
Hemos visto que en la etapa progresiva de la salvación completa de Dios, la etapa de la transformación, los creyentes experimentan y disfrutan al Dios Triuno procesado en Su impartición triuna, experimentan de continuo la redención efectuada por Dios y disfrutan la impartición de la Trinidad Divina en la transformación divina con miras a la conformación divina. Con este mensaje comenzaremos a considerar la experiencia que los creyentes tienen corporativamente de la impartición de la Trinidad Divina.
En el Nuevo Testamento el reino acompaña a la salvación de Dios, y la salvación de Dios acompaña al reino. Sin embargo, es posible que prestemos atención a la salvación de Dios y no al reino, debido a que consideramos que el reino es algo reservado estrictamente para el futuro. Pero el reino está relacionado con nuestra salvación actual, pues forma parte de la salvación provista por Dios. Si no hemos sido salvos, no podemos estar en el reino. Asimismo, si no hemos entrado en el reino, no hemos sido salvos.
Según nuestro concepto natural y religioso, el arrepentimiento y la regeneración tienen por finalidad que nosotros recibamos la salvación; pero según el Nuevo Testamento, el arrepentimiento y la regeneración primordialmente tienen por finalidad que entremos en el reino de Dios. Juan el Bautista, el precursor de Cristo, predicó el arrepentimiento por causa del reino. Él dijo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 3:2). Al inicio de Su ministerio, el Señor Jesús también exhortó a las personas que se arrepintieran debido a que el reino de los cielos se había acercado (4:17). Ni Juan el Bautista ni el Señor Jesús dijeron: “Arrepentíos, porque la salvación ha llegado”; más bien, ellos dijeron: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Además, el Señor Jesús le dijo a Nicodemo: “El que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn. 3:5). Si creemos en el Señor, habremos de nacer de nuevo, y al nacer de nuevo habremos de entrar en el reino de Dios. En Juan 3 el reino ya estaba presente, y todo creyente regenerado en Cristo podía entrar en él. El Nuevo Testamento indica que el arrepentimiento y la regeneración experimentados al creer en el Señor no son primero para obtener la salvación, sino para entrar en el reino. No obstante, como ya dijimos, la salvación de Dios y el reino están mutuamente relacionados.
El reino se relaciona tanto con el presente como con el futuro. Sin embargo, algunos maestros de la Biblia afirman que el reino es un asunto reservado únicamente para la era venidera. Ellos enseñan que Cristo vino con el reino y lo presentó al pueblo judío, pero que después, debido a que los judíos rechazaron el reino, éste fue suspendido y pospuesto. Según tales maestros, la era presente no es la era del reino, sino la era de la iglesia. Ellos separan por completo el reino de la iglesia. Pero el Nuevo Testamento indica que donde está la salvación, allí está el reino. El Nuevo Testamento también revela que allí donde la iglesia está presente, también está presente el reino. Por ejemplo, Romanos 14:17 dice: “El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”. Este versículo es una prueba contundente de que, en la era de la iglesia, la iglesia misma es el reino de Dios, porque el contexto trata de la vida de iglesia en la era actual. Además, en Apocalipsis 1:9 Juan dice: “Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús”. Aquí vemos que Juan y los otros creyentes ya estaban en el reino a fin de ejercitarse en la tribulación y la perseverancia. Con base en estos versículos vemos que el reino está presente en la actualidad. El reino está aquí juntamente con la salvación de Dios y con la iglesia.
Como creyentes, hemos entrado en el reino de Dios al haber sido regenerados (Jn. 3:3, 5). Esto significa que nuestra regeneración fue nuestra entrada en el reino de Dios. Por tanto, ser regenerados es entrar en el reino de Dios. Nos hemos arrepentido, hemos creído en el Señor Jesús y hemos sido regenerados, con lo cual entramos en el reino. Todos los que han creído en Cristo han entrado en el reino de Dios al ser regenerados.
En Juan 3:3 el Señor Jesús dice: “El que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios”, y en el versículo 5 Él añade: “El que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. Estas palabras son una clara revelación de que la regeneración es la única entrada al reino de Dios. A fin de entrar en el reino de Dios, necesitamos nacer de nuevo. No hay otra manera de entrar en el reino de Dios.
El reino de Dios es el reinado de Dios. Es una esfera divina en la cual se entra, un ámbito que requiere la vida divina. Sólo la vida divina puede hacer que las cosas divinas sean reales para nosotros. Por tanto, para ver el reino de Dios, o entrar en él, es necesario ser regenerados con la vida divina.
Un reino siempre está relacionado con la vida. El reino vegetal se relaciona con la vida vegetal, y el reino animal se relaciona con la vida animal. A fin de tener parte en cierto reino, primero debemos poseer la vida propia de tal reino. Si no tuviéramos la vida humana, no podríamos entrar en el reino humano. Únicamente los seres humanos pueden participar del reino humano debido a que únicamente ellos poseen la vida humana. Asimismo, si no tuviéramos la vida divina, la vida de Dios, no podríamos entrar en el reino de Dios. Sin la vida de Dios no podemos tener parte en el reino de Dios. Si hemos de entrar en el reino divino, tenemos que poseer la vida divina. Debido a que mediante la regeneración recibimos la vida divina, la vida de Dios, la regeneración es la entrada en el reino.
El reino de Dios no solamente es el reinado de Dios, sino también el ámbito, o esfera, divino. A fin de participar en el reinado de Dios y estar en la esfera divina, tenemos necesidad de la vida divina. Únicamente quienes posean la vida divina podrán estar en la esfera divina y tener parte en el reino divino. Por tanto, es imprescindible que seamos regenerados para que podamos tener la vida divina, la cual nos capacita para entrar en la esfera divina y participar en el reino divino. No importa cuán buena, limpia y pura sea nuestra vida humana, ella no puede aprehender las cosas pertenecientes a la esfera divina y no es apta para entrar en el reino divino. Únicamente la vida divina es apta para estar en la esfera divina.
Todos entramos en el reino humano al nacer. Nadie fue jamás admitido en el reino humano por naturalización. Este mismo principio se aplica al reino de Dios. Es la vida divina la que nos introduce en el reino de Dios. Ésta es la razón por la cual el Señor Jesús dice que tenemos que entrar en el reino de Dios al nacer. No podemos entrar en el reino de Dios por medio del aprendizaje ni por naturalización. Entramos en el reino de Dios únicamente mediante la regeneración.
Cuando fuimos regenerados, fuimos trasladados al reino de Dios. Colosenses 1:13 dice que Dios “nos ha librado de la autoridad de las tinieblas, y trasladado al reino del Hijo de Su amor”. Nosotros fuimos trasladados al reino de Dios mediante la regeneración, y ahora estamos en el reino de Dios. Cuando creímos en el Señor Jesús e invocamos Su nombre, el Espíritu divino entró en nosotros, nos regeneró e hizo que naciéramos para entrar en el reino de Dios.
Después que hemos entrado en el reino de Dios mediante la regeneración, debemos avanzar a fin de obtener rica entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 P. 1:5-11). Por un lado, hemos entrado en el reino; por otro, todavía necesitamos una rica entrada. Podríamos usar el nacimiento de un niño en una familia a manera de ilustración. Mediante el nacimiento este niño pasa a pertenecer a su familia; no obstante, es necesario que este niño crezca y se desarrolle hasta alcanzar la madurez a fin de que pueda entrar a formar parte de esa familia de manera cabal. El nacimiento es su entrada inicial en dicha familia, pero su crecimiento, desarrollo y madurez producen una rica entrada. Este mismo principio se aplica a la entrada en el reino de Dios. La entrada inicial en el reino es la regeneración, pero la rica entrada consiste en que experimentemos el pleno desarrollo de la vida divina, desarrollo que es revelado en 2 Pedro 1:5-11.
En 2 Pedro 1:11 se nos dice: “Porque de esta manera os será suministrada rica y abundante entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. El suministro abundante que disfrutamos en el desarrollo de la vida y naturaleza divinas nos suministrará rica y abundante entrada en el reino eterno de nuestro Señor. Este suministro nos capacitará y hará aptos para entrar en el reino venidero mediante todas las riquezas de la vida y naturaleza divinas como nuestras virtudes excelentes para la espléndida gloria de Dios.
El reino eterno mencionado en 2 Pedro 1:11 se refiere al reino de Dios, que le fue entregado a nuestro Señor y Salvador Jesucristo (Dn. 7:13-14), y que será manifestado a Su regreso (Lc. 19:11-12). Será una recompensa para Sus creyentes fieles que buscan el crecimiento en Su vida hasta llegar a la madurez y el desarrollo de las virtudes de Su naturaleza a fin de participar de Su reinado en la gloria de Dios en el milenio (2 Ti. 2:12; Ap. 20:4, 6). Entrar de esta manera en el reino eterno del Señor está relacionado con entrar en la gloria eterna de Dios, a la cual Él nos llamó en Cristo.
Podemos obtener rica entrada en el reino eterno de nuestro Señor debido a que hemos recibido, por el divino poder de Dios, todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad. En 2 Pedro 1:3 se nos dice: “Ya que Su divino poder nos ha concedido todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad”. En este versículo la palabra divino denota la divinidad eterna, ilimitada y todopoderosa de Dios. Por tanto, el poder divino es el poder de la vida divina relacionada con la naturaleza divina. La palabra concedido aquí significa impartido, infundido, implantado. Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido impartidas, infundidas, por el Espíritu vivificante y todo-inclusivo que nos ha regenerado y mora en nosotros (2 Co. 3:6, 17; Jn. 3:6; Ro. 8:11). El poder divino nos ha permitido acceder a todas las cosas relacionadas con el crecimiento en vida.
“Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad” componen los varios aspectos de la vida divina, tipificados por las riquezas del fruto de la buena tierra en el Antiguo Testamento. Estas cosas son aquello a lo cual da sustantividad la fe que Dios nos asignó como porción para que sea nuestra herencia (2 P. 1:1). La vida está dentro de nosotros y nos capacita para vivir, mientras que la piedad está por fuera como expresión externa de la vida interior. La vida es la energía, la fortaleza interna, para producir la piedad externa, la cual lleva a la gloria y produce gloria.
Que los creyentes hayan recibido rica entrada en el reino eterno del Señor también guarda relación con el hecho de que ellos recibieron preciosas y grandísimas promesas a fin de participar, disfrutar, de la naturaleza divina. En 2 Pedro 1:4a se nos dice que Dios “nos ha concedido preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina”. Según este versículo, Dios nos ha concedido preciosas y grandísimas promesas con un propósito específico. Este propósito es que por tales promesas llegamos a ser participantes de la naturaleza divina. Por medio de las preciosas y grandísimas promesas nosotros, los creyentes en Cristo, hemos llegado a ser participantes de Su naturaleza divina en una unión orgánica con Él. Llegar a ser participantes de la naturaleza divina equivale a disfrutar lo que Dios es. A fin de que podamos disfrutar todo lo que Él es, Dios hará muchas cosas por nosotros conforme a Sus promesas. Esto nos permitirá disfrutar Su naturaleza, lo que Él es.
Ser participante de la naturaleza divina es ser participante de los elementos, los ingredientes, del ser mismo de Dios. La naturaleza divina se refiere a las riquezas de lo que Dios es. Todo lo que Dios es, está en Su naturaleza. Por tanto, cuando somos participantes de la naturaleza divina, somos participantes de las riquezas divinas. Habiendo recibido la vida divina por medio de la regeneración, tenemos que proceder a disfrutar lo que Dios es. Cuando somos partícipes de Dios, los aspectos de lo que Él es llegan a ser disfrutados por nosotros. Por ejemplo, somos participantes de Su justicia, santidad, bondad, amor, compasión. Esto equivale a disfrutar los elementos constitutivos de la naturaleza divina. El propósito de Dios al concedernos tales preciosas y grandísimas promesas es que nosotros lleguemos a ser participantes de la naturaleza divina.
Como aquellos que han creído en Cristo, tenemos la posición, la capacidad y la provisión requerida para llegar a ser participantes de la naturaleza divina. En la medida que disfrutamos la naturaleza de Dios, parte de esta naturaleza llega a ser nuestra santidad, y otras partes llegan a ser nuestra humildad, amor, bondad y otras virtudes. Finalmente, todas estas virtudes excelentes alcanzarán su consumación en gloria.
En 2 Pedro 1:5-11 se nos presenta el desarrollo de las virtudes excelentes mediante el disfrute de la naturaleza divina para obtener rica entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. En 2 Pedro 1:5 se nos dice: “Por esto mismo, poniendo toda diligencia, desarrollad [o, suministrad] abundantemente en vuestra fe virtud; en la virtud, conocimiento”. La palabra griega aquí traducida “poniendo” literalmente significa introduciendo al lado. Al costado de, junto con, las preciosas y grandísimas promesas que Dios nos ha dado, debemos poner toda diligencia en cooperar con la dinámica naturaleza divina que nos capacita para que obtengamos una rica entrada en el reino del Señor por medio del cumplimiento de Sus promesas.
En el versículo 5 Pedro nos urge a desarrollar abundantemente en nuestra fe virtud. Lo que el poder divino nos ha dado en los versículos 3-4 se desarrolla en los versículos 5-7. Desarrollar la virtud en la fe significa suministrar la virtud en el ejercicio de la fe. El mismo principio se aplica a todos los demás aspectos. La palabra desarrollad en el versículo 5 literalmente significa “suministrad”. Pedro nos dice en el versículo 5 que debemos desarrollar lo que ya tenemos. Tenemos fe, y ahora en nuestra fe debemos desarrollar la virtud.
La fe que Pedro menciona en 1:5 es la fe igualmente preciosa que Dios nos asignó (v. 1) como porción común de la bendición de vida del Nuevo Testamento para el inicio de la vida cristiana. Es necesario ejercitar esta fe para que la virtud de la vida divina sea desarrollada a fin de llegar a su madurez.
La fe en 2 Pedro 1 puede ser comparada a una semilla. En 1 Pedro 1 la semilla es la palabra que tiene a Cristo como vida. Aquí en 2 Pedro 1 esta semilla se convierte en nuestra fe, la cual es esta fe igualmente preciosa. Esta fe es uno con Cristo como semilla.
Después que una semilla ha sido sembrada en el suelo, ella debe ser desarrollada. Este mismo principio se aplica al desarrollo de la semilla de la fe. En nuestra fe debemos desarrollar virtud. Literalmente la palabra griega aquí traducida “virtud” significa excelencia; denota la energía de la vida divina, la cual produce una acción vigorosa. Si la fe es considerada como una semilla, la virtud podría ser considerada como la raíz que brota de esta semilla.
La virtud mencionada en el versículo 5 se refiere a la misma virtud mencionada en el versículo 3, donde Pedro se refiere a “Aquel que nos llamó por Su propia gloria y virtud”. Además, esta virtud guarda relación con la naturaleza divina, la cual denota las riquezas de lo que Dios es. La virtud en los versículos 3 y 5 es producto de experimentar la naturaleza divina en el versículo 4. Cuando participamos de la naturaleza divina —los diferentes aspectos de las riquezas de lo que Dios es—, estas riquezas llegan a ser nuestras virtudes. Dios es amor, luz, santidad, justicia, bondad. Todos éstos son atributos de Dios. Cada atributo divino es también una virtud. Cuando disfrutamos lo que Dios es, disfrutamos Su santidad; entonces, esta santidad llega a ser una virtud en nosotros y con nosotros. Este mismo principio se aplica al disfrute que tenemos de los otros atributos divinos.
La esencia, o el elemento, de la virtud se halla contenido en la fe como semilla. Esta semilla en realidad es Cristo mismo, y Cristo es Dios en todo lo que Él es. Este Cristo ha llegado a ser nuestra herencia. Nuestra respuesta o reacción a Cristo como corporificación de Dios para ser nuestra herencia dentro de nosotros, es la fe. Dentro de la fe como una semilla están incluidos todos los atributos divinos, todas las riquezas de lo que Dios es. Debido a que poseemos esta semilla de fe con la naturaleza divina, tenemos que proceder a hacer desarrollar esta semilla. Lo primero que se genera en este desarrollo es virtud.
En 1:5 Pedro también nos insta a desarrollar “en la virtud, conocimiento”. La virtud, la acción vigorosa, necesita el suministro abundante del conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor (vs. 2-3, 8) con respecto a todas las cosas que se relacionan con la vida divina y la piedad y con el hecho de ser participantes de la naturaleza divina para nuestro disfrute en el desarrollo descrito en los versículos del 5 al 7. El conocimiento que debemos desarrollar en nuestra virtud incluye el conocimiento de Dios y de nuestro Salvador, el conocimiento de la economía de Dios, el conocimiento de lo que la fe es y el conocimiento del divino poder, gloria, virtud, naturaleza y vida. En realidad, éste es el conocimiento de todas las cosas relacionadas con la vida y la piedad.
El conocimiento del cual se habla en 1:5 es el pleno conocimiento de Dios y de nuestro Señor. No tenemos necesidad de obtener el pleno conocimiento del Dios que no pasó por un proceso, el Dios “crudo”, sino de obtener el pleno conocimiento del Dios procesado, el Dios que se hizo hombre mediante la encarnación, que vivió en la tierra por treinta y tres años y medio, que murió en la cruz y fue sepultado, que fue resucitado y que ascendió a los cielos. La encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección y la ascensión forman todos parte de un largo proceso. Debido a que Cristo pasó por tal proceso, Él ya no es meramente Dios con el elemento de la divinidad, sino que Él también es un hombre con el elemento de la humanidad. Nuestro Señor es tanto Dios como hombre; Él posee tanto la naturaleza divina como la naturaleza humana. Además, en Él también están incluidos los elementos del vivir humano, Su muerte todo-inclusiva y Su resurrección que imparte vida. Debemos suministrar abundantemente en nuestra virtud este conocimiento del Dios Triuno. Sin tal conocimiento, no podemos lograr el desarrollo descrito en 1:5-7. No es posible lograr este desarrollo sin el pleno conocimiento de Dios.
Es imprescindible, pues, que desarrollemos este conocimiento en nuestra virtud. No sería adecuado simplemente tener virtud sin conocimiento. El conocimiento mencionado en 1:5 es también una raíz primaria que se desarrolla a partir de la semilla de la fe. Por tanto, con la virtud y el conocimiento tenemos el crecimiento de la semilla.
En 1:6 Pedro añade: “En el conocimiento, dominio propio; en el dominio propio, perseverancia; en la perseverancia, piedad”. El dominio propio consiste en ejercer control y restricción sobre uno mismo en relación con nuestras pasiones, deseos y hábitos. Esto debe ser suministrado y desarrollado en el conocimiento para el debido crecimiento en vida.
Una vez hemos adquirido conocimiento fácilmente podríamos volvernos orgullosos. Por esta razón, en nuestro conocimiento debemos desarrollar dominio propio, lo cual implica restricción. Además de desarrollar virtud y conocimiento, tenemos necesidad de la restricción que viene con el dominio propio.
Según lo dicho por Pedro en el versículo 6, en nuestro dominio propio debemos desarrollar perseverancia. El dominio propio se ejerce para con uno mismo, mientras que la perseverancia consiste en sobrellevar a otros y nuestras circunstancias. En cuanto a nosotros mismos, es imprescindible ejercer dominio propio, y en cuanto a nuestras circunstancias, independientemente de cuáles sean, necesitamos perseverancia. A fin de llevar una vida cristiana apropiada debemos ser perseverantes con respecto a quienes nos rodean y también con respecto a nuestro entorno y circunstancias.
En el versículo 6 Pedro también afirma que en nuestra perseverancia debemos desarrollar piedad. La piedad consiste en llevar una vida que es como Dios y que expresa a Dios. Mientras ejercemos control sobre nosotros mismos y sobrellevamos a otros y nuestras circunstancias, es necesario que en nuestra vida espiritual se desarrolle la piedad para que seamos como Dios y le expresemos. La vida cristiana debiera ser una vida que expresa a Dios y manifiesta la semejanza de Dios en todas las cosas.
En el versículo 7 Pedro concluye diciendo: “En la piedad, afecto fraternal; en el afecto fraternal, amor”. La palabra griega traducida “afecto fraternal” es filadelfía, la cual se compone de filéo, “sentir afecto por alguien”, y adelfós, un hermano; por tanto, un afecto fraternal, un amor caracterizado por deleite y placer. En la piedad, que es la expresión de Dios, es necesario que este amor sea suministrado por el bien de la hermandad (1 P. 2:17; 3:8; Gá. 6:10), por causa de nuestro testimonio ante el mundo (Jn. 13:34-35) y para que llevemos fruto (15:16-17).
La palabra griega para “amor” en 2 Pedro 1:7 es agápe, la palabra que el Nuevo Testamento usa para referirse al amor divino, el cual es Dios mismo en Su naturaleza (1 Jn. 4:8, 16). Es un amor más noble que el amor filéo; adorna todas las cualidades de la vida cristiana (1 Co. 13; Ro. 13:8-10; Gá. 5:13-14). Es más fuerte en su habilidad y de mayor capacidad que el amor humano (Mt. 5:44, 46), aun así un creyente que viva por la vida divina y participe de la naturaleza divina puede ser saturado de dicho amor y expresarlo en plenitud. Es necesario que tal amor sea desarrollado en el afecto fraternal para gobernarlo y fluir en él a fin de que Dios, quien es este amor, sea expresado plenamente. Puede considerarse que la fe es la simiente de vida y que este amor más noble es el fruto (2 P. 1:8) en su desarrollo pleno. Los seis pasos intermedios de desarrollo son las etapas de su crecimiento hacia la madurez.
En 1:5-7 se nos presenta el desarrollo que va de la fe al amor. Este desarrollo incluye la virtud, el conocimiento, el dominio propio, la perseverancia y la piedad. Finalmente, logramos el pleno desarrollo y madurez a partir de la semilla de la fe, mediante las raíces de la virtud y del conocimiento, el tronco del dominio propio, y las ramas de la perseverancia y la piedad, a fin de florecer y dar el fruto que consiste en el afecto fraternal y el amor.
En 1:8 Pedro procede a decir: “Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán ociosos ni sin fruto para el pleno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”. Aquí “estas cosas” se refieren a todas las virtudes enumeradas en los versículos del 5 al 7, desde la fe hasta el amor. El verbo griego aquí traducido “están” es upárco; denota que ciertas cosas existen en una persona y le pertenecen desde el principio, llegando a ser de este modo su legítima posesión hasta el presente. Esto indica que todas las virtudes mencionadas en los versículos del 5 al 7 son posesión de los creyentes y están en ellos para siempre por medio de la experiencia que tienen al participar de la naturaleza divina en todas sus riquezas.
Pedro dice que estas virtudes no solamente están presentes en nosotros, sino que además abundan. Las virtudes divinas no solamente están presentes en los creyentes y son su posesión personal, sino que también abundan y se multiplican en ellos mientras la vida divina se desarrolla y crece en su ser. Todas las virtudes ya estaban presentes en la semilla y ahora están a la espera de la oportunidad para abundar. A fin de que las virtudes presentes en la semilla abunden, es necesario que la semilla sea sembrada en el suelo y después crezca y se desarrolle hasta que florezca y lleve fruto.
Pedro dice que si estas cosas están presentes y abundan en nosotros, nos constituirán en personas que no están ociosas ni sin fruto para el pleno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Esto indica que las virtudes de la vida divina y de la naturaleza divina son los elementos constitutivos de nuestra constitución espiritual, es decir, de nuestro ser espiritual, los cuales nos hacen personas que no tienen los elementos de la ociosidad ni la esterilidad. La ociosidad y la esterilidad son elementos constitutivos de nuestro ser caído, mientras que el obrar, el vigorizar de la vida y el fructificar son los elementos constitutivos de nuestra constitución espiritual. El uso que hace Pedro de la expresión sin fruto en el versículo 8 indica que lo que se aborda en los versículos del 5 al 7 constituye el desarrollo del crecimiento de la vida divina hasta su madurez.
En 2 Pedro 1:9-10 se nos dice: “El que no tiene estas cosas es ciego y tiene la vista muy corta; habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, sed aún más diligentes en hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no tropezaréis jamás”. Aquí ser aún más diligentes equivale a desarrollar las virtudes espirituales en la vida divina, avanzar en el crecimiento de la vida divina. Esto hace firme el llamamiento de Dios y Su elección.
Si somos diligentes para desarrollar las virtudes mencionadas en los versículos del 5 al 7, habremos de confirmar, hacer firme, nuestra vocación y elección. Jamás debiéramos dudar de que hemos sido llamados por Dios y escogidos por Él. Sin embargo, algunos podrían cuestionarse si Dios los ha escogido. La razón por la cual dudamos con respecto a este asunto es que nos hacen falta las virtudes enumeradas por Pedro. Pero si desarrollamos estas virtudes y llegamos a estar constituidos de ellas, habremos de tener la confirmación de que hemos sido llamados y escogidos. Esto es hacer firme nuestra vocación y elección. Además, al hacer estas cosas jamás tropezaremos, porque habremos llegado a estar íntegramente constituidos.
El versículo 11 indica que, como resultado de desarrollar la semilla divina hasta la madurez, la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo nos será suministrada rica y abundantemente. En este reino eterno no seremos súbditos, sino que seremos reyes. Pero para ser reyes en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, es necesario que obtengamos la madurez en vida.
Según lo dicho por Pedro en 1:5-11, crecer hasta la madurez equivale a desarrollar lo que ya hemos recibido. Nos ha sido asignada una fe igualmente preciosa, y esta fe es una semilla todo-inclusiva. Todas las riquezas divinas se hallan presentes en esta semilla, pero debemos ser diligentes para que en éstas sea desarrollada la virtud. Entonces debemos desarrollar en nuestra virtud, conocimiento; en el conocimiento, dominio propio; en el dominio propio, perseverancia; en la perseverancia, piedad; en la piedad, afecto fraternal, y en el afecto fraternal, amor. Al desarrollar estas virtudes crecemos y, a la postre, alcanzaremos la madurez. Como resultado de ello, hemos de ser llenos de Cristo y, en palabras de Pablo, hemos de llegar a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Ef. 4:13). Entonces seremos aptos y estaremos equipados para ser reyes en el reino venidero. De este modo, obtendremos rica entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.