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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Mateo»
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Mensaje 31

EL RESULTADO DEL MINISTERIO DEL REY

  En Mt. 10:16-42; 11:111 vemos el resultado del ministerio del Rey. La narración del capítulo diez indica que tanto el ministerio del Rey como el agrandamiento de Su ministerio efectuado por los doce apóstoles, fueron rechazados. En el capítulo diez el Señor dijo a los apóstoles que serían aborrecidos y perseguidos aun por la llamada gente santa del sanedrín y de las sinagogas. Les advirtió que aun sus familiares los perseguirían. En el capítulo once vemos que tres ministerios son rechazados: el ministerio de Juan el Bautista, el ministerio del Rey y el ministerio de los enviados del Rey, los doce apóstoles. Juan fue rechazado, el Señor Jesús también, y conforme a lo que El les afirmó a los doce apóstoles, el ministerio de ellos también iba a ser rechazado. En el capítulo once vemos cómo el Rey enfrenta este rechazo. El punto principal de este capítulo radica en cómo debemos enfrentar el rechazo.

I. EL REY FORTALECE A SU PRECURSOR ENCARCELADO

A. El precursor encarcelado envía a sus discípulos para provocar al Rey

  En los versículos 2 y 3 vemos que la paciencia de Juan el Bautista, el precursor rechazado del Rey, se había agotado. Por tanto, “envió a sus discípulos a preguntarle, ¿eres Tú el que había de venir, o hemos de esperar a otro?” Lo que dijo Juan el Bautista no significa que tenía dudas con respecto a Cristo. Le hizo tal pregunta para incitarle a librarlo de la prisión. El sabía que Cristo era Aquel que había de venir, y lo había recomendado confiadamente al pueblo (Jn. 1:26-36). Después, Juan fue encarcelado (Mt. 4:12), y allí estaba a la expectativa de que Cristo hiciera algo para liberarlo. Sin embargo, Cristo no hizo nada por él, aunque sí hizo mucho para ayudar a otros. Cuando Juan oyó de esto, tal vez estuvo a punto de tropezar (v. 6). Así que, envió a sus discípulos con esa pregunta para provocar a Cristo. Juan no tenía ninguna duda acerca de que Cristo fuera el Mesías, ni envió a sus discípulos para que preguntaran al Señor al respecto. Su meta era incitar a Cristo a rescatarlo de la prisión. Pero es muy difícil provocar al Señor Jesús. Cuanto más tratemos de hacerlo, más indiferente se vuelve. Nunca podremos incitar al Señor provocándolo. Si tratamos de hacerlo, El estará poco dispuesto a hacer algo por nosotros.

B. La respuesta del Rey celestial

  En los versículos del 4 al 6 podemos ver cómo le respondió el Señor a Juan. Los versículos 4 y 5 dicen: “Respondiendo Jesús, les dijo: Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis: Los ciegos reciben la vista, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio”. El Señor mencionó primero que los ciegos recibieron la vista, porque en el Antiguo Testamento nunca se había hecho tal milagro. Al decir esto, le dio a Juan la evidencia clara de que nadie más que el Mesías habría podido hacer tal milagro (Is. 35:5). Además, en el sentido espiritual, primero los ciegos reciben la vista. En la salvación del Señor, primero El abre nuestros ojos (Hch. 26:18), entonces podemos recibirlo y andar en pos de El. Los cojos representan a los que no pueden andar en el camino de Dios. Después de ser salvos, pueden caminar por medio de una vida nueva (9:5-6; Jn. 5:8-9). Los leprosos que recibieron la limpieza representan a aquellos que han sido salvos de su rebelión (lepra) para convertirse en ciudadanos del reino. Los sordos representan a los que no pueden oír a Dios. Después de ser salvos, pueden oír la voz del Señor (Jn. 10-27). Los muertos representan a los que están muertos en pecados (Ef. 2:1, 5), incapaces de tener contacto con Dios. Después de ser regenerados, pueden tener comunión con Dios por medio de su espíritu regenerado. Los pobres representan a todos los que están sin Cristo, sin Dios y que no tienen esperanza en el mundo (Ef. 2:12). Al recibir el evangelio, son enriquecidos en Cristo (2 Co. 8:9; Ef. 3:8). El versículo 6 dice: “Y bienaventurado es el que no tropieza a causa de Mí”. Esta palabra implica que tal vez Juan el Bautista estuviera a punto de tropezar a causa del Señor, porque el Señor no actuó en beneficio de él según la manera que Juan esperaba. El Señor le exhortó a que tomara el camino que había designado para él, a fin de que fuera bendecido. Esta bendición está estrechamente relacionada con la participación del reino de los cielos.

  En estos versículos parece que el Señor le decía a Juan: “No hay duda de que Yo Soy el Mesías. Esto no depende de que Yo haga algo por ti o no. He sanado a los ciegos, a los sordos y a los enfermos, aun he resucitado a los muertos. Pero decidí no hacer nada por ti. No esperes nada de Mí; pues te dejaré en prisión hasta que seas decapitado. Bienaventurado el que no tropiece a causa de Mí”. En el recobro del Señor debemos aprender esta lección. Siempre que el Señor hace algo positivo por nosotros, nos entusiasmamos. Pero a menudo el Señor no hará nada por nosotros. El no hizo nada para rescatar a Juan de la prisión, porque si Juan hubiera sido liberado, su ministerio habría competido con el ministerio del Señor. Por eso, el Señor, el Soberano, permitió que Juan fuese encarcelado para poner fin al ministerio de Juan, el cual era el de la recomendación. Después de hacer la recomendación, el ministerio debería haberse acabado. Por lo tanto, Dios, quien es soberano, tuvo que poner fin al ministerio de Juan encarcelándolo.

II. EL SEÑOR EVALUA A SU PRECURSOR

  Las preguntas que los discípulos de Juan hicieron al Señor Jesús, puede haber causado en los apóstoles del Señor una impresión negativa acerca de Juan. Así que, en los versículos del 7 al 15 el Señor hace una evaluación pública del ministerio de Su precursor. Aunque la respuesta que el Señor envió a Juan indicaba implícitamente el error de éste, lo que el Señor proclamaba a las multitudes con respecto a Juan, testificaba explícitamente a su favor. Recordemos que los primeros cuatro discípulos fueron atraídos por medio del ministerio de recomendación efectuado por Juan, al proclamar: “He aquí el Cordero de Dios”. Debido a esta palabra, Juan [el discípulo de Jesús] y Andrés, siguieron al Señor Jesús. Con el tiempo, éstos trajeron también a Jacobo y a Pedro al Señor. De aquí que, los primeros cuatro discípulos fueron llevados a Cristo mediante el ministerio de Juan el Bautista.

A. Juan el Bautista no era una caña sacudida por el viento ni un hombre cubierto de vestiduras delicadas

  El Señor vindicó públicamente a Juan el Bautista. En el versículo 7 declaró: “¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento?” Una caña representa a una persona débil y frágil (12:20; 1 R. 14:15). Al testificar por Cristo en el desierto, Juan el Bautista no era una persona así. Sin embargo, ahora en prisión, de alguna manera era como una caña sacudida por el viento. El Señor Jesús es sabio, bondadoso y misericordioso. Si nosotros hubiéramos sido el Señor, nos habríamos ofendido por la pregunta de Juan. Pero debido a que el Señor sabía que Juan se encontraba en cierta forma debilitado, lo animó. Parece que Jesús le dijera: “Juan, sé cuidadoso. Tal parece que por causa de Mí, te encuentras debilitado”. Este fue el significado de la palabra que el Señor envió a Juan. Pero cuando se dirigió a las multitudes y a los otros discípulos, vindicó a Juan, indicando que él no era una persona débil ni tímida, sino un poderoso testigo. En el versículo 8 el Señor preguntó: “¿Pero qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están”. Después de que Juan el Bautista testificó de Cristo audazmente en el desierto, luego de estar encarcelado por algún tiempo, se encontraba debilitado. Algunos podrían pensar que él hubiera deseado cubrirse de vestiduras delicadas y haber estado en las casas de los reyes. Pero el Señor testificó que Juan no era una caña sacudida por el viento ni un hombre cubierto de vestiduras delicadas.

B. Mucho más que un profeta

  El versículo 9 dice: “Pues ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta”. El Señor testificó que Juan era mucho más que un profeta. El era un gran profeta, mayor que todos los que habían venido antes que él.

C. Un mensajero que estaba delante de la faz del Rey celestial, enviado a prepararle el camino

  Juan fue enviado por Dios como un mensajero a preparar el camino delante de Cristo (11:10), para que la gente pudiera volverse a Dios y recibir al Rey celestial y Su reino. El propósito de su ministerio era preparar el camino para el reino.

D. Mayor que todos los nacidos antes de que el reino de los cielos se acercara, pero menor que el más pequeño en el reino de los cielos

  En el versículo 11 el Señor dice: “De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado nadie mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él”. Aunque Juan era más grande que todos los profetas, no estaba en el reino de los cielos. Comparado con los profetas del Antiguo Testamento, Juan era mayor; pero comparado con los santos del Nuevo Testamento, era menor. Juan vino en un período de transición, como un profeta más grande que todos los que le precedieron, pero menor que todos aquellos que vendrían después de él. Todos los profetas anteriores a Juan sólo profetizaron que Cristo vendría, pero Juan testificó que Cristo ya había venido. Los profetas anhelaban la venida de Cristo, pero Juan lo vio. Por consiguiente, él era más grande que todos ellos. Aunque Juan vio al Cristo encarnado y lo presentó al pueblo, el Cristo resucitado no moraba en él, pero sí, mora en los ciudadanos del reino. Juan sólo pudo decir: “He aquí el Cristo”, pero los del reino pueden decir: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). Así que, el menor en el reino de los cielos es mayor que él. Ser mayor o menor depende de la relación que uno tenga con Cristo. El es el factor determinante; cuanto más cercanos a El estemos, mayores seremos.

  Los profetas hicieron profecías acerca de la venida de Cristo, pero Juan recomendó al Cristo que había venido. Ellos dijeron que Cristo vendría, pero él dijo que Cristo ya había venido. Aunque Juan el Bautista estaba cerca a Cristo, no estaba tan cerca a El como lo estamos nosotros, porque El mora en nuestro interior. Cristo está en nosotros, y nosotros estamos en El. Debido a que Cristo está mezclado con nosotros, la relación que tenemos con El es íntima. Nosotros estamos en Cristo, y El está en nosotros, y con El estamos siendo mezclados y a El somos unidos. En 1 Corintios 6:17 dice: “Pero el que se une al Señor, es un espíritu con El”. ¿Acaso hay algo más íntimo que esto? Esta íntima relación con Cristo nos hace más grandes que todos los que nos precedieron. ¡Qué gran bendición!

  Es necesario entender la era en que estamos viviendo. Pedro, Juan y aun Pablo, se encontraban en el principio de la era del reino, pero nosotros estamos en la conclusión de ella. ¿En qué etapa preferiría estar usted, en el principio, a mediados, o al final? Martín Lutero estaba a mediados, pero nosotros no estamos ni en el principio ni a mediados, sino al final. Grandes hombres como Martín Lutero se encontraban sobre los hombros de los primeros apóstoles, pero nosotros estamos sobre los hombros de Martín Lutero y de muchos otros grandes hombres de Dios. Por lo tanto, somos mayores que todos ellos. Aun el más pequeño entre nosotros es capaz de dar un claro testimonio sobre la justificación por fe y sus aspectos objetivo y subjetivo. No debemos considerar estos días como insignificantes.

  Cuando yo buscaba más del Señor hace cincuenta años, la situación era muy pobre. Invertíamos mucho dinero en libros y hacíamos muchos viajes para conocer a ciertas personas. No hay comparación con la situación actual. Hoy ustedes tienen a su alcance tantas riquezas espirituales que me preocupa que no tengan apetito por ellas. Diariamente tenemos un rico banquete delante de nosotros. No estamos en el período de transición, tampoco nos encontramos en el principio ni a mediados de la era neotestamentaria; más bien estamos en la conclusión de esta era. En la conclusión todo es mejor, más elevado y más rico. ¡Alabado sea el Señor porque nos encontramos tan cerca de Cristo! Muchos de los mensajes que ustedes han oído respecto a Cristo, no fueron escuchados por otros hermanos en el pasado. Muchos de ustedes estuvieron en el cristianismo por años; díganme, ¿escucharon ahí acerca del Cristo todo-inclusivo? ¿Escucharon alguna vez acerca de comer a Jesús? Sin embargo, ahora estamos comiéndole y disfrutándole. Así que, nosotros somos más grandes. ¿Se atreven a declarar que son más grandes? De acuerdo al principio que presenta la Biblia, lo último es siempre lo mejor. Los últimos serán los primeros. Ya que somos los últimos, somos los mayores.

E. Juan era el Elías que había de venir

  El versículo 14 dice: “Y si queréis recibirlo, él es Elías, el que había de venir”. En Malaquías 4:5 se profetiza que Elías vendrá. Cuando Juan el Bautista fue concebido, se dijo que él iría delante del Señor en el espíritu y el poder de Elías (Lc. 1:17). Así que, en cierto sentido, Juan puede ser considerado como el Elías que había de venir (Mt. 17:10-13). Sin embargo, la profecía de Malaquías 4:5 se cumplirá realmente durante la gran tribulación, cuando el Elías verdadero, uno de los dos testigos, vendrá a fortalecer al pueblo de Dios (Ap. 11:3-12).

F. Los profetas y la ley profetizaron hasta Juan

  En el versículo 13 leemos: “Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan”. Esto comprueba que la venida de Juan concluyó la dispensación del Antiguo Testamento.

G. Desde los días de Juan hasta ahora, el reino de los cielos es tomado con violencia

  El versículo 12 dice: “Mas desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos es tomado con violencia, y los violentos lo arrebatan”. Desde los días de Juan el Bautista hasta aquel momento, los fariseos impedían con violencia que el pueblo entrara en el reino de los cielos. Así que, los que deseaban entrar tenían que hacerlo “con violencia”.

H. Es necesario tener oídos para oír esto

  La palabra de Cristo con respecto a Su precursor, Juan el Bautista, estaba íntimamente relacionada con El mismo y con Su reino celestial. Y era diferente de cualquiera de las enseñanzas antiguas y tradicionales. De aquí que, era necesario tener oídos para escucharla (11:15).

III. EL SEÑOR REPRENDE A ESA GENERACION CONTUMAZ

  Después de que el Señor evaluó a Juan, reprendió a aquella generación por haberlo rechazado. Esa vindicación les recordó su rechazo, y que a pesar de lo grande que había sido Juan, se encontraba en prisión por causa de ese rechazo.

A. Esa generación no responde a la predicación del precursor ni a la del Rey celestial

  En los versículos 16 y 17 el Señor dijo: “Mas ¿a qué compararé esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas y dan voces a los otros, diciendo: Os tocamos la flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis”. Cuando Cristo y Juan el Bautista predicaron el evangelio del reino, “tocaron la flauta”, pero los judíos fanáticos no “bailaron” por el gozo de la salvación; y cuando Juan y Cristo predicaron el arrepentimiento, “endecharon”, pero los judíos religiosos no se lamentaron por el pesar de haber pecado. La justicia de Dios exigía que se arrepintieran, pero no quisieron obedecer; la gracia de Dios les trajo la salvación, pero no quisieron recibirla.

  En los versículos 18 y 19 dice: “Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene. Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores. Pero la sabiduría es justificada por sus obras”. Juan, quien vino para llevar a los hombres al arrepentimiento (Mr. 1:4) y para hacer que se lamentaran por el pecado, no tenía interés en la comida ni en la bebida (Lc. 1:15-17); mientras que Cristo, quien vino para traer salvación a los pecadores y lograr que se regocijaran en ella, tenía el gozo de comer y beber con ellos (Mt. 9:10-11). Los ciudadanos del reino, que no están bajo ninguna regla, siguen la sabiduría divina, centrados en el Cristo que mora en ellos, quien es su sabiduría (1 Co. 1:30), y no en el modo exterior de vivir.

  Debido a que Juan vivió de una manera extraña, sin comer ni beber de la manera habitual, los opositores dijeron: “Demonio tiene”, o sea, que estaba endemoniado; y a Cristo llamaron un hombre glotón y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y pecadores. Cristo no sólo es el Salvador, sino también el amigo de los pecadores, compadeciéndose de sus problemas y participando de sus penas.

  En el versículo 19 el Señor dijo: “Pero la sabiduría es justificada por sus obras”. La sabiduría es Cristo (1 Co. 1:24, 30). Cristo lo hizo todo por la sabiduría de Dios, la cual es Cristo mismo. Esta sabiduría fue justificada y vindicada por Sus sabias obras, Sus sabios hechos. Algunos manuscritos antiguos dicen “hijos” en vez de “obras”. Los ciudadanos del reino son hijos de la sabiduría; y como tales justifican a Cristo y Sus obras, y lo siguen, tomándole como su sabiduría. Los ciudadanos del reino, quienes saben cuándo comer y cuándo no hacerlo, y reconocen el sonido de la flauta y el de la endecha, sabiendo cuándo regocijarse y cuándo arrepentirse, son los que justifican a Cristo. Nosotros, los ciudadanos del reino, los hijos de la sabiduría, tenemos la sabiduría para discernir cuándo arrepentirnos y cuándo regocijarnos. Pero la generación que rechaza a Cristo es del todo insensata. Si alguien les toca una canción, no responden. Si los guían a lamentarse por sus pecados, tampoco responden. Son obstinados y carecen de sabiduría.

B. Las ciudades no se arrepienten

  En el versículo 20 dice: “Entonces comenzó a reprender a las ciudades en las cuales había hecho la mayoría de Sus obras poderosas, porque no se habían arrepentido”. El Señor clamó: “¡Hay de ti Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! ... y tú Capernaum”, porque lo habían rechazado. De Capernaum dijo: “hasta el Hades serás abatida”. El Hades, que equivale al Seol del Antiguo Testamento (Gn. 37:35; Sal. 6:5), es el lugar donde están las almas y los espíritus de los muertos (Lc. 16:22-23; Hch. 2:27). Además, dijo de Capernaum: “Será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti” (v. 24). Esto indica que Capernaum era peor que Sodoma.

IV. EL SEÑOR RECONOCE LA VOLUNTAD DEL PADRE CON ALABANZAS

A. Responde al Padre en Su comunión con El, a la vez que reprende a la generación obstinada

  El versículo 25 comienza con las palabras: “En aquel tiempo”. Esto se refiere al tiempo en que el Señor reprendía a las ciudades principales. El versículo 25 dice: “En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te enaltezco, Padre, Señor del cielo y de la tierra”. Mientras el Señor reprendía a aquellas ciudades, respondía y decía: “Te enaltezco, Padre” La palabra “respondía” está llena de significado. ¿A quién contestó el Señor? Al Padre. Mientras el Señor reprendía a las ciudades, tenía comunión con el Padre. En aquel momento, respondiendo al Padre, le enalteció.

  Mientras el Señor reprendía a las ciudades, un tercer participante estaba presente. El Señor era el primer participante, las ciudades eran el segundo y el Padre, quien estaba con El, era el tercero. Mientras el Señor estaba reprendiendo a Corazín, Betsaida y Capernaum, el Padre pudo haberle preguntado: “¿Estás conforme acerca de esto?” Entonces el Señor respondió y dijo: “Te enaltezco, Padre”. El Padre pudo haber dicho al Hijo: “Tú estás reprendiendo a estas ciudades porque te han rechazado: “¿Te sientes bien acerca de esto?” El Señor inmediatamente respondió y enalteció al Padre, Señor del cielo y de la tierra.

  En ocasiones, un tercer participante está presente cuando usted está hablando con su esposa. Usted es el primer participante, su esposa es el segundo y el Señor es el tercero. Tal vez usted le diga a su esposa: “Ayer no me trataste muy bien; tu actitud fue inadecuada”. Mientras está diciendo estas palabras, el tercer participante, el Señor tal vez pregunte: “¿Y qué acerca de esto? ¿Te parece bien? Sí, es verdad que tu esposa no te trató bien ayer”. En tal momento, ¿podría usted decir: “Te enaltezco, Padre”? No es tan fácil para nosotros hacer esto. Sin embargo, el Señor Jesús sí pudo decir: “Te enaltezco, Padre, Señor del cielo y de la tierra, reconozco Tu autoridad. Si esto no fuera permitido por Ti, ninguna de estas ciudades me hubiera rechazado. Aun su rechazo es permitido por Ti. Padre, estoy de acuerdo contigo, esta situación es muy beneficiosa; en verdad me siento bien acerca de esto, y puedo enaltecerte por ello”.

B. Reconoce la voluntad del Padre con alabanzas

  La palabra griega traducida “enaltezco” en el versículo 25, significa expresar reconocimiento con alabanzas. El Señor reconoció con alabanzas la manera en que el Padre llevaba a cabo Su economía. A pesar de que la gente en vez de responder a Su ministerio le calumnió (vs. 16-19), y pese a que las principales ciudades le rechazaron (vs. 20-24), El enalteció al Padre, reconociendo Su voluntad. No buscó la prosperidad de Su obra sino la voluntad del Padre; Su satisfacción y descanso no dependían de que el hombre lo comprendiera y lo recibiera, sino de que el Padre lo conociera (vs. 26-27). Cristo reconoció que el rechazo de las ciudades había sido permitido por el Padre. ¿Qué podemos decir acerca de nuestra situación actual? Cuando somos rechazados y enfrentamos oposición, críticas, ataques y condena, ¿podemos aún alabar al Padre? ¿Hemos dicho alguna vez: “Padre, te alabo por el rechazo y la oposición de mis parientes y amigos”? Debemos reconocer que nuestro soberano Señor ha permitido tal rechazo y debemos alabarle por ello.

  En las alabanzas ofrecidas por el Señor, al dirigirse al “Padre” alude a la relación que Dios el Padre tiene con El, Su Hijo; mientras que al llamarlo “Señor del cielo y de la tierra” alude a la relación que Dios tiene con el universo. Cuando el pueblo de Dios era derrotado por Su enemigo, Dios era llamado “el Dios del cielo” (Esd. 5:11-12; Dn. 2:18, 37). Pero cuando había un hombre que se había entregado a los intereses del Señor, Dios era llamado “dueño del cielo y de la tierra” (Gn. 14: 19, 22). Aquí el Señor como Hijo del Hombre llamó al Padre “Señor del cielo y de la tierra”, lo cual indica que el Señor estaba en la tierra cuidando de los intereses de Dios.

1. El Padre esconde el conocimiento del Hijo y del Padre de los sabios y entendidos

  El versículo 25 dice además que el Padre escondió “estas cosas de los sabios y entendidos”. La expresión “estas cosas” se refiere a todo lo relacionado con el conocimiento del Hijo y del Padre (v. 27); los “sabios y entendidos” se refiere a los habitantes de las tres ciudades condenadas en los versículos del 20 al 24, quienes eran sabios y entendidos según su propio parecer. Era la voluntad del Padre esconder de tales personas el conocimiento del Hijo y del Padre.

2. El Padre revela estas cosas a los niños

  El Señor alabó al Padre por revelar estas cosas a los niños. La palabra “niños” se refiere a los discípulos, quienes eran hijos de la sabiduría. Al Padre le agradó revelarles tanto el Hijo como el Padre. El soberano Padre es el que permite que conozcamos al Hijo y al Padre. En Mateo 16:17, después de que Pedro recibió la revelación de que Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente, el Señor Jesús le dijo: “Bienaventurado eres, Simón Barjona, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos”. De manera que, conocer al Hijo es un asunto que depende de la revelación que el Padre nos dé.

3. Al Padre le agrada dar la revelación a los niños

  El versículo 26 dice: “Sí, Padre, porque así te agradó”. Le agradó al Padre que el Hijo fuera rechazado. El Padre estaba contento de ver esto, pero esto nos es difícil creer. Si nuestros familiares estuvieran de acuerdo con nosotros respecto al recobro del Señor, nos emocionaríamos y alabaríamos al Señor; pero si somos rechazados, debemos alabarlo de igual manera, y decir: “Te alabo, Padre, porque Tú eres el Señor de los cielos y de la tierra; toda circunstancia proviene de Ti. Tú eres soberano, y te alabo por esta situación”.

4. El Padre entrega todo el remanente del pueblo al Hijo

  En el versículo 27 dice: “Todas las cosas me fueron entregadas por Mi Padre”. La expresión “todas las cosas” se refiere al remanente del pueblo que el Padre dio al Hijo (Jn. 3:27; 6:37, 44, 65; 18:9), lo cual implica que los sabios y entendidos rechazaron al Hijo porque al Padre no le agradó dárselos al Hijo, pero sí le agradó entregarle todo el remanente. Pedro, Juan, Jacobo y Andrés formaban parte del remanente que el Padre le había entregado al Hijo. El Señor Jesús dijo: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a Mí; y al que a Mí viene, por ningún motivo le echaré fuera” (Jn. 6:37). Todos nosotros estamos en el recobro del Señor únicamente por la misericordia del soberano Padre. Debemos adorar al Padre por esto, pues nos escogió de entre todos los cristianos del mundo para estar en Su recobro. Profundamente siento que durante los años en que el recobro del Señor ha estado en este país, el Señor ha estado levantando una cosecha y reuniendo un remanente de entre el pueblo cristiano. Durante los años que estuvimos reuniéndonos en el salón de Elden, en Los Angeles, el Señor estuvo reuniendo Su remanente. Mes tras mes el Señor traía Su remanente de diferentes ciudades, estados y países. Ese fue un tiempo de gran cosecha del remanente. Todos los que estuvimos en aquellas reuniones podemos dar testimonio de que fuimos entregados al Hijo por el Padre. El recobro del Señor no es una obra cristiana cualquiera; es la cosecha del remanente del Señor, para recobrar el reino de Dios mediante la vida de la iglesia; y hasta el día de hoy el Señor sigue cosechando Su remanente.

5. Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel que recibe la revelación de parte del Hijo

  En el versículo 27 el Señor dice: “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar”. En este versículo, la palabra griega traducida “conoce”, significa conocimiento cabal, y no simplemente familiaridad objetiva. Con respecto al Hijo, sólo el Padre tiene tal conocimiento, y con respecto al Padre, sólo el Hijo lo tiene. Así que, para conocer al Hijo se requiere que el Padre lo revele (16:17), y para conocer al Padre, que el Hijo lo revele (Jn. 17:6, 26). La palabra traducida “quiera” significa ejercitar deliberadamente la voluntad mediante un consejo. En el versículo 25 “estas cosas” son difíciles de entender para el hombre natural. El recobro del Señor se opone por completo al reino de tinieblas del enemigo. No cabe duda que este maligno no está dispuesto a permitir que la gente conozca las cosas del Padre, del Hijo y del recobro del Señor. De manera que se necesita la misericordia del soberano Padre. El Señor nos ha permitido que veamos “estas cosas” y que seamos introducidos en ellas. A pesar de que otros condenan “estas cosas”, nosotros nos regocijamos en ellas, porque las hemos visto, y si las hemos visto, no es por nuestra inteligencia, sino por la misericordia del Padre, quien nos ha mostrado todas estas cosas.

V. EL SEÑOR LLAMA A LOS QUE ESTAN CARGADOS PARA QUE DESCANSEN, Y LES DA LA MANERA DE HACERLO

A. El llamado

  En el versículo 28 el Señor hizo un llamado: “Venid a Mí todos los que trabajáis arduamente y estáis cargados, y Yo os haré descansar”. El Señor parecía estar diciendo: “Todos vosotros que trabajáis arduamente y estáis cargados, venid a Mí y descansad. Todos los religiosos y todos los mundanos, quienes laboráis y tenéis cargas, venid a Mí y Yo os daré descanso”. ¡Qué palabra tan llena de gracia! El trabajo mencionado en el versículo 28 se refiere no sólo al duro esfuerzo por guardar los mandamientos de la ley y los preceptos religiosos, sino también al duro esfuerzo por tener éxito en cualquier obra. Todo aquel que labore así está siempre agobiado. El Señor, después de ensalzar al Padre, reconociendo el camino que el Padre había escogido y declarando la economía divina, llamó a tales personas a que vinieran a El para descansar. Esto no sólo se refiere a ser librado del trabajo y de la carga bajo la ley o la religión o bajo cualquier otra clase de trabajo o responsabilidad, sino también a tener perfecta paz y plena satisfacción.

B. La manera de obtener el descanso

1. Llevar el yugo del Rey celestial

  En los versículos 29 y 30 encontramos la manera de obtener el descanso: “Tomad sobre vosotros Mi yugo, y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque Mi yugo es fácil, y ligera Mi carga”. Tomar el yugo del Señor es aceptar la voluntad del Padre. No consiste en ser regulado ni controlado por alguna obligación de la ley o de la religión, ni tampoco en ser esclavizado por alguna obra; sino en ser constreñido por la voluntad del Padre. El Señor vivió esta vida, sin ocuparse de otra cosa que no fuese la voluntad de Su Padre (Jn. 4:34; 5:30; 6:38). Se sometió plenamente a la voluntad del Padre (Mt. 26:39, 42). Por lo tanto, nos pide que aprendamos de El. La voluntad de Dios es que tomemos el yugo. Así que, no somos libres de hacer lo que queramos; por el contrario, debemos llevar Su yugo. Jóvenes, no piensen que son tan libres. En el recobro del Señor todos hemos recibido Su yugo. ¡Cuán bueno es llevar este yugo! El yugo del Señor es fácil, y Su carga es ligera. El yugo del Señor es la voluntad del Padre, y Su carga es la obra que llevamos a cabo para cumplir Su voluntad. Tal yugo es agradable y nada amargo; y tal carga es ligera y nada pesada. La palabra griega traducida “fácil” significa adecuado para su uso; por lo tanto, es bueno, agradable, suave y fácil, esto se contrapone a lo que es duro, severo, gravoso y amargo.

2. Aprender de El

  Finalmente, en el versículo 29 el Señor nos dice que aprendamos de El, porque El es manso y humilde de corazón. Ser manso, o dócil, significa no ofrecer resistencia, y ser humilde significa no tener amor propio. Durante toda la oposición que el Señor enfrentó, El fue manso, y durante todo el rechazo, fue humilde de corazón. Se sometió completamente a la voluntad de Su Padre sin desear hacer nada para Su propio bien y sin esperar ganar algo para Sí. Así que, no importa cuál fuera la situación, El tenía descanso en Su corazón y estaba plenamente satisfecho con la voluntad de Su Padre.

  El Señor dijo que si tomamos Su yugo sobre nosotros y aprendemos de El, encontraremos descanso para nuestras almas. El descanso que encontramos al tomar el yugo del Señor y aprender de El, es descanso para nuestras almas. Es un descanso interior y no es algo meramente externo en nuestra naturaleza.

  Si cuando ministramos encontramos oposición y nos resistimos, no tendremos paz. Pero si en lugar de resistirnos nos sometemos a la voluntad del Padre, dando testimonio de que tal oposición es permitida por El, encontraremos descanso para nuestras almas. Juan el Bautista no consideró su encarcelamiento como algo permitido por el Padre; por lo tanto, no tenía descanso. Si hubiera comprendido que su encarcelamiento se debía a la voluntad del Padre, habría tenido descanso aún en la prisión. Cristo, el Rey celestial, siempre se sometió a la voluntad del Padre, tomando esta voluntad como Su porción sin resistirse a nada. Por esto, El estaba siempre descansando. Debemos aprender de El y ver las cosas como El las ve. Si hacemos esto tendremos descanso en nuestras almas.

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