Mensaje 29
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En Mt. 9 Cristo es revelado como el Médico, el Novio, y aun como la tela no encogida, el vino nuevo y el odre nuevo. Después de esto, se necesita una revelación adicional de Su persona, la cual requiere cierto ambiente que le permita a Cristo revelarse en otro aspecto. Cristo revelado a nosotros no es un asunto doctrinal, y por eso, esta revelación siempre requiere un ambiente particular. En el capítulo nueve Cristo es revelado en muchos aspectos dulces, preciosos y agradables. El ambiente necesario para la revelación de Cristo en el capítulo nueve fue producido por Su ministerio. En efecto, el ambiente necesario para revelar a Cristo siempre proviene de Su ministerio. Cristo inició Su ministerio en el capítulo cuatro. Después de llamar a los primeros cuatro discípulos y de atraer a grandes multitudes, subió al monte, donde promulgó la constitución del reino de los cielos. Después de descender del monte continuó Su ministerio. Antes de dar la constitución sobre el monte, Su ministerio fue bueno para dicha constitución, pero no fue suficiente para las siguientes revelaciones acerca de quién es El en todos Sus aspectos. Para que El fuera revelado en los tiernos aspectos que encontramos en el capítulo nueve, era necesario la continuación de Su ministerio. El avance de Su ministerio creó el ambiente adecuado para que El pudiera ser revelado no sólo como el Rey, sino también como el Médico, el Novio, la tela nueva, el vino nuevo y el odre nuevo. Si no vemos el ministerio de tal manera, y no vemos el ambiente creado por este ministerio para la revelación de la persona de Cristo, y si no vemos todos los aspectos de lo que Cristo es, podemos leer el Evangelio de Mateo cien veces sin recibir nada de él. Este nos parecerá un simple libro de historias o doctrinas; pero nunca recibiremos ninguna luz de él. Si deseamos recibir luz del Evangelio de Mateo, primero debemos ver al Rey celestial. Después de que Cristo fue ungido y probado, inició Su ministerio. Su ministerio es crucial porque es absolutamente necesario para Su revelación. Cristo no sólo nos dijo que El era el Médico, el Novio, la tela nueva, el vino nuevo y el odre nuevo, lo cual sería semejante a la enseñanza impartida en un seminario. ¡Qué triste sería simplemente reunir a un grupo de personas y enseñarles meramente lo que Cristo es! Repito, para recibir la revelación de Cristo es necesario el ambiente creado por Su ministerio.
En la continuación de Su ministerio, el Rey llevó a cabo muchas señales: sanó al leproso, al siervo del centurión romano y a la suegra de Pedro. Después de esto, sanó a muchas otras personas. Este era Su ministerio. La continuación del ministerio del Rey fue diferente de su inicio, porque en el inicio de Su ministerio no hubo señales con respecto a cierta dispensación. Por el contrario, El conoció a la gente, la atrajo y la cautivó. Debido a que una gran multitud le siguió, fue capaz de dar la promulgación de la constitución del reino de los cielos.
Aunque Mateo es un libro sobre el reino, es también una revelación de Cristo. Cierto día Cristo guió a Sus discípulos a Cesarea de Filipo y les preguntó: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” (16:13). Después de que ellos dieron algunas respuestas, El les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?” (v. 15). Esto indica que el libro del reino revela quién es Cristo. ¡Qué bendición es poder ver la revelación de Cristo en este libro! La genealogía de Cristo en el capítulo uno es una revelación de Cristo como hijo de David, hijo de Abraham y la prole de un matrimonio [el de José y María] que une las dos líneas de los descendientes de David. Según el capítulo uno de Mateo, Jesús no es cualquier persona. El es Jehová el Salvador y Emanuel (Dios con nosotros). Cristo es el hijo de David, el hijo de Abraham, la simiente de la mujer, Jehová el Salvador y Emanuel, Dios con nosotros. En el capítulo dos le hicieron una visita a El como a un rey. Así que, el capítulo dos revela que El es el Rey. En el capítulo tres, este Rey es recomendado y ungido; y en el capítulo cuatro es puesto a prueba, hecho apto y aprobado. Entonces, después de pasar la prueba, este Rey inició Su ministerio. Por medio de Su ministerio atrajo a grandes multitudes. Después de promulgar la constitución del reino de los cielos, continuó Su ministerio, realizando algunas señales cuyo significado se relacionaba con aquella dispensación. Estas señales o milagros significan que El vino a salvar primeramente a los judíos, y luego se volvió de los judíos a los gentiles. Esas señales también significan que después de la plenitud de la salvación de los gentiles, Cristo volverá Su salvación de nuevo a los judíos. Entonces tendrá lugar la restauración total de la tierra, durante el milenio. En ese tiempo, toda enfermedad será sanada. Mediante la continuación del ministerio del Rey, cierto ambiente, un banquete, fue preparado, lo cual fue resultado del ministerio de Cristo. Por medio de Su ministerio el Señor ganó a un pecador, a un recaudador de impuestos llamado Mateo, quien preparó un gran banquete para el Señor y Sus discípulos. Mateo también invitó a este banquete a un gran número de sus amigos, quienes también eran pecadores y recaudadores de impuestos. Hay un proverbio que dice que conocemos la clase de persona que uno es, viendo la clase de amigos que tiene. Mateo, un recaudador de impuestos, tenía amigos que eran recaudadores de impuestos y pecadores. El banquete preparado por Mateo produjo el ambiente adecuado para que el Señor se revelara a Sí mismo como el Médico, como el Novio, como la tela nueva que nos cubre, como el vino nuevo que nos llena y como el odre nuevo que preserva el vino que hemos recibido. Cristo pudo ser revelado en todos esos aspectos gracias al ambiente producido por Su ministerio.
La situación es la misma hoy en día. Sin el ministerio, nada de Cristo y nada en cuanto a la iglesia podría ser revelado. Yo no puedo reunir a un grupo de personas y presentarles una lectura. En esa clase de ambiente yo simplemente no tendría nada que decir. Pero en la atmósfera adecuada puedo hablar de un aspecto de Cristo tras otro. ¡Qué Cristo tenemos! Debemos agradecer al Señor por Su ministerio y por el ambiente que El produce mediante Su ministerio. Aun los fariseos de la religión antigua y los discípulos de Juan de la religión nueva, fueron utilizados por el Señor. La religión antigua proporcionó al Señor la oportunidad para revelarse como el Médico, y la religión nueva le dio la oportunidad de revelarse como el Novio, la tela nueva, el vino nuevo y el odre nuevo. Tenemos que decir: “Gracias a ustedes los fariseos, y gracias a ustedes los discípulos de Juan. Sin ustedes no podríamos tener esta visión de Cristo. Sin ustedes nunca habríamos sabido que nuestro Rey celestial es el Médico, el Novio, la tela nueva, el vino nuevo y el odre nuevo”.
Cuando era joven, leí los capítulos ocho y nueve de Mateo sin ver nada. Leí acerca de la tela nueva, el vino nuevo, y el odre nuevo, pero ninguna de estas cosas me impresionaron en absoluto. Más tarde, en el ambiente apropiado, mis ojos fueron abiertos para ver cuán dulce y agradable es el Señor Jesús. ¡Oh, El es nuestro Novio! ¡Cuán agradable! El es la tela nueva, nuestra cubierta y el vino nuevo que nos satisface. Y El es también el odre nuevo, el recipiente. También logré ver las cuatro clases de cristianos presentados en estos puntos: los modernistas, los fundamentalistas, la gente de la vida interior y la gente de la iglesia. Estoy tan contento de estar entre la gente de la iglesia, pues disfruto estando en el nuevo odre; aquí estoy cubierto con la nueva vestidura, bebiendo del vino nuevo, permaneciendo en el odre nuevo y disfrutando de la presencia del Novio. ¡Qué maravilloso es esto! ¡Este es nuestro Cristo! Hoy sabemos lo que la iglesia es. ¡Estamos disfrutando la vida de iglesia con Cristo! En el recobro del Señor, Cristo es nuestro Novio, nuestro nuevo vestido, nuestro nuevo vino y nuestro nuevo odre. Por lo tanto, bien podemos acuñar una nueva expresión: estamos “igleseando con Cristo”.
En Mateo 9:18-34 encontramos más señales con un significado relacionado a la dispensación. Estos versículos describen brevemente esta era y la era venidera; por lo tanto, este pasaje tiene un significado dispensacional, así como el de Mateo 8:1-17. La hija del hombre principal de la sinagoga representa a los judíos, y la mujer que padecía flujo de sangre representa a los gentiles. Cuando la hija murió, la mujer fue sanada. Después de que la mujer fue sanada, la hija fue resucitada. Posteriormente, dos ciegos y un mudo fueron sanados. Este es un tipo que muestra que cuando los judíos fueron cortados, los gentiles fueron salvos, y que después de que se cumpla la salvación de los gentiles, los judíos serán salvos (Ro. 11:15, 17, 19, 23-26). Después de eso, comenzará el milenio, en el cual todos los ciegos y los mudos serán sanados (Is. 35:5-6).
El versículo 18 dice: “Mientras El les decía estas cosas, he aquí vino un hombre principal y le adoró, diciendo: Mi hija acaba de morir; mas ven y pon Tu mano sobre ella, y vivirá”. El hombre principal de la sinagoga aquí (Mr. 5:22; Lc. 8:41) se llamaba Jairo, que significa él iluminará, o iluminado, lo cual indica que el Señor iluminará a los gentiles (Hch. 13:46-48), y que los judíos también serán iluminados. Según la narración de también Marcos y de Lucas, la hija del hombre principal de la sinagoga tenía doce años. Este hombre tenía mucho interés en el Rey celestial, pero no tenía tanta fe como el centurión. El centurión había dicho al Señor Jesús que no era necesario ni siquiera que fuera a su casa, sino que con decir una palabra era suficiente. Si el principal de la sinagoga hubiera tenido tal clase de fe, su hija hubiera sido sanada. Sin embargo, él le había pedido al Señor que viniera a su casa y que pusiera Su mano sobre ella. Su fe sólo llegaba hasta este punto, no más allá. El Señor Jesús, teniendo compasión de él, se puso de pie y lo siguió.
En el camino hacia la casa del hombre principal de la sinagoga, una mujer que había padecido flujo de sangre durante doce años “se le acercó por detrás y tocó los flecos de Su manto”. Esta mujer sufría de flujo de sangre, una hemorragia o derrame de sangre (Lv. 15:25). La vida de la carne está en la sangre (Lv. 17:11). Por lo tanto, esta enfermedad representa la vida que se desvanece. La mujer había estado enferma por doce años, la edad que tenía la hija del hombre principal de la sinagoga (Lc. 8:42). Esta mujer se acercó al Señor por detrás y tocó los flecos de Su manto, porque decía dentro de sí: “Si tan sólo toco Su manto, seré sana”. Tanto la mujer como el centurión de 8:5-10 representan a los gentiles. Ellos vinieron para tener contacto con el Señor de la misma manera: vinieron con fe. La mujer fue sanada mientras el Señor iba en camino a la casa del principal de la sinagoga. Esto significa que los gentiles son salvos mientras Cristo va en camino a la casa de Israel.
El manto del Señor representa las obras justas de Cristo, y los flecos representan el gobierno celestial. Según Números 15:38-40, los israelitas varones tenían que portar flecos azules en sus mantos. El borde de color azul significaba que su vivir y su andar estaban restringidos por una limitación celestial. Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, probablemente se vestía de esta manera. La vestidura representa las virtudes de la conducta humana. El poder sanador del Señor Jesús estaba en Sus virtudes humanas. Por lo que, cuando la mujer enferma tocó el borde de Su manto, el poder de Sus virtudes se transfirió a ella, sanándola. La virtud del poder sanador de Cristo procede de las obras de Cristo, las cuales se cumplen bajo el gobierno celestial (Mt. 14:36).
La sanidad de la mujer que tenía flujo de sangre indica que el Señor fue alcanzado y tocado por los gentiles en Su trayecto hacia los judíos. De acuerdo con la historia, los gentiles están enfermos, y los judíos están creciendo y madurando para morir. En otras palabras, los gentiles están enfermos y los judíos están muriendo. La niña judía tenía doce años de edad, y la mujer estaba enferma desde hace doce años. Durante doce años la mujer sufrió flujo de sangre, y también durante el mismo período la niña estuvo creciendo para morir. Esto significa que mientras los gentiles están enfermos por el pecado, los judíos avanzan hacia la muerte. Después de que la mujer fue sanada, el Señor Jesús llegó a la casa del gobernante judío, lo cual significa que cuando la salvación de los gentiles llegue a su plenitud, Cristo alcanzará a la casa de Israel.
En Mateo 9:23-26 vemos la sanidad de la hija del hombre principal de la sinagoga. La hija aquí, y la suegra de Pedro mencionada en 8:14-15, quienes representan a los judíos al final de esta era, fueron sanadas en una casa mediante la venida del Señor y por Su toque directo. Esto indica que al final de esta era, todo el remanente de los judíos será salvo en la casa de Israel por la venida del Señor y por Su toque directo (Ro. 11:25-26; Zac. 12:10).
Al llegar Jesús a la casa del hombre principal, vio a los que tocaban flautas y a la multitud que hacía alboroto, y les dijo: “Apartaos, porque la niña no está muerta, sino que duerme. Y se burlaban de El” (vs. 23-24). En Su ministerio, el Señor nunca se interesó en tener una multitud. El versículo 25 dice: “Pero cuando la multitud hubo sido echada fuera, entró, y tomó de la mano a la niña, y ella se levantó”. En este pasaje podemos ver que el Señor Jesús quería levantar a los judíos, pero ellos no tenían la suficiente fe. Esto les dio una excelente oportunidad a los gentiles para relacionarse con el Señor y recibir la salvación. Después de la plenitud de la salvación de los gentiles, el Señor Jesús alcanzará a la casa de Israel, y todos los judíos muertos serán sanados.
Inmediatamente después de resucitar a la hija del principal de la sinagoga, dos ciegos y un mudo fueron traídos al Señor (vs. 27-33).
Del versículo 27 al 31 leemos de la sanidad de los dos hombres ciegos. Al pasar Jesús de allí, “le siguieron dos ciegos, dando voces y diciendo: ¡Ten misericordia de nosotros, Hijo de David!” La ceguera significa falta de visión interior, o sea, incapacidad para ver a Dios y todo lo relacionado con El (2 Co. 4:4; Ap. 3:18). Estos dos ciegos llamaban al Señor el Hijo de David. En el reino milenario, es decir, en el tabernáculo de David restaurado (Hch. 15:16), el reino mesiánico, los judíos reconocerán a Cristo como Hijo de David, y serán sanados de su ceguera. Esto es tipificado por los dos ciegos que reconocieron a Cristo como el Hijo de David. Los dos ciegos fueron sanados en la casa, por el toque directo del Señor (v. 29), tal como lo fue la hija del hombre principal (v. 25), y la suegra de Pedro (8:14-15). Abrir los ojos de los ciegos significa devolverles la visión interior, con la cual es posible ver a Dios y las cosas espirituales (Hch. 9:17-18, 26-18; Ef. 1:18; Ap. 3:18).
En los versículos 32 y 33 vemos la sanidad de un mudo endemoniado. La mudez causada por la posesión demoníaca representa la incapacidad del hombre de hablar por Dios (Is. 56:10) y alabarle (Is. 35:6), que resulta del culto a los ídolos mudos (1 Co. 12:2). El hecho de que el mudo hablara indica que, al ser llenos del Señor en el espíritu (Ef. 5:18-19), recuperamos nuestra capacidad de hablar y de alabar.
La sanidad de los dos ciegos y del hombre mudo representa la restauración total de los hombres sobre la tierra, durante el milenio. Así que, estas sanidades son una semblanza de lo que será el milenio. En el milenio todos los ciegos verán, y todos los mudos recobrarán el habla. En Isaías 35:5 y 6 dice: “Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo”. Los ciegos verán la gloria de Dios, y los mudos hablarán de ella; ellos le alabarán sin cesar. Por lo tanto, el milenio será un tiempo de restauración y avivamiento. Hoy en día, dondequiera que se experimenta un avivamiento entre los creyentes, los ojos de los ciegos son abiertos y la boca de los mudos recobra el habla. Antes de que se produzca dicho avivamiento, muchos cristianos se encuentran ciegos, o sea, no pueden ver a Dios ni lo que es de El, y mudos, es decir, se hallan incapaces de hablar ni una sola palabra por Dios. En la actualidad, si les pide a aquellos que están en las denominaciones que hagan una oración, muchos de ellos son incapaces de hacerlo, y probablemente le repliquen: “Esa no es mi función ni mi trabajo, pídale al pastor que ore”. Esto indica que ellos están poseídos por un demonio mudo. En 1 Corintios 12 se revela que no servimos a ídolos mudos; así que, debemos hablar hasta rebosar. Nuestros ojos están abiertos para ver las cosas de Dios, y nuestras bocas, para alabarle y dar testimonio de El. Todos nosotros debemos ser tal clase de personas. Las sanidades presentadas en este pasaje son una semblanza, un anticipo, de lo que será el milenio venidero.
El versículo 34 dice: “Pero los fariseos decían: Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios”. El príncipe de los demonios es el diablo, el cual era llamado Beelzebú (12:24). La blasfemia de los fariseos muestra claramente que los líderes del judaísmo seguían rechazando al Rey celestial.
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A continuación veremos el agrandamiento del ministerio del Rey (9:35-10:15).
La continuación del ministerio del Rey, en el capítulo nueve, produjo otra situación que dio la oportunidad al Señor para revelar más de Su persona. Después de sanar a la mujer de flujo de sangre, resucitar a la niña y sanar a los dos ciegos y al hombre mudo, el Señor se reveló como el Pastor y como el Señor de la mies.
El versículo 35 dice: “Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia”. En este versículo las palabras “toda enfermedad y toda dolencia” indican la enfermedad espiritual.
El versículo 36 dice: “Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban afligidas y dispersas como ovejas que no tienen pastor”. Esto indica que el Rey celestial consideraba a los israelitas como ovejas, y que El se consideraba el Pastor. Cuando Cristo vino a los judíos por primera vez, ellos eran semejantes a leprosos, paralíticos, endemoniados y a personas miserables de toda clase, porque no tenían pastor que los cuidara. Ahora, en Su ministerio real, y para el establecimiento de Su reino celestial, El les ministraba no sólo como Médico, sino también como Pastor, tal como se profetizó en Isaías 53:6 y 40:11.
En el medio ambiente descrito en el versículo 36 el Señor se reveló como el Pastor. Esta es una revelación adicional. El no sólo es el Médico y el Novio, sino también el Pastor. Sin la continuación de Su ministerio, este ambiente no habría sido producido. Por lo tanto, vemos una vez más que, para que Cristo se revele a nosotros, debemos tener el ministerio que produce cierta clase de entorno. El gran banquete al cual asistieron los recaudadores de impuestos y pecadores, proporcionó al Señor una excelente oportunidad para que se revelara como el Médico. Además, el ambiente del banquete, donde muchos se regocijaban, dio al Señor la oportunidad para que se revelara como el Novio, la nueva tela, el nuevo vino y el nuevo odre. Más adelante, en el versículo 36, cuando el Señor tuvo compasión de la multitud al ver que estaba afligida y dispersa como ovejas que no tienen pastor, El pudo revelarse como el Pastor.
En el versículo 37 el Señor dijo a Sus discípulos: “A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos”. El Rey celestial consideraba al pueblo no sólo como ovejas sino también como mies. Las ovejas necesitaban que alguien las pastoreara, y la mies, que alguien la segara. Aunque los líderes de la nación de Israel habían rechazado al Rey celestial, aún así, muchos en el pueblo necesitaban ser cosechados.
El Rey del reino celestial se consideraba no sólo el Pastor de las ovejas, sino también el Señor de la mies. Su reino se establece con cosas de vida que pueden crecer y multiplicarse. El es el Señor, el dueño de esta cosecha. Así que, nosotros somos ambos, el rebaño y la cosecha. El rebaño está formado por animales vivos, y la cosecha, por plantas vivas. Bajo la mano del Señor Jesús todo es viviente. El no se ocupa de las cosas que no tienen vida, sino de todo lo viviente. Todo lo que está bajo el cuidado de este Rey celestial, es viviente.
Todos nosotros necesitamos recibir la visión del Señor Jesús como el Señor de la cosecha. En el versículo 38 el Señor nos dijo que rogáramos al Señor de la mies para que lance obreros a Su mies. Primero, Dios en Su economía tiene un plan que cumplir; luego, Su economía exige que Su pueblo le ruegue, que le pida al respecto. Al contestar la oración de ellos, Dios cumplirá lo que han pedido en relación a Su plan. Muchas veces, cuando sentimos la necesidad de más obreros, clamamos por ayuda. Pero de ahora en adelante, siempre que sienta la necesidad de más obreros, primero debe orar al Señor de la mies, diciendo: “Señor, mira Tu mies, Tú eres el Señor de ella, clamamos a Ti para que lances algunos obreros; Señor, envía más segadores para Tu cosecha”. Orar de esta manera dará los resultados. Orar así significa que hemos recibido la visión de que nuestro Cristo, el Rey, el Pastor, es el Señor de la mies. Siempre que oremos para que el Señor envíe obreros a Su mies, le honraremos mucho al Señor. ¡Qué diferente es esto a simplemente invitar a otros a que le ayuden en su obra! Cuando hacemos esto último, no honramos a Cristo como el Señor de la mies; en lugar de eso, todo se vuelve un asunto de nuestra obra, y no de la mies del Señor. Llegamos a ser el amo de esa obra y no reconocemos a Cristo como el Señor de la mies. Por lo tanto, necesitamos clamarle a El y decirle: “Señor, Tú eres el Señor de la mies. El trabajo en este campo es Tuyo, y esta mies es Tuya. Clamamos a Ti por Tu cosecha, Señor, envía Tus segadores”.
Recientemente, un hermano me dijo que la vida de iglesia en su localidad era maravillosa y que yo debería ir a visitarla. Aunque el hablar de este hermano era agradable, era bastante natural; no tenía visión alguna. En lugar de invitarme, este hermano debía haber orado: “Señor, la iglesia en mi localidad es la cosecha del Rey celestial. Clamo a Ti, Señor de la mies, para que envíes segadores”. Dígame usted si la iglesia en su localidad es su cosecha o la cosecha del Señor. Como es la cosecha del Señor usted no tiene el derecho de invitar a otros a laborar en ella. Hacer esto es infringir el honor del Señor. Al hacerlo no reconoce que usted no es el Señor. El es el Señor de la mies. Lo único que puede hacer es pedirle a El que envíe obreros. Necesitamos una revelación adicional sobre este aspecto del Señor.
Yo creo que los doce discípulos oraron de acuerdo con la palabra del Señor. Aunque la Biblia no lo especifica, yo creo que ellos lo hicieron así. Es un principio bíblico que, siempre que uno ora al Señor por algo, El lo enviará a aquel que ora para que realice aquello por lo cual ha orado. Los doce discípulos oraron al Señor de la mies para que enviara segadores, y El contestó sus oraciones enviándolos a ellos, pues aquel que ora, será enviado. Por ejemplo, usted podría orar al Señor respecto a la escasez de ancianos. (Sin embargo, no ore de acuerdo a su ambición, porque el Señor no responderá a su oración). Puede simplemente orar: “Señor, se necesitan ancianos”. Después de cierto tiempo es posible que el Señor diga: “¿Qué tal tú?” Este es un principio fundamental. Los doce discípulos oraron, y finalmente los doce fueron enviados.
En Mateo 10:1-4 se narra el envío de los doce apóstoles. Antes del capítulo diez el Señor llevó a cabo Su ministerio real El solo. Pero a partir de este capítulo, fueron añadidos los doce apóstoles, con el fin de ensanchar y esparcir el ministerio.
El versículo 1 dice: “Y llamando a Sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia”. La autoridad para echar fuera espíritus inmundos y sanar enfermedades, es un anticipo del poder de la era venidera (He. 6:5), es decir, del milenio; cuando todos los demonios serán echados fuera y todas las enfermedades serán sanadas (Is. 35:5-6).
En los versículos del 2 al 4 se mencionan los nombres de los doce apóstoles. Un apóstol es un enviado. Aquí los doce discípulos (v. 1) iban enviados; así que llegaron a ser los doce apóstoles. El Señor, al enviar a los doce apóstoles, los or- denó en pares: Simón Pedro y Andrés, Jacobo y Juan, Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, Jacobo hijo de Alfeo y Tadeo, y Simón el cananista y Judas Iscariote. Debemos dejarnos impresionar de este principio. Todos debemos laborar de dos en dos. Nunca debemos ir a ningún lugar solos, especialmente los jóvenes. Necesitamos que otro creyente nos acompañe. Mire su propio cuerpo, sus ojos, fosas nasales, labios, hombros, brazos, manos, piernas y pies; todo su cuerpo está conformado en pares. Siempre que recibamos la carga del Señor para ir a cierto lugar, no debemos ir a solas, sino en pareja. Si no llevamos un compañero, perderemos la bendición. Para recibir la bendición debe laborar siempre con un compañero. Esta no es opinión mía; es la economía del Señor. De manera que debemos aprender la lección de trabajar en parejas, y coordinar con otros.
En las listas que tenemos en Marcos y Lucas, Mateo es mencionado antes de Tomás (Mr. 3:18; Lc. 6:15), pero Mateo, el escritor de este libro, se menciona a sí mismo después de Tomás; lo cual muestra su humildad. Aquí Mateo deliberadamente se describió como “el recaudador de impuestos”, tal vez recordando con gratitud su salvación. Pues incluso un menospreciado y pecaminoso recaudador de impuestos pudo llegar a ser un apóstol del Rey del reino celestial. ¡Qué salvación!
Simón el cananista fue ordenado compañero de Judas Iscariote, el que traicionó al Señor. El término “cananista” viene de la palabra hebrea canná, la cual significa celoso; no se refiere a la tierra de Canaán sino a una secta de galileos conocida como los zelotes (véase Lc. 6:15; Hch. 1:13). Iscariote es una palabra de posible origen hebreo, que significa hombre de Queriot, una ciudad que estaba en Judea (Jos. 15:25). Entre los apóstoles, sólo Judas era de Judea; todos los demás eran galileos.
En Mateo 10:5-15 vemos la manera de extender el evangelio del reino a la casa de Israel. En los versículos 5 y 6 vemos que el Señor Jesús mandó a los doce apóstoles que no fueran a las naciones ni a los samaritanos, sino únicamente “a las ovejas perdidas de la casa de Israel”. Las naciones eran gentiles y los samaritanos eran una mezcla de linaje gentil y judío (2 R. 17:24; Esd. 4:10; Jn. 4:9).
Los doce apóstoles fueron enviados a la casa de Israel y se les mandó no ir a las naciones gentiles ni a los samaritanos. Aquellos que son enviados por el Señor reciben Su autoridad. Cuando el Señor envió a los doce, les dio autoridad. Siempre que seamos enviados, debemos creer que la autoridad del Señor esté con nosotros.
El versículo 7 dice: “Y yendo, proclamad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado”. En aquel entonces el reino de los cielos no había venido; sólo se había acercado.
Al ser enviados a proclamar el reino de los cielos, a los apóstoles se les dio autoridad para sanar a los enfermos, resucitar a los muertos, limpiar a los leprosos y echar fuera demonios (v. 8). Ellos debían ejercer tal autoridad en su comisión.
En los versículos 9 y 10 el Señor dijo: “No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre para llevar en vuestros cintos; ni de alforja para el camino, ni de dos túnicas, ni de sandalias, ni de bastón; porque el obrero es digno de su alimento”. Los doce apóstoles (enviados a la casa de Israel, y no a los gentiles), por ser obreros dignos de su alimento, no tenían que llevar provisiones consigo. (No obstante, los obreros del Señor enviados a los gentiles no deben tomar nada de los gentiles, 3 Jn. 7). Este principio cambió después de que el Señor fue totalmente rechazado por la casa de Israel (Lc. 22:35-38).
Los versículos 12 y 13 dicen: “Y al entrar en la casa, saludadla. Y si la casa es digna, que vuestra paz venga sobre ella; mas si no es digna, que vuestra paz vuelva a vosotros”. Cuando el Señor nos envía tenemos Su presencia y Su paz. A cualquier lugar que seamos enviados, nos sigue la autoridad, la presencia del Señor y la paz. Esta es la razón por la que el Señor dijo a los apóstoles que buscaran casas dignas de su paz. Parece que les decía: “Buscad a alguien que sea digno de vuestra paz; si alguno no os recibe, vuestra paz se volverá a vosotros cuando salgáis de allí”. Esto tiene gran significado. Recibir a los enviados del Señor, los apóstoles, significa recibir la presencia del Señor, y la paz; y rechazarlos significa rechazar todo lo antes mencionado. Ser enviado por el Señor no es un asunto pequeño, pues como Sus enviados, llegamos a ser Sus representantes. Tenemos Su autoridad, Su presencia y Su paz; a dondequiera que vayamos, llevaremos todo esto con nosotros. Quienquiera que nos reciba, tendrá la presencia y la bendición del Señor. Es de esta manera que el ministerio del Rey se extiende.
En los versículos 14 y 15 el Señor dijo: “Y si alguno no os recibe, ni oye vuestras palabras, al salir de aquella casa o ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies. De cierto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma y Gomorra, que para aquella ciudad”. Esto indica que el castigo que resulta del juicio de Dios tiene varios grados. Rechazar a los apóstoles del Señor y sus palabras, trae un castigo mayor que el castigo que traerá el pecado de Sodoma y de Gomorra.
Esta es la manera en que el ministerio del Rey se agranda. Ha pasado del peregrinar de una persona, al peregrinar de los doce. Esta extensión del ministerio producirá el ambiente para otra revelación adicional del Rey celestial. Veremos este ambiente y esta revelación en los capítulos diez y doce. Agradecemos al Señor por Su ministerio, y especialmente por la continuación de Su ministerio. Es el ministerio el que produce el ambiente para la revelación del Cristo real.