber estado presentes.
Cuando los dueños de los cerdos oyeron lo que había sucedido, se ofendieron. El versículo 34 dice: “Y he aquí toda la ciudad salió al encuentro de Jesús; y cuando le vieron, le rogaron que se fuera de sus contornos”. Ellos rogaron al Señor Jesús que se fuera, y El lo hizo (9:1). Los habitantes de aquella ciudad, por haber perdido sus cerdos, rechazaron al Rey. Ellos preferían sus cerdos inmundos más que al Rey del reino celestial. Probablemente eran gentiles. (Gadara estaba a orillas del mar de Galilea, al otro lado de Galilea de los gentiles, 4:15). Ellos rechazaron al Rey celestial debido al modo inmundo que tenían de ganarse la vida.
La venida del Rey a este distrito puso todo en su lugar: no sólo fueron echados fuera los demonios de aquellos dos hombres, sino que los cerdos se ahogaron. Por tanto, toda la región fue limpiada, y los demonios regresaron a su morada. Esta fue una exhibición de la autoridad del Señor.
En Mateo 9:1-8 vemos la autoridad del Rey para perdonar pecados. Después de que el Señor llegó a Su propia ciudad, Capernaum, donde El habitaba (4:13), le fue traído un paralítico. El versículo 2 dice: “Y he aquí le trajeron un paralítico, tendido sobre una cama; y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten ánimo hijo; tus pecados te son perdonados”. Los hombres que trajeron al paralítico, hicieron un hueco en el techo de la casa donde el Señor estaba (Mr. 2:4). Con esto el Señor vio la fe que tenían. La mención de los pecados en el versículo 2 indica que el paralítico estaba enfermo por causa de sus pecados.
El versículo 3 dice: “Y he aquí que algunos de los escribas decían dentro de sí: Este blasfema”. Los escribas, confiados en que conocían las Escrituras, pensaban que sólo Dios tenía la potestad de perdonar pecados, y que Jesús, quien a los ojos de ellos sólo era un hombre, había blasfemado contra Dios cuando dijo: “Tus pecados te son perdonados”. Esto indica que ellos no comprendían que el Señor Jesús era Dios. Al decir esto, rechazaron al Rey del reino celestial. Este fue el primer rechazo por parte de los líderes de la religión judía. Según los escribas, el Señor Jesús estaba tomando sobre Sí la posición de Dios y estaba blasfemando contra El. Pero el Señor Jesús, por supuesto, no blasfemó en absoluto, ya que El es Dios. Como Dios, El no sólo tiene autoridad sobre el ambiente natural y sobre los demonios, sino que también tiene plena autoridad para perdonarle a la gente sus pecados.
El Señor conocía en Su espíritu (Mr. 2:8) los pensamientos de los escribas. En Mateo 9:4-5 dice: “Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Porque ¿qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?” La palabra griega traducida “pensamientos” también significa consideraciones, razonamientos, suposiciones malévolas con sentimiento intenso o pasión. Los escribas no tuvieron que expresar sus razonamientos, porque el Señor Jesús, por medio de la percepción de Su espíritu, podía discernir los razonamientos internos de sus corazones, y de hecho les preguntó acerca de éstos. El hecho de que el Señor pudiera percibir los pensamientos de los escribas, indica que El es verdaderamente Dios. Si no lo fuera, ¿cómo podría haber percibido sus pensamientos? Debemos notar que el Señor no dijo: “¿Qué es más difícil?” porque para El nada es difícil. Para El, decir: “Tus pecados te son perdonados” era más fácil que decir: “Levántate y anda”, porque nadie sabe si los pecados de uno son perdonados o no. Así que, es más fácil decir esto último. Por contraste, todo el mundo puede ver si una persona se levanta y camina.
En la salvación que el Señor nos concede, El no solamente perdona nuestros pecados, sino que también hace que nos levantemos y andemos. No se trata de que nos levantemos y andemos primero, y luego seamos perdonados de nuestros pecados; una salvación así sería por obras. Por el contrario, primero somos perdonados de nuestros pecados, y luego nos levantamos y andamos; tal salvación es por gracia.
El versículo 6 dice: “Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados —dice entonces al paralítico—: ¡Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa!” Perdonar pecados es un asunto de autoridad en la tierra. Sólo el Salvador real, quien había sido autorizado por Dios y quien iba a morir para redimir a los pecadores, tenía tal potestad (Hch. 5:31; 10:43; 13:38). Esta potestad tenía como fin establecer el reino de los cielos (Mt. 16:19).
El Señor capacitó al paralítico no sólo para que anduviera, sino también para que tomara su lecho. Anteriormente el lecho lo había llevado a él; ahora él llevaba el lecho. Este es el poder de la obra salvadora del Señor. Este paralítico fue traído al Señor por otros, pero regresó a casa por sí mismo, lo cual indica que el pecador por sí mismo no puede acudir al Señor, pero a causa de la salvación, tiene el poder de regresar a casa andando.
El versículo 7 dice: “Entonces él se levantó y se fue a su casa”. El hecho de que el paralítico se levantara y se fuera comprobó que había sido sanado, y su sanidad demostró que sus pecados habían sido perdonados. Esto fue una clara evidencia de que el Señor Jesús tenía autoridad para perdonar los pecados de la gente.
Lo que estos casos nos revelan no es el poder de Cristo, sino la autoridad del Rey celestial. La autoridad, por supuesto, es respaldada por el poder. No obstante, la autoridad es superior al poder. Algunos podrían tener poder, pero sin autoridad. Fue necesario que Jesús, el Señor, mostrara a Sus seguidores Su autoridad para poder ser vindicado como el Rey celestial. Esta autoridad es para enfrentar lo negativo, es decir, el ambiente adverso instigado por los espíritus malignos, los demonios y los pecados que corrompen. Cristo como el Rey celestial tiene la plena autoridad para enfrentar todo esto, y todo ello es subyugado bajo Su autoridad. Esto introduce el establecimiento de Su reino celestial sobre la tierra.
Si agrupamos todos los casos narrados en el paisaje que extiende de Mateo 8:1 a 9:8, podemos ver un cuadro claro de quién es este Rey celestial. El es el Salvador de los judíos así como de los gentiles. Además, El será el Salvador de los judíos arrepentidos, como también el que restaurará plenamente toda la tierra en el milenio. El tiene autoridad sobre los vientos, el mar y los demonios y también tiene autoridad para perdonar los pecados de la gente y para lograr que esa gente se levante y ande. Si hemos de seguir a este Rey celestial, no debemos esperar ningún disfrute material y debemos pasar por alto las obligaciones y deberes para con los muertos. La vista panorámica de estos pasajes de la Palabra nos proporciona un vívido cuadro del Rey celestial.