
En este mensaje comenzaremos a considerar la persona de Dios. La persona de Dios es simplemente el ser de Dios. En el Nuevo Testamento se revelan muchos más detalles particulares con respecto a la persona de Dios que los revelados en el Antiguo Testamento. A medida que consideremos los varios aspectos de la persona de Dios veremos qué clase de Dios se ha propuesto impartirse en nuestro ser. Tal vez usted haya comprendido que Dios desea impartirse en usted, pero ¿qué clase de Dios se imparte en usted? En realidad, es muy difícil responder a esta pregunta.
Los diferentes aspectos referentes al ser de Dios son hallados aquí y allá a lo largo del Nuevo Testamento. La manera en que Dios revela estos asuntos consiste en presentar un poco en un lugar y otro poco en otro lugar. Por tanto, en Mateo, Juan y todos los otros libros del Nuevo Testamento encontramos muchos aspectos en cuanto a la persona de Dios. Estos aspectos pueden ser comparados a las diversas piezas de un rompecabezas que deben ser puestas juntas en cierto orden a fin de formar un cuadro completo. Tenemos que recolectar todos los aspectos en cuanto a la persona de Dios hallados en el Nuevo Testamento y ponerlos juntos en su debido orden a fin de ver un cuadro que nos muestre qué clase de Dios se imparte en nosotros.
En el Nuevo Testamento la persona de Dios es revelada en palabras sencillas y también en parábolas y señales.
En palabras sencillas encontramos por lo menos veintinueve ítems tal como detallamos a continuación:
El Dios que se imparte en nuestro ser es el Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Mt. 28:19). El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo ciertamente no son tres Dioses. Dios es uno; no obstante, Él es triuno.
Vemos al Dios Triuno en Mateo 28:19: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. En este versículo hay un solo nombre para la Trinidad Divina: el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. El nombre es la suma total del Ser divino y equivale a Su persona. Bautizar a alguien en el nombre de la Trinidad es sumergirlo en todo lo que el Dios Triuno es.
En comparación con todos los demás libros de las Escrituras, Mateo y Juan revelan de una manera más completa la Trinidad Divina para la participación y el disfrute del pueblo escogido de Dios. Con miras a nuestra experiencia de vida, Juan revela el misterio de la Deidad —el Padre, el Hijo y el Espíritu— especialmente en los capítulos del 14 al 16. Con miras a la constitución del reino, Mateo revela la realidad de la Trinidad Divina al dar un solo nombre a los tres. En el capítulo 1 de Mateo están presentes el Espíritu Santo (v. 18), Cristo el Hijo (v. 18) y Dios el Padre (v. 23) para producir al hombre Jesús (v. 21), quien, como Jehová el Salvador y como Dios con nosotros, es la corporificación del Dios Triuno. En el capítulo 3 Mateo presenta una escena en la cual el Hijo estaba de pie en el agua del bautismo bajo el cielo abierto, el Espíritu como paloma descendió sobre el Hijo y el Padre habló desde los cielos referente al Hijo (vs. 16-17). En el capítulo 12 el Hijo, como hombre, echó fuera demonios por el Espíritu para traer el reino de Dios el Padre (v. 28). En el capítulo 16 el Padre reveló el Hijo a los discípulos para la edificación de la iglesia (vs. 16-19). En el capítulo 17 el Hijo se transfiguró (v. 2) y fue confirmado por la palabra de complacencia expresada por el Padre (v. 5), produciendo así una exhibición en miniatura de la manifestación del reino (16:28). Finalmente, en el último capítulo, después de que Cristo como postrer Adán pasó por el proceso de crucifixión, entró en la esfera de la resurrección y llegó a ser el Espíritu que da vida, Él regresó a Sus discípulos en el ambiente y la realidad de Su resurrección para mandarles que convirtieran a los paganos en el pueblo del reino bautizándolos en el nombre, la persona, la realidad, de la Trinidad. Según Mateo, ser bautizado en la realidad del Padre, el Hijo y el Espíritu tiene como fin constituir el reino de los cielos. No se puede formar el reino celestial como se organiza una sociedad terrenal, con seres humanos de carne y sangre (1 Co. 15:50); este reino sólo puede estar constituido por los que han sido sumergidos en una unión con el Dios Triuno y han sido confirmados y edificados con el Dios Triuno, el cual se ha forjado en ellos.
Otro versículo que revela al Dios Triuno es 2 Corintios 13:14: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. La gracia del Señor es el Señor mismo dado a nosotros como vida para nuestro disfrute (Jn. 1:17; 1 Co. 15:10); el amor de Dios es Dios mismo (1 Jn. 4:8, 16) como la fuente de la gracia del Señor; y la comunión del Espíritu es el Espíritu mismo como la transmisión de la gracia del Señor con el amor de Dios para que participemos de ellos. Éstos no son tres asuntos separados, sino tres aspectos de una sola cosa, tal como el Señor, Dios y el Espíritu Santo no son tres Dioses separados sino tres “hipóstasis [...] del mismo y único Dios indiviso e indivisible” (Philip Schaff). El amor de Dios es la fuente, puesto que Dios es el origen. La gracia del Señor es el caudal del amor de Dios, ya que el Señor es la expresión de Dios. La comunión del Espíritu es la impartición de la gracia del Señor con el amor de Dios, puesto que el Espíritu es la transmisión del Señor con Dios, para que nosotros experimentemos y disfrutemos al Dios Triuno con todos Sus atributos. Aquí se menciona primero la gracia del Señor, ya que 2 Corintios es un libro que trata sobre la gracia de Cristo (1:12; 4:15; 6:1; 8:1, 9; 9:8, 14; 12:9).
Este versículo, 2 Corintios 13:14, es prueba contundente de que la Trinidad de la Deidad no es para lograr un entendimiento doctrinal propio de la teología sistemática, sino para que Dios mismo en Su Trinidad se imparta en Su pueblo escogido y redimido. En la Biblia, la Trinidad nunca es revelada como una mera doctrina; más bien, siempre es revelada o mencionada con respecto a la relación de Dios con Sus criaturas, especialmente con el hombre, el cual fue creado por Él, y más específicamente con Su pueblo escogido y redimido. El primer título divino usado en la revelación divina, Elohim, un título hebreo que se usa en relación con la obra creadora de Dios, denota un sujeto plural (Gn. 1:1); esto implica que Dios, quien creó los cielos y la tierra para el hombre, es triuno, y Él creó el universo en Su Trinidad. Cuando Dios creó al hombre a Su propia imagen, conforme a Su semejanza, Él usó las palabras hagamos y Nuestra, refiriéndose a Su Trinidad (v. 26) e implicando que Él sería uno con el hombre y que se expresaría a Sí mismo en Su Trinidad a través del hombre. Más adelante, en Génesis 3:22 y 11:7 y en Isaías 6:8, Él se refirió a Sí mismo en plural una y otra vez con respecto a Su relación con el hombre y con Su pueblo escogido.
Dios, a fin de redimir al hombre para tener nuevamente la posición de ser uno con él, se encarnó (Jn. 1:1, 14) en el Hijo y mediante el Espíritu (Lc. 1:31-35) para ser un hombre, y vivió una vida humana sobre la tierra también en el Hijo (Lc. 2:49) y por medio del Espíritu (Lc. 4:1; Mt. 12:28). Al comienzo del ministerio del Hijo sobre la tierra, el Padre ungió al Hijo con el Espíritu (Mt. 3:16-17; Lc. 4:18) a fin de alcanzar a los hombres y hacerlos volver a Él. Poco antes de ser crucificado en la carne y ser resucitado para llegar a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), Él reveló Su misteriosa Trinidad a Sus discípulos en palabras claras (Jn. 14—17), afirmando que el Hijo está en el Padre y que el Padre está en el Hijo (14:9-11), que el Espíritu es la transfiguración del Hijo (vs. 16-20), que los tres —quienes simultáneamente coexisten y son coinherentes— permanecen en los creyentes para que éstos le disfruten (vs. 23; 17:21-23), y que todo lo que el Padre tiene pertenece también al Hijo, y todo lo que el Hijo posee es recibido por el Espíritu para declarárselo, revelárselo, a los creyentes (16:13-15). Dicha Trinidad está completamente relacionada con la impartición del Dios procesado en Sus creyentes (14:17, 20; 15:4-5) para que ellos sean uno en el Dios Triuno y uno con Él (17:21-23).
Después de Su resurrección, el Señor exhortó a Sus discípulos a ir y hacer discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt. 28:19). Como hemos señalado anteriormente, esto equivale a introducir a los creyentes en el Dios Triuno, en una unión orgánica con el Dios procesado, quien había pasado por la encarnación, el vivir humano y la crucifixión, y que había entrado en la resurrección. Basándose en esta unión orgánica, el apóstol, al concluir esta epístola divina a los corintios, los bendijo con la bendita Trinidad Divina en la participación de la gracia del Hijo con el amor del Padre mediante la comunión del Espíritu. En esta Trinidad, Dios el Padre realiza todas las cosas en todos los miembros de la iglesia, la cual es el Cuerpo de Cristo, mediante los ministerios del Señor, Dios el Hijo, por los dones de Dios el Espíritu (1 Co. 12:4-6).
Toda la revelación divina del libro de Efesios, con respecto a la producción, la existencia, el crecimiento, la edificación y la lucha de la iglesia como Cuerpo de Cristo, está compuesta de la economía divina: la impartición del Dios Triuno en los miembros del Cuerpo de Cristo. El capítulo 1 revela que Dios el Padre escogió y predestinó a estos miembros en la eternidad (vs. 4-5), que Dios el Hijo los redimió (vs. 6-12) y que Dios el Espíritu, como las arras, los selló (vs. 13-14), impartiéndose así en Sus creyentes para la formación de la iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (vs. 18-23). El capítulo 2 nos muestra que en la Trinidad Divina, todos los creyentes, judíos y gentiles, tienen acceso a Dios el Padre, por medio de Dios el Hijo, en Dios el Espíritu (v. 18). Esto también indica que los tres simultáneamente coexisten y son coinherentes, aun después de pasar por los procesos de encarnación, vivir humano, crucifixión y resurrección. En el capítulo 3 el apóstol oró pidiendo a Dios el Padre que concediera a los creyentes que, mediante Dios el Espíritu, fueran fortalecidos en su hombre interior para que Cristo, Dios el Hijo, hiciera Su hogar en el corazón de ellos, es decir, para que ocupara todo su ser a fin de que fueran llenos hasta la medida de la plenitud del Dios Triuno procesado (vs. 14-19). Éste es el clímax de la experiencia y participación que los creyentes tienen de Dios en Su Trinidad con miras a Su plena expresión. El capítulo 4 muestra cómo el Dios procesado como el Espíritu, el Señor y el Padre, se mezcla con el Cuerpo de Cristo (vs. 4-6) para que todos los miembros del Cuerpo experimenten a la Trinidad Divina. El capítulo 5 exhorta a los creyentes a alabar al Señor, Dios el Hijo, con los cánticos de Dios el Espíritu, y a dar gracias a Dios el Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Dios el Hijo (vs. 19-20). Esto es alabar y dar gracias al Dios procesado en Su Trinidad Divina a fin de disfrutarle como el Dios Triuno. El capítulo 6 nos instruye a combatir la guerra espiritual al ser fortalecidos en el Señor, Dios el Hijo, vistiéndonos de toda la armadura de Dios el Padre y blandiendo la espada de Dios el Espíritu (vs. 10-11, 17). En esto consiste la experiencia y el disfrute del Dios Triuno que los creyentes tienen, incluso en medio de la guerra espiritual.
El apóstol Pedro en sus escritos confirmó esta Trinidad de Dios para que los creyentes le disfruten al remitir a los creyentes a la elección de Dios el Padre, la santificación de Dios el Espíritu y la redención de Jesucristo, Dios el Hijo, lograda por medio de Su sangre (1 P. 1:2).
El apóstol Juan también fortalece la revelación de que la Trinidad Divina tiene por finalidad que los creyentes participen del Dios Triuno procesado. En el libro de Apocalipsis él bendijo a las iglesias en las diferentes localidades con la gracia y la paz de Dios el Padre, Aquel que es y que era y que ha de venir, y de Dios el Espíritu, los siete Espíritus que están delante de Su trono, y de Dios el Hijo, Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos y el Soberano de los reyes de la tierra (1:4-5). La bendición que Juan dio a las iglesias también indica que el Dios Triuno procesado, en todo lo que Él es como Padre eterno, en todo lo que Él puede hacer como Espíritu siete veces intensificado, y en todo lo que Él ha logrado y obtenido como Hijo ungido, se revela para que los creyentes le puedan disfrutar a fin de que sean Su testimonio corporativo como los candeleros de oro (vs. 9, 11, 20).
Por consiguiente, es evidente que la revelación divina de la Trinidad de la Deidad en la santa Palabra, desde Génesis hasta Apocalipsis, no es dada para que se haga un estudio teológico, sino para que comprendamos cómo Dios en Su maravillosa y misteriosa Trinidad se imparte a Sí mismo en Su pueblo escogido, a fin de que —como se indica en la bendición que el apóstol da a los creyentes corintios en 2 Corintios 13:14— nosotros como Su pueblo escogido y redimido podamos participar del Dios Triuno procesado, le experimentemos, le disfrutemos y le poseamos ahora y por la eternidad.
Con respecto al Dios Triuno, Apocalipsis 1:4 y 5 dicen: “Gracia y paz a vosotros de parte de Aquel que es y que era y que ha de venir, y de los siete Espíritus que están delante de Su trono; y de Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, y el Soberano de los reyes de la tierra. Al que nos ama, y nos liberó de nuestros pecados con Su sangre”. “Aquel que es y que era y que ha de venir” es Dios el Padre eterno. Los siete Espíritus que están delante del trono de Dios son el Espíritu operante de Dios, Dios el Espíritu. Jesucristo, quien es el Testigo fiel para Dios, el Primogénito de entre los muertos para la iglesia y el Soberano de los reyes de la tierra para el mundo, es Dios el Hijo. Éste es el Dios Triuno. Como Dios el Padre eterno, Él era en el pasado, es en el presente y vendrá en el futuro. Como Dios el Espíritu, Él es el Espíritu que ha sido intensificado siete veces para que Dios pueda operar. Como Dios el Hijo, Él es el Testigo, el testimonio, la expresión de Dios; el Primogénito de entre los muertos para la iglesia, la nueva creación, y el Soberano de los reyes de la tierra para el mundo. Desde este maravilloso Dios Triuno, se imparte gracia y paz a las iglesias.
Los siete Espíritus mencionados en Apocalipsis 1:4 son indudablemente el Espíritu de Dios porque están en un mismo rango con el Dios Triuno en los versículos 4 y 5. Dado que el número siete designa compleción en la obra de Dios, en el mover de Dios, los siete Espíritus deben ser para el mover de Dios en la tierra. En sustancia y existencia, el Espíritu de Dios es uno; en la función y la obra intensificadas de la operación que lleva a cabo Dios, el Espíritu de Dios es séptuplo. Esto es semejante al candelero mencionado en Zacarías 4:2: en cuanto a existencia es un solo candelero, pero en cuanto a función es siete lámparas que resplandecen.
En Mateo 28:19 la secuencia del Dios Triuno es la siguiente: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Aquí la secuencia es diferente. Los siete Espíritus de Dios se mencionan en el segundo lugar en vez del tercero. Esto revela la importancia de la función intensificada del Espíritu séptuplo de Dios en la situación oscura de las iglesias degradadas. Este punto es confirmado por el constante énfasis que se da a lo dicho por el Espíritu en Apocalipsis 2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22; 14:13; 22:17.
Al principio de la mayoría de las epístolas sólo se mencionan el Padre y el Hijo; de Ellos los destinatarios reciben gracia y paz. Sin embargo, en Apocalipsis 1:4 y 5 se incluye también al Espíritu; de Él, se imparte gracia y paz a las iglesias. Esto también muestra que el Espíritu es indispensable para contrarrestar la degradación de la iglesia por causa del mover de Dios.
El Nuevo Testamento revela que nuestro Dios es triuno. A lo largo de los siglos han surgido tres principales escuelas de enseñanza con respecto a la Trinidad: el modalismo, el triteísmo y la revelación pura según la Biblia. El modalismo enseña que el Padre, el Hijo y el Espíritu no son todos eternos ni todos existen simultáneamente, sino que son meramente tres manifestaciones temporales del único Dios. El triteísmo enseña que el Padre, el Hijo y el Espíritu son tres Dioses. No debemos tener nada que ver con el modalismo, pues tal visión extrema acerca de la Trinidad es una herejía. Es también una gran herejía enseñar que hay tres Dioses.
Conforme a la ley natural que rige en la creación de Dios, tenemos la ley del equilibrio. Nada puede existir sin tener dos lados. Por ejemplo, la tierra existe a causa de dos fuerzas: la fuerza centrífuga que ejerce presión de adentro hacia fuera y la fuerza centrípeta que ejerce presión de afuera hacia adentro. Éste es un equilibrio de poderes. Todas las verdades en la Biblia también tienen dos lados. A fin de profesar apropiadamente una verdad bíblica, tenemos que profesar ambos lados de la misma. La revelación pura del Dios Triuno en la Biblia ocupa una posición central que se ubica entre los extremos del modalismo y el triteísmo.
Debido a que las verdades en la Biblia tienen dos lados, hay también dos aspectos en lo referente a la Trinidad: el aspecto del uno-en-tres y el aspecto del tres-en-uno. El modalismo es un extremo en el aspecto del tres-en-uno. Claro, hay cierta base en la Biblia referente al aspecto del tres-en-uno, pero el modalismo cae en un extremo al ir más allá de los límites de la Biblia e ignora, incluso anula, el aspecto del uno-en-tres. Debido a que el modalismo va más allá de los límites de las Escrituras en lo referente al aspecto de que Dios es uno, el modalismo es una herejía en el extremo del uno. El triteísmo es el extremo opuesto, el extremo del tres. El triteísmo enfatiza el aspecto de ser tres, yendo más allá de los límites de las Escrituras referente al aspecto de que Dios es tres, y pasa por alto el aspecto de que Dios es uno. Esta enseñanza también tiene cierta base bíblica porque el Padre, el Hijo y el Espíritu son tres. Pero el triteísmo, al igual que el modalismo, va más allá de los límites de la Biblia, por lo cual se convierte en una herejía. Así pues, tanto el modalismo como el triteísmo, por ser extremos, son herejías.
La Biblia no se ubica en ninguno de estos extremos, sino que se posiciona en el centro, con lo cual testifica del aspecto doble de la verdad referente a la Trinidad. En este asunto, las Escrituras son equilibradas. La Biblia, fiel al principio rector del equilibrio en la creación de Dios, es equilibrada y se posiciona en el centro; no cae en ninguno de los extremos. En relación con la verdad referente al Dios Triuno, nosotros también debemos ser equilibrados y evitar los extremos heréticos del modalismo y del triteísmo.
A lo largo de los años he dado muchos mensajes acerca del Dios Triuno. Si algunas afirmaciones hechas en esos mensajes son tomadas fuera de contexto, podría parecer que enseño el modalismo. Sin embargo, si otras de las afirmaciones allí contenidas son tomadas fuera de contexto, podría parecer que yo también enseño el triteísmo. Por supuesto, yo no enseño ni el modalismo ni el triteísmo.
Agustín, líder en lo referente a la enseñanza de la Trinidad Divina, a veces fue acusado de ser modalista y otras veces de ser triteísta. Debido a que él enseñó que el Padre, el Hijo y el Espíritu son un solo Dios, y no tres Dioses separados, le acusaron de enseñar el modalismo. Pero debido a que él también recalcaba mucho que Dios es tres —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo—, también fue acusado de enseñar el triteísmo. Asimismo, cuando hemos dicho que las Escrituras revelan que nuestro Dios es absolutamente uno, al grado que el Hijo es llamado el Padre (Is. 9:6) y el Hijo es el Espíritu (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17), fuimos falsamente acusados de enseñar el modalismo. Pero cuando se examinen nuestros escritos con equidad y de manera exhaustiva, será evidente que no enseñamos ni el modalismo ni el triteísmo, sino la revelación pura del Dios Triuno según las Escrituras.
¿Cuál es el error en el modalismo? El modalismo enseña que el Padre, el Hijo y el Espíritu no son todos eternos y que no todos existen al mismo tiempo; más bien, el modalismo afirma que el Padre acabó con la venida del Hijo y que el Hijo cesó con la venida del Espíritu. Los modalistas dicen que los Tres de la Deidad existen respectivamente en tres etapas consecutivas. Ellos no creen en la coexistencia ni en la coinherencia del Padre, el Hijo y el Espíritu. A diferencia de ellos, nosotros sí creemos en la coexistencia y en la coinherencia del Padre, el Hijo y el Espíritu; esto es, creemos que el Padre, el Hijo y el Espíritu existen todos esencialmente al mismo tiempo y en las mismas condiciones. Sin embargo, en la economía divina, los Tres operan y se manifiestan respectivamente en tres etapas consecutivas. No obstante, incluso en Sus operaciones y manifestaciones económicas, los Tres todavía permanecen esencialmente en Su coexistencia y coinherencia. El Padre nos escogió en el Hijo y por el Espíritu (Ef. 1:4; 1 P. 1:2a). El Hijo efectuó la redención a favor nuestro con el Padre y por el Espíritu (Jn. 8:29; He. 9:14). El Espíritu opera en nosotros como el Hijo (Jn. 14:26; 2 Co. 3:17) y con el Padre (Jn. 15:26). Sus operaciones y manifestaciones son económicas, pero Su coexistencia y coinherencia son eternas. Todos los Tres son eternos esencialmente. Isaías 9:6 dice que el Padre es eterno; Hebreos 1:12 y 7:3 indica que el Hijo es eterno; Hebreos 9:14 habla del Espíritu eterno. Por tanto, el Padre, el Hijo y el Espíritu no son consecutivos, sino eternos en Su existencia, en Su ser.
Dios es únicamente uno, pero triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu (Mt. 3:16-17; 28:19; 2 Co. 13:14; Ef. 2:18; 3:14-16; Ap. 1:4-5). La Deidad es distinguiblemente tres, pero el Padre, el Hijo y el Espíritu ciertamente no son tres Dioses separados. El Nuevo Testamento nos dice de manera categórica que Dios es uno solo (1 Co. 8:4; 1 Ti. 2:5).
Algunos cristianos creen que el Padre es una Persona y que el Hijo es otra Persona, pero que el Espíritu es meramente un poder. Otros creen que los Tres de la Deidad —el Padre, el Hijo y el Espíritu— son tres Dioses separados. Estos conceptos son herejías. Según la revelación divina de la santa Palabra, creemos que nuestro Dios es únicamente uno. Tenemos un solo Dios, el cual es triuno.
Debido a que nuestra mentalidad es limitada, no podemos explicar cabalmente al Dios Triuno. De hecho, ni siquiera podemos definirnos bien a nosotros mismos. ¿Cómo podríamos, entonces, definir al Dios Triuno adecuada y cabalmente? Esto es imposible. Únicamente podemos creer lo que está claramente revelado en el Nuevo Testamento: Dios es uno, pero triuno.
En realidad, ciertos maestros de la Biblia fundamentalistas contemporáneos son triteístas, tal vez sin tener plena conciencia de ello. Estos maestros afirman no solamente que el Padre, el Hijo y el Espíritu son distintos, sino también que Ellos están separados. Podemos afirmar que el Padre, el Hijo y el Espíritu son distintos entre Sí, pero no podemos decir que Ellos estén separados. No podemos separar al Hijo del Padre, ni podemos separar al Padre y al Hijo del Espíritu, debido a que los tres coexisten y son coinherentes. En el Evangelio de Juan, el Hijo dijo que Él está en el Padre y que el Padre está en Él (10:38; 14:10-11). Puesto que el Hijo está en el Padre y el Padre está en el Hijo, ¿cómo podrían Ellos ser separados? El Señor Jesús también dijo que Él y el Padre son uno (10:30). Esto es prueba adicional de que el Padre y el Hijo, aunque distintos entre Sí, no pueden ser separados. El Padre, el Hijo y el Espíritu son distintos entre Sí, pero no separados, porque Ellos son tres y a la vez uno solo.
Debemos ver que el Dios que se imparte en nuestro ser es triuno. ¿Han comprendido que el Dios Triuno está en ustedes? Según el Nuevo Testamento, el Padre, el Hijo y el Espíritu están, todos ellos, en nosotros (Ef. 4:6; Col. 1:27; Jn. 14:17). Aunque el Padre, el Hijo y el Espíritu están todos en nosotros, en nuestra experiencia percibimos que hay solo Uno en nosotros. Esta única Persona que mora en nuestro ser es el Dios Triuno.
Martín Lutero nos advierte no abordar el tema de la Trinidad Divina por medio de razonamientos:
Debemos vivir en tal sencillez y no aventurarnos en este profundo y enormemente vasto mar de disputas sobre tales cuestiones. Pues este artículo de fe [la Trinidad] es un asunto resbaladizo; en primer lugar debido a la dificultad del tema, pero también debido a nuestra debilidad. Por tanto, es completa necedad y muy peligroso querer escudriñar estas cosas en sus detalles más sutiles. Pues si pudiésemos hacer esto, no tendríamos necesidad de las Escrituras como guía. Tampoco necesitaríamos de este Maestro y Rey. Además, aquellos que pasan por alto las Escrituras y abordan tales cuestiones confiados en su propio poderío mental, se constituyen en maestros de Dios, en lugar de ser Sus pupilos [...] Si en este asunto ustedes son perturbados por su raciocinio y surgen preguntas tales como [...] ¿Hay, entonces, dos dioses? Responda: Hay un solo Dios y, al mismo tiempo, todavía está el Padre y el Hijo. ¿Cómo es esto posible? Responda con humildad: No lo sé...
Ciertamente no puedo explicar la Trinidad Divina adecuadamente. Únicamente presento los hechos contenidos en el Nuevo Testamento referente a esta gran verdad, a fin de que todos ustedes puedan ser impresionados con este hecho divino: que el Dios Triuno, en Su Trinidad, se imparte en nuestro ser. No se esfuerce tanto por explorar este asunto meramente con su mente; más bien, ejercite su espíritu para experimentar y disfrutar la maravillosa impartición del Dios Triuno, quien es el Padre, el Hijo y el Espíritu.