Mensaje 36
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Lectura bíblica: Nm. 25:1-18; 31:2; Ap. 2:14b
En este mensaje consideraremos la caída de Israel en fornicación e idolatría. Sin embargo, primero quisiera repasar los asuntos cruciales, los elementos intrínsecos, contenidos en los capítulos del 20 al 24 de Números.
En tipología, estos cinco capítulos nos presentan un cuadro de Cristo y la iglesia. El capítulo 20 nos muestra que Cristo es la roca herida y que de Él, en resurrección, fluye el agua viva que satisface nuestra necesidad (v. 8). Cristo ya fue herido, crucificado, y no es necesario herirlo de nuevo. Ahora Él está en resurrección y de Él fluye el agua viva que apaga la sed del pueblo. El Cristo crucificado y resucitado está aquí para que sea satisfecha nuestra necesidad. Mientras lo tengamos a Él, Dios no tiene ningún problema con nosotros y nosotros no tenemos ningún problema con Dios.
En el capítulo 21 encontramos otros aspectos de Cristo. Primero, como serpiente de bronce, Cristo es nuestro reemplazo (vs. 8-9). Él se hizo igual a nosotros en naturaleza, con la diferencia de que en Él no había pecado. Él vino en semejanza de carne de pecado (Ro. 8:3), pero no tenía la naturaleza pecaminosa, de la misma manera en que la serpiente de bronce tenía la forma de una serpiente mas no su naturaleza venenosa. Puesto que Cristo vino en semejanza de carne de pecado, Él pudo ser nuestro reemplazo, soportando el juicio de Dios y efectuando la redención. Como nuestro reemplazo, Cristo no sólo resolvió el problema externo de los pecados, sino también el problema interno de nuestra naturaleza pecaminosa. Habiendo resuelto estos problemas mediante Su crucifixión, en resurrección esta persona llegó a ser una fuente, un pozo (Nm. 21:17), de la cual brota agua viva, la cual es el Espíritu consumado del Dios Triuno procesado. En nuestra experiencia, debemos cavar este pozo (v. 18). Si cavamos el pozo, vendremos a ser nobles y líderes. Además, como lo indica Números 33, Cristo es nuestro destino, nuestra tierra de reposo. Por consiguiente, Cristo es nuestro reemplazo, nuestro pozo y nuestra tierra de reposo. Cuando le disfrutamos a Él como nuestra tierra de reposo, no estamos faltos de nada ni tenemos escasez alguna.
En Números 23 y 24 encontramos cuatro parábolas, las cuales fueron habladas por Balaam, un profeta gentil. Estas parábolas revelan mucho acerca de la iglesia, y en particular, la cuarta parábola revela algo en cuanto a Cristo.
Consideremos primeramente lo que estas parábolas nos muestran acerca de la iglesia. “He aquí un pueblo que vive solo, / que no se cuenta entre las naciones” (23:9b). Esto indica que la iglesia se compone de un pueblo separado, un pueblo especial, un pueblo que ha sido santificado para Dios. La iglesia no está mezclada con las naciones, sino que está separada de ellas. “No ha notado iniquidad en Jacob, / ni ha visto agravio en Israel” (23:21a). Esto indica que a los ojos de Dios, la iglesia es perfecta, pues no hay iniquidad en ella. La iglesia es perfecta porque la iglesia está en Cristo. “¡Cuán hermosas son tus tiendas, oh Jacob, / tus tabernáculos, oh Israel!” (24:5). Esto indica que en su aspecto, la iglesia es hermosa. En resumen, en la primera parábola vemos que la posición de la iglesia es particular; en la segunda parábola vemos que la iglesia es perfecta a los ojos de Dios; y en la tercera parábola vemos que en su aspecto, la iglesia es hermosa, bella.
La cuarta parábola de Balaam contiene una profecía sobre Cristo (24:17). Una iglesia santificada, perfecta y hermosa es una iglesia llena de Cristo. La iglesia puede ser santa, perfecta y hermosa porque ella tiene a Cristo. Cristo es el contenido de la iglesia. Cristo es el elemento constitutivo de la iglesia y todas las partes de la iglesia. En la iglesia como nuevo hombre, Cristo es el todo y en todos (Col. 3:10-11).
El Cristo profetizado en Números 24:17 no es un Cristo terrenal, sino un Cristo celestial. Él es la Estrella que sale de Jacob y el Cetro que se levanta de Israel. De la iglesia sale el Cristo que es la Estrella, y esta Estrella es el Cetro. Eso significa que el Cristo celestial es la autoridad suprema del universo. Hoy Cristo es nuestra Estrella, y en el futuro Él será el Cetro, Aquel que posee la autoridad universal.
En las parábolas proféticas de Balaam no sólo vemos ciertos aspectos de Cristo y de la iglesia, sino también muchas de las riquezas relacionadas con la iglesia. La iglesia “tiene fuerzas como los cuernos del buey salvaje” (23:22; 24:8). Esto indica que la iglesia es victoriosa. La iglesia también es comparada con un león y una leona (23:21; 24:9). Esto es un indicio más de que la iglesia es victoriosa. En Números 24:6 y 7 encontramos las siguientes frases: “como valles se extienden”, “jardines junto al río” y “de sus cubos fluirán aguas”. Esto revela que la iglesia se asemeja a un huerto, que la iglesia tiene valles y que en la iglesia hay abundancia de agua.
Efesios es un libro celestial que trata sobre la iglesia, pero no encontramos allí los aspectos de la iglesia presentados en las parábolas de Balaam en Números 23 y 24. Efesios no nos dice que la iglesia es un jardín junto al río ni que de sus cubos fluirán aguas. Además, Efesios tampoco revela que la iglesia tiene valles ni que los que estamos en la iglesia somos leones y leonas. En la iglesia hay leones capaces de devorar al enemigo. Incluso Moab se dio cuenta de que el pueblo de Dios es como un buey que lame la hierba del campo (Nm. 22:4). Si vemos la iglesia tal como se revela en Números, no menospreciaremos la iglesia ni la desdeñaremos.
Aparentemente Números es simplemente un libro de historia acerca del viaje que hizo Israel por el desierto. No obstante, el contenido intrínseco, los constituyentes intrínsecos, de dicha historia es nada menos que Cristo y la iglesia.
Después de haber visto el cuadro de Cristo y la iglesia presentado en Números 20—24, prosigamos ahora a considerar 25:1-18.
Números 23:21 dice que Dios no ha notado iniquidad en Jacob. Pero en Números 25 encontramos un relato de la iniquidad de Israel. Esta iniquidad incluye dos cosas horrendas: la fornicación, que destruye la persona del ser humano creado por Dios, y la idolatría, que insulta la persona divina de Dios. Según el relato bíblico, la fornicación y la idolatría van juntas. Donde hay fornicación, también hay idolatría. La Iglesia Católica Romana es un ejemplo de esto. En el Nuevo Testamento, la Iglesia Católica es comparada a Jezabel, una mujer fornicaria (Ap. 2:20). Además, en la Iglesia Católica hay idolatría. Por ejemplo, en su libro Las grandes profecías, G. H. Pember señala que incluso Buda, bajo el nombre de San Josafat, se ha introducido en el catolicismo. En el calendario católico se encuentra un santo llamado Josafat, cuya historia es en realidad la historia de Buda.
Balac no pudo derrotar a Israel militarmente ni por medio de la política; tampoco pudo derrotarlo mediante el uso de la religión. Por consiguiente, Balac, siguiendo el maligno consejo de Balaam (Ap. 2:14), indujo a Israel a caer en la fornicación y la idolatría. Es muy probable que Balac y Balaam hubieran conspirado y tramado contra Israel; Balaam probablemente fue el consejero y asesor de Balac, quien le enseñó cómo hacer tropezar al pueblo santo, perfecto y hermoso de Dios. El complot fue iniciado por Balaam, y luego fue implementado por Balac. Las características positivas de Israel fueron anuladas al caer éste en fornicación e idolatría. En lugar de ser santos, perfectos y hermosos, vinieron a ser un pueblo fornicario e idólatra.
“Mientras Israel habitaba en Sitim, el pueblo comenzó a cometer fornicación con las hijas de Moab, pues éstas invitaban al pueblo a los sacrificios de sus dioses; y el pueblo comió y se inclinó a sus dioses. Así se unió Israel a Baal-peor” (Nm. 25:1-3a). Estos versículos indican que los que cometieron fornicación se unieron a Baal, el dios de la fornicación. Por consiguiente, se dio una combinación de fornicación e idolatría. Los adoradores de Baal eran fornicarios, y ellos indujeron a otros a cometer fornicación con ellos y a adorar el ídolo de la fornicación. Éste fue el maligno consejo de Balaam (31:16).
Apocalipsis 2:14 habla de “la enseñanza de Balaam, que enseñaba a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de cosas sacrificadas a los ídolos, y a cometer fornicación”. Balaam enseñó a Balac a usar la idolatría y la fornicación para hacer tropezar a Israel.
“La ira de Jehová se encendió contra Israel” (Nm. 25:3b). Jehová mandó a Moisés que tomara a todos los líderes del pueblo y los ahorcara delante del sol (v. 4). Ser ahorcados delante del sol era una gran afrenta pública. Entonces Moisés mandó a los jueces de Israel que mataran a todo varón israelita que se había unido a Baal-peor (v. 5). Además, murieron de aquella plaga veinticuatro mil (v. 9).
Números 25:6-15 nos habla del pecado de Zimri y del santo celo de Finees. Zimri cometió fornicación con una mujer madianita (vs. 6, 14-15). El sacerdote Finees, quien tenía un santo celo por Dios, los mató a ambos (vs. 7-8). Esto no fue un asesinato, un acto prohibido por la ley, sino una muerte santificada, una muerte santificada por Dios. En los versículos del 10 al 13 vemos que Jehová recompensó a Finees por dicha muerte santificada. El galardón fue que le dio a Finees y a su descendencia el pacto de sacerdocio perpetuo.
En 25:16-18 y 31:2 vemos que Jehová toma venganza de los madianitas a causa de los ardides con que engañaron a los israelitas.
En las profecías de Balaam, todo lo que se dice acerca de Israel es muy positivo. No obstante, inmediatamente después de estas profecías, tenemos un capítulo que nos muestra qué clase de personas eran realmente los hijos de Israel en cuanto a su naturaleza. La perspectiva de Dios con respecto a Israel, revelada en las parábolas de Balaam, es por completo positiva; no obstante, la verdadera situación y condición de Israel eran sumamente negativas. En realidad, los hijos de Israel eran un pueblo fornicario e idólatra.
La Biblia presenta una crónica completa de los aspectos y estatus del pueblo de Dios, revelando lo que somos en Adán y lo que somos en Cristo. Números 25 pone al descubierto lo que somos en nuestra naturaleza adámica, esto es: un pueblo dado a la fornicación y a la idolatría. Según nuestra naturaleza adámica, somos dignos de ser muertos y ahorcados delante del sol. Dios es celoso, y Su celo se enciende sobre nosotros. En el ardor de Su celo, Él no permite nada que pertenezca a la naturaleza adámica.
Los capítulos del 22 al 25 nos presentan una clara perspectiva acerca de Israel. A los ojos de Dios, el pueblo era celestial, pero conforme a su verdadera naturaleza, ellos eran caídos y pecaminosos. Esta situación se repite hoy con los creyentes. Por un lado, en Cristo somos personas maravillosas; pero, por otro, en nosotros mismos somos un pueblo dado a la fornicación y a la idolatría, cuyo destino es ser juzgado por Dios.