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Mensaje 56

La manera en que disfrutaban de la ley de Dios los buscadores de Dios en el antiguo testamento

(1)

  Lectura bíblica: Sal. 119:1-2, 14-16, 20, 30, 35-36, 40, 42-43, 45, 47-48, 54, 55, 58, 66, 70, 74, 75, 80, 92, 94, 97, 103, 111-114, 117, 119, 127, 131-132, 135, 140, 147, 159, 162, 165, 167-170, 172-174; 19:10

  Salmos 119 es un salmo que trata acerca de la ley. Este es el salmo más largo y fue escrito conforme a la secuencia de las letras del alfabeto hebreo, lo cual forma veintidós secciones con ocho versículos cada una. Por consiguiente, este salmo consta de ciento setenta y seis versículos, más versículos que todo el libro de Efesios. Debido a su longitud, es difícil abarcarlo brevemente.

  Los mensajes anteriores acerca de la ley de Dios nos servirán de ayuda para entender el salmo 119. El salmista no escribió este salmo conforme a la teología. Por el contrario, fue escrito según su sentimiento y experiencia, conforme al profundo deseo de su corazón, y según su disfrute de la ley. Los salmistas expresaron su hambre, sed y deseo por el Señor. Como todos los salmos, el 119 está lleno de anhelo, y no de doctrina. El versículo 131 dice: “Mi boca abrí y suspiré, porque deseaba Tus mandamientos”. Aquí el salmista usa la palabra suspirar, una palabra que usa también Salmos 42:1 que dice: “Como el siervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por Ti, oh Dios, el alma mía”. En otra versión, la nota dice que en hebreo, la palabra suspirar o clamar se refiere al deseo de beber de una fuente fresca cuando se tiene mucho calor. El uso de esta palabra en Salmos 119:131 y 42:1 muestra el sentimiento profundo y la aspiración de los salmistas. Los salmistas tenían sed y suspiraban por Dios. Por consiguiente, aunque Salmos 119 tiene mucho que decir sobre la ley, no habla de la ley desde la perspectiva de la doctrina, sino desde el punto de vista de la experiencia espiritual. Este salmo fue escrito por alguien que disfrutaba de la ley. En este mensaje y en el siguiente, estudiaremos el salmo 119 y examinaremos la manera en que disfrutaban de la ley de Dios los que lo buscaban a El en el Antiguo Testamento.

I. BUSCABAN A DIOS

  Salmos 119:2 nos dice que los que disfrutaban de la ley de Dios en el Antiguo Testamento eran buscadores de Dios: “Bienaventurados los que guardan sus testimonios, y con todo el corazón le buscan”. El autor del salmo 119 era esa clase de buscador. Muchos cristianos no conocen la expresión “buscadores de Dios”, aunque este concepto es bíblico. Salmos 119 revela que buscar a Dios está relacionado con el hecho de guardar la ley. Si intenta guardar la ley sin tener un corazón que busque a Dios, su esfuerzo será en vano. Este fue el error que los judaizantes cometieron en la época de Pablo. Ellos intentaban guardar la ley sin buscar a Dios con todo su corazón, y fracasaron en su intento de cumplir los requisitos de la ley. Si queremos caminar conforme a la ley de Dios, debemos buscarle a El con todo nuestro corazón.

II. AMABAN SU NOMBRE Y LO RECORDABAN

  Salmos 119:132 dice: “Mírame, y ten misericordia de mí, como acostumbrabas con los que aman Tu nombre”. Este versículo indica que el salmista amaba el nombre del Señor. El versículo 55 dice: “Me acordé en la noche de Tu nombre, oh Jehová, y guardé Tu ley”. Cuando el salmista se despertaba por la noche, él recordaba el nombre del Señor. Lo que recordamos durante la noche revela nuestro verdadero interés, aún lo que nos preocupa. ¿En qué piensa usted cuando se despierta durante la noche? Si usted es un buscador de Dios, se acordará del nombre de El. Su nombre será su interés especial. Jóvenes, espero que cuando ustedes se despierten durante la noche, no se acuerden de cosas mundanas, sino del nombre dulce y precioso del Señor. Que todos nosotros amemos el nombre del Señor y nos acordemos de El, aún en medio de la noche, como lo hacían los santos del Antiguo Testamento.

III. SUPLICABAN POR SU PRESENCIA

  Salmos 119:58 dice: “Tu presencia supliqué con todo corazón”. Una versión usa la palabra favor en lugar de presencia. En realidad, buscar la presencia de una persona es buscar su favor. Si suplicamos por la presencia del Señor, Su semblante, recibiremos Su generosidad. A menudo los niños pequeños buscan el rostro de su madre. Para ellos, no hay nada más preciado que contemplar el rostro de su madre. Nosotros también debemos buscar al Señor de esta manera íntima, suplicando por ver Su semblante. El semblante del Señor trae Su favor. En todo, el salmista suplicaba por el semblante de Dios.

  Salmos 105:4 dice: “Buscad a Jehová y Su poder; buscad siempre Su rostro”. Este versículo revela que debemos buscar continuamente el rostro de Dios. Luego en Salmos 42:5, el salmista alaba a Dios con esperanza en El. De una manera personal e íntima, el salmista buscaba la ayuda de la presencia de Dios.

IV. PEDIAN QUE SU CARA RESPLANDECIERA SOBRE ELLOS

  Los que buscaban a Dios en el Antiguo Testamento oraban también para que el rostro del Señor resplandeciera sobre ellos. Salmos 119:135 dice: “Haz que Tu rostro resplandezca sobre Tu siervo”. Este pensamiento se basa en el segundo aspecto de la bendición de los sacerdotes en Números 6:24-26 dice: “Jehová te bendiga, y te guarde. Jehová haga resplandecer Su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti Su rostro y ponga en ti paz”. Indudablemente, esta triple bendición se refiere a la bendición de la Trinidad: la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu. En cuanto a la bendición del Hijo, se menciona el rostro del Señor que resplandece sobre el pueblo. Vemos también la oración por el resplandor del rostro de Dios en Salmos 4:6 y 80:3, 7, 19, donde el salmista ora: “¡Oh Jehová, Dios de los ejércitos, restáuranos! Haz resplandecer Tu rostro”. Los que buscaban a Dios en el Antiguo Testamento no intentaban simplemente guardar la ley en sus letras. Buscaban a Dios con amor de una manera íntima, aún pidiéndole que hiciese resplandecer Su rostro sobre ellos.

  Si no tenemos un corazón que busca al Señor, no nos interesará el resplandor de Su rostro. Aún cuando El hiciese resplandecer Su rostro sobre nosotros, no lo reconoceríamos. Para sentir el resplandor del rostro del Señor, necesitamos un corazón que busca. Si buscamos al Señor de una manera íntima, sentiremos el resplandor de Su rostro. Según 2 Corintios 4:6, podemos experimentar este resplandor: “Porque el mismo Dios que dijo: de las tinieblas resplandecerá la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. ¡Alabado sea el Señor porque podemos ver el resplandor de Su rostro!

V. CAMINABAN EN SU PRESENCIA

  Si el rostro del Señor resplandece sobre nosotros, automáticamente caminaremos en Su presencia. En 119:168, el salmista declara: “Porque todos mis caminos están delante de ti”. Esto indica que sus vidas tenían la presencia del Señor. Esta es una indicación clara de que el salmista era uno con el Señor.

  El asunto de la unidad con Dios se revela completamente en el Nuevo Testamento, pero hay también indicaciones de esto en el Antiguo Testamento. Salmos 90:1 dice: “Señor, Tú nos has sido refugio de generación en generación”. Este versículo fue escrito por Moisés e indica que él experimentó al Señor como Su morada. Dios era su hogar, su habitación. Pero observe que Moisés habla de “generación en generación”. Esto nos muestra que los santos del Antiguo Testamento en todas las generaciones tuvieron la experiencia de morar en Dios. Los que buscaban a Dios en el Antiguo Testamento moraban en El; eran uno con El. Morar en Dios significa ser uno con El. ¿Cómo podrían estos buscadores morar en Dios sin estar en El, ni ser uno con El? Si estudiamos cuidadosamente los Salmos, veremos que los buscadores de Dios en el Antiguo Testamento llegaron a ser uno con El por medio de su aprecio y disfrute de la ley. No sólo caminaban en la presencia de Dios, sino que moraban en El, experimentándole a El como su morada.

VI. CONSIDERABAN QUE LA LEY DE DIOS ERA SU PALABRA

  El autor del salmo 119 habla continuamente de la ley de Dios como de la palabra de Dios. Existe una diferencia significativa entre la ley y la palabra. La ley es un asunto de mandamientos que ponen exigencias sobre nosotros o exigen que guardemos ciertas regulaciones ordenadas por Dios. Aunque la ley exige, en sí misma no puede suplir vida. Pablo se refiere a esto en Gálatas 3:21 dice: “Porque si se hubiese dado una ley que pudiese vivificar, la justicia habría sido verdaderamente por la ley”. La ley no puede dar vida, pero la palabra de Dios sí. Las palabras que pronunció Dios son Su aliento (2 Ti. 3:16). La Biblia enseña que la palabra de Dios es vida, alimento y agua. Debe ser nuestro suministro de vida diario. No obstante, si vemos la ley solamente como la ley y no como palabra de Dios, no recibiremos el suministro de vida por medio de ésta. No recibiremos ningún aliento, alimento ni agua. Por el contrario, tomaremos a la ley de la misma manera que los judaizantes. Pero si consideramos la ley no solamente como la ley sino también como la palabra de Dios, recibiremos vida, aliento, alimento y agua viva por medio de la ley. Según la palabra del Señor Jesús en Juan 6:63, Sus palabras son espíritu y vida. Por lo menos en treinta y siete ocasiones en Salmos 119, el salmista se refiere a la ley como la palabra de Dios. En lugar de declarar simplemente que él amaba la ley de Dios, el salmista declaró que él amaba la palabra de Dios. Esto demuestra que él pensaba que la ley de Dios era Su palabra viva.

  La Biblia es la palabra de Dios. Pero si tomamos a la Biblia solamente como letras y no tenemos contacto directamente con el Señor mientras leemos, será un libro muerto para nosotros. Pablo dijo: “La letra mata, pero el Espíritu da vida” (2 Co. 3:6). La palabra griega traducida letra en este versículo es la misma palabra que usó Pablo en 2 Timoteo 3:15 al hablar de las Santas Escrituras. Si tomamos la Biblia simplemente como letras, nos matará. No obstante, el Espíritu vivifica. Si tenemos contacto con el Señor en nuestro espíritu al leer la Biblia, la palabra se hará Espíritu y vida para nosotros. En nuestra experiencia espiritual, será el aliento de Dios. Cuando leemos la palabra, debemos tocar la fuente de la palabra, la cual es Dios mismo.

  Hemos señalado repetidas veces que por medio de la palabra, la cual es el aliento de Dios (2 Ti. 3:16), podemos inhalar a Dios dentro de nosotros. Algunas personas que se dedican a buscar errores han tergiversado nuestras palabras, nos han citado fuera de contexto, y nos han criticado por enseñar que los creyentes pueden inhalar a Dios. Llaman esto blasfemia y obra de la carne. Según las Escrituras, la palabra de Dios es Su aliento. ¡Oh, cuanto Dios desea que lo inhalemos! Le damos las gracias porque nos ha permitido tener esta experiencia.

A. Creían en ella

  Al considerar que la ley de Dios es Su palabra, el salmista creyó en la palabra: “Enséñame buen sentido y sabiduría, porque en Tus mandamientos he creído” (119:66). Según el Nuevo Testamento, cuando tomamos la Palabra de Dios, el primer requisito es que creamos en ella. Debemos creer que es verdadera y exacta, en su autoridad y poder.

B. La escogieron

  Junto con los que buscaban a Dios en el Antiguo Testamento, debemos también escoger la palabra de Dios. Salmos 119:30 dice: “Escogí el camino de la verdad; he puesto Tus juicios delante de mí”. El versículo 73 dice: “Tus manos me hicieron y me formaron; hazme entender, y aprenderé Tus mandamientos”. ¡Qué elección maravillosa! Todos debemos escoger firmemente la palabra de Dios.

C. Levantaban sus manos hacia ella

  En 119:48, encontramos una expresión poco usual: “Alzaré así mismo mis manos a Tus mandamientos que amé”. ¿Qué significa alzar sus manos a la palabra de Dios? Si consideramos la manera de alzar nuestras manos para saludar a alguien, podremos entender esto. Alzar nuestras manos a la palabra del Señor significa darle la bienvenida, indicar que la recibimos calurosamente y que le decimos “Amén”. Muchos de nosotros alzamos espontáneamente nuestras manos cuando fuimos inspirados por la palabra de Dios. Por consiguiente, alzar nuestras manos a la palabra de Dios significa recibirla con agrado.

D. La amaban

  Los que buscaban a Dios en el Antiguo Testamento amaban la palabra de Dios. En once ocasiones, el autor del salmo 119 habla de amar la palabra de Dios (vs. 47, 48, 97, 113, 119, 127, 140, 159, 163, 165, 167). Yo también puedo testificar que amo la palabra de Dios. No hay ningún libro más valioso que la Biblia.

E. Se deleitaban en ella

  El salmista se deleitó también en la palabra de Dios (119:16, 24, 35, 47, 70, 77, 92, 174). El disfrutó de la palabra y encontró que era una fuente de deleite. Podemos encontrar alegría en la palabra de Dios. A diario debemos dedicar tiempo y deleitarnos en la santa palabra.

F. La probaron

  El salmista aún probó la palabra de Dios: “¡Cuán dulce son a mi paladar Tus palabras! Más que la miel a mi boca” (v. 103). Observe que el autor no dice: “¡Cuán dulce es Tu ley!” Por el contrario, él declaró: “¡Cuán dulces Tus palabras!” Si consideramos la ley como algo que no rebasa los mandamientos de Dios, no nos resultará dulce. Pero si estamos consientes de que la ley de Dios es Su palabra para nutrirnos y darnos el suministro de vida, disfrutaremos de su sabor dulce. Según su experiencia, el salmista se dio cuenta de que la ley era la palabra dulce de Dios. No era simplemente una lista de mandamientos que lo regulaban; era una palabra llena de disfrute y de suministro, una palabra que, a su gusto, era más dulce que la miel.

G. Se regocijaban en ella

  Cuando probamos la palabra de Dios, nos regocijamos en ella. El salmista declara: “Me he gozado en el camino de Tus testimonios” (119:14), y “Tus testimonios ... son el gozo de mi corazón” (v. 111). En el versículo 162, el salmista testifica de su gozo por la palabra: “Me regocijo en Tu palabra, como el que halla muchos despojos”.

  Regocijarse es más que simplemente estar gozoso. Podemos gozarnos en silencio, pero debemos usar nuestra voz para regocijarnos. Existe una diferencia entre hacer un grito de alegría y tener una voz gozosa. Cuando nos regocijamos, alabando al Señor y aún clamando, damos un grito de alegría para El. Para algunos opositores, esto es un alboroto. Nos condenan porque damos un grito de alegría para el Señor. No obstante, debemos ser las personas que se regocijan en el Señor y en Su palabra. Si usted no se ha regocijado espontáneamente al leer la Biblia, quizá nunca ha sido plenamente inspirado por la palabra. Cuando recibimos ayuda de la Biblia de una manera viviente, nos regocijamos espontáneamente en la palabra.

H. La cantaban

  El salmista declara: “Cánticos fueron para mí Tus estatutos en la casa en donde fui extranjero” (119:54). El salmista incluso cantaba la palabra de Dios. No tenemos mucha experiencia de esto. Debemos aprender del salmista y cantar las palabras de la Biblia. Animo a todos los santos a cantar la palabra de Dios.

I. La respetaban

  Además, el salmista sentía respeto por todos los mandamientos de Dios (119:6). En el versículo 117, declara: “Respetaré continuamente a Tus mandamientos”. Si queremos verdaderemente buscar a Dios debemos respetar Su palabra.

J. Tenían un corazón íntegro en ella

  Salmos 119:80 dice: “Sea mi corazón íntegro en Tus estatutos”. Debemos tener un corazón íntegro en la palabra de Dios. Este corazón es sano, ya que no tiene ninguna debilidad espiritual relacionada con la palabra de Dios. En cuanto a la palabra de Dios, nuestro corazón no debe estar enfermo. Debemos ser sanados de toda enfermedad espiritual para que nuestro corazón sea puro, íntegro y sano hacia la Palabra de Dios.

K. Inclinaban su corazón hacia ella

  En 119:36, el que busca al Señor oró: “Inclina mi corazón a Tus testimonios, y no a la avaricia”. Mas adelante, en el versículo 112, él declara: “Mi corazón incliné a cumplir Tus estatutos de continuo, hasta el fin”. Necesitamos un corazón que se incline hacia la Palabra de Dios. Puesto que nuestro corazón a menudo tiene la tendencia de alejarse de la Palabra de Dios, debemos orar que nuestro corazón se vuelva y se incline hacia ella. El salmista oraba de esta manera y pudo también testificar de que él mismo inclinaba su corazón hacia los estatutos del Señor. Por una parte, debemos orar para que el Señor incline nuestro corazón a la palabra. Por otra parte, debemos ejercitar nuestro espíritu para volver nuestro corazón a la palabra y hacer que se incline a ella. Necesitamos un corazón íntegro y un corazón que se incline hacia la Palabra de Dios.

L. La buscaban, la anhelaban, esperaban en ella con oración y confiaban en ella

  Los que buscaban a Dios en el Antiguo Testamento también buscaban Su Palabra (119:45, 94), la anhelaban (vs. 20, 40, 131), esperaban en ella con oración (vs. 43, 74, 114, 147), y confiaban en ella (v. 42). Según nuestra experiencia, estos asuntos se relacionan con el hecho de tener un corazón íntegro en la palabra y de inclinar nuestro corazón a la Palabra. Si nuestro corazón es íntegro en la Palabra y se inclina hacia ella, la buscaremos. Muchas personas leen la Biblia y no obtiene nada de ella porque su corazón no es justo. Un erudito admiraba la versión china de la Biblia y a veces la citaba. No obstante, no recibió ayuda al leer la palabra, y murió sin ser salvo. Incluso los cristianos pueden estudiar la Biblia y enseñarla, sin recibir ayuda de ella. La razón de esta carencia es que tienen un problema en su corazón. Su corazón no es íntegro o no se inclina verdaderamente a la palabra de Dios. Si nuestro corazón es recto, no solamente buscaremos la palabra sino que también la anhelaremos, esperaremos y confiaremos en ella. Puesto que Salmos 119 está lleno de anhelo, inspiración, iluminación y alimento, nos ayuda a darnos cuenta del aspecto de la “luz” de la ley, y nos enseña a disfrutarla como Su palabra de vida. El autor de este salmo no era teólogo ni instructor bíblico, era una persona que escribió para expresar su experiencia y disfrute de la ley de Dios. Al leer Salmos 119, vemos que lo que hemos señalado en los mensajes anteriores acerca del aspecto de la “luz” de la ley, está correcto.

  El monte donde fue dada la ley es llamado el monte Horeb y también el monte Sinaí. El monte Hored se relaciona especialemnte con el aspecto de la “luz” de la ley, mientras que el monte Sinaí tiene una aplicación particular al aspecto de las “tinieblas”. Además, cuando se dio la ley, había dos clases de gente. Moisés y sus ayudantes pertenecían a la clase de los que estaban en el monte experimentando la presencia de Dios. Pero los que estaban al pie del monte eran otra clase, aquellos que temblaban en las tinieblas cuando la ley fue dada. Para Moisés y los que lo acompañaban, el monte era el monte de Dios; no obstante, para los demás, era el monte Sinaí. En estos mensajes, no estamos al pie del monte, sino en la cima del monte recibiendo la infusión del Señor. En la experiencia de los salmistas y de todos los que buscaban a Dios en el Antiguo Testamento, ellos estaban en el monte y recibían una transfusión divina. Al recibir esta infusión de Dios los salmistas usaron expresiones maravillosas y aún exaltantes al hablar de su experiencia de Dios y de su disfrute de Su palabra.

  El Salmo 1 indica que la ley, cuando es tomada correctamente como la palabra de Dios, puede ministrarnos vida. Los que se deleitan en la ley de Dios y meditan en ella día y noche se parecen a los árboles plantados cerca de los ríos de agua (vs. 2-3). Como lo señalaremos en el próximo mensaje, la palabra hebrea traducida meditar significa reflexionar sobre algo. Esta palabra hebrea implica una adoración y una oración. Si nos acercamos a la ley de Dios al meditar la palabra de Dios con adoración y oración, en nuestra experiencia, la ley se hará río de agua, y seremos árboles plantados al pie del agua. Esto indica que en Salmos 1 la ley nos puede suministrar y nos puede regar.

  Como lo hemos señalado, en 2 Corintios 3:6 Pablo dice que la letra mata. La letra nos puede matar o nos puede suministrar vida; depende de la manera en que la tomamos. Si consideramos la ley como la Palabra viviente de Dios por medio de la cual tenemos comunión con el Señor y permanecemos con El, la ley se convertirá en un canal para el suministro de vida. La fuente de vida es el Señor mismo. En sí misma, la ley no es la fuente, sino un canal por el cual la vida divina y las sustancias divinas son transmitidas a nosotros para nuestro suministro y alimento. ¡Qué bendición tan grande es recibir la ley de esta manera!

  En la Biblia, los que buscaban a Dios con amor eran los que manejaban la ley de Dios. Los fariseos, escribas, y judaizantes manejaban también la ley. En los cuatro evangelios, vemos un cuadro de los defensores de la ley y el entendimiento que tenían de ella. Para ellos, la ley no era un canal de vida, sino letras muertas que los introducían en la muerte. En contraste, Simeón y Ana, que eran personas mayores, fueron nutridos y regados por la ley. Es difícil decir a cuál grupo pertenece Gamaliel. El era un maestro famoso de la ley, y quizá él no estaba ni en la “luz” ni en las “tinieblas”. Quizá estaba “a media luz”. Simeón y Ana representaban a la gente de la “luz”; los fariseos y los judaizantes, a la gente de las “tinieblas”; y Gamaliel a los de la “media luz”.

  Al acercarnos a la Biblia hoy en día, podemos estar en la “luz” o en las “tinieblas”. Por la misericordia del Señor, podemos testificar que en cuanto a la Biblia, nosotros en el recobro del Señor, estamos en la “luz”. Al leer la Palabra de Dios, experimentamos la salida del sol y no la puesta del sol. No obstante, muchas personas leen la Biblia, en “tinieblas”. Como lo dijo Pablo a los judíos, hay un velo sobre su corazón cuando leen las Escrituras (2 Co. 3:14). Tienen el velo de su tradición y de sus conceptos naturales. En su experiencia, la Biblia se convierte en un libro de letras muertas. Igual que los antiguos fariseos, escribas y judaizantes, ellos manejan la Palabra sin tener comunión directa con el Señor. En lugar de usar su espíritu, dependen de su comprensión natural. Además, a menudo insisten en su tradición religiosa. Pero cuando llegamos a la Palabra, debemos tener contacto con el Señor. Cuando vamos al Señor por medio de la Palabra, debemos tener hambre y sed por El y un deseo de disfrutarlo a El. Esta búsqueda del Señor se expresa muy bien en las líneas de un himno:

  Vengo a Ti, Señor, De Ti yo tengo sed; Beber de Ti, comer de Ti, Es mi mayor placer.

  Clama mi corazón, Sólo mirar Tu faz; Beber de Ti anhelo yo, Hasta mi sed saciar.

  (Himno 344).

  Al leer y orar-leer la Palabra, debemos buscar el rostro glorioso y brillante del Señor. Entonces, en nuestra experiencia, la palabra de Dios será una fuente de suministro de vida y de alimento, y estaremos en la “luz”, y no en las “tinieblas”.

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