Mensaje 65
(2)
Lectura bíblica: Ro. 5:10, 17; 6:4, 6:5; 8:2, 6, 10; 6, 17, 11:29, 2 Co. 3:18; Ro. 6:8; 8:6
Como creyentes de Cristo que somos, nuestra relación con el Señor está totalmente ligada a la vida. A partir de Romanos 5:10, Pablo tiene mucho que decir acerca de la vida. En este versículo él dice que “seremos salvos en Su vida”, y en 5:17 afirma que “reinaremos en vida”. En 6:4 leemos: “Así también nosotros andemos en novedad de vida”. En 8:2 Pablo habla del Espíritu de vida, y en 8:10 él declara que “el espíritu es vida a causa de la justicia”. Además, la mente puesta en el espíritu es vida (8:6), y la vida divina es impartida a nuestro cuerpo mortal por el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Cristo Jesús (8:11).
A medida que la vida divina crezca y cumpla su función en nosotros, Dios logrará Su meta de producir muchos hijos que conformarán el Cuerpo y así expresarán a Cristo. Actualmente Cristo, el Hijo de Dios, ya no es simplemente el Hijo unigénito, sino también el Primogénito entre muchos hermanos (8:29). Como Hijo primogénito, Él es el prototipo y modelo de la filiación para todo aquel que en Él cree. Finalmente, todos los hijos de Dios formarán un organismo viviente, el Cuerpo, con el fin de expresar a Cristo.
El Padre es glorificado a medida que Cristo es expresado en el Cuerpo. Esto se relaciona con la justicia y la santificación. La justicia es el principio, el fundamento; la santificación es el proceso; y la gloria es la consumación. El proceso por el que somos introducidos plenamente en la gloria depende por completo de la transformación en vida.
La vida mediante la cual somos transformados es una vida injertada, la mezcla de la vida humana con la vida divina. En conformidad con la soberanía de Dios en la creación, la vida humana es similar a la vida divina tal como un guante es similar a la mano. A menos que exista la mano, el guante será inútil y no tendrá propósito. Bajo este mismo principio, la vida humana será inútil y no tendrá propósito a menos que contenga la vida de Dios. La vida humana fue creada a la imagen de la vida divina y conforme a su semejanza con el propósito de que contenga la vida divina. Si la vida humana no contiene la vida divina, viene a ser como un guante vacío que no tiene propósito. Así que el significado de la vida humana es que ha de contener la vida divina.
La vida humana es muy compleja. No sólo fue creada por Dios, sino que cayó, se corrompió y se mezcló con las cosas satánicas y diabólicas. No obstante, el elemento bueno creado por Dios aún permanece en el hombre. Por esta razón Dios ama esta vida humana tan compleja.
Para estar en condiciones de ser recibida por la vida humana, la vida divina tuvo que pasar por un proceso que incluye la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión. Por medio de la encarnación Cristo se vistió de un cuerpo físico para poder así derramar Su sangre en la cruz por nuestros pecados. En la cruz Él no sólo efectuó la redención, sino que también puso fin a todas las cosas negativas del universo. Después de ser crucificado y sepultado, Cristo entró en resurrección con Sus elementos divinos, lo cual lo capacitó para germinarnos, hacernos germinar y transformarnos. Más aún, en Su ascensión Cristo fue exaltado, glorificado y entronizado; además, se le dio por Cabeza sobre todas las cosas y se le ha dado el señorío y el reinado. Ahora la vida divina es plenamente apta y está debidamente preparada para ser recibida por la vida humana.
El día en que recibimos la vida divina dentro de nosotros en nuestro ser, se llevó a cabo un maravilloso matrimonio en nuestro ser: el matrimonio de la vida humana y la vida divina. Mediante este matrimonio llegamos a ser personas muy especiales. Ésta es la razón por la cual Pablo nos dice en 1 Corintios 3 que todas las cosas son nuestras. Los cielos fueron creados para la tierra, y la tierra fue creada para el hombre. Nosotros los que tenemos una vida que es casada con la vida divina, somos el centro, el enfoque central, de todo el universo. Dentro de nuestro ser hemos experimentado el injerto de la vida humana con la vida divina. La mezcla de estas dos vidas producirá hijos útiles para el cumplimiento del propósito de Dios. Por medio de esta vida mezclada e injertada seremos plenamente transformados y conformados a la imagen del primogénito Hijo de Dios.
Transformación y conformación son dos palabras muy significativas. Son ventanas a través de las cuales podemos ver hacia dentro de las profundidades de la revelación que está implícita en el libro de Romanos. La transformación tiene que ver con el proceso de vida, y la conformación, con la meta de la vida. Es crucial que todos tengamos un pleno entendimiento de este proceso y de esta meta. Lo que intento compartir acerca de esto es el producto de más de cincuenta años de experiencia cristiana examinada a la luz de la santa Palabra de Dios.
El Nuevo Testamento declara explícitamente que hemos sido crucificados con Cristo y resucitados con Él (Ro. 6:6; Gá. 2:20; Ef. 2:5-6; Col. 3:1). Cuando era joven traté de explicarme cómo podía haber sido crucificado con Cristo y sepultado con Él, ya que Su crucifixión y sepultura se llevaron a cabo hace más de 1900 años. Finalmente, leí un libro que explicaba que para Dios no existe el factor tiempo. Nosotros estamos limitados por el tiempo, pero Dios, siendo eterno, no está limitado por tal elemento. Aunque significó mucha ayuda para mí entender esto, no tuvo ningún efecto práctico en mi vida. Yo podía creer que había sido crucificado y resucitado con Cristo, pero aún así estaba perturbado e insatisfecho, pues el mero hecho no tenía ningún efecto práctico en mi vivir. Simplemente no me satisfacía la doctrina ni la teoría.
Más tarde, empecé a ver que en el Espíritu vivificante se hallan muchos elementos, muchos ingredientes. En Éxodo 30 tenemos el aceite compuesto, un ungüento hecho con aceite de olivo, que representa al Espíritu Santo, al cual se le añadían cuatro especias distintas. Estas especias representan principalmente la humanidad de Cristo, Su muerte, y Su resurrección. En tiempos del Antiguo Testamento, antes de que el Espíritu fuera un Espíritu compuesto, era simplemente el Espíritu de Dios, el cual era representado por el aceite. El Espíritu aún no había llegado a ser el ungüento, el Espíritu compuesto elaborado por la adición de las especias. Pero al pasar Cristo por el proceso de encarnación, crucifixión y resurrección, Su humanidad, Su muerte y Su resurrección fueron añadidas al Espíritu de Dios y formaron así una entidad compuesta. Por lo tanto, el Espíritu Santo hoy es el Espíritu compuesto, el ungüento compuesto con los elementos de humanidad, de muerte y de resurrección.
Suponga que tenemos un vaso de agua simple. Luego le añadimos ciertos ingredientes nutritivos al agua para hacer una bebida deliciosa. Por consiguiente, es imposible tomar el agua sin tomar también tales ingredientes. En ocasiones una madre suele añadir algún medicamento a una bebida para su hijo enfermo. Aunque el niño se rehúse a beber la medicina sola, él la tomará cuando se le ofrece como una bebida preparada. De este modo, la medicina, cuando se añade a una deliciosa bebida, entra en él y espontáneamente actúa dentro de él.
Hoy el Espíritu vivificante es una dosis todo-inclusiva de “medicina” divina, preparada con varios ingredientes. Esta dosis es en realidad el mismo Dios Triuno procesado en calidad de Espíritu vivificante todo-inclusivo. En este Espíritu se encuentran la divinidad, la humanidad y la encarnación de Cristo, así como Su vivir humano, crucifixión, resurrección y ascensión. Por consiguiente, cuando invocamos el nombre del Señor Jesús, este Espíritu todo-inclusivo con todos estos ingredientes maravillosos entra en nosotros.
Ahora llegamos a un asunto crucial. En Romanos 6:5 Pablo dice: “Porque si siendo injertados en Él hemos crecido juntamente con Él en la semejanza de Su muerte, ciertamente también lo seremos en la semejanza de Su resurrección”. Como creyentes en Cristo, hemos crecido juntamente con Él en la semejanza de Su muerte. Crecer en la semejanza de la muerte de Cristo tiene que ver con el bautismo. Además, tendremos la semejanza de Su resurrección, lo cual también alude al asunto de crecer junto con Cristo, según se entiende en la primera parte de este versículo. Por lo tanto, Pablo está diciendo que si hemos crecido juntamente con Cristo en la semejanza de Su muerte, también creceremos juntamente con Él en la semejanza de Su resurrección, es decir, en la novedad de vida mencionada en el versículo anterior.
Romanos 6:5 incluye dos pasos de nuestro crecimiento en Cristo. Ahí vemos que el primer paso ya se ha realizado, mientras que el segundo es progresivo. Por un lado, hemos crecido juntamente con Cristo, pero por otro, creceremos en la semejanza de Su resurrección. Hemos crecido en el bautismo, pero aún creceremos en la novedad de vida.
De acuerdo con 6:5, Pablo presentó el bautismo como un paso de nuestro crecimiento en vida. Sin embargo, muy pocos cristianos ven la relación que existe entre el bautismo y este crecimiento. No obstante, ser bautizado es crecer juntamente con Cristo. Según la palabra griega usada aquí, hemos “co-crecido” con Él. Esto significa que mientras estábamos siendo bautizados, estábamos creciendo juntamente con Cristo. Es crucial que logremos captar esta verdad para poder entender qué es la transformación que se lleva a cabo por la vida injertada. Después de nuestro bautismo, habíamos crecido juntamente con Cristo en la semejanza de Su muerte.
Cuando nos arrepentimos, invocamos el nombre del Señor Jesús y creímos en Él, la vida divina, que es compleja, pero en un sentido positivo, entró en nosotros, y como resultado de ello, tuvo lugar un matrimonio, un injerto entre la vida humana y la vida divina. De inmediato esta vida injertada empezó a crecer. En otras palabras, nosotros empezamos a crecer en nuestra vida cristiana juntamente con Cristo. Además, cuando fuimos bautizados en agua, continuamos creciendo juntamente con Él. El bautismo es el mejor terreno para el crecimiento espiritual. Cuando fuimos sumergidos en el agua, éramos como una semilla plantada en la tierra. Luego brotamos en resurrección, habiendo crecido juntamente con Cristo en el bautismo. En efecto, el bautismo no es un simple ritual ni una mera formalidad.
Cuando un creyente experimenta un bautismo apropiado, el Espíritu divino dentro de él da muerte al viejo hombre, incluyendo sus elementos mundanos y pecaminosos. Luego el creyente sale del agua como nueva persona. De este modo da un gran paso en el crecimiento en vida. De ahí en adelante el creyente continúa creciendo en Cristo, en la semejanza de Su resurrección, esto es, él anda día tras día en novedad de vida. Esto se trata de un crecimiento verdadero, y no de una simple actividad externa. Cuanto más crece el creyente, más la vida divina opera dentro de él para crucificarle y resucitarle. Así pues, mediante tal crecimiento experimentamos la aplicación de nuestra crucifixión con Cristo, la cual se llevó a cabo hace más de 1900 años. Nuestra crucifixión con Cristo no es más una simple teoría, doctrina o creencia sin ningún efecto práctico en nuestro vivir. Por el contrario, dicha crucifixión se aplica a nosotros de una manera plena. Por consiguiente, cada día crecemos en la semejanza de la resurrección de Cristo y andamos en novedad de vida.
La vida cristiana es una vida de bautismo. El bautismo, por un lado, se realizó de una vez por todas y, por otro, continúa aplicándose a nosotros hasta que seamos plenamente transformados y conformados a la imagen de Cristo. Por tanto, hasta que esta meta se logre, continuamos llevando una vida de bautismo. Esto quiere decir que diariamente se nos aplica la muerte de Cristo al experimentar nosotros la eficacia de Su muerte, la cual es ahora uno de los ingredientes o elementos que se hallan en el Espíritu todo-inclusivo. Si nuestro esposo o esposa nos mortifica, podemos experimentar en ese mismo momento la aplicación de la muerte de Cristo. En lugar de discutir podemos experimentar la muerte de todos los elementos negativos que se encuentran dentro de nuestro ser. Esto no se lleva a cabo por cierta doctrina o práctica, sino por el elemento aniquilador de la muerte de Cristo, el cual está incluido en la vida divina todo-inclusiva.
La vida divina es un antibiótico celestial. Discutir con nuestro esposo o esposa es como estar enfermos de “tos”. Siempre que discutimos con nuestro esposo o esposa, estamos “tosiendo”, y la muerte de Cristo es el único antibiótico capaz de eliminar el germen que causa dicha enfermedad.
El antibiótico celestial no sólo nos crucifica, sino que también nos resucita y renueva las facultades de nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. Tal resurrección y renovación son el crecimiento y transformación verdaderos.
El proceso de la transformación es tanto orgánico como metabólico. Es orgánico porque se relaciona con la vida, y metabólico porque se relaciona con el proceso mediante el cual los viejos elementos son desechados y son añadidos nuevos elementos. Cambiar el semblante de alguien con puro maquillaje no es ni orgánico ni metabólico. Pero el cambio que se produce mediante una alimentación nutritiva no sólo es orgánico sino también metabólico. Dicho cambio puede considerarse como una transformación física.
Si hemos de ser transformados, constantemente debemos buscar más del Señor, orar, leer la Palabra e invocar Su nombre. De este modo, comemos, bebemos y respiramos el rico suministro de Cristo recibiéndolo en lo más profundo de nuestro ser. Entonces, este suministro producirá un cambio metabólico donde los elementos viejos y negativos son desechados y reemplazados por elementos nuevos y positivos. Este cambio metabólico es la transformación.
En 2 Corintios 3:18 Pablo habla de que nosotros, a cara descubierta, contemplamos y reflejamos la gloria del Señor y de que somos transformados a Su imagen por el Señor Espíritu. A medida que contemplamos a Cristo y le reflejamos, somos transformados a Su imagen de gloria en gloria, es decir, de un grado de gloria a otro. Esto proviene del Señor Espíritu, del propio Espíritu vivificante mencionado en el versículo 6. El versículo 17 dice claramente que el Señor es el Espíritu. Con el fin de mostrar la relación que existe entre el versículo 6 y el 17, Darby encierra en un paréntesis los versículos 7 al 16, indicando con esto que el versículo 17 es una continuación del versículo 6. Así pues, el Señor es el Espíritu que da vida. A medida que nosotros contemplamos y reflejamos la gloria del Señor, somos transformados por tal Espíritu. Cuanto más lo contemplamos a Él, más recibimos Su suministro y somos transformados metabólicamente.
La transformación incluye el crecimiento y la santificación. A medida que vamos siendo transformados, crecemos y somos santificados. Finalmente, la transformación dará por resultado la conformación. Cuanto más somos transformados, más somos conformados a la imagen de Cristo. Mediante este proceso de transformación y conformación, somos introducidos plenamente en la filiación divina a fin de ser miembros del Cuerpo de Cristo. Como hemos hecho notar, la meta del propósito eterno de Dios es obtener tal Cuerpo que ha de expresar a Cristo.
Tengo la carga de que todos los santos puedan disfrutar plenamente de la vida divina todo-inclusiva y experimentar la transformación y la conformación. No necesitamos enseñanza ni esfuerzo propio; más bien, requerimos una visión. Oro para que el Espíritu ilumine a los santos y les revele estos asuntos de modo que los puedan experimentar en su vida diaria.
Cuando recibimos la visión acerca de la transformación y la conformación que son llevadas a cabo por la vida injertada, Romanos 6:8 llega a ser una realidad en nuestra experiencia práctica. Por tanto, nuestra muerte con Cristo no será más un simple hecho en el que creamos, sino nuestra experiencia diaria mediante la operación de la vida divina que está en nuestro interior. Esta vida nos da muerte y nos resucita. De este modo crecemos y somos santificados y transformados.
Toda clase de vida tiene cuatro características básicas, a saber: la esencia de vida, el poder de vida, la ley de vida y la forma de vida. Cada tipo de vida tiene su propia esencia. Aunque la esencia de cierta vida pueda ser abstracta y misteriosa, la vida misma es poderosa de una manera muy sustancial. Consideremos una semilla de clavel. Después de que una semilla de clavel ha sido sembrada y germina, gradualmente rompe la superficie de la tierra y empieza a crecer notablemente. Cada vida tiene también su propia ley, esto es, el principio que rige su función y desarrollo.
Debido a que la ley de cada vida controla su propio crecimiento, una planta de clavel no producirá rosas, sino claveles. No hay necesidad de que oremos acerca de esto; la misma ley de vida que es propia del clavel opera automáticamente dirigiendo su desarrollo. Además, cada tipo de vida tiene su forma particular. Por ejemplo, las manzanas de Washington tienen una forma específica. Los agricultores no necesitan enseñar a los manzanos a producir un fruto con una característica determinada. La vida misma del manzano da su forma automáticamente al fruto. Esto puede aplicarse a cada clase de vida.
La conformación denota la forma de la vida. A medida que la vida divina crece dentro de nosotros, espontáneamente nos moldea de acuerdo con el modelo, la imagen, del Hijo primogénito de Dios. Muchos cristianos, ajenos a esta realidad, intentan moldearse a sí mismos a la semejanza de Cristo. Dicho esfuerzo propio nunca da resultado. En este respecto solamente una cosa es prevaleciente: la vida divina que crece en nosotros, nos santifica, nos transforma y nos moldea. No hay necesidad de que nos moldeemos a nosotros mismos, que actuemos o que nos esforcemos por mejorar nuestra conducta. Lo que necesitamos es tener una experiencia más completa de la vida injertada. La vida divina tiene su propia esencia, poder, ley y forma. Como aquellos que estamos pasando por el proceso de transformación, estamos siendo moldeados gradualmente a la imagen del Hijo de Dios mediante la función de la vida divina todo-inclusiva, la cual se ha mezclado con nuestra vida humana. Por lo tanto, podemos descansar en paz.
A medida que la vida divina opere en nuestro interior transformándonos y conformándonos, ésta desecha todo elemento negativo presente en nosotros. Debido a esto, no tenemos necesidad de que nadie nos corrija, pues la vida divina que opera en nuestro interior gradualmente eliminará todo lo negativo y lo natural de nuestro ser.
En segundo lugar, la vida divina nos resucita. No importa cuán caída sea nuestra condición, seguimos siendo la creación de Dios. Todo lo que Dios creó es bueno. En lugar de desechar Su creación, Dios la recuperará y restaurará mediante el poder de resurrección de la vida divina. A medida que la vida divina desecha todas las cosas negativas de nuestro ser, opera para resucitar la creación original de Dios. Cuando Dios nos creó, nos dio una mente, una parte emotiva, una voluntad, un corazón, un alma y un espíritu, y Su intención es introducir en la resurrección todos estos aspectos de nuestro ser. Antes de que fuésemos salvos, tal vez tuvimos una mente torpe, emociones desequilibradas y una voluntad problemática. Pero cuanto más contacto tenemos con el Señor y más le experimentamos, más se aclara nuestra mente y recupera su sobriedad, más equilibradas se vuelven nuestras emociones, y más calibrada es nuestra voluntad. Esto ya no es un carácter natural, sino un carácter resucitado. Alabado sea el Señor porque la vida divina que está en nosotros logra resucitar todas las partes de nuestro ser que fueron creadas por Dios.
A medida que la vida divina resucita nuestras facultades, las eleva al nivel más alto. Esto produce en nosotros un carácter más noble y superior. Los cristianos no deben tener un carácter débil. Dondequiera que nos encontremos debemos mostrar el carácter más excelente, porque nuestras facultades naturales han sido elevadas por la vida divina. Para experimentar esto de manera cabal, debemos ser fieles en tener contacto con la vida divina que se encuentra dentro de nosotros. Si somos fieles en hacer esto, se elevará notablemente la condición de nuestro carácter.
Además, a medida que la vida divina desecha lo negativo, resucita la creación original de Dios y eleva nuestras facultades, les suministra las riquezas de Cristo a cada una de nuestras partes internas. Es por eso que muchos que aman al Señor llegan a tener una mentalidad muy aguda. También es por eso que muchos hermanos y hermanas, a pesar de haberse consagrado para asistir a todas las reuniones de la iglesia, siguen siendo estudiantes sobresalientes. Esto se debe a que sus facultades resucitadas y elevadas reciben el suministro continuo de las riquezas de Cristo.
Por último, la vida divina saturará todo nuestro ser. Ser saturados es mucho mejor que ser inspirados. Finalmente, todo nuestro ser será saturado de la vida divina. El resultado de esto será la transformación. Las riquezas de Cristo saturarán nuestro ser y producirán un verdadero cambio metabólico. Una vez que la vida divina nos sature de esta manera, seremos conformados a la imagen de Cristo.
La vida divina está preparada y capacitada para llevar a cabo tal labor dentro de nosotros; pero nosotros tenemos que ejercitarnos acerca de lo que el Señor nos ha mostrado. Debemos ser fieles en tener contacto con Él, en orar a Él, en leer la Palabra, y en inhalarlo a Él. Hacer estas cosas es poner nuestra mente en el espíritu (8:6). Cuando ponemos nuestra mente en el espíritu, ninguna parte de nuestro ser interior permanecerá separada del espíritu. Esto le proporcionará a la vida divina toda la libertad para desechar todo elemento negativo, resucitar, elevar y abastecer nuestras facultades, y saturar cada parte de nuestro ser. Con respecto a esto, necesitamos orar por nosotros mismos, por los demás y por todas las iglesias locales. Que seamos fieles en vivir y andar conforme a lo que hemos visto en estos mensajes.