Mensaje 5
Lectura bíblica: Rt. 4
En este mensaje consideraremos la recompensa de Rut para la economía de Dios. Hemos visto que Rut escogió su meta y ejerció su derecho a disfrutar de la rica tierra. A instancias de Noemí, Rut buscó un lugar de reposo, y finalmente recibió una recompensa, obtuvo una ganancia, para la economía de Dios. Rut, quien verdaderamente buscaba a Dios, finalmente obtuvo lo que anhelaba. Ella escogió su meta, ejerció su derecho y buscó un esposo y un hogar que le diera reposo.
Según el cuarto capítulo, son cuatro los aspectos que tiene la recompensa de Rut. En primer lugar, del versículo 10 al 13 vemos que ella obtuvo un marido redentor (el cual tipifica a Cristo como Marido redentor de los creyentes, Ro. 7:4). Al obtener a su marido, Rut tuvo como testigos al pueblo y a los ancianos que estaban a la puerta y contó con la bendición de ellos (Rt. 4:11-12) así como también con la bendición de Dios (v. 13b).
Debemos ser impresionados con el hecho de que Rut recibió una recompensa en pro de la economía de Dios. El hombre fue creado por Dios con un propósito conforme a Su economía eterna. Esta economía no es un plan común ni es meramente una pequeña administración. En el universo, después de Dios, no hay nada más importante que la economía divina y eterna de Dios. Fue según Su economía que Dios creó los cielos, la tierra y al hombre. Pero el enemigo de Dios intervino, procurando anular el vínculo que une al hombre con Dios y a Dios con el hombre. En Génesis 3 Satanás anuló tal vínculo pero, a la postre, Cristo como aquella prometida simiente de la mujer (v. 15) vino para restaurar el vínculo redimiendo al hombre de regreso a Dios.
En los libros de Josué, Jueces y Rut, no encontramos muchas personas que se hayan vinculado directamente con Dios. En tiempos de Rut, el vínculo que unía al hombre y Dios era bastante tenue. Era tan tenue que consistía principalmente de dos personas, una pareja: Booz y Rut. Esta pareja fue reunida de manera maravillosa y soberana. Aunque Booz era israelita de nacimiento, y Rut había nacido en Moab, un país producto del incesto, ella fue conducida a la buena tierra, incluso a Belén, la ciudad de David.
Rut tenía derecho a cosechar en muchos campos, pero ella fue al campo de Booz. Cuando Noemí, la suegra de Rut, supo que Rut había cosechado en el campo de Booz, ella se alegró mucho. Ya que ella deseaba encontrar para Rut un hogar de reposo, Noemí le dio instrucciones sobre qué debía hacer (3:2-4). Rut siguió las instrucciones de Noemí, y tanto ella como Booz comenzaron un cortejo. Cuando ambos estaban en la era, Rut solicitó ser su esposa. Él le dijo: “Yo haré por ti todo lo que tú digas; pues toda la asamblea de mi pueblo sabe que eres mujer digna. Y ahora, aunque es cierto que soy pariente cercano, con todo eso hay un pariente más cercano que yo. Pasa aquí la noche, y en la mañana, si él quiere cumplir su deber de pariente cercano, muy bien, que lo cumpla; pero si él no quiere cumplir su deber de pariente cercano contigo, yo lo haré por ti, vive Jehová” (vs. 11-13). Con gran amabilidad, Booz indicó que él habría de actuar conforme a la ordenación establecida por Dios (Lv. 25:25; Dt. 25:5-10). Dicho cortejo los condujo a su matrimonio. Mediante ese matrimonio, Rut, una viuda moabita, obtuvo la ciudadanía santa, con lo cual llegó a estar entre los elegidos de Dios.
El punto crucial aquí es que, como parte de su recompensa en pro de la economía de Dios, Rut obtuvo un marido redentor, el cual tipifica a Cristo como Marido redentor de los creyentes. Únicamente Cristo puede ser tanto nuestro Marido como nuestro Redentor. Antes que fuésemos salvos, estábamos en problemas y no podíamos solucionarlos. Ahora, por ser creyentes en Cristo, poseemos un Marido que es nuestro Redentor eterno, diario y presente, el cual nos rescata, nos salva y nos libra de todos nuestros problemas. ¡Cuánto hemos ganado con esto!
Además de obtener un marido redentor, Rut fue redimida de la deuda contraída por su difunto esposo (Rt. 4:1-9). Esto tipifica el hecho de que los creyentes son redimidos del pecado de su viejo hombre. El difunto esposo de Rut había vendido su campo, y la deuda contraída por esa transacción también era suya debido a su unión matrimonial con él, por lo cual necesitaba ser redimida. Booz le dijo al pariente que era más cercano que él: “El mismo día que compres el campo de manos de Noemí, debes adquirir también a Rut, la moabita, mujer del difunto, para perpetuar el nombre del difunto sobre su heredad” (v. 5). Ese pariente le respondió: “No puedo redimirla para mí, no sea que dañe mi propia heredad. Redime para ti lo que yo debería redimir, porque yo no puedo redimirla” (v. 6). Booz así lo hizo, con lo cual redimió a Rut de la deuda contraída.
Nuestro Marido, Cristo, no es meramente capaz; Él es todopoderoso. Él nos ha redimido de la deuda contraída por nuestro difunto esposo. Según Romanos 7, el difunto esposo, nuestro viejo esposo, es nuestro viejo hombre. Dios nos creó para que seamos Su esposa, pero nosotros nos rebelamos contra Él. Nosotros le abandonamos, y nosotros mismos asumimos la posición de esposo. Nuestro esposo pecaminoso nos hizo contraer muchas deudas. Pero el día que nos casamos con Cristo, obtuvimos un Marido que es nuestro Redentor todopoderoso y omnipotente. Todos necesitamos que Cristo sea tal Marido para nosotros. Puesto que Él es nuestro Marido, debemos acudir a Él y simplemente decirle: “Señor Jesús, te necesito”.
Otro aspecto de la recompensa de Rut es que ella llegó a ser un antepasado crucial en la genealogía para engendrar la casa real de David a fin de que Cristo fuese producido (Rt. 4:13b-22; Mt. 1:5-16). Esto indica que Rut obtuvo un beneficio todo-inclusivo y todo-extensivo, el cual incluía la posición y la capacidad requeridas para introducir a Cristo en el linaje humano. Así pues, ella fue un eslabón importante en la cadena que está llevando a Cristo a todos los confines de la tierra. Todos tenemos una deuda con Rut, pues sin ella Cristo no habría llegado a nosotros. Pero, ahora, dondequiera que nos encontremos en la tierra, Cristo ha llegado a nosotros por intermedio de Rut.
La carga de este ministerio es que Cristo sea producido en los creyentes. Esto quiere decir que la meta de este ministerio no es enseñarle a usted a ser una persona humilde o a ser una persona que glorifique a Dios con su comportamiento; más bien, la meta de este ministerio es “inyectarle” Cristo, impartirle Cristo como “antibiótico”. Cuanto más recibamos tal inyección, más podremos cantar: “Cristo vive en mí, / Cristo vive en mí; / ¡Oh, qué grande salvación, / Que Cristo vive en mí!” (Himnos, #507). Por un lado, esta inyección de Cristo dará muerte a nuestro viejo hombre; por otro, nos hará productores de Cristo, aquellos que ministran Cristo a los demás.
Rut no solamente llegó a ser un antepasado crucial en la genealogía a fin de que Cristo fuese producido, sino que también dio continuidad a la línea del linaje humano creado por Dios con miras a la encarnación de Cristo (Mt. 1:5-16). La encarnación de Cristo consistió en que Su propio ser salió de la eternidad para entrar en el tiempo con Su divinidad. En términos prácticos, esto también debe ocurrir en nuestra vida diaria. Todos los días de nuestra vida cristiana debieran dar continuidad a la encarnación de Cristo, de modo que Cristo sea producido a fin de que Él nazca en otros al ministrarles Cristo. Para que esto suceda, todos debemos hablar por Cristo, proclamar a Cristo e incluso hablar impartiendo Cristo en otros. Ministrar Cristo de esta manera ciertamente nos cambiará.
Desde 1 Samuel hasta Malaquías es una larga crónica de las generaciones con las que se dio continuidad al linaje humano para la encarnación de Cristo (Mt. 1:17).