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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Romanos»
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Mensaje 22

LA ELECCIÓN DE DIOS, NUESTRO DESTINO

(1)

  Lectura bíblica: Ro. 9:1-33; 10:1-3

  Hasta aquí hemos abarcado los capítulos del 1 al 8 de Romanos. Los capítulos del 9 al 11 podrían considerarse como un paréntesis, y entonces el capítulo 12 sería una continuación del capítulo 8. En términos del proceso, o práctica, de la vida, es correcto decir esto. Sin embargo, no creo que según el concepto de Pablo estos capítulos fueran parentéticos, pues en ellos se hallan algunos elementos que forman una continuación entre los capítulos del 1 al 8 y los del 12 al 16. Por lo tanto, en cierto sentido los tres capítulos forman un paréntesis, pero en otro, constituyen una continuación entre la sección que termina en el capítulo 8 y la que empieza con el capítulo 12.

I. POR DIOS QUIEN LLAMA

  La elección de Dios es nuestro destino. Nuestro destino eterno fue plenamente determinado por la elección de Dios. Esta elección y destino dependen completamente del propio Dios quien llama, y no de las obras del hombre. Nuestra elección es absolutamente de Dios quien llama. Para comprender cabalmente este asunto debemos leer Romanos 9:1-13.

  El versículo 1 dice: “Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia da testimonio conmigo en el Espíritu Santo”. Este versículo demuestra que la conciencia es una parte del espíritu humano. Hemos visto que el Espíritu Santo da testimonio juntamente con nuestro espíritu (8:16). Pero en este versículo se nos dice que nuestra conciencia da testimonio en el Espíritu Santo. Por lo tanto, podemos concluir que puesto que el Espíritu Santo da testimonio con nuestro espíritu, y nuestra conciencia da testimonio con el Espíritu Santo, nuestra conciencia debe de ser parte de nuestro espíritu.

  La conciencia de Pablo daba testimonio de que él tenía gran tristeza y continuo dolor en su corazón (v. 2). Esto era la angustia que Pablo sentía por el anhelo de que sus conciudadanos pudieran ser salvos.

  “Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por el bien de mis hermanos, mis parientes según la carne” (v. 3). Ésta es una oración muy seria. Pablo oró de una manera tan intensa debido a su deseo de que el pueblo de Israel fuera salvo. Era necesario orar pidiendo que Israel fuera salvo, pero desear ser anatema fue demasiado. No importa cuán espirituales podamos ser y cuánto podamos estar en nuestro espíritu, es posible que oremos de una manera que no sea del Señor. Cuando en su oración Pablo deseaba ser un anatema, separado de Cristo, no creo que esta oración proviniera del Señor. ¿Cree usted que el Señor motivó a Pablo a orar que él fuera anatema, separado de Cristo? No creo que el Señor exigiese que él orara así. Entonces, ¿qué lo motivó a orar de esta forma? Fue el intenso deseo de su corazón. Él oró de esta manera debido a su gran amor por sus conciudadanos.

  Muchas veces tenemos un intenso deseo por algo, y ese deseo nos lleva a orar de una manera extrema. Un hermano tal vez ore por su esposa, quien se encuentra seriamente enferma, haciendo súplicas desesperadamente y aun con ayunos. Es posible que el Señor conteste la oración, pero no de acuerdo con los deseos del hermano. Tal fue el caso con la oración de Pablo en el versículo 3. Él oró con un gran deseo de que Dios pudiera dejarlo a un lado y hacerlo un anatema, para que sus hermanos pudieran ser salvos. Dios contestó la oración de Pablo, pero no en la manera que éste deseaba.

  “Que son israelitas, de los cuales son la filiación, la gloria, los pactos, la promulgación de la ley, el servicio del tabernáculo y las promesas” (v. 4). En este versículo la filiación se refiere al derecho de heredar. ¿Qué es la gloria mencionada en este versículo? La gloria de Dios fue manifestada al menos en dos ocasiones al pueblo de Israel: en el desierto cuando el tabernáculo fue erigido (Éx. 40:34) y en Jerusalén cuando el templo fue construido y dedicado (2 Cr. 5:13-14). En ambas ocasiones los israelitas vieron la gloria de Dios. Los pactos son aquellos que Dios hizo con Abraham (Gn. 17:2; Hch. 3:25; Gá. 3:16-17) y con los hijos de Israel en el Sinaí (Éx. 24:7; Dt. 5:2), y en Moab (Dt. 29:1, 14). Los israelitas valoran mucho estos pactos (Ef. 2:12). La promulgación de la ley se refiere a la ley dada por Dios (Dt. 4:13; Sal. 147:19), la cual es de sumo valor para los israelitas. El servicio mencionado en este versículo indudablemente se refiere al servicio sacerdotal o levítico, porque todo el servicio relacionado con el tabernáculo era dirigido por los sacerdotes y los levitas. Las promesas son las que Dios hizo a Abraham, a Isaac, a Jacob y a David (Ro. 15:8; Hch. 13:32).

  El versículo 5 dice: “De quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino el Cristo, quien es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén”. Los patriarcas fueron Abraham, Isaac, Jacob y otros. Cristo también, según Su naturaleza humana, provino de los hijos de Israel. Aquí Pablo dice que Cristo es “Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos”. Cuando Pablo abordó este asunto en sus escritos, él estaba tan lleno de la gloriosa persona de Cristo que él simplemente derramó lo que había en su corazón: “Cristo, quien es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén”. El hecho de que nuestro Señor Jesucristo es el propio Dios quien es sobre todas las cosas y bendito por los siglos, debe dejar en todos nosotros una profunda impresión, y debemos comprenderlo y apreciarlo plenamente. Aunque Él es un descendiente del linaje judío según la carne, Él es el propio Dios infinito. Así que, Isaías 9:6 declara: “Un niño nos es nacido ... y se llamará su nombre ... Dios fuerte”. Le alabamos por Su deidad y le adoramos por ser el Dios verdadero por los siglos.

  “Pero no es que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas” (v. 6). En el versículo 3 Pablo oró expresando su anhelo de que sus conciudadanos fueran salvos. Cuando llegó al versículo 6, él habló de la economía de Dios. En el versículo 3 hizo una oración que brotó de su desesperación, aun deseando ser “anatema, separado de Cristo”. Pero en el versículo 6 dijo: “No todos los que descienden de Israel son israelitas”. Según la economía de Dios, no todos los que descienden de Israel, es decir, no todos los que son nacidos de Israel, son el verdadero Israel. Todos los judíos nacieron de Israel, pero no todos fueron elegidos por Dios. Pertenecen a la religión judía, pero no todos son salvos, aunque externamente tengan todas las buenas cosas, incluyendo a Cristo, prometidas por Dios en Su santa Palabra.

  “Ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: ‘En Isaac te será llamada descendencia’” (v. 7). En los versículos 6 y 7 Pablo, a la luz de la economía de Dios, veía todo claramente. Por lo tanto, dijo que sólo la parte de la descendencia de Abraham que está en Isaac es llamada descendencia. Aparte de Isaac, Abraham tenía otro hijo llamado Ismael. Aunque Ismael nació de Abraham, ni él ni sus descendientes, los árabes, fueron elegidos por Dios. Son hijos de la carne y no pueden ser contados como hijos de Dios. Sólo Isaac y una parte de sus descendientes son los elegidos de Dios y contados como Sus hijos.

  El versículo 8 continúa: “Esto es: no los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos de la promesa son contados como descendientes”. Conforme a la economía de Dios, los hijos de la carne no son los hijos de Dios; los hijos de la promesa son los contados como descendientes. No todos los descendientes de Abraham son hijos de Dios. El nacimiento natural no es suficiente para constituirlos hijos de Dios; necesitan nacer de nuevo (Jn. 3:7). La expresión hijos de la promesa denota el segundo nacimiento, porque sólo por este nacimiento pueden ser hijos de la promesa y así ser contados como descendientes.

  “Porque la palabra de la promesa es ésta: ‘En este tiempo el próximo año vendré, y Sara tendrá un hijo’. Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre, aunque no había aún nacido, ni habían hecho aún bien ni mal (para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: ‘El mayor servirá al menor’. Según está escrito: ‘A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí’” (vs. 9-13). Estos versículos nos revelan el hecho de que la elección de Dios no se basa en las obras del hombre, sino exclusivamente en Su persona. Se nos ha dicho que de un hombre, Isaac, Rebeca concibió y dio a luz dos hijos: Esaú y Jacob. Antes de que los hijos de Israel nacieran y antes de que ellos hubieran hecho bien o mal, Dios dijo a Rebeca que el mayor, que era Esaú, serviría al menor, que era Jacob. Esto demuestra que la elección de Dios depende completamente de Su gusto y deseo. Por eso, Dios dijo: “Y amé a Jacob, y a Esaú aborrecí” (Mal. 1:2-3). Esta palabra es inequívoca. Nosotros creemos que Dios solamente ama y que nunca aborrece, pero aquí dice que Dios aborreció a alguien. “Y amé a Jacob, y a Esaú aborrecí”. Solamente aquellos que son amados y elegidos por Dios son contados como los descendientes. La elección de Dios depende completamente de Él mismo, quien llama conforme a Su deseo y gusto propio, y no depende en nada de las obras de los hombres. Aunque Dios dijo: “En Isaac te será llamada descendencia” (Gn. 21:12), sólo uno de los dos hijos de Isaac fue elegido por Dios, lo cual revela que la elección de Dios tampoco depende del nacimiento del hombre. Dios sólo elige a Su pueblo conforme a Su propia persona.

II. POR LA MISERICORDIA DE DIOS

  “¿Qué, pues, diremos? ¿Hay injusticia en Dios? ¡De ninguna manera! Pues a Moisés dice: ‘Tendré misericordia del que Yo tenga misericordia, y me compadeceré del que Yo me compadezca’” (vs. 14-15). Cuando Dios dice: “Haré esto”, no debemos argumentar con Él. Nosotros no somos Dios ni tenemos Su soberanía. Si discutimos con Él preguntando: “¿Por qué amas a Jacob y aborreces a Esaú?”, Él tal vez responderá: “No argumentes conmigo; es simplemente un asunto de Mi propia voluntad. Tendré misericordia de quien tenga misericordia. Todo depende de Mi voluntad”.

  ¿Cuál es la diferencia entre la misericordia y la compasión? Es difícil diferenciarlas. Aunque la compasión es muy cercana a la misericordia, yo diría que la compasión es más profunda, fina y rica que la misericordia. El hecho de que las dos se encuentran en el mismo versículo da más énfasis al hecho de que Dios es misericordioso.

  “Así que no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (v. 16). El brazo de la misericordia es más largo que el brazo de la gracia. Cuando yo me encuentro en buenas condiciones, en una posición igual a la de usted, y usted me da un regalo, eso es gracia. Pero cuando yo estoy en una condición pobre, y mi nivel desciende por debajo del suyo, y aun así usted me da algo, eso es misericordia. Si yo me acerco a usted como un querido amigo, y usted me obsequia una Biblia, eso es gracia. Sin embargo, si soy un pobre mendigo inmundo, incapaz de hacer nada por mí mismo, y usted me da diez dólares, eso no es gracia, sino misericordia. Así que el brazo de la misericordia es más largo que el brazo de la gracia. La gracia sólo alcanza una situación que está a su mismo nivel, pero la misericordia va mucho más lejos, extendiéndose a una situación pobre que no merece la gracia. De acuerdo con nuestra condición natural, nos encontrábamos muy lejos de Dios y éramos totalmente indignos de Su gracia; únicamente estábamos en condiciones de recibir Su misericordia. Por eso, Romanos 9:15 no dice: “Tendré gracia del que Yo tenga gracia”, sino: “Tendré misericordia del que Yo tenga misericordia”. Tal vez usted cree que no había nada bueno en Jacob, que él era un individuo totalmente sutil y astuto, y que Esaú era mucho mejor que él. Usted tiene razón, pero es así como Dios muestra Su misericordia. Jacob era despreciable, pero Dios tuvo misericordia de él. La misericordia de Dios no depende de la buena condición del hombre; al contrario, se muestra en la situación deplorable de los hombres. El brazo de la misericordia de Dios es más largo que el brazo de Su gracia.

  La misericordia de Dios nos ha alcanzado. Ninguno de nosotros estaba en una condición digna de Su gracia. Nuestra condición era tan pobre y miserable que hubo necesidad de que la misericordia de Dios llenara el abismo existente entre nosotros y Él. Fue la misericordia de Dios la que nos introdujo en Su gracia. ¡Cuánto necesitamos comprender esto y adorar a Dios por Su misericordia! Aun ahora, después de haber sido salvos y de haber participado de las riquezas de Su vida, todavía, de alguna manera, estamos en una condición que requiere la misericordia de Dios para llenar el abismo que nos separa de Él. Ésta es la razón por la cual Hebreos 4:16 dice que primeramente necesitamos obtener misericordia y luego podemos hallar gracia para el oportuno socorro. ¡Oh, cuánto necesitamos Su misericordia! Debemos valorar la misericordia de Dios tanto como apreciamos Su gracia. Siempre es la misericordia de Dios la que nos capacita para participar de Su gracia.

  Así que, “no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia”. Según nuestro concepto, el que quiere, obtendrá aquello que quiere obtener, y el que corre, ganará aquello que persigue. Si éste fuera el caso, entonces la elección de Dios dependería de nuestro esfuerzo y labor; pero no es así. Al contrario, depende completamente de Dios que tiene misericordia. No necesitamos querer ni correr, porque Dios tiene misericordia de nosotros. Si conocemos la misericordia de Dios, no pondremos nuestra confianza en nuestro propio esfuerzo, ni nos decepcionaremos por nuestros fracasos. La esperanza para nuestra condición tan miserable descansa sólo en la misericordia de Dios.

  “Porque la Escritura dice a Faraón: ‘Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti Mi poder, y para que Mi nombre sea proclamado por toda la tierra’” (v. 17). En Faraón Dios mostró Su poder, y no Su misericordia, para que Su nombre fuese proclamado en toda la tierra. Esto muestra que aun los enemigos de Dios son usados por Él para el cumplimiento de Su propósito. “De manera que” el versículo 18 dice: “De quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece”. ¿Qué debemos decir con respecto a esto? No debemos decir nada, sino adorar a Dios por Su manera de proceder. Todo depende de lo que Él quiera hacer. ¡Él es Dios!

III. POR LA SOBERANÍA DE DIOS

  Pablo añade: “Entonces me dirás: ¿Por qué todavía inculpa? porque ¿quién resiste a Su voluntad? Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios?”. Todos tenemos que entender quiénes somos. Somos las criaturas de Dios, y Él es nuestro Creador. Como tales, no debemos altercar con nuestro Creador. Por cuanto Pablo pregunta: “¿Dirá el objeto moldeado al que lo moldeó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (vs. 19-21). Dios es el alfarero, y nosotros, el barro. Puesto que Dios es el alfarero, Él tiene autoridad sobre el barro. Si Él así lo desea, bien puede hacer un vaso para honra y otro para deshonra. No depende de nuestra elección, sino de Su soberanía.

  Romanos 9:21 revela el propósito con el cual Dios creó al hombre. En efecto, este versículo es único en su género con respecto a la revelación del propósito de Dios referente a la creación del hombre. Sin este versículo sería difícil para nosotros entender que Dios creó al hombre con el fin de hacer de él un vaso que pudiera contenerle. Todos debemos entender cabalmente que somos envases de Dios y que Él es nuestro contenido. En 2 Corintios 4:7 se nos dice que “tenemos este tesoro en vasos de barro”. Somos vasos de barro, y Dios es nuestro tesoro y contenido. Dios, en Su soberanía, nos creó para ser Sus envases de acuerdo con Su predestinación.

  En 2 Timoteo 2:20-21 se transmite el mismo pensamiento, pues estos versículos dicen que somos vasos para honra. Por eso, debemos purificarnos de todas las cosas deshonrosas para poder ser santificados y hechos aptos, a fin de que el Señor nos use. Sin embargo, el hecho de que seamos vasos para honra no depende de nuestra elección; más bien, se origina en la soberanía de Dios. Es por Su soberanía que Él da a conocer Su gloria al crear vasos de misericordia que han de contenerle a Él mismo. Ésta es una palabra muy profunda. La soberanía de Dios es la base de Su elección. En otras palabras, Su elección depende de Su soberanía.

  “¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar Su ira y dar a conocer Su poder, soportó con mucha longanimidad los vasos de ira preparados para destrucción?” (v. 22). ¿Qué debemos decir acerca de esto? No tenemos nada que decir. Él es el alfarero y tiene la autoridad. Los seres humanos somos simplemente barro.

  Los versículos 23 y 24 continúan: “...para dar a conocer las riquezas de Su gloria sobre los vasos de misericordia, que Él preparó de antemano para gloria, a saber, nosotros, a los cuales también ha llamado, no sólo de entre los judíos, sino también de entre los gentiles?”. Todo depende de la autoridad de Dios. Dios tiene la autoridad para hacernos vasos de misericordia; a saber, a nosotros a quienes Él eligió y llamó no sólo de entre los judíos, sino también de entre los gentiles, para que sean conocidas, o manifestadas, las riquezas de Su gloria. Conforme a Su autoridad soberana, Él primero nos preparó para esta gloria. Fuimos predestinados por Su soberanía para ser Sus envases, vasos de honra, para que expresáramos lo que Él es en gloria. Éste no sólo es asunto de Su misericordia, sino también de Su soberanía.

  Dios nos eligió con una meta específica: tener muchos vasos que le contengan y le expresen por la eternidad. Muchos de nosotros tenemos un concepto equivocado del propósito de Dios, pensando que éste es solamente mostrar Su amor al salvarnos. Sí, es verdad que Él nos ama. Sin embargo, Su amor no se muestra sólo al salvarnos sino al hacernos Sus vasos. Dios nos creó de tal modo que tenemos la capacidad para recibirle en nuestro interior y contenerle como nuestra vida y nuestro suministro de vida, con el fin de que seamos uno con Él, para expresar lo que Él es, y para que Él sea glorificado en nosotros y con nosotros. Ésta es la meta eterna de la elección de Dios y es también nuestro destino eterno.

  Este pasaje de la Palabra también revela la cima de nuestra utilidad para Dios, a saber: no hemos de ser usados por Él simplemente como siervos, sacerdotes y reyes, sino como vasos que han de contenerle y expresarle. Si hemos de ser usados como Sus vasos, ciertamente Él tiene que ser uno con nosotros. Somos Sus envases y Su expresión; Él es nuestro contenido y nuestra vida. Él vive en nosotros para que nosotros podamos vivir por Él. Finalmente Él y nosotros, nosotros y Él, seremos uno tanto en vida como en naturaleza. Ésta es la meta de Su elección de acuerdo con Su soberanía, y es también nuestro destino de acuerdo con Su elección, el cual será plenamente revelado en la Nueva Jerusalén.

  Los versículos 25 y 26 son citas del libro de Oseas y confirman el hecho de que algunos gentiles han sido elegidos y llamados por Dios para ser Su pueblo.

  Los versículos del 27 al 29 son citas del libro de Isaías que confirman el hecho de que no todo Israel fue elegido, sino que sólo un remanente de entre ellos fue salvo, o sea, una descendencia preservada por el Señor.

IV. POR LA JUSTICIA DE LA FE

  La elección de Dios es también por la justicia de la fe. “¿Qué, pues, diremos? Que los gentiles, que no iban tras la justicia, han obtenido la justicia, pero una justicia que proviene de la fe” (v. 30). Los gentiles han obtenido la justicia, aunque ellos no la buscaban. Esta justicia no es la justicia de la ley, sino la justicia que proviene de la fe. Los gentiles han sido incluidos en la elección de Dios por la justicia de Dios, la cual proviene de la fe.

  “Mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras. Tropezaron en la piedra de tropiezo, según está escrito: ‘He aquí pongo en Sion piedra de tropiezo y roca de escándalo; y el que crea en Él, no será avergonzado’” (vs. 31-33). Jamás podremos alcanzar la justicia siguiendo la ley de la justicia. Los israelitas procuraban establecer su propia justicia, pero tropezaron en la “piedra de tropiezo”, la cual es Cristo, la “roca de escándalo”. No obstante, “el que crea en Él, no será avergonzado”.

  En relación con esto también necesitamos leer los primeros tres versículos del capítulo 10: “Hermanos, el beneplácito de mi corazón, y mi súplica a Dios por ellos, es para su salvación. Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme al conocimiento pleno. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios”. Es posible ser excesivamente celosos por Dios y aun así carecer del conocimiento adecuado de Su camino. Los judíos no han entendido y siguen sin entender cuál es la meta de la elección de Dios, porque ellos, siendo ignorantes de la justicia de Dios, han intentado establecer su propia justicia tratando de guardar la ley sin sujetarse a la justicia de Dios, la cual es Cristo mismo. Por lo tanto, se han extraviado del camino de la salvación que Dios nos provee. Todo intento por guardar la ley o por hacer el bien para agradar a Dios, siendo un simple esfuerzo del hombre por establecer su propia justicia, hará que las personas pierdan el camino de la salvación.

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