
Lectura bíblica: 2 Co. 3:3, 6, 17-18
En las Escrituras se revela un hecho maravilloso, misterioso y glorioso, a saber, que Dios quiere mezclarse con nosotros los seres humanos. Este hecho maravilloso, glorioso y misterioso es el pensamiento central revelado en las Escrituras. El árbol de la vida, el cual hemos de recibir como nuestro alimento, es el primer cuadro en las Escrituras que nos presenta la intención de Dios. El árbol de la vida tipifica al Dios Triuno —el Padre como fuente, el Hijo como cauce y el Espíritu como fluir— de quien podemos participar y tomar como alimento. El se nos presenta en forma de alimento para que nosotros le recibamos. Entonces será mezclado con nosotros. La mejor manera de permitir que algo se mezcle con nosotros es comerlo. Tenemos que comer pollo para que éste sea mezclado con nuestro ser. Cuando lo comemos, llega a ser parte de nuestro ser, nuestro mismo constituyente. Cuando comemos del Señor, quien es el árbol de la vida, El será uno con nosotros y se mezclará con nosotros.
Otro cuadro que encontramos en las Escrituras es el del cordero (Ex. 12:3-4; Jn. 1:29). La mayoría de los estudiantes de la Biblia sabe que el fin del cordero es redimir. Durante la Pascua, los hijos de Israel inmolaban el cordero, y la sangre del cordero era derramada para la redención de ellos. Bajo la cubierta de la sangre rociada del cordero, los hijos de Israel disfrutaban del cordero al comerlo; comían la carne del cordero. Al cabo de un rato, los hijos de Israel comían todo el cordero. La noche de la Pascua, cada casa tenía un cordero, pero en poco tiempo todos los corderos desaparecían. Llegaban a ser uno con los hijos de Israel. Esto muestra que el cordero fue mezclado con los hijos de Israel.
Hay dos cuadros presentados en 2 Corintios 3 que también muestran que el deseo del corazón de Dios consiste en que El se mezcle con nosotros. El versículo 3 de este capítulo dice: “Siendo manifiesto que sois carta de Cristo redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones de carne”. El primer cuadro nos muestra que somos cartas de Cristo, escritas con el Espíritu del Dios vivo en nuestros corazones. Dice en 2 Corintios 3:18: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. El segundo cuadro, presentado en 2 Corintios 3, muestra que somos espejos y, como tales, miramos y reflejamos la gloria del Señor. Estos dos ejemplos muestran que Dios quiere mezclarse con nosotros.
Cuando la tinta se aplica al papel, se mezcla con el papel. Cristo mismo desea escribirse en nuestro ser para que nos convirtamos en Sus cartas vivas. Una carta de Cristo se compone de Cristo, el contenido mismo, para trasmitir y expresar a Cristo. Todos los creyentes de Cristo deben ser una carta viva de Cristo, de modo que otros puedan leer y conocer a Cristo en su ser. Nuestro corazón, el cual se compone de nuestra conciencia (la parte principal de nuestro espíritu), nuestra mente, nuestras emociones y nuestra voluntad, es la tabla sobre la cual se escriben las cartas vivas de Cristo con el Espíritu viviente de Dios. Esto da a entender que Cristo se escribe en todas las partes de nuestro ser interior con el Espíritu del Dios vivo para hacer de nosotros Sus cartas vivas a fin de expresarse en nosotros y permitir que otros lean a Cristo en nosotros.
Cristo desea escribirse en cada parte de nuestro ser interior, en nuestro corazón, pero es posible que nosotros estemos preocupados por muchas otras cosas. ¿Cómo puede Cristo escribirse en nosotros y en nuestro corazón, cuando éste se preocupe por otras cosas? Tal vez nuestro corazón esté preocupado por nuestra familia, nuestras posesiones materiales, nuestra educación, nuestro trabajo, o nuestras esperanzas para el futuro. Hay muchas cosas que pueden usurpar el lugar que Cristo debiera ocupar en nuestro corazón. ¿Cuántas preocupaciones hay en nuestro corazón, las cuales no dan lugar a Cristo para que El se escriba en nosotros? Además, es posible que nuestro corazón esté cerrado a Cristo. Las preocupaciones de nuestro corazón y el hecho de que éste no esté abierto son dos problemas que requieren solución. Lo inmundo y lo sucio de nuestro corazón también tiene que ser eliminado. ¿Es pura nuestra mente? ¿Están limpias nuestras emociones? ¿Es recta nuestra voluntad? Todos debemos confesar que, hasta cierto grado, hay suciedad en nuestra mente, en nuestras emociones, en nuestra voluntad. Aunque asistamos a las reuniones de la iglesia, necesitamos preguntarnos acerca de cuánto de Cristo ha sido escrito en nosotros. Quizás no haya posibilidad, manera ni oportunidad para que el Señor se escriba en nosotros, porque nuestro corazón está preocupado por muchas otras cosas, cerrado al Señor y sucio e impuro.
Por la misericordia del Señor, necesitamos abrir nuestro ser a El. Cuando abrimos nuestro corazón, El entra. El está esperando que nosotros abramos nuestro ser para que El pueda escribirse en nuestro ser interior. Debemos preguntarnos acerca de nuestra situación y condición ante el Señor y de la relación que tenemos con El.
Hemos visto que el espíritu es la parte más profunda de nuestro ser, el hombre interior escondido en el corazón (1 P. 3:4). Cristo como Espíritu vivificante ha entrado en nuestro espíritu para vivificarnos, regenerarnos y morar en nosotros. Cristo vive en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22). Ezequiel 36:26 nos muestra que el corazón y el espíritu son dos entidades. Dios nos da un corazón nuevo y un espíritu nuevo. El corazón se compone de la mente, la voluntad, la parte emotiva y la conciencia. El Señor quiere escribirse como Espíritu en nuestro corazón, “en tablas de corazones de carne” (2 Co. 3:3). Ya que somos cartas de Cristo, debemos expresar a Cristo. La carta es una expresión. Por tanto, esta carta no está escrita en nuestro espíritu, sino en nuestro corazón para que Cristo sea expresado y otros puedan leerlo. Una persona se expresa con su mente, sus emociones y su voluntad. Si Cristo está escrito sólo en nuestro espíritu, El estará escondido; otros no lo podrán ver ni leer ni será El expresado. Cristo como Espíritu viviente tiene que escribirse en nuestro corazón, el cual incluye nuestra mente, nuestras emociones y nuestra voluntad, para que El sea expresado y visto por otros.
Cristo está en nuestro espíritu como Espíritu vivificante, y como tal, El es la tinta celestial que se escribe en nuestro corazón, el cual incluye la mente, las emociones y la voluntad. Esto significa que Cristo se mezclará con nuestra mente, con nuestra parte emotiva y con nuestra voluntad. Entonces en nuestra mente tendremos la descripción de Cristo, en nuestras emociones, la definición, la explicación de Cristo, y en nuestra voluntad, la expresión de Cristo. Como consecuencia, cuando otros miren nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad, verán a Cristo. El amor de una esposa hacia su marido debe estar lleno de Cristo. Sus emociones deben describir y expresar a Cristo.
Somos las cartas de Cristo escritas por el Espíritu viviente del Dios vivo en nuestro corazón. Las personas deben leer a Cristo en nuestro ser, es decir, en lo que somos. Cuando pensemos, amemos y tomemos decisiones, debe ser la expresión de Cristo. Cuando otros vean manifestados nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestro amor, nuestro odio, las decisiones que tomamos y lo que escogemos, deben ver algo de Cristo en ellos. El hecho de que Cristo como Espíritu del Dios vivo sea escrito en nuestro ser significa que se está mezclando con nosotros. Cristo está en nosotros pero, ¿cuánto de Cristo ha sido escrito en nuestra mente, emociones y voluntad? Puede ser que nuestro corazón esté preocupado. Tal vez escuchemos el ministerio de la palabra y no consigamos nada por estar preocupados.
Por una parte, es fácil desanimarnos cuando miramos la situación que existe entre los hijos del Señor. Los corazones de muchos cristianos son indiferentes para con el Señor y El ha ganado muy poco en ellos. Por otra parte, sigo gozoso de que el Señor esté lleno de gracia, paciencia y misericordia. El Señor continuamente espera oportunidades para mezclarse con nosotros. Cuando invocamos Su nombre, El toma la oportunidad para mezclarse con nosotros un poco. Tengo la certeza de que, tarde o temprano, seremos transformados. Si no somos transformados en esta edad, finalmente lo seremos en la edad venidera. El Señor es soberano y nadie puede detener el cumplimiento de Su propósito eterno. Tal vez Su enemigo le impida un poco, pero esta frustración le da oportunidad para exhibir Su multiforme sabiduría (Ef. 3:10). El Señor realizará Su propósito. El nos ha escogido y nosotros no podemos retirarnos. El nos llamó, nos justificó, nos salvó, nos regeneró y ahora mora en nosotros. Aun si quisiéramos divorciarnos de El, no firmaría los papeles de divorcio.
Tarde o temprano usted será subyugado, convencido, poseído, ocupado y transformado por el Señor. Por mucho que usted ame al mundo hoy, por muy indiferente que sea para con el Señor, por muy frías que sean sus emociones, y por muy obstinada que sea su voluntad, le aseguro que un día el Señor le ganará a usted por completo. El es misericordioso y está esperando. Ha estado esperando dos mil años. Tal vez nos parezca que dos mil años es demasiado tiempo, pero para El, mil años son como un día. Un día El nos purificará y resolverá todos los problemas de nuestro ser. Ahora el Señor está en nuestro espíritu y siempre espera las oportunidades para dispensarse en nosotros, o sea, para ocupar nuestro corazón poco a poco. El Cristo rico y todo-inclusivo está en nosotros como el Espíritu viviente. El es la tinta celestial que espera escribirse en las tablas de carne en nuestro corazón. Cuando nos volvamos a El, el Espíritu viviente escribirá algo de Cristo en nuestra mente, en nuestras emociones y en nuestra voluntad.
El interés principal del Señor no consiste en lo que hacemos sino en lo que somos. El quiere impartirse, es decir, escribirse, en nuestra mente, emociones y voluntad todo el tiempo. Un hermano puede ser bueno en su carácter natural. Puede ser simpático, humilde y muy estable. Después de su salvación, ha sido simpático y humilde todo el tiempo, y agradable a todos. Incluso viene a las reuniones de la iglesia con regularidad. Pero puede ser que este hermano siempre esté cerrado para con el Señor. El Señor está en su espíritu como un prisionero. Externamente, es un hermano muy simpático, y es verdaderamente estable, Pero el Señor no puede escribirse en su corazón porque éste no está abierto a El.
Otro hermano tal vez no sea muy bueno en su carácter natural. Justamente después de ser salvo, se descarrió. Luego regresó al Señor y confesó sus pecados, abriendo su corazón al Señor. Esto le dio al Señor la oportunidad para escribirse en el ser del hermano. Poco después, este hermano se peleó con algunos hermanos. Luego se arrepintió y se dio cuenta de que había cometido un error. Confesó al Señor y de nuevo abrió su corazón y entonces el Señor impartió más de Sí mismo en este hermano. Debemos considerar dónde estarán estos hermanos después de quince años con el Señor. Un hermano es muy simpático, humilde y estable, pero al mismo tiempo está cerrado para con el Señor. El otro hermano no tiene un buen carácter por naturaleza, pero gradualmente se ha forjado en él más y más de Cristo. El Cristo que se ha forjado en él poco a poco absorberá la mala disposición del hermano y éste experimentará una verdadera transformación. Esto muestra que la vida cristiana no tiene nada que ver con lo que uno puede hacer u obrar de manera superficial, sino con una vida de transformación interior.
Debemos cobrar ánimo porque no importa qué tipo de persona seamos, el Señor obrará para cumplir Su propósito de transformación en nosotros. El es misericordioso, y poco a poco El nos cambiará. El nos transformará. No importa lo que usted es o hace externamente, pues yo sé que hay alguien que está trabajando dentro de su interior. Alabémosle por Su obra interior en nosotros. El Señor toma toda oportunidad para escribir, poco a poco, algo de Cristo en nosotros. Puedo testificar, basándome en lo que he observado en los santos, que más de Cristo ha sido escrito en ellos año tras año de manera específica. En la vida de iglesia, debemos mostrarnos pacientes el uno con el otro, porque más y más de Cristo está siendo forjado en nosotros gradualmente. Esta es la obra transformadora del Señor. Una persona, según su carácter, puede ser lenta y otra muy rápida. Pero ante el Señor no hace diferencia. Ser rápido o ser lento no significa nada. Lo que sí tiene significado es que el Señor está escribiéndose en nuestro ser todo el tiempo para transformarnos. En la eternidad todos nosotros seremos las cartas completas de Cristo. En aquel entonces todo lo de Cristo estará escrito en nuestro ser. Sólo Cristo será el contenido de nuestra mente, emociones y voluntad.
El segundo cuadro presentado en 2 Corintios 3 nos muestra que somos espejos y como tales, miramos y reflejamos la gloria del Señor. Somos espejos y miramos a Cristo y le reflejamos, pero el problema yace en que a veces nuestro corazón no está fijo en el Señor. Por consiguiente, tenemos que volver nuestro corazón a El. Cuando nuestro corazón se vuelve al Señor, el velo se quita (2 Co. 3:16). El Señor está esperando para que nosotros volvamos nuestros corazones a El. El mora en nuestro espíritu, y nuestro espíritu es el hombre interior escondido en nuestro corazón. Tenemos que volver nuestro corazón al Cristo que mora en nosotros. Entonces le miraremos y le reflejaremos. Tenemos que volver nuestros corazones a El todo el tiempo, al amanecer y al atardecer, día y noche. Incluso mientras trabajamos o manejamos nuestros automóviles, debemos volver nuestros corazones a El. Cuanto más nos volvamos a El y le miremos, más le reflejaremos y seremos transformados a Su imagen.
Cuando abrimos nuestro ser para mirarle, El como Espíritu viviente se imparte a Sí mismo en nosotros. Cuando miramos al Señor, regresamos al espíritu. Necesitamos apartar los ojos de todo lo que no sea Jesús y mirarle a El, quien es el Espíritu viviente en nuestro espíritu. Cuando le miramos, El tiene la base y la oportunidad para impartirse en nosotros. Cuando se imparte en nosotros, nos transforma.
Cuando el té se añade al agua pura, se mezcla con el agua y transforma el agua en cuanto a su color, su expresión y su sabor. El agua está en el té, y el té está en el agua. De la misma manera Cristo está en nosotros, y nosotros estamos en Cristo. Así como el té y el agua se mezclan, nosotros y Cristo nos mezclamos. El Señor está haciendo una obra en nosotros de mezclarse con nosotros y de transformarnos. La obra del Señor no es calibrar, corregir o mejorar nuestra conducta, sino impartirse a Sí mismo en nuestro ser desde nuestro interior. Cuanto más se imparte en nosotros, más se mezcla con nosotros y más nos transforma.
Somos transformados por el Espíritu viviente. Nos dice 2 Corintios 3:18 que somos transformados en la misma imagen de gloria en gloria como por el Señor Espíritu. El es el Espíritu viviente y está en nosotros, así que debemos prestar atención al Espíritu todo el tiempo. Debemos aprender a abrir nuestro ser a El. Si abrimos nuestro ser, El podrá purificarnos, limpiarnos, saturarnos, impregnarnos, llenarnos, mezclarse con nosotros y transformarnos. La transformación sucede cuando esta Persona viviente se imparte en nosotros cada vez más. El se imparte en nosotros cuando le bebemos, comemos e inhalamos. Comerle, beberle e inhalarle equivale a permitir que El se escriba en nosotros al tener nuestra mirada puesta en El. El es el Espíritu viviente y está esperándonos; por eso, necesitamos aprender a volvernos al Espíritu y abrirle nuestro ser. Entonces El nos saturará, y nosotros seremos transformados.