
Lectura bíblica: 2 Co. 3:16, 18; 4:16; Mt. 16:13-18; Jn. 1:51; 2:16-22; 2, 14:23; Ro. 12:3-5; 1 Co. 1:10-13; 3:9-15; Gá. 6:14-15; Ef. 3:17; 4:4-6, 11-16; Ap. 3:12-13; 4:3a; 21:2, 10-23; 22:1-5
Todos sabemos que el Señor Jesús como Dios eterno existe desde la eternidad hasta la eternidad, pero de todos modos tiene tres etapas. La primera etapa va desde la eternidad pasada hasta el momento de la creación. El creó los cielos, la tierra y al hombre. Todo el universo fue creado por El. En Su obra creadora hizo del hombre el centro. En la eternidad pasada, El era meramente el Hijo unigénito de Dios, quien es igual a Dios y es el segundo de la Trinidad Divina. En el momento de la creación, salió de la eternidad y entró en el tiempo.
Aunque El había salido de la eternidad, no había entrado con Su divinidad en la humanidad. Salió de la eternidad para entrar en el tiempo, pero no vino con Su divinidad a entrar en la humanidad. En Su obra creadora, creó al hombre a Su imagen y conforme a Su semejanza (Gn. 1:26) para llevar a cabo Su propósito. Pero el hombre cayó, y Jehová vino a juzgar al hombre caído. En Su juicio, profirió una profecía con una promesa, esto es, que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente (3:15). En ese momento aunque Adán y Eva odiaban la serpiente, no pudieron hacer nada. Luego oyeron que la simiente de la mujer vendría y heriría la cabeza de la serpiente, así que se entusiasmaron. Pero aunque la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente para castigar a Satanás, de todos modos el hombre tenía el problema del pecado delante de Dios. Por esta razón, Dios inmoló un sacrificio e hizo vestiduras de la piel del sacrificio para que Adán y Eva se las pusieran (v. 21). Antes de ponerse la piel, los dos estaban desnudos (v. 7), sin ninguna cubierta delante de Dios. Después de que Dios les proveyó vestiduras de piel, fueron redimidos y cubiertos. Además, Dios vino personalmente para llegar a ser la simiente de la mujer y destruir a Satanás.
Por tanto, cuatro mil años después de que fue proferida esa profecía con una promesa, Dios vino personalmente. Cuatro mil años más tarde, o sea, hace dos mil años, entró no sólo al tiempo sino que también trajo la divinidad a la humanidad. Ahora no sólo está en el tiempo sino también en la humanidad. El como Dios en la eternidad se encarnó. Juan 1 dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios ... el Verbo se hizo carne” (vs. 1, 14). En ese momento, el hombre creado por Dios estaba caído y había llegado a ser ya carne. Génesis 6:3 dice: “Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne...” Puesto que el hombre había llegado a ser carne y Dios no quería tener nada que ver con la carne, el Espíritu Santo ya no tenía contacto con el hombre.
Este Dios es el Verbo hecho carne, pero sólo tenía la forma de ésta, sin la realidad. Romanos 8:3 dice que El tenía la “semejanza de carne de pecado”. Sólo tenía la semejanza, tal como la serpiente de bronce que fue levantada en el asta tenía sólo la forma de la serpiente pero no el veneno (Nm. 21:4-9; Jn. 3:14). Este era el Dios eterno que entró en la carne. Estuvo en la carne durante treinta y tres años y medio. Esta es Su segunda etapa. La primera etapa está en la eternidad, y la segunda etapa está en la carne hasta que estando en la cruz dijo: “Consumado es” (Jn. 19:30). En la cruz salieron de El sangre y agua (v. 34). La sangre cumple la obra redentora de Dios en el aspecto judicial; el agua cumple la obra salvadora de Dios en el aspecto orgánico.
El Señor Jesús estuvo en la tierra treinta y tres años y medio para cumplir el aspecto judicial de la obra salvadora de Dios, cumpliendo así todo lo que Dios requería conforme a Su justicia. En Su vida de treinta y tres años realizó el aspecto judicial de la obra salvadora de Dios. No hizo nada conforme a Su propia voluntad; todo lo hizo en sujeción al Padre (Jn. 5:19, 30; 8:28) hasta el final cuando fue a la cruz. En ese momento, El sabía que iba a experimentar un sufrimiento grande, así que en Getsemaní oró y conversó con Dios, diciendo: “Padre Mío, si es posible, pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú” (Mt. 26:39). Esto pertenece al lado judicial. Finalmente fue a la cruz, y allí clamó a gran voz diciendo: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?” (27:46). Debemos recordar que en Juan 8:29 el Señor dijo: “El que me envió, conmigo está; El no me ha dejado solo”. El Padre siempre estaba con el Hijo y no lo dejó solo. Pero durante un corto tiempo, cuando estaba en la cruz, preguntó a Dios por qué lo había desamparado. Dios desamparó a Cristo cuando éste estaba en la cruz porque tomó el lugar de los pecadores (1 P. 3:18); llevó nuestros pecados (1 P. 2:24; Is. 53:6) y fue hecho pecado por nosotros (2 Co. 5:21). Cristo efectuó todo esto en la carne. Esta es la segunda etapa.
En el mismo momento en que el Señor Jesús murió en la cruz salió sangre, y con la sangre también salió agua. Ahora las dos fluyen. La sangre está relacionada con el aspecto judicial de la obra salvadora de Dios, mientras que el agua se relaciona con el aspecto orgánico de la obra salvadora de Dios. Cuando el Espíritu Santo nos conmovió, nos arrepentimos, confesamos nuestros pecados y recibimos perdón. Este perdón se basa en el aspecto judicial, representado por la sangre redentora. Pero de todos modos necesitamos el aspecto orgánico de la obra salvadora de Dios, representado por el agua que salió con la sangre, a fin de realizar el propósito eterno de Dios en nosotros. La sangre redime; el agua imparte vida. El Señor, por medio de Su resurrección de los muertos, llegó a ser el Espíritu vivificante, y como tal imparte Su vida en los redimidos para cumplir el aspecto orgánico de la obra salvadora de Dios. Esta es la tercera etapa.
El himno #450 [en el himnario en chino] dice: “El Espíritu engendra el espíritu, y el espíritu adora al Espíritu, así que estoy lleno del Espíritu; El Espíritu llega a ser la palabra que tiene vida abundante, de la cual salen ríos de agua viva”. “El Espíritu engendra el espíritu” significa que Dios es Espíritu y que nosotros tenemos que nacer de El en nuestro espíritu para ser regenerados. Además, puesto que Dios es Espíritu, debemos adorarlo con nuestro espíritu. De este modo estaremos llenos del Espíritu. También, el Espíritu llega a ser la palabra con la vida abundante de la cual fluyen ríos de agua viva. Esta es la conclusión de toda la Biblia: un río de agua de vida que procede del trono de Dios y del Cordero (Ap. 22:1).
Sólo fueron necesarios treinta y tres años y medio para efectuar la obra salvadora de Dios en su aspecto judicial, pero el aspecto orgánico es interminable. El aspecto judicial es muy sencillo, pues consta sólo de cinco puntos, que son: el perdón de los pecados, quitar los pecados por el lavamiento, la justificación, la reconciliación con Dios y la santificación en cuanto a posición. Pero el aspecto orgánico consta de ocho puntos, que son: la regeneración, el pastoreo, la santificación de la forma de ser, la renovación, la transformación, la edificación, la conformación y la glorificación. Estos necesitan ser definidos por las veintidós epístolas desde Romanos hasta Apocalipsis. El Señor Jesús necesita la eternidad para efectuar Su obra orgánica, y los apóstoles necesitan veintidós libros para definirla.
En los mensajes anteriores vimos la obra salvadora orgánica de Dios en la regeneración, el pastoreo, la santificación de la forma de ser y la renovación. En este mensaje veremos la transformación y la edificación.
La transformación no es un cambio ni una enmienda externa, sino la función metabólica de la vida de Dios que mora en los creyentes. La transformación no consiste en que seamos corregidos de forma externa; más bien, es la función del metabolismo en nuestro interior, que se manifiesta exteriormente. Esto se expresa en una línea del nuevo himno compuesto para esta conferencia: “Que se manifieste el metabolismo vital”.
Supongamos que una persona está desnutrida y se ve flaca y enferma. Dicha persona no puede mejorar su aspecto meramente aplicándose maquillaje. Más bien, necesita recibir una buena alimentación; sólo entonces su estado físico mejorará y su semblante espontáneamente se verá sonrosado. Lucas 15 nos dice que cuando el hijo pródigo regresó a casa, le pusieron una vestidura para cubrirlo, pero todavía se veía flaco y enfermo. La vestidura no era suficiente; era necesario que se alimentara del becerro gordo por algunos días. Cuando el metabolismo empezó a obrar en él, naturalmente se puso fuerte y mejoró su semblante. Así pues, la belleza que se obtiene al aplicar cosméticos no es una belleza auténtica; sólo lo que se expresa exteriormente como resultado del metabolismo interior es la salud auténtica y la belleza verdadera.
Si los creyentes están dispuestos a crecer en la vida divina, el elemento de la vida divina aumentará en ellos y se producirá un cambio metabólico. Por tanto, su forma de ser interior sera transformada, y aun su porte exterior será transformado y será conformado a la imagen del Señor. Esto no es un refinamiento moral al examinarse y corregirse el camino uno mismo, como se enseña en el confucianismo en China. Eso es el refinamiento moral del hombre mismo. Cuando somos transformados a la imagen del Señor al mirarlo, esto no es el resultado de refinarnos, sino que es el Señor Espíritu, el Espíritu vivificante que el Señor Cristo llegó a ser en Su resurrección, es el que actúa en nosotros para efectuar un cambio metabólico al añadir a nosotros el elemento de la vida divina (2 Co. 3:18). Esto es una transformación efectuada por el mover y la obra del Señor Espíritu y la vida divina en nosotros.
Si deseamos tener esta clase de transformación, primero debemos quitar las varias clases de velos, que son nuestros viejos conceptos, al volvernos al Señor (2 Co. 3:16) y al mirarlo a cara descubierta y al reflejar como un espejo Su gloria (v. 18). Los judíos tenían el problema de tener un grueso velo sobre su corazón. Si tenemos un velo, no podemos ser transformados. Pero cuando nuestro corazón se vuelve al Señor, se quita el velo. Luego nosotros como un espejo podemos mirar al Señor a cara descubierta. Como consecuencia, lo que se expresa por medio de nosotros, un espejo, es la imagen gloriosa del Señor. De este modo somos transformados en la misma imagen del Señor de un nivel de gloria a otro nivel de gloria, para Su expresión.
Es por el Señor Espíritu, es decir, por el Cristo que es el Espíritu vivificante, que los creyentes son transformados en la misma imagen del Señor. Este Espíritu contiene la abundante suministración, la cual viene a ser nuestro nuevo elemento. Pablo dijo que vivía a Cristo y lo magnificaba gracias a la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo (Fil. 1:19-21a). Si vivimos por nuestra vida natural, no podemos ser transformados ni podemos magnificar a Cristo. La abundante suministración del Espíritu de Jesucristo es un elemento que está en nosotros. Cuando esta abundante suministración entra en nosotros, empieza el proceso interior del metabolismo y produce una manifestación exterior. La gente verá que lo manifestado a través de nosotros no es nosotros sino Cristo. Debemos disfrutar de la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo y dejar que El obre en nosotros. Esta es la transformación.
Supongamos que usted y otro hermano viven juntos. Todos los días ese hermano tiene el avivamiento matutino, ora, lee la Biblia y medita en la palabra del Señor. Después de un tiempo, sin duda usted verá que alguna transformación ocurrirá en él. Normalmente me despierto temprano en la mañana, como a las cuatro o las cinco, y medito en la palabra del Señor. Luego viene el Espíritu Santo, y después la luz. Cuando toco a Cristo como Espíritu, Su elemento entra en mí y produce una acción metabólica en mí. Esto es similar al metabolismo que ocurre en nuestro cuerpo. Después de comer algún alimento y recibir un buen elemento, los elementos del alimento llegan a ser nuestro elemento por medio de la digestión y la asimilación, así que parecemos radiantes y llenos de energía. Si usted toca al Señor día tras día y deja que Su elemento entre en usted, el metabolismo espontáneamente obrará en usted para transformarlo y hacerlo igual a El.
Cuando tenemos problemas en nuestra vida diaria, no tenemos que pedir consejo a los demás, porque tenemos un espíritu, y porque el Señor quien es el Espíritu que mora en nuestro espíritu está muy cerca a nosotros. Así que podemos hacerle cualquier pregunta, sin tener que recurrir a un teléfono o una máquina de facsimiles, ya que El puede hablar con nosotros desde nuestro interior. Usted puede hablar con El y consultarle todo a El. La Palabra del Señor dice: “Por nada estéis afanosos, sino en toda ocasión sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios por medio de oración y súplica, con acción de gracias” (Fil. 4:6). Por tanto, si tiene algún problema, simplemente debe decirle. El está en usted, y puede conversar con usted cara a cara. El Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— está en nosotros no para perturbarnos, sino para ser nuestro Paracleto, Consolador y Apoyo. Siempre oro diciendo: “Oh Señor, ahora voy a dar un paseo. Apóyame, sostenme y fortaléceme”. Esto es beber al Señor. De este modo soy salvo de ansiedad. Cuando le sobrevenga ansiedad, debe decir: “Oh Señor, esta ansiedad es Tuya, y no mía; te la doy a Ti porque Tú la llevaste por mí”. Entonces recibirá el elemento del Señor, y el metabolismo obrará constantemente en usted. Como consecuencia, lo que se expresa a través de usted exteriormente será Cristo. En esto consiste vivir a Cristo. Los que no conocen este secreto piensan que es difícil vivir a Cristo. En realidad, todo lo que necesitan hacer es conversar con el Señor constantemente; entonces espontáneamente vivirán a Cristo.
Finalmente, la transformación requiere que el hombre exterior de los creyentes se desgaste (sea consumido) a fin de que su hombre interior se renueve de día en día (2 Co. 4:16). Esto no requiere que nosotros lo hagamos por nuestros propios medios; al contrario, el Señor obra en nuestras circunstancias para consumir nuestro hombre exterior. Cuando el hombre exterior es consumido, se desgasta, el hombre interior se renueve de día en día. Dios siempre nos da el cónyuge apropiado en nuestro matrimonio. Cuando una persona joven empieza a escoger su cónyuge, se esfuerza mucho y sigue muchos principios. Después de mucha consideración, con el tiempo escoge a alguien. Aunque las personas a su alrededor no estén de acuerdo con su elección, no saben que es el arreglo de Dios. Después de que los dos se casan, empiezan a tener encuentros desde la primera noche. Uno no puede dormir si las ventanas no están abiertas, mientras que el otro se resfría cuando las ventanas están abiertas. Cuando no encuentran una solución en su conversación, empiezan a discutir. En esto consiste el consumir mutuo entre el esposo y la esposa. Cuanto más el esposo es consumido por la esposa, más espiritual llega a ser. Lo mismo es válido en la vida de iglesia. Cuando algunas personas sirven en coordinación, siempre hay alguien con una personalidad insoportable. Aun si éste es el caso, usted no debe enojarse, así que tiene que perseverar, a veces hasta el punto de enfermarse. El Señor dispone esta clase de situación para que se desgaste nuestro hombre exterior a fin de que nuestro hombre interior se renueve. De este modo somos transformados.
Después de la transformación, veremos la edificación en el aspecto orgánico de la obra salvadora de Dios.
La transformación de los creyentes en la vida divina los une y los entrelaza con otros creyentes como comiembros de Cristo por su crecimiento en la vida divina. Cuando son unidos y entrelazados así, esto llega a ser la edificación de Dios-hombres con otros Dios-hombres en la vida divina.
La edificación en la vida divina es la edificación del muro de jaspe en la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, la cual no es resultado de poner una pieza de jaspe sobre otra, sino de la unión de todas las piedras de jaspe por el Espíritu transformador. Esta edificación también es la edificación a la cual se refiere Efesios 4:15-16, el resultado de que en la Cabeza, Cristo, los miembros crezcan en todo, es decir: “todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”.
La edificación del Cuerpo de Cristo mencionada en el Nuevo Testamento es la edificación producida al ser unidos y entrelazados en la vida divina los creyentes. Esta clase de edificación que es primeramente llevada a cabo en el Cuerpo de Cristo tendrá su consumación en la edificación de la ciudad santa, la Nueva Jerusalén. Esta clase de edificación es un testimonio y una gran manifestación de la vida divina en función, es decir, la manifestación de la gloriosa imagen de Dios que se parece al jaspe (Ap. 4:3a).
En cuanto al edificio de Dios en la tierra hoy, la Nueva Jerusalén contiene suficiente revelación, enseñanza, instrucción y advertencia. Las mencionamos ahora brevemente.
Primero, en Mateo 16 después de que el Señor nos condujo a conocerlo a El como el Cristo, el Hijo del Dios viviente, inmediatamente nos dijo que sobre el fundamento de que le conocemos, El edificaría Su iglesia para prevalecer sobre las puertas del Hades (vs. 13-18).
En segundo lugar, en Juan 1:51 el Señor nos dijo de modo implícito que el pueblo errante de Dios en la tierra necesitaba una casa edificada de Dios en la tierra que sirviera como base de Su escalera celestial en la tierra, para traer el cielo a la tierra y unir la tierra con el cielo. En el capítulo dos declaró que la casa de Dios es edificada por El en resurrección con Su vida y poder de resurrección (vs. 16-22). Luego en 14:23 les dijo a Sus discípulos íntimos que El y Su Padre irían a los que les aman para hacer una morada con ellos (cfr. 14:2).
En tercer lugar, en Romanos 12 el apóstol nos exhortó a pensar de nosotros con cordura, conforme a la medida de fe que Dios ha repartido a cada uno, para que podamos ser coordinados con todos los miembros como un solo Cuerpo, a saber, el edificio de Dios (vs. 3-5).
En cuarto lugar, en 1 Corintios 1 el apóstol condenó el sectarismo y nos instó a guardar la unidad en Cristo (vs. 10-13). En el capítulo tres dijo que éramos la tierra cultivada de Dios, el edificio de Dios. Necesitamos cultivar a Cristo como trigo y ser transformados en oro, plata y piedras preciosas, el elemento de la Trinidad Divina, y así edificar la iglesia de Dios sobre el fundamento que ya fue puesto, el cual es Jesucristo. De otro modo, si participamos en la obra edificadora de Dios por la carne (la madera), conforme a la voluntad del hombre (el heno), y conforme a las prácticas de la gente mundana (la hojarasca), nuestra obra será consumida por el Señor, y nosotros sufriremos pérdida (vs. 9-15).
En quinto lugar, Gálatas nos muestra que todo nuestro proceder y obra debe pasar por la muerte y la resurrección en Cristo para que seamos librados de la vieja creación y lleguemos a ser la nueva creación con miras al edificio de Dios en la tierra (6:14-15).
En sexto lugar, Efesios, un libro que trata específicamente de la iglesia como Cuerpo de Cristo, recalca la edificación del Cuerpo. Efesios 3:17-19 dice que Cristo desea hacer Su hogar, edificar Su morada, en nuestros corazones para que seamos llenos de Dios hasta Su plenitud para Su expresión.
Además, el capítulo cuatro nos revela que el Cuerpo de Cristo es un organismo constituido y edificado con el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— y Su pueblo redimido, con el Padre como fuente, el Señor como elemento y el Espíritu como esencia, los factores intrínsecos, y con los creyentes que Dios escogió, regeneró y transformó a fin de que sean la estructura exterior. Sin duda, esto es el edificio que resulta de la coordinación de los creyentes que Dios escogió y transformó y el Dios Triuno procesado (vs. 4-6).
El capítulo cuatro también nos muestra que necesitamos ser perfeccionados hasta que lleguemos a ser maduros en Cristo y uno en la fe, sin ser sacudidos o zarandeados por los vientos de las enseñanzas diferentes. Sólo de este modo puede el Cuerpo de Cristo ser edificado (vs. 11-14). El mismo capítulo también nos exhorta a crecer en todo en la Cabeza, Cristo, para que a partir de El “todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, cause el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor” (vs. 15-16).
En séptimo lugar, en Apocalipsis 3:12-13 el Señor prometió al que venza que lo haría una columna en el templo de Su Dios para que fuera uno con Dios, con la Nueva Jerusalén y con el Señor en Su nuevo nombre.
Finalmente, en Apocalipsis 21 y 22 el Dios escondido y misterioso presenta al apóstol Juan la Nueva Jerusalén en su totalidad como consumación de todas las revelaciones, visiones, tipos y profecías de las santas Escrituras, incluyendo tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo. La ciudad santa, la cual estaba escondida desde los siglos en Dios, quien creó todas las cosas y al hombre, y que fue vista por Juan, es la morada (el tabernáculo) del Dios Triuno en la eternidad. Está constituida del Dios Triuno procesado y consumado como la ciudad misma —la naturaleza del Padre como oro es la base; las perlas producidas por el Hijo en la secreción de Su vida de resurrección por medio de Su muerte y resurrección son las puertas, y las piedras preciosas, específicamente el jaspe, transformadas por el Espíritu transformador son el muro y los fundamentos— y Sus elegidos redimidos, regenerados, santificados, renovados y transformados. En la ciudad hay un trono como centro para el reinado del reino eterno de Dios; Dios y el Cordero son el templo en la ciudad como el lugar donde Sus elegidos pueden adorarle y servirle y como su morada; Dios y el Cordero están allí como la luz de la ciudad; el río del agua de la vida (el Espíritu) fluye del trono, del centro, para regar toda la ciudad y satisfacer su sed; y Cristo está allí como el árbol de la vida que crece en el río del agua de la vida y produce nuevo fruto en abundancia como la suministración para toda la ciudad a fin de satisfacerla y darle gozo. Esta ciudad santa maravillosa e inescrutable llega a ser la morada mutua de Dios y Sus elegidos en la eternidad como el agrandamiento y la expresión de Dios por la eternidad.
Pregunta: ¿Qué diferencia hay entre la santificación del modo de ser y la transformación?
Respuesta: La santificación del modo de ser es un cambio en la manera de ser, un cambio específico de ésta. Todos tienen un modo peculiar y raro de ser, y no hay excepción. Después de ser santificados, nuestro viejo modo de ser peculiar y raro es cambiado y llega a ser apropiado y corresponde a la naturaleza de Dios. Mientras que la transformación es la manifestación exterior como resultado del metabolismo de la vida en nosotros. La santificación de nuestro modo de ser cambia nuestra manera rara de ser, mientras que la transformación absorbe todas nuestras debilidades por el metabolismo, produciendo así una manifestación exterior.
Pregunta: ¿Cuándo alcanzamos la madurez en vida? ¿Cuando el Señor regrese u hoy?
Respuesta: La madurez es un asunto diario, pero nadie se atreve a determinar el grado de madurez. Pablo dijo: “Porque no estoy consciente de nada en contra mía, pero no por eso soy justificado; pero el que me examina es el Señor. Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor” (1 Co. 4:4-5). Si un mes después de oír este mensaje usted piensa que ha madurado mucho, esto demuestra que no es maduro. Los inmaturos siempre piensan que son maduros. Por el contrario, los maduros son humildes y piensan que no son maduros y les falta mucho.
Pregunta: Fuimos regenerados en la vida y cambiados en nuestra manera de ser por la vida y la naturaleza de Dios. Entonces, ¿por qué todavía necesitamos ser transformados en nuestra mente durante toda nuestra vida?
Respuesta: Dios no usa nuestra vida natural; sólo usa Su propia vida. Dios nos generó en la vida, pero nuestro modo de ser no es apropiado, así que nos santifica con Su naturaleza santa. Además, nos transforma metabólicamente desde nuestro interior para que tengamos la expresión exterior de la imagen divina. Esta es la obra del aspecto orgánico de la obra salvadora de Dios. Dios lleva a cabo esta obra orgánica con Su vida, con Su naturaleza y con la expresión de Su imagen. La consumación de la obra de Dios consiste en que seamos conformados y glorificados. Pero todo esto se tiene que llevar a cabo mediante la transformación por la renovación de la mente. Por ejemplo, la Biblia nos muestra claramente que [los tres del] Dios Triuno coexisten y moran mutuamente por la eternidad, pero muchos de los que están en el cristianismo insisten en que existen tres Dioses separados. Otro ejemplo está relacionado con 1 Corintios 15:45, el cual dice claramente que el postrer Adán se hizo Espíritu vivificante, pero muchos de los que están en el cristianismo dicen que Cristo y el Espíritu Santo son dos. Esto muestra que si nuestra mente no se vuelve, no se renueva y no es transformada, no podemos entender la Biblia. La transformación de nuestra mente requiere la vida entera.