
Lectura bíblica: Ez. 36:26-27; Mt. 5:3, 8; He. 4:12; Ro. 1:9; 7:6; 1 P. 3:4; Mr. 12:30; 4:14-20; 2 Co. 3:16-18; Jer. 31:33; He. 8:10; Sal. 51:6; He. 10:22
Queremos ver cómo resolver los problemas de nuestro corazón y de nuestro espíritu para experimentar el árbol de la vida. Hay muchas referencias al corazón y al espíritu en el Antiguo Testamento así como en el Nuevo. Necesitamos entender claramente la posición y la función del corazón y la diferencia que existe entre el corazón y el espíritu. Debemos volvernos a la Palabra pura para ver la diferencia que existe entre el corazón y el espíritu.
Ezequiel 36:26-27 nos muestra que el corazón es distinto del espíritu. El corazón y el espíritu no son términos sinónimos de la misma entidad, sino dos entidades diferentes. Estos versículos dicen: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros ... Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu”. El espíritu nuevo mencionado aquí no es el Espíritu Santo, porque en el versículo 27 hay otro Espíritu que será puesto en nosotros, en nuestro espíritu. El corazón humano difiere del espíritu humano. Es menester que los dos órganos de nuestro ser humano sean renovados.
Mateo 5:3 dice: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. El espíritu mencionado aquí es nuestro espíritu humano, y no el Espíritu Santo. Ser pobre en espíritu no significa que uno tiene un espíritu pobre. Ser pobre en espíritu significa tener el mejor espíritu. No solamente significa tener un espíritu humilde, sino también ser desprendidos en el espíritu, en lo profundo de nuestro ser, sin aferrarnos a las cosas viejas de la vieja dispensación, sino descargándonos de todo eso para recibir las cosas nuevas, las cosas del reino de los cielos. Nuestro espíritu tiene que desprenderse de muchas cosas. Los seres humanos están llenos de muchas cosas en su espíritu. Ya que nos hemos vuelto al Señor, tenemos que vaciar nuestro espíritu para ser pobres en espíritu. Mateo 5:8 dice: “Bienaventurados los de corazón puro, porque ellos verán a Dios”. Si el corazón fuese sinónimo del espíritu humano, no habría sido necesario que el Señor diera las dos bendiciones diferentes de Mateo 5. Nuestro corazón tiene que ser puro y nuestro espíritu desprendido. Un corazón puro y un espíritu vacío son las dos condiciones principales para las nueve bendiciones que el Señor pronunció en Mateo 5.
Hebreos 4:12 dice: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. El alma y el espíritu son dos entidades diferentes así como son las coyunturas y los tuétanos. El corazón también es otra entidad. El corazón tiene pensamientos e intenciones. De nuevo vemos que hay una distinción entre el corazón y el espíritu. Nuestro espíritu es el órgano con el cual tocamos a Dios (Jn. 4:24), mientras que nuestro corazón es el órgano con el cual amamos a Dios (Mr. 12:30). Nuestro espíritu toca, recibe, contiene y experimenta a Dios. Sin embargo, requiere que nuestro corazón primero ame a Dios. En nuestro corazón tenemos la mente con los pensamientos y también la voluntad con las intenciones.
Romanos 1:9 afirma: “Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de Su Hijo”. Romanos 7:6 nos dice que “sirvamos en la novedad del espíritu”. Servimos al Señor en el espíritu. Amamos al Señor con nuestro corazón. El corazón tiene como fin amar, y el fin del espíritu es servir. Debemos servir en novedad de espíritu y no en la vejez de la letra.
Dice en 1 Pedro 3:4: “Sino el del hombre interior escondido en el corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu manso y sosegado, que es de gran valor delante de Dios”. En nuestro corazón hay un hombre escondido. El hombre escondido en el corazón es el espíritu manso y sosegado. Si un hombre está escondido en una casa, es obvio que el hombre y la casa son dos entidades distintas. El espíritu está escondido en el corazón y es el hombre interior escondido en el corazón. El adorno de las esposas delante de Dios debe ser su ser interior: el hombre interior escondido en su corazón, el cual es su espíritu, en mansedumbre y tranquilidad. Este es el ornato incorruptible, el cual está en contraste con el pelo, el oro y los vestidos corruptibles (3:3). Este adorno espiritual es de gran valor ante los ojos de Dios. Una persona puede vestirse con ropa buena, la cual es el adorno del hombre exterior, pero al mismo tiempo es posible que tenga un espíritu orgulloso. Exteriormente, esta persona está adornada, pero interiormente no hay adorno espiritual. Pedro les exhortó a las hermanas que no prestaran mucha atención a su adorno exterior, sino al hombre interior escondido en su corazón, el cual es un espíritu manso y sosegado. Nuestro espíritu debe adornarse de mansedumbre y tranquilidad.
Marcos 12:30 dice: “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. La función del corazón es amar. El corazón es un órgano que ama y se nos dice que amemos al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón.
La parábola del sembrador en Marcos 4 presta atención al corazón humano. El corazón humano es la tierra donde el Salvador-Esclavo siembra la semilla. Marcos 4:14 dice: “El sembrador siembra la palabra”. El sembrador es Cristo y la palabra también es Cristo. Esto significa que el Señor Jesús vino a sembrarse en nosotros. El mismo es el sembrador así como la semilla de la vida. El versículo 15 dice: “Y éstos son los de junto al camino, donde se siembra la palabra, y cuando la oyen, en seguida viene Satanás, y quita la palabra que fue sembrada en ellos”. “Junto al camino” es el área que está cerca del camino. Está endurecida por el tráfico del camino, y es difícil que las semillas penetren en ella. Esto tipifica el corazón preocupado que ha sido endurecido por el tráfico mundano y que no está abierto para entender y comprender la palabra del reino. La tierra no debe preocuparse por nada y debe estar completamente abierta a la semilla de vida, pero el área junto al camino ha sido pisada demasiado por el tráfico mundano. Este es el corazón que se ha preocupado por muchas otras cosas, y como resultado se ha endurecido. “Junto al camino” simboliza un corazón preocupado.
Los versículos 16 y 17 dicen: “Estos son asimismo los que son sembrados en los pedregales, los que cuando oyen la palabra, al momento la reciben con gozo. Pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración; luego, cuando viene la aflicción o la persecución por causa de la palabra, en seguida tropiezan”. Los pedregales no tienen mucha tierra, lo cual representa un corazón de piedra. Sí, hay tierra para la semilla, pero no es muy profunda. Debajo de esta tierra están las piedras. Es bastante difícil que la semilla se arraigue profundamente en un corazón de piedra. Quizás muchas veces estemos dispuestos a recibir la palabra, pero la recibimos sólo de manera superficial porque hay algunas piedras en nuestro corazón. Así que, es difícil que Cristo como semilla de vida se arraigue profundamente en nosotros.
Los versículos 18 y 19 dicen: “Otros son los que son sembrados entre los espinos; ellos son los que han oído la palabra, pero las preocupaciones de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa”. Nuestros deseos con respecto a otras cosas pueden ahogar la palabra. Tal vez, no crea usted que las preocupaciones de la edad o el engaño de las riquezas le molesten a usted pero, ¿qué puede decir de los deseos por otras cosas? Algunos tal vez deseen obtener una posición alta o sacar un título de altos estudios. Las ansiedades de la edad, el engaño de las riquezas y las codicias de otras cosas ahogan la palabra, y se vuelve infructuosa.
El versículo 20 dice: “Y éstos son los que fueron sembrados en la buena tierra: los que oyen la palabra y la reciben, y dan fruto, uno a treinta, otro a sesenta, y otro a ciento por uno”. La buena tierra, el corazón bueno, es un corazón que no está endurecido por el tráfico mundano, que no tiene pecados ocultos, que está libre de las preocupaciones de esta edad y del engaño de las riquezas, y que no desea otras cosas. Tal corazón es puro, bueno y recto.
El Dios Triuno, quien es el árbol de la vida, se nos ha impartido para ser nuestro disfrute. El es la semilla de vida sembrada en nuestro corazón. Nuestro corazón es como la tierra. Si la tierra de nuestro corazón está junto al camino, pisada por el mundo y preocupado por muchas cosas, se endurece. Nuestro corazón necesita ser librado de toda preocupación para que la semilla de vida se siembre en él. Tal vez nuestro corazón no esté preocupado, pero es posible que haya piedras escondidas en él. Las piedras son los pecados escondidos, los deseos personales, la búsqueda personal, y la autocompasión, los cuales impiden que la semilla se arraigue en la profundidad de la tierra. Es posible que parezcamos ser buenos hermanos o buenas hermanas, y al mismo tiempo, seamos superficiales para con el Señor por las piedras que estén en nuestro corazón. Así, no es posible que el Señor como semilla de vida crezca y se arraigue en nosotros. También es posible que nuestro corazón esté lleno de espinos, los cuales son las preocupaciones de esta edad, el engaño de las riquezas y las codicias de otras cosas. Muchos fijan su corazón en conseguir un automóvil mejor. Aun este deseo puede estorbar y ahogar la palabra, no permitiéndole ser fructífero. Los espinos impiden y ahogan el crecimiento de la semilla.
Si queremos que el Señor como semilla de vida crezca en nosotros para ser nuestro pleno disfrute, tenemos que resolver los problemas de nuestro corazón. Debemos pedir al Señor que tenga misericordia de nosotros. Por Su misericordia debemos poner fin a todas las cosas negativas que haya en nuestro corazón. Debemos eliminar las cosas que nos preocupan, las piedras escondidas, las preocupaciones de esta edad, el engaño de las riquezas y las codicias de otras cosas. Entonces nuestro corazón será bueno, recto y noble, y estará liberado y preparado para que Cristo como semilla de vida crezca dentro de nosotros.
Dice en 2 Corintios 3:16-18: “Pero cuando su corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado. Y el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Podemos hablar de que el Señor sea el Espíritu vivificante, pero si vamos a disfrutarle y experimentarle como este Espíritu viviente, nuestro corazón tiene que volverse a El. Cuando nuestro corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado. En realidad, nuestro corazón, antes de volverse al Señor, es el velo. Cuando volvemos nuestro corazón al Señor, quitamos el velo. Nuestro corazón es el factor crucial que determinará si disfrutamos al Señor como el Espíritu vivificante y si somos transformados a Su imagen. Si queremos disfrutar al Señor como el Espíritu viviente y ser transformados por El, tenemos que resolver los problemas de nuestro corazón. Es menester que nuestro corazón se vuelva al Señor.
En 1 Tesalonicenses 5:23 tenemos un indicio innegable de que el hombre tiene tres partes: el espíritu, el alma y el cuerpo. Hay muchos otros pasajes en las Escrituras que nos muestran que el hombre es un ser tripartito (véase The Parts of Man [Las partes del hombre] publicado por Living Stream Ministry). Las tres partes del alma son la mente, la parte que sabe (Sal. 13:2; 139:14), la parte emotiva, la cual ama (1 S. 18:1 Cant. 1:7), y la voluntad, la parte que toma decisiones (Job 7:15; 6:7). Con la mente pensamos, sabemos y consideramos; con las emociones amamos, odiamos, nos alegramos o nos entristecemos; y con la voluntad tomamos decisiones o escogemos. El alma es la propia persona del hombre.
El espíritu también tiene tres partes, las cuales son la conciencia (Ro. 9:1 cfr. 8:16), la comunión (Jn. 4:24; Ro. 1:9) y la intuición (1 Co. 2:11). La conciencia nos da la capacidad de discernir lo correcto y lo incorrecto y nos justifica o nos condena. La comunión nos pone en contacto con Dios para que podamos comunicarnos con El. La intuición es la percepción que tenemos en nuestro espíritu, independiente de razonamientos o circunstancias. La intuición puede percibir directamente lo que está en la mente de Dios, en Su voluntad y en Su corazón. Muchas veces esta percepción directa va en contra del conocimiento de la mente o las emociones o los sentimientos que tenemos en el alma.
El corazón se compone de todas las partes del alma más una parte del espíritu, la conciencia. Así que, el corazón se compone de la mente, la voluntad, la parte emotiva y la conciencia. Hebreos 4:12 habla de los pensamientos y las intenciones del corazón. Los pensamientos están en la mente y las intenciones están relacionadas con la voluntad. Hebreos 10:22 nos dice que nuestros corazones necesitan ser purificados de mala conciencia con la aspersión de la sangre, y hemos visto que necesitamos amar al Señor con todo nuestro corazón. La parte en sombra en el diagrama siguiente muestra las partes que constituyen el corazón.
El diagrama nos muestra que el espíritu está encerrado en el corazón como el hombre interior escondido en el corazón. Proverbios 4:23 nos dice: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida”. El corazón es el acceso, la entrada y la salida del espíritu. Cuando está cerrado el corazón, el espíritu está encarcelado. Cuando el corazón esté abierto, el espíritu estará liberado.
Jeremías 31:33 dice: “Pero éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo”. Necesitamos comparar este versículo con Hebreos 8:10, donde dice: “Pondré Mis leyes en la mente de ellos”. En Jeremías 31:33, la palabra “mente” podría traducirse “interior”, lo cual muestra que la mente es una parte interior. El interior de nuestro ser incluye no sólo la mente, sino también la parte emotiva y la voluntad, las cuales constituyen el corazón. En Jeremías 31:33, el Señor dice que pondrá Su ley en nuestro interior, pero en Hebreos 8:10 la palabra “leyes” es usada. Con el tiempo, la ley llega a ser muchas leyes. Dios, al impartirnos Su vida divina, pone la ley de vida en nuestro espíritu, del cual ésta se extiende a nuestras partes interiores, tales como nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad, y se convierte en varias leyes. La ley de vida llega a ser una ley de la mente, una ley de las emociones y una ley de la voluntad.
Salmos 51:6 dice: “He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría”. De nuevo, lo íntimo incluye la mente, la parte emotiva y la voluntad. La verdad es algo que está en las partes interiores, y la sabiduría está en lo escondido, lo secreto. La sabiduría es más profunda que la verdad. Dios desea que tengamos la verdad en nuestra mente, en nuestra parte emotiva y en nuestra voluntad. En nuestro espíritu, el cual es la parte escondida, el hombre interior escondido en el corazón, El nos hace comprender la sabiduría.
Hemos visto que el Señor quiere sembrarse en nosotros como la semilla de vida. Somos la tierra, el suelo, el terreno vivo. El espíritu está encerrado por el corazón, por eso, si el Señor va a entrar en nosotros, tenemos que abrir nuestro corazón arrepintiéndonos y confesándonos. La palabra “arrepentimiento” en el idioma griego significa tener un cambio en el modo de pensar. Anteriormente, nuestra mente no estaba inclinada al Señor sino a algo diferente, y estaba fija. Ahora tenemos que arrepentirnos, lo cual significa que debemos cambiar nuestro modo de pensar. Esto significa que la mente está abierta al Señor. Después de nuestro arrepentimiento, siempre confesaremos. Debemos confesar todos nuestros fracasos, pecados y defectos al Señor. La confesión es el ejercicio de la conciencia. Cuando nos arrepintamos cambiando nuestro modo de pensar, inmediatamente confesaremos al ejercitar nuestra conciencia. Entonces nuestro corazón se abrirá. Cuando realmente nos arrepentimos ante el Señor y confesamos todos nuestros fallos delante de Dios, inmediatamente nuestras emociones serán conmovidas. Diremos al Señor: “Señor Jesús, te amo”. Cuando se conmueven nuestras emociones, nuestra voluntad toma la decisión de entregarlo todo al Señor. Diremos: “Señor, desde ahora no quiero nada aparte de Ti. Quiero que Tú seas mi objetivo, mi meta y mi único deseo. Sólo deseo ir en pos de Ti”. La mente del corazón tiene un cambio, la conciencia del corazón se abre, y las emociones y la voluntad del corazón responden. De esta manera, todo el corazón llega a estar abierto al Señor, y El puede entrar en nuestro corazón. Al arrepentirnos y confesarnos abrimos nuestro corazón al Señor. Esto se revela en las Escrituras y se comprueba con nuestras experiencias.
Lo triste es que muchos de nosotros, poco después de que el Señor entró en nosotros, le cerramos a El nuestro ser. Por consiguiente, el Señor fue encarcelado en nuestro espíritu y no ha podido hacer Su hogar en nuestro corazón. Después de ser salvos, es posible que nuestras emociones, nuestra voluntad, nuestra mente y nuestra conciencia empezaran a cerrarse ante El. Como resultado, el Señor fue encarcelado en nuestro espíritu. Es por esto que en el Antiguo Testamento así como en el Nuevo el Señor siempre nos llama a arrepentirnos. En las siete epístolas a las iglesias, en Apocalipsis 2 y 3, el Señor les dice a los santos una y otra vez que se arrepientan. Día por día, en las mañanas y las noches, debemos arrepentirnos. Arrepentirnos significa volver nuestra mente al Señor, abrir nuestra mente. Después, nuestra conciencia se ejercitará y hará una confesión cabal de nuestros pecados. Luego nuestras emociones responderán y amarán al Señor y nuestra voluntad lo escogerá. Como resultado nuestro corazón estará completamente abierto al Señor, y el Señor podrá llenarnos consigo mismo. Esta es la manera de resolver los problemas de nuestro corazón para hacer de él la buena tierra donde el Señor como semilla de vida pueda crecer.
Si nos relacionamos con el Señor de esta manera, todas nuestras preocupaciones serán removidas de nuestro ser. Las rocas y los espinos de nuestro corazón serán quitados y nuestro corazón quedará bueno y puro. El enemigo siempre busca las oportunidades para convertir nuestro corazón en el lugar junto al camino. Muchas veces permitimos que algo pise la tierra de nuestro corazón lo cual lo endurece. Tal vez estemos preocupados con nuestra esposa, nuestros hijos o nuestros padres. A veces podemos estar en una reunión escuchando la palabra de Dios, pero ésta no puede penetrarnos. Esto se debe a que nuestro corazón está preocupado. Nuestro corazón puede ocuparse con las cosas terrenales, con las cosas que no son Cristo mismo. Nos puede parecer que cierto hermano o hermana realmente está entregado al Señor, pero no nos damos cuenta que en sus corazones hay rocas escondidas, imposibilitando así que la semilla de vida se arraigue en ellos. También, los espinos, que son las preocupaciones de esta edad, el engaño de las riquezas y la codicia de otras cosas, pueden crecer juntamente con la semilla y ahogar el crecimiento. El Señor está listo y disponible, pero nuestro corazón no está tan disponible. Nuestro corazón no es puro. Es por esto que debemos prestar atención a la condición de nuestro corazón. El corazón tiene que ser purificado.
Hebreos 10:22 nos dice que nuestros corazones necesitan ser purificados de mala conciencia mediante la aspersión de la sangre. Necesitamos una conciencia sin acusación u ofensa. Nuestra conciencia debe ser purificada y limpiada. Entonces nuestro corazón será liberado de toda cosa que le preocupe para que pueda ser la buena tierra del Señor. Todas las cuatro partes de nuestro corazón tienen que ser tocadas. La mente siempre debe volverse al Señor. Las emociones siempre tienen que amar al Señor y ser fervientes y mostrar celo por el Señor. La voluntad debe ser sumisa y flexible y al mismo tiempo fuerte. Finalmente, la conciencia debe ser purificada y no debe tener ninguna ofensa. Entonces tendremos un corazón recto. Debemos tratar de aprender estas lecciones de vida y ayudar a los hijos de Dios a aprenderlas. Estas son las lecciones necesarias con las cuales disfrutamos al Señor.
Además de acudir al Señor y dejar que El obre en nosotros para hacernos puros de corazón, necesitamos profundizarnos más para ser los que son pobres en espíritu. Puede ser que nuestro espíritu no esté vacío y así no hay lugar para que el Señor deposite algo más en nosotros. Según Mateo 5 tenemos que resolver primero los problemas de nuestro espíritu. La primera condición de las nueve bendiciones de Mateo 5 es ser pobre en espíritu. Debemos orar: “Oh Señor, vacíame. Vacía mi espíritu quitando todo lo que no sea Tú. Incluso remueve todas las viejas experiencias de Ti.” No debemos estar llenos de nuestras viejas experiencias de Cristo. Nuestras viejas experiencias de El pueden impedir que experimentemos a Cristo de modo nuevo, fresco y actual. Nuestro espíritu tiene que desprenderse. Esto es la verdadera humildad. Es posible que alguien sea humilde por fuera, y al mismo tiempo ser orgulloso en su espíritu. La verdadera humildad es un asunto del espíritu. Es por esto que Pedro nos dice que necesitamos un espíritu manso y sosegado. La verdadera mansedumbre se tiene en el espíritu. Una persona puede ser tranquila por fuera pero, al mismo tiempo, tener muchas opiniones en su interior.
Día por día, tenemos que aprender cómo acudir al Señor y dejar que El nos haga pobres en espíritu al desprender nuestro espíritu y remover de él todo lo que hemos aprendido en el pasado y todas las viejas experiencias. Si nuestro corazón no está abierto, el Señor no puede dispensarse en nosotros. Si nuestro espíritu está lleno, tampoco puede impartir algo fresco de Sí mismo en nuestro ser. Debemos ser pobres en espíritu y puros de corazón. Necesitamos pedir al Señor que desprenda nuestro espíritu y resuelva los problemas de nuestro corazón. Entonces el Señor podrá obrar en nosotros y habrá bastante espacio en nuestro ser que El puede llenar.
El corazón actúa en cooperación con el espíritu, pero el espíritu es el órgano con el cual recibimos y tocamos directamente al Señor. Si queremos tocar al Señor, debemos ejercitar nuestro espíritu. Si queremos servir al Señor, debemos ejercitar nuestro espíritu. Si deseamos recibir al Señor, o sea recibir más de El en nuestro ser, debemos ejercitar nuestro espíritu. Pero el ejercicio de nuestro espíritu depende de la condición de nuestro corazón. Si la condición de nuestro corazón está mal, nos es difícil ejercitar el espíritu. Hay algo que nunca debemos hacer con los santos de la iglesia, y eso es ser político para con ellos. No debemos tener dos caras, fingiendo actuar de una forma ante un hermano, pero al mismo tiempo socavándole a espaldas de él. Nosotros debemos tener un corazón honrado y sincero si queremos experimentar al Señor. Tenemos que ser fieles, honrados y sinceros. Si nos parece que algo debe decirse, debemos decirlo fielmente y con honradez y decoro. Somos los hijos de Dios, los hijos que están en la luz. Nuestro corazón debe ser honrado y puro. Nuestra conciencia tiene que ser purificada. Si nuestro corazón nos condena, ¿cómo podemos orar de manera adecuada?
Todos necesitamos acudir al Señor para poder aprender cómo resolver todas las cosas negativas que están en nuestro ser. Debemos pedir al Señor que nos conceda un corazón puro y una mente que siempre se vuelva a El y esté puesta en El. Necesitamos pedirle que nos conceda una conciencia que siempre se ejercite en confesar ante El los fracasos y los pecados. Entonces el Señor podrá hacer que nuestras emociones sean fervientes y que muestren celo por El y que nuestra voluntad sea sumisa, flexible y fuerte. También necesitamos acudir al Señor y permitir que El obre en nosotros para hacernos pobres en espíritu. Necesitamos tener hambre y sed de más experiencias frescas, nuevas y actuales del Señor. No debemos dejarnos establecer o arraigar, sino que debemos vaciarnos en el espíritu todo el tiempo. Entonces experimentaremos y disfrutaremos a Cristo, y El tendrá la oportunidad, la capacidad y el espacio para crecer en nosotros. Que el Señor nos conceda un corazón recto y un espíritu recto para que le experimentemos y disfrutemos como el árbol de la vida.