Mensaje 52
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Es posible que el capítulo dieciocho de Mateo no parezca muy profundo y que la parábola que se presenta en los versículos del Mt. 18:23-35 nos sea superficial. Pero en realidad lo que se revela en este capítulo es muy profundo. Casi todos los cristianos que leen el Evangelio de Mateo no se dan cuenta de que este libro no sólo se ocupa de la doctrina del reino, sino también de la vida práctica del reino. Si hemos de entender cualquier porción de Mateo, debemos tener presente este hecho. Cuando era joven no me interesaba leer elcapítulo dieciocho de Mateo porque no entendía que este capítulo se ocupara de la vida del reino. Aunque usted haya leído este capítulo anteriormente, es probable que no haya comprendido que trata de la vida del reino. En cambio, probablemente pensaba que esta porción tiene que ver simplemente con la conducta cristiana, es decir, que trata de perdonar a los hermanos. Debido a este concepto natural, se nos escapa que este capítulo está profundamente relacionado con la vida del reino.
El versículo 1 demuestra que esta porción de la Palabra trata de la vida práctica del reino, pues dice: “En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús, diciendo: ¿Quién es, entonces, el mayor en el reino de los cielos?” Entrar en el reino de los cielos significa entrar en la manifestación de dicho reino. Por lo tanto, este capítulo, junto con los capítulos diecinueve y veinte, tratan de la vida del reino.
Si queremos permanecer en la vida del reino, debemos tener humildad. Si tenemos humildad, ni nos ofenderemos, ni ofenderemos a nadie, ni haremos tropezar a otros, ni seremos hechos tropezar por ellos. Todo tropiezo, nuestro o de otros, es causado por el orgullo. Debemos odiar el orgullo y tratarlo como un “topo” que debemos matar. De otra forma, este “topo” de orgullo arruinará la vida del reino.
En el capítulo dieciocho vimos cómo debemos tratar con alguien que causa ofensas. Si un hermano nos ofende, debemos ir directamente a él en amor, y si no nos quiere oír, debemos hablar con él nuevamente ante uno o dos testigos. Si aun así no quiere escucharnos, debemos contar el asunto a la iglesia y dejar que ella se encargue de él. Pero si el hermano rechaza escuchar a la iglesia, entonces ésta debe considerarlo como un gentil o recaudador de impuestos, y cortarle la comunión de la iglesia. Esta porción de la Palabra enseña cómo debemos tratar con un hermano que causa ofensas, pero además indica que causar ofensas es un asunto muy serio. La seriedad del tema se muestra en el riesgo de perder la comunión de la iglesia. Ser excluido de la comunión de la iglesia significa ser echado de la vida del reino. Este es un asunto muy grave.
En lo que el Señor dice acerca de la manera de tratar con un hermano que causa ofensas, se puede ver la autoridad del reino. El versículo 18 dice: “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, habrá sido atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, habrá sido desatado en el cielo”. Si alguien ofende a los hermanos y se rebela contra la iglesia, los cielos le atarán. Debemos notar que el versículo 18 dice que la iglesia ata lo que ya ha sido atado en el cielo, lo cual indica que la ofensa y la rebelión dan por resultado que los cielos aten a aquel que es responsable de la ofensa. Si uno rechaza a la iglesia y se rebela contra ella, los cielos le atarán. Ya que los cielos le han atado, la iglesia se pone a ejecutarlo. Si consideramos el versículo 18 en su contexto, nos daremos cuenta de que rebelarse contra la iglesia no es un asunto insignificante. La iglesia simplemente sigue a los cielos al atar lo que los cielos ya han atado. Cuando la iglesia ata, simplemente ejecuta lo que han efectuado los cielos. Antes de que la iglesia diga: “Señor, atamos a este hermano rebelde”, él ya ha sido atado en los cielos.
Lo mismo se aplica al arrepentimiento. Arrepentirse ante la iglesia por la rebelión es un asunto de gran significado. Si uno se arrepiente ante la iglesia, los cielos inmediatamente lo desatarán, y entonces la iglesia desatará lo que ya ha sido desatado en los cielos. Rebelarse contra la iglesia es un asunto muy grave, y arrepentirse ante la iglesia es un asunto de gran significado. En esto nos damos cuenta de que Mateo 18 trata de la vida del reino.
Lo que se encuentra aquí no tiene que ver simplemente con ofender a alguien o con escuchar a la iglesia; más bien es cuestión de si permanecemos o no en el reino. Si nos rebelamos contra la iglesia, los cielos estarán a favor de la iglesia y la respaldarán. Por lo tanto, si uno se rebela contra la iglesia, los cielos dirán: “Te ato”. Luego, la iglesia se levantará y atará lo que los cielos hayan atado. Pero si se arrepiente, los cielos dirán: “Tú estás desatado”. Entonces la iglesia llevará a cabo lo que los cielos han desatado. Ya sea que nos rebelemos contra la iglesia o que nos arrepintamos ante ella, ambas cosas son muy serias, pues revelan que nuestra relación con los hermanos y con la iglesia está estrechamente ligada a la vida del reino.
Después de escuchar lo que el Señor había dicho acerca de la vida del reino, Pedro le hizo una pregunta: “Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí y yo le tendré que perdonar? ¿Hasta siete? (v. 21). Pedro no le preguntó esto en representación de otros; más bien, como él era muy rápido y atrevido, le hizo esta pregunta por causa de lo que estaba en él. Aquellos que son muy rápidos a menudo ofenden a los demás. Cuanto más activos, rápidos y atrevidos somos, más ofendemos a los demás. Pero aquellos que son cautelosos y lentos, raramente ofenden a otros. ¿Por qué no fue Juan quien hizo esta pregunta? Porque Pedro era el que más se preocupaba por la palabra del Señor con respecto a ofender a otros. Ya que Pedro a menudo ofendía a los demás, él estaba muy preocupado, así que preguntó al Señor acerca del perdón.
El versículo 22 dice: “Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”. Perdonar setenta veces siete quiere decir que debemos perdonar a otros un número ilimitado de veces. No hay necesidad de contar o llevar un registro de las veces que perdonamos a otros, pues debemos perdonarles una, y otra y otra vez.
En los versículos del 23 al 35 el Señor dio una parábola para ejemplificar esto. Los versículos 23 y 24 dicen: “Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos”. Esta parábola se refiere a la manera en que el Señor trata con nosotros en esta era por medio de aflicciones tales como enfermedades severas o dificultades extremas que nos hacen comprender cuánto le debemos al Señor y la necesidad de rogarle que nos perdone. Según el versículo 24, un siervo le debía diez mil talentos, que equivale a doce millones de dólares más o menos. Era imposible que aquel deudor pudiera pagar esa deuda. Esto se refiere a la enorme deuda de nuestras faltas acumuladas después de ser salvos.
Después de que el siervo rogó al rey que tuviera paciencia con él mientras le pagara la deuda, “el señor de aquel esclavo, movido a compasión, le soltó y le perdonó la deuda” (v. 27). Esto se refiere al perdón de las deudas que hemos acumulado en nuestra vida cristiana derrotada, un perdón que lleva a la restauración de nuestra comunión con el Señor.
El versículo 28 dice: “Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes”. Indudablemente, esto se refiere a eventos que suceden en esta era. Los cien denarios mencionados en este versículo son menos de la diezmilésima parte de diez mil talentos. Se refiere al pecado que un hermano comete contra otro después de que éste es salvo. ¡Cuán poco nos debe cualquier hermano, comparado con lo que le debemos al Señor!
No obstante, es posible que nosotros no estemos dispuestos a perdonar. Los versículos 29 y 30 dicen: “Entonces su consiervo, cayendo a sus pies, le rogaba, diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te pagaré. Mas él no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda”. El hermano ofendido, el que no estaba dispuesto a perdonar a otros, ciertamente era salvo. De manera que, en esta parábola el Señor no habla de pecadores, sino de creyentes, de personas salvas. El se refiere a un hermano que ha sido ofendido, pero que no está dispuesto a perdonar.
El versículo 31 dice: “Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y explicaron a su señor todo lo que había pasado”. Si uno no perdona al hermano que peque contra uno, los demás hermanos serán contristados, y tal vez presenten este asunto al Señor.
El versículo 34 dice: “Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que debía”. Esto se refiere a la disciplina que el Señor ejercerá sobre Sus creyentes cuando regrese. Si no perdonamos al hermano que peca contra nosotros, el Señor nos disciplinará hasta que perdonemos de corazón, es decir, hasta que paguemos todo lo que debemos. Entonces el Señor nos perdonará. Este es el perdón que se ejerce en el reino, e implica que si hoy no perdonamos a nuestros hermanos con un corazón sincero, no se nos permitirá entrar al reino en la era venidera.
Muchos creyentes no entienden esta porción de la Palabra. Los versículos 34 y 35 indican que el que no perdona a su hermano sinceramente, estará bajo la mano dura de los verdugos hasta que aprenda a perdonarlo todo. Ciertamente esta persona es salva; no obstante, ha sido entregada a los verdugos por un tiempo. Esto no significa que será arrojado en la prisión para siempre; más bien, será disciplinado hasta que pague la deuda, es decir, hasta que perdone a su hermano de corazón.
Hoy casi todos los cristianos creen que si son salvos, no tendrán ningún problema en el futuro. Pero en esta parábola, aquel que rehusa perdonar a su consiervo no es un cristiano falso, sino un creyente verdadero. Es necesario entender que un día un cristiano verdadero posiblemente podría ser entregado a los verdugos. Tal vez usted diga: “El Señor Jesús no me haría esto. Yo jamás he robado un banco; siempre he sido justo y no he maltratado a otros”. Pero el Señor Jesús quizá diría: “Es verdad que tú nunca has robado un banco ni dañado a nadie, pero no has perdonado de corazón a tu hermano”. ¿Piensa usted que tal hermano que no sabe perdonar vive realmente en el reino de una manera práctica? De acuerdo con las matemáticas divinas, perdonar equivale a olvidar. Sin embargo, es posible que usted no esté dispuesto a perdonar a aquellos que le ofenden. Este es un asunto muy grave. Si usted proclama estar en la vida del reino de una manera práctica, ¿por qué entonces no está dispuesto a perdonar a los demás sinceramente? El hecho de que no estés dispuesto a perdonar, le ocasionará perder la vida del reino.
En los versículos del 15 al 20 el énfasis recae en el hermano que ofende y necesita arrepentirse, pero en la parábola ya mencionada se hace hincapié en el hermano ofendido que necesita perdonar a otro. Nuestra falta de disposición de arrepentirnos y de perdonar nos mantiene fuera de la vida del reino. Si ofendemos a alguien y no estamos dispuestos a arrepentirnos y pedirle perdón, seremos alejados de la vida del reino. Según el mismo principio, si somos ofendidos por alguien y no estamos dispuestos a perdonarlo, quedaremos fuera de la vida del reino. A menudo creemos que estamos en el reino cuando, conforme a las matemáticas de Dios, no lo estamos. Esto depende de que estemos dispuestos, por una parte a arrepentirnos y pedir perdón, y por otra, a perdonar sinceramente a los que nos ofenden.
He observado estos dos problemas en la vida de iglesia a través de los años. Cuando ciertos hermanos ofenden a otros, no están dispuestos a arrepentirse y pedir perdón, y como resultado, salen de la vida de iglesia. Al quedar fuera de la vida de iglesia, automáticamente quedan fuera del reino. También he visto a aquellos que fueron ofendidos y que no estuvieron dispuestos a perdonar a los que los ofendieron. Ellos también quedaban fuera de la vida de iglesia. Parece que están en el reino los que ofenden y no se arrepienten, así como los que son ofendidos y no perdonan, pero en realidad, según Dios, no lo están.
Siempre que una iglesia está recién establecida, experimenta una luna de miel. Mientras dura la luna de miel, todo es maravilloso. Los hermanos y las hermanas dicen: “¡Qué maravilloso es estar en la iglesia! Anteriormente estábamos dispersos y divididos en las denominaciones. Pero ahora los cautivos han vuelto al hogar. ¡Alabado sea el Señor porque nos ha hecho volver!” Sin embargo, después de algún tiempo, las ofensas surgen. En la vida de iglesia sencillamente no podemos evitar ofendernos unos a otros debido a que diariamente estamos en contacto los unos con los otros. Podemos ofender a alguien sin tener ninguna intención de hacerlo. Desde el momento en que entré al ministerio hasta ahora, nunca he tenido la intención de ofender a nadie. Incluso me he mantenido orando para que el Señor me dé la sabiduría para saber cómo entrar y salir entre el pueblo del Señor. Pero a pesar de todo lo que he orado al Señor acerca de esto, he ofendido a algunos de manera inconsciente, sin intención de hacerlo. Lo mismo sucede en la vida matrimonial. No creo que exista ningún matrimonio que no haya tenido problemas y ofensas entre sí. Las ofensas no pueden evitarse.
Durante los años he visitado iglesia tras iglesia. Siempre en una iglesia nueva todos están felices y sonrientes. Pero al visitar la misma iglesia años más tarde, he encontrado muchas caras tristes. En privado me entrevistaba con aquellos que parecía más disgustados y les preguntaba qué pasaba y por qué estaban tan callados en las reuniones. Entonces ellos me hablaban de las ofensas y de sus resentimientos contra los ancianos y contra otros hermanos. Siempre que escuchaba esto, oraba desesperadamente por esa iglesia, diciendo: “Señor, la iglesia simplemente no puede avanzar de esta manera”. Luego me entrevistaba con los ancianos y les preguntaba acerca de la situación. En ocasiones los ancianos decían: “Hermano Lee, olvídese de esa persona. Aunque esa persona fue uno de los pioneros de la vida de iglesia en este lugar, ha ofendido a la mayoría de los hermanos”. Al escuchar esto, yo les preguntaba a los ancianos si ellos perdonaban a dicha persona. En muchos casos, ellos no estaban dispuestos de hacerlo. Así que, por un lado, no había disposición de arrepentirse, y por otro, no había disposición de perdonar. Si tal situación continúa, la vida de iglesia llega a su fin. Los santos pueden seguir reuniéndose y cantando algunos himnos, pero por causa de las ofensas, de la condenación mutua, y de la falta de disposición de arrepentirse y de perdonar, en realidad no se halla la vida del reino en ese lugar. Dios, quien lo ve todo, sabe lo que está oculto bajo la superficie de la vida de iglesia. Podremos reunirnos como iglesia, pero entre nosotros tal vez no exista realmente la vida del reino. Debido a la falta de disposición de arrepentirse y de perdonar, la vida del reino se desvanece.
En la administración gubernamental de Dios, Su perdón se da según su arreglo en aquella dispensación, en aquella época. Dios ha planeado diferentes eras para efectuar Su administración. El período comprendido entre la primera venida de Cristo hasta la eternidad se divide en tres dispensaciones o eras: esta era, es decir, la era presente, que abarca desde la primera venida de Cristo hasta Su segunda venida; la era venidera, que abarca el milenio, los mil años en los cuales tendrá lugar la restauración y el reino celestial, la cual se extiende desde la segunda venida de Cristo hasta el final del cielo viejo y la tierra vieja; y finalmente la eternidad, la era eterna de los cielos nuevos y la tierra nueva. El perdón de Dios en esta era se da para la salvación eterna de los pecadores (Hch. 2:38; 5:31; 13:39). Si un creyente comete algún pecado después de ser salvo, y no se purifica por medio de la confesión y el lavamiento de la sangre del Señor (1 Jn 1:7, 9) antes de morir o antes de que el Señor regrese, este pecado no le será perdonado en esta era, sino que permanecerá hasta ser juzgado en el tribunal de Cristo. Tal creyente no será recompensado con el reino, o sea, no participará en la gloria y en el gozo junto con Cristo en la manifestación del reino de los cielos, sino que será disciplinado hasta que su pecado sea purificado y perdonado en la era venidera. Esta clase de perdón preservará su salvación eterna, pero no le hará apto para participar en la gloria y disfrute del reino venidero.
Si alguien ofende a la iglesia y no está dispuesto a arrepentirse, o si es ofendido y no está dispuesto a perdonar a su ofensor, él estará fuera del reino no sólo en esta era sino también en la venidera. Esto quiere decir que no tomará parte en la manifestación del reino. No escuchen a las enseñanzas erróneas, las que aseguran que los creyentes no tendrán ningún problema en la era venidera. Algunos tendrán grandes problemas y serán excluidos de la gloria y del gozo que los vencedores disfrutarán juntamente con el Señor Jesús durante el milenio. Además, es posible que sean entregados a los verdugos. Si hoy la iglesia puede tenerle a uno por gentil o por recaudador de impuestos, entonces ¿qué podría esperar éste durante la manifestación del reino? Es un asunto muy serio ofender a los santos o a la iglesia y rebelarse contra ella. Si uno permanece en tales condiciones, ¿en dónde se encontrará durante la manifestación del reino? Además, ¿qué será de aquellos que no están dispuestos a perdonar a los que los ofenden? Es verdad que algunos pueden ofenderle a uno, pero se debe recordar cuánto le ha perdonado Dios el Padre. ¿Por qué mejor no comportarnos como hijos amados del Padre y perdonar a los demás de la misma forma en que el Padre nos ha perdonado? En cuanto a esto, todos tenemos una debilidad, es decir, no estamos dispuestos a perdonar a los demás. Si todavía recordamos una ofensa que algún hermano nos hizo, es un indicio de que no lo hemos perdonado de corazón. Si ésta es la situación de un creyente, cuando llegue el reino, ciertamente será entregado a los verdugos.
Tal vez usted nunca había escuchado una palabra tan seria como ésta, y tenía un entendimiento confuso al respecto. Muchos cristianos no saben cómo interpretar esta porción de la Palabra porque no han visto que Dios administra Su plan según ciertas dispensaciones o eras. No han visto que Dios ha designado tres eras diferentes: la presente era, la era venidera y la era eterna. De acuerdo con Mateo 12:32, ciertos pecados no pueden ser perdonados ni en este siglo ni en el venidero, lo cual indica que sí existen pecados que se pueden perdonar en esta era, o en la venidera. Si uno ofende a la iglesia y se rebela contra ella, comete pecado. Pero si uno se arrepiente ante la iglesia, este pecado le será perdonado en esta era. Sin embargo, si uno no se arrepiente ni se reconcilia con la iglesia, dicho pecado no le será perdonado en esta presente era. Por el contrario, deberá esperar hasta la era venidera del reino para que su pecado sea perdonado. Durante la era del reino, este creyente se encontrará bajo la disciplina de Dios. Entonces se arrepentirá y será perdonado. En la era venidera uno puede ser disciplinado y quebrantado por Dios, pero esto no quiere decir que perderá su salvación. Más bien, una vez que haya sido disciplinado, se arrepentirá y aplicará la sangre del Señor, entonces será perdonado en esa era. Debemos considerar este asunto muy seriamente. ¿Ha ofendido usted a alguien? Si lo ha hecho, debe arrepentirse ahora. ¿Lo ha ofendido alguien? Si éste es el caso, por la gracia del Señor debe perdonar esa ofensa y olvidarse de ella. Si hacemos esto, nunca habrá fricciones entre nosotros. Todas las ofensas serán quitadas por nuestro arrepentimiento y perdón.
Si no practicamos esta manera de arrepentirnos y perdonar, cuanto más permanezcamos en la vida de iglesia, más ofensas se acumularán. Las ofensas se acumularán hasta formar una gran montaña, lo cual anulará la vida del reino y nos causará perder la vida de iglesia. Que el Señor nos conceda Su gracia suficiente. Si yo le ofendo a usted, tendré necesidad de ir a usted y arrepentirme. Pero si usted me ofende a mí, tendré que acudir al Señor pidiéndole gracia para poder perdonarle con toda sinceridad. Y una vez que haya perdonado la ofensa, debo olvidarla y jamás volver a mencionarla. Si hacemos esto, tendremos la vida apropiada del reino y participaremos en la manifestación del reino. De otro modo, durante el milenio estaremos bajo la disciplina de Dios, para que así aprendamos a arrepentirnos de nuestras ofensas y a perdonar a todo el que nos ofenda.