Mensaje 27
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En Mt. 9:9-17 llegamos a una porción muy fina, dulce e íntima del Evangelio de Mateo. Después de que el Rey promulgó la constitución del reino de los cielos y de que manifestó Su autoridad como el Rey en muchas situaciones, en los versículos del Mt. 9:9-13 lo encontramos regocijándose y comiendo con los pecadores.
En Mateo 9:9 se narra el llamamiento de Mateo. Este versículo dice: “Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: “Sígueme. Y éste se levantó y lo siguió”. Mateo, también era llamado Leví (Mr. 2:14; Lc. 5:27). Era un recaudador de impuestos que llegó a ser apóstol por la gracia de Dios (Mt. 10:2-3; Hch. 1:13, 26). Mateo fue el escritor de este evangelio.
El llamamiento de Mateo es de alguna manera diferente del llamamiento de Pedro, de Andrés, de Jacobo y de Juan. Cuando Pedro y Andrés fueron llamados, se encontraban echando la red al mar; y cuando Jacobo y Juan fueron llamados, se hallaban ocupados remendando sus redes. Cuando el Señor los llamó, de inmediato dejaron su trabajo y le siguieron. Mientras el Señor Jesús pasaba por el banco de los tributos públicos, donde se encontraban los recaudadores de impuestos, vio a Mateo, y lo llamó, y él lo siguió. De acuerdo con lo narrado en 9:9, parece que ésa fue la primera ocasión en que el Señor vio a Mateo. Debe haber existido cierto poder atractivo en el Señor, tanto en Su hablar como en apariencia, que causó que Mateo lo siguiera.
Seguir al Señor implica creer en El, pues nadie lo seguiría si no creyera en El. Creer en el Señor significa ser salvo (Hch. 16:31), y seguirlo es entrar por la puerta estrecha y andar por el camino angosto, para participar del reino de los cielos (Mt. 7:13-14).
El versículo 10 dice: “Y aconteció que estando El reclinado a la mesa en la casa, he aquí que muchos recaudadores de impuestos y pecadores, que habían venido, se reclinaron a la mesa con Jesús y Sus discípulos”. La casa mencionada en este versículo pertenecía a Mateo (Lc. 5:29; Mr. 2:15). Por ser el escritor de este libro, Mateo prefirió no decir que era su propia casa, ni que él había preparado aquel gran banquete para el Señor, lo cual muestra su humildad. Sin embargo, Lucas 5:29 dice claramente que Leví, quien era Mateo “le hizo gran banquete en su casa”. Así que, Mateo abrió su casa y preparó una gran cena para el Señor y Sus discípulos.
El versículo 10 dice que “muchos recaudadores de impuestos y pecadores, que habían venido, se reclinaron a la mesa con Jesús y Sus discípulos”. Esto revela la clase de persona que era Mateo. El era un pecador y despreciado recaudador de impuestos que tenía muchos amigos pecadores. Si él no hubiera sido tal clase de persona de baja moral, entonces, ¿por qué se encontraban únicamente recaudadores de impuestos y pecadores cenando en su casa junto con el Señor Jesús, y no gente de categoría más alta? A pesar de que Mateo era una persona tan baja, fue convertido no sólo en discípulo, sino en uno de los doce apóstoles.
Los recaudadores de impuestos eran, por lo general, personas menospreciadas. La mayoría de los recaudadores de impuestos abusaban de su oficio exigiendo más de lo debido por medio de acusaciones falsas (Lc. 3:12-13; 19:2, 8). Pagar impuestos a los romanos les causaba mucha amargura a los judíos. Los recaudadores de impuestos eran menospreciados y considerados indignos de respeto (Lc. 18:9-10). Debido a esto, eran clasificados como pecadores (Mt. 9:10-11). ¡Cuánto le adoramos al Señor porque incluso una persona de tan bajo nivel moral como lo era Mateo, bajo la misericordia de Dios y por Su gracia, pudo llegar a ser un apóstol! Después de ser salvo, Mateo estaba tan agradecido al Señor, que abrió su casa y preparó un banquete para El y Sus discípulos. Esta es la manera dulce e íntima con la que empieza esta sección de la Palabra.
El versículo 11 dice: “Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a Sus discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con recaudadores de impuestos y pecadores?” Los fariseos, la secta religiosa más estricta de los judíos, estaban orgullosos de su vida de santidad superior, su devoción para Dios y su conocimiento de las Escrituras. Mientras el Señor Jesús estaba disfrutando el banquete con todos los recaudadores de impuestos y pecadores, los fariseos lo criticaban y condenaban, y preguntaban a los discípulos del Señor por qué razón su Maestro comía con tales personas. Esta pregunta indica que los fariseos, justos en su propia opinión, no conocían la gracia de Dios. Ellos pensaban que Dios solamente trata al hombre según la justicia. Al hacer esta pregunta, quedaron expuestos como disidentes del Rey celestial y, por ende, como personas que lo habían rechazado. De este modo los líderes de la religión judía seguían rechazando al Rey celestial, rechazo que fue iniciado en el versículo 3.
El Señor aprovechó la oportunidad que la pregunta de los fariseos le proporcionó, para dar una preciosa revelación de Sí mismo presentándose como el Médico. En el versículo 12 vemos la manera en que el Señor respondió a la pregunta de los fariseos: “Los que están fuertes no tienen necesidad de médico, sino los enfermos”. El Señor les decía a los fariseos que esos recaudadores de impuestos y pecadores eran pacientes, enfermos, por lo que para ellos El no era un juez, sino un médico, un sanador. El Rey del reino celestial, al llamar a la gente a seguirlo para el reino, ministraba como médico y no como juez. El juicio del juez se efectúa de acuerdo con la justicia, mientras que la sanidad que ofrecía tal médico se llevaba a cabo conforme a la misericordia y a la gracia. Aquellos a quienes el Señor constituyó ciudadanos de Su reino celestial, habían sido leprosos (8:2-4), paralíticos (8:5-13; 9:2-8), personas con fiebre (8:14-15), endemoniados (8:16, 28-32), enfermos con toda clase de dolencias (8:16), menospreciados recaudadores de impuestos, y pecadores (9:9-11). Si el Señor hubiera visitado a esa miserable gente con una actitud de juez, todos habrían sido condenados y rechazados, y ninguno habría sido capacitado, elegido ni llamado para ser parte de Su reino celestial. Lejos de esto, El vino a ministrarles como un médico para sanarlos, recobrarlos, reavivarlos y salvarlos, a fin de formar en ellos una nueva constitución para que llegaran a ser Sus nuevos ciudadanos celestiales, con los cuales El pudiera establecer Su reino celestial en la tierra corrupta. Las palabras del Señor aquí implican que los fariseos, justos en su propia opinión, no reconocieron que ellos también le necesitaban como su médico. Ellos se consideraban a sí mismos fuertes; así que, cegados por creerse justos, no sabían que estaban enfermos.
Los fariseos justos, como se llamaban a sí mismos, criticaron al Señor Jesús y condenaron a toda aquella gente impura. No obstante, el Señor parecía decirles: “Esta gente no es impura; sino que son personas enfermas. Yo no he venido como un juez para condenarlos, sino como un médico, como su querido, apreciado e íntimo sanador”. Mientras el Señor Jesús hablaba estas palabras, indicaba sin duda que los fariseos, quienes se creían justos, en realidad estaban tan enfermos como aquellos.
El Señor dirigió una palabra adicional a los fariseos en el versículo 13: “Id, pues, y aprended lo que significa: ‘Misericordia quiero, y no sacrificio’. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”. Los fariseos, quienes se creían justos, dieron por sentado que conocían todo lo relacionado con Dios, pero el Señor, para humillarlos, les dijo que les faltaba aprender algo.
La misericordia es parte de la gracia que el hombre recibe de Dios. Sin embargo, a los hombres que se creen justos, no les gusta recibir misericordia ni gracia de Dios; prefieren darle algo a El. Esto va en contra del camino de Dios en Su economía. Pues de la manera en que Dios desea mostrarse misericordioso para con los pecadores miserables, asimismo El quiere que nosotros también tengamos misericordia de otros, en amor (Mi. 6:6-8; Mr. 12:33).
El Señor aquí manifiesta que no vino a llamar a los justos sino a los pecadores. En realidad, no hay justo ni aun uno (Ro. 3:10). Todos los “justos” son justos en su propia opinión, como lo eran los fariseos (Lc. 18:9). El Salvador real no vino a llamar a los “justos”, sino a los pecadores. Los fariseos estaban orgullosos de su conocimiento de las Escrituras y pensaban que conocían la Biblia muy bien. Sin embargo, el Señor Jesús les dijo que fueran y aprendieran algo; que aprendieran el significado de: “Misericordia quiero, y no sacrificio”. Parece como si el Señor les dijera: “Vosotros los fariseos, sois justos en vuestra propia opinión, y condenáis sin misericordia a esta gente. Pero debéis aprender que Dios desea misericordia. Ahora es el tiempo para que Yo les prodiga la misericordia de Dios a personas en una condición tan lamentable. No estoy aquí como juez, sino como un amoroso médico que toma cuidado de sus problemas; y estoy sanándolos”.
¿Es usted justo? Si dice: “No, no lo soy”, es bienaventurado. Bienaventurados aquellos que piensan que no son justos, sino que reconocen que son pecadores. La base de esto es que el Señor no vino a llamar a justos, sino a pecadores. El Señor podía decir a los que eran justos en su propia opinión: “Si vosotros os consideráis justos, no sois dignos de que vaya a vosotros, ya que vine por los pecadores. No os consideréis justos; por el contrario, debéis comprender cuán pecaminosos sois. Si os consideráis pecadores, entonces estáis preparados para Mi venida”.
Sin el medio ambiente descrito en estos versículos, el Señor Jesús no hubiera tenido la oportunidad de revelarse a Sí mismo como el Médico. El Señor no sólo dijo a Sus discípulos: “Debéis saber que no he venido como un juez, sino como un médico”, lo cual hubiera sido meramente una doctrina, sino que mientras el Señor estaba cenando con todos aquellos enfermos, se reveló a Sí mismo como el Médico. Los recaudadores de impuestos y pecadores no estaban enfermos física, sino espiritualmente. Mientras el Señor Jesús les estaba comiendo con ellos, los estaba sanando. El Señor, estaba diciendo a los fariseos: “Fariseos, vosotros sois jueces, pero Yo soy el Médico. Como médico, puedo sanar sólo a los que están enfermos. Si os parece que no lo estáis, entonces no tengo nada que hacer con vosotros; no puedo sanaros. Yo he venido para llamar a los pecadores, a los enfermos, y no a los justos ni a los sanos. ¿En qué lado os encontráis; en el de los justos o en el de los pecadores? Si tomáis el lado de los pecadores, entonces Yo estoy aquí para ser vuestro Médico”.
Mateo revela más de treinta y tres aspectos de Cristo, uno de los cuales menciona que Cristo es el Médico. El no sólo es nuestro Rey, nuestro Salvador y nuestra vida, sino que también es nuestro Médico. Si ésta es nuestra visión, tendremos fe en El y confiaremos en El cuando estemos enfermos física, espiritual o mentalmente. Necesitamos confiar en El como nuestro Médico.
El Evangelio de Mateo es un libro sobre el reino, pero además, es un libro lleno de las riquezas del Rey celestial. Este Rey celestial es nuestro Médico, y tiene autoridad para sanar. Su sanidad no es simplemente un asunto de poder, sino de autoridad. Para sanarnos no es necesario que El nos toque directamente; sólo necesita decir una palabra, y Su autoridad vendrá con Su palabra. Recordemos el caso de la sanidad del siervo del centurión. El centurión dijo al Señor: “Solamente di la palabra, y mi criado quedará sano” (8:8). Además, el centurión podía decir: “Porque yo también soy un hombre bajo autoridad, y tengo bajo mi autoridad a muchos otros, y simplemente digo una palabra, y la obedecen; porque con mi palabra hay autoridad. Señor, no necesitas venir a mi casa. Simplemente da una palabra, y Tu autoridad irá con Tu palabra”. La palabra del Señor no nos sana con poder, sino con autoridad. A menudo los cristianos creen que el Señor sana porque es capaz para hacerlo, el cual es un concepto natural. La sanidad del Señor no se trata de Su habilidad para sanar, sino de Su autoridad. Lo único que tiene que hacer, es decir: “Enfermedad, vete”. Esto es la autoridad. Con esta misma autoridad El es también plenamente capaz de ordenar a una enfermedad mental que se aparte. Así que, El nos sana con autoridad.
Debido a que los fariseos eran tan religiosos y justos en su propia opinión, el Señor los enfrentó. Ellos pensaban, según su concepto religioso, que el Señor rechazaría a los recaudadores de impuestos y pecadores. El Señor aprovechó el concepto religioso de los fariseos, para revelarse a Sí mismo como el Médico. Parece como si El dijera: “Vosotros los fariseos religiosos estáis errados. No estoy aquí como un juez para condenar a los hombres, sino como un médico que los sana. Y quisiera sanaros a vosotros también, si estuvierais dispuestos a ser sanados”. ¡Cuán dulce e íntima es esta porción de la Palabra!
Como un libro de doctrinas, Mateo nos presenta otro caso en los versículos del 14 al 17 del capítulo nueve: el de los que ayunaban por no contar con la presencia del Novio. El versículo 14 dice: “Entonces se le acercaron los discípulos de Juan, diciendo: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos mucho, y Tus discípulos no ayunan?” Los versículos del 10 al 13 relatan la manera en que el Señor respondió a la pregunta de los fariseos, quienes permanecían en la religión antigua. Más adelante, en los versículos del 14 al 17 el Señor se encuentra con el problema de los discípulos de Juan, quienes se encontraban en la nueva religión. Juan el Bautista había abandonado la religión antigua y comenzado su ministerio en el desierto, fuera de la religión. Sin embargo, al poco tiempo, los discípulos de Juan formaron una religión nueva que impedía que los hombres disfrutaran a Cristo, tal como lo habían hecho los fariseos con la religión antigua. El ministerio de Juan el Bautista hacía que los hombres conocieran a Cristo, a fin de que El llegara a ser el Redentor, la vida y el todo de ellos. No obstante, algunos de los discípulos de Juan se desviaron de la meta, que era Cristo, y se aferraron a algunas de las prácticas de Juan, transformándolas en una religión. Ser religioso significa hacer algo para Dios, pero sin Cristo. Todo lo que hagamos sin la presencia de Cristo es meramente religioso, aun cuando se trate de algo bíblico y ortodoxo. Tanto los discípulos de Juan, quienes pertenecían a la nueva religión, como los fariseos, que pertenecían a la antigua, ayunaban mucho, pero lo hacían sin Cristo. Ellos carecían de la presencia de Cristo, el Novio, y por eso hicieron del ayuno un formalismo religioso. Mientras tanto, censuraban a los discípulos de Cristo, quienes no ayunaban pero tenían a Cristo consigo y vivían en Su presencia.
Juan el Bautista nació sacerdote, pero pronto abandonó por completo todo lo relacionado con la religión. Sin embargo, antes de cumplir tres años en prisión, sus discípulos ya habían formado una nueva religión. El propósito de tener una religión es adorar a Dios, servirle y realizar ciertas prácticas para agradarle, pero sin la presencia de Cristo. La religión es cualquier cosa que usted haga para Dios, sin la presencia del Espíritu y sin Cristo. Los fariseos llevaban a cabo un gran número de obras para Dios, pero Cristo no estaba en ellas. Servían grandemente a Dios sin contar con el Espíritu. De la misma manera, los discípulos de Juan el Bautista practicaban el ayuno sin Cristo y sin el Espíritu, a pesar de que lo hacían para Dios. De esta manera ellos formaron otra religión. Por lo tanto, en el versículo 14 encontramos la antigua religión de los fariseos, y la nueva religión de los discípulos de Juan.
¡Qué fácil es formar una religión! No piense que se puede librar de la religión simplemente por abandonar un método y adoptar uno nuevo. No importa si el método es nuevo o viejo, en tanto que no tenga a Cristo, ni al Espíritu, será una religión. Un método puede ser simplemente una religión nueva. Recordemos que la religión es hacer obras para agradar a Dios, sin Cristo y sin el Espíritu.
A los fariseos, que se creían justos y pertenecían a la religión antigua, les molestó que Cristo fuera amigo de los recaudadores de impuestos y los pecadores, personas que ellos condenaban (v. 11). Ellos también condenaron al Señor por cenar con los pecadores. A los discípulos de Juan, los cuales ayunaban y pertenecían a la religión nueva, les molestó que Cristo y Sus discípulos cenaran (v. 14), y los condenaron por no ayunar. La situación es similar hoy en día. Los religiosos nos condenan por todo. ¿Qué debemos entonces hacer? Debemos quedarnos con el Médico.
En el caso de la nueva religión, el Señor no sólo es el Médico, sino también el Novio. En el versículo 15, el Señor Jesús les dijo: “¿Acaso pueden los compañeros del novio tener luto mientras el novio está con ellos? Pero vendrán días cuando el novio les será quitado, entonces ayunarán”. Los médicos así como los novios son personas agradables. Aprecio la sabiduría del Señor. En el caso de los fariseos, El se identificó como un médico. Pero en el caso de los discípulos de Juan, se compara a Sí mismo con un novio en las bodas. El Señor pregunta si los compañeros del novio pueden tener luto mientras el novio está con ellos. Estar con el novio es motivo de regocijo. Pero cuando el Novio les sea quitado, entonces ayunarán.
La expresión “los compañeros del novio” se refiere a los discípulos del Señor. En el período de transición del ministerio del Señor en la tierra, Sus discípulos eran los compañeros del Novio; más tarde ellos serán la novia (Jn. 3:29; Ap. 19:7). El Novio les fue quitado a los compañeros del Novio cuando el Salvador real fue tomado de entre los discípulos al cielo (Hch. 1:11). Después de eso, ellos ayunaron (Hch. 13:2-3; 14:23).
El Salvador real, al dirigirse a los fariseos, que eran disidentes y justos en su propia opinión, y pertenecían a la religión antigua, indicó que El era un médico que había venido para sanar a los enfermos (v. 12). Al dirigirse a los discípulos de Juan, que eran disidentes, ayunaban y pertenecían a la religión nueva, el Señor se reveló como el Novio que había venido para tomar a la novia. Juan el Bautista había dicho a sus discípulos que Cristo era el Novio que había venido para tomar a la novia (Jn. 3:25-29). En este pasaje, Cristo, el Salvador real, les recuerda esto a algunos de ellos. El Salvador real primeramente sanó a Sus seguidores, y luego hizo de ellos los compañeros del Novio. Al final, El los hará Su novia. Ellos debían asirse de El, no sólo como a un médico para recuperar la salud, sino también como a un novio para tener el gozo de vivir en Su presencia. Ellos estaban en una boda gozosa con El, y no en un funeral triste sin El. ¿Cómo, pues, podrían ayunar y no festejar delante de El? Esta pregunta disidente que provino de los discípulos de Juan indicaba que algunos de ellos habían caído en una religión nueva y que también habían rechazado al Salvador real.
La pregunta de los discípulos de Juan parecía estar relacionada con la doctrina. Pero el Señor no respondió con una doctrina, sino con una persona, la persona más agradable: el Novio. Los religiosos siempre se preocupan por la doctrina, preguntando: “¿Por qué?” Pero Cristo sólo se ocupa de Su persona. El vivir y andar de Sus seguidores debe ser gobernado y dirigido solamente por Su persona y Su presencia, y no por ninguna doctrina.
Sería ridículo que alguien ayunara en una boda. Además, ayunar mientras otros disfrutan la fiesta de boda sería un insulto para el novio. Aquí vemos la sabiduría del Señor. El no discutió con ellos, pero ciertamente condenó a los religiosos. Parece como si el Señor dijera: “Vosotros los religiosos os habéis desviado. ¿No comprendéis que Yo soy el Novio y que todos Mis discípulos son los compañeros del Novio? Ellos no deben estar ayunando, sino disfrutando un banquete conmigo”. Sin estos dos casos, el Señor Jesús nunca podría haber sido revelado como el Médico y el Novio. Debemos agradecer al Señor por los fariseos y por los discípulos de Juan. Deberíamos además agradecerle por todas las religiones, ya que sin las ocasiones proporcionadas por la religión, el Señor no podría haberse revelado en tantos aspectos diferentes. Hoy en día sucede lo mismo.