Mensaje 3
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Todo lo que consta en el Antiguo Testamento está relacionado con Cristo. Todo el Antiguo Testamento habla de Cristo, directa o indirectamente. Si queremos entender la genealogía de Cristo, debemos volver al Antiguo Testamento y leerlo cuidadosamente. Si lo hacemos, veremos que el Antiguo Testamento es una crónica de Cristo, lo cual demuestra que toda la Biblia es una revelación de Cristo.
Hemos visto que en la genealogía de Cristo está incluido todo tipo de personas: menospreciados, nobles, buenos y malos, padres, reyes, plebeyos, cautivos, recobrados y aun mujeres de mala fama. Sin embargo, debemos entender que hay ciertos principios que rigen aquí. Al estudiar las vidas de todas estas personas, podemos descubrir ciertos principios que gobiernan la manera en que nos asociamos con Cristo. La genealogía de Cristo incluye todo tipo de personas, pero no de una manera ligera. No importa quiénes somos o de dónde vinimos, podemos ser incluidos en la genealogía de Cristo si cumplimos con los principios. Aunque ya hemos visto este punto, no lo hemos visto de manera adecuada, pues todavía nos quedan muchas más personas que estudiar.
Tamar es la primera persona que consideraremos. Ella concibió al cometer incesto con su suegro (Gn. 38:6-27). En términos morales, esto fue deplorable, y en cuanto a la ética, horrible. Nadie la justificaría. Aunque he estudiado Génesis por muchos años, todavía me duele el corazón cuando leo el capítulo treinta y ocho. En cierto sentido, lo que hizo Tamar fue completamente perverso. No obstante, ella era justa. No fue culpa suya, sino la de su suegro, Judá, quien admitió que ella era más justa que él (Gn. 38:26). Podríamos decir que nada disculpa lo que hizo Tamar y que el incesto siempre involucra a las dos partes. Aunque hasta cierto punto Tamar era responsable, ella también era justa, pues tenía en alto la primogenitura.
Entendemos muy poco en cuanto a la primogenitura y lo que significaba para las personas de esa época, porque nuestra cultura es diferente. Por eso, necesito dar una breve explicación. En los tiempos de Tamar, la primogenitura tenía gran significado (Gn. 38:6-8). Como hice notar en el mensaje anterior, la primogenitura incluía una porción doble de la tierra, el sacerdocio, y también el reinado. La porción doble de la tierra se refiere al disfrute doble que tenemos de Cristo. La tierra es Cristo, y la porción doble de la tierra no es el disfrute común y corriente que tenemos de El, sino algo especial, algo extraordinario que se disfruta de Cristo. Además, el sacerdocio y el reinado están relacionados con Cristo. Para los descendientes de Abraham, la primogenitura estaba estrechamente ligada con heredar a Cristo. Efesios 2:12 nos dice que cuando éramos incrédulos, no teníamos a Cristo. Sin embargo, al creer en el Señor Jesús, entramos en la primogenitura, fuimos puestos en Cristo, y Cristo llegó a ser nuestra porción y aun será nuestra porción doble. Por medio de El, en El y con El tenemos el sacerdocio y el reinado. Cristo mismo es nuestra buena tierra, nuestro sacerdocio y nuestro reinado.
Ahora podemos entender la razón por la cual Tamar estaba ansiosa por la primogenitura. Sabía que si era eliminada, no tendría ninguna esperanza de obtener la promesa de Dios, la cual consistía en que El mismo sería la porción de Sus escogidos en Cristo. Tamar no quería perder esa bendición.
Tamar era la mujer del primer hijo de Judá. Este hijo debería haber heredado la primogenitura. Pero el marido de Tamar fue malo ante los ojos del Señor, y el Señor le quitó la vida (Gn. 38:7). El Señor también mató al segundo hijo de Judá (Gn. 38:8-10). Según las ordenanzas antiguas, Judá debía haber dispuesto que el siguiente hijo se casara con Tamar para que un hijo fuese producido, el cual pudiera heredar la primogenitura. Sin embargo, Judá no cumplió con su responsabilidad. En cierto sentido, Judá engañó a Tamar (Gn. 38:11-14). Pero Tamar no se dio por vencida; al contrario, por un medio indebido obtuvo la primogenitura. Más allá de si el medio usado era indebido o no, Tamar hizo lo posible por obtener aquella primogenitura.
Obtener la primogenitura es simplemente obtener a Cristo. Para obtenerlo, debemos estar dispuestos a andar por un camino que tal vez no parezca el mejor. Le voy a contar a usted un relato que uso como ejemplo, pero a la vez trate de entenderme bien; no me interprete mal. Anteriormente, en China algunos jóvenes, inspirados por lo que yo predicaba, creyeron en el Señor Jesús y desearon bautizarse. No obstante, sus padres, quienes eran budistas, se les oponían mucho. Cuando se enteraron de que sus hijos pensaban bautizarse, no los dejaban ni salir de la casa. Los jóvenes oraron al respecto. Finalmente, dijeron a sus padres que tenían que asistir a la escuela por medio día. Sin lugar a dudas, aquello era una mentira, pues no fueron a la escuela, sino a la iglesia para bautizarse. Aunque mintieron, lo hicieron puramente. El motivo de la mentira agradó mucho a Dios. Si usted quiere ganar más de Cristo, no debe preocuparse por los medios. No sea religioso; no guarde las reglas ni los reglamentos. ¡Gane más de Cristo! Usted necesita ganar más de El. Obtenga la primogenitura por cualquier medio.
Tamar obtuvo la primogenitura de manera indebida. Pero en la crónica divina de la Biblia, su nombre no es malo. Rut 4:12 indica que Tamar es un nombre sagrado. En este versículo los ancianos dijeron: “Y sea tu casa como la casa de Fares, el que Tamar dio a luz a Judá”. Tamar es un nombre sagrado porque a ella no le interesaba lo pecaminoso, sino sólo la primogenitura. Para nosotros en la actualidad esto significa que si queremos a Cristo y lo buscamos, cualquier método que usemos para verdaderamente asirnos de Cristo, es el correcto.
De Tamar pasamos a su hijo, Fares (Mt. 1:3). Tamar concibió a gemelos (Gn. 38:27-30). Cuando daba a luz, un niño, Zara, trató de salir primero pero no tuvo éxito. Sacó la mano, y la partera la marcó con hilo de grana, lo cual indicaba que sería el primogénito. Sin embargo, Fares salió primero y llegó a ser el primogénito. Así que, el primero se convirtió en el último, y el último en el primero. La partera se asombró. Esto es un buen ejemplo de cómo ganar la primogenitura. Fares heredó la primogenitura. El hombre no lo escogió, pero Dios lo mandó, lo cual comprueba que no depende de lo mucho que pueda hacer un hombre; depende sólo de la elección de Dios. La historia de la madre nos cuenta un aspecto, el cual consiste en que debemos afanarnos por la primogenitura, haciendo todo lo posible por obtenerla; la historia del hijo nos cuenta el otro aspecto, es decir, por mucho que nos esforcemos para ganar la primogenitura, en realidad depende totalmente de la elección de Dios, y no de nuestros esfuerzos (véase Ro. 9:11).
Recuerdo un relato de la vida de D. L. Moody. Un día un estudiante del instituto bíblico de Moody le dijo: “Señor Moody, leyendo el Nuevo Testamento aprendí que todos los salvos son los escogidos, predestinados por Dios desde antes de la fundación del mundo. Ahora tengo un problema. Si predico el evangelio y convenzo a algunos para que crean, es posible que me equivoque persuadiendo a alguien a quien Dios no ha escogido. ¿Qué debo hacer?” Moody le contestó: “Hijo mío, simplemente haz todo lo posible. Al pasar por la puerta, las personas van a ver escrito afuera: ‘Quienquiera que desee, venga’. Pero después de entrar, echarán una mirada para atrás y verán escrito adentro: ‘Escogidos antes de la fundación del mundo’”. La historia de Tamar significa: “Aquel que desee, venga”. Tamar deseó y Tamar llegó. Pero la historia de su hijo significa: “Escogido antes de la fundación del mundo”. Tal vez usted sea el Tamar de hoy, uno que se esfuerza y labora para obtener la primogenitura. Pero cuando la obtenga, echará una mirada para atrás y verá que usted fue escogido antes de la fundación del mundo. La primogenitura no depende de nosotros; depende solamente de Su elección.
Ahora consideraremos a Rahab (Mt. 1:5). Rahab era una ramera que vivía en Jericó (Jos. 2:1), un lugar que Dios había maldecido por los siglos de los siglos. Aunque ella era una ramera y vivía en tal lugar, llegó a ser una abuela de Cristo. ¿Cómo pudo ser? Necesitamos hallar algunos principios fundamentales al respecto para responder a esta pregunta. Toda la población de Jericó fue destruida menos Rahab, su familia y sus bienes. Ella fue salvada porque se había vuelto a Dios y a Su pueblo (Jos. 6:22-23, 25; He. 11:31). Después de haberse vuelto a Dios y a Su pueblo, se casó con Salmón, un líder del ejército de la tribu principal de Judá y uno de los hombres que Josué había enviado para que reconociesen a Jericó. En aquel tiempo, Salmón conoció a Rahab y, en cierto sentido, la salvó. Finalmente, Rahab se casó con él, y ellos produjeron un hombre piadoso de nombre Booz.
Ahora debemos prestar toda nuestra atención a los principios que gobiernan la relación que tenemos con Cristo. El primer principio es éste: sin considerar nuestro pasado, debemos volvernos a Dios y a Su pueblo. El segundo: debemos casarnos con la persona apropiada, no en el sentido físico, sino espiritual. Después de habernos vuelto a Dios y a Su pueblo, tenemos que unirnos a las personas apropiadas, ser edificados con ellos y mantener una relación estrecha con ellas. El tercero: debemos producir el fruto adecuado. Entonces experimentaremos en plenitud la porción de la primogenitura de Cristo.
Parece que muchos cristianos hoy han perdido su primogenitura. No tienen a Salmón ni a Booz. Si quiere usted tener a un Salmón y a un Booz, tiene que relacionarse con los creyentes apropiados y con los líderes adecuados de las tribus principales. Luego necesita producir el fruto adecuado, Booz, quien era antepasado de David. Debemos volvernos al Señor y a Su pueblo. También debemos ocuparnos de cómo relacionarnos con otros. Si nos relacionamos con las personas apropiadas, ciertamente produciremos el fruto adecuado y esto nos mantendrá en el pleno disfrute de la primogenitura de Cristo.
Si queremos conocer la historia de Booz, debemos leer el libro de Rut. Es una buena historia. Booz tipifica a Cristo, y Rut tipifica a la iglesia. El libro de Rut nos dice que Booz redimió a Rut; también redimió la primogenitura para ella. Esto significa que Cristo, como nuestro Booz verdadero, nos ha redimido y también ha redimido la primogenitura.
Booz redimió la herencia de su pariente y se casó con la viuda de él (Rut 4:1-17); por esto, llegó a ser un antepasado notable de Cristo, un gran socio de Cristo. Como hermano y como un Booz, usted debe ocuparse de la primogenitura de los demás, y no sólo de la primogenitura suya. En otras palabras, no sólo debe ocuparse del disfrute que usted tiene de Cristo, sino también del disfrute que otros tienen de El.
Rut era la nuera de Noemí. Al leer esta historia, vemos que Rut y Noemí habían perdido el disfrute, la primogenitura, pero conforme a lo ordenado por Dios, había una manera de restaurarla, de redimirla, aunque otra persona tenía que hacerlo. El principio es igual en la vida de iglesia hoy en día. Si yo pierdo la primogenitura, los hermanos tienen la manera de redimirla para mí. Frecuentemente, algunos queridos santos pierden el disfrute de Cristo. En un sentido, se convierten en Noemí o en Rut. Si éste es el caso, usted necesita ser Booz, uno capaz de redimir la primogenitura perdida y casarse con la redimida.
Supongamos que así como Rut, he perdido mi marido. Perder el marido significa perder el disfrute de la primogenitura. Tengo la primogenitura, pero he perdido el disfrute de ella. Por consiguiente, necesito que usted, quien es mi hermano, redima mi primogenitura. Pero es necesario que usted tenga más riquezas de Cristo que yo. Necesita las riquezas con las cuales redimir mi primogenitura. Luego puede pagar el precio para recobrar mi primogenitura y también se casa conmigo. Esto significa que se relaciona conmigo. Esta relación espiritual producirá a Obed, el abuelo de David. Booz llegó a ser uno de los grandes antepasados de Cristo. En un sentido espiritual, disfrutaba la porción más grande y más rica de Cristo. Si un hermano llega a ser un Booz para mí, será aquel que disfrute más de Cristo. Debido a que ha redimido mi primogenitura y se ha relacionado conmigo, nuestra relación en el Señor finalmente producirá el pleno disfrute de Cristo.
En la vida de iglesia hoy necesitamos a varias personas que puedan ser como Booz. El libro de Rut nos dice que hubo otro pariente más cercano que Booz. Pero aquel hombre era egoísta; sólo se ocupaba de su propia primogenitura. Tenía miedo de ocuparse de la primogenitura de otro, no sea que dañara la suya. Esta es exactamente la situación actual. Algunos hermanos deben ocuparse de mí, la pobre Rut, pero son egoístas en el disfrute espiritual que tienen de Cristo. Aun es posible ser egoísta en el disfrute espiritual de Cristo. Sin embargo, alguno como Booz será generoso y pagará el precio para redimir mi primogenitura. Todo esto indica que debemos ocuparnos no sólo de nuestra propia primogenitura, sino también de la de los demás. Día a día debemos ocuparnos de que otros disfruten a Cristo. Cuanto más, mejor.
Ahora consideraremos a Rut (Mt. 1:5). Podemos decir que Rut era, sin lugar a dudas, una mujer virtuosa, pero tenía una gran carencia. Aunque ella misma no participó en el incesto, tal fue su origen. Rut pertenecía a la tribu de Moab (Rut 1:4). Moab era hijo de Lot, el fruto de la unión incestuosa que Lot tuvo con su hija (Gn. 19:30-38). Según Deuteronomio 23:3, los moabitas no podían entrar en la congregación de Jehová, ni hasta la décima generación. Por esto, Rut era una persona excluida. Sin embargo, el Señor la aceptó, y además ella llegó a ser una persona maravillosa que participaba en el disfrute de Cristo.
Aunque a Rut, como moabita, no se le permitía entrar en la congregación de Jehová, buscaba a Dios y a Su pueblo (Rut 1:15-17; 2:11-12). Esto revela un principio muy prevaleciente: no importa quienes somos o de donde venimos, si buscamos a Dios con todo nuestro corazón y a Su pueblo, estamos en condiciones de ser aceptados en la primogenitura de Cristo. Rut se casó con Booz, un hombre piadoso entre el pueblo de Dios, y de ellos nació Obed, el abuelo del rey David.
La madre de Booz era Rahab, una cananea, y su esposa era Rut, una moabita. Las dos eran gentiles. No obstante, fueron asociadas con Cristo. Esto comprueba que Cristo está unido no sólo a los judíos, sino también a los gentiles, incluso a los gentiles menospreciados y viles.
Es posible que usted tenga un origen muy humilde y un pasado vergonzoso, pero no permita que le moleste o le frustre. ¡Olvídelo! Nada puede ser peor que ser una persona nacida de Moab. Mientras tenga usted el deseo de buscar a Dios y a Su pueblo y se relacione con la persona apropiada, como Booz, entrará en la porción doble del disfrute de Cristo.
Continuemos con Isaí (Mt. 1:5-6). Aunque la Biblia no dice mucho con respecto a Isaí, es importante lo poco que relata sobre él. El capítulo once del libro de Isaías habla dos veces con respecto a Isaí. Isaías 11:1 dice que Cristo sería el retoño (“vara” debe ser “retoño” según el hebreo) que saldría del tronco de Isaí y un vástago de sus raíces. Cristo salió de él. Isaías 11:10 dice que Cristo es la raíz de Isaí, lo cual indica que Isaí salió de Cristo. Isaí era un hombre cuyo único origen era Cristo; también es alguien que produce a Cristo. Cristo sale de él, y él sale de Cristo. Cristo era su vástago y también su raíz. Necesitamos recibir luz del Señor para entender estas cosas.
¿Qué constituye un Isaí? Es una persona que produce a Cristo, y extiende a Cristo al ser arraigado en El. Cuando usted extiende a Cristo, no se olvide de que Cristo no sólo es su vástago, sino también su raíz. Cristo se extiende a partir de usted, y usted sale de Cristo. Cristo es nuestro origen, y Cristo también es nuestro producto, lo cual significa que somos uno con Cristo y estamos estrechamente relacionados con El. Estamos en El, y El está en nosotros. El sale de nosotros, y somos arraigados en El. Así es la persona que disfruta la primogenitura de Cristo.
Todos debemos ser como Booz, como Rut, como Isaí y como Tamar. Necesitamos ser personas como éstas. Finalmente, diremos: “¡Alabado sea el Señor por cada uno! La condición de todos los demás es igual a la mía. La condición de Tamar también es la mía. Las buenas condiciones y las malas son iguales a las mías. Soy Tamar, soy Fares, soy Rahab, soy Booz, soy Rut y soy Isaí. ¡Aleluya!” Después de Isaí, finalmente somos como David.
David era el octavo hijo de su padre, y el menor. Esto es muy significativo. En la Biblia el número ocho significa la resurrección, un nuevo comienzo. El octavo día es el primer día de la segunda semana; por esto, significa algo nuevo, algo en resurrección. Cuando Samuel fue a ungir al rey del pueblo de Dios, Isaí le presentó siete de sus hijos. Samuel los miró y dijo: “Jehová no ha elegido a éstos”. Cuando Samuel se enteró de que había otro, el octavo, David, envió por él y le ungió (1 S. 16:10-13). Esto significa que nosotros los escogidos y salvos no pertenecemos a la primera semana; somos del primer día de la segunda semana. Somos el octavo niño.
David fue el último de las generaciones de los patriarcas, es decir, catorce generaciones. David fue la conclusión de la sección de los patriarcas en la genealogía de Cristo.
David también fue el primero de entre las generaciones de los reyes. En esta genealogía, sólo David se llama “el rey”, porque el reino y el reinado fueron traídos por medio de él. El fue la conclusión de una sección y el comienzo de la segunda. En él se halla la marca divisoria de dos edades. El era el fin de una y el comienzo de la otra, porque él experimentaba mucho el disfrute de Cristo. Si queremos disfrutar a Cristo en abundancia, será necesario que a menudo seamos el fin de una situación y el comienzo de otra. Sin embargo, muchos de los queridos santos no pueden ser ni el fin ni el comienzo. Resulta que no son nada. En la vida de iglesia necesitamos a unos que puedan ser como David, algunos que son fuertes y que pueden terminar algunas situaciones y dar comienzo a otras. Necesitamos a alguien que pueda concluir la generación de los patriarcas e iniciar la generación de los reyes. Debemos ser fuertes; debemos ser el octavo hijo, o sea, un David.
David era un varón conforme al corazón de Dios (1 S. 13:14). Dios mismo dijo a Saúl que iba a reemplazarlo por otro, pues había encontrado a un varón conforme a Su corazón. David, en toda su vida, no hizo nada malo, excepto una cosa muy grave: asesinó a un hombre y tomó a su mujer. En un solo acto David cometió dos pecados graves: asesinato y adulterio. Dios mismo condenó esto. La Biblia dice que David hizo lo recto ante los ojos de Jehová todos los días de su vida, salvo en este asunto (1 R. 15:5).
David asesinó a Urías y tomó a su mujer, Betsabé. Ella era la esposa de un heteo, un pagano (2 S. 11:3). Ella se volvió a casar como resultado del adulterio (2 S. 11:26-27).
Después de que David había cometido los pecados de asesinato y adulterio, el profeta Natán, enviado por Dios para censurarle, le reprendió (2 S. 12:1-12). Después, David se arrepintió. El salmo 51, escrito por David, es su salmo de arrepentimiento. David se arrepintió, y Dios le perdonó (2 S. 12:13). Hubo arrepentimiento y luego, perdón. Aquí tenemos en conjunto tres asuntos: la transgresión, el arrepentimiento y el perdón. Poniéndolos juntos tenemos un resultado: Salomón. Primero hubo transgresión, luego arrepentimiento y después el perdón. Entonces nació Salomón (2 S. 12:24), el que edificó el templo de Dios. Salomón no es el producto de la transgresión y el arrepentimiento solamente, sino de éstos más el perdón de Dios. Aquí vemos dos matrimonios. El primero tuvo lugar entre David y Betsabé, y el segundo fue un matrimonio espiritual, el de la transgresión y el arrepentimiento de David con el perdón de Dios. El perdón de Dios se casó con la transgresión de David y su arrepentimiento. Este matrimonio produjo el hombre llamado Salomón, quien construyó el templo de Dios. La iglesia siempre es edificada por esta clase de persona, por Salomón, quien es el producto de la transgresión y arrepentimiento del hombre más el perdón de Dios.
Después de que David recibió el perdón de Dios y el gozo de su salvación fue restaurado, oró por Sión, por la edificación de los muros de Jerusalén, por el fortalecimiento de su reino (Sal. 51:18). Finalmente, como resultado de que Dios perdonara a David, le dio un hijo que había de construir el templo de Dios para que la presencia de Dios fuera el centro de la ciudad de Jerusalén.
Espero que el Señor le muestre a usted lo que las palabras humanas no pueden. Si usted siempre ha sido y sigue siendo una persona buena, común y corriente, quien nunca ha asesinado a otros, nunca ha cometido una transgresión y nunca ha tenido que arrepentirse, entonces no es necesario que Dios le perdone. Si éste es el caso, entonces nunca existirá un Salomón, y el templo de Dios nunca será construido. Pues, como hemos visto, la edificación del templo de Dios es el producto de la transgresión y arrepentimiento del hombre más el perdón de Dios.
Un día le dije al Señor: “Señor, mi transgresión y mi arrepentimiento necesitan Tu perdón. Pero, Señor, Tú sabes mejor que yo que Tu perdón también requiere que cometa yo una transgresión. Mi transgresión necesita Tu perdón, y Tu perdón necesita mi transgresión. Si no tengo transgresiones, entonces Tú no puedes hacer nada con Tu perdón”. Cuando hablé así con el Señor, parecía que me dijera: “Sí. Debido a tu transgresión y arrepentimiento, tengo la oportunidad para ejercitar Mi perdón. Estoy contento con esto”. Pero nunca debemos decir: “Hagamos males para que vengan bienes”. Usted debe hacer todo lo posible para hacer lo recto ante los ojos del Señor. Pero por mucho que intente hacerlo, tarde o temprano algo sucederá. De repente, cometerá asesinato y se apoderará de otros, es decir, cometerá transgresión. Sin embargo, después de cometer la transgresión, podrá arrepentirse. Si se arrepiente, Dios está listo para perdonarlo. Entonces engendrará un hijo y le dará el nombre de Salomón, el cual significa “pacífico” (2 S. 12:24; 1 Cr. 22:9). Pero Salomón tiene otro nombre, “Jedidías” (2 S. 12:25), el cual significa “amado de Jehová”. Para usted, Salomón significa “pacífico”, pero para el Señor, significa “amado de Jehová”. Este hijo será el que construirá el templo de Dios, la iglesia de hoy.
Es necesario que usted haga lo recto ante los ojos de Dios todo el tiempo. Pero le aseguro de que hacer lo recto no sirve para la edificación de la iglesia. No obstante, no debe decir: “¡Entonces puedo hacer lo malo!” Le digo, aun si usted trata de hacer lo malo, descubrirá que no podrá. No sé que tipo de providencia es ésta. Pero un día usted hará algo horrible. Todos los hermanos menearán la cabeza por no ser capaces de creer que usted podría haber hecho tal cosa. Sin embargo, ¡usted lo ha hecho! En ese momento debería leer el salmo 51, haciéndolo suyo, y acudir al Señor diciendo: “Señor, me arrepiento. Contra Ti y contra Ti solo he hecho esta maldad. Perdóname”. Después de arrepentirse así, habrá otro casamiento, el de su transgresión y arrepentimiento con el perdón de Dios. Esto producirá un Salomón, el que para usted es pacífico y para el Señor, amado. Esta persona edificará la iglesia, el templo de Dios. Para entonces, usted será muy útil en la edificación de la iglesia.
Tal vez usted diga: “¿Y qué diremos del día de hoy? ¿Qué debemos hacer? ¿esperar que venga esa clase de persona?” No, no espere; eso no es beneficioso. Debemos simplemente andar ante la presencia del Señor y dejar que el Señor lo haga. Como dijo Charles Wesley en uno de sus himnos: “¡Todo es misericordia!” Sí, es totalmente una cuestión de la misericordia de Dios. Usted debe olvidarse de su pasado, de sus circunstancias y de lo que va a ocurrir en lo porvenir. Simplemente necesita confiar en la misericordia soberana del Señor. Si le busca a El y a Su pueblo de todo corazón, El llevará a cabo todo. El concederá que usted disfrute en toda su plenitud la primogenitura de Cristo.
Estos versículos, sacados de la genealogía de Cristo, son muy difíciles. No son leche ni carne, sino huesos. Si pasamos una hora o dos orando sobre ellos y sobre los puntos abarcados en este mensaje, veremos algo más. Veremos que necesitamos un corazón que verdaderamente busque al Señor y a Su pueblo. Entonces seremos en esta época Booz, Rut, Obed, Isaí, David y finalmente Salomón, los que edifican la casa de Dios.