Mensaje 6
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El capítulo 1 del Evangelio de Mateo está lleno de nombres. Hemos pasado bastante tiempo considerando los nombres de Abraham, Isaac, Jacob, y también Tamar y de Rahab. No obstante, los últimos dos nombres —Jesús y Emanuel— son más que maravillosos. Aunque la última parte de Mt. 1 parece tratar del nacimiento de Cristo, en realidad tiene que ver con los nombres “Jesús” y “Emanuel”. En este mensaje, me veo obligado a dar un indicio de cómo considerar estos nombres.
Jesús es el nombre dado por Dios, mientras que los hombres le llamaron “Emanuel”. El ángel Gabriel le dijo a María que el niño que iba a concebir lo habría de llamar Jesús (Lc. 1:31). Más tarde, el ángel del Señor se le apareció a José y le dijo también que debería llamar al niño “Jesús” (Mt. 1:21, 25). Por ende, Jesús era un nombre dado por Dios.
El nombre Jesús incluye el nombre Jehová. En el hebreo, Dios significa el Poderoso, Dios el Poderoso; y el nombre Jehová significa: “Yo soy”, es decir, “Yo soy el que soy” (Ex. 3:14). El verbo “ser” en el hebreo no sólo se refiere al presente, sino que también incluye el pasado y el futuro. Así que el significado correcto de Jehová es “Yo soy el que soy, Aquel que ahora está en el presente, que antes estaba en el pasado, y quien estará en el futuro y en la eternidad para siempre”. Este es el nombre de Jehová. Sólo Dios es el Eterno. Desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura, El es “Yo soy”. Por lo tanto, el Señor Jesús podía decir en referencia a Sí mismo: “Antes que Abraham fuese, Yo soy” (Jn. 8:58). También dijo a los judíos: “Si no creéis que Yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Jn. 8:24, 28). Es preciso entender que Jesús es el gran Yo soy y creer en El como tal.
El nombre del Señor es Yo soy; por eso, podemos decir: “Señor, me dijiste que Tu nombre es Yo soy. Entonces, ¿quién eres Tú” Su respuesta será: “Yo soy todo lo que necesites”. El Señor es lo que necesitamos. Si necesitamos salvación, El mismo será salvación para nosotros. Tenemos un cheque firmado y la cantidad del mismo está en blanco; podemos escribir la cantidad que necesitamos. Si nos hace falta un dólar, podemos escribir un dólar. Pero si necesitamos un millón de dólares, podemos poner esa cantidad. Si nos parece que necesitamos un billón, simplemente lo escribimos. El cheque suple todo lo que necesitamos. Jesús es la respuesta para todo lo que usted necesita. ¿Necesita la luz, la vida, el poder, la sabiduría, la santidad o la justicia? Jesús es luz, vida, poder, sabiduría, santidad y justicia. Todo lo que necesitamos se halla en el nombre de Jesús. ¡Cuán sublime y cuán rico es este nombre maravilloso!
El primer elemento incluido en el nombre de Jesús es Jehová. El segundo es el Salvador. Jesús es Jehová-Salvador, Aquel que nos salva de todo lo negativo: de nuestros pecados, del infierno, del juicio de Dios, y de la condenación eterna. El es el Salvador. El nos salva de todo lo condenado por Dios y de todo lo que odiamos. Si aborrecemos nuestro mal genio, El nos salvará de ello. El nos salva del maligno poder de Satanás, de todos los pecados que nos enredan en nuestra vida diaria, y de todo cautiverio y de todo vicio. ¡Aleluya, El es el Salvador!
Jesús no sólo es el Salvador, sino que también es nuestra salvación. No pida que El le dé salvación. Más bien, debe decir: “Señor Jesús, ven a mí y sé mi salvación”. Jesús nunca le dará a usted salvación; El vendrá a usted como salvación. Nosotros los creyentes no nos damos cuenta de cuánto necesitamos ser salvos. Cada día, cada hora, e incluso cada momento tenemos algo por dentro que requiere salvación.
En los mensajes dados sobre el primer capítulo de Génesis, hablé de la necesidad de crecer en vida. ¿Pero qué quiere decir crecer en vida? En términos positivos, crecer en vida es entrar en las riquezas de lo que Cristo es. En términos negativos, es ser liberado de ciertos asuntos, o sea, deshacernos de ellos. Aunque somos hombres pequeños, hemos acumulado muchas cosas negativas. Es muy probable que usted no se dé cuenta de la gran cantidad de cosas negativas que haya acumulado. Dondequiera que vayamos, recogemos cosas. Adquirimos muchas cosas negativas y muchos hábitos de los cuales necesitamos ser salvos. Al leer esto, quizás a usted no le parezca que necesita ser salvo de algo. Pero supongamos que de repente fuese arrebatado a los cielos. Si usted fuese llevado a los cielos ahora mismo, inmediatamente sentiría que necesita ser salvo de muchas cosas. Crecer en vida es simplemente ser salvo de lo innecesario, de todo lo que no se necesita para vivir. Si usted tiene la luz, o sea, el brillo de los luceros del cuarto día de la creación, dirá: “Señor, ¡sálvame!” En tales ocasiones nos damos cuenta de que Jesús de verdad es Jehová nuestro Salvador y nuestra salvación.
El nombre de Jesús está por encima de todo nombre (Fil. 2:9-10). No hay nombre que sea más elevado y exaltado que el nombre de Jesús. Si uno odia a Jesús o lo ama, si uno está por Cristo o en contra de El, entiende que el nombre de Jesús es especial. La historia nos enseña que durante los últimos dos mil años, todos han reconocido que el nombre de Jesús es el nombre más elevado; es un nombre extraordinario. En este mensaje me veo obligado a señalar a usted que el nombre exaltado de Jesús se nos da para que hagamos muchas cosas.
Primero, el nombre de Jesús se nos da para que creamos en él (Jn. 1:12). Todos debemos creer en el nombre de Jesús. No es un asunto insignificante. No sólo debemos declarar que creemos en Jesús, sino también proclamar que creemos en Su nombre. Cuando predicamos el evangelio, debemos ayudar a la gente, conduciéndolos no solamente a orar, sino a proclamar a todo el universo que creen en el nombre de Jesús. Cuando un pecador llega a creer en el Señor Jesús, debe declarar: “¡Ahora creo en el nombre de Jesús!” Esto es muy eficaz.
El nombre de Jesús se nos da para que seamos bautizados en él (Hch. 8:16; 19:5). Entre algunos cristianos existe una controversia con respecto al nombre en el cual bautizan a la gente. Algunos arguyen fervorosamente que debemos bautizar a la gente solamente en el nombre de Jesús. Otros insisten en que usemos el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Estos dos grupos discuten, debaten y pelean. En realidad, el asunto no tiene nada que ver con el nombre en sí, sino con la persona. Bautizamos a la gente haciendo que entren en el nombre de Jesús. El nombre requiere la persona y el nombre es la persona. Sin la persona, no significa nada el nombre. Ser bautizado en el nombre de Jesús significa ser bautizado en Su Persona. Supongamos que cierto joven acaba de creer en el nombre de Jesús. ¿Qué debemos hacer? Tenemos que bautizarlo en el nombre de Jesús, es decir, ponerlo en Jesús. Esto no es un rito ni una ceremonia en la cual aceptamos a un miembro religioso. Es un acto de fe en el cual aceptamos a quien cree en el nombre de Jesús y luego lo ponemos en este nombre, bautizándolo en la Persona de Jesús. Romanos 6:3 dice que fuimos bautizados en Cristo Jesús, y Gálatas 3:27 dice: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo...” Así es la realidad de ser bautizado en el nombre de Jesús.
El nombre de Jesús también se nos da para que seamos salvos. Hechos 4:12 dice: “No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. El nombre de Jesús se nos dio a propósito para que fuésemos salvos. El nombre de Jesús es un nombre que salva.
Pedro dijo al cojo hallado en la puerta del templo: “No poseo plata ni oro, pero lo que tengo, esto te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret ... anda” (Hch. 3:6). Inmediatamente el hombre fue sanado. Luego Pedro dijo a la gente: “En el nombre de Jesucristo el nazareno ... está en vuestra presencia sano este hombre” (Hch. 4:10). Esto es un testimonio de que el nombre de Jesús también es un nombre que sana. Podemos invocar el nombre de Jesús para ser sanados de cualquier enfermedad.
El nombre de Jesús se nos ha dado para que seamos lavados, santificados y justificados en el nombre de Jesús y por el Espíritu de Dios. Leí 1 Corintios una y otra vez por muchos años sin ver el punto crucial: en el nombre y por el Espíritu. El nombre está estrechamente relacionado con la Persona y con el Espíritu. Si el nombre de Jesús fuera un nombre vacío, ¿cómo podría lavarnos? ¿Cómo podría santificar y justificarnos? Sería imposible. No obstante, este nombre está ligado al Espíritu. El Espíritu es la Persona del nombre y la realidad del mismo. Por lo tanto, el nombre puede lavarnos, santificarnos y justificarnos. El Espíritu es uno con el nombre. Jesús es el nombre del Señor, y el Espíritu es Su Persona. Cuando invocamos el nombre de alguien que realmente existe, éste viene a nosotros. El nombre de Jesús está ligado con la Persona que nos lava, santifica y justifica. Esto no es doctrina ni teoría sino realidad. Cuando creemos en el nombre de Jesús y somos puestos en este nombre, somos introducidos en una Persona viviente, es decir, en el Espíritu Santo, quien nos lava, santifica y justifica.
El nombre de Jesús se nos da para que lo invoquemos (Ro. 10:13; 1 Co. 1:2). Yo era cristiano por lo menos treinta y cinco años antes de descubrir el secreto: necesitaba invocar el nombre de Jesús. Pensaba que invocar el nombre de Jesús era igual a orar. Con el tiempo, descubrí en la Biblia que orar es una cosa e invocar es otra. Hace quince años pasaba mucho tiempo en oración, especialmente arrodillado. No sabía el secreto, o sea, no sabía invocar el nombre de Jesús, ni sabía que invocar es diferente a orar.
Muchos de nosotros hemos experimentado la oración, pero con poca inspiración. Pero cuando invocamos a Jesús por cinco minutos, somos inspirados. ¡Pruébelo! Muchos de nosotros podemos dar testimonio de que cuando oramos de la vieja manera, a veces nos dormimos. Pero invocar el nombre del Señor nunca nos causa sueño. Por el contrario, nos despierta.
Hechos 9:14 dice que Pablo, cuando era Saulo de Tarso, trató de hacer daño a todos los santos. Pensaba partir de Jerusalén rumbo a Damasco para prender a todos los que invocaban el nombre de Jesús. Este versículo no dice que iba a prender a los que oraban a Jesús, sino a los que invocaban a Jesús. Por este versículo podemos ver que los cristianos de los tiempos primitivos invocaban a Jesús. Cuando oraban, invocaban el nombre de Jesús, lo cual vino a ser una señal que los hacía reconocibles.
La Biblia no dice que será salvo el que ore. Más bien, será salvo el que invoque el nombre del Señor (Ro. 10:13). Supongamos que soy pecador y creo en el Señor Jesús. Usted me conduce a orar y yo digo: “Señor Jesús, soy pecador. Tú eres mi Salvador. Me amas. Moriste por mí en la cruz. Gracias”. Es bueno orar así, pero le hace difícil al Espíritu entrar en nosotros. Pero si me lleva a invocar: “Oh Señor Jesús”, cada vez en voz más alta, me afectaría mucho. Cuando predicamos el evangelio, no debemos esforzarnos en persuadir a la gente. Más bien, debemos hacer que sea más fácil para ellos abrir su ser —su corazón y su espíritu— desde su interior y usar sus bocas para invocar el nombre de Jesús. Si llevamos a los creyentes nuevos a invocar el nombre de Jesús, la puerta se abrirá para que el Espíritu entre. No es necesario orar palabras vanas. Después de invocar diez veces el nombre de Jesús, estarán en los cielos. Sus pecados serán perdonados, su carga aliviada y tendrán vida eterna. Lo tendrán todo.
Incluso para los que hayan sido creyentes por muchos años, la mejor manera de tocar al Señor Jesús no es decir mucho, sino acudir a El y clamar: “¡Jesús! ¡Jesús! ¡Señor Jesús!” Invoque usted el nombre de Jesús y probará algo. “El mismo Señor es Señor de todos y es rico para con todos los que le invocan” (Ro. 10:12). Muchas veces, nuestras palabras son vanas. Es mejor simplemente clamar: “Jesús”. Si usted invoca Su nombre, lo probará y lo disfrutará. El nombre de Jesús es maravilloso. Todos necesitamos invocarlo.
Además podemos orar en el nombre de Jesús (Jn. 14:13-14; 15:16; 16:24). Esto no significa que hacemos una oración larga y concluimos con las palabras: “en el nombre de Jesús”. Esto es muy formal. Sin embargo, no me opongo, pues lo he hecho muchas veces. Más bien, diría yo que cuando oramos es bueno invocar el nombre de Jesús y decir: “¡Oh Jesús! ¡Jesús! ¡Yo acudo a Ti a orar!” En el nombre de Jesús, usted tendrá un profundo deseo de orar, y fácilmente tendrá la seguridad de que su oración haya sido oída y contestada. Si invocamos el nombre de Jesús, tendremos la seguridad de que recibiremos lo que pedimos.
Después de que el Señor Jesús nos dijo que debemos orar en Su nombre, añadió que el Espíritu vendrá para morar en nosotros (Jn. 14:13-17), lo cual indica que el Espíritu que mora en nosotros tiene mucho que ver con la oración que hacemos en el nombre del Señor Jesús. Necesitamos al Espíritu para orar en el nombre de Jesús. Cuando estamos en el Espíritu, estamos en la realidad del nombre en el cual oramos, es decir, el nombre de Jesús.
El nombre de Jesús también se nos da para que seamos congregados en él (18:20, gr., hacia adentro de). Cuando nos reunimos, debemos ser congregados en el nombre de Jesús. Aunque nos reunamos para conducir un estudio-vida, no estamos congregados en el estudio-vida, sino en el nombre de Jesús. Cuando usted va a una reunión cristiana, debe comprender que de nuevo está siendo congregado en el nombre de Jesús. Fuimos puestos en el nombre de Jesús, pero no estamos profundamente en El. Por esto, necesitamos volver una y otra vez para ser congregados en Su nombre. Podemos dar testimonio de que en cada reunión hemos experimentado en lo recóndito de nuestro ser que hemos entrado más profundamente en el Señor. Las congregaciones cristianas nos llevarán a apreciar más el nombre de Jesús.
El nombre de Jesús también sirve para echar fuera a los demonios (Hch. 16:18). Si quiere usted conocer el poder del nombre de Jesús, úselo para echar fuera a los demonios. Estos conocen el poder del nombre de Jesús mejor que nosotros. Los demonios son insidiosos. Por haber experimentado los numerosos casos de posesión demoníaca, aprendimos que cuando echamos fuera a los demonios, es necesario decirles que este Jesús no es el Jesús común y corriente, sino que El es el Jesús designado. Debemos decir: “Demonio, vengo en el nombre de Jesús, el Hijo de Dios, quien se encarnó para ser hombre, nació de una virgen en Belén, se crió en Nazaret, murió en la cruz por mis pecados y por los pecados del pobre que posees, el Jesús que resucitó de entre los muertos y ascendió a los cielos. Vengo en el nombre de este Jesús, ¡y te mando que salgas!” Inmediatamente el demonio se marchará. Pero si dice: “Te echo fuera en el nombre de Jesús”, el demonio no le escuchará a usted. Los demonios conocen el poder del nombre de Jesús. Cuando usted eche fuera a un demonio, no es necesario orar mucho. Simplemente diga: “¡Vengo en el nombre del Jesús designado y tú tienes que marcharte!” Cuando venga Jesús, los demonios tienen que salir.
El nombre de Jesús es lo que debemos predicar (Hch. 9:27). Cuando prediquemos, debemos hacerlo en el nombre de Jesús. Se debe predicar el nombre de Jesús en el Espíritu, porque el Espíritu es la Persona del Señor y la realidad de Su nombre. Cuando prediquemos en el nombre de Jesús, necesitamos que el Espíritu lo haga real.
Al ver todas las cosas que se pueden hacer en el nombre de Jesús, descubriremos que cualquier cosa que hagamos y quienquiera que seamos, todo debe ser en el nombre de Jesús. Nunca olvidemos el nombre de Jesús. Su nombre es dulce, rico, poderoso, salvador, sanador y consolador, y además está disponible. Este es el nombre que es exaltado, honrado y respetado. Y es el nombre que el enemigo teme.
Satanás odia el nombre de Jesús. En 1935 la iglesia que estaba en mi pueblo natal se avivó, y todos nos vimos obligados a predicar el evangelio. Todas las noches salíamos a las calles para predicar. Una noche, mientras predicábamos en la esquina, un hombre que tenía alrededor de treinta años se atrevió a burlarse del nombre de Jesús. Un hermano se le acercó de manera muy simpática pidiendo permiso para hablar con él. Cuando lo consintió, el hermano preguntó: “¿Ha conocido alguna vez a Jesús?” El dijo que no. Luego el hermano preguntó: “¿Ha oído alguna vez de Jesús?” Otra vez dijo que no. Después, el hermano dijo: “¿Acaso le ha hecho algo malo Jesús?” Dijo el hombre: “Nunca”. Luego, el hermano hizo otra pregunta: “Usted nunca ha conocido a Jesús, y El nunca le ha hecho algo malo. Entonces, ¿por qué le odia usted?” El respondió: “Aunque nunca le he conocido y a pesar de que nunca me ha hecho daño, le odio”. Entonces el hermano preguntó: “Y por qué no me odia a mí?” El hombre dijo: “No le odio a usted, sino a Jesús”. El hermano hizo otra pregunta: “Señor, ¿me permite contarle un hecho?” El hombre lo consintió y el hermano dijo: “Permítame decirle a usted que no odia a Jesús. Es otra persona quien lo odia. ¿Por qué? Porque usted nunca ha conocido a Jesús. Entonces, no es usted quien lo odia”. Cuando el hombre preguntó al hermano quien era aquel que odiaba a Jesús, el hermano respondió: “El diablo que está en usted es el que odia a Jesús”. Con todo esto podemos ver que Satanás utiliza a los hombres para atacar el nombre de Jesús (Hch. 26:9).
Como creyente, probablemente usted ha tenido la siguiente experiencia. Cuando iba a hablar con otros acerca de Platón o de Abraham Lincoln, no se sentía avergonzado; pero al hablar de Jesús, una sensación extraña le invadió. Cuando los chinos hablan acerca de Confucio, se sienten espléndidamente. También nosotros debemos sentirnos espléndidamente cuando hablemos con otros acerca de Jesús, pero a menudo no nos sentimos así. Al contrario, nos sentimos bastante extraños. ¡Esto es demoníaco! Hay un elemento demoníaco en este universo y en esta tierra, el cual está en contra de Jesús. Uno no tiene ningún problema mientras habla de la situación mundial, la economía, la ciencia, y tantas otras cosas; pero cuando proclama el nombre de Jesús, se siente muy extraño. Esto proviene del diablo. Puesto que Satanás y todos sus demonios odian el nombre de Jesús, debemos proclamarlo aún más. Debemos proclamar este nombre con denuedo, diciendo: “Satanás, ¡Jesús es mi Señor! ¡Apártate, Satanás!” Tenemos que clamar en voz alta el nombre de Jesús.
Al leer el libro de Hechos, usted verá que en los primeros días los religiosos atacaban el nombre de Jesús, prohibiendo que los creyentes predicaran o enseñaran en aquel nombre (Hch. 4:17-18; 5:40). Los fariseos advirtieron a Pedro y a Juan para que no predicaran en el nombre de Jesús. Tenían permiso de predicar la Biblia, pero no de predicar en el nombre de Jesús. Satanás odia el nombre de Jesús porque sabe que la salvación de Dios se encuentra en este nombre. Cuanto más prediquemos en el nombre de Jesús y cuanto más oremos a Jesús, más personas serán salvas. Por esta razón Satanás odia este nombre.
Cuando los apóstoles eran perseguidos, se regocijaban porque habían sido tenidos por dignos de ser ultrajados por causa de este nombre (5:41) ¿No es esto maravilloso? Aun arriesgaron sus vidas por causa de este nombre (Hch. 15:26). Satanás ataca el nombre de Jesús con todo el maligno poder que tiene; por eso, es menester que aprendamos a sufrir por este nombre.
En Apocalipsis 3:8 el Señor Jesús alabó a la iglesia que estaba en Filadelfia por no haber negado Su nombre. Nunca debemos negar el nombre de Jesús. Debemos negar todo otro nombre y guardar el nombre de Jesús. Tenemos que testificar que no pertenecemos a ninguna persona ni a ninguna secta, sino sólo a Jesús. El nombre de Jesús es el único nombre que poseemos.
Ahora llegamos al segundo nombre, Emanuel (1:23). Los ángeles no mencionaron este nombre a José ni a María. Más bien, Emanuel es el nombre usado por los que tienen cierta experiencia. Cuando usted experimente a Jesús, podrá decir que El es Dios con usted. Jesús es simplemente Dios con nosotros. Esto es nuestra experiencia. Dios nos dijo que Su nombre es Jesús. Pero al recibirle y experimentarle, nosotros declaramos que Jesús es Dios con nosotros. Esto es maravilloso.
A veces, cuando nos ocupamos de la mente, preguntamos: “¿Acaso es Dios este Jesús?” Tal vez tengamos la seguridad de que es el Hijo de Dios, pero no de que El realmente es Dios mismo. Cuando yo era joven, me enseñaron los cristianos fundamentalistas que debía evitar decir directamente que Jesús era Dios. Me enseñaron que el Hijo de Dios difiere de Dios mismo. Por lo tanto, dijeron que no debía decir directamente que Jesús era Dios. Me dijeron que debía orar a Dios mediante Jesús. Recibí una enseñanza que cabía con el concepto humano. No obstante, después de mucha práctica, cuanto más oraba, más me daba cuenta de que este Jesús era simplemente Dios conmigo. Discutir teóricamente es una cosa, mas experimentar el hecho es otra. Muchas veces, los cristianos no están de acuerdo con su experiencia; al contrario, concuerdan con sus conceptos.
Creo que todos los cristianos tienen esta experiencia. ¿No le parece a usted, en lo profundo de su ser y en conformidad con su experiencia, que Jesús es Dios? Sí le parece, pero no se atreve a declararlo como doctrina. Sin embargo, no debe considerar a Jesús como alguien aparte de Dios. Jesús es simplemente Dios mismo. No sólo es el Hijo de Dios, sino también Dios mismo. Algunos buenos escritores han dicho que sin Jesús nunca podríamos encontrar a Dios. Dios está con Jesús y es Jesús. En el principio era el Verbo, y el Verbo no sólo estaba con Dios, sino también era Dios (Jn. 1:1). Este Verbo se hizo carne, y fue llamado Jesús.
Cuando experimentamos a Jesús, El es Emanuel, Dios con nosotros. Hemos oído que Jesús es nuestra consolación, nuestro reposo, nuestra paz y nuestra vida. Jesús es mucho para nosotros. Si queremos experimentarle, diríamos inmediatamente: “¡Este es Dios! Este no es Dios lejos de mí, ni Dios que está en los cielos, sino Dios conmigo”! Cuando experimentamos a Jesús, nos damos cuenta de que Jesús es Dios con nosotros. Jesús es nuestra salvación. Después de experimentar esta salvación, decimos: “Este es Dios con nosotros para ser nuestra salvación”. Jesús es nuestra paciencia. Pero cuando le experimentamos como nuestra paciencia, decimos: “Esta paciencia es Dios conmigo”. Jesús es el camino y la verdad, pero cuando le experimentamos como el camino y como la verdad, decimos: “¡Este camino y esta verdad es simplemente Dios conmigo!” ¡Aleluya! ¡Jesús es Dios con nosotros! En nuestra experiencia El es Emanuel.
Cuando nos congregamos en el nombre de Jesús, El está con nosotros (18:20). Una vez más, éste es Emanuel, Dios con nosotros. La presencia de Jesús en nuestras reuniones es en realidad Dios con nosotros.
Jesús está con nosotros todos los días, hasta la consumación del siglo (28:20). “Todos los días” incluye hoy. No se olvide de hoy. Muchos cristianos creen que Jesús está presente todos los días, menos hoy. ¡Pero Jesús está con nosotros ahora, en este momento!
Jesús no sólo está con nosotros, sino que también está en nuestro espíritu. En 2 Timoteo 4:22 dice: “El Señor esté con tu espíritu”. Este Jesús, el que está en nuestro espíritu, es Emanuel, Dios con nosotros.
Nunca podemos separar el Espíritu y la presencia de Jesús. El Espíritu es simplemente la realidad de la presencia de Jesús (Jn. 14:16-20). Esta presencia es Emanuel. Dios con nosotros.
Cuando invocamos el nombre de Jesús, recibimos al Espíritu, quien es la Persona, la realidad de Jesús, o sea, Jesús hecho real en nosotros. En 1 Corintios 12:3 dice: “Nadie puede decir: ¡Jesús es el Señor!, sino en el Espíritu Santo”. Cuando decimos: “Señor Jesús”, estamos en el Espíritu y recibimos al Espíritu. La tradición ha influido en todos nosotros, dándonos a entender que debemos ayunar y orar para recibir al Espíritu. Pero es muy sencillo recibir al Espíritu: simplemente invocar el nombre de Jesús.
Según Isaías 8:7-8, el enemigo posiblemente intentará apoderarse de la tierra de Emanuel. No crea usted que esta palabra está destinada sólo a los hijos de Israel. Hoy en día nuestro espíritu es la tierra de Emanuel. Así que, nosotros somos la tierra de Emanuel. El enemigo, Satanás, con todo su ejército hará todo lo posible para apoderarse de esta tierra, es decir, de nuestro espíritu y de nuestro ser.
Isaías 8:10 nos dice que Dios está con nosotros y por eso el enemigo no puede apoderarse de la tierra de Emanuel. Aunque Satanás ha hecho todo lo posible por apoderarse de usted, todavía usted está aquí. Quizás durante la semana pasada Satanás trató de apoderarse de usted veintiún veces, pero cada vez no logró hacerlo. Usted todavía está aquí por causa de Emanuel, porque Dios está con nosotros. Este Emanuel es Jesús. Hoy podemos disfrutar a Jesús y experimentarle de manera genuina como nuestro Emanuel.