Mensaje 5
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Lectura bíblica: Nm. 4
En este mensaje consideraremos los deberes de los sacerdotes y de los levitas cuando había que trasladar el tabernáculo.
Los sacerdotes y los levitas tenían ciertos deberes relacionados con el traslado del tabernáculo. Trasladarse de un lugar a otro significa avanzar. Por consiguiente, lo que se abarca en el servicio santo no guarda relación con un Cristo inactivo, sino con un Cristo muy activo. Nosotros debemos corresponder a Cristo en Su actividad.
En el Antiguo Testamento Dios podía actuar por Sí mismo, sin depender del hombre. Por ejemplo, cuando creó los cielos y la tierra, Él no necesitaba que el hombre le correspondiera. Pero el Nuevo Testamento comienza con la encarnación divina. Eso estableció el principio de la economía neotestamentaria de Dios, según el cual Dios requiere que el hombre le corresponda. Sin el hombre, Dios no puede hacer nada. En el Antiguo Testamento, Dios pudo hacer muchas cosas sin el hombre. En el Nuevo Testamento, Dios ha decidido permanecer unido al hombre. Un ejemplo de esta unión entre Dios y el hombre es la carrera de tres piernas, en la cual los corredores corren con una pierna atada a la de su compañero. En el Nuevo Testamento, Dios necesita que el hombre le corresponda, sea uno con Él, coordine con Él. Éste es el principio básico de la economía neotestamentaria de Dios.
En Su economía neotestamentaria, Dios no hace nada sin el hombre. El hombre debe ser uno con Dios, corresponder a Dios y permanecer unido a Dios. “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él” (1 Co. 6:17). Esto implica que en el Nuevo Testamento, la economía de Dios ha unido al hombre con Dios. Dios está dispuesto a permanecer unido al hombre, puesto que sin el hombre Él ahora no puede actuar. Ahora Dios no sólo actúa junto con el hombre, sino también dentro del hombre. Es por eso que Dios nunca predica el evangelio directamente a nadie; en vez de ello, Él predica el evangelio por medio del hombre.
Actualmente, Cristo se está moviendo en toda la tierra. “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y seréis Mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch. 1:8). Ser testigos de Cristo equivale a ser Su testimonio, y ser Su testimonio equivale a ser Su retrato. Si somos el testimonio de Cristo, Su retrato, la gente lo verá a Él adondequiera que vayamos. Nosotros damos testimonio de Cristo en el sentido de ser un retrato Suyo. Por consiguiente, todos los verdaderos predicadores del evangelio son verdaderamente testigos, retratos, de Cristo.
Hoy en día el mover del Señor está con nosotros. En cuanto a Su mover, podemos ser “un carro de mulas” o un “jet 747”. Lo que quiero decir con esto es que si somos lentos, el mover del Señor con nosotros será lento; pero si somos rápidos, el mover del Señor con nosotros será rápido.
Debemos ver cómo el Señor se mueve hoy en día. Él se mueve dentro de nosotros. Nosotros somos los actuales gersonitas, coatitas e hijos de Merari. Si queremos ver cómo Cristo se mueve en la tierra, debemos comprender cómo se efectuaba el mover del tabernáculo. El tabernáculo era trasladado sobre los hombros de los descendientes de los tres hijos de Leví. Este traslado era realizado en el debido orden, sin confusión alguna. Solamente Aarón y sus hijos podían ver las cosas santas y tocarlas. Los levitas podían verlas y tocarlas sólo después que éstas habían sido embaladas y cubiertas. Los laicos no tenían derecho alguno de tocar las cosas santas.
Lo que hemos visto hasta ahora nos permite entender que no cualquiera puede llevar el recobro del Señor de un país a otro. Por la misericordia del Señor, puedo testificar que cuando vine a los Estados Unidos, traje el Arca con todos los enseres del santuario. También traje la Tienda de Reunión, la cual es el agrandamiento de Cristo, la iglesia. El Señor puede efectuar Su mover al portar nosotros el Arca, los enseres del santuario y la Tienda de Reunión.
Cristo, quien es la corporificación de Dios con miras a Su expansión, lleva adelante Su mover mediante aquellos que le aman. Si nosotros no nos movemos, Él no podrá moverse; en vez de ello, Él permanecerá atado e incluso encarcelado dentro de nosotros. Si no nos movemos, nos convertimos en una prisión para el Señor.
Los deberes relacionados con el traslado del tabernáculo fueron asignados a los sacerdotes y a los levitas. En el Antiguo Testamento se hacía distinción entre los sacerdotes y los levitas; sin embargo, en el Nuevo Testamento solamente existe una clase, la de los sacerdotes, que incluye a los levitas. Por consiguiente, lo que hicieron los levitas en el Antiguo Testamento, también lo debemos hacer nosotros, los sacerdotes neotestamentarios.
Los sacerdotes tenían el privilegio de embalar las cosas que pertenecen a la Persona divina. Embalar las pertenencias de una persona es un privilegio especial únicamente concedido a aquellos que tienen una estrecha relación con dicha persona. El que embala las pertenencias de otra persona ve todos sus misterios y secretos.
Los sacerdotes embalaban los enseres del santuario, entre los cuales estaban el Arca, la mesa del pan de la Presencia, el candelero, el altar de oro y el altar (vs. 5-14). De los enseres del santuario, lo primero que se embalaba era el Arca. Los sacerdotes cubrían el Arca con el velo del lienzo, una cubierta de pieles de marsopa y un paño todo de hilos azules (5-6).
Hoy nosotros tenemos el privilegio de embalar las cosas que pertenecen a Cristo. Primero, embalamos a Cristo como Arca, con todo lo que ello implica. Luego, embalamos la mesa del pan de la Presencia. Esto equivale a ministrar a Cristo como alimento, como pan, a los que sirven a Dios. El Señor Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida [...] El que me come, él también vivirá por causa de Mí” (Jn. 6:48, 57b). También embalamos el candelero. La mesa del pan de la Presencia tiene como finalidad dar vida, y el candelero tiene como finalidad iluminar. Además, embalamos el altar de oro, el cual tiene como finalidad la aceptación de Dios, y el altar de bronce, el cual tiene como finalidad la obra redentora de Dios.
Los sacerdotes asignaban a cada levita su servicio (Nm. 4:19, 27-28, 33). Los levitas no realizaban su servicio como a ellos les parecía, sino según la dirección de los sacerdotes ungidos. Esto indica que nosotros, los sacerdotes neotestamentarios que servimos a Dios, no debemos actuar conforme a nuestras propias ideas sino bajo la dirección de la perspectiva ungida, es decir, bajo la dirección del propio Espíritu que nos unge.
“Eleazar, hijo del sacerdote Aarón, estará encargado de velar por el aceite del alumbrado, el incienso aromático, la ofrenda de harina continua y el aceite de la unción; estará encargado de velar por todo el tabernáculo y por todo lo que está en él, el santuario y sus enseres” (v. 16). Todos estos ítems representan diferentes aspectos de Cristo en toda Su riqueza. En Efesios 3:8 Pablo dice: “A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar a los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo”. Si únicamente tuviéramos el Nuevo Testamento, nos sería difícil ver las inescrutables, o insondables, riquezas de Cristo; para ello, se necesitan también los tipos, los cuadros, del Antiguo Testamento. A través de todos los ítems mencionados en Números 4, podemos ver que las riquezas de Cristo son insondables.
Incluso el aceite de la unción es Cristo. Aunque el aceite de la unción representa al Espíritu Santo, el Espíritu Santo es el Dios Triuno consumado. Juan 7:39b dice: “Aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. Después que Cristo fue glorificado (resucitado), el Espíritu vino a ser el Espíritu todo-inclusivo, compuesto, vivificante y que mora en nosotros, el cual es el Dios Triuno consumado. El Dios Triuno estaba “crudo”, sin haber sido procesado; pero después de pasar por el proceso de la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección, Él alcanzó su plena consumación para llegar a ser el Espíritu compuesto y todo-inclusivo. Hoy en día el Señor es el Espíritu (2 Co. 3:17; 1 Co. 15:45). En este sentido, el aceite de la unción es Cristo.
Con relación al servicio de los levitas, vemos que a ellos se les requería tener cierta edad. Para servir como levita, se debía tener entre treinta y cincuenta años de edad (Nm. 4:3, 23, 30, 35, 43, 47). Estos son “los años dorados” de la vida humana. Incluso el Señor Jesús no tuvo la edad suficiente para el servicio de Dios sino hasta que cumplió los treinta años (Lc. 3:23). Él no comenzó Su obra sino hasta cumplir los treinta.
En Números podemos ver algunas comparaciones en cuanto a los requisitos de edad. Para ser contado entre los que sirven a Dios, se debía tener un mes de vida o más: los de esa edad debían crecer y madurar (3:39, 43). Para ser contado entre quienes combaten en pro del testimonio de Dios, se debía tener veinte años o más: los de esa edad eran personas maduras y fuertes; no había límite máximo de edad (1:20). Caleb, por ejemplo, podía combatir aun a la edad de ochenta y cinco (Jos. 14:10-11). Para ser contados en el servicio más cercano a Dios, se debía tener entre treinta y cincuenta años de edad: los de esa edad eran más maduros y fuertes, sin haber sufrido deterioro alguno.
Los sacerdotes se encargaban de las cosas principales, las cosas más importantes, y los coatitas se encargaban de algunas de las cosas secundarias. Encargarse de los enseres del santuario equivale a encargarse de las cosas secundarias. Los sacerdotes se encargaban del Arca. Esto significa atender a Cristo directamente y ministrar Cristo a otros. Los coatitas trasladaban los enseres del santuario (Nm. 4:2-4, 15, 17-20, 34-37). Hoy en día esto equivale a hablar acerca de la iglesia como expansión de Cristo.
A los coatitas no se les permitía tocar las cosas santas (v. 15) ni entrar para verlas (v. 20). En uno u otro caso, el castigo de ello era la muerte.
“Aarón y sus hijos entrarán y señalarán a cada uno su servicio y su carga” (v. 19b). Aquí vemos que Aarón y sus hijos asignaban a los coatitas sus servicios. Esto indica que en el Antiguo Testamento había dos categorías: los sacerdotes y los levitas. Pero en el Nuevo Testamento estas dos categorías vienen a ser una sola. Hoy nosotros somos sacerdotes y levitas. Cuando como sacerdotes desempeñamos el trabajo levítico, debemos hacerlo supervisados por la perspectiva sacerdotal. Por ejemplo, acomodar las sillas en el salón de reuniones no es una labor espiritual, sino un servicio levítico; con todo, este servicio levítico debe llevarse a cabo bajo la perspectiva intrínseca y espiritual propia del sacerdocio. Si se acomodan las sillas de esta manera, entonces los servidores orarán por la iglesia y por aquellos que se sentarán en esas sillas. El mismo principio se aplica con respecto a salir a tocar puertas con el propósito de predicar el evangelio. El servicio levítico de tocar puertas debe llevarse a cabo bajo la supervisión de la perspectiva sacerdotal. Si lo hacen así, entonces los que llevan el evangelio a las personas de esta manera orarán mucho. Quizás digan en su oración: “Señor, mientras toco a la puerta de esta persona, te pido que Tú toques a la puerta de su corazón”.
Hoy en día el servicio levítico no debe estar separado de tal perspectiva sacerdotal. Todo tipo de actividad externa debe llevarse a cabo bajo la supervisión de la perspectiva intrínseca y espiritual propia del sacerdocio.
A los gersonitas (vs. 22-28, 38-41) se les encargó llevar las cortinas del tabernáculo, la Tienda de Reunión, su cubierta, la cubierta de pieles de marsopa, el lienzo de la entrada de la Tienda de Reunión, los cortinajes del atrio, el lienzo de la entrada de la puerta del atrio, sus cuerdas y todos los aparejos de su servicio. Ellos hacían esto según las órdenes de Aarón y de sus hijos, y bajo la dirección de Itamar, hijo del sacerdote Aarón (vs. 27-28).
Una vez más, vemos que el servicio levítico se llevaba a cabo bajo la supervisión de los sacerdotes. Esto nos muestra además que debemos aprender a hacer las cosas externas bajo la perspectiva intrínseca del sacerdocio. Por ejemplo, la manera en que se realizan las labores en la oficina administrativa de la iglesia debe ser muy diferente de la manera en que se trabaja en un banco, donde no hay ninguna supervisión sacerdotal. Todo el servicio realizado en la oficina administrativa de la iglesia debe estar bajo la perspectiva y supervisión celestiales de los sacerdotes. Si es así, todo lo que hagamos en la oficina administrativa de la iglesia se convertirá en una actividad espiritual y ministrará vida a los demás. Mientras atendemos a los asuntos administrativos, debemos ministrar vida a los demás. Si lo hacemos, nuestro servicio levítico estará bajo la perspectiva y supervisión propia del sacerdocio.
A los hijos de Merari (vs. 29-33, 42-45) se les encargó llevar las tablas del tabernáculo, sus barras, sus columnas y sus basas, las columnas del atrio alrededor, sus basas, sus estacas y sus cuerdas, con todos sus aparejos. Esto era realizado bajo la dirección de Itamar, hijo del sacerdote Aarón.
Todo lo que está escrito en la Biblia es para nuestro bien y merece nuestro estudio. Por consiguiente, debemos estudiar cada uno de los ítems del tabernáculo, tal como las columnas, las basas, las estacas y las cuerdas. Cada uno de estos ítems tipifica a Cristo. Cristo es nuestra estaca y nuestra cuerda. Al conocer todos estos ítems del tabernáculo, conoceremos a Cristo.