
En este mensaje consideraremos algo más con respecto a la obra de Dios en la nueva dispensación, en Su nuevo arreglo administrativo.
La obra de Dios en la nueva dispensación incluye Su paso por la muerte en el Hijo. Esto es lo que indica la frase la sangre de Jesús Su Hijo en 1 Juan 1:7. La sangre derramada en la cruz para nuestra redención no solamente fue la sangre de Jesús, sino también la sangre del Hijo de Dios. Esto implica que mientras Jesús moría en la cruz, Dios pasaba por la muerte en Él.
Es significativo que 1 Juan 1:7 hable de “la sangre de Jesús Su Hijo”. El nombre Jesús denota la humanidad del Señor, la cual era necesaria para el derramamiento de la sangre redentora en favor de los hombres, y el título Su Hijo denota la divinidad del Señor, la cual es necesaria para que la sangre redentora tenga eficacia eterna. Por tanto, la sangre de Jesús Su Hijo indica que esta sangre es la sangre apropiada de un verdadero hombre para la redención de los hombres caídos y cuenta con la garantía divina para su eterna eficacia, eficacia que prevalece sobre todas las cosas en el espacio y es imperecedera en el tiempo. Por tanto, la redención lograda por el Dios-hombre es una redención eterna (He. 9:12).
Otro versículo que indica que Dios pasó por la muerte en el Hijo es Hechos 20:28: “Para pastorear la iglesia de Dios, la cual Él ganó por Su propia sangre”. Dios obtuvo la iglesia al pagar el precio de “Su propia sangre”. “Su propia sangre” denota la sangre de Dios, lo cual demuestra el hecho de que Dios murió en la cruz.
Hace más de dos siglos, Charles Wesley escribió un himno que declara que Dios murió por nosotros. En este himno Wesley dice:
¡Asombroso amor! ¿Cómo es posible Que Tú, mi Dios, murieras por mí?
En este himno Wesley procede a decir: “¡Esto es un misterio total! ¡El Inmortal murió!”. Aquí Wesley declara que Dios murió por nosotros. Charles Wesley vio la visión acerca de esto y declaró en su himno que Dios murió por nosotros.
El Dios que murió por nosotros no es el Dios de antes de la encarnación. Antes de la encarnación, ciertamente Dios no tenía sangre propia y Él no podría haber muerto por nosotros. Fue después de la encarnación, en la cual Dios se mezcló con la humanidad, que Él murió por nosotros. Por medio de la encarnación, nuestro Dios, el Creador, el Eterno, Jehová, se mezcló con el hombre. Como resultado de ello, Él ya no era solamente Dios, sino que Él llegó a ser un Dios-hombre. Como Dios-hombre, Él ciertamente tenía sangre y podía morir por nosotros.
Cuando Dios juzgó como nuestro Sustituto al Cristo que fue hecho pecado por nosotros y que llevó sobre Sí nuestros pecados, Dios lo desamparó económicamente. Al respecto, Mateo 27:45-46 dice: “Desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?”. La hora sexta corresponde a las doce del día, y la hora novena corresponde a las tres de la tarde. El Señor Jesús fue crucificado a la hora tercera, es decir, a las nueve de la mañana (Mr. 15:25) y sufrió en la cruz por seis horas. Durante las primeras tres horas Él sufrió la persecución por parte de los hombres a causa de haber hecho la voluntad de Dios; durante las últimas tres horas Él fue juzgado por Dios para efectuar nuestra redención. Durante este período Dios lo consideró nuestro Sustituto, quien sufrió por nuestro pecado (Is. 53:10). Por tanto, hubo tinieblas sobre toda la tierra a causa del juicio que era ejecutado sobre nuestro pecado, nuestros pecados y todas las cosas negativas, y Dios desamparó a Cristo a causa de nuestro pecado. Dios desamparó a Cristo en la cruz porque Él tomó el lugar de los pecadores (1 P. 3:18) al llevar sobre Sí nuestros pecados (2:24; Is. 53:6) y al ser hecho pecado por causa de nosotros (2 Co. 5:21). Esto significa que Dios juzgó a Cristo como nuestro Sustituto por nuestros pecados. A los ojos de Dios, Cristo fue hecho un gran pecador. Debido a que Cristo era nuestro Sustituto e incluso era pecado a los ojos de Dios, Dios lo juzgó y aun lo desamparó.
Según los cuatro Evangelios, el Señor Jesús estuvo en la cruz durante seis horas. Durante las primeras tres horas, los hombres cometieron muchas injusticias con Él. Él padeció la persecución y mofa de los hombres. Por tanto, durante las tres primeras horas el Señor padeció el trato injusto de los hombres. Pero a la hora sexta, al mediodía, Dios intervino y hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena, esto es, hasta las tres de la tarde. Que las tinieblas sobrevinieran sobre toda la tierra fue causado por Dios mismo, y en medio de estas tinieblas el Señor exclamó lo que consta en Mateo 27:46. Cuando el Señor sufría la persecución de los hombres, Dios permaneció de Su lado, y Jesús disfrutaba de la presencia de Dios. Pero al finalizar las primeras tres horas, Dios le desamparó y hubo tinieblas. Al no poder tolerar esto, el Señor clamó a gran voz: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?”. Como ya dijimos, Dios lo desamparó porque Él era nuestro Sustituto, quien llevaba sobre Sí nuestros pecados. Isaías 53 revela que éste fue el tiempo durante el cual Dios puso nuestros pecados sobre Él. En esas tres horas, del mediodía a las tres de la tarde, el Dios justo puso todos nuestros pecados sobre nuestro Sustituto y lo juzgó justamente por nuestros pecados. Dios lo desamparó porque durante esas horas Él era un pecador en la cruz; Él incluso fue hecho pecado. Por un lado, el Señor llevó sobre Sí nuestros pecados; por otro, Él fue hecho pecado por nosotros. Por tanto, en conformidad con Su justicia, Dios lo juzgó y lo desamparó económicamente.
El Señor nació del Espíritu que engendra —quien es Dios mismo que llega hasta el hombre—, como esencia divina, el cual jamás abandonó al Señor esencialmente. Incluso mientras el Señor estaba en la cruz clamando: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?”, Él seguía teniendo consigo al Espíritu que engendra (Dios mismo en el sentido esencial) como esencia divina. Entonces, ¿quién lo desamparó? El Señor fue desamparado por el Espíritu que unge (Dios en el aspecto económico), por medio de quien Él se ofrecería como Dios-hombre para constituir el sacrificio todo-inclusivo presentado a Dios (He. 9:14), quien lo abandonó económicamente. Una vez que Dios aceptó a Cristo como ofrenda todo-inclusiva, el Espíritu que unge lo abandonó; pero aunque el Espíritu que unge lo abandonó económicamente, el Señor todavía tenía consigo esencialmente al Espíritu que engendra.
Cuando el Señor Jesús, el Dios-hombre, murió en la cruz bajo el juicio de Dios, Él tenía a Dios dentro de Sí esencialmente como Su propio ser divino; no obstante, Él fue desamparado económicamente por el Dios justo y que juzga.
Como parte de Su obra en Su nuevo arreglo administrativo, o economía, Dios condenó al pecado en la carne mediante la muerte de Cristo en la carne. Al respecto, Romanos 8:3 dice: “Porque lo que la ley no pudo hacer, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado, condenó al pecado en la carne”. Aquí vemos que Dios, enviando a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado, condenó al pecado en la carne. Dios resolvió el problema del pecado al enviar a Su propio Hijo “en semejanza de carne de pecado”. Cristo se hizo carne (Jn. 1:14), pero Él tenía únicamente la semejanza de la carne de pecado. No había pecado en Su carne. Él únicamente tenía la semejanza de la carne de pecado, mas no la naturaleza pecaminosa de la carne de pecado.
La frase semejanza de carne de pecado contiene tres palabras importantes: semejanza, carne y pecado. Si solamente dijera “carne de pecado”, ello indicaría la carne pecaminosa; sin embargo, Pablo añade las palabras en semejanza, lo cual indica que en la naturaleza humana de Cristo no había pecado, aun cuando tal naturaleza tenía la semejanza, la apariencia, de la carne de pecado. Más aún, Pablo no dice que Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne y se detiene allí, sino que añade las palabras de pecado. La palabra semejanza denota claramente que la humanidad de Cristo no tenía pecado, pero esta humanidad todavía guardaba cierta relación con el pecado.
Al realizar la obra de condenar el pecado en la carne por medio de la muerte de Cristo en la carne, Dios fue sabio. Él sabía que no debía enviar a Su Hijo a ser la carne de pecado, pues de haberlo hecho, Su Hijo se vería involucrado con el pecado. Por tanto, Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado, según es tipificado por la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto (Nm. 21:9), tal como lo mencionó el propio Señor en Juan 3:14. Lo dicho por el Señor en Juan 3:14 indica que la serpiente de bronce lo tipificaba a Él mismo, quien fue a la cruz en nuestro lugar. Cuando Jesús estuvo en la cruz, a los ojos de Dios Él tenía la forma de la serpiente. Satanás es la serpiente, y el pecado —que fue inyectado en el cuerpo del hombre y que trasmutó dicho cuerpo en la carne de pecado— es la naturaleza de Satanás. Por tanto, la carne de pecado en realidad significa la carne con la naturaleza de Satanás. La Biblia dice que Jesús, el Hijo de Dios, se hizo carne. Sin embargo, esto de ninguna manera significa que Cristo hubiera sido hecho carne poseedora de la naturaleza de Satanás, pues Romanos 8:3 dice que Dios le envió en semejanza de carne de pecado, dando a entender que Cristo tomó únicamente la semejanza de la carne de pecado mas no la naturaleza pecaminosa propia de la carne de pecado.
En otro versículo, 2 Corintios 5:21, Pablo dice que Cristo es Aquel “que no conoció pecado”. Esto significa que Él no tenía pecado ni conocía el pecado, ya sea por haber tenido contacto con él o por experiencia personal (cfr. Jn. 8:46; 1 P. 2:22; He. 4:15; 7:26). No obstante, en 2 Corintios 5:21 también se nos dice que a Aquel que no era pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros. Aunque este versículo afirma que Cristo fue hecho pecado, esto no quiere decir que Él era pecaminoso en Su naturaleza, pues Él fue enviado solamente en semejanza de carne de pecado. La serpiente de bronce tenía la forma de la serpiente, pero no tenía el veneno de la serpiente. Cristo fue hecho pecado en cuanto a forma. En Él no había pecado; Él no tenía nada que ver con la naturaleza del pecado. Él únicamente fue hecho en semejanza de carne de pecado para beneficio nuestro.
Romanos 8:3 no solamente dice que Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado, sino también que Dios le envió “en cuanto al pecado”. Esta expresión del griego ha sido traducida por algunas versiones así: “como ofrenda por el pecado”. El pensamiento de Pablo es que el pecado constituye un problema para nosotros y hace que nuestra carne sea débil ante la ley (Ro. 8:3a). No solamente nuestra carne, sino también el pecado tiene que ser eliminado. Así que Dios envió a Su Hijo no solamente en semejanza de carne de pecado, sino también en cuanto al pecado, esto es, por causa del pecado, por causa del problema del pecado. De este modo, Dios condenó el pecado y puso fin a nuestra carne para resolver tal problema.
El pecado fue condenado en la carne de Cristo sobre la cruz. El pecado es la naturaleza de Satanás. La naturaleza de Satanás, esto es, el pecado, estaba en la carne, y Cristo tomó la semejanza de carne de pecado, la semejanza de la carne en la cual el pecado —la naturaleza de Satanás— habitaba. Después, Cristo llevó esta carne a la cruz y la crucificó allí. De este modo, Dios condenó al pecado en la carne por medio de la muerte de Cristo en la carne.
El pecado en la carne condenado por Dios puede ser llamado el pecado personificado. Este pecado personificado está descrito en Romanos capítulos del 5 al 7, donde se nos dice que el pecado reina (5:21; 6:12), que puede enseñorearse de nosotros (v. 14), que nos engaña (7:11) y que mora en nosotros (vs. 17, 20). Este pecado personificado que está en la carne, el cual puede empujarnos a hacer cosas contrarias a nuestra voluntad, es en realidad el propio Satanás que opera en nuestra carne pecaminosa. Por tanto, cuando Dios condenó al pecado en la carne, Él también destruyó a Satanás, el diablo (He. 2:14).
Cuando el Señor Jesús fue crucificado, Dios rasgó el velo para abrir el camino al Lugar Santísimo. Mateo 27:51 dice: “He aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo”. Esto significa que la separación entre Dios y el hombre fue abolida, pues la carne (representada por el velo) de pecado, cuya semejanza Cristo había tomado (Ro. 8:3), fue crucificada (He. 10:20). La expresión de arriba abajo indica que el velo fue rasgado por Dios desde lo alto. Debido a que el pecado había sido juzgado y la carne de pecado había sido crucificada, la separación entre Dios y el hombre fue eliminada. Ahora el camino para entrar en la presencia de Dios está abierto a nosotros.
Hebreos 10:19-20 también nos habla del velo que fue rasgado para abrirnos el camino a fin de que entremos en el Lugar Santísimo: “Así que, hermanos, teniendo firme confianza para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús, entrada que Él inauguró para nosotros como camino nuevo y vivo a través del velo, esto es, de Su carne”. Hoy en día el Lugar Santísimo está en los cielos, donde está el Señor Jesús (He. 9:12, 24). Entonces, ¿cómo podemos entrar en él si todavía estamos en la tierra? El secreto reside en nuestro espíritu (4:12). El Cristo que está en los cielos ahora también está en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22). Él, como la escalera celestial (Gn. 28:12; Jn. 1:51), une nuestro espíritu a los cielos y trae el cielo a nuestro espíritu. Siempre que nos volvemos a nuestro espíritu, entramos en el Lugar Santísimo, y aquí nos reunimos con Dios quien está en el trono de gracia.
Según Hebreos 10:20, entramos en el Lugar Santísimo por medio de un camino nuevo y vivo, el cual Cristo inauguró para nosotros a través del velo, esto es, de Su carne. El camino para entrar al Lugar Santísimo ha sido abierto. La palabra griega traducida “nuevo” en este versículo significa recién inmolado. Mediante la muerte de Cristo en la cruz, el camino ha sido recién inmolado para nosotros. ¿Qué fue inmolado? No solamente la carne, sino toda la vieja creación. En este versículo el velo, el cual es la carne de Cristo, representa la vieja creación, la cual nos incluye a nosotros. En el velo estaban los querubines (Éx. 26:31) que representan a los seres creados (Ez. 10:15). Cuando el velo fue rasgado, los querubines también fueron rasgados, lo cual significa que cuando la carne de Cristo, tipificada por el velo, fue crucificada, todos los seres creados también fueron crucificados con Su carne. Ya vimos que cuando el Señor Jesús murió, el velo en el templo fue rasgado de arriba abajo, lo cual significa que el velo fue rasgado por Dios en los cielos. La vieja creación ha sido inmolada, y Dios ha inaugurado un camino nuevo y vivo para que entremos en el Lugar Santísimo. Ahora, a través del velo de la carne que fue rasgado y por la sangre de Jesús, podemos entrar en el Lugar Santísimo.
El velo en Hebreos 10:20 es el segundo velo (9:3) dentro del tabernáculo, el cual, como vimos, tipifica la carne de Cristo. Cuando la carne de Cristo fue crucificada, este velo fue rasgado, con lo cual el camino fue abierto para nosotros quienes estábamos excluidos de Dios, a quien el árbol de la vida representa (Gn. 3:22-24), a fin de que entremos en el Lugar Santísimo para contactar a Dios y tomarlo como árbol de la vida para nuestro disfrute.
Cuando Cristo fue crucificado, Dios anuló el código escrito que consistía en ordenanzas al clavarlo en la cruz. Refiriéndose a Dios mismo, Colosenses 2:14 dice: “Anulando el código escrito que consistía en ordenanzas, que había contra nosotros y nos era contrario; y lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz”. La palabra griega aquí traducida “anulando” también puede ser traducida: quitando, eliminando, borrando o aboliendo (un decreto legal). La palabra griega para “código escrito” denota un documento legal, un contrato. Aquí se refiere a la ley escrita. Las ordenanzas, o decretos, hacen referencia a la ley en su aspecto ceremonial con sus rituales, los cuales son formalismos o maneras de vivir y adorar. Estas ordenanzas Dios las ha eliminado al clavarlas en la cruz. Esto equivale a abolir la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas (Ef. 2:15).
Las ordenanzas, los rituales y las ceremonias de la ley han sido crucificadas en la muerte de Cristo. No solamente el pecado, el hombre natural, el mundo y Satanás fueron crucificados, sino que también la ley fue crucificada. Al mismo tiempo que hombres malvados crucificaban a Cristo, Dios clavaba en la cruz la ley. Aunque la ley había sido dada por Dios por medio de ángeles, Dios mismo la clavó a la cruz de Cristo. Así como el pecado fue condenado (Ro. 8:3), también la ley fue crucificada. Dios no desea que la ley siga interponiéndose entre nosotros y Cristo. Lo que Él desea es que nosotros vivamos juntamente con el Cristo resucitado sin interrupción.
Colosenses 2:15 dice: “Despojándose de los principados y de las autoridades, Él los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”. El pronombre Él aquí se refiere a Dios mismo. Cuando Cristo estaba en la cruz, Dios no solamente anuló las ordenanzas de la ley, sino que también se despojó de los principados y de las autoridades, y los exhibió públicamente triunfando sobre ellos. Los principados y las autoridades son ángeles malignos, los ángeles caídos que son subordinados de Satanás y trabajan para él. Mientras el Señor Jesús moría en la cruz, estos principados y autoridades, estos ángeles caídos, estaban muy ocupados. En realidad, durante el tiempo de la crucifixión de Cristo había un conflicto espiritual invisible entre Dios y estos principados y autoridades malignos. Dios obtuvo la victoria despojándose de los principados y autoridades e hizo exhibición pública de ellos al triunfar sobre ellos en la cruz.
Después que Dios creó los cielos, la tierra y otras cosas en el universo, un arcángel se rebeló, y muchos ángeles le siguieron. Este arcángel se convirtió en Satanás, y sus seguidores se convirtieron en los principados, potestades y autoridades malignos en los cielos. Después que el hombre fue creado, Satanás indujo al hombre a caer y volverse pecaminoso. La rebelión de los ángeles y la caída del hombre pusieron a Dios en una situación difícil. La manera en que Dios confrontó esta dificultad fue la cruz. Primero, Dios se hizo hombre, revistiéndose de humanidad. Después Cristo, Dios encarnado, fue a la cruz y fue crucificado. Mientras Él moría en la cruz, muchas cosas tuvieron lugar. Dios juzgó al pecado y al viejo hombre pecaminoso. Al mismo tiempo, Él clavó la ley a la cruz. Cuando Dios clavaba la ley a la cruz, los ángeles malignos estaban presentes y estaban muy activos; pero Dios se despojó de ellos por medio de la cruz.
Mientras Cristo trabajaba en la cruz para efectuar la redención, Dios estaba trabajando. En el momento de la crucifixión del Señor, la cruz era el centro del universo. El Salvador, el pecado, Satanás, nosotros y Dios mismo estábamos todos allí. Dios estaba juzgando el pecado y clavando la ley a la cruz. Mientras Él hacía esto, los principados y autoridades se agolparon alrededor de Dios y de Cristo. Tanto Dios como Cristo estaban trabajando. El trabajo de Cristo fue Su crucifixión, mientras que el trabajo de Dios fue juzgar al pecado y todo lo negativo así como clavar la ley con sus ordenanzas en la cruz. Los principados y autoridades que se agolparon alrededor de Dios y de Cristo también estaban trabajando, ocupados procurando impedir la obra de Dios y de Cristo, ejerciendo presión al agolparse en torno a Dios y Cristo. Si no hubieran ejercido presión agolpándose en torno a Dios, ¿cómo podría entonces Él despojarse de ellos? La expresión despojándose indica que ellos estaban muy cerca, casi tan cerca como lo están nuestras vestimentas a nuestro cuerpo. Al despojarse de los principados y autoridades, Dios los exhibió públicamente. Ellos fueron avergonzados públicamente por Dios, quien triunfó sobre ellos. ¡Que asunto tan grandioso es éste!
El uso de la palabra triunfo implica un combate. Esto indica que arreciaba una guerra. Mientras Cristo efectuaba la redención y Dios se hacía cargo de la ley y de todo lo negativo, los principados y autoridades interferían agolpándose en torno a Dios y Cristo. Precisamente en esa coyuntura Dios se despojó de ellos, triunfó sobre ellos y los exhibió públicamente avergonzándolos.
Ahora que la ley y los ángeles malignos han sido quitados, Dios tiene el territorio despejado y un entorno apacible para proceder a vivificar a Sus escogidos. Él cuenta con la atmósfera apropiada a fin de llevar a cabo la agradable tarea de impartirse en aquellos que Él escogió en la eternidad pasada. El Dios Triuno, como Espíritu vivificante, habiéndose despojado de los principados y autoridades, nos está dando vida al impartirse en nuestro ser.
En Su obra, Dios también levantó a Cristo de entre los muertos. Hechos 2:24 dice: “Al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella”. Aquí y en el versículo 32 Pedro dice que Dios levantó al Señor Jesús. Al considerar que Cristo es Dios, el Nuevo Testamento nos dice que Él mismo se levantó de entre los muertos (Ro. 14:9); pero al considerar que el Señor es hombre, el Nuevo Testamento nos dice que Dios le levantó de los muertos (8:11). Que Dios levantase a Cristo de los muertos constituía Su aprobación de Cristo para que fuese el Mesías. Mediante la resurrección de Cristo, Dios declaró que el Cristo resucitado era el verdadero Mesías, Aquel ungido y designado por Dios para llevar a cabo Su comisión eterna.
En Hechos 3:15 Pedro nuevamente se refiere al hecho de que Cristo fue levantado por Dios de entre los muertos: “Matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos”. Aunque el Autor de la vida, Cristo, como Aquel que es el Originador de vida, fue muerto, Dios le levantó de los muertos. Considerando al Señor Jesús como hombre, Hechos 3:15 nos dice nuevamente que Él fue levantado de los muertos por Dios.
En Juan 14:26 el Señor le dijo a los discípulos que el Padre enviaría al Espíritu Santo, el Consolador, en Su nombre. Esto tuvo lugar en la resurrección de Cristo. Mediante la resurrección de Cristo, Dios envió Su Espíritu esencialmente en el nombre del Hijo. El Hijo vino en el nombre del Padre (Jn. 5:43), porque el Hijo y el Padre son uno (10:30). El Espíritu es enviado en el nombre del Hijo, porque el Espíritu y el Hijo también son uno (2 Co. 3:17). Juan 14:16-20 demuestra que el Espíritu, quien es el Espíritu de realidad y fue enviado por el Padre, es la realidad del Hijo, quien lo hace real a nosotros. Juan 15:26 afirma que el Hijo enviará al Espíritu de con el Padre, y que el Espíritu viene de con el Padre. Al comparar esto con Juan 14:26, que afirma que el Padre enviará al Espíritu, vemos que el Hijo y el Padre son uno al enviar el Espíritu, y que el Espíritu, al venir, no solamente es uno con el Hijo, como lo indica el hecho de que viene en el nombre del Hijo según Juan 14:26, sino que también es uno con el Padre, como lo indica el hecho de que viene con el Padre según Juan 15:26. Éste es el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— que finalmente llega al hombre como Espíritu.