Mensaje 36
(2)
En este mensaje llegamos al primer misterio del reino, del cual se trata en Mt. 13:3-8, 18-23.
Al principio de la primera parábola de entre las siete que abarcan los misterios del reino, el Señor no usó la frase: “El reino de los cielos ha venido a ser semejante a”, como lo hizo en las siguientes seis parábolas (Mt. 13:24, 31, 33, 44, 45, 47), porque el reino de los cielos comenzó con la segunda parábola. En la primera parábola el Señor salió únicamente a sembrar la semilla del reino, pues en ese tiempo la semilla todavía no había crecido hasta llegar a ser la cosecha con la cual se formaría del reino. De aquí que, el reino no había venido aún, sólo se había acercado a través de la predicación del Señor (Mt. 4:17).
El Señor Jesús vino con el fin de llevar a cabo la obra preliminar que conduce al establecimiento del reino. Durante el transcurso de Su vida humana, desde Su nacimiento hasta Su resurrección, el reino de los cielos aún no había venido. Durante toda Su vida El hizo los preparativos necesarios para el establecimiento del reino de los cielos.
Los versículos 3 y 4 dicen que el sembrador salió a sembrar. El Señor Jesús, en Su obra preliminar, vino como un sembrador con miras a establecer el reino de los cielos. Muchas veces el Señor fue llamado maestro, pero aquí El se presenta no como un maestro sino como un sembrador. El sembrador del versículo 3 es el Señor mismo (v. 37). En realidad el Señor no vino a enseñar sino a sembrar la semilla. ¿Qué es esta semilla? Es la palabra del reino que contiene al Rey como vida (v. 19). La semilla es también los hijos, los ciudadanos del reino (v. 38). De acuerdo con nuestra experiencia, la semilla sembrada por el Señor Jesús en nuestra naturaleza humana es simplemente El mismo como vida, quien nos convierte a nosotros en la semilla del reino. Aquí hay tres asuntos inseparables que están estrechamente vinculados: la palabra del reino, los hijos del reino y Cristo mismo como vida dentro de la semilla. La palabra del reino en realidad es Cristo mismo como palabra de vida. Finalmente esta semilla produce los hijos del reino que son los creyentes. Por lo tanto, la semilla se refiere a la palabra del reino, a Cristo mismo como vida, y a nosotros los hijos del reino. Al sembrarse Cristo como palabra viva en nuestro ser, nosotros llegamos a ser los hijos del reino.
En esta parábola vemos que Cristo establece el reino de los cielos no por medio de guerras o enseñanzas, sino al sembrarse como la semilla de vida en los creyentes con el fin de que crezca el reino celestial. El establecimiento del reino de los cielos depende totalmente del crecimiento en vida. En efecto, establecer el reino equivale a hacerlo crecer. El reino no puede establecerse con el trabajo externo sino con el crecimiento interior, un hecho en el cual debemos hacer hincapié una y otra vez. Muchos obreros cristianos no han visto esto; por consiguiente, siguen creyendo que la iglesia se edifica por el trabajo externo. No obstante, la iglesia sólo se produce cuando Cristo se siembra como semilla en el hombre. El crecimiento de esta semilla produce la iglesia. La semilla de vida, que es Cristo mismo en la palabra sembrado en la humanidad, produce la iglesia. El trabajo no produce la iglesia, sino únicamente el crecimiento en vida. De aquí que el reino de los cielos no se produce mediante enseñanzas o trabajo, sino por Cristo como la palabra de vida sembrada en la humanidad. Esta semilla crece, y la vida que se encuentra en ella produce el reino. El reino depende totalmente de la vida que crece, y el origen del reino es Cristo, la semilla de vida. En efecto, el reino está estrechamente relacionado con la vida. Que este hecho nos impresione profundamente.
En esta parábola, la cual nos da un cuadro claro de la obra preliminar del reino, Cristo se presenta como el sembrador. Todos aquellos que han sembrado semilla saben que si la semilla no tiene vida, nada sucederá, pues sin vida es imposible tener crecimiento. En esta parábola Cristo no vino a hablar como un gran profeta ni a regir como un poderoso rey. Es cierto que El era un profeta y un rey, pero en esta parábola se presenta como un sembrador y no como profeta o rey. En Su mano no vemos un cetro con el cual reinar o ejercer autoridad, sino una semilla con la cual producir vida. El vino como un sembrador para sembrarse a Sí mismo como la semilla. ¡Oh, que todos podamos ver esto! Esta visión cambiaría nuestros conceptos y nuestra labor en el Señor, y si realmente la viéramos, no confiaríamos más en nuestra obra, porque sabríamos que el reino es un asunto de vida, y que la iglesia depende del crecimiento de la vida contenida en la semilla sembrada en nosotros. Como consecuencia, confiaríamos únicamente en el crecimiento de esta vida. Aquellos que han estado con nosotros durante algunos años pueden dar testimonio de que yo nunca digo a otros lo que deben hacer, ni doy instrucciones acerca de la conducta que deben observar. Por el contrario, reunión tras reunión, conferencia tras conferencia y entrenamiento tras entrenamiento ministro a Cristo, quien es el Espíritu vivificante y todo-inclusivo. Siempre he ministrado a Cristo, la vida, el Espíritu y la iglesia.
Todos debemos recibir la visión básica de que el reino está relacionado con que la vida crezca en nosotros. Los jóvenes que tienen carga por los campos universitarios deben ver esto. Jóvenes, si ustedes van a las universidades a llevar a cabo un trabajo, eso no significará nada. No deben ir allí a trabajar sino a sembrar la semilla; deben ir como sembradores. Durante los años que estuve con el hermano Nee en China, pude ver que él no estaba trabajando sino sembrando a Cristo como la semilla. El me comentó que la señorita M. E. Barber no había ido a la China a laborar. Ella estaba en la China sembrando a Cristo, y aun sembrándose a sí misma en Cristo. Ella era una semilla sembrada en esa región de China. Finalmente algo brotó de esa semilla. El recobro del Señor hoy es el producto de la semilla sembrada por la hermana Barber y el hermano Nee. No pensemos que nuestro trabajo es muy importante; no, nuestro trabajo no significa nada. Al volver a estudiar los evangelios de nuevo, se puede ver que el primer obrero cristiano fue Cristo mismo. Sin embargo, El no se esforzó tanto en trabajar como en sembrar.
En la parábola del sembrador, el Señor describió lo que El vino a hacer. El vino como un sembrador a sembrar la semilla. Para los orgullosos esta parábola es un misterio. Los fariseos probablemente dirían: “Nosotros ya sabemos todo al respecto y no estamos interesados en oír nada más acerca de ese tema. Sabemos lo que es un sembrador. Sabemos que lo que un sembrador hace es simplemente sembrar la semilla, y que esta semilla cae en diversos tipos de terreno. Este es un conocimiento muy elemental, y nosotros queremos escuchar algo más profundo y filosófico. Jesús, háblanos acerca de la ley de Moisés. ¿Alguna vez has leído a Moisés y los salmos? Nos gustaría escuchar acerca de eso y no de la semilla que cae junto al camino, en tierra rocosa, entre espinos o en buena tierra. Tú eres un simple maestro de jardín de niños”. Pero para los pobres en espíritu y puros de corazón esta parábola es mucho más profunda que las enseñanzas de Moisés y que los salmos. ¡Aleluya por el sembrador, por la semilla y por la buena tierra! Esto es un asunto de vida. Necesitamos más himnos que hablen del sembrador, de la siembra, de la semilla y del crecimiento. Vuelvo a decir que el reino crece; no se edifica por nuestra labor. No debemos tratar de edificar la iglesia por nuestra propia cuenta porque la iglesia sólo se edifica por el crecimiento. Lo que debemos hacer día tras día es sembrar a Cristo.
Recientemente un opositor le dijo a un hermano: “Vamos a poner fin a su obra”. El dijo que estaban planeando detener el recobro del Señor. Si los opositores tratan de hacer esto, se encontrarán con un problema. No se debe tocar nada de la vida, porque mientras más se la toque, más se multiplicará. Si uno la deja en paz, la vida permanecerá inactiva, pero si la toca, ésta crecerá. Supongamos que uno dice a la semilla: “Semilla, yo impediré que crezcas; te voy a enterrar”. ¡Cuán bueno será esto para la semilla! En cambio, si guarda la semilla en una vitrina, apreciándola, admirándola y valorándola, ésa será la mejor forma de detenerla. Mas si uno trata de terminar con la semilla enterrándola, ésta de seguro crecerá. Los opositores sencillamente no saben lo que es el recobro del Señor; pues no es una obra cristiana, ni una enseñanza o teología, sino una semilla. El recobro del Señor es el Cristo viviente como una semilla. Tengo la seguridad de declarar a todo el universo que el Cristo todo-inclusivo como el Espíritu vivificante ha sido sembrado en miles de estadounidenses. No los toquen, porque si ustedes tratan de perseguirlos o enterrarlos, la semilla se multiplicará. ¿Quién puede detener el recobro del Señor? La semilla ya ha sido sembrada; el Señor vino a la tierra como un sembrador para sembrarse a Sí mismo. ¡Aleluya que Jesús se ha sembrado en la humanidad! El principio es el mismo hoy en el recobro. El recobro como la semilla de vida ha sido sembrada en Norteamérica, Europa, Brasil y muchos otros lugares, y nada ni nadie pueden detenerlo. El recobro del Señor no es un movimiento cristiano, sino Cristo mismo como la semilla de vida sembrado en nuestro ser. El sembrador es Cristo, y la semilla también es Cristo, es decir, Cristo en la palabra sembrado en nosotros para transformarnos en hijos del reino.
De acuerdo con esta parábola y con la interpretación que el Señor le dio, esta semilla es sembrada en nuestro corazón (v. 19). En el pasado hicimos notar que el corazón no es el órgano con el cual recibimos, sino el órgano con el cual amamos, y que el órgano receptor es nuestro espíritu. Decimos esto tomando por base Ezequiel 36, donde leemos que Dios prometió darnos un espíritu y un corazón nuevos: un espíritu nuevo para recibir a Dios y un corazón nuevo para amarle. Aquí el Señor Jesús no menciona nada acerca del espíritu, pero sí dice que el corazón es el lugar donde la semilla es sembrada. Nada puede entrar en nuestro espíritu sin pasar primero por nuestro corazón. En 1 Pedro 3:4 nuestro espíritu es llamado el hombre interior de nuestro corazón, lo cual indica que nuestro espíritu está cercado por nuestro corazón. Las tres partes principales del corazón son la mente, las emociones y la voluntad. Cuando creímos en el Señor Jesús, ciertamente ejercitamos nuestro espíritu aunque inconscientemente, pero con nuestro corazón sí entendimos que creíamos en El. En otras palabras, cuando creímos en El, abrimos nuestro corazón, pero el resultado de eso fue que El entró en nuestro espíritu. Cuando abrimos nuestro corazón y creímos en El, El entró en nuestro espíritu. Sin em- bargo, nuestro espíritu no es el terreno donde Cristo crece; el terreno es nuestro corazón. Esta parábola explica claramente que nuestro corazón es el terreno, la tierra, el lugar exacto donde la semilla es sembrada y crece. Por lo tanto, en esta parábola el Señor no toca nuestro espíritu, sino principalmente nuestro corazón.
El versículo 4 dice: “Y mientras sembraba, unas semillas cayeron junto al camino; y vinieron las aves y se las comieron”. “Junto al camino”, se refiere a un lugar cercano al camino. Este ha sido endurecido por el tráfico que hay en él, así que es difícil que las semillas penetren la superficie. El lugar junto al camino representa el corazón que ha sido endurecido por el tráfico mundano y que no puede abrirse para entender, para comprender, la palabra del reino (v. 19). Las aves representan al maligno, Satanás, quien viene y arrebata la palabra del reino que fue sembrada en el corazón endurecido.
Si comparamos la constitución del reino de los cielos con la parábola del sembrador, veremos que esta parábola se basa en el concepto de esta constitución. La constitución incluye los asuntos de ser pobres en espíritu y puros de corazón. Los de junto al camino son aquellos que no pueden recibir la semilla porque no son ni pobres en espíritu ni puros de corazón. Por causa de la cercanía al camino y el tráfico que por allí anda, el terreno fértil se endurece, lo cual hace imposible que la semilla penetre en él, de manera que la semilla permanece en la superficie junto al camino. Esto representa a aquellos que no son ni pobres en espíritu ni puros de corazón debido al intenso tráfico mundano que hay en ellos. Su mente, sus emociones y su voluntad están ocupadas de la educación, el comercio, la política, la ciencia, los negocios y de otros tipos de tráfico mundano. Están llenos de ambición y de ansiedad por escalar un mejor nivel socioeconómico. Esta es la razón por la cual es muy difícil predicar el evangelio a aquellos que participan en la política. Los políticos tienen mucho tráfico mundano en su ser. Aquellos que buscan progresar en la política lo hacen por la ambición de obtener una alta posición o el deseo de superar a otros. De igual modo es difícil predicar el evangelio a los especuladores de la bolsa de valores. A menos que el Señor los derribe, estarán muy endurecidos como para recibir la palabra en ellos. Día y noche están concentrados en cifras, dinero y negocios. No tienen oportunidad de ser pobres en espíritu ni puros de corazón. El tráfico de los negocios ha endurecido sus corazones. Cuando alguien intenta sembrar la semilla en ellos, ésta no puede penetrar. No hay cabida en ellos para la semilla. Lo mismo sucede con muchos en áreas como la educación, mayormente con los que buscan obtener un doctorado. Han tenido tanto tráfico en su corazón que éste se ha endurecido, tal como los de junto al camino en esta parábola del Señor. Aunque escuchen el evangelio de Cristo, ni una sola palabra puede penetrar en su corazón.
Damos gracias al Señor porque cuando escuchamos el evangelio, por su misericordia pudimos ser pobres en espíritu y puros de corazón. El día de mi salvación yo le dije al Señor: “Si todo el mundo pudiera ser mío, no lo tomaría. No lo deseo ni me agrada. Señor, quiero preservar mi corazón sólo para Ti; no quiero que en mi corazón haya nada de tráfico mundano”. No es recomendable que pase un camino por la tierra de cultivo. En realidad, ningún agricultor permitiría esto. ¿Pertenece usted a los de junto al camino? No esté tan cerca del camino, sino quédese en el centro del terreno, y el tráfico del mundo no lo tocará.
Los versículos 5 y 6 dicen: “Otras cayeron en los pedregales, donde no tenían mucha tierra; y brotaron pronto por no tener profundidad de tierra; pero cuando salió el sol, se quemaron; y por no tener raíz, se secaron”. Los pedregales que no tienen mucha tierra representan el corazón que recibe de modo superficial la palabra del reino, porque en lo profundo de él se hallan piedras, las cuales son: los pecados ocultos, los deseos personales, el egoísmo y la lástima de sí mismo. Tales piedras impiden que la semilla se arraigue a profundidad en el corazón. El sol, con su calor abrasador, representa la aflicción o la persecución (v. 21). El calor abrasador del sol seca la semilla que no está bien arraigada. Una vez que la semilla echa raíces profundas, el calor del sol contribuye a su crecimiento y maduración. Pero, debido a la carencia de raíces, el calor del sol, que debería hacerla crecer y madurar, viene a ser un golpe mortal para la semilla.
Las rocas del terreno representan los asuntos tratados por las leyes complementarias dadas en la constitución del reino de los cielos (5:17-48). Este segundo tipo de terreno tiene que ver con el mal genio, la concupiscencia, el yo y la carne; tales cosas están ocultas en nuestro corazón. Tal vez muy pocos de entre nosotros nos hallemos junto al camino, pero estoy muy preocupado de que un buen número sea del tipo rocoso. Los de esta clase de terreno superficial pueden aparentar bueno a los demás, pero no tienen profundidad. Por el contrario, tienen mal genio, concupiscencia, y son egoístas y carnales. Todas estas rocas están escondidas bajo el terreno. De aquí que el primer tipo de terreno corresponde a aquellos que no son pobres en espíritu ni puros de corazón, y el segundo a los que bajo la superficie tienen mal genio, concupiscencia, egoísmo y carnalidad. Algunos de entre nosotros tal vez sigan ocultando su mal genio, egoísmo, lujuria y carnalidad. Quizás algunos suelan exclamar las aleluyas en las reuniones, pero no tengan mucha profundidad. Bajo la superficie se hallan rocas, y tarde o temprano tales rocas serán expuestas, ya que la semilla sembrada en ellos no podrá echar raíces. Pueden estar felices y gozosos alabando al Señor, pero no hay raíz en ellos. Por lo tanto, cuando se presentan aflicciones y persecución, se secan como una planta sin raíz, y se marchitan bajo el calor abrazador del sol. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y escarbe profundamente hasta extraer las piedras ocultas, es decir, el mal genio, la concupiscencia, el egoísmo y la carnalidad y cualquier otra cosa negativa que tengamos, de manera que haya cabida en nuestro corazón para la semilla, y ésta eche raíces profundas en nuestro ser.
El versículo 7 dice: “Y otras cayeron entre los espinos; y los espinos crecieron, y las ahogaron”. Los espinos representan las preocupaciones de este siglo y el engaño de las riquezas, los cuales ahogan completamente la palabra, impidiendo así que crezca en nuestro corazón y haciéndola infructuosa. Los espinos, que son las ansiedades de esta era y el engaño de las riquezas, corresponden a la sección sobre la constitución celestial donde se trata la actitud que los ciudadanos del reino deben tener hacia las riquezas (6:19-34). En aquella sección las palabras asociadas con ansiedad, preocupación e inquietud se usan varias veces. El Señor nos dice que no debemos preocuparnos por nuestro vivir, o por qué comeremos o beberemos o de qué vestiremos. El tercer tipo de terreno no es tan malo como el segundo; no obstante, también le es difícil a la semilla crecer en él debido a la ansiedad y al engaño de las riquezas. Todos esos espinos deben ser desarraigados. Si la ansiedad de este siglo y el engaño de las riquezas son desarraigadas de nuestro corazón, la semilla podrá crecer.
La parábola del sembrador parece ser muy simple, pero en realidad es muy profunda, pues expone la verdadera condición de nuestro corazón ante la presencia del Rey celestial. Todo lo que hay en nosotros queda expuesto ante El. Esta parábola habla de la dureza de la tierra por causa del tráfico mundano; lo escondido en forma de concupiscencia, mal genio, egoísmo y carnalidad; y la ansiedad de este siglo y el engaño de las riquezas. En otras palabras esta parábola trata de los que están junto al camino, los que tienen terreno rocoso y los que están llenos de espinos. Si uno está junto al camino o si tiene rocas ocultas o espinos, el reino no podrá crecer en él. Dicho de otra manera, la iglesia no puede crecer en esos tipos de terreno. Para que la iglesia crezca la semilla debe caer en buena tierra.
El versículo 8 dice: “Pero otras cayeron en la buena tierra, y dieron fruto, una a ciento, otra a setenta, y otra a treinta por uno”. La buena tierra representa el buen corazón que no ha sido endurecido por el tráfico mundano, que no tiene pecados ocultos, y que está libre de las preocupaciones de este siglo y del engaño de las riquezas. Tal corazón cede cada centímetro de su terreno para recibir la palabra a fin de que ésta crezca, lleve fruto y produzca a ciento por uno (v. 23). La buena tierra es un corazón que no tiene tráfico mundano, rocas ni espinos. No tiene pecados ocultos, egoísmo, lujuria ni carnalidad; en él no existe ansiedad del presente siglo ni engaño de las riquezas. Esta clase de corazón se mantiene verdaderamente puro para poder corresponder al espíritu. Tal clase de corazón es la buena tierra donde Cristo puede crecer. Cristo como la semilla de vida puede desarrollarse únicamente en este tipo de corazón, en esta clase de terreno. Este es el terreno en el cual el reino puede crecer.
En los Estados Unidos existen millones de cristianos. Recientemente una revista publicó que hay cincuenta millones de cristianos regenerados en este país. Sólo el Señor sabe cuántos de éstos son creyentes genuinos. Aunque hay tantos cristianos, me pregunto cuántos de éstos son la buena tierra. ¿Cuántos en realidad no tienen tráfico mundano, pecados ocultos, concupiscencia, egoísmo, ansiedad ni son engañados por las riquezas? ¿Cuántos realmente son pobres en espíritu y puros de corazón? Es muy difícil encontrar tal clase de creyentes. Aunque estemos rodeados de creyentes, es raro encontrar alguno que en realidad sea pobre en espíritu y puro de corazón. ¿Qué acerca de usted mismo? ¿Todavía tiene tráfico mundano en su corazón? ¿Es usted pobre en espíritu y puro de corazón? ¿Tiene algunas rocas ocultas en su interior? ¿Qué acerca de la ansiedad de este siglo y del engaño de las riquezas? Al considerar estas preguntas no debemos desalentarnos sino animarnos. ¡Nada puede detener la economía de Dios! Debe haber al menos algunos que son la buena tierra. De acuerdo con el porcentaje indicado por la parábola del Señor el veinticinco por ciento de los cristianos pertenecen a la buena tierra. Estaría feliz si al menos hubiera el cinco por ciento. ¡Cuán bueno sería si de entre todos los cristianos genuinos el cinco por ciento fuera pobre en espíritu y puro de corazón, sin egoísmo, carnalidad, pecados ocultos, ansiedad ni engaño de las riquezas! ¡Qué maravilloso sería si al menos el cinco por ciento fueran puros de corazón y permitieran que Cristo creciera en ellos! El Señor encontrará en esta y aquella ciudad a los que son la buena tierra. El es misericordioso; tal vez nos hayamos expuestos a mucho tráfico mundano pero el Señor nos rescató del lado del camino y nos colocó en el centro de la tierra de cultivo. Sé de muchos hermanos y hermanas en los que el Señor ha escarbado profundamente sacando las cosas que estaban escondidas y desarraigando todos los espinos, con el fin de convertirlos en buena tierra. ¡Alabado sea el Señor por esto! No hay duda de que entre nosotros un buen número son la buena tierra, el terreno fértil. El reino y la iglesia están creciendo, aquí en la vida de iglesia Cristo y el reino están creciendo. El reino no viene por nuestro obrar sino únicamente por el crecimiento de Cristo dentro de nosotros. Que todos nos dejemos impresionar del hecho de que hoy en el recobro del Señor El se está sembrando con el fin de obtener la buena tierra donde podrá crecer hasta ser el reino. Esta es la primera parábola y es la obra preliminar que conduce al establecimiento del reino de los cielos.