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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 265-275)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE DOSCIENTOS SESENTA Y SEIS

EXPERIMENTAR Y DISFRUTAR A CRISTO EN LOS EVANGELIOS Y EN HECHOS

(2)

3. Cristo

  En el mensaje anterior vimos que el Señor Jesús es el hijo de David y el hijo de Abraham. Ahora tenemos que proceder a ver que Él es también el Cristo. El título Cristo se recalca en Mateo 1:16 para mostrar que Jesús es el Cristo, el Mesías, profetizado en el Antiguo Testamento.

a. El ungido de Dios: el Mesías

  Con respecto a que Jesús es el Cristo, Juan 1:41 dice: “Él halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo)”. Mesías es una palabra hebrea; Cristo proviene del griego. La forma castellanizada de la palabra griega Cristós es Cristo. Ambos términos, el hebreo Mesías y el griego Cristós, significan “el ungido”. El término Mesías, el Ungido, se usa en Daniel 9:26: “Después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, y no tendrá nada”. Esto se refiere a Jesucristo, quien es el Ungido. Cristo es el Ungido de Dios, Aquel que Dios designó para llevar a cabo Su propósito, Su plan eterno.

b. Para que participemos en Su reinado

  Jesús es el Cristo para que nosotros participemos en Su reinado (Ap. 20:4b, 6b). Al recibir al Señor Jesús como nuestro Salvador-Rey no solamente somos introducidos en el reino de Dios, sino que además somos hechos partícipes en el reinado de Jesús. En otras palabras, recibir al Salvador-Rey hace que formemos parte del Rey. De este modo nos convertimos en Sus co-reyes. Incluso en la actualidad, todos los creyentes que andan en el camino divino son reyes, y la autoridad divina está con ellos. Con tales creyentes hay algo especial: el reinado divino. Por tanto, podemos experimentar y disfrutar a Cristo como Aquel que nos conduce a la participación en Su reinado.

4. Jehová nuestro Salvador

  El Señor Jesús es Jehová nuestro Salvador. Mateo 1:21 dice: “Dará a luz un hijo, y llamarás Su nombre Jesús, porque Él salvará a Su pueblo de sus pecados”. El nombre Jesús incluye el nombre Jehová. Jesús es el equivalente en el griego del nombre hebreo Josué (Nm. 13:16), el cual significa “Jehová el Salvador” o “la salvación de Jehová”. Por tanto, Jesús no sólo es un hombre, sino también Jehová, y no sólo Jehová, sino Jehová que llega a ser nuestro Salvador, nuestra salvación.

a. Mediante la encarnación

  El Señor Jesús es Dios encarnado. Fue mediante la encarnación que Él, Jehová, llegó a ser Jehová nuestro Salvador. Jehová significa “Yo soy” (Éx. 3:14). Únicamente Dios es el Eterno. Desde la eternidad y hasta la eternidad, Él es Yo soy. Debido a que el Señor Jesús es Jehová encarnado, Él podía decir acerca de Sí mismo: “Antes que Abraham fuese, Yo soy” (Jn. 8:58). Mediante la encarnación Jehová llegó a ser nuestro Salvador.

b. Para salvarnos de nuestros pecados

  El Señor Jesús, como Jehová nuestro Salvador, nos salva de nuestros pecados. Él nos salva de nuestro pecado y de nuestros pecados, de todos los pecados que nos asedian en nuestra vida diaria, del poder maligno de Satanás, de todo cuanto Dios condena y de todas las cosas negativas. Día tras día podemos experimentar, disfrutar e, incluso, expresar a Cristo como nuestro Salvador y como nuestra salvación, quien nos salva constantemente de todo pecado, sea pequeño o grande. Siempre que le invocamos para que nos salve, Él es Jehová nuestro Salvador, Jehová nuestra salvación.

5. Emanuel: Dios con nosotros

a. En Su humanidad

  También podemos experimentar y disfrutar a Cristo como Emanuel. “‘He aquí, una virgen estará encinta y dará a luz un hijo, y llamarán Su nombre Emanuel’ (que traducido es: Dios con nosotros)” (Mt. 1:23). En Su humanidad Jesús, el Dios encarnado, es Emanuel: Dios con nosotros. Jesús fue el nombre que Dios le dio, mientras que Emanuel fue como los hombres le llamaron. Jesús el Salvador es Dios con nosotros. Él es Dios encarnado para morar entre nosotros (Jn. 1:14). Él no sólo es Dios, sino Dios con nosotros. Sin Él no podemos tener un encuentro con Dios, pues Él es Dios. Sin Él no podemos encontrar a Dios, pues Él es Dios encarnado. Por tanto, cuando invocamos al Señor Jesús, tenemos el sentir de que Dios está con nosotros.

b. Para que Dios satisfaga nuestras necesidades en todo aspecto

  Cristo es el Dios completo que llegó a ser un hombre perfecto. Por tanto, Él es tanto el Dios completo como el hombre perfecto, quien posee una divinidad genuina y una humanidad verdadera. Como Dios todopoderoso, Él tiene la capacidad tanto en Su divinidad como en Su humanidad para satisfacer nuestras necesidades en todo aspecto. Lo necesitamos a Él en Su capacidad divina para poder ser divinos como Él. Lo necesitamos a Él en Su humanidad para poder ser humanos como Él conforme a la norma más elevada de humanidad. Así que, por Él, con Él y en Él podemos ser no solamente un ser humano apropiado y elevado, sino también un Dios-hombre, un hombre divino, como Él lo es. Él es divino que llegó a ser humano para que nosotros pudiéramos ser humanos que llegan a ser divinos. Él ahora es humanamente divino a fin de hacernos divinamente humanos. De este modo Él, quien es todo-inclusivo, satisface nuestras necesidades adecuada y suficientemente de la manera más excelente.

  Cristo pasó por los procesos de la encarnación y la resurrección a fin de impartirse en nosotros. Mediante la encarnación Cristo podía ser Emanuel, quien estaba fuera de Sus creyentes, pero esto sólo cumpliría parte de Su propósito al estar con nosotros. Que Él estuviera con nosotros sólo externamente no cumple Su propósito de impartir Su propio ser en el nuestro, por lo cual Él debía pasar por otro proceso. El segundo proceso consistió en Su muerte y resurrección. En resurrección Él cambió de tener una forma física a tener una forma espiritual. Mediante la muerte y la resurrección Él, como postrer Adán, fue hecho Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Como Espíritu vivificante, Él es Emanuel, la presencia de la Trinidad Divina. Esta presencia está siempre con nosotros en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22), no solamente día tras día, sino también momento a momento. Para vivir con Cristo es necesario que estemos en Su presencia divina (Gá. 5:25a). La presencia divina es el Espíritu vivificante como consumación del Dios Triuno. Esta presencia es Emanuel, quien es el Jesús verdadero y concreto, el Dios Triuno con el hombre tripartito.

  Vivimos con Cristo como nuestro Emanuel y andamos por Cristo como Espíritu vivificante. A fin de andar por Cristo como Espíritu vivificante, tenemos que vivir con Cristo como una persona, quien es Emanuel. En la actualidad Emanuel es el propio Espíritu vivificante, la consumación del Dios Triuno como Su presencia que está con nosotros momento a momento. Debemos comprender que el día entero tenemos a Otro con nosotros. Él no solamente está con nosotros de manera externa, sino que también está con nosotros internamente en nuestro espíritu a cada minuto del día. Hacemos y decimos cosas de una manera cuando estamos solos, pero cuando tenemos a otro con nosotros, las hacemos y decimos de manera diferente. Tenemos que preguntarnos: “¿Estamos haciendo las cosas a nuestra manera o las hacemos de otro modo debido a que nos damos cuenta de que hay Otro que está con nosotros?”. Si comprendemos que hay Otro que está con nosotros, todo cuanto hagamos cambiará.

  Hay muy pocos cristianos que andan, viven, hablan y hacen las cosas con Emanuel como aquel Otro que está con ellos. Tenemos la doctrina de Emanuel, pero tenemos muy poca experiencia de Emanuel. Si tuviéramos más experiencia de Emanuel, no haríamos muchas de las cosas que hacemos actualmente, como por ejemplo difundir chismes. La presencia del Señor cambia nuestra vida. Tenemos que darnos cuenta y percibir que el Señor Jesús, nuestro Salvador, es también Emanuel. Él es el Dios Triuno con nosotros, hombres tripartitos. No debiéramos decir ni hacer nada en nosotros mismos ni por nosotros mismos. Debemos experimentar a Emanuel.

  Vivir con Cristo es no vivir yo solo, sino vivir con el Cristo que vive en mí (Gá. 2:20). Si usted vive todos los días y en todo momento por sí mismo, ha sido derrotado. Tiene que comprender que ya no vive solo, sino que Cristo vive con usted y en usted. Cuando perciba esto, ello revolucionará toda su vida.

  Al vivir con Cristo nosotros todavía vivimos, pero ya no vivimos por nosotros mismos, solos, sino por Cristo que vive con nosotros como Emanuel. El nombre Emanuel se menciona por primera vez en Isaías (7:14; 8:8). Muchos cristianos se dirigen al Señor como Jesús y como Cristo, pero pocos se dirigen al Señor como Emanuel. Tenemos que aprender a invocar así a nuestro Señor, llamándole: “Emanuel”.

6. Un nazareno

  En Su vivir humano el Señor Jesús era un nazareno menospreciado. Mateo 2:23 dice que José “vino y habitó en la ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliese lo que fue dicho por medio de los profetas, que habría de ser llamado nazareno”. El título Nazareno tal vez se refiera al vástago en Isaías 11:1, el cual en el hebreo es netzer. Aquí el vástago, que representa a Cristo, es un retoño que brota del tocón de Isaí, el padre de David. Cuando Jesús nació, el trono de David ya había sido derrocado. Esto quiere decir que el tronco real, el tocón, de David había sido cortado. Ahora un retoño nuevo brotó del tronco de Isaí y creció de sus raíces. Este retoño brotó y creció en medio de condiciones humillantes. Jesús no nació en una casa de reyes reconocida y distinguida, ni tampoco creció en una ciudad famosa tal como Jerusalén, sino que nació en una casa pobre y creció en una ciudad menospreciada. Todo esto le hizo un nazareno, un vástago; no el vástago alto de un árbol majestuoso, sino un retoño aparentemente insignificante del tocón de Isaí.

  Debido a que el Señor Jesús fue menospreciado como nazareno nacido en un hogar pobre y criado en una ciudad menospreciada, Él podía relacionarse con todo tipo de hombre. Si Él hubiera nacido como corresponde a un rey, pocos habrían podido acercársele. Pero Él nació como hombre pobre y podía acercarse a toda clase de persona, especialmente a los pobres y enfermos, tales como los ciegos, los leprosos, los pecadores y los recaudadores de impuestos. Él llegó a ser Amigo de ellos a fin de cuidarlos tiernamente.

a. Aquel que fue rechazado por el mundo

  Como nazareno, el Señor Jesús fue rechazado por el mundo (Mt. 2:13b, 21-22). En verdad, el Señor Jesús era el Dios Altísimo y auténtico descendiente de la casa real del gran rey David. Según Su estatus, tanto en Su divinidad como en Su humanidad, le debían tener en muy alta estima y exaltarle grandemente. Pero debido a la manera en que nació y el entorno en el cual nació, no había señal externa alguna de que Él debiera ser estimado y exaltado. Además, Su propia apariencia física no tenía hermosura ni atractivo a los ojos de los hombres. Además, en Su manera de vivir Él no se exhibía, y Su manera de llevar a cabo Su obra era muy peculiar según el concepto humano. En Su humanidad humilde, Él escondió todos los aspectos excelentes tanto de Su estatus divino como de Su estatus humano. Por tanto, Él fue absolutamente rechazado por la gente de este mundo en conformidad con su perspectiva mundana.

b. Aquel que fue menospreciado por los hombres

  Como nazareno, el Señor Jesús fue también Aquel menospreciado por los hombres. Él fue llamado Jesús de Nazaret, pues era un nazareno. Cuando Felipe tuvo un encuentro con Jesús, supo que Jesús era el Mesías; después Felipe fue a Natanael y le dijo que había conocido al Mesías, el cual era hijo de José, un hombre de Nazaret. De inmediato Natanael dijo: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn. 1:45-46). Aunque Jesús era de Nazaret y era un nazareno, Él, la descendencia de David, no había nacido en Nazaret, sino en Belén. Debido a que el Señor fue criado en Nazaret, los demás no lo consideraban como nacido en Belén. El Señor, por tanto, se manifestó como un nazareno de Galilea (7:52), un pueblo que en aquel entonces era menospreciado por la gente. Como nazareno menospreciado, el Señor Jesús era de clase baja y de posición humilde.

  Debemos experimentar a Cristo como nazareno, como Aquel que fue rechazado por el mundo y menospreciado por los hombres. Si experimentamos a Cristo como tal clase de persona y andamos en el camino del reino, nosotros también seremos rechazados por el mundo y menospreciados por otros.

7. El Bautizador

a. En el Espíritu

  Cristo es el Bautizador. Mateo 3:11b dice: “Él os bautizará en el Espíritu Santo y fuego”. El bautismo realizado por el Señor puede traer vida eterna en el Espíritu Santo o perdición eterna en fuego. El bautismo efectuado por el Señor en el Espíritu Santo dio comienzo al reino de los cielos, al introducir a Sus creyentes en el reino de los cielos, mientras que Su bautismo en fuego concluirá el reino de los cielos, echando a los incrédulos en el lago de fuego. Por esto, el bautismo efectuado por el Señor en el Espíritu Santo, el cual se basa en Su redención, es el comienzo del reino de los cielos, mientras que el bautismo en fuego, el cual se basa en Su juicio, es el final de aquel reino.

  Otro versículo que nos habla de Cristo como Bautizador es Juan 1:33. En este versículo Juan el Bautista dice: “El que me envió a bautizar en agua, Él me dijo: Sobre quien veas descender al Espíritu y que permanece sobre Él, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo”. El agua representa la muerte y la sepultura para dar fin a las personas arrepentidas; el Espíritu Santo es el Espíritu de vida y resurrección para hacer germinar a las personas a las que se les dio fin. El Espíritu Santo, en quien Cristo bautizó a quienes creyeron en Él, es el Espíritu de Cristo y el Espíritu de Dios (Ro. 8:9). Por tanto, ser bautizados en el Espíritu Santo es ser bautizados en Cristo (Gá. 3:27; Ro. 6:3), en el Dios Triuno (Mt. 28:19) e, incluso, en el Cuerpo de Cristo (1 Co. 12:13), el cual está unido al Señor en un solo espíritu (6:17).

b. Para introducirnos en el Dios Triuno

  Como Bautizador, Cristo nos introdujo en el Dios Triuno. Debido a ello Mateo 28:19 habla de bautizar a los creyentes “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Tal bautismo tiene un aspecto esencial y un aspecto económico. El Señor Jesús es Aquel que puede introducirnos en el Dios Triuno de modo que experimentemos un nuevo comienzo, seamos hechos un nuevo ser y entremos en una nueva esfera: la esfera del Cuerpo.

c. Para hacernos granos de trigo y reunirnos en Su granero

  Cristo el Bautizador nos hace granos de trigo y después nos reúne en Su granero (13:30b, 43). Mateo 3:12 dice: “Limpiará completamente Su era; y recogerá Su trigo en el granero, pero quemará la paja con fuego inextinguible”. Aquellos que son tipificados por el trigo, tienen vida por dentro. El Señor Jesús los bautizará en el Espíritu Santo y los recogerá en Su granero en los cielos por medio del arrebatamiento. Aquellos que son tipificados por la paja, no tienen vida. El Señor los bautizará en fuego, echándolos en el lago de fuego.

8. El Hijo amado de Dios el Padre

  Con relación a nuestra experiencia y disfrute, Cristo también es el Hijo amado de Dios el Padre. Mateo 3:17 dice: “He aquí, hubo una voz de los cielos, que decía: Éste es Mi Hijo, el Amado, en quien tengo complacencia”. Éstas fueron las palabras dichas por el Padre para dar testimonio del Señor Jesús como amado Hijo del Padre. Mateo 17:5 dice: “Mientras él aún hablaba, he aquí una nube luminosa los cubrió; y he aquí salió de la nube una voz que decía: Éste es Mi Hijo, el Amado, en quien me complazco; a Él oíd”. Esta declaración del Padre, dada para vindicar al Hijo, fue hecha primero en 3:17, después que Cristo subió de las aguas del bautismo, lo cual representaba Su resurrección de entre los muertos. Después, en 17:5, el Padre hizo esta misma declaración, esta vez para vindicar al Hijo en Su transfiguración, la cual prefigura el reino venidero. En cada instancia vemos que Cristo es el Hijo amado del Padre, el Hijo de Su amor (Col. 1:13).

a. La corporificación y expresión del Dios Triuno

  Como Hijo amado de Dios el Padre, Cristo es la corporificación y expresión del Dios Triuno. “En Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9). La frase la plenitud de la Deidad se refiere a la Deidad en Su totalidad, al Dios completo, incluyendo al Padre, al Hijo y al Espíritu. Debido a que la Deidad incluye al Padre, al Hijo y al Espíritu, no sería correcto decir que la plenitud de la Deidad incluye solamente a Dios el Hijo y no a Dios el Padre y a Dios el Espíritu. Puesto que la Deidad incluye al Padre, al Hijo y al Espíritu, la plenitud de la Deidad tiene que ser la plenitud del Padre, del Hijo y del Espíritu. Por tanto, como Aquel en quien habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, Cristo es la corporificación del Dios Triuno.

  El Hijo es Dios mismo expresado (He. 1:8). Dios el Padre está escondido; Dios el Hijo es expresado. A Dios nadie le vio jamás; pero el Hijo, por ser la Palabra de Dios (Jn. 1:1; Ap. 19:13) y el hablar de Dios (He. 1:1-2), le ha dado a conocer en una expresión, explicación y definición plenas (Jn. 1:18).

  En Su vivir humano y en Su obra, Cristo el Hijo expresó al Padre (14:9). El Hijo vino en el nombre del Padre (5:43), trabajó en el nombre del Padre (10:25), hizo la voluntad del Padre (6:38), habló las palabras del Padre (3:34a; 14:24; 7:16-17; 12:47-50) y buscó la gloria del Padre (7:18). Él era uno con el Padre (10:30). Él no tenía una obra, voluntad, palabras, gloria y ambición que fueran para Sí mismo. Como tal, Cristo expresaba únicamente al Padre. Él no se expresó a Sí mismo. Él era el Hijo, no obstante, expresó al Padre.

  Siempre que hablamos del Hijo de Dios, de inmediato nos vemos involucrados con el Padre y con el Espíritu. Según los escritos de Pablo, al tener al Hijo tenemos también al Padre y al Espíritu. El Hijo es la corporificación y expresión del Dios Triuno hecho real a nosotros como Espíritu para nuestra experiencia y disfrute. Mediante la encarnación el Hijo de Dios se hizo hombre, el postrer Adán, quien mediante la muerte y la resurrección llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). “El Señor es el Espíritu” (2 Co. 3:17). Por tanto, el Hijo de Dios, la corporificación y expresión del Dios Triuno, se hizo hombre y, en resurrección, esta Persona es ahora el Espíritu vivificante.

b. Para que participemos en la plenitud de la Deidad a fin de llegar a ser la expresión de Dios

  Como Hijo amado del Padre, Cristo es la corporificación y expresión del Dios Triuno para que nosotros participemos en la plenitud de la Deidad a fin de que lleguemos a ser la expresión de Dios. Juan 1:16 dice: “De Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. Esto indica que en el Hijo amado participamos en la plenitud de la Deidad. Esta plenitud es ilimitada. Cuanto más experimentamos y disfrutamos esta plenitud, más comprendemos que ella es ilimitada. A medida que participamos en la plenitud de la Deidad, llegamos a ser la plenitud del Dios Triuno, la cual es la expresión del Dios Triuno procesado.

  Pablo se refiere a esto en Efesios 3:19, donde habla de la necesidad de que los creyentes sean “llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”. La plenitud de Dios es la expresión de Dios. Según Juan 1:16, la plenitud de Dios vino con Cristo, quien es la corporificación de la plenitud de Dios (Col. 2:9; 1:19). Con Cristo, la expresión era cuestión de un individuo. Esta expresión, por tanto, debía ser agrandada, a fin de ser expandida de un individuo para ser corporativa. En la actualidad la iglesia está destinada a ser la plenitud, la expresión, del Dios Triuno de manera corporativa. En la iglesia, el Dios Triuno no es expresado mediante un individuo, sino que es expresado corporativamente mediante el Cuerpo. A medida que participamos en la plenitud de la Deidad corporificada en el Hijo, llegamos a ser la plenitud corporativa, la expresión corporativa, del Dios Triuno.

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