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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 306-322)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS DIECISÉIS

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(22)

40. El Espíritu y el Señor Espíritu

  En 2 Corintios 3:17-18 Cristo es presentado como el Espíritu y como el Señor Espíritu.

a. El Espíritu

  En 2 Corintios 3:17 se nos dice: “El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. Este versículo nos dice primero que el Señor es el Espíritu; esto demuestra que el Señor y el Espíritu son uno. No obstante, el versículo procede a referirse al Espíritu del Señor; esto parece mostrar que el Espíritu y el Señor son dos. Pero la expresión el Espíritu del Señor en realidad indica que el Espíritu y el Señor se encuentran en mutua aposición. Esto muestra que el Espíritu es el Señor y que el Señor es el Espíritu, y que el Espíritu y el Señor son uno. El Espíritu del Señor en realidad es uno con el Señor.

1) El Señor es el Espíritu

  Según el contexto de 2 Corintios 3:17, aquí la expresión el Señor debe de referirse a Cristo el Señor (2:12, 14-15, 17; 3:3-4, 14, 16; 4:5). Este pasaje de la Biblia nos dice clara y enfáticamente que Cristo es el Espíritu. “El Señor Cristo del versículo 16 es el Espíritu que satura y anima el nuevo pacto, del cual somos ministros (v. 6), y cuya administración es con gloria (v. 8). Compárense Romanos 8:9-11; Juan 14:16, 18” (Vincent). “El Señor del versículo 16 es el Espíritu [...] que vivifica, versículo 6; esto significa que ‘el Señor’, como se menciona aquí, ‘Cristo’, ‘es el Espíritu’, es idéntico al Espíritu Santo [...] Cristo, aquí, es el Espíritu de Cristo” (Alford). “El Espíritu en Su totalidad, el que mora en nosotros y nos transforma, es Cristo mismo. ‘El Señor es el Espíritu’ ” (Williston Walker).

  Algunos niegan que el Señor mencionado en 2 Corintios 3:17 se refiera a Cristo el Señor. Ellos afirman que denota a Dios de manera general. Además, usan Juan 4:24 para afirmar que 2 Corintios 3:17 simplemente dice que Dios es el Espíritu. Sin embargo, si consideramos este versículo de acuerdo a su contexto, comprenderemos que el Señor en el versículo 17 tiene que referirse a Cristo. Por tanto, este versículo nos dice enfáticamente que Cristo el Señor es el Espíritu.

  A lo largo de los siglos ha habido un número de maestros que han creído, en conformidad con el versículo 17, que Cristo el Señor es el Espíritu. Sin embargo, muchos cristianos todavía se encuentran bajo la influencia de los credos, especialmente el Credo de Nicea. En el tiempo del Concilio de Nicea (325 d. C.), el libro de Apocalipsis todavía no había sido oficialmente reconocido. Esta podría ser la razón por la cual el Credo de Nicea no dice nada acerca de los siete Espíritus. En el libro de Apocalipsis, el tercero de la Trinidad es los siete Espíritus de Dios. Además, según Apocalipsis 5:6, estos siete Espíritu son los siete ojos del Cordero. A quienes afirman que el Espíritu es una persona separada del Hijo nos gustaría preguntarles cómo entonces la tercera persona, el Espíritu, puede ser los ojos de la segunda persona, el Hijo. No podemos negar lo que el libro de Apocalipsis dice acerca de los siete Espíritu: que el tercero de la Trinidad es los ojos del segundo. Por esta razón, no debemos hablar respecto a Cristo y al Espíritu como si fueran dos personas separadas.

  El Espíritu, quien es la máxima expresión del Dios Triuno, en Juan 7:39 todavía no era tal porque en aquel entonces Jesús todavía no había sido glorificado. Todavía no había concluido el proceso por el cual Él, como corporificación de Dios, tenía que pasar. Después de Su resurrección, es decir, después de llevar a su conclusión todos los procesos por los cuales el Dios Triuno tenía que pasar en el hombre para llevar a cabo Su economía redentora, procesos tales como la encarnación, la crucifixión y la resurrección, Él llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). En el Nuevo Testamento, el Espíritu vivificante es llamado “el Espíritu” (Ro. 8:16, 23, 26-27; Gá. 3:2, 5, 14; 6:8; Ap. 2:7; 3:22; 14:13; 22:17), el Espíritu que nos da la vida divina (2 Co. 3:6; Jn. 6:63) y nos libera de la esclavitud de la ley.

2) Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad

  En 2 Corintios 3:17 Pablo nos dice que donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. El Espíritu del Señor es el Señor mismo, en quien hay libertad. Según el contexto de 2 Corintios 3, esta libertad es la libertad de la esclavitud a la letra de la ley del Antiguo Testamento, esto es, el código escrito del Antiguo Testamento. En tiempos de Pablo los judaizantes y quienes estaban bajo la influencia de éstos habían sido esclavizados por el código tradicional de la ley. No obstante, el Señor Jesús había venido para libertar a Sus seguidores de tal esclavitud, en particular, para liberarlos del redil judío formado en conformidad con el código de la ley hallado en el Antiguo Testamento. Todos los que siguieron al Señor Jesús fueron liberados de tal esclavitud. Después, el Señor se apareció a uno de los judaizantes más denodados, Saulo de Tarso, y lo llamó, sacándolo de la esclavitud de la ley. Por tanto, en 2 Corintios 3:17 Pablo pudo afirmar que habíamos sido libertados de esta esclavitud por el Espíritu del Señor.

  Sabemos que somos libertados por el Espíritu debido a que donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Ahora el Espíritu del Señor está con nosotros, por lo cual tenemos plena libertad, completa libertad, de la esclavitud del código de la ley del Antiguo Testamento.

  Que el Señor sea el Espíritu tiene por finalidad liberarnos de ordenanzas, rituales, enseñanzas religiosas y doctrinas tradicionales. En tiempos de Pablo los judíos estaban bajo la esclavitud de la circuncisión, bajo la esclavitud de las ordenanzas dietéticas y bajo la esclavitud del Sábado y de otras ordenanzas del Antiguo Testamento. Sin embargo, la era actual no es la era de la ley de la letra, sino la era del Señor Jesús como Aquel que es el Cristo pneumático, el Espíritu. Moisés con la letra de la ley puso a las personas en esclavitud, esto es: en la esclavitud de observar el Sábado, la esclavitud de la circuncisión, la esclavitud de las ordenanzas dietéticas, la esclavitud a la prohibición de contactar a los gentiles y muchos otros tipos de esclavitud. Pero el Señor como Espíritu es libertad para nosotros. Con Él no hay esclavitud, no hay Sábado, no hay circuncisión, ni tampoco hay ordenanzas dietéticas; más bien, con Él hay plena libertad. El Señor es el Espíritu, y Él es nuestra libertad. Cuando el corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado (v. 16); luego, el Señor como Espíritu nos da libertad. Puesto que el Señor es el Espíritu que da libertad, cuando el corazón se vuelve a Él, el corazón es librado de la esclavitud de la letra de la ley. Allí donde está el Espíritu del Señor no hay esclavitud, no hay muerte, ni están presentes las ataduras propias de la letra y las ordenanzas. Debido a que Cristo como Espíritu que libera está dentro de nosotros, somos libres de la ley, las ordenanzas y la letra muerta.

  Como Espíritu que libera, Él nos libera de todo aquello que nos esclaviza. Pablo nos dice que siempre que nuestro corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado, y que donde está el Espíritu, allí hay libertad (vs. 16-17). Según 2 Corintios 3, ser liberados equivale a que nos sean quitados los velos. Él nos libera quitándonos todos los velos de modo que, a cara descubierta, podamos mirar y reflejar a Cristo. Cuando estamos velados, también estamos esclavizados y somos prisioneros, y no tenemos libertad. El Señor es el Espíritu en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22; Ro. 8:16). Si nos mantenemos en el espíritu, el velo inmediatamente es quitado. Cuando el velo es quitado, somos liberados. Esta libertad procede del Espíritu del Señor. Es por el Espíritu del Señor que podemos mirar al Señor a cara descubierta para ser transformados a Su imagen, como por el Señor Espíritu. Tenemos que volver nuestro corazón al Señor, quien es el Espíritu, y poner nuestra mente en el espíritu mezclado; entonces el Espíritu nos libertará para que podamos disfrutar la plena libertad en gracia.

  Como Espíritu que libera, Cristo nos libera de la letra de la ley, de la letra de las doctrinas, las enseñanzas y el conocimiento, así como también de las ordenanzas, los rituales, la religión y la cultura. La religión, la cultura, las doctrinas y el conocimiento nos confinan. Por un lado, pueden restringirnos para impedir que seamos personas desenfrenadas; por otro, nos esclavizan e, incluso, pueden matarnos espiritualmente. Como Espíritu que libera, Cristo está dentro de nosotros para liberarnos de toda esclavitud. La mayoría de cristianos piensan que Cristo nos libera desde afuera mediante Su poder, pero Pablo indica que Cristo, como Espíritu que libera que está en nosotros, nos libera desde adentro al ser nuestra vida. Cuanto más le tomamos como nuestra vida y persona, más somos liberados de toda esclavitud.

  El Espíritu es el Espíritu que libera. Allí donde está la vida siempre hay liberación. Cuanto más crecemos en vida, más somos liberados. Cuanto más maduros llegamos a ser en vida, más somos liberados de toda clase de esclavitud. Los muchos hábitos que tenemos en conformidad con nuestra carne y nuestra constitución natural son ataduras. El Espíritu que libera nos puede liberar de la esclavitud de nuestros hábitos. Muchos entre nosotros están esclavizados por la religión y las prácticas religiosas; por tanto, precisamos experimentar al Espíritu que libera. A medida que crecemos en vida, somos liberados de nuestra esclavitud. A fin de disfrutar al máximo la liberación del Espíritu, es imprescindible el crecimiento en vida.

b. El Señor Espíritu

  En 2 Corintios 3:18 se nos dice: “Nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. En este versículo Pablo se refiere al Señor Espíritu. “El Señor Espíritu” puede considerarse un título compuesto, tal como “el Padre Dios” y “el Señor Cristo”. Otra vez, esta expresión claramente demuestra y confirma que el Señor Cristo es el Espíritu y que el Espíritu es el Señor Cristo.

  El Señor Espíritu es el Espíritu que transforma. Él nos transforma a la imagen del Señor de gloria de un grado de gloria a otro grado mayor de gloria. En la actualidad debemos someternos constantemente a esta obra transformadora. Ciertamente esta experiencia de Cristo como Señor Espíritu está llena de disfrute.

1) Nos transforma a la imagen del Señor de gloria

  En 2 Corintios 3:18 se nos dijo que somos transformados “como por el Señor Espíritu”. La frase como por indica que la transformación procede del Espíritu en lugar de ser causada por Él. A fin de que el Espíritu realice Su obra transformadora en nosotros, es necesario que cierta esencia sea impartida por el Espíritu a nuestro ser. Por tanto, el Espíritu opera en nosotros a fin de transformarnos en vida, en naturaleza, en esencia, en elemento, en forma, en apariencia y en todos los aspectos de nuestro ser impartiéndonos la vida divina, la naturaleza divina, el elemento divino y la esencia divina a nosotros. Esto significa que la vida divina, la naturaleza divina, la esencia divina, el elemento divino y el ser divino son impartidos por el Espíritu a nuestra vida, naturaleza, esencia, elemento y a nuestro ser mismo para causar un cambio metabólico en nosotros. Este cambio es orgánico, porque es un cambio en nuestro ser efectuado por otro ser, un cambio en nuestra vida efectuado por otra vida, un cambio en nuestra naturaleza efectuado por otra naturaleza y un cambio en nuestro elemento y esencia efectuado por otro elemento y esencia. Esta transformación se efectúa como por el Señor Espíritu.

  Cristo, como Señor Espíritu, está realizando una obra de transformación dentro de nosotros a medida que se imparte en nuestro ser como vida. Cuando nos abrimos a Él, le contemplamos y le reflejamos, estamos sometidos al proceso de transformación. Todo lo que Él es, es transfundido a nuestro ser. Al recibir la transfusión de todo lo que Él es, seremos completamente transformados. En la actualidad somos transformados a Su imagen de un grado de gloria a otro grado de gloria, hasta que finalmente seremos iguales a Él. Esto tiene lugar únicamente por medio de Cristo como Señor Espíritu.

  La gloria en 2 Corintios 3:18 es la gloria de Cristo, Aquel que resucitó y ascendió, quien como Dios y también como hombre pasó por la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y luego entró en resurrección, efectuó la redención total y llegó a ser el Espíritu vivificante. Como Espíritu vivificante, el Cristo resucitado mora en nosotros para que Él mismo, junto con todo lo que ha cumplido, obtenido y logrado, sea real para nosotros, a fin de que seamos uno con Él y seamos transformados en Su imagen de gloria en gloria, como por el Señor. Cuando a cara descubierta miramos y reflejamos la gloria del Señor, Él nos infunde los elementos de lo que Él es y ha hecho. De esta manera somos transformados metabólicamente hasta tener la forma de Su vida por medio del poder y la esencia de la misma, es decir, estamos siendo transfigurados a Su imagen, principalmente por la renovación de nuestra mente (Ro. 12:2). Esta transformación es de gloria en gloria, esto es, del Señor Espíritu al Señor Espíritu. El Señor Espíritu se añade al Señor Espíritu; esto significa que el Señor Espíritu como rico suministro es continuamente añadido a nuestro ser.

  Ser transformados es tener a Cristo añadido a nuestro ser para reemplazar lo que somos a fin de que Cristo pueda aumentar y nuestra vida natural disminuya. A medida que el proceso de transformación tiene lugar dentro de nosotros, el viejo elemento de nuestro ser natural es desechado y la gloria —el Cristo resucitado como Espíritu vivificante— es añadida a nuestro ser para reemplazar el elemento natural. El proceso de transformación es tanto orgánico como metabólico. Es orgánico porque está relacionado con la vida, y es metabólico porque está relacionado con un proceso en el cual un elemento viejo es desechado y un elemento nuevo es añadido.

  Hay una diferencia entre cambio y transformación. La transformación implica un proceso metabólico. Sin embargo, algo podría cambiar externamente sin que ocurra ninguna transformación metabólica. En el proceso metabólico un elemento nuevo es suministrado a determinado organismo. Este nuevo elemento reemplaza el viejo elemento y hace que éste sea desechado. Por tanto, en la medida que el proceso metabólico tiene lugar dentro de un organismo vivo, algo nuevo es añadido para reemplazar el viejo elemento, el cual es desechado. Así que, el metabolismo incluye tres asuntos: la suministración de un nuevo elemento, el reemplazo del viejo elemento con el nuevo elemento, y desechar o eliminar el viejo elemento para que algo nuevo pueda ser producido.

  La transformación es un proceso metabólico, un cambio metabólico. La obra del Espíritu por la cual somos transformados involucra un cambio en todo nuestro ser: en vida, naturaleza, esencia, elemento, forma y apariencia. La transformación no es un cambio externo, una corrección o una modificación; más bien, la transformación es íntegramente un cambio interno y metabólico de nuestro ser. Por tanto, podemos definir la transformación como un metabolismo espiritual y divino en el cual un nuevo elemento es añadido al viejo a fin de que lo viejo sea desechado y algo nuevo sea producido.

  En 2 Corintios 3:18 Pablo dice que estamos en el proceso de ser transformados “en la misma imagen”. Ésta es la imagen del Cristo resucitado y glorificado. Ser transformado en la misma imagen significa ser conformado al Cristo resucitado y glorificado, o sea, ser hecho igual a Él (Ro. 8:29).

  Cuando contemplamos y reflejamos la gloria del Señor, Él nos infunde el elemento de lo que Él es y ha realizado. En otras palabras, Él imparte Su elemento en nosotros. El resultado es que somos transformados metabólicamente a fin de tener la forma propia de Su vida mediante el poder de Su vida juntamente con la esencia de Su vida. De este modo somos transformados a Su imagen.

  La constitución de vida involucra la esencia de vida, el poder de vida y la forma correspondiente a dicha vida. Toda clase de vida posee estas tres cosas: la esencia, el poder y la forma. Por ejemplo, una flor de clavel tiene cierta esencia y poder, por lo cual adquiere cierta forma. A medida que el clavel crece con su esencia de vida y por el poder de dicha vida, éste adquiere una forma particular. Sucede lo mismo con la vida divina. Esta vida tiene su propia esencia, poder y forma. La forma de la vida divina es la imagen de Cristo. Por tanto, en 2 Corintios 3:18 se nos presenta este pensamiento: el de ser transformados en la misma imagen, la imagen del Cristo resucitado y glorificado. Esto significa que seremos moldeados a la imagen de Cristo. Con base en este hecho y en el uso que Pablo hace de la palabra transformados, podemos hablar de ser metabólicamente constituidos a la imagen de Cristo.

2) De un grado de gloria a otro grado de gloria

  En 2 Corintios 3:18 Pablo también nos dice que somos transformados en la misma imagen “de gloria en gloria”. Esto significa que estamos siendo transformados de un grado de gloria a otro. Esto indica un continuo proceso de vida en resurrección. La transformación no ocurre de una vez por todas; más bien, es gradual, de un grado de gloria a otro grado de gloria. En la senda de la transformación, avanzamos progresivamente de un grado de gloria a otro grado de gloria. La transformación es la senda de gloria; ella crece de un grado de gloria a otro grado de gloria hasta que somos transformados en la imagen del Hijo primogénito de Dios.

  Debemos ver que la gloria es Cristo quien florece en resurrección. Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, Él era Dios encarnado. Dios fue escondido dentro del cuerpo físico del Señor Jesús. Internamente Él era Dios, pero externamente estaba en la carne, y con esta carne no había gloria. En Juan 17:1 el Señor Jesús oró, diciendo: “Padre, la hora ha llegado; glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti”. Cuando el Señor Jesús oró pidiendo al Padre que le glorificase, en realidad oraba pidiendo entrar en la gloria por medio de la muerte y la resurrección. En Lucas 24:26, Él les preguntó a los dos discípulos en el camino hacia Emaús: “¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en Su gloria?”. Cuando el Señor Jesús dijo estas palabras, Él ya estaba en resurrección. Por tanto, que Él entrase en Su gloria equivalía a que Él estuviese en resurrección. Este versículo revela claramente que la resurrección de Cristo fue Su glorificación.

  Podemos valernos del florecimiento del clavel a manera de ilustración que describe la gloria mencionada en 2 Corintios 3:18 como el florecimiento de Cristo en resurrección. Después que la semilla de clavel es sembrada en la tierra, esta semilla muere e inicia su crecimiento. Ella brota, crece hasta llegar a ser una planta, y con el tiempo, florece. Este florecimiento es la glorificación de la semilla de clavel. Debido a que la semilla de clavel muere cuando es sembrada en la tierra, podemos decir que su florecimiento es su resurrección. La glorificación, por tanto, equivale a la resurrección. La resurrección de Cristo fue Su florecimiento. Este Cristo floreciente, el Cristo resucitado, es la gloria.

  Además, el Cristo resucitado como gloria es el Espíritu vivificante. Por tanto, podemos proceder a afirmar que la gloria en 3:18 es, en realidad, el Espíritu vivificante. Como ya dijimos, “de gloria en gloria” en el versículo 18 significa del Señor Espíritu al Señor Espíritu, porque en este versículo la gloria y el Espíritu son sinónimos. Por tanto, ser transformados de gloria en gloria equivale a ser transformados del Espíritu al Espíritu. Ahora, estamos en el proceso de ser transformados de gloria en gloria. Cuanto más vivimos y andamos en el Espíritu vivificante, más la gloria es añadida a nuestro ser y más somos transformados en la misma imagen de gloria en gloria. Ser transformados de gloria en gloria es muy superior a una mera mejora externa del comportamiento en conformidad con enseñanzas religiosas o éticas.

  En la actualidad, la gloria es el Cristo resucitado, y este Cristo es el Espíritu. Esto significa que el Señor, como gloria, es el Espíritu que vive en nosotros y que mora en nuestro espíritu. Ahora que tenemos el Espíritu que mora en nuestro espíritu, debemos ejercitar nuestro espíritu más y más al orar, leer la Palabra e invocar el nombre del Señor. Cuanto más ejercitemos nuestro espíritu a cara descubierta, más contemplaremos al Señor. Mientras le contemplamos, también le reflejamos. Mientras le contemplamos y reflejamos de este modo, Su elemento será añadido a nuestro ser. Este nuevo elemento reemplazará y desechará el elemento de nuestra vieja vida natural y entonces experimentaremos la transformación, un cambio metabólico.

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