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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 063-078)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE SESENTA Y NUEVE

CRISTO: SU OBRA

(7)

  Con este mensaje concluiremos nuestro estudio de la obra de Cristo en Su ministerio terrenal.

15. Purifica el templo

  El Señor Jesús purificó el templo dos veces, al inicio de Su ministerio terrenal y al final del mismo. Juan 2:14-16 dice que Él “halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de Mi Padre casa de mercado”. Aquí el Señor Jesús purificó la casa de Dios usando un azote, o látigo, hecho de cuerdas. El versículo 17 dice: “Entonces se acordaron Sus discípulos que está escrito: ‘El celo de Tu casa me consumirá’”. El celo por la casa de Dios estaba dentro del Señor Jesús. Este celo lo devoraba, lo consumía, lo abrasaba. Él vivía absolutamente para la casa de Dios. Cuando Él vio la situación de corrupción imperante en el templo, no pudo tolerarla. Debido a que tenía un corazón puro para con el Padre, Él no podía soportar ver que el templo, la casa de Su Padre, era profanado, contaminado, por cosas relacionadas con la avaricia humana. Por tanto, movido por Su celo respecto a la casa de Su Padre, Él purificó el templo echando fuera aquello que lo contaminaba.

  La purificación del templo que Cristo efectuó por segunda vez es relatada en Mateo 21:12 y 13. Después que Él entró en la ciudad de Jerusalén, lo primero que hizo fue purificar el templo. Cualquier rey terrenal, después de entrar en una ciudad capital, inmediatamente habría ascendido al trono. Pero el Señor Jesús no hizo esto, pues Él no vivía en pro de Sus propios intereses sino en pro de los intereses de Dios. Su corazón no estaba puesto en Su reino, sino en la casa de Dios.

16. Vive al Padre

  En Juan 6:57 el Señor Jesús dijo que Él vivía por causa del Padre. Cristo vivía en la tierra no meramente por el Padre o mediante el Padre, sino por causa del Padre. Su vivir tenía una causa, y esa causa era el Padre. Por tanto, el Padre no era simplemente un instrumento mediante el cual o por el cual el Hijo vivía al Padre; más bien, el Padre era Aquel por cuya causa el Hijo vivía cuando estuvo en la tierra. En la actualidad, Cristo debe ser la causa de nuestro vivir diariamente. Debemos vivir no solamente por Él y mediante Él, sino también por causa de Él. Él debe ser la causa de nuestro vivir; de otro modo, nuestro vivir carecerá de significado. Sin el Padre como la causa de Su vivir, el vivir del Hijo en la tierra durante treinta y tres años y medio habría sido en vano. Pero Su vivir no fue en vano porque el Hijo vivía por causa del Padre.

17. Trabaja con el Padre

  En Juan 5 el Señor Jesús realizó la obra de vivificar a un imposibilitado. Los judíos religiosos hostigaban a Jesús porque Él había vivificado a este hombre en día de Sábado. Él les respondió: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y Yo también trabajo” (v. 17). Según su concepto religioso, ellos estaban reposando y guardando su Sábado; pero no sabían que no había reposo para el Padre y el Hijo mientras hubiera pobres pecadores que no eran salvos. Mientras los judíos religiosos reposaban a fin de guardar su Sábado, el Padre y el Hijo estaban trabajando a fin de que los pecadores pudieran recibir vida y obtener reposo.

  Aunque Dios concluyó Su obra creadora (Gn. 2:1-3), en el ministerio terrenal de Cristo el Padre y el Hijo seguían trabajando para efectuar la redención y la edificación (Jn. 5:19-20). Esta obra incluye la impartición de vida por parte del Hijo, lo cual se manifiesta en Juan 5. A este respecto, el Padre y el Hijo son uno. Todo cuanto el Padre desea realizar en lo referente a impartir vida, el Hijo lo realiza en conformidad con dicho deseo.

  El Señor Jesús jamás realizó ninguna obra sin el Padre. Él siempre trabajó con el Padre. Esto requería negarse a Sí mismo de manera absoluta. Cristo se negó a Sí mismo a fin de trabajar con el Padre.

  Al trabajar con el Padre, el Señor Jesús trabajó en el nombre del Padre (Jn. 10:25). Habiendo venido en el nombre del Padre (5:43), Él jamás hizo nada en Su propio nombre, sino que hizo todas las cosas en el nombre del Padre. Que Él trabajase en el nombre del Padre significa que Él trabajó como el Padre. El Señor Jesús y el Padre no estaban trabajando por separado; al contrario, el Señor trabajaba con el Padre como uno solo.

  Cuando Cristo trabajó con el Padre, Él no trabajó con el Padre que estaba meramente en el cielo, sino con el Padre que estaba con Él y en Él. Esta verdad respecto a la obra de Cristo realizada con el Padre es contraria a la enseñanza tradicional que afirma que mientras el Hijo estaba en la tierra, el Padre estaba solamente en los cielos. En el aspecto económico, el Hijo estaba en la tierra y el Padre en los cielos; pero en el aspecto esencial, mientras el Hijo trabajaba en la tierra, el Padre vivía en Él y trabajaba con Él. En el aspecto esencial, el Padre y el Hijo son uno (10:30); Ellos no pueden ser separados. Por tanto, Cristo trabajó con el Padre siendo uno con Él.

18. Habla las palabras del Padre

  En Su ministerio terrenal, el Señor Jesús jamás habló Sus propias palabras. Todo cuanto Él habló fue el hablar del Padre. En cierta ocasión Él dijo: “Mi enseñanza no es Mía, sino de Aquel que me envió” (Jn. 7:16). Al no hablar desde Sí mismo, el Señor no buscaba Su propia gloria, sino la gloria de Aquel que le envió (v. 18). En lugar de hablar Sus propias palabras, Él habló Dios. Cuando Él habló la palabra de Dios, Dios era expresado mediante Su hablar. Dios mismo era manifestado mediante Sus palabras. Él llevó una vida de hablar Dios, una vida de expresar a Dios para Su gloria.

  En Juan 12:49-50 el Señor Jesús dice: “Yo no he hablado por Mi propia cuenta; el Padre que me envió, Él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que Su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que Yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho”. Esto claramente revela que, en Su ministerio, el Señor habló las palabras del Padre. En particular, el mandamiento que el Padre le dio para hablar era vida eterna. Por tanto, Él vino con las palabras vivientes, y todo aquel que reciba Sus palabras obtendrá vida eterna.

  En Juan 14:10 el Señor Jesús añade: “Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, Él hace Sus obras”. Aquí nuevamente el Señor dejó en claro que Él no hablaba Sus propias palabras, sino las palabras del Padre. Mientras el Hijo hablaba de este modo, el Padre hacía Sus obras. El hablar del Hijo era el operar del Padre.

19. Hace la voluntad del Padre

  En varias ocasiones el Señor Jesús declaró enfáticamente que Él no hacía Su propia voluntad, sino que todo cuanto hacía era la voluntad del Padre. Un día Él le dijo a Sus discípulos, quienes le habían traído alimentos y le instaban a comer: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe Su obra” (Jn. 4:34). La comida del Señor era hacer la voluntad del Padre. En Juan 4 esto significa que, en particular, Su comida era salvar a los pecadores y satisfacerlos. El Señor Jesús había venido a Samaria con un propósito: encontrar a una mujer samaritana pecaminosa y satisfacer su necesidad. Al hacer esto, Él hizo la voluntad de Dios, y hacer la voluntad de Dios era Su alimento y satisfacción.

  En Juan 6:38 el Señor Jesús dice que Él descendió del cielo no para hacer Su propia voluntad, sino la voluntad del Padre que lo envió. En Juan 5:30 Él afirma que no buscaba Su propia voluntad, sino la voluntad del Padre que lo envió. Estos versículos indican claramente que, en Su ministerio terrenal, el Señor Jesús no llevó a cabo Su propia voluntad, sino la voluntad del Padre.

20. Expresa al Padre

  Sabemos por el Evangelio de Juan que Cristo el Hijo vino en el nombre del Padre, hizo la voluntad del Padre, habló las palabras del Padre y buscó la gloria del Padre (7:18). Además, Él expresó al Padre (14:7-9). Él no se expresó a Sí mismo, sino que expresó únicamente al Padre. Durante Su ministerio terrenal el Señor Jesús habló mucho acerca del reino de Dios y de la impartición del Dios Triuno. Pero en todo cuanto Él dijo, expresó al Padre, y no se expresó a Sí mismo.

  El hecho de que el Hijo exprese al Padre es demostrado por la conversación entre el Señor Jesús y Felipe en Juan 14. En el versículo 7 el Señor les hizo notar a los discípulos que si ellos le conocieran, también conocerían al Padre. Después dijo: “Desde ahora le conocéis, y le habéis visto”. Pese a ello, Felipe contestó: “Señor, muéstranos el Padre, y nos basta” (v. 8); a lo cual el Señor Jesús respondió: “El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre” (v. 9). En el Hijo, el Padre es expresado y visto, pues el Hijo es la expresión del Padre. El Hijo no se expresa a Sí mismo; en lugar de ello, Él expresa al Padre. La expresión del Hijo es la expresión del Padre. Por tanto, cuando vemos al Hijo, vemos al Padre.

21. Revela el Padre a los discípulos

  En Su ministerio el Señor Jesús reveló el Padre a los discípulos. Mateo 11:27 dice: “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar”. Esto indica que para conocer al Padre se requiere que el Hijo lo revele. La palabra griega traducida “lo quiera” en el versículo 27 denota el ejercicio deliberado de la voluntad con base en un determinado consejo conjunto. Esto es lo que el Señor hizo al revelar el Padre a los discípulos.

  En Su oración al Padre antes de Su crucifixión, el Señor Jesús dijo: “He manifestado Tu nombre a los hombres que del mundo me diste” (Jn. 17:6). El nombre al que aquí se hace referencia es el nombre Padre. El nombre Dios y el nombre Jehová fueron adecuadamente revelados al hombre en el Antiguo Testamento, mas no así el nombre Padre, si bien es mencionado en Isaías 9:6; 63:16 y 64:8. En tiempos del Antiguo Testamento el pueblo de Dios sabía, principalmente, que Dios era Elohim, esto es, Dios, y que Él era Jehová, esto es, Aquel que siempre ha existido, pero no sabían mucho acerca del título Padre. Dios es Su nombre vinculado a la creación, y Jehová es Su nombre vinculado a la relación entre Él y el hombre. Finalmente, el Hijo vino y obró en el nombre del Padre (Jn. 5:43; 10:25) para manifestar al Padre a los hombres que el Padre le dio y para darles a conocer el nombre del Padre, el nombre que revela al Padre como fuente de vida (5:26) que propaga y multiplica la vida, de quien nacen muchos hijos (1:12-13) a fin de expresar al Padre. Por tanto, el nombre del Padre está estrechamente relacionado con la vida divina.

  En Juan 17:26 el Señor Jesús en Su oración dijo además: “Les he dado a conocer Tu nombre, y lo daré a conocer aún”. El Hijo dio a conocer el nombre del Padre a los creyentes no al impartirles enseñanzas, sino al impartir vida en ellos. Por haber creído en Cristo tenemos la vida del Padre. Debido a que somos iguales al Padre en vida y naturaleza, es fácil para nosotros conocer al Padre. El Señor Jesús, como Hijo del Padre, vino a impartir vida en nosotros. Debido a que la vida del Padre ha sido impartida en nosotros, espontáneamente el Padre nos es dado a conocer por medio de esta vida, y no mediante enseñanzas. Es en vida que conocemos al Padre.

  Al realizar Su obra, el Señor Jesús verdaderamente era uno con el Padre. Él vivió al Padre, trabajó con el Padre, habló las palabras del Padre, hizo la voluntad del Padre y expresó al Padre. Todo cuanto el Señor Jesús hizo fue para la expresión del Padre y llevó a cabo la voluntad del Padre. Con base en esto podemos ver que, al ministrar en la tierra, el Señor era absolutamente uno con el Padre, le expresó y, de este modo, reveló el Padre a los discípulos.

22. Destruye las obras del diablo

  En 1 Juan 3:8 se nos revela que, al ministrar en la tierra, el Señor Jesús destruyó las obras del diablo: “Para esto se manifestó el Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo”. La palabra griega traducida “destruir” también podría traducirse “desatar”, “disolver”, “deshacer”. Además, la palabra griega traducida “para esto” literalmente significa resultar en, es decir, con este fin, con este propósito. El diablo peca continuamente desde tiempos antiguos y engendra pecadores para que practiquen el pecado con él. Por tanto, con este propósito se manifestó el Hijo de Dios, para deshacer y destruir las obras pecaminosas del diablo, esto es: para condenar, por medio de Su muerte en la carne sobre la cruz (Ro. 8:3), el pecado iniciado por el maligno; para destruir el poder del pecado, la naturaleza pecaminosa del diablo (He. 2:14); y para quitar el pecado y los pecados.

23. Profetiza las cosas que vendrían y Su retorno

  En el transcurso de Su ministerio terrenal el Señor Jesús profetizó las cosas que vendrían y Su retorno (Mt. 24:3—25:36). En el versículo 3 de Mateo 24 los discípulos le preguntaron: “¿Cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de Tu venida, y de la consumación del siglo?”. La respuesta dada por el Señor consta de tres secciones: la primera sección (24:4-31) concierne a los judíos, quienes conforman Su pueblo elegido; la segunda sección (24:32—25:30) concierne a la iglesia; y la tercera (25:31-46) concierne a los gentiles (las naciones). La primera sección, que guarda relación con los judíos, debe ser interpretada literalmente, mientras que la segunda sección, que guarda relación con la iglesia, debe ser interpretada espiritualmente debido a que fue hablada mediante parábolas por la razón presentada en Mateo 13:11-13. Por ejemplo, el invierno mencionado en Mateo 24:20 es literalmente un invierno; pero el verano mencionado en Mateo 24:32 es un símbolo que representa el tiempo de la restauración. La tercera sección, que guarda relación con los gentiles, también debe ser interpretada literalmente.

  La profecía contenida en Mateo 24:4-14 abarca el período de tiempo que va desde la ascensión de Cristo hasta el final de la era. Algunos aspectos de esta profecía ya se han cumplido y algunos otros están en proceso de cumplirse, lo cual tendrá lugar hasta el tiempo de la gran tribulación, tiempo que constituye la consumación o final de la era presente. El fin mencionado en el versículo 6 es la consumación de la era (Dan. 12:4, 9, 6-7), el cual consistirá en la gran tribulación que durará tres años y medio.

  Mateo 24:14 dice: “Será predicado este evangelio del reino en toda la tierra habitada, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin”. El evangelio del reino pone énfasis en el gobierno celestial de Dios y la autoridad del Señor. El evangelio del reino será predicado en toda la tierra para testimonio a todas las naciones antes que venga el fin de esta era. Este testimonio tiene que propagarse a toda la tierra antes que llegue el fin de la era presente, esto es, antes del tiempo de la gran tribulación. Por tanto, la predicación del evangelio del reino será una señal de la consumación de la era presente.

  En 24:15-31 el Señor profetiza acerca de la gran tribulación (vs. 15-26), Su venida a la tierra (vs. 27-30) y la reunión de Israel (v. 31). Nadie sabe cuánto tiempo requerirán los eventos descritos en los versículos del 4 al 14. Pero la profecía contenida en los versículos del 15 al 31 con respecto al remanente de los judíos se cumplirá ciertamente en los últimos tres años y medio de esta era, el período de la gran tribulación, que es la segunda mitad de la última semana profetizada en Daniel 9:27, la cual se inicia con el establecimiento de la imagen del anticristo (el ídolo) en el templo (Mt. 24:15) y concluye con la venida de Cristo.

  En Mateo 24:27 el Señor dice: “Como el relámpago sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre”. La segunda venida de Cristo tiene dos aspectos: uno es secreto, relacionado con los creyentes que velan; el otro es visible, relacionado con los judíos y gentiles incrédulos. Aquí el relámpago representa el aspecto visible, el cual ocurrirá después de la gran tribulación (vs. 29), mientras que en el versículo 43 la venida del ladrón representa el aspecto secreto, que sucederá antes de la gran tribulación.

  En el versículo 31 el Señor procede a decir acerca de Sí mismo como Hijo del Hombre: “Enviará a Sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a Sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo de los cielos hasta el otro”. Después de la gran tribulación, al regresar el Señor a la tierra, reunirá en la Tierra Santa a los judíos que estaban dispersos trayéndolos de todos los rincones de la tierra.

  Después de profetizar con respecto a Israel, el Señor Jesús, en 24:32—25:30, procede a profetizar con respecto a la iglesia. Él exhorta a los creyentes a velar y estar preparados (24:32-44) y a ser fieles y prudentes (vs. 45-51). En los versículos 37 y 38 Él explica que la venida, la parusía, del Hijo del Hombre será como en los días de Noé. Esto significa que durante la parusía del Señor la gente estará embotada con las necesidades de esta vida, sin saber que el juicio de Dios vendrá sobre ellos mediante la venida de Cristo. Sin embargo, los creyentes deben tener la lucidez necesaria para saber que Cristo viene para ejecutar el juicio de Dios sobre este mundo corrupto. Además, como se indica en los versículos 40 y 41, mientras la gente mundana está embotada por las cosas materiales e ignora que el juicio viene, algunos de los creyentes lúcidos y que velan serán arrebatados. Esto debería ser una señal de la inminente venida de Cristo para aquellos que estén embotados e insensibles. El Señor Jesús vendrá secretamente, como ladrón, a los que le aman (v. 43) y se los llevará como Sus tesoros.

  En Mateo 25:1-30 el Señor continúa Su profecía con respecto a la iglesia al relatar una parábola acerca de la necesidad de velar (vs. 1-13) y otra parábola acerca de la necesidad de ser fieles (vs. 14-30). Mientras que el aceite en la parábola de las vírgenes representa al Espíritu de Dios, los talentos en el versículo 15 representan los dones espirituales (Ef. 4:8; Ro. 12:6; 1 Co. 12:4; 1 P. 4:10; 2 Ti. 1:6). En cuanto a la vida tenemos necesidad del aceite, el Espíritu de Dios, incluso de que Él nos llene, a fin de que podamos vivir como vírgenes para el testimonio del Señor. En cuanto al servicio, la obra, tenemos necesidad del talento, el don espiritual, para ser equipados como buenos esclavos a fin de llevar a cabo lo que el Señor quiere realizar. Ser llenos del Espíritu en el aspecto de vida nos capacita para usar el don espiritual en el servicio, y el don espiritual en el servicio corresponde a ser llenos del Espíritu en vida, lo cual nos hace miembros perfectos de Cristo.

  Mateo 25:19 dice: “Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos esclavos, y arregló cuentas con ellos”. Aquí “mucho tiempo” denota toda la era de la iglesia, y “vino” denota la venida de Cristo a los aires (1 Ts. 4:16) en Su parusía. “Arregló cuentas” denota el juicio del Señor en Su tribunal (2 Co. 5:10; Ro. 14:10), donde la vida, la conducta y las obras de los creyentes serán juzgadas para recompensarlos o castigarlos (1 Co. 4:5; Mt. 16:27; Ap. 22:12; 1 Co. 3:13-15).

  Finalmente, en Mateo 25:31-46 Cristo profetiza acerca de Su venida en relación con las naciones. El versículo 31 dice: “Cuando el Hijo del Hombre venga en Su gloria, y todos los ángeles con Él, entonces se sentará en el trono de Su gloria”. Esto se refiere al aspecto visible de la venida de Cristo, el cual dará continuación a Su venida, ya mencionada en 24:30.

  A continuación, Mateo 25:32 dice: “Serán reunidas delante de Él todas las naciones; y separará los unos de los otros, como separa el pastor las ovejas de los cabritos”. “Todas las naciones” se refiere a todos los gentiles que hayan quedado cuando Cristo regrese a la tierra después de haber destruido a los gentiles que seguían al anticristo en Armagedón (Ap. 16:14, 16; 19:11-15, 19-21). Estos gentiles que hayan quedado serán reunidos y juzgados ante el trono de gloria de Cristo. Éste será el juicio de Cristo sobre los vivos antes del milenio (Hch. 10:42; 2 Ti. 4:1), el cual es diferente de Su juicio sobre los muertos en el gran trono blanco después del milenio (Ap. 20:1-15). El juicio de Cristo sobre los gentiles vivos sucederá en la tierra después del juicio de los creyentes en Su tribunal en los aires. Después del juicio ante Cristo en Su trono de gloria, “las ovejas” serán trasladadas al milenio para ser el pueblo que vivirá bajo el reinado de Cristo y de los vencedores (Ap. 2:26-27; 12:5; 20:4-6) y bajo el ministerio sacerdotal de los judíos salvos (Zac. 8:20-23). Los “cabritos” perecerán en el lago de fuego (Mt. 25:41).

24. Establece Su mesa para que los creyentes le recuerden

  Al final de Su ministerio terrenal, el Señor Jesús estableció Su mesa a fin de que los creyentes hagan memoria de Él (Mt. 26:26-28). “Mientras comían, tomó Jesús pan y bendijo, y lo partió, y dio a los discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es Mi cuerpo” (v. 26). El pan de la mesa del Señor es un símbolo que representa el cuerpo del Señor, quebrantado por nosotros en la cruz a fin de liberar la vida del Señor para que nosotros participemos de tal vida. Al participar de esta vida, llegamos a ser el Cuerpo místico de Cristo (1 Co. 12:27), el cual también es representado por el pan de la mesa (10:17). Así que, al participar de este pan tenemos la comunión del Cuerpo de Cristo (v. 16).

  En Mateo 26:27 el Señor Jesús tomó la copa, dio gracias y se la dio a los discípulos diciéndoles: “Bebed de ella todos”. La copa se relaciona con la sangre del Señor, la cual nos ha redimido de nuestra condición caída haciendo que regresemos a Dios y volvamos a estar bajo la bendición de Dios. Con respecto a la mesa del Señor (1 Co. 10:21), el pan representa nuestra participación de la vida, y la copa, nuestro disfrute de la bendición de Dios. Así que, a la copa se le llama “la copa de bendición” (v. 16). Esta copa contiene todas las bendiciones de Dios, e incluso a Dios mismo como nuestra porción (Sal. 16:5). En Adán nuestra porción era la copa de la ira de Dios (Ap. 14:10). Cristo bebió de esa copa por nosotros (Jn. 18:11), y Su sangre constituye la copa de salvación para nosotros (Sal. 116:13), la copa que rebosa (23:5). Al participar de esta copa también tenemos la comunión de la sangre de Cristo (1 Co. 10:16).

  En Mateo 26:28 el Señor procede a decir: “Porque esto es Mi sangre del pacto, que por muchos es derramada para perdón de pecados”. El “fruto de la vid” (v. 29) contenido en la copa de la mesa del Señor también es un símbolo, el cual representa la sangre del Señor que fue derramada en la cruz por nuestros pecados. La justicia de Dios requería que la sangre del Señor fuese derramada para el perdón de nuestros pecados (He. 9:22). La sangre del Señor, habiendo satisfecho la justicia de Dios, estableció el nuevo pacto. En este nuevo pacto Dios nos da perdón, vida, salvación y todas las bendiciones espirituales, celestiales y divinas. Cuando este nuevo pacto nos es dado, es una copa (Lc. 22:20), una porción para nosotros. El Señor derramó la sangre, Dios estableció el pacto y nosotros disfrutamos la copa, en la cual Dios y todo lo Suyo son nuestra porción. La sangre es el precio que Cristo pagó por nosotros, el pacto es el título de propiedad que Dios nos trasmitió y la copa es la porción que recibimos de Dios.

25. Pone Su vida del alma por Sus ovejas

  En Juan 10:10 y 11 el Señor Jesús dice: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Yo soy el buen Pastor; el buen Pastor pone Su vida por las ovejas”. En estos versículos, en el griego se usan dos palabras distintas para “vida”. En el versículo 10 la palabra griega es zoé, que es la palabra usada en el Nuevo Testamento para referirse a la vida eterna y divina. En el versículo 11 la palabra griega es psujé, la misma palabra que se usa para “alma”, y significa la vida del alma, es decir, la vida humana. Estos versículos indican que el Señor Jesús posee dos clases de vida. Por ser hombre el Señor posee la vida psujé, la vida humana, y por ser Dios Él posee la vida zoé, la vida divina. Él puso Su vida del alma, Su vida humana, para efectuar la redención por Sus ovejas a fin de que éstas participaran de Su vida divina, la vida eterna.

  La vida divina del Señor no podía ser inmolada. La vida que Él puso por Sus ovejas y la que fue inmolada en Su crucifixión fue Su vida humana, Su vida del alma. A fin de ser nuestro Salvador, Él, como hombre, puso Su vida humana para efectuar la redención por nosotros a fin de que pudiéramos recibir la vida divina. Él puso Su vida del alma a fin de que, una vez redimidos, pudiéramos recibir la vida eterna.

26. Reemplaza todas las ofrendas

  Al morir en la cruz, Cristo reemplazó todas las ofrendas (He. 10:5-9). Las diferentes ofrendas del Antiguo Testamento son tipos, prefiguras, de Cristo. La única voluntad de Dios era enviar a Cristo a fin de reemplazar con Él todas esas ofrendas. Esto fue lo que Él hizo al ofrecerse en sacrificio una vez para siempre (v. 10). Ciertamente ésta fue una gran obra.

  Desde el tiempo de la caída del hombre, los corderos, las ovejas, los terneros y los becerros eran usados por el pueblo escogido de Dios a manera de tipos que anunciaban a Cristo, el verdadero Cordero que Dios había preparado de antemano (Jn. 1:29; 1 P. 1:19-20). En la plenitud del tiempo (Gá. 4:4) Dios envió al Hijo para que viniese en Su encarnación con un cuerpo humano (He. 10:5) de modo que pudiese ser ofrecido a Dios en la cruz (9:14; 10:12) a fin de hacer la voluntad de Dios (v. 7). La voluntad de Dios era que Cristo reemplazara todas las ofrendas, las cuales eran tipos, con Él mismo en Su humanidad como única ofrenda para la santificación del pueblo escogido por Dios (vs. 9-10). Por tanto, a manera de dar conclusión a Su ministerio terrenal Cristo llevó a cabo la gran obra de reemplazar todas las ofrendas consigo mismo.

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