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Mensaje 50

INTRODUCIDOS EN LA PRESENCIA Y EN EL CONOCIMIENTO DE DIOS

  Lectura Bíblica: Éx. 19:1-25; 3:1, 12; 5:1, 3a

  Si leemos el libro de Exodo en el espíritu con mucha oración y estudiamos su significado espiritual, veremos que describe la obra salvadora de Dios desde el principio hasta su consumación. Exodo se compone de dos secciones principales: los capítulos uno al dieciocho y los capítulos diecinueve al cuarenta. En la primera sección, vemos la salvación de Dios, Su suministro, la victoria sobre la carne, y en el capítulo dieciocho, un cuadro del reino de Dios. Después de ser introducidos en el reino, el pueblo escogido y amado por Dios está listo para cumplir Su propósito, es decir, edificar Su morada en la tierra. En este mensaje, llegamos a la segunda sección de Exodo, relacionada con la morada de Dios.

  El punto principal de los capítulos diecinueve al cuarenta es que el pueblo que Dios salvó es introducido en la presencia y en el conocimiento de Dios. Usando la terminología del Nuevo Testamento, el pueblo es introducido en la comunión con Dios.

  Los primeros dieciocho capítulos de Exodo no presentan ninguna indicación de que los hijos de Israel fueran introducidos en la comunión con Dios. El pueblo de Dios había experimentado la salvación de Dios, había disfrutado del suministro, y había sido introducido en Su reino, pero todavía no había sido introducido en esta comunión. No obstante, a partir del capítulo diecinueve, son introducidos en la comunión con El.

  Exodo 3:1 habla de Horeb, el monte de Dios. En 3:12, el Señor dijo a Moisés: “Cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte”. En el capítulo diecinueve, vemos a los hijos de Israel en el monte de Dios, el monte Sinaí, el lugar donde Dios podía contactar a Su pueblo. En 3:12, Dios dijo que Su pueblo lo serviría en el monte de Dios. El servicio a Dios está lleno de significado. En 5:1, Moisés pidió a Faraón que dejara ir al pueblo para que celebraran al Señor en el desierto. Según Exodo 5:3, el pueblo debía viajar por el desierto durante tres días y hacer un sacrificio allí para el Señor. Hacer un sacrificio para el Señor consiste en ofrecerle algo, y celebrar a Dios significa disfrutar con El de los sacrificios que se le ofrecen. Hasta el fin del capítulo dieciocho, todavía no vemos el servicio, el sacrificio, ni la fiesta. Aunque el pueblo de Dios tuvo muchas experiencias y mucho disfrute, todavía no habían empezado a servirle.

  Hemos visto que en los capítulos doce al catorce, el pueblo de Dios experimentó Su redención y salvación. En los capítulos quince, dieciséis y diecisiete, ellos disfrutaban la provisión de Dios. El agua amarga se endulzó, el pueblo disfrutó de las doce fuentes y de las setenta palmeras en Elím, y compartieron del maná y del agua viva de la peña golpeada. Mediante la salvación y el suministro de Dios, Su pueblo fue colocado en la posición de estar en el reino de Dios. En el mensaje anterior, vimos que el capítulo dieciocho constituye un cuadro, una tipología, del reino. Le damos gracias al Señor por la luz que El nos ha mostrado en este capítulo.

  Al principio de mi ministerio, hable mucho de Exodo 19. No obstante, la mayor parte de esos mensajes se centraban en puntos negativos. En estos mensajes, prefiero poner a un lado los puntos negativos y recalcar los puntos positivos. Debemos conservar una impresión positiva de Exodo 19 y 20. Muchos maestros cristianos recalcan los aspectos negativos de estos capítulos al señalar que la ley es buena y espiritual, pero que somos carnales, y que la ley no nos ayuda. En realidad el capítulo diecinueve de Exodo es muy positivo, pues aquí el pueblo escogido de Dios es llevado a la comunión con El.

  La distancia entre Egipto y el monte Sinaí constituía un viaje de aproximadamente tres días. Creo que ésta fue la razón por la cual Moisés le dijo a Faraón que los hijos de Israel debían emprender un viaje de tres días por el desierto. Además, 4:27 indica que Dios le encargó a Aarón que recibiera a su hermano Moisés, en el monte de Dios, en el desierto. La distancia entre Egipto y el monte Sinaí podía ser cubierta en tres días, pero a los hijos de Israel les tomó más de dos meses. Aunque pudimos haber tenido comunión con Dios inmediatamente después de nuestra salvación, en nuestra experiencia, la mayoría de nosotros, viaja, recorre y vaga. Sin embargo, en nuestro viaje, disfrutamos del suministro de Dios. Nuestro viaje puede estar bajo el cuidado y la guianza de Dios, pero todavía no estamos en comunión con El. Pero en Exodo 19, tenemos un punto muy precioso: Dios introduce a Su pueblo redimido en Su presencia. Antes de esto, habían oído hablar de Dios. No obstante, no habían oído la voz de Dios directamente. Pasa lo mismo entre muchos cristianos hoy en día. Han oído hablar de Dios, pero no han experimentado Su hablar directo. Antes de ir al monte de Dios, los hijos de Israel oyeron acerca de Dios por medio de la predicación y de las enseñanzas de Moisés. Pero aquí Dios los trajo directamente a Su presencia. El bajó del monte, se apareció al pueblo, y les habló. Por tanto, ellos oyeron la voz de Dios directa y personalmente, y no por medio de un intermediario. En la presencia de Dios, oyeron Su hablar directo.

  No debemos leer el libro de Exodo simplemente según la letra. Por el contrario, debemos considerar como un cuadro todo lo que éste contiene. Hemos señalado que cada aspectos de Exodo constituye un cuadro. Egipto es un cuadro del mundo, y Faraón un cuadro de Satanás. Del mismo modo, el cordero pascual, el cruce del mar Rojo, el maná, el agua viva de la roca golpeada, y Amalec también son cuadros. Además, Séfora, Jetro y los capitanes del capítulo dieciocho son cuadros relacionados con el reino. Aquí en el capítulo diecinueve, vemos un cuadro de la comunión entre el pueblo redimido de Dios y El mismo. Aquí Su pueblo es llevado ante Su presencia y al conocimiento de El. Son introducidos en la comunión de Dios y con El. Según el cuadro presentado en este capítulo, Dios está presente en la tierra, en la cumbre del monte y el pueblo se junta alrededor del monte. ¡Qué visión maravillosa!

I. EXPERIMENTARON LA PLENA SALVACION DE DIOS

  Si queremos estar en comunión con Dios, debemos experimentar Su plena salvación. Debemos ser salvos de la condenación del pecado, del mundo, de Satanás, tal como lo vemos en los capítulos uno al catorce. Luego debemos disfrutar del rico suministro de Dios (15:1—17:7), conquistar la carne (17:8-16), y ser introducidos en el reino de Dios (18:1-27). Si no tenemos esta experiencia y disfrute, no podremos tener comunión con Dios.

  Nuestra experiencia espiritual corresponde a la experiencia de los hijos de Israel. Primero somos salvos del pecado, del mundo y de Satanás. Luego disfrutamos del suministro de Dios. El agua amarga es cambiada en agua dulce, y comemos del maná, el alimento celestial, y bebemos del agua viva que fluye de la roca golpeada. Mediante el disfrute de estas provisiones divinas, somos equipados para conquistar la carne y someterla. No debemos disculparnos diciendo que somos débiles. Si hacemos eso, no iremos al monte de Dios. Cuanto más excusas encontremos, más quedaremos apartados del monte de Dios. Debemos decir: “Sí, soy débil, pero el Señor no es débil. Yo tengo a Moisés, el Cristo celestial, intercediendo por mí, y tengo a Josué, Cristo como el Espíritu vivificante, morando en mí y combatiendo por mí”. Tenemos el Espíritu viviente con la cruz que opera para aniquilar nuestra carne. Cuando la carne es aniquilada, estamos inmediatamente en el reino. Luego en el reino, somos introducidos en la presencia de Dios para disfrutar de la comunión con El. Ciertamente Exodo es un cuadro de nuestra experiencia espiritual. Si consideramos nuestra experiencia, nos daremos cuenta de que corresponde con el relato de este libro.

II. INTRODUCIDOS EN LA PRESENCIA DE DIOS

A. En el monte Sinaí

  Los hijos de Israel fueron introducidos en la presencia de Dios en el monte Sinaí (19:11). El significado del monte Sinaí es éste: es el lugar donde Dios habla. En el monte Sinaí, Dios no hace milagros. Por el contrario, El simplemente habla. Al hablar Dios viene también la visión celestial. Por consiguiente, el monte de Dios tiene un significado espiritual: es el lugar donde Dios habla y donde está Su visión. Primero los hijos de Israel oyeron el hablar de Dios, luego recibieron la visión. Esta visión pertenece al modelo de la morada de Dios en la tierra.

  Cuando nos reunimos como iglesia, debemos tener el hablar de Dios con Su visión. En muchos servicios religiosos hoy en día, Dios no habla ni hay la visión. ¡Cuán disfrutable es oír el hablar directo de Dios y recibir la visión en las reuniones de la iglesia! Reunión tras reunión, podemos tener el hablar de Dios y ver más de Su visión. Oir el hablar de Dios y recibir Su visión, especialmente la visión acerca de Su morada, es algo muy importante. Es de vital importancia que nosotros vayamos al verdadero monte de Dios en la tierra hoy en día.

  Según el relato bíblico, Dios habló frecuentemente desde un monte. El Señor Jesús presentó la constitución del reino de los cielos mientras estaba en un monte con Sus discípulos (Mt. 5:1-2). También fue en un monte donde El dio la profecía acerca del fin de la era (Mt. 24:3). Dios el Padre habló a Pedro y a los otros discípulos mientras ellos estaban en el monte de la transfiguración (Mt. 17:1-2, 5). Juan fue llevado a un monte alto para recibir la visión del cielo nuevo y la tierra nueva con la Nueva Jerusalén. Por tanto, en nuestra experiencia debemos salir de Egipto, cruzar el mar Rojo, y viajar por el desierto hasta que lleguemos al monte de Dios. En este monte, somos introducidos en la presencia de Dios. Sin Su presencia, lo que decimos o lo que hacemos no significa nada. Su presencia lo es todo para nosotros. Muchos de nosotros podemos testificar que cuando nos reunimos en el nombre del Señor, disfrutamos de Su presencia. Oímos Su hablar y vemos Su visión en el monte de Dios.

B. Por medio de la santificación

  Somos llevados a la presencia de Dios por medio de la santificación. Exodo 19:10 dice: “Y Jehová dijo a Moisés: Vé al pueblo, y santíficalos hoy y mañana; y laven sus vestidos”. Los versículos 14 y 22 hablan también de la santificación. Ser santificado significa ser separado del mundo para Dios. Cuando los hijos de Israel se reunieron alrededor del monte Sinaí, ya estaban lejos de Egipto. Habían sido separados del mundo. En el monte Sinaí, vivían en la presencia de Dios, fueron santificados, separados, para El de una manera absoluta. Cuando nos reunimos en las reuniones de la iglesia, debemos también ser separados del mundo para Dios. ¡Alabado sea el Señor porque somos un pueblo santificado!

C. En resurreción

  Exodo 19:11 dice: “Y estén preparados para el día tercero, porque al tercer día Jehová descenderá a ojos de todo el pueblo sobre el monte de Sinaí”. El hecho de que este versículo no habla del segundo día ni del cuarto, sino del tercer día es algo muy significativo. En las Escrituras, el tercer día representa la resurrección. Estar en resurrección significa que lo viejo fue quitado y que estamos totalmente en una nueva posición y situación.

  Antes de que Dios hablara al pueblo, el pueblo se preparó a sí mismo. Si Dios hubiera hablado con ellos en el primer día, ellos no habrían estado listos. Supongamos que usted hubiera estado entre los hijos de Israel en aquellos días de preparación. ¿Qué habría hecho? Ciertamente usted no habría perdido tiempo en conversación inútil. Por el contrario, usted habría orado: “Señor, muéstrame todo lo que me separa de Ti. Señor, no quiero que haya nada entre tú y yo”. Usted habría usado su tiempo para prepararse para reunirse con Dios. Habría abandonado muchas cosas hasta que estuviese en resurrección, listo para reunirse con Dios. En lugar de abundar en críticas, chismes o quejas, habría orado hasta que estuviese en resurrección, hasta que las viejas cosas hubiesen pasado y se encontrase totalmente en una nueva posición.

D. Oir el hablar de Dios

  Después de ser introducido en la presencia de Dios, el pueblo oyó Su hablar (v 9). Esta es la comunión. Tener el hablar de Dios significa estar en Su presencia.

III. INTRODUCIDOS EN EL CONOCIMIENTO DE DIOS

  Cuando somos introducidos en la presencia de Dios y entramos en comunión con El, espontáneamente somos introducidos en el conocimiento de Dios. Antes de entrar en comunión con Dios, ignoramos muchas cosas. No conocemos ni el mundo ni el edificio de Dios. No conocemos el altar, el candelero, la mesa de la proposición, ni el arca. Todo lo que revelan los capítulos veinticinco al cuarenta corresponde con lo que Pablo describe como el pleno conocimiento de Dios. Muchos cristianos contemporáneos ignoran lo que es la iglesia. No conocen el terreno de la iglesia, su contenido, ni su función. Antes de que los hijos de Israel fuesen llevados a la presencia de Dios, ¿qué sabían del atrio, del Lugar Santo, o del Lugar Santísimo? ¿Acaso sabían algo del arca hecha de acacia y cubierta de oro? Ciertamente no. Ignoraban estas cosas.

  Cuando lleguemos al capítulo veinte, veremos que la ley es una revelación y una descripción de Dios mismo. La ley muestra la clase de Dios que El es. Antes de ser llevados a la presencia de Dios, los hijos de Israel no tenían este conocimiento de El, aunque habían experimentado Su salvación, habían disfrutado Su suministro, habían vencido a Amalec y habían sido introducidos en el reino.

A. Conocer la gracia de Dios

  En la comunión de Dios, primero llegamos a conocer la gracia de Dios. En Exodo 19:4, el Señor dijo: “Vosotros vistéis lo que hice a los egipcios y como os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a Mí”. Esta es la gracia. Isaías 40:31 dice: “Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas”. Los que confían en el Señor serán llevados en alas de águilas. Nuestra experiencia concuerda con lo que dice Pablo en Primera de Corintios 15:10 “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y Su gracia para conmigo no ha sido en vano, antes he trabajo mucho más que todos ellos; pero no yo sino la gracia de Dios conmigo”. Todo lo que experimentamos en cuanto a la salvación del Señor y Su suministro constituye una experiencia de las alas del gran águila. Quizás usted ha sido salvo durante muchos años sin darse cuenta de que Dios lo ha llevado en alas de águila. Usted ha sido llevado por la gracia de Dios, y esta gracia ha hecho todo por usted. Primero, Cristo es nuestro cordero pascual; luego El es un águila.

  Cuando recuerdo mis años en el Señor, me siento lleno de agradecimiento. Durante más de cincuenta años, he sido el objeto de Su misericordia y gracia. En el transcurso de estos años, he sido llevado por las alas de una gran águila. No he esperado muchas cosas que me han sucedido. Agradezco al Señor porque éstas no se produjeron según mi propia manera, sino según Su manera. El siempre sabe lo que yo necesito. Jamás pensé llegar a este país, pero el Señor me trajo. ¿Ha soñado alguna vez que algún día estaría donde está ahora? En las palabras de un himno escrito por Charles Websley, “Su misericordia, inmensa y libre; pues, oh mi Dios, me ha encontrado”. ¡Qué misericordia más grande el ser llevado en alas de una gran águila! En el monte de Dios los hijos de Israel pudieron decir: “Señor, no estamos aquí por nosotros mismos. Tus alas fuertes nos han sacado de Egipto y nos han llevado por el desierto hasta este lugar, donde estamos aquí contigo”.

  Al oír la voz del Señor y al recibir Su revelación, conocemos Su gracia. Cuanto más permanecemos en Su comunión, más conocemos Su gracia y nos damos cuenta de que lo debemos todo a ella. Año tras año, hemos sido llevados por la gracia de Dios. Cada mañana yo oro: “Señor, gracias por otro día en el cual puedo vivirte. Señor, te pido que llenes este día contigo mismo. Por favor, dame la porción de gracia de este día. Concédeme gracia hoy para que pueda vivirte a Ti y practicar el ser un espíritu contigo”.

B. Conocer la santidad de Dios

  En la comunión con el Señor, también empezamos a conocer la santidad de Dios (19:10-24). Exodo 19 muestra cuán serio es honrar la santidad de Dios. Debemos santificarnos a nosotros mismos porque Dios mismo es santo, y el lugar donde El mora es un lugar santo. En Exodo 19, el monte de Sinaí era un monte santo porque Dios había bajado sobre él. Puesto que el monte era santo, se estableció un límite que los hijos de Israel no podían cruzar. En el versículo 21, el Señor dijo a Moisés: “Desciende, ordena al pueblo que no traspase los límites para ver a Jehová, porque caerá multitud de ellos” Moisés contestó: “El pueblo no podrá subir al monte Sinaí, porque Tú nos has mandado diciendo: Señala límites al monte, y santíficalo”. (v. 23). A esto el Señor contestó: “Ve, desciende, y subirás tú, y Aarón contigo” (v. 24). Sólo Moisés y Aarón tenían el privilegio de cruzar el límite. Indudablemente, sabían que su Dios era un Dios santo. En otros versículos, el Señor mandó al pueblo: “Santo seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios” (Lv. 19:2). Puesto que Dios es santo, el pueblo debía santificarse a sí mismo. Para servir a un Dios santo, debían ser un pueblo santo.

  No debemos considerar esta palabra acerca de la santidad de Dios como simple doctrina. Si usted considera su experiencia, verá que en la comunión con el Señor, primero usted se siente agradecido hacia El por Su misericordia y gracia. Luego usted llega a darse cuenta de que necesita la santidad. En la presencia de Dios, debemos ser santos. Si deseamos permanecer en comunión con El, debemos santificarnos a nosotros mismos y todo lo que se relaciona con nosotros. No debemos cruzar el límite de la santidad de Dios. Esta es una lección muy importante que encontramos en Exodo 19. Aprecio mucho este capítulo porque presenta los detalles de la comunión con Dios. Puedo testificar que su contenido corresponde a mi experiencia. Después de conocer la gracia del Señor, siento la necesidad de santidad, de santificación, La santificación es el aspecto de nuestra experiencia de la santidad. Cuando la santidad de Dios se convierte en nuestra experiencia, eso es santificación. Debemos estar separados del mundo para Dios. Esto es honrar el límite de la santidad de Dios. No obstante, todos podemos testificar de que perdimos comunión con Dios cuando violamos el límite de Su santidad. Nuestra comunión con Dios seguirá únicamente cuando mantengamos la santidad.

C. Ser la posesión personal de Dios y Su tesoro particular

  En la comunión con Dios, llegamos a ser la posesión personal de Dios y un tesoro particular (19:5). En el versículo 5, la expresión hebrea tiene un doble significado; significa posesión personal y también tesoro particular. Por ejemplo, una hermana puede poseer un anillo muy precioso. Este anillo es su posesión personal y también su tesoro particular. No lo cambiaría por nada. Del mismo modo, cuando el pueblo redimido de Dios fue introducido en la presencia de Dios, se convirtió en su posesión personal y tesoro particular. ¡Podemos llegar a ser la posesión personal de Dios! Podemos llegar a ser tan queridos y preciosos para El que nos convirtamos en Su tesoro particular. Esto demuestra cuánto afecto íntimo existe en nuestra comunión con Dios. Nuestra comunión con el Señor debe alcanzar el punto en que disfrutamos tal afecto íntimo con El y El con nosotros que Dios puede decir que somos Su tesoro particular, Su posesión personal. ¡Cuán íntimo, querido, y precioso es esto! Cuando entramos en esta comunión con Dios, El nos considera como este tesoro y posesión.

D. Ser un reino de sacerdotes para Dios

  Según Exodo 19:6, los hijos de Israel deberían ser un reino de sacerdotes para el Señor. Al permanecer en la presencia de Dios, nos convertimos en un reino de sacerdotes para El. Lo que describe el Antiguo Testamento al respecto se cumple en el Nuevo Testamento. Nosotros, los creyentes, somos un reino de sacerdotes para Dios (Ap 1:6). Como sacerdotes, vivimos en la presencia de Dios, disfrutando de El como nuestra porción, así como El disfruta de nosotros como Su tesoro. Este es un disfrute mutuo. Si existía en los tiempos del Antiguo Testamento, ¡con más razón debería ser nuestra experiencia en la era noetestamentaria! Lo que describe el Antiguo Testamento es simplemente un cuadro. En el Nuevo Testamento, tenemos la realidad. ¡Alabado sea el Señor porque somos el tesoro particular de Dios y sacerdotes, disfrutando de El como nuestro todo!

E. Ser una nación santa

  Finalmente, nos convertimos en una nación santa (19:6). El disfrute mutuo entre Dios y Su pueblo nos separa para El mismo. Nada nos puede separar para Dios como este disfrute mutuo. Cuando Dios nos disfruta como Su tesoro particular y le disfrutamos a El como nuestro todo, somos totalmente separados de todo lo que no es Dios y somos apartados para Dios mismo. Como resultado, nos convertimos en una nación santa.

  Exodo 19 es un capítulo precioso. Efectivamente, habla de relámpagos, de nube y de humo. Si no prestamos atención a la santidad de Dios, experimentaremos estas cosas. No obstante, Moisés y Aarón no tenían miedo de los relámpagos. Se dieron cuenta de que el relámpago, la nube y el humo no eran para ellos. Su porción era la presencia de Dios con Su hablar y Su disfrute. No debemos tener miedo de Dios, pues El nos atesora como Su posesión personal. Somos sacerdotes para El y somos una nación santa. ¿Por qué tendríamos que tener miedo?

  ¡Qué diferencia tan tremenda existe entre Exodo 1 y Exodo 19! En el capítulo uno, el pueblo de Dios estaba en Egipto bajo la tiranía de Faraón. Sin embargo, en el capítulo diecinueve, estaban en el monte de Dios, pues habían llegado a ser Su tesoro particular. Allí disfrutaban de Dios a lo sumo y estaban separados para El. Le damos gracias al Señor por este cuadro, pero le agradecemos todavía más por la realidad, el cumplimiento que disfrutamos ahora.

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