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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 295-305)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE DOSCIENTOS NOVENTA Y CINCO

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(1)

III. EN LAS EPÍSTOLAS

  En este mensaje comenzaremos a considerar los aspectos de la experiencia y disfrute que tenemos de Cristo presentados en las Epístolas. Comenzaremos considerando la experiencia y disfrute que tenemos de Cristo según lo presentado en Romanos. Con frecuencia considerado como el quinto evangelio, Romanos es un libro rico, profundo, reflexivo y lógico. Es rico en cuanto al disfrute de Cristo, según lo indica la expresión particular hallada en 10:12: “El mismo Señor es Señor de todos y es rico para con todos los que le invocan”.

A. Experimentarle y disfrutarle como:

1. El linaje de David y el Hijo de Dios

  Romanos nos muestra primero que para nuestra experiencia y disfrute, el Señor es Aquel que posee dos naturalezas, la humana y la divina. Estas dos naturalezas de la persona de Cristo se hallan indicadas por los dos títulos de Cristo hallados en Romanos 1:1-4: el linaje de David y el Hijo de Dios. Estos versículos dicen: “Pablo, esclavo de Cristo Jesús, apóstol llamado, apartado para el evangelio de Dios, que Él había prometido antes por medio de Sus profetas en las santas Escrituras, acerca de Su Hijo, que era del linaje de David según la carne, que fue designado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos, Jesucristo nuestro Señor”.

  Según Su naturaleza humana, Cristo es el linaje de David, el descendiente de un personaje histórico (Mt. 1:1; 22:42). Según Su naturaleza divina, Cristo es el Hijo de Dios, la expresión de Dios. En el Nuevo Testamento, el título Hijo de Dios significa la expresión de Dios (Jn. 5:19; 14:7-9; He. 1:3). Como Hijo de Dios, Cristo expresa a Dios Padre. “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer” (Jn. 1:18). Nadie ha visto jamás a Dios; no obstante, el Hijo, como Palabra de Dios y hablar de Dios, lo ha dado a conocer (v. 1; Ap. 19:13; He. 1:2). El Padre es el Dios invisible, el Dios escondido; el Señor Jesús, el Hijo de Dios, es el Dios manifestado. Como linaje de David e Hijo de Dios, Cristo es el Dios completo y el hombre perfecto, el Dios-hombre.

a. El contenido del evangelio

  Esta persona misteriosa con un estatus maravilloso al poseer dos naturalezas —el Señor Jesucristo como linaje de David e Hijo de Dios— es el contenido del evangelio de Dios que es revelado en todo el libro de Romanos. El libro de Romanos es un libro que trata sobre el evangelio de Dios. Todo el libro —desde el capítulo 1, que trata sobre la persona de Jesucristo, el Dios-hombre, y la justicia de Dios, hasta el capítulo 16, que trata sobre las iglesias locales como expresión del Cuerpo de Cristo— constituye el evangelio completo de Dios para los hombres, las buenas nuevas y nuevas de gran gozo (10:15). Ningún otro libro nos presenta el evangelio de Dios de manera tan completa como lo hace Romanos. En el capítulo 1 de Romanos vemos a Cristo como una persona maravillosa poseedora de dos naturalezas —la divina y la humana—, y en el último capítulo vemos las iglesias locales. Esto indica que el inicio del evangelio es Cristo y la consumación del evangelio es las iglesias locales. Estas iglesias locales son el resultado de la impartición de la persona de Cristo con Su naturaleza divina y humana. Esta Persona es impartida en el pueblo escogido y redimido por Dios para hacer de ellos miembros del Cuerpo de Cristo como iglesia de Dios, la cual es expresada en toda la tierra como iglesias locales. El evangelio de Dios es, por tanto, toda la economía neotestamentaria de Dios, y el centro de este evangelio de Dios es Jesucristo, el Dios-hombre.

  El evangelio de Dios, según es revelado en Romanos, no trata sobre una religión, doctrinas ni formalismos, y tampoco se limita a tratar sobre la redención, el perdón o la justificación. Como Romanos 1:3-4 deja en claro, el tema del evangelio de Dios es el Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor. Esto indica que el evangelio trata sobre la filiación. El deleite de Dios, Su deseo y Su placer, todo ello se relaciona completamente con Su Hijo (Mt. 3:17; 17:5; Gá. 1:15-16). Romanos 8:28-29 luego revela que la intención de Dios consiste en producir muchos hijos conforme al molde, el modelo, de Cristo como Hijo primogénito de Dios. Por medio de Cristo, en Cristo y con Cristo, muchos hijos están siendo producidos. Romanos 1:3-4 nos presenta a Cristo, el Hijo de Dios, como prototipo, y 8:29-30 nos revela a los muchos hijos como producción en serie. Por tanto, el evangelio de Dios trata acerca de producir muchos hijos conformados a la imagen de Cristo.

b. Jesucristo nuestro Señor

  Según 1:3-4, Aquel que es el linaje de David y el Hijo de Dios es “Jesucristo nuestro Señor”. Su nombre es Jesús, Su título es Cristo y Él es nuestro Señor. Jesús, nombre que le fue dado por Dios, es el equivalente en griego del nombre hebreo Josué (Nm. 13:16), el cual significa “Jehová el Salvador” o “la salvación de Jehová”. Por tanto, Jesús no sólo es un hombre, sino Jehová, y no sólo Jehová, sino Jehová como nuestra salvación. Así que, Él es nuestro Salvador. Él también es nuestro Josué, Aquel que nos introduce en el reposo (He. 4:8; Mt. 11:28-29), que es Él mismo como la buena tierra para nosotros (Col. 1:12).

  Cristo es el título del Señor en conformidad con Su cargo, Su misión. Cristo es la forma castellanizada de la palabra griega Cristós, que equivale al término hebreo Mesías. Tanto Mesías en el hebreo como Cristós en el griego significan “el Ungido”. Cristo es el ungido de Dios, Aquel que Dios designó para llevar a cabo Su propósito, Su plan eterno. Su designación está relacionada con la comisión dada al Señor. Su comisión consiste en cumplir el propósito eterno de Dios por medio de Su crucifixión, resurrección, ascensión y segunda venida. Cuando este Ungido fue crucificado, Él cumplía con Su función como el Cristo. No solamente Su muerte, sino también Su resurrección y ascensión formaban parte de la función asignada a Él. Por tanto, Cristo, el Ungido, llevó a cabo Su función mediante la crucifixión, la resurrección y la ascensión, a fin de que Dios pudiera impartirse en nosotros para producir la iglesia.

  “Nuestro Señor” hace referencia a Su señorío. Jesús fue hecho Señor después de Su ascensión a los cielos (Hch. 2:36). Esto significa que un hombre de Nazaret llamado Jesús ha sido hecho Señor de todos (10:36). Por tanto, el hombre Jesucristo es nuestro Señor. Este señorío se encuentra ahora en el Espíritu. En el Señor Espíritu tenemos los elementos de la ascensión y el señorío (2 Co. 3:18). Siempre que nos volvamos a nuestro espíritu e invoquemos el nombre del Señor, debemos entronizar al Señor dándole el señorío en nosotros. Tenemos que arrepentirnos delante del Señor y decirle: “Señor, perdóname. No estoy bajo Tu señorío, Tu autoridad. Señor, confieso que he sido gobernado únicamente por mí mismo”. Debemos permitir que el Señor ocupe el trono dentro de nosotros, honrándole como nuestro Señor.

c. El linaje de David según la carne en Su humanidad

  Con respecto al estatus de Cristo, debemos notar que la palabra según es usada dos veces en Romanos 1:3-4: Él era el linaje de David según la carne, y Él era el Hijo de Dios según el Espíritu de santidad. Los dos casos en que se usa según en 1:3-4 muestran que el Señor posee dos esencias: la esencia humana y la esencia divina. Por esta razón, Cristo podía ser de dos naturalezas; Él podía ser al mismo tiempo divino y humano, así como también humano y divino. Por tanto, Él es una persona maravillosa. Él no solamente es Dios, sino también hombre; Él no solamente es hombre, sino también Dios. Él es el Dios completo y el hombre perfecto. Por consiguiente, muchos grandes maestros de la Biblia a lo largo de los siglos han considerado que Cristo es el Dios-hombre.

  Cristo es la descendencia de David según la carne y en Su humanidad (v. 3). Aquí “carne” no se refiere al hombre creado —el hombre tal como fue creado originalmente por Dios—, sino al hombre caído, es decir, el hombre que se convirtió en carne por la caída. Cuando Dios creó al hombre, éste no era carne. Sin embargo, la caída del hombre introdujo el pecado en la naturaleza humana, con lo cual cambió al hombre creado en el hombre caído. Génesis 6:3 indica que para el tiempo del diluvio, todo el linaje humano se había hecho carne. Cuando Cristo se hizo carne como descendencia de David, Él se hizo hombre en la semejanza, la forma, del hombre caído, pero sin la naturaleza pecaminosa. Romanos 8:3 dice que Dios envió “a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado”. Cristo no tiene pecado; Él no tiene relación alguna con el pecado (2 Co. 5:21; He. 4:15; 1 Jn. 3:5). Por tanto, cuando Cristo se hizo carne, Él sólo tenía la semejanza de carne de pecado y no tenía el pecado mismo de la carne. Esto es tipificado por la serpiente de bronce levantada por Moisés para los israelitas pecadores (Nm. 21:9; Jn. 3:14). La serpiente de bronce tenía la forma, la semejanza, de la verdadera serpiente, pero no tenía el veneno de ésta. Cristo fue hecho “en semejanza de carne de pecado”, pero no participó de modo alguno en el pecado de la carne.

d. Designado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos en Su divinidad

1) Designado Hijo de Dios

  Los judíos reconocieron el estatus del Señor como linaje de David según la carne. Muchos de ellos admitieron que Jesús era descendiente real de David (Mt. 1:1; 9:27; 12:23; 21:9, 15). Sin embargo, con relación al estatus del Señor como Hijo de Dios hubo una gran controversia entre los judíos mientras Él estuvo en la tierra (Mr. 2:5-7; Jn. 6:41-42). Un día el Señor Jesús les hizo una pregunta a Sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” (Mt. 16:13). Ellos dijeron: “Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o uno de los profetas” (v. 14). Esto indica que los judíos debatían entre ellos con respecto a Su persona. Sin la revelación celestial ellos, en el mejor de los casos, podían percibir que Él era el mayor entre los profetas; ninguno de ellos pudo saber que Él es el Hijo del Dios viviente (v. 16). Al final, los judíos le condenaron a morir porque Él afirmaba ser el Hijo de Dios (26:63-66; 27:43; Mr. 14:61-64; Lc. 22:70; Jn. 5:18; 9:35-37). Para los líderes judíos, declararse Hijo de Dios era una blasfemia (10:30-33,36). Ellos pensaban que Cristo blasfemaba contra Dios debido a que ellos no creían que Él era el Hijo de Dios, sino meramente un hombre en la carne.

  Antes de Su encarnación y resurrección, Cristo ya era el Hijo de Dios. Después que Él se encarnó, sin embargo, Su naturaleza divina quedó escondida por la carne. No obstante, según Romanos 1:4, cuando Él entró en resurrección, Él fue designado con poder Hijo de Dios en Su humanidad. A diferencia de la resurrección de Lázaro (Jn. 11:41-44) y de otros (Lc. 7:11-17; 8:49-54), la resurrección de Cristo no fue algo común, sino algo muy particular. La resurrección de Cristo es diferente porque Su resurrección fue Su designación como Hijo de Dios.

  No había necesidad de que Cristo fuese designado como Hijo del Hombre, pues cuando la gente lo veía de inmediato podía reconocer que Él era un hombre. Sin embargo, era necesario que Él fuese designado Hijo de Dios porque el Hijo de Dios estaba escondido en Aquel que era el Hijo del Hombre. Su divinidad estaba escondida en Su humanidad. La gente fácilmente podía reconocer Su humanidad, mas no Su divinidad. Esta divinidad escondida debía ser designada, manifestada, mediante la resurrección. Cuando Cristo resucitó, Él fue designado, o manifestado, Hijo de Dios con Su humanidad.

  Cristo, la Persona divina, antes de encarnarse, ya era el Hijo de Dios (Jn. 1:18; Ro. 8:3). Por medio de la encarnación Él se puso un elemento, la carne humana, que no tenía nada que ver con la divinidad; esa parte de Él necesitaba ser santificada y elevada al pasar por la muerte y la resurrección. Mediante la resurrección Su naturaleza humana fue santificada, elevada y transformada. Así que, mediante la resurrección, Él en Su humanidad fue designado Hijo de Dios (Hch. 13:33; He. 1:5). Su resurrección fue Su designación. Ahora, como Hijo de Dios, Él posee tanto humanidad como divinidad. Mediante la encarnación Él introdujo a Dios en el hombre; por medio de la resurrección Él introdujo al hombre en Dios, es decir, introdujo Su humanidad en la filiación divina. De esta manera el Hijo unigénito de Dios fue hecho el Hijo primogénito de Dios, el cual posee tanto divinidad como humanidad. Dios está usando a este Cristo, el Hijo primogénito, quien posee la divinidad y la humanidad, como productor y prototipo, es decir, el modelo, para producir Sus muchos hijos (Ro. 8:29-30): nosotros, quienes hemos creído en Su Hijo y le hemos recibido. Nosotros también seremos designados y revelados como hijos de Dios, como Él lo fue en la gloria de Su resurrección (vs. 19, 21), y juntamente con Él expresaremos a Dios.

2) Según el Espíritu de santidad

  Cristo, como linaje de David según la carne, fue designado Hijo de Dios según el Espíritu de santidad por la resurrección de entre los muertos. El Espíritu de santidad en 1:4 está en contraste con la carne en el versículo 3. Tal como la carne mencionada en el versículo 3 se refiere a la esencia humana de Cristo, así también el Espíritu mencionado en el versículo 4 no se refiere a la persona del Espíritu Santo, sino a la esencia espiritual de la divinidad de Cristo, esto es, a la esencia divina de Cristo. Cuando Cristo se hizo hombre y se vistió de humanidad, Él no renunció a Su divinidad. Él vino en Su divinidad para ser un hombre, y tal divinidad es el Espíritu (Jn. 4:24). Mientras estuvo en la tierra, Cristo era tanto Dios como hombre. Según Su humanidad, Él era la carne; según Su divinidad, Él era el Espíritu. Cristo es, por tanto, una persona con dos naturalezas: la naturaleza divina y la naturaleza humana; la naturaleza humana es la carne, y la naturaleza divina es el Espíritu. La divinidad de Jesús es el Espíritu de santidad. Esta divinidad, por ser el propio Espíritu de santidad, posee el poder divino y el elemento divino capaz de transformar la humanidad de Cristo y, de este modo, hacerla divina.

3) Con poder

  En Su resurrección, Cristo en Su humanidad fue designado Hijo de Dios, no meramente en palabras, sino con poder según el Espíritu de santidad. Sin duda, el poder divino fue ejercido abundantemente en Su resurrección; no obstante, debemos ver que el poder divino con el cual la humanidad de Cristo fue designada Hijo de Dios es el poder de la vida. La frase con poder en Romanos 1:4 corresponde con 1 Pedro 3:18, en donde se afirma que Cristo fue muerto en la carne pero vivificado en Su Espíritu. Aquí, ser vivificado significa ser revestido de poder. En la muerte de Cristo Su humanidad, Su carne, fue crucificada. Después, en Su resurrección Dios el Espíritu como divinidad misma de Cristo fue vivificado con el nuevo poder de vida a fin de introducir la divinidad en la humanidad de Cristo, con lo cual la hizo divina. En otras palabras, antes de la resurrección de Cristo la humanidad de Cristo era meramente humana, pero en Su resurrección, el Espíritu fue fortalecido con poder a fin de impartir divinidad en Su humanidad para hacerla divina. Por tanto, en Su resurrección, la humanidad de Cristo fue designada Hijo de Dios con el poder divino, y la realidad de este poder de la resurrección de Cristo es el Espíritu.

4) Por la resurrección de entre los muertos

  Una palabra especialmente maravillosa en Romanos 1:4 es resurrección. La humanidad de Cristo fue designada Hijo de Dios “por la resurrección de entre los muertos”. En 6:5 Pablo indica que nosotros también “seremos en la semejanza de Su resurrección”. Cristo fue designado por la resurrección, y nosotros seremos en la semejanza de esta resurrección. Al ser partícipes de la resurrección de Cristo, nosotros pasamos por el proceso de ser designados hijos de Dios. De hecho, somos designados por la resurrección. Fue en la resurrección que Cristo en Su humanidad fue designado Hijo de Dios. Mediante tal resurrección nosotros también estamos en el proceso de ser designados hijos de Dios.

  Romanos 8:11 dice: “Si el Espíritu de Aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, Aquel que levantó de los muertos a Cristo vivificará también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. En este versículo la resurrección está ligada al Espíritu. El Espíritu es la realidad de la resurrección. El Espíritu de Aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en nosotros como realidad de la resurrección. La resurrección que experimentamos es, en realidad, el propio Espíritu Santo. El Espíritu que mora en nosotros es el Espíritu que resucita y el Espíritu que designa. Día tras día, este Espíritu nos designa para que seamos hijos de Dios.

  Debemos alabar al Señor por tener en nosotros a este Espíritu que designa. Tenemos al Cristo que designa en calidad de resurrección dentro de nosotros. No intenten mejorarse a sí mismos ni hacerse personas perfectas sin pecado; más bien, disfruten y experimenten al Espíritu que designa. Si por el Espíritu hacemos morir los hábitos del cuerpo, viviremos (v. 13). Debemos andar conforme al Espíritu, poner nuestra mente en el Espíritu y hacer morir los hábitos del cuerpo por el Espíritu. Si andamos diariamente conforme al Espíritu, estaremos plenamente en el proceso de designación por la resurrección. Por el poder de la resurrección seremos transformados, conformados y, a la postre, glorificados.

  La designación se realiza por la resurrección, la cual incluye la santificación, la transformación, la conformación y la glorificación. Todas estas cosas maravillosas están en el Espíritu. Al tocar el Espíritu, disfrutamos la resurrección y todo lo incluido en ella. La resurrección no guarda relación con la doctrina, sino con tocar el Espíritu. La manera más simple de contactar el Espíritu consiste en invocar el nombre del Señor Jesús. Cuando más contactemos al Espíritu, más disfrutaremos la resurrección y más seremos santificados, transformados y glorificados. Es de este modo que experimentamos ser designados hijos de Dios por el Espíritu.

  Cuanto más contactamos al Señor invocando Su nombre, más percibimos Su presencia y más nos percatamos de Su unción en nuestro interior. Al invocar el nombre del Señor, somos regados, refrescados, santificados, fortalecidos y nos sentimos satisfechos. El tipo de enseñanza que necesitamos en la actualidad es el que atañe a cómo somos designados al disfrutar y experimentar a Cristo como poder de vida. Si recibimos esta clase de enseñanza, comprenderemos que en nosotros mismos no tenemos esperanza y nada podemos hacer, y entonces ya no intentaremos mejorarnos a nosotros mismos. En lugar de ello, ejercitaremos nuestro espíritu para contactar al Señor a fin de que podamos disfrutar Su unción y participar en el proceso de designación por resurrección.

  El objetivo del evangelio revelado en Romanos es que Dios transforme a pecadores —en la carne— en hijos de Dios designados como tales en el espíritu con miras a la edificación del Cuerpo de Cristo. Ya dijimos que incluso el Señor Jesús como hombre según la carne tuvo que ser designado Hijo de Dios. Antes de tal designación, según la carne Él era solamente el linaje de David; en esa parte de Su ser Él todavía no era Hijo de Dios. Sin embargo, mediante la resurrección Él fue designado Hijo de Dios según el Espíritu de santidad. Bajo el mismo principio, según la carne nosotros somos pecadores, pero ahora que hemos sido regenerados todo nuestro ser puede conformarse al espíritu. Cuanto más andemos conforme al espíritu mezclado, más experimentaremos el proceso de designación (v. 4). Día tras día somos resucitados, santificados, transformados y glorificados. La manera en que somos designados hijos de Dios no consiste en adquirir más enseñanzas, sino en que nuestro ser se conforme al espíritu mezclado.

  El núcleo del libro de Romanos, que trata sobre el evangelio de Dios, es una Persona ilimitada, todo-inclusiva y todo-extensiva, la persona más maravillosa que hay en todo el universo: Jesucristo el Dios-hombre, Aquel que es el linaje de David y el Hijo de Dios. Debemos alabar al Señor por el hecho de que Él posea tanto humanidad como divinidad, tanto la carne como el Espíritu de santidad, tanto la esencia humana como la esencia divina. Con Él como prototipo están presentes el Espíritu de santidad, la carne y la designación como Hijo de Dios; con nosotros, Su reproducción masiva, también están presentes el Espíritu de santidad por dentro y la carne humana por fuera, y seremos designados plenamente como hijos de Dios.

2. La fuente de gracia y paz

  Según Romanos 1:7b, Cristo es revelado como la fuente de gracia y paz: “Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”. La gracia es Dios en Cristo como nuestro todo para nuestro disfrute (Jn. 1:14, 16-17); esto es la fuente. La paz es el resultado del disfrute que tenemos de Dios en Cristo (16:33); esto es el producto. Esta paz es el reposo, la tranquilidad y la satisfacción internos; no es algo externo. Además, Cristo con Dios nuestro Padre es la fuente de esta gracia y paz; tanto Cristo como el Padre son la fuente de gracia y paz. Que el Señor Jesucristo esté en el mismo nivel con Dios el Padre como fuente de gracia y paz denota la divinidad de Cristo, es decir, la Deidad, la deidad, de Cristo (Ro. 9:5; Col. 2:9). Éste es nuestro maravilloso Salvador Jesucristo, en quien hemos creído y a quien seguimos y adoramos.

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