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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Romanos»
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Mensaje 2

EL EVANGELIO DE DIOS

  Lectura bíblica: Ro. 1:1-17

  El tema del libro de Romanos es el evangelio de Dios (1:1). Los creyentes suelen decir que hay cuatro Evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Sin embargo, Pablo también considera como evangelio la epístola que él escribió a los romanos. En los primeros cuatro libros del Nuevo Testamento el evangelio trata de Cristo en la carne tal como vivió entre Sus discípulos antes de Su muerte y resurrección. Después de Su encarnación y antes de Su muerte y resurrección, Él andaba entre Sus discípulos, pero aún no estaba en ellos. En el libro de Romanos el evangelio se relaciona con Cristo como Espíritu, y no con el Cristo en la carne. En el capítulo 8 de Romanos vemos que el Espíritu de vida que mora en nosotros es Cristo mismo. Cristo vive ahora en nosotros. El Cristo presentado en los cuatro Evangelios andaba entre los discípulos, pero el Cristo descrito en el libro de Romanos se halla dentro de nuestro ser. El Cristo de los cuatro Evangelios es el Cristo después de Su encarnación y antes de Su muerte y resurrección. Como tal, Él es el Cristo que vive fuera de nosotros. Pero en Romanos, Él es el Cristo después de Su resurrección. Como tal, Él es el Cristo que mora en nosotros. Este Cristo es más profundo y subjetivo que el que vemos en los Evangelios. Debemos tener presente que el evangelio que se presenta en Romanos alude al hecho de que Cristo como Espíritu vive en nosotros después de Su resurrección.

  Si únicamente tenemos el evangelio que presenta a Cristo en el aspecto que se describe en los primeros cuatro libros del Nuevo Testamento, nuestro evangelio es muy objetivo. Necesitamos el quinto evangelio, el libro de Romanos, el cual nos revela el evangelio subjetivo de Cristo. Nuestro Cristo no es simplemente el Encarnado que vivió como humano después de la encarnación y antes de la resurrección, o sea, el Cristo que estaba entre los discípulos. Al contrario, nuestro Cristo es más elevado y subjetivo. Él es el Espíritu de vida que está en nosotros. Este Cristo es muy subjetivo para nosotros. Los capítulos 14 y 15 de Juan revelan que Cristo morará en Sus creyentes, pero esto no se cumplió sino hasta después de Su resurrección. Por lo tanto, el libro de Romanos es el evangelio del Cristo resucitado, lo cual muestra que Él es ahora el Salvador subjetivo que vive en Sus creyentes. Así que, este evangelio es aun más profundo y más subjetivo.

I. PROMETIDO EN LAS ESCRITURAS

  Este evangelio fue prometido por Dios mediante los profetas en las escrituras, lo cual indica que el evangelio de Dios no fue algo que con el tiempo se añadió por casualidad, sino que, según lo revelado en la Biblia, fue planeado y preparado por Dios en la eternidad pasada. Antes de la fundación del mundo, Dios planeó el evangelio. Así que, en muchas ocasiones en las Santas Escrituras, desde Génesis hasta Malaquías, Dios habló en forma de promesa mediante los profetas, con respecto a este evangelio.

II. ACERCA DE CRISTO

  El tema del evangelio de Dios es una Persona, Cristo. Sin duda, el evangelio incluye el perdón, la salvación, etc, pero estos elementos no constituyen el punto central. El evangelio de Dios se centra en la Persona del Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor. Esta maravillosa Persona tiene dos naturalezas: la naturaleza divina y la naturaleza humana, es decir, divinidad y humanidad.

A. Del linaje de David

  Pablo menciona primero la humanidad de Cristo, y no Su divinidad, diciendo que Cristo provino del linaje de David según la carne (Ro. 1:3). Esto alude a Su naturaleza humana, a Su humanidad.

B. Designado Hijo de Dios por la resurrección

  Después Pablo dice que Cristo “fue designado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos” (1:4). Esto es una clara referencia a la divinidad de Cristo. ¿Por qué Su humanidad se menciona antes de Su divinidad?

  Pablo menciona primero la humanidad de Cristo porque con esto preserva la secuencia del proceso de Cristo. Primero, Cristo pasó por el proceso de la encarnación al hacerse carne. Luego, Él pasó por el proceso de la muerte y resurrección. Por medio del segundo paso, Él fue designado Hijo de Dios por Su resurrección. Cristo pasó por dos pasos, el primero fue la encarnación, y el segundo, la muerte y resurrección. Por medio de estos dos pesos, Cristo primero llegó a ser carne, mediante la encarnación, y segundo, llegó a ser el Hijo de Dios, a través de la muerte y resurrección. El primer paso introdujo a Dios en la humanidad, y el segundo, introdujo al hombre en la divinidad. Cristo como Persona divina, antes de Su encarnación, ya era el Hijo de Dios (Jn. 1:18); incluso Romanos 8:3 dice: “...Dios, enviando a Su Hijo...” Debido a que Cristo ya era el Hijo de Dios antes de Su encarnación, ¿por qué necesitaba ser designado Hijo de Dios por la resurrección? Porque por medio de la encarnación Él se puso un nuevo elemento, la carne, es decir, la naturaleza humana, y dicho elemento no tenía nada que ver con la divinidad. Antes de Su encarnación Cristo ya era una Persona divina, y como tal, era el Hijo de Dios, pero la parte humana de Él, el Jesús hecho carne con la naturaleza humana que había nacido de María, no era el Hijo de Dios. Esa parte de Él era únicamente humana. Cristo, por Su resurrección, santificó y elevó esa parte de Su naturaleza humana, Su humanidad, y fue designado el Hijo de Dios en Su naturaleza humana por Su resurrección. Así que en este sentido la Biblia dice que Él fue engendrado Hijo de Dios en Su resurrección (Hch. 13:33; He. 1:5).

  Usemos el ejemplo de una pequeña semilla de clavel. Cuando dicha semilla es sembrada en la tierra, crece y florece mediante un proceso que podríamos llamar su designación. Cuando contemplamos la pequeña semilla de clavel antes de que ésta sea sembrada en tierra, es difícil determinar qué clase de semilla es. Sin embargo, una vez que se siembra, crece y florece, entonces podemos designar su nombre por medio de su florecimiento. Por consiguiente, todos podemos identificarla y decir: “Es un clavel”. Tanto la semilla como la flor son el clavel, pero la forma de la flor es muy diferente a la forma de la semilla. Si la semilla permaneciera sin echar flores, para la mayoría de la gente sería muy difícil determinar que es un clavel. Pero una vez que crece y florece, es designada como un clavel por todo aquel que la vea.

  Cuando Cristo estuvo en la carne, durante los treinta y tres años y medio que vivió en la tierra, Él era exactamente como una semilla de clavel. Aunque el Hijo de Dios estaba en Él, nadie podía reconocerlo tan fácilmente. Pero al ser sembrado mediante la muerte y al crecer mediante la resurrección, Él floreció. Mediante este proceso, Cristo fue designado Hijo de Dios y elevó la carne, es decir, la naturaleza humana. Él no se quitó la carne, la humanidad, sino que la santificó, la elevó y la transformó, siendo designado, junto con Su humanidad transformada, el Hijo de Dios con el poder divino. Antes de Su encarnación como Hijo de Dios, no poseía la naturaleza humana, pero después de Su resurrección y por ella llegó a ser el Hijo de Dios junto con la humanidad elevada, santificada y transformada. Él ahora proviene tanto de lo humano como de lo divino. Él es linaje de David así como Hijo de Dios. ¡Él es una Persona maravillosa!

  Cristo se hizo carne para realizar la obra de redención, la cual requiere el derramamiento de sangre. Es verdad que la divinidad no tiene sangre; sólo la humanidad la tiene. No obstante, la redención exige el derramamiento de sangre, porque sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados (He. 9:22). Así que, Cristo se hizo carne para poder efectuar la obra de redención. Sin embargo, la redención no es la meta de Dios; sólo es el medio que abre el camino para obtener la vida. En el Evangelio de Juan, Cristo fue presentado primero como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn. 1:29) con el fin de redimir al hombre. Luego Juan lo presentó con la paloma que da vida (vs. 32-33). Primero, Cristo realizó la redención para nosotros, luego, Él llegó a ser nuestra vida. Cristo se hizo carne para llevar a cabo la obra de redención en benefició nuestro, y fue designado el Hijo de Dios por la resurrección, con el fin de impartirse a Sí mismo en nosotros como vida. El primer paso de este proceso se dio para efectuar la redención, y el segundo, para impartir la vida. Ahora el Cristo resucitado está en nosotros como nuestra vida. El Cristo resucitado como Hijo de Dios es nuestra vida. Todo aquel que tiene al Hijo de Dios, tiene la vida (1 Jn. 5:12).

  La primera sección del libro de Romanos habla de la redención realizada por el Cristo encarnado. Romanos 8:3 dice que Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado y condenó así al pecado en la carne. La segunda parte de Romanos trata de la impartición de vida. Romanos primero revela a Cristo como el Redentor en la carne, y luego lo revela como el Espíritu vivificante. En Romanos 8:2 encontramos el término el Espíritu de vida, el cual es una referencia al Espíritu que mora en el creyente como Espíritu de Cristo, quien es Cristo mismo en nosotros (8:9-10).

  ¿Por qué empieza de esta manera el libro de Romanos? Cada libro de la Biblia empieza de una manera particular que difiere de los demás. La manera en que Pablo empieza el libro de Romanos se relaciona con la meta de este libro, la cual vemos en los versículos 29 y 30 del capítulo 8. Esta meta es producir muchos hijos para Dios, lo cual requiere la redención, la impartición de vida, y un modo de vivir en el cual esta vida puede expresarse. Por ser hombres de condición caída y pecaminosa, necesitamos la redención, la vida divina y un vivir en que expresemos la vida divina, para ser regenerados, transformados y plenamente glorificados como hijos de Dios. Finalmente, todos seremos hijos de Dios en plenitud.

  Dios tenía un solo Hijo, Su Hijo unigénito. Sin embargo, no estaba satisfecho con un solo Hijo; Él deseaba engendrar muchos hijos e introducirlos en la gloria. Por esta razón, usó a Su Hijo unigénito como modelo o prototipo con el cual producir muchos hijos. ¿Se da cuenta usted de que Cristo pasó por un proceso para ser designado el Hijo de Dios, y que nosotros también pasamos por este mismo proceso con el fin de ser designados los muchos hijos de Dios? Originalmente Cristo era el único Hijo de Dios. Pero en cierto momento este Hijo de Dios se encarnó y fue llamado Jesús. Después de treinta y tres años y medio Jesús fue designado el Hijo de Dios por la resurrección. En ese momento Dios obtuvo un Hijo que tenía tanto divinidad como humanidad. Antes de Su encarnación, el Hijo de Dios solamente poseía la divinidad, pero después de Su resurrección, este Hijo de Dios poseía tanto divinidad como humanidad. ¡Aleluya! Ahora la humanidad tiene parte con el Hijo de Dios. El Hijo de Dios hoy tiene tanto la humanidad como la divinidad.

  ¿Y qué podemos decir acerca de nosotros? Nosotros nacimos como hijos de hombre, pero renacimos como hijos de Dios. Todos, ya sea hombres o mujeres, somos hijos de Dios. En cierto sentido, Dios no tiene hijas. Aunque el Señor Jesús tiene muchos hermanos, Él no tiene hermanas. En este sentido, cada hermana es un hermano. Todos somos hermanos y todos somos hijos de Dios. Somos hijos de Dios porque el Espíritu del Hijo de Dios entró en nosotros (Gá. 4:6). Tal como el Hijo de Dios entró en la carne mediante la encarnación, así también el Espíritu del Hijo de Dios entró en nosotros, quienes somos carne. Por lo tanto, en cierto sentido, cada uno de nosotros es igual a Jesús. Jesús era un hombre de carne y hueso en el cual moraba el Hijo de Dios, y nosotros somos exactamente lo mismo. ¿No es verdad que usted es un hombre de carne y hueso y en usted mora el Hijo de Dios? Ciertamente es así. Pero no debemos seguir siendo sólo eso, ¿o sí? De hecho, estamos en espera de ser designados. Estos hombres de carne van a ser designados por medio de la santificación, la transformación y la glorificación. ¡Aleluya! Aunque ahora somos carne, es un hecho que seremos designados hijos de Dios por medio de la santificación, la transformación y la glorificación. El tiempo se acerca en que todos podremos declarar: “¡En virtud de nuestra resurrección hemos sido designados los hijos de Dios!” Si usted hace una proclamación pública de que usted es hijo de Dios, todo el mundo lo juzgará diciendo que está loco. Recordemos la manera en que la gente trató al Señor Jesús cuando Él declaró ser el Hijo de Dios. Simplemente lo crucificaron. Pero por medio de la muerte y la resurrección Él fue designado el Hijo de Dios. Después de que Jesús resucitó, ya no fue necesario que Él declarara ser el Hijo de Dios, pues ya había sido designado. Hoy en día, si decimos a otros que somos hijos de Dios, ellos pensarán que estamos perturbados mentalmente. Sin embargo, según el libro de Romanos, pronto llegará el día de la manifestación gloriosa de los hijos de Dios, cuando seremos designados en gloria como los hijos de Dios. No será necesario hacer ninguna proclamación, pues espontáneamente seremos designados los hijos de Dios.

  Romanos 1:3-4 presenta a Jesús como el prototipo, y en Romanos 8:29-30 los muchos hijos de Dios son presentados como la producción en serie. Este mensaje tiene el propósito de mostrarnos el prototipo. Al respecto, se tiene al Espíritu de santidad, la carne y la designación del Hijo de Dios, ¡Alabado sea el Señor! Nosotros también tenemos al Espíritu de santidad interiormente, la carne humana exteriormente, y además seremos designados plenamente los hijos de Dios.

III. PROCLAMADO POR LOS ENVIADOS

  Ahora avancemos en el libro de Romanos y examinemos cómo se predica el evangelio de Dios. Este evangelio es predicado por los enviados, quienes son los apóstoles (1:5), aquellos que son apartados para este fin. No todos los creyentes son apóstoles, pero en cierto sentido, todos son enviados por el Señor para llevar a cabo la predicación del evangelio.

A. En el espíritu

  Este evangelio es predicado en el espíritu (1:9). Debemos notar que en este versículo la palabra espíritu está escrita con letra minúscula, lo cual indica que no se refiere al Espíritu Santo. Todos los creyentes tienen el concepto de que para predicar el evangelio deben estar en el Espíritu Santo. Nunca he escuchado a nadie que diga que para predicar el evangelio debemos estar en nuestro espíritu. Pero así nos dice Pablo en este versículo. La predicación del evangelio depende de nuestro espíritu. Pablo dijo que servía a Dios en su espíritu en el evangelio de Su Hijo. Cuando prediquemos el evangelio, no debemos usar artimañas, sino ejercitar nuestro espíritu.

  ¿Cuál es la razón por la que solamente en el libro de Romanos Pablo declara que él sirve a Dios en su espíritu? Porque en este libro él debate con los religiosos quienes comúnmente pretendían servir a Dios, no en el espíritu, sino en la letra, en los formalismos y en las doctrinas. En el libro de Romanos Pablo aconseja que en la obra de Dios, lo que seamos, lo que tengamos, lo que hagamos, todo debe ser en el espíritu. En Romanos 2:29 él dice que sólo en el espíritu podemos ser el verdadero pueblo de Dios, y que la circuncisión verdadera no es la que se practica exteriormente en la carne, sino la del corazón, en el espíritu. En 7:6 él indica que debemos servir a Dios en novedad del espíritu. En el libro de Romanos Pablo hace mención de nuestro espíritu humano once veces. La última mención se encuentra en 12:11, donde dice que debemos ser fervientes en espíritu. La predicación del evangelio de Dios es totalmente un asunto de nuestro espíritu.

B. Mediante la oración

  Para llevar a cabo la predicación del evangelio se necesita mucha oración (1:9). Necesitamos orar por los incrédulos y por el evangelio. Al predicar el evangelio, la oración es mucho más necesaria que nuestro esfuerzo humano. Si no oramos lo suficiente, nuestra predicación del evangelio no llevará fruto.

C. Con ahínco

  En tercer lugar, debemos predicar el evangelio con ahínco (1:13-15). Si estamos en serio con el Señor respecto a la predicación del evangelio, debemos hacerlo ejercitándonos en nuestro espíritu y con mucha oración y fervor. Las técnicas y artimañas no producirán resultados. Todos debemos ejercitar nuestro espíritu para tocar a otros, orar y estar preparado con ahínco. Si usted mismo no es inspirado por el evangelio, jamás podrá inspirar a otros; si el evangelio no puede convencerle ni siquiera a usted, no espere convencer a nadie; si usted mismo no llora con el evangelio, no espere que otros se arrepientan. Pero si nosotros lloramos, otros llorarán de arrepentimiento. Una vez leí la biografía de un hermano que llevaba mucho fruto en el evangelio. No predicaba mucho; pero cuando intentaba predicar, lloraba delante de la audiencia. Al ver sus sinceras lágrimas, muchas personas rompían a llorar y se arrepentían. Esto es predicar el evangelio con ahínco.

IV. RECIBIDO POR LOS LLAMADOS

  El evangelio de Dios es recibido por los llamados (1:6-7). ¿Qué hacen los que son llamados? Ellos creen. Por lo tanto, el evangelio siempre es recibido por los llamados y los creyentes. Nosotros somos tales llamados. Somos llamados a salir de todo nuestro medio ambiente. Al responder en fe, entramos en Aquel en quien creemos.

  Romanos nos presenta el ejemplo de Abraham, quien fue llamado por Dios a salir del linaje creado. Este linaje creado cayó habiendo abandonado a Dios para seguir muchas cosas ajenas a Él, volviéndose inútil para Dios. Dios renunció a ese linaje, pero llamó a salir del mismo a un hombre, Abraham. Así que, Abraham llegó a ser el padre del linaje llamado, es decir, un linaje no creado, sino llamado. Nosotros fuimos llamados a salir de todo lo ajeno a Dios: de la vieja creación, el mundo, el linaje humano y aun de nosotros mismos. Fuimos llamados a salir de lo bueno y lo malo, de todo lo que no es Dios. Por lo tanto, ser llamado es salir de cualquier cosa que no sea Dios mismo.

  Después de ser llamados, creímos. Creer significa entrar por fe. Creer en Jesucristo no significa simplemente creer que Él existe, sino entrar en Él por fe. Creer en Dios es entrar en Dios por fe. Creer requiere que reconozcamos que estamos sin esperanza y que somos incapaces de agradar a Dios. Necesitamos renunciar a nosotros mismos y poner fin a todo lo que somos, tenemos y podemos hacer. Esto es creer. Por el lado negativo, creer significa desechar y olvidar todo lo que somos, tenemos y podemos hacer, y por el lado positivo, significa tomar a Dios como nuestro todo, depositando todo nuestro ser en Él, confiando plenamente en lo que Él hizo, puede hacer y hará por nosotros. En otras palabras, creer es simplemente poner fin a nosotros mismos y depositarnos en Dios poniendo toda nuestra confianza en Él. Si creemos de esta manera, Dios lo contará como justicia y se verá comprometido a salvarnos.

  El evangelio es recibido por todos aquellos que son llamados a salir de todo lo que no es Dios, aquellos que han creído en el Dios Triuno, desechando todo lo que ellos son, tienen y pueden hacer, y confiando plenamente en Dios y en lo que Él hizo, puede hacer y hará por ellos. Si usted, como tal persona, recibe el evangelio de Dios, ciertamente confesará: “He llegado a mi fin y ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí; no necesito hacer nada porque Él ya lo ha hecho todo y lo hará todo por mí. Todo lo que tengo, todo lo que soy y todo lo que puedo hacer ha llegado a su fin por medio de mi fe en Él. Ahora, Él es mi todo”. Ésta es la clase de personas que recibe el evangelio de Dios.

A. Mediante la obediencia de la fe

  Los llamados reciben el evangelio de Dios mediante la obediencia de la fe (Ro. 1:5). ¿Qué significa esto? Bajo la ley de Moisés Dios decretó diez mandamientos para que el pueblo los obedeciera. Esta clase de obediencia era la obediencia de la ley, la obediencia de los mandamientos, pero en la presente era, la de la gracia, el mandamiento único de Dios es creer en Jesucristo. Dios no requiere que guardemos ningún otro mandamiento. No importa lo que somos; debemos obedecer el mandamiento de Dios y creer en el Señor Jesús. Todo aquel que en Él cree, será salvo, pero el que no cree, ya ha sido condenado debido a su incredulidad (Jn. 3:18). Cuando obedecemos el mandamiento único de Dios, tenemos la obediencia de la fe. Ésta es la razón por la que el Señor Jesús dijo en Juan 16:8-9 que el Espíritu Santo convencería al mundo de pecado, por no haber creído en el Señor. Hoy en día existe un solo mandamiento: creer en el Señor Jesús; y hay un solo pecado: el no creer en Él. Si uno cree en Él, tiene la obediencia de la fe y, por lo tanto, recibe el evangelio de Dios. A los ojos de Dios la persona más obediente es aquella que cree en el Señor Jesús, y la persona más desobediente es aquella que rehúsa creer en Él. Lo que ofende más a Dios es que no creamos en Su Hijo y lo que le agrada más es nuestra fe en Él. Cuando un pecador, un hijo pródigo, dice: “Oh, Dios, te doy gracias por enviar a Jesucristo; creo en Él”, el Padre es complacido al máximo. Dios se alegra cuando ve que alguien obedece la fe.

B. Dando por resultado la gracia y la paz

  El resultado de recibir el evangelio mediante la obediencia de la fe es gracia y paz. La gracia es Dios en Cristo como nuestro todo y nuestro disfrute, y la paz es el resultado de este disfrute. Esta paz es el reposo, el bienestar y la satisfacción que tenemos en nuestro ser interior; no proviene de lo externo.

V. EL PODER DE DIOS

  Este evangelio es poder de Dios para salvación (Ro. 1:16). En el libro de Romanos la salvación significa mucho. La salvación aquí no se refiere solamente a que seremos salvos de la condenación de Dios y de la perdición eterna, sino también de nuestra vida natural, de nuestro yo, de nuestro individualismo y de causar divisiones. Esta salvación nos salva por completo, permitiendo que seamos santificados, conformados, glorificados, transformados, edificados con los demás creyentes en un solo Cuerpo, y que seamos diligentes en guardar la unidad sin causar ninguna división en la vida de iglesia. El evangelio de Dios es el poder de Dios que da por resultado una salvación plena, completa y máxima. Es el poder de Dios para todo aquel que cree. ¡Alabado sea el Señor! Nosotros sí creemos.

VI. LA JUSTICIA DE DIOS SE REVELA EN EL EVANGELIO

  ¿Por qué es tan poderoso el evangelio? El evangelio es poderoso porque la justicia de Dios se revela en él (1:17). Según Juan 3:16, la salvación proviene del amor de Dios, y según Efesios 2:8, la salvación es obtenida por la gracia. Pero aquí Pablo no dice que esta salvación brote del amor de Dios o que sea obtenida por Su gracia, sino que la salvación se basa en la justicia de Dios.

  Ni el amor ni la gracia están relacionados con la ley. Ninguna ley obliga a la gente a amar ni a dar gracia. Ya sea que ame a mi prójimo o no, me encuentro dentro de la ley, y si ejercito gracia para con otros o no, no violo ninguna ley. En cierto sentido, Dios no está obligado a amarnos. Si Él quiere, puede amarnos, y si no, bien puede olvidarnos. Además, Dios tampoco está comprometido legalmente a concedernos Su gracia. Cuando Él se siente feliz, puede decirnos: “He aquí, toma Mi gracia,” pero cuando esté disgustado, bien puede alejarse de nosotros. Repito que Dios no está obligado legalmente ni a darnos Su amor ni a concedernos Su gracia. Pero a diferencia de esto, la justicia está estrechamente ligada con la ley. Ya que Cristo cumplió todos los justos requisitos de la ley, Dios se ve obligado a salvarnos. Cuando usted diga: “Señor Jesús, Tú eres mi Salvador”, bien puede volverse a Dios y decirle: “Dios, Tú tienes que perdonarme. Quieras o no, debes hacerlo. Si me perdonas, eres justo, pero si no lo hicieras, serías injusto”. Sea atrevido y hable con Dios de esta manera. Debido a que Cristo ya cumplió todos los justos requisitos de la ley, Dios está obligado por Su justicia a salvarnos. La justicia es una obligación de mucho peso. Dios está comprometido por la justicia y tiene que salvarnos. Él no tiene otra alternativa: Dios tiene que salvarnos porque es justo. En 1 Juan 1:9 se dice que si confesamos nuestros pecados, Dios es justo para perdonar nuestros pecados porque Cristo murió por nosotros y derramó Su sangre por nosotros. Por lo tanto, Dios tiene que limpiarnos. El evangelio que Pablo predicaba era poderoso porque la justicia de Dios se revelaba en él. Cuando lleguemos al capítulo 3, veremos la justicia de Dios.

A. Por fe y para fe

  La justicia de Dios se revela en el evangelio por fe y para fe (Ro. 1:17), lo cual quiere decir que si tenemos fe, tenemos la justicia de Dios. Esta justicia proviene de nuestra fe y produce fe en nosotros. No debemos creer que no tenemos fe, pues si invocamos el nombre del Señor Jesús, Él será rico para con nosotros. Cuando clamamos: “Oh Señor Jesús”, Él mismo se convierte en nuestra fe. Tal vez usted siente que no tiene fe. Como respuesta, quisiera contarle una experiencia que tuve hace más de cuarenta años mientras leía un libro acerca de la seguridad de la salvación. Aquel libro aseveraba que si creemos, somos salvos. Inmediatamente me surgió la pregunta: “¿Creo en el Señor realmente? ¿En verdad tengo fe?” La duda creció en mí. Por algunos días estuve perturbado acerca de esto, al grado que perdí el apetito y el sueño. Según mi propia sensación no tenía fe. Después de varios días en los cuales estaba yo muy preocupado, el Señor tuvo misericordia de mí y me brindó Su ayuda. Él me dijo: “Hombre necio, debes plantearte este asunto desde otro ángulo y preguntarte a ti mismo: ‘¿En verdad no creo en el Señor?’ Incluso trata de no creer”. Debo confesar que después de que intenté no creer en el Señor Jesús, no fui capaz de hacerlo. Simplemente no pude dejar de creer en Él. Esta experiencia comprueba que sí tengo fe. Si usted siente que no tiene fe, simplemente intente dejar de creer. Cuando se convenza de que no puede dejar de creer, habrá comprobado que sí tiene fe. ¡Alabado sea el Señor porque todos tenemos fe! Si tenemos esta fe, la justicia de Dios es revelada a partir de ella y para ella. Cuanto más intente derribar su fe, más comprobará que no puede hacerlo, porque la fe se ha arraigado en usted. Dentro de usted se encuentra algo que la Biblia llama “la fe”. Si usted tiene esta fe, tiene la justicia de Dios.

  Decir que la justicia de Dios es revelada no quiere decir que no existiera de antemano. Simplemente significa que, aunque previamente ya existía, no se había revelado o no se había hecho visible. Porque lo que se puede revelar es, obviamente, algo que ya existía. Por ende, la justicia de Dios es revelada a partir de la fe y para la misma.

  Daré un ejemplo de este hecho mostrándoles a ustedes este hermoso calendario. Este calendario obviamente ya existía desde hace cierto tiempo, pero justamente ahora es revelado a ustedes. ¿Cómo es revelado? Es revelado basado en su capacidad de ver y por haber sido puesto frente a sus ojos. Si ustedes fueran ciegos, el calendario no podría ser revelado, porque la revelación del calendario depende de su vista y llega a ustedes por medio de ella. De igual forma la justicia de Dios existe y ha existido durante muchas generaciones. Debido a que creemos en el Señor Jesús, tenemos fe, y esta fe es nuestra vista espiritual. A partir de esta fe, y para ella, la justicia de Dios es revelada. Por lo tanto, la justicia de Dios es revelada por la fe y para la fe en el evangelio. ¡Alabado sea el Señor!

B. Los justos por la fe tendrán vida y vivirán

  La justicia de Dios se revela en el evangelio para que los justos por la fe tengan la vida y vivan (1:17). En este versículo, la palabra griega traducida “vivirá”, tiene dos aceptaciones “vivir” y “tener vida”. La versión en el idioma chino la traduce: “tener vida”. La concordancia de Young también nos dice que esta palabra griega quiere decir “vivir y tener vida”. Este versículo es una cita del libro de Habacuc 2:4, el cual es citado en tres ocasiones en el Nuevo Testamento. Lo podemos encontrar en Hebreos 10:38, donde, conforme al contexto, significa que el justo vivirá por la fe. En Gálatas 3:11 significa que el justo tendrá vida por la fe, ya que el contexto de Gálatas 3 dice que la ley no puede vivificar a las personas (v. 21), es decir, que el único medio por el que la gente puede tener vida es la fe. Así que, en Gálatas 3 no es cuestión de vivir, sino de tener la vida en sí. Pero Romanos 1:17 incluye ambos sentidos: tener vida y vivir. Por lo tanto, podemos traducir este versículo de la siguiente manera: “Mas el justo por la fe tendrá vida y vivirá”.

  Esta frase tan breve puede considerarse como un extracto de todo el libro de Romanos. El libro de Romanos tiene tres secciones. La primera abarca la justificación y su resultado, mostrándonos la manera de ser justos delante de Dios. La segunda nos dice cómo tener vida al obtener la justificación de vida (5:18). La condenación de Dios nos trae muerte, pero Su obra de justificación nos trae vida. Por último, la tercera sección nos dice cómo debemos vivir. Después de recibir esta vida, necesitamos vivir por ella y expresarla, principalmente al poner en práctica la vida del Cuerpo. La última sección de Romanos, del capítulo 12 al final del capítulo 16, se ocupa del asunto de nuestro modo de vivir, revelando que principalmente necesitamos tener la vida de iglesia. Las iglesias locales forman la parte principal de nuestro vivir según lo revelado en el capítulo 16. Por lo tanto, todo el libro de Romanos trata de tres asuntos: ser justos, tener vida, y vivir de manera apropiada. ¡Alabado sea el Señor porque todos nosotros fuimos justificados y recibimos la vida divina! Ahora podemos expresar esta vida mayormente en el Cuerpo, en la iglesia local. Ésta es la manera de vivir por la vida divina. El justo por la fe tendrá vida y vivirá.

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