
En este mensaje veremos más aspectos de la persona de Cristo en Su crucifixión y sepultura tal como es revelada en el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento.
Cristo es Aquel sobre quien Jehová hizo que cayera nuestra iniquidad y es Aquel que llevó sobre Sí nuestras iniquidades. Esto es profetizado en Isaías 53:6b, 11c y 12d. Fue en la cruz que Cristo llevó sobre Sí nuestros pecados. Cuando Cristo estaba en la cruz, Dios tomó todos nuestros pecados y los puso sobre Él como Cordero de Dios. Hay tres versículos que hablan claramente al respecto: 1 Pedro 2:24, 1 Corintios 15:3 y Hebreos 9:28.
Después que Dios puso nuestros pecados sobre el Cristo crucificado, éste fue considerado por Dios como el único pecador, incluso como el pecado mismo. Según 2 Corintios 5:21, a Aquel que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros. En el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, Cristo murió como nuestro Sustituto llevando sobre Sí nuestras iniquidades. Como Aquel que fue hecho pecado por nosotros, Cristo fue juzgado por Dios una vez y para siempre.
Salmos 22:1 profetiza acerca de Cristo como Aquel que fue desamparado por Dios, quien dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. El cumplimiento de esta profecía consta en Mateo 27:46: “Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?”. El Señor fue crucificado a la hora tercera y padeció en la cruz durante seis horas. Durante las primeras tres horas Él sufrió la persecución por parte de los hombres por haber hecho la voluntad de Dios; durante las últimas tres horas Él fue juzgado por Dios para efectuar nuestra redención. Fue durante este último período que Dios lo consideró nuestro Sustituto por el pecado. Debido a que nuestro pecado, nuestros pecados y todo lo negativo estaban siendo juzgados, hubo tinieblas sobre toda la tierra (Mt. 27:45), y Dios abandonó a Jesús a causa de nuestro pecado. Dios desamparó a Cristo en la cruz porque Él tomó el lugar de los pecadores (1 P. 3:18) al llevar sobre Sí nuestros pecados y ser hecho pecado por causa de nosotros. A los ojos de Dios, Cristo se convirtió en un gran pecador. Debido a que Cristo fue nuestro Sustituto e, incluso, fue hecho pecado por nosotros, Dios lo juzgó y lo desamparó.
Según Mateo 1 y Lucas 1, el Señor Jesús fue concebido del Espíritu Santo. Después, para Su ministerio, Él fue ungido con el Espíritu Santo, quien descendió sobre Él (Lc. 3:22). Antes de que el Espíritu que unge descendiera económicamente sobre el Señor Jesús, Él ya poseía, esencialmente, el Espíritu que engendra como esencia divina dentro Suyo, la cual era una de las dos esencias de Su ser. El Espíritu que engendra como esencia divina jamás abandonó a Cristo en el aspecto esencial. Incluso mientras Él clamaba: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?”, Él continuaba poseyendo el Espíritu que engendra como esencia divina. Entonces, ¿quién lo desamparó? El Espíritu que unge, mediante el cual Él se ofreció a Sí mismo a Dios (He. 9:14), fue quien lo abandonó en el aspecto económico. Después que Dios recibió a Cristo como ofrenda todo-inclusiva, el Espíritu que unge lo abandonó. Pero aunque el Espíritu que unge lo abandonó en el aspecto relacionado con Su economía, Él continuaba poseyendo al Espíritu que engendra en el aspecto relacionado con Su esencia. Cuando el Señor Jesús, el Dios-hombre, murió en la cruz bajo el juicio de Dios, Él tenía a Dios mismo dentro Suyo en el aspecto esencial, como Su ser divino; no obstante, Él fue abandonado en el aspecto económico por el Dios justo que lo juzgó.
En Deuteronomio 21:23 tenemos la profecía de que Cristo sería maldito como Aquel que es colgado en un madero. En cumplimiento de esas palabras, Gálatas 3:13 dice: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: ‘Maldito todo el que es colgado en un madero’)”. Aquí la palabra madero denota la cruz, la cual está hecha de madera. En otros lugares del Nuevo Testamento la cruz es llamada “el madero” (Hch. 5:30; 10:39; 13:29). En particular, 1 Pedro 2:24 dice que Cristo “llevó Él mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero”. Como nuestro Sustituto en el madero, la cruz, Cristo no sólo llevó sobre Sí la maldición por nosotros, sino que incluso fue hecho maldición por nosotros. La maldición de la ley fue resultado del pecado del hombre (Gn. 3:17). Cuando Cristo quitó nuestro pecado en la cruz, Él nos redimió de la maldición.
Adán nos puso a todos bajo la maldición; pero tal maldición no era plenamente oficial hasta que la ley fue dada. Ahora la ley declara que todos los descendientes de Adán están bajo maldición. Por tanto, la maldición introducida por Adán fue hecha oficial por la ley. Mediante Su crucifixión Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiendo sido hecho maldición en beneficio nuestro.
Salmos 69:21 dice: “Pero por comida me dieron hiel, / y para mi sed me dieron a beber vinagre”. Esta profecía indica que a Cristo le darían hiel y vinagre. Mateo 27:34 dice: “Le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero después de haberlo probado, no quiso beberlo”. El vino mezclado con hiel (y también con mirra, Mr. 15:23) se usaba como bebida estupefaciente. Pero el Señor no quiso ser adormecido; Él bebería la copa amarga hasta su último residuo.
Casi al final de Su crucifixión, la gente continuaba mofándose de Él al darle vinagre para aplacar Su sed. Juan 19:28 y 29 dicen: “Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed. Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos pusieron en un hisopo una esponja empapada en el vinagre, y se la acercaron a la boca”. La sed es un anticipo de la muerte (Lc. 16:24; Ap. 21:8), y el Señor Jesús sufrió esto por nosotros en la cruz (He. 2:9). El hisopo en Juan 19:29 debe ser la caña mencionada en Mateo 27:29 y Marcos 15:19, la cual era una caña de hisopo. Al inicio de Su crucifixión, el vino mezclado con hiel y mirra le fue ofrecido al Señor como bebida estupefaciente, la cual Él rehusó beber. Pero al final de Su crucifixión, cuando Él tenía sed, le ofrecieron vinagre a modo de burla (Lc. 23:36), y Él lo tomó: “Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. E inclinando la cabeza, entregó Su espíritu” (Jn. 19:30).
En Isaías 53:12 vemos que Cristo sería Aquel que derramaría Su alma hasta la muerte. Filipenses 2:8b dice que Cristo fue “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. En Su crucifixión Cristo padeció a tal grado que Él derramó Su alma, todo Su ser, hasta la muerte.
En el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento con relación a Su muerte, Cristo también es Aquel que fue traspasado. Salmos 22:16 dice: “Horadan mis manos y mis pies”. Zacarías 12:10 profetiza: “Me mirarán a Mí, a quien ellos han traspasado”. El cumplimiento neotestamentario de estas profecías es hallado en Juan 19:34 y 37. El versículo 37 cita Zacarías 12:10. El versículo 34 dice: “Uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua”. Aquí vemos que dos sustancias salieron del costado traspasado del Señor: sangre y agua. La sangre efectúa la redención y así quita los pecados (Jn. 1:29; He. 9:22) para comprar la iglesia (Hch. 20:28). El agua imparte vida y así acaba con la muerte (Jn. 12:24; 3:14-15) para producir la iglesia (Ef. 5:29-32). La muerte de Cristo, por el lado negativo, quita nuestros pecados, y por el lado positivo, nos imparte vida. Por tanto, tiene dos aspectos: el aspecto redentor y el aspecto de impartir vida. El aspecto redentor tiene por finalidad el aspecto de la impartición de vida.
Cristo es Aquel cuyos huesos no fueron quebrados. Esto se halla tipificado en Éxodo 12:46, fue profetizado en Salmos 34:20 y cumplido en Juan 19:32-36. En Éxodo 12:46 se ordena a los hijos de Israel no quebrar ningún hueso del cordero pascual. Salmos 34:20 dice: “Él guarda todos sus huesos; / ni uno es quebrado”. Cuando Cristo fue crucificado como nuestro Cordero pascual, Sus piernas no fueron quebradas (Jn. 19:33, 36). Los judíos, debido a que no querían que los cuerpos permanecieran en la cruz durante el Sábado, le pidieron a Pilato que sus piernas fueran quebradas; entonces los soldados quebraron las piernas de los dos ladrones que habían sido crucificados con el Señor. Pero cuando se acercaron a Jesús, percibieron que ya había muerto; debido a esto, no era necesario que ellos quebraran Sus huesos. Por tanto, bajo la soberanía de Dios, ni uno de los huesos del Señor fue quebrado. Tanto el tipo en Éxodo 12:46 como la profecía en Salmos 34:20 se cumplieron en la muerte del Señor en la cruz.
El hecho de que las piernas de Cristo no fueran quebradas significa que en Él hay algo inquebrantable e indestructible. Este elemento inquebrantable e indestructible es Su vida eterna. Los soldados romanos y el pueblo judío se pusieron de acuerdo para poner a Cristo en la cruz, pero no pudieron quebrar Su vida eterna.
Podemos demostrar con base en las Escrituras que los huesos representan la vida. Según Génesis 2:21-22, el Señor tomó un hueso, una costilla, de Adán, y de esa costilla Él edificó una mujer. La mujer, Eva, fue producida a partir de un hueso sacado de Adán. Por tanto, un hueso representa la vida que imparte vida. El hueso tomado de Adán impartió la vida de Adán a Eva. Bajo el mismo principio, el hueso no quebrado de Cristo representa Su vida eterna que es inquebrantable e indestructible, la cual nos imparte Su vida. En Cristo como nuestro Cordero pascual hay esta vida inquebrantable e indestructible que puede impartirnos vida.
A Cristo, el Mesías, se le quitó la vida, se le crucificó, en el séptimo año de la semana sesenta y nueve, semanas contadas a partir del decreto para restaurar y reedificar Jerusalén. Esto fue profetizado en Daniel 9:25-26a y se cumplió en Juan 19:14-16. Daniel 9:25 dice: “Sabe, pues, y entiende, que desde la salida del decreto para restaurar y reedificar a Jerusalén hasta el tiempo del Mesías Príncipe, habrá siete semanas y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar, con calle y foso, incluso en tiempos angustiosos”. En este versículo, una semana equivale a siete años. Por tanto, “siete semanas” denota cuarenta y nueve años. Si uno estudia los libros de Esdras y Nehemías, verá que desde el tiempo en que el rey de Persia dio la orden para reedificar Jerusalén hasta la compleción de dicha reedificación, transcurrieron cuarenta y nueve años. Daniel 9:25 también habla de un período de sesenta y dos semanas. Esto equivale a cuatrocientos treinta y cuatro años. Las primeras siete semanas sumadas a las sesenta y dos semanas suman un total de cuatrocientos ochenta y tres años. Los primeros cuarenta y nueve años transcurren desde que se dio el decreto para reedificar Jerusalén hasta la compleción de dicha edificación. Los cuatrocientos treinta y cuatro años se extienden desde la edificación de Jerusalén hasta el tiempo del Mesías, el Príncipe, esto es, hasta el año en que se le quitó la vida al Mesías.
Daniel 9:26a añade: “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, y no tendrá nada”. La expresión se quitará la vida hace referencia a la crucifixión de Cristo, el Mesías. A Cristo se le quitó la vida no en beneficio de Él mismo, sino por nosotros. En el tiempo profetizado por Daniel, el Mesías fue crucificado por nosotros.
Mateo 27:57-60 revela que Cristo fue sepultado por un hombre rico. El Señor fue envuelto con un lienzo de lino fino y limpio para después ser puesto en un sepulcro nuevo (vs. 59-60). Esta clase de sepultura dio cumplimiento a lo dicho en Isaías 53:9.
Mientras el Señor Jesús moría en la cruz, muchas cosas malas y sufrimientos le sobrevinieron. Algunas personas le trataron malvadamente, y otras se mofaron de Él. Todo en Su entorno se volvió tenebroso; mas pese a las maldades que le sobrevinieron y lo mucho que sufrió, Él lo soportó todo y pasó por todo ello victorioso. Inmediatamente después de Su muerte, aquel entorno cambió. El Señor, después de morir para efectuar la redención e impartir vida, pasó inmediatamente de una situación de sufrimiento a una de honra. José de Arimatea, un hombre rico, y Nicodemo, un principal entre los judíos, vinieron trayendo un lienzo de lino y especias muy costosas, mirra y áloes (Jn. 19:38-40) a fin de preparar Su cuerpo para la sepultura. No fueron los pobres, sino los nobles quienes cuidaron de Su cuerpo sepultándolo en un sepulcro nuevo “con los ricos” (v. 41; Is. 53:9). Esto nos permite ver que toda la situación cambió y se tornó en una condición de abundancia y nobleza. El Señor era ahora querido por los demás y tenido en muy alta estima. Por tanto, el Señor reposó en honra humana. Aunque al morir sufrió el oprobio, Él fue sepultado en honra. Luego, por la soberanía de Dios, rodeado de honra humana del más alto nivel, el Señor descansó en el día de Sábado (Jn. 19:42; Lc. 23:55-56), a la espera del momento en que resucitaría de entre los muertos. Debido a que había concluido Su trabajo, Él podía descansar y disfrutar de un día de Sábado apropiado. Después de este Sábado, el primer día de la semana, Él habría de levantarse de Su lugar de descanso.
En Oseas 6:2 hay una profecía anunciando que Cristo sería levantado de entre los muertos al tercer día. Esta profecía se cumplió en 1 Corintios 15:4, donde se nos dice que Cristo “resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”.
En Salmos 16:8-11 tenemos la profecía con respecto a Cristo como Santo de Jehová, cuya alma Jehová no dejará en el Hades y a quien Jehová no permitirá que vea corrupción. Hechos 2:24-31 es el cumplimiento de esta profecía. Otro versículo relacionado con este cumplimiento es Hechos 13:35. Hechos 2:24 dice: “Al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella”. Cristo es tanto Dios como la resurrección (Jn. 1:1; 11:25), por lo cual Él posee la vida indestructible (He. 7:16). Puesto que Él vive para siempre, la muerte no puede retenerlo. Él mismo se entregó a la muerte, pero la muerte no pudo retenerlo; más bien, la muerte fue derrotada por Él, y Él resucitó.
Hechos 2:25 dice: “Porque David dice de Él: ‘Veía al Señor siempre delante de mí, porque está a mi diestra, para que yo no sea conmovido’”. La palabra veía introduce una declaración respecto a Cristo en Su resurrección. Aquí “el Señor” se refiere a Dios. Cuando Cristo es sostenido por Dios (como en Is. 41:13; 42:6), Dios está a Su diestra; pero cuando Él es exaltado por Dios, Él se sienta a la diestra de Dios (Hch. 2:33; Sal. 110:1; Ef. 1:20-21).
A continuación, Hechos 2:26 dice: “Por lo cual mi corazón se alegró, y exultó mi lengua, y aun mi carne descansará en esperanza”. Ésta es una cita de Salmos 16:9 tomada de la Septuaginta. Pero en el texto hebreo original, la palabra traducida “lengua” es “gloria”, la cual es un sinónimo de alma, según Génesis 49:6 y Salmos 7:5. Puesto que Cristo confiaba en Dios, Su corazón se alegró y Su alma exultó mientras estuvo en el Hades (Hch. 2:26-27).
La palabra griega traducida “descansará” en Hechos 2:26 también podría traducirse habitará, residirá, fijará su tienda. Después que Cristo murió en la cruz, mientras Su alma exultaba en el Hades, Su carne (Su cuerpo) reposaba en esperanza en el sepulcro porque Él confiaba en Dios.
Hechos 2:27 procede a decir: “Porque no abandonarás mi alma en el Hades, ni permitirás que Tu Santo vea corrupción”. El Hades, equivalente al Seol en el Antiguo Testamento (Gn. 37:35; Sal. 6:5), es el lugar donde están las almas y los espíritus de los muertos (Lc. 16:22-23). Aquí en Hechos 2:27 “corrupción” se refiere a la corrupción del cuerpo en el sepulcro.
Hechos 2:28 dice: “Me hiciste conocer los caminos de la vida; me llenarás de gozo con Tu presencia”. Aquí los caminos de la vida son los caminos para salir de la muerte y entrar en la resurrección. La palabra griega para “presencia” también significa semblante. Al ser resucitado, Cristo fue introducido en la presencia de Dios, especialmente en Su ascensión (v. 34; He. 1:3).
Hasta aquí hemos abarcado cuarenta y tres aspectos con respecto a la persona de Cristo en el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento. Hemos visto que se profetizó acerca de Él como Creador, Dios mismo, quien es inmutable. Vimos que Él nació de una virgen y se crió en una familia pobre; que llevó a cabo Su ministerio como Siervo fiel, sin quebrar la caña cascada ni apagar el pábilo humeante; que Él fue traicionado, vendido y menospreciado; que en la cruz Él llevó sobre Sí nuestras iniquidades, fue hecho pecado por nosotros y padeció el ser desamparado por Dios. Después de que se le quitó la vida, según fue profetizado en Daniel, Él fue resucitado al tercer día. ¡Cuán maravilloso es que todos estos aspectos de Cristo fueran profetizados en el Antiguo Testamento!
Aunque en las profecías del Antiguo Testamento se nos revela mucho acerca de Cristo, es necesario que nuestros ojos sean abiertos para ver tanto estas profecías como su cumplimiento. Los judíos atesoran el Antiguo Testamento como Palabra de Dios, pero debido a que están cegados por la tradición, ellos no ven nada acerca de Cristo. Damos gracias al Señor que hemos sido iluminados y que nuestros ojos han sido abiertos para ver estas profecías a la luz de la revelación del Nuevo Testamento. Ahora podemos entender los muchos aspectos con respecto a la persona de Cristo según son profetizados en el Antiguo Testamento.