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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 099-113)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE CIENTO CINCO

LOS CREYENTES: SUS DESIGNACIONES

(1)

  En este mensaje comenzaremos a abarcar las cuatro designaciones que se les da a los creyentes en el Nuevo Testamento: discípulos, creyentes, santos y cristianos.

A. DISCÍPULOS

  Primero, los creyentes son designados como discípulos. El término discípulos con frecuencia es usado en los Evangelio y Hechos, pero no es usado por completo en las Epístolas. Mateo 5:1 dice: “Viendo las multitudes, subió al monte; y cuando se hubo sentado, se le acercaron Sus discípulos”. Cuando Cristo se sentó en el monte, Sus discípulos, y no las multitudes, se le acercaron para ser Su auditorio. Con el tiempo no sólo los judíos que creyeron, sino también los de las naciones llegaron a ser los discípulos del Señor. En Mateo 5:1 y 2 el Señor Jesús impartió Sus enseñanzas a los discípulos, no a las multitudes. Las multitudes que se reunían alrededor de Él conformaban el círculo periférico, pero Sus discípulos formaban Su círculo interno. Estos discípulos eran creyentes judíos; pero cuando se encontraban en aquel monte escuchando la promulgación de la constitución del reino, ellos eran representantes no del pueblo judío, sino de los creyentes neotestamentarios. En Mateo 28:19 el Señor Jesús les dijo a Sus discípulos que fueran e hicieran discípulos a las naciones, esto es, a los gentiles. Esto significa que los de las naciones se convertirían también en discípulos. Por consiguiente, tanto los creyentes judíos como los creyentes gentiles son discípulos. La audiencia presente en aquel monte, si bien compuesta principalmente por judíos, representaba a todos los discípulos.

  Otros tres versículos que se refieren a los creyentes como discípulos son Mateo 28:16; Hechos 6:1 y 21:16. Mateo 28:16 dice: “Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había indicado”. Hechos 6:1 dice que el número de los discípulos se multiplicaba, y 21:16 hace referencia a los discípulos procedentes de Cesarea. Todos estos versículos indican que una de las designaciones de los creyentes es la de discípulos.

1. Aquellos que siguen a Cristo

  Los discípulos son aquellos que siguen a Cristo. En Su ministerio el Señor Jesús instó a las personas a arrepentirse debido a que el reino de Dios se había acercado (Mr. 1:15; Mt. 4:17). Cuando algunos se arrepintieron o se sintieron inclinados a ir con Él, les dijo: “Sígueme” (v. 19; 9:9; 19:21; Lc. 9:59). Como discípulos, los creyentes siguen al Señor Jesús.

2. Aquellos que aprenden de Cristo

  Los discípulos también son aquellos que aprenden de Cristo. En Mateo 11:29 el Señor Jesús dice: “Tomad sobre vosotros Mi yugo, y aprended de Mí”. La disciplina es requerida tanto para seguir a Cristo como para aprender de Él. No podemos seguirle ni aprender de Él sin ser disciplinados. Especialmente debemos ser disciplinados para aprender de Cristo.

B. CREYENTES

  Son muchos los versículos del Nuevo Testamento que hacen referencia a los creyentes. Hechos 5:14 dice: “Eran agregados al Señor más y más creyentes”. En 1 Timoteo 6:2 Pablo exhorta a los esclavos cuyos amos son creyentes, y en 4:12 encarga a Timoteo: “Sé modelo para los creyentes en palabra, conducta, amor, fe y pureza”.

  En 2 Corintios 6:14 Pablo exhorta a los creyentes corintios: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos”. Luego, en el siguiente versículo les pregunta: “¿O qué parte [tiene] el creyente con el incrédulo?”. La palabra desigual del versículo 14 significa dispar; denota una diferencia de especie. Esto hace referencia a Deuteronomio 22:10, donde se prohíbe uncir bajo un mismo yugo a dos animales diferentes, esto es, a un animal limpio con otro inmundo. En la actualidad, nosotros los creyentes somos los limpios, mientras que los incrédulos son los inmundos. Por tanto, los creyentes y los incrédulos son dos pueblos diferentes. Debido a la naturaleza divina y la posición santa de los creyentes, éstos no deben unirse en un mismo yugo con los incrédulos.

  En 2 Corintios 6:14-16 Pablo describió la diferencia que existe entre los creyentes y los incrédulos mediante cinco ejemplos, a saber: no puede haber ningún compañerismo, ningún intercambio, entre la justicia y la injusticia; no puede haber ninguna comunión entre la luz y las tinieblas; no puede haber ninguna armonía, ninguna concordia, entre Cristo y Belial; ninguna parte, ninguna porción, puede ser compartida entre un creyente y un incrédulo; no puede haber ningún acuerdo, ningún consentimiento, entre el templo de Dios y los ídolos. Estos ejemplos también revelan el hecho de que los creyentes son justicia, luz, Cristo y el templo de Dios, y que los incrédulos son injusticia, tinieblas, Belial (Satanás, el diablo) e ídolos. Los creyentes somos de Cristo, y los incrédulos son de Satanás. Si tenemos amistad con los incrédulos, esto significa que pretendemos armonizar a Cristo y Satanás. Sin embargo, un creyente no puede tener parte con un incrédulo.

1. Aquellos que han creído en Cristo, el Hijo de Dios, conforme a la economía neotestamentaria de Dios, la economía de la fe

  La designación creyentes designa a quienes han creído en Cristo, el Hijo de Dios, conforme a la economía neotestamentaria de Dios. La designación, por supuesto, denota el asunto de creer. Aquel que no tenga fe en Cristo, que no crea en Cristo, ciertamente no es un creyente.

  Estrictamente hablando, en el Nuevo Testamento no encontramos expresiones tales como cree a Jesús, ni cree que Jesús existe ni tampoco cree a Cristo. No es exacto decir que creemos que Jesús existe, ni tampoco que le creemos a Jesús o a Cristo. Se hace necesario el uso de cierta preposición después de “creer” y debemos decir que creemos en Cristo. Juan 3:16 habla de creer en el Hijo de Dios. En realidad la preposición usada en el griego tanto aquí como en muchos otros versículos del Evangelio de Juan significa “dentro de” y denota la unión que tenemos con Cristo al creer en Él.

  Al creer en Cristo, creemos en Él como Hijo de Dios. Por supuesto, Jesucristo también es un hombre; sin embargo, el Nuevo Testamento no nos dice que debemos creer en Él como hombre, sino que nos dice que creamos en él como Hijo de Dios. Todos pueden fácilmente comprender que Jesús es un hombre. Por tanto, no se nos dice que creamos en Él como hombre; pero este hombre es el Hijo de Dios, y tenemos que creer en ello. Un creyente es alguien que ha creído en Cristo como Hijo de Dios.

  Juan 20:31 dice: “Éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en Su nombre”. Cristo es el título del Señor Jesús según Su oficio, Su misión. Este título denota la obra que Él realiza para llevar a cabo el propósito de Dios. El Hijo de Dios es el título del Señor conforme a Su persona misma. Su persona tiene que ver con la vida de Dios, y Su misión se relaciona con la obra de Dios. Él es el Hijo de Dios para ser el Cristo de Dios. Él obra para Dios mediante la vida de Dios a fin de que nosotros, al creer en Él, tengamos la vida de Dios para llegar a ser hijos de Dios.

  Puesto que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, debemos creer en Él como Aquel que es el Cristo y el Hijo de Dios. Tenemos que creer en Él como Aquel que es la persona divina que viene a llevar a cabo la comisión de Dios para el cumplimiento de Su propósito eterno. Ésta es la persona en quien creemos.

  El hecho de que creamos en Cristo como Hijo de Dios es conforme a la economía neotestamentaria de Dios, la economía de la fe. En 1 Timoteo 1:4 se nos habla de “la economía [o, dispensación] de Dios que se funda en la fe”. Esta dispensación se refiere a una administración según una economía; por tanto, se refiere a la economía de Dios. En el griego la expresión traducida “la dispensación de Dios” también significa la economía doméstica de Dios (Ef. 1:10; 3:9). Ésta es la administración doméstica de Dios según la cual Dios mismo, en Cristo, se imparte en Su pueblo escogido a fin de obtener para Sí una casa, una familia, que lo exprese, la cual es la iglesia, el Cuerpo de Cristo (1 Ti. 3:15).

  En 1 Timoteo 1:4 Pablo nos dice que la dispensación de Dios, Su economía, se funda en la fe. La impartición del Dios Triuno procesado en nosotros se realiza íntegramente mediante la fe. La economía de Dios es un asunto de fe, es decir, se realiza en la esfera y el elemento de la fe, en Dios por medio de Cristo. La economía de Dios, que consiste en que Dios se imparta en Su pueblo escogido, no es llevada a cabo en la esfera natural ni por las obras de la ley, sino en la esfera espiritual de la nueva creación por medio de la regeneración por la fe en Cristo (Gá. 3:23-26). Por medio de la fe nacimos de Dios como Sus hijos y fuimos hechos partícipes de Su vida y naturaleza para expresarle. Por medio de la fe somos puestos en Cristo y de este modo llegamos a ser miembros de Su Cuerpo y participamos de todo lo que Él es para Su expresión. En esto consiste la impartición del Dios Triuno en conformidad con Su economía neotestamentaria, la cual es llevada a cabo en fe.

  En el Nuevo Testamento, la fe tiene tanto un sentido objetivo como también un sentido subjetivo. Cuando es usada en su sentido objetivo, la fe denota el objeto de nuestra creencia; cuando es usada en su sentido subjetivo, fe denota nuestra acción de creer. Por tanto, la fe se refiere tanto a las verdades en las cuales creemos como también a la acción de creer, esto es, a la acción y función de nuestro creer.

  La fe en Efesios 4:13 se refiere a aquello en lo cual todos los cristianos creemos. Creemos en el Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Creemos que Cristo, el Hijo de Dios, se encarnó, que Él fue crucificado para nuestra redención, que Él fue resucitado de entre los muertos tanto física como espiritualmente, que Él ascendió a la diestra de Dios y que Él viene otra vez. Además, creemos que la Biblia es la Palabra de Dios, la cual fue inspirada por el Espíritu Santo palabra por palabra. Ésta es nuestra fe, “la común fe” (Tit. 1:4), “la fe que ha sido trasmitida a los santos una vez para siempre” (Jud. 3).

  La fe subjetiva no es nuestra capacidad natural ni una virtud natural. Esta fe es nuestra reacción hacia Dios, la cual resulta del hecho de que Dios se transfundiera en nosotros e infundiera Su elemento en nuestro ser. Cuando el elemento de Dios nos empapa, nosotros reaccionamos para con Dios, y esta reacción es fe. Por tanto, la fe es la reacción causada por la infusión divina, la cual empapa nuestro ser hasta saturarlo. Una vez que poseemos tal fe, jamás podremos perderla, pues ella ha sido infundida en nosotros y pasa a formar parte de nuestra constitución intrínseca.

  Debe impresionarnos profundamente el significado que tiene la fe en el Nuevo Testamento. Primero, la fe es Dios como palabra que nos es hablada. Mediante la palabra de Dios y por el Espíritu de Dios somos infundidos con Dios en Cristo. Como resultado de ello, algo surge en nuestro interior. Esto es fe. La fe entonces opera en nosotros para introducirnos en una unión orgánica con el Dios Triuno. Mediante esta unión orgánica Dios es transfundido e infundido continuamente en nosotros. Como resultado de ello, poseemos la vida divina y la naturaleza divina para llegar a ser hijos de Dios, miembros de Cristo y partes del nuevo hombre. En conjunto llegamos a ser la casa de Dios, el Cuerpo de Cristo y el nuevo hombre. Ésta es la economía de Dios que se funda en la fe.

  Gálatas 3:23 y 25 hablan de la fe que viene. El versículo 23 dice: “Antes que viniese la fe, estábamos bajo la custodia de la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada”. Este versículo indica claramente que hubo un tiempo cuando la fe vino y fue revelada. La fe no sería hallada en el Antiguo Testamento, sino que vino con Jesucristo. Cuando Cristo vino, la gracia vino y también vino la fe. La fe vino para reemplazar a la ley. Por tanto, Gálatas 3:25 dice: “Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo”. Según este versículo, ahora que la fe ha venido ya no estamos bajo la ley como nuestro ayo. La fe y la ley no pueden coexistir. Antes que la fe viniera, nosotros estábamos bajo la ley. Pero ahora que la fe ha venido y ha sido revelada, esta fe reemplaza a la ley. La ley nos guardó para Cristo y nos llevó a Él, pero ahora, en nuestra experiencia, ella debe ser reemplazada por la fe. La fe caracteriza a quienes creen en Cristo y los distingue de quienes observan la ley (Hch. 6:7; 1 Ti. 3:9). No somos aquellos que observan la ley, sino que somos aquellos que creen en Cristo.

  Del mismo modo en que la ley era el principio básico conforme al cual Dios se relacionaba con Su pueblo en el Antiguo Testamento, la fe es el principio básico conforme al cual Él se relaciona con Su pueblo en el Nuevo Testamento. Todo el que se rehúse a creer en Cristo perecerá, mientras que aquellos que creen en Él serán perdonados de sus pecados y recibirán la vida eterna. En Juan 16:9 se nos dijo que el Espíritu convencerá al mundo de pecado por cuanto no creyeron en el Hijo de Dios. Esto indica que el único pecado que hace que las personas perezcan es el pecado de incredulidad. El mandamiento de Dios para los pecadores es que crean en el Hijo de Dios.

  En el Nuevo Testamento la fe tiene tanto un aspecto divino como un aspecto humano. Por el lado de Dios, el término la fe implica que Dios envió a Su Hijo a la tierra, que Cristo murió en la cruz para efectuar la redención, que Él estuvo sepultado y fue resucitado, que en resurrección Él liberó la vida divina y llegó a ser el Espíritu vivificante, todo lo cual sirvió al propósito de que Él entrase en aquellos que creen en Él a fin de ser para ellos gracia, vida, poder y serlo todo para ellos. Por nuestro lado, la fe guarda relación con oír, apreciar, invocar, recibir, aceptar, unirse, participar y disfrutar. Si no tenemos fe, todo cuanto ha sido logrado por parte de Dios permanecerá como algo objetivo para nosotros y no se relacionará personalmente con nosotros. La economía de Dios, la cual consiste en que Él se imparta en nosotros, se funda en la fe.

2. Aquellos que han recibido a Cristo como la vida que los generó a fin hacerlos hijos de Dios

  Los creyentes son aquellos que han recibido a Cristo como la vida que los generó a fin de hacerlos hijos de Dios. Creer en Cristo equivale a recibirle. Cuando creemos en Cristo, le recibimos. Le recibimos al creer en Él.

  Juan 1:12 y 13 dicen: “A todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio autoridad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. Aquí vemos que creer en el Señor Jesús equivale a recibirle. Si una persona verdaderamente cree en el nombre del Señor, de alguna manera u otra esta persona dirá: “Señor Jesús”. Siempre y cuando invoquemos Su nombre desde lo profundo de nuestro ser, creemos en Él. Si creemos en Él al invocar Su nombre, esto demuestra que le hemos recibido. Además, puesto que le hemos recibido, hemos recibido también la autoridad de ser hechos hijos de Dios. Esta autoridad es Cristo mismo como la vida generadora que hace de nosotros hijos de Dios para Su multiplicación y expresión.

  Hemos recalcado el hecho de que creer en el Señor Jesús es recibirle. El Señor es alguien que puede ser recibido. Ahora Él es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45) quien, con Su redención completa, espera que le recibamos y está a la expectativa de ello. Nuestro espíritu es el órgano receptor. Recibimos al Señor Espíritu (2 Co. 3:18) en nuestro espíritu al creer en Cristo. Una vez que creemos en Él, entonces Él, como Espíritu, entra en nuestro espíritu. Así somos regenerados por Él, el Espíritu vivificante, y llegamos a ser un solo espíritu con Él (1 Co. 6:17).

3. Aquellos que han creído en Cristo como Hijo de Dios, con lo cual son unidos orgánicamente con Él

  Los creyentes son aquellos que han creído en Cristo como Hijo de Dios, con lo cual son unidos orgánicamente con Él. Sin embargo, ciertas personas meramente creen a Cristo, pero no creen en Cristo. Los auténticos creyentes son aquellos que creen en Cristo, incluso entran en Cristo al creer en Él. Aquellos que meramente creen a Cristo no son creyentes en el sentido neotestamentario, pues ellos toman al Señor Jesús como un modelo, un ejemplo, un prototipo, que ellos imitan y siguen para realizar ciertas obras en beneficio de la sociedad. Debido a que tales personas no han creído en Cristo recibiéndolo, ellas no han entrado en una unión orgánica con Cristo. Los auténticos creyentes, quienes verdaderamente hemos creído en Cristo, tenemos una unión orgánica con Él.

  Juan 3:36 dice: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna”. La traducción literal de la frase cree en, tanto en el versículo 36 como en los versículos 15, 16 y 18 de este capítulo, debiera ser “cree dentro de”. Cuando creemos en el Señor Jesús como Hijo de Dios, entramos en Él al creer en Él. Al creer en Él, entramos en Él a fin de ser uno con Él orgánicamente, ser partícipes de Él y participar en todo lo que Él ha logrado por nosotros. Al creer en Él, somos identificados con Él en todo lo que Él es y en todo por lo cual Él ha pasado, ha logrado, ha alcanzado y ha obtenido. Ya que somos hechos uno con Cristo al creer en Él, somos salvos y regenerados por Él como vida. Por tanto, es al creer en Él que participamos de Él como vida y somos regenerados en Él.

  Las palabras del Señor en Juan 3:15, 16, 18 y 36 nos dicen clara y definitivamente que la manera en que somos regenerados consiste en creer en el Señor Jesús, incluso entrar en Él al creer en Él. Creer en el Señor es la única manera en que podemos recibir la salvación y experimentar la regeneración. Esto es íntegramente un asunto de fe. No importa cuánto podamos trabajar o cuán buena sea nuestra obra, no podemos ser salvos ni regenerados por nuestra obra. Nuestra obra no cuenta para este asunto. Únicamente la fe cuenta. La salvación y la regeneración tienen que realizarse mediante la fe. Es por fe en el Señor, al creer en Él, que recibimos el perdón, o sea, somos liberados de la condenación de Dios en el sentido negativo. También es por medio de la fe, al creer en el Señor, que recibimos la vida eterna, la vida de Dios, la vida divina, para nuestra regeneración en el sentido positivo. El Señor Jesús ha logrado la obra redentora a favor nuestro. Mediante Su muerte redentora en la cruz Él ha satisfecho las justas exigencias de Dios que pesaban sobre nosotros y ha cumplido, en lugar nuestro, con todos los requisitos propios de la justicia de Dios, la santidad de Dios y la gloria de Dios. Por medio de Su muerte en la cruz, como Aquel en forma de serpiente, el Señor destruyó a Satanás, el diablo que nos usurpa y esclaviza, a fin de que podamos ser liberados de la esclavitud del maligno y del poder de la muerte (He. 2:14). Todas las cosas negativas han sido resueltas por medio de la muerte todo-inclusiva de Cristo en la cruz. Por tanto, no tenemos que hacer nada excepto creer en el Señor Jesús y en lo que Él logró. Él no ha dejado cabida alguna para nuestra obra. No hay necesidad de que realicemos obra alguna, sino que únicamente es necesaria la fe en la obra redentora todo-inclusiva que Cristo terminó y completó.

  Después de pasar por la muerte, el Señor, mediante la resurrección y en resurrección, ha liberado Su vida y ha llegado a ser el Espíritu vivificante. Ahora en resurrección Él es el Espíritu de vida, con toda la virtud de Su obra redentora, quien está a la espera de que nosotros creamos en Él. Una vez hayamos creído en Él, recibiremos no solamente el perdón de pecados y la liberación del poder maligno de las tinieblas de Satanás, sino que también recibiremos al Espíritu de vida, esto es, al propio Señor Jesucristo, con la vida eterna de Dios. Es de este modo que somos salvos, somos regenerados y entramos en una unión orgánica con Cristo.

  Al creer en Cristo como Hijo de Dios tenemos una unión orgánica con Él. Cuando creímos en Cristo, entramos en Cristo al creer en Él y, por ende, llegamos a ser un solo espíritu con Él (1 Co. 6:17). Esto es lo que queremos decir con la expresión unión orgánica. Por medio de la fe somos introducidos en una unión orgánica con el Dios Triuno. Ahora el Señor procura desarrollar esta unión orgánica, y Él hará que se desarrolle plenamente. Cuanto más es desarrollada esta unión, más disfrutaremos la impartición del Dios Triuno.

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