Mensaje 5
(5)
En este mensaje llegamos al nacimiento de Cristo. Su nacimiento es un misterio total; por eso, es difícil hablar de ello. Primero, debemos considerar algunos asuntos relacionados con los preparativos que fueron hechos para el nacimiento de Cristo.
El nacimiento de Cristo fue preparado y llevado a cabo por la soberanía de Dios (1:18; Lc. 1:26-27). Por Su soberanía, Dios unió a José y María en matrimonio para que Cristo naciese como heredero legítimo del trono de David. El matrimonio es un misterio. No es fácil unir a dos personas, y especialmente cuando tiene que ver con el nacimiento de Cristo. No era fácil unir a José con María. Miremos la historia. Según la genealogía de Cristo presentada en Mateo, José era descendiente de Zorobabel, uno que regresó del cautiverio. Zorobabel, líder de la tribu de Judá y descendiente de la familia real, sacó a los cautivos de Babilonia y los llevó a Jerusalén (Esd. 2:2). También tomó la iniciativa en la reedificación del templo (Esd. 3:8; 5:2). José era su descendiente. Si el regreso de los cautivos no hubiera sucedido, ¿dónde habría nacido José? Habría nacido en Babilonia. Habría sido igual en el caso de María, quien era descendiente de los cautivos que regresaron a Jerusalén. Si los antepasados de José y María hubieran permanecido en Babilonia y por consiguiente María y José hubieran nacido allí, ¿cómo podría Jesús haber nacido en Belén? Gracias a Dios por Su soberanía en hacer regresar a los antepasados de José y de María.
Dios, en Su soberanía, colocó a José y a María en la misma ciudad, Nazaret (Lc. 1:26; 2:4). Si ellos hubieran vivido muy lejos el uno del otro, les habría sido difícil casarse. José y María no solamente eran descendientes de los que regresaron del cautiverio, sino que también vivían en el mismo pueblo, lo cual les proporcionó la oportunidad de casarse.
Además, cuando examinamos las genealogías dadas en Mateo y Lucas, descubrimos que José procedió del linaje real, el de Salomón (vs. 6-7), y María procedió de un linaje no real, el de Natán (Lc. 3:31). Aunque José y María se casaron, Jesús nació de María, y no de José. Aparentemente, fue engendrado por José, pero en realidad, nació de María (Mt. 1:16). Todo esto tenía que ver con la soberanía de Dios.
Como vimos en el mensaje anterior, la maldición hallada en el libro de Jeremías excluyó a todos los descendientes de Jeconías, o sea, no podían heredar el trono de David (Jer. 22:28-30). Si Jesús, de hecho, hubiera sido engendrado por José, habría sido excluido del trono de David. José, por proceder del linaje real, era descendiente real a los ojos de los hombres. Aparentemente, Jesús fue ligado a este linaje por el matrimonio de su madre María con José. De nuevo, vemos la soberanía de Dios. Dios había hallado una joven, también descendiente de David, quien podría dar a luz a Cristo. Jesús nació de ella y, en realidad, era simiente de David. Jesús tenía los requisitos para heredar el trono de David.
Por este arreglo soberano, Jesús era tanto una persona del pueblo así como heredero del trono real. Esta es la razón por la cual El tiene dos genealogías: una se presenta en Lucas y nos cuenta Su condición de plebeyo; la otra se halla en Mateo y nos cuenta Su rango real. Heredó Su condición plebeya de María y Su rango real de José. Así que Jesús nació bajo la mano soberana de Dios. Ninguno de nosotros nació así. Ninguno de nosotros nació bajo esta soberanía. Sólo Jesús tenía los requisitos para disfrutar de ese arreglo soberano.
Según Lucas 1:26-28, el nacimiento de Cristo fue llevado a cabo por medio de la entrega de María. Aquí yo quisiera decirles algo a los jóvenes. No era fácil que una joven, una virgen como María, aceptara el encargo de concebir a un hijo. Si yo hubiera sido ella, habría dicho: “Señor, si me pidieras cualquier otra cosa, lo haría. ¡Pero me pides que conciba a un hijo! Esto no es posible en términos humanos; no es virtuoso ni ético. ¡No lo puedo hacer!” Nos es fácil leer esta narración. No obstante, supongamos que una hermana joven de entre nosotros recibiera semejante encargo esta noche. ¿Podría aceptarlo? No es asunto insignificante. Es posible que María dijera: “Gabriel, ¿no sabes que ya estoy comprometida? ¿Cómo podría concebir a un hijo?” ¿Quien de entre nosotros aceptaría un encargo tal como éste? Si un ángel hablara así con usted, ¿podría usted aceptarlo?
Después de escuchar las palabras del ángel, María dijo: “He aquí la esclava del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lc. 1:38). Tal vez parezca algo sencillo, pero el precio es excesivamente alto. Para dar a luz a Cristo, María pagó un precio muy alto: pagó con todo su ser. No es fácil producir a Cristo; cuesta mucho. Si queremos introducir a Cristo, tenemos que pagar un precio. María lo hizo.
José reaccionó inmediatamente, pensando despedirla secretamente (v. 19). Así que, María estaba en apuros. Le aseguro a usted que cuando acepte el encargo de sacar a luz a Cristo, se encontrará usted en apuros. Todos los ángeles lo entenderán, pero ningún ser humano lo entenderá. No espere que haya alguien como el ángel Gabriel. Todos le van a entender mal a usted. De hecho, es posible que la persona más cercana a usted sea la que menos lo entienda. No obstante, el nacimiento de Cristo fue realizado en gran parte por la entrega de María.
Con todo eso, la entrega de María no estaba ligada directamente a la concepción de Jesús. Su concepción fue ligada directamente al Espíritu Santo (vs. 18, 20; Lc. 1:35). Sin el Espíritu Santo, no tendría valor la entrega de María. Podríamos rendirnos totalmente, pero esto no significa nada sin el poder del Espíritu Santo. No debemos apreciar en exceso el hecho de que nos hayamos rendido por completo, pues vale poco. Nuestra entrega simplemente da lugar al poder del Espíritu Santo, para que entre en nosotros y realice algo.
Aunque se presentaba la soberanía de Dios, la entrega de María y el poder del Espíritu Santo, era necesario que José obedeciera y cooperase (Mt. 1:19-21, 24-25). ¿Qué habría sucedido si José hubiera insistido en divorciarse de María? El estuvo planeando esto; sin embargo, él fue la persona elegida por Dios para el nacimiento de Cristo. Por lo tanto, no era tosco ni impetuoso; más bien, era atento y serio. José era un hombre joven; por eso, yo quisiera aprovechar el momento para decir algo a los jóvenes. No tomen las decisiones con rapidez ni actúen a la ligera. Deben proceder lentamente y dejar que intervenga el Señor. Por lo menos, dejen el asunto para otro día. Durante la noche, tal vez el ángel se le acerque a usted para decirle algo. Esto es lo que le pasó a José. Mientras consideraba estas cosas, el ángel del Señor se le apareció en sueños (v. 20) y José obedeció el mandato del ángel.
Supongamos que usted se hubiera comprometido a una joven y descubriese que ella estaba encinta. ¿Aún la tomaría por esposa? Tomar por esposa a tal mujer indudablemente sería una vergüenza. Por lo tanto, no sólo María pagó un precio, sino también José. Le costó mucho introducir a Cristo, pues hizo que sufriera vergüenza.
Los puntos que hemos tratado hasta aquí son menores. Ahora llegamos a los puntos principales.
El nacimiento de Cristo cumplió por completo las profecías del Antiguo Testamento. La primera profecía antiguotestamentaria se halla en Génesis 3:15. Los capítulos uno y dos no contienen profecías, pero en el capítulo tres vemos que después de que el hombre había caído y la serpiente se había metido en el hombre a través de la mujer, Dios hizo una promesa. Parece que Dios decía al hacer la promesa: “Serpiente, tú te entrometiste por medio de la mujer. Ahora voy a darte fin por medio de la simiente de la mujer”. De este modo la promesa referente a la simiente de la mujer vino a ser la primera profecía de la Biblia.
En Mateo 1:22 y 23 una virgen concibe un niño y así se cumple la profecía. Este niño fue la simiente de la mujer. En Gálatas 4:4 Pablo dice que Cristo nació bajo la ley y también nació de una mujer. Cristo vino no sólo para cumplir la ley, sino también para cumplir la promesa de la simiente de la mujer que había de herir la cabeza de la serpiente.
De Génesis pasamos a Isaías 7:14, donde hay otra profecía referente a Cristo. “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo”. El cumplimiento de esta profecía introdujo a Dios en el hombre. ¡Aleluya, Dios se hizo hombre!
No obstante, es difícil encontrar un versículo donde diga que Dios se hizo hombre, pero la Biblia sí dice que “el Verbo era Dios ... y el Verbo se hizo carne” (Jn. 1:1, 14). “Hombre” es un término bueno, pero “carne” no lo es. Si digo que usted es hombre, usted estará contento. Pero, si digo que usted es carne, no estará contento porque la palabra “carne” no es positiva. En 1 Timoteo 3:16 Pablo dice: “Grande es el misterio ... El fue manifestado en la carne”. Aunque “carne” no es un término bueno, la Biblia sí dice que Dios fue manifestado en la carne.
No es fácil entender el significado de la palabra “carne” según el uso bíblico. En la Biblia “carne” tiene al menos tres significados. Primero, en un sentido positivo, significa la carne de nuestro cuerpo (Jn. 6:55). Nuestro cuerpo consiste de carne y hueso, sangre y piel, lo cual se refiere a lo físico. En segundo lugar, “carne” significa nuestro cuerpo caído. Dios no creó la carne caída, sino un cuerpo. Cuando el hombre cayó, el veneno de Satanás se inyectó en su cuerpo, y como resultado el cuerpo se corrompió y se convirtió en carne. Por lo tanto, Romanos 7:18 dice: “Pues yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien”. Esto indica que el cuerpo caído, el cuerpo de pecado (Ro. 6:6), es llamado la carne. Todas las concupiscencias humanas proceden de la carne. Por esto, el Nuevo Testamento contiene la expresión “las concupiscencias de nuestra carne” (Ef. 2:3). En tercer lugar, la carne, sobre todo según el uso neotestamentario, significa el hombre caído. Romanos 3:20 dice: “Por las obras de la ley ninguna carne será justificada delante de El”. En este versículo “carne” equivale al hombre caído.
No obstante, Juan 1:14 dice: “El Verbo [el cual era Dios] se hizo carne”. Como hemos visto, “carne” significa el hombre caído. Entonces, ¿cómo debemos interpretar Juan 1:14? El Verbo era Dios, y el Verbo se hizo carne. Grande es el misterio: Dios fue manifestado en la carne. La Biblia dice que Dios se hizo carne y que la carne no es el hombre creado sino el hombre caído. ¿Podemos decir que Dios se hizo un hombre caído? Indudablemente, esto es problemático.
Con todo y eso, hay dos versículos que nos pueden ayudar. El primero es Romanos 8:3, donde dice que Dios envió a “Su Hijo en semejanza de carne de pecado”. No dice sólo “carne de pecado”, sino “semejanza de carne de pecado”. El otro versículo es Juan 3:14: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado”. La serpiente levantada en el asta en el desierto no era en realidad una serpiente venenosa, sino una serpiente de bronce forjada en la semejanza de una serpiente verdadera (Nm. 21:9). Juan 3:14 es lo que el Señor Jesús dijo a Nicodemo. El Señor le dijo que como Moisés levantó la serpiente en el desierto, era necesario que El también fuese levantado en la cruz. Cuando Jesús estuvo en la cruz, a los ojos de Dios El tenía la forma, la semejanza, de una serpiente. Pero, como fue el caso con la serpiente de bronce levantada en el desierto, El no tenía veneno en Sí porque no nació del hombre caído, sino de una virgen.
Ahora debemos diferenciar claramente dos puntos: Cristo fue concebido por el Espíritu Santo y nació de una virgen. Su origen era el Espíritu Santo, y Su elemento era divino. Por medio de la virgen María, El se vistió de carne y sangre, de la naturaleza humana, tomando “la semejanza de carne”, “haciéndose semejante a los hombres” (Fil. 2:7). Sin embargo, no tenía la naturaleza pecaminosa de la carne caída. El no conoció pecado (2 Co. 5:21) y no tenía pecado (He. 4:15). Tenía la carne, pero ésta tenía sólo “semejanza de carne de pecado”. En Su apariencia fue hecho en forma de un hombre caído, pero en realidad, no tenía por dentro la naturaleza caída. La manera en que llegó a nacer siguió el mismo principio: aparentemente, El era hijo de José, pero en realidad, era hijo de María.
¿Por qué Jesús, a los ojos de Dios, tenía la forma de una serpiente cuando estaba en la cruz? Porque desde el día en que el hombre cayó (Gn. 3:1), la serpiente ha estado en el hombre y ha hecho de cada hombre una serpiente. Según Mateo 3:7 y 23:33, tanto Juan el Bautista como el Señor Jesús llamaban a las personas “cría de víboras”, es decir, serpientes, lo cual indica que todos los hombres caídos son descendientes de la serpiente. Todos nosotros somos serpientes diminutas. No se crea bueno. Antes de ser salvo, usted era una serpiente. Es por esto que el Señor Jesús murió en la cruz para sufrir la condenación de Dios. Cuando Jesús estaba en la cruz, no sólo era hombre, sino que también tenía la forma de una serpiente. A los ojos de Dios, El tomó la forma de la serpiente y murió en la cruz por nosotros las personas serpentinas. Tal vez usted nunca haya oído que Jesús tomó en Sí la forma de una serpiente, la semejanza de carne de pecado. Ha oído que Jesús es Dios y que tomó la forma de un hombre, pero no ha oído que también tomó la forma de una serpiente. ¡Cuán maravilloso es El!"
Somos la carne caída, y Jesús entró en esta carne para introducir a Dios en la humanidad. En El, la Persona divina de Dios fue mezclada con la humanidad. El nacimiento de Cristo no tenía como fin simplemente producir al Salvador, sino también introducir a Dios en el hombre. La humanidad es caída, pero Dios no se vistió de ninguna parte de la naturaleza caída. Dios sólo tomó en Sí la semejanza de la carne caída, y por medio de esto se mezcló con la humanidad. No debemos tener el mismo concepto con respecto a Jesús que el de muchos otros. Debemos comprender que Jesús es Dios mismo, mezclado con la humanidad caída, tomando en Sí la forma de la humanidad, pero no la naturaleza pecaminosa del hombre. Esto fue el nacimiento de Cristo.
La Persona admirable que nació de manera tan maravillosa es Jehová. Y no sólo es Jehová; El es Jehová más algo adicional. El nombre Jesús significa “Jehová el Salvador” o “la salvación de Jehová” (Mt. 1:21). Esta Persona admirable es la mismísima salvación que Jehová otorga a la gente. El mismo es la salvación. Debido a que Jehová es salvación, El es el Salvador.
No debemos pensar que cuando clamamos a Jesús invocamos el nombre de un simple hombre. Jesús no es solamente un hombre; El es Jehová nuestra salvación, Jehová nuestro Salvador. Esto es sencillo, pero profundo a la vez. Cuando usted clama a Jesús, todo el universo sabe que usted invoca a Jehová como su Salvador, a Jehová, su salvación.
Los judíos creen en Jehová, pero no creen en Jesús. En cierto sentido, tienen a Jehová, pero no tienen salvación ni al Salvador. Nosotros tenemos más que los judíos, pues tenemos a Jehová el Salvador, a Jehová nuestra salvación. Esta es la razón por la cual sentimos algo maravilloso al invocar a Jesús. Aun si usted dijera que odia a Jesús, seguiría sintiendo algo en su interior. Si dijera: “Odio a Abraham Lincoln”, no tendría ninguna sensación. Pero si dice: “Odio a Jesús”, siente algo por dentro. Abraham Lincoln no tiene nada que ver con usted, pero Jesús sí. Muchos han dicho: “Odio a Jesús”, y más tarde fueron cautivados por Jesús. Todo aquel que invoque el nombre de Jesús será salvo. Si usted toca el nombre de Jesús, El le tocará a usted. Cuando predicamos el evangelio, es bueno conducir a la gente a invocar a Jesús. Si invocamos a Jesús, algo sucederá.
Jesús es un nombre maravilloso porque Jesús es Jehová. En Génesis 1 no encontramos el nombre “Jehová”. “Dios” es el único nombre que hallamos: “En el principio creó Dios...” Elohim —Dios— es el nombre del Dios Creador. El nombre “Jehová”, el cual no se usa sino hasta el capítulo 2 de Génesis, es utilizado especialmente en las ocasiones en que Dios se relaciona con el hombre. El nombre “Jesús” es algo adicional añadido al nombre “Jehová”, es decir, Jehová nuestra salvación o Jehová nuestro Salvador.
Jesús es el verdadero Josué. Josué es el equivalente en el hebreo del nombre Jesús, y Jesús es la traducción griega del nombre Josué. Moisés sacó de Egipto al pueblo de Dios, pero Josué los hizo entrar en el reposo. Jesús, como el verdadero Josué, nos hace entrar en el reposo. Mateo 11:28 y 29 dicen que Jesús es el reposo y que El nos introduce en Sí mismo, el verdadero reposo. Hebreos 4:8, 9 y 11 también hablan de que Jesús es nuestro verdadero Josué. El Josué del texto antiguotestamentario viene a ser Jesús en el texto griego del libro de Hebreos. El Jesús mencionado en Hebreos 4 es nuestro Josué.
Es difícil distinguir entre Jesús y Josué porque Jesús es Josué, y Josué es Jesús. Hoy en día, Jesús es nuestro verdadero Josué, quien nos lleva al reposo, es decir, al reposo de la buena tierra. El no solamente es nuestro Salvador que nos salva del pecado, sino también nuestro Josué que nos hace entrar en el reposo, o sea, la buena tierra. Cuando invocamos Su nombre, El nos salva del pecado y nos hace entrar en el reposo, el cual es el disfrute de Sí mismo. Una línea de uno de los himnos habla de proclamar el nombre de Jesús mil veces al día. Cuanto más usted dice: “Jesús”, mejor. Tenemos que aprender a expresar el nombre de Jesús todo el tiempo. Jesús es nuestra salvación. También es nuestro reposo. Todo aquel que invoque el nombre del Señor Jesús será salvo y entrará en el reposo.
En Mateo 1:23 tenemos otro nombre maravilloso: Emanuel. Jesús era el nombre dado por Dios, y Emanuel lo llamaron los hombres. Emanuel significa “Dios con nosotros”. Jesús el Salvador es Dios con nosotros. Sin El no podemos presentarnos a Dios, pues El es Dios, y Dios es El. Sin El no podemos encontrar a Dios, pues El es Dios mismo encarnado para morar entre nosotros (Jn. 1:14).
Jesús no es solamente Dios; El es Dios con nosotros. El “nosotros” se refiere a los salvos, o sea, a nosotros. Día a día, nosotros tenemos a Emanuel. En Mateo 18:20 Jesús dijo que cuando dos o tres se reunieran en Su nombre, El estaría con ellos. Así es Emanuel. Cuando nosotros los cristianos nos congregamos, El está en medio nuestro. En Mateo 28:20, el último versículo de este Evangelio, Jesús dijo a Sus discípulos: “He aquí, Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del siglo”. Jesús como Emanuel está aquí hoy. Según Mateo, Jesús vino y nunca se marchó. Fue sepultado en la tumba tres días, pero vino en resurrección y nunca partió. El está con nosotros como Emanuel.
Cuando invocamos a Jesús, sentimos que Dios está con nosotros. Invocamos a Jesús, pero tenemos a Dios. A veces, los cristianos somos bastante tontos. Invocamos a Jesús y encontramos a Dios; pero nos preguntamos si Jesús es Dios o no. ¡Jesús es Dios! No sólo es Dios, sino que es Dios con nosotros. Cuando invocamos a Jesús, tenemos a Jehová, al Salvador, la salvación, y también tenemos a Dios con nosotros. Tenemos a Dios justamente donde estamos nosotros.
Este Jesús, quien es Jehová Dios, nació en la carne para ser Rey y heredar el trono de David (Mt. 1:20; Lc. 1:27, 32-33). Mateo es un libro sobre el reino, donde Cristo es el Rey, el Mesías. Cuando invocamos a Jesús, tenemos a Jehová, al Salvador, la salvación, a Dios, y finalmente, al Rey. El Rey rige. Cuando invocamos a Jesús, inmediatamente sentimos que alguien está reinando sobre nosotros. Si usted tiene cuadros indecorosos en la pared o fotografías no muy buenas e invoca a Jesús, El será su Rey y dirá: “¡Deséchalo todo!”
Jesús, el Rey, piensa establecer Su reino dentro de usted y colocar el trono de David en su corazón. Cuanto más invoca usted a Jesús, más el poder reinante estará presente. Si no me cree, le pido que lo ponga a prueba. Invoque el nombre de Jesús por diez minutos y observe lo que pase. El Rey le regirá y le molestará. La primera noche es posible que le diga a usted que la actitud que guarda para con otros nunca ha sido buena, especialmente para con su cónyuge, y que necesita estar bajo el poder reinante. Invoque Su nombre, y El reinará sobre usted.
Jesús es una Persona maravillosa. El es Jehová, Dios, el Salvador y el Rey. El Rey nació y está presente hoy. Todos los días, por la mañana y por la noche, apreciamos el hecho de que Cristo es nuestro Salvador, nuestro Rey y el Rey de reyes.
Cuando nadie puede reinar sobre usted, este Rey de reyes podrá. Cuando nadie puede controlarle —ni sus padres, su cónyuge, o sus hijos— el Rey de reyes hará algo. Simplemente invoque el nombre de Jesús. Si lo hace, disfrutará a Jehová, al Salvador, la salvación, la presencia de Dios, y también el reinado de Jesús. El Rey Jesús nacerá en usted y establecerá Su reino en su interior. Con esto vemos al Jesucristo hallado en Mateo.
El Cristo presentado en Mateo es el Salvador-Rey y también el Rey-Salvador quien establece el reino de los cielos dentro de nosotros y sobre nosotros. Mateo 1 no sólo nos da el origen de este Rey; también nos da la presencia del Rey. El nombre del Rey es Jesús. Cuando invocamos Su nombre, sentimos que El reina en nosotros salvándonos. El está estableciendo el reino de los cielos en nuestro interior. ¡Aleluya, así es nuestro Cristo!