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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 346-366)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS CINCUENTA Y SIETE

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(63)

82. La vida de los santos

  En Colosenses 3:1-17 Cristo es presentado como la vida de los santos. En el versículo 4 Pablo habla de “Cristo, nuestra vida”. Esto indica que el Cristo misterioso es nuestra vida. Esta vida maravillosa, la cual es nuestra, es descrita en los muchos maravillosos aspectos de Cristo presentados en los primeros dos capítulos de Colosenses, tales como Aquel que es la porción de los santos y el misterio de Dios (1:12; 2:2). Actualmente podemos vivir por esta vida. Cristo como vida de los santos es el disfrute más elevado que existe; no hay disfrute que sea superior a Cristo como nuestra vida.

  El Cristo todo-inclusivo y extenso es subjetivo para nosotros, pues Él mora en nosotros como nuestra esperanza de gloria (1:27) y es nuestra vida (3:4). Nada puede ser más subjetivo para nosotros que nuestra propia vida. De hecho, nuestra vida es nosotros mismos. Nuestra vida es inseparable de nuestra persona. Puesto que Cristo es nuestra vida, Él es inseparable de nosotros mismos. Afirmar que Cristo es nuestra vida significa que Cristo ha llegado a ser nosotros. Cristo no puede ser nuestra vida sin llegar a ser nosotros mismos. Cristo mora en nosotros y Él es nuestra vida. En términos de nuestra experiencia, Él llega a ser nosotros. Tal como dice Pablo: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). La vida es nuestro ser mismo. Por tanto, que Cristo sea nuestra vida significa que Él se convierte en nuestro ser. Que Cristo se convierta en nuestro ser equivale a que Cristo ha llegado a ser nosotros.

  Cristo tiene que ser nuestra vida de manera práctica y en términos de nuestra experiencia. Día tras día debemos experimentar a Cristo como nuestra vida. Cristo debe ser nuestra vida en nuestro interior, y debemos compartir con Él una sola vida y un solo vivir. Debido a que tenemos otra vida —Cristo como nuestra vida—, podemos tener otra clase de vivir. El hecho de que Cristo sea nuestra vida indica claramente que debemos tomarlo como vida y vivir por Él, que debemos vivirle en nuestra vida diaria a fin de experimentar al Cristo universalmente extenso, de manera que todo lo que Él es así como todo cuanto Él ha logrado y obtenido no permanezca como algo objetivo para nosotros, sino que llegue a ser nuestra experiencia subjetiva.

  Debemos ser uno con el Señor Jesús del mismo modo en que Él es uno con el Padre. En Juan 14:10 el Señor dijo: “Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, Él hace Sus obras”. Esto indica que el Padre obra en el hablar del Hijo. Aunque el Padre y el Hijo son dos personas, Ellos poseen una sola vida y un solo vivir. La vida del Padre es la vida del Hijo, y el vivir del Hijo es el vivir del Padre. De este modo el Padre y el Hijo tienen una sola vida y un solo vivir. El principio es el mismo en el caso de Cristo y nosotros. Actualmente nosotros y Cristo tenemos una sola vida y un solo vivir. La vida del Hijo ha llegado a ser nuestra vida, y nuestro vivir ha llegado a ser Su vivir. Esto es lo que significa vivir en unión con Cristo.

  En Colosenses 3:3-4 Pablo menciona la vida dos veces, con lo cual indica que compartimos una misma vida con Cristo. El versículo 3 dice que nuestra vida “está escondida con Cristo en Dios”. A continuación, en el versículo 4, Pablo dice: “Cuando Cristo, nuestra vida, se manifieste”. Aquí la vida es la vida de Cristo que llega a ser nuestra vida. Si meramente fuese la vida de Cristo, ella no podría ser llamada “nuestra vida”. El hecho de que sea “nuestra vida” indica que se refiere a algo que ha sido hecho nuestro. Sin embargo, la vida aquí no es nuestra vida natural, la vida que hemos heredado de Adán. Tal vida jamás podría ser la vida que está escondida con Cristo en Dios. Dios jamás permitiría que la vida natural que heredamos de Adán fuese escondida en Él. La única vida que puede estar escondida con Cristo en Dios es la vida divina, la vida de Cristo. Ésta es la vida que ha llegado a ser nuestra vida. Al usar la expresión nuestra vida Pablo indica que nosotros y Cristo, y también Dios mismo, tenemos una sola vida. No debiéramos pensar que Dios tiene una vida, que Cristo tiene otra vida y que quienes creímos en Cristo tenemos otra vida; más bien, Dios, Cristo y los creyentes tenemos una sola vida. La vida de Dios es la vida de Cristo, y la vida de Cristo ha llegado a ser nuestra vida. Podemos declarar que tenemos la vida que Cristo tiene, la vida escondida en Dios.

  La vida de los santos es Cristo, una persona maravillosa que está sentada a la diestra de Dios, juntamente con la cual los santos también fueron resucitados y con quien su vida está escondida en Dios, a fin de que ellos busquen las cosas de arriba y fijen su mente en las cosas de arriba de modo que sean manifestados juntamente con Él en gloria (vs. 1-4). Por tanto, tenemos que hacer morir nuestros miembros terrenales, todos los miembros carnales y pecaminosos, y tenemos que despojarnos del viejo hombre con sus prácticas al mismo tiempo que nos vestimos del nuevo hombre, el cual se va renovando conforme a la imagen del que lo creó (vs. 5-10). Al hacer esto somos diariamente transformados a la imagen de Cristo al ser sellados con el Espíritu Santo (2 Co. 3:18; Ef. 1:13; 4:30). Como Aquel que es la vida de los santos, nuestra vida, Cristo es también el elemento constitutivo del nuevo hombre porque Él lo es todo y está en todos; esto significa que Cristo está en nosotros. En el nuevo hombre no hay raza, nacionalidad ni rango social, pues en el nuevo hombre Cristo es todos los miembros y está en todos los miembros. El nuevo hombre es el resultado espontáneo de tomar a Cristo como nuestra vida y de vivirle.

a. Sentado a la diestra de Dios

  En Colosenses 3:1 Pablo nos dice que Cristo está sentado a la diestra de Dios.

b. Los santos fueron resucitados juntamente con Él

  En 3:1 Pablo también dice: “Si, pues, fuisteis resucitados juntamente con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo”. La palabra resucitados aquí se refiere al bautismo en su aspecto resucitador, el cual es completamente contrario al ascetismo. Fuimos resucitados juntamente con Cristo. Ahora estamos donde Él está, sentados en los cielos. Por tanto, no debemos practicar las cosas de la tierra, lo cual hacen los ascetas; más bien, debemos buscar las cosas de los cielos, como por ejemplo conocer a Cristo como nuestro todo a fin de tomarlo como vida y así andar en Él.

  Debemos vivir regidos por Cristo en los cielos, no por los elementos del mundo. Por ser aquellos que morimos con Cristo y así fuimos libertados de las cosas terrenales —especialmente de las cosas relacionadas con el ascetismo—, esto es, por ser aquellos que fuimos bautizados en Su muerte (Ro. 6:3) y fuimos resucitados juntamente con Cristo, debemos vivir en los cielos. Los cielos están unidos a la iglesia; por tanto, vivir en los cielos es simplemente vivir en la iglesia, pues la iglesia y los cielos son uno. Ésta es la razón por la cual no debe haber ningún elemento mundano en la iglesia. En la actualidad, estar en la iglesia equivale a estar en los cielos y estar en los cielos equivale a estar en la iglesia. En nuestra vida cristiana, la iglesia y los cielos son uno. Al participar en la vida de iglesia, tenemos el sentir de que estamos en los cielos. La iglesia está en los cielos. Aquí, en esta esfera celestial, no hay cabida para los elementos mundanos.

1) Su vida está escondida con Cristo en Dios

  A continuación, en Colosenses 3:3 Pablo dice: “Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. Puesto que nuestra vida (no nuestra vida natural, sino nuestra vida espiritual, la cual es Cristo) está escondida con Cristo en Dios, quien está en los cielos, no debemos preocuparnos por las cosas terrenales. El Dios que está en los cielos debe ser la esfera de nuestro vivir. Con Cristo debemos vivir en Dios. Debemos percatarnos de que Pablo no dice que nuestra vida está escondida con Cristo en los cielos; más bien, él dice que nuestra vida está escondida en Dios, en la persona viviente y divina. Esto indica que Dios mismo es el ámbito, la esfera, en la cual debemos vivir y andar.

  Colosenses 3:3 dice que nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Estar con Cristo en Dios significa que somos uno con Cristo. En las palabras de 1 Corintios 6:17, aquel que se une al Señor es un solo espíritu con Él. Estamos con Cristo en Dios debido a que nosotros y Cristo somos uno subjetivamente.

  Además, 1 Corintios 12:12 dice que Cristo es el Cuerpo. Puesto que nosotros, los creyentes, somos el Cuerpo de Cristo, esto revela nuestra unidad con Cristo. Nosotros verdaderamente estamos con Cristo. Allí donde Cristo está, nosotros también estamos. Con Cristo, nuestra vida está escondida en Dios.

  En Colosenses 3:1 y 3 encontramos un asunto que merece nuestra atención. El versículo 1 dice que Cristo está a la diestra de Dios, pero según el versículo 3, Cristo está en Dios. Por tanto, Cristo está simultáneamente a la diestra de Dios y también escondido dentro de Dios.

  Primero, Cristo está en nosotros, pero a la postre, nosotros estamos con Cristo en Dios. Además, según 3:4, el Cristo que mora en nosotros es nuestra vida. Internamente, tenemos a Cristo como nuestra vida, y externamente, tenemos a Dios como nuestro ámbito y esfera donde vivimos y andamos. El Cristo que mora en nosotros es vida, pero el Dios en quien estamos escondidos con Cristo es el ámbito en el que vivimos. Debemos poder testificar que vivimos no en la tierra, ni siquiera en el cielo, sino en Dios mismo.

  En nosotros mismos no es posible estar en Dios. Podemos estar escondidos en Dios únicamente al estar con Cristo. Por un lado, Colosenses 1:27 dice que Cristo está en nosotros. Esto indica que Dios ha sido forjado en nosotros. Debido a que Cristo está en nosotros, Dios ha sido forjado en nosotros. Pero 3:3 nos dice que estamos con Cristo en Dios. Esto indica que hemos sido introducidos en Dios. Por tanto, Dios en Cristo ahora está en nosotros como nuestra vida, y nosotros estamos en Dios como ámbito de nuestro vivir.

  Debemos alabar al Señor no solamente porque el Dios Triuno está en nosotros, sino también porque nosotros estamos en el Dios Triuno. Cristo vino mediante la encarnación a fin de introducir a Dios en nosotros, y Él regresó a Dios mediante la crucifixión y la resurrección para introducirnos en Dios. Con respecto a este tráfico de doble sentido, debemos ver que Cristo vino tanto para forjar a Dios en nosotros como para introducirnos en Dios mismo. Puesto que hemos sido introducidos en Dios y estamos escondidos con Cristo en Dios, Dios debe ser la esfera de nuestro vivir. Si vivimos y andamos en Dios, seremos celestiales.

  Nuestra posición es la de personas que están en Cristo. Debido a que estamos en Él, nosotros estamos donde Él está, o sea, a la diestra de Dios (v. 1). En Juan 17:24 el Señor Jesús oró: “Padre, [...] quiero que donde Yo estoy, también ellos estén conmigo”. Estar donde el Señor Jesús está no es una cuestión geográfica. El Señor está en el Padre, y Él oró pidiendo que los discípulos, quienes todavía no estaban en el Padre, fuesen introducidos en Él. El Señor oró, por tanto, que ellos estuvieran donde Él está.

  Es crucial para nosotros comprender que nuestra posición no solamente consiste en estar en Cristo, sino también en el Padre. El Evangelio de Juan nos dijo claramente que el Hijo está en el Padre (10:38; 14:10). Esto significa que la posición del Hijo está en el Padre. Puesto que nuestra posición hoy en día es la de quien está en el Hijo, en Cristo (1 Co. 1:30), también estamos en el Padre (Jn. 14:20; 1 Ts. 1:1; 2 Ts. 1:1). El Padre, por supuesto, está en el cielo. Por tanto, nuestra posición también es la de quienes están en el cielo. Lo que hace que el hecho de que estamos en Cristo, en el Padre y en el cielo sea real para nosotros, es que somos un solo espíritu con el Señor (1 Co. 6:17). Es cuando estamos en el espíritu que, en términos prácticos y en nuestra experiencia, estamos en Cristo, en el Padre y en el cielo.

  Debemos tener el debido aprecio por la palabra escondida en Colosenses 3:3. Actualmente nuestra vida está escondida con Cristo en Dios, pero un día Cristo aparecerá y nosotros seremos manifestados con Él en gloria. Aunque seremos manifestados con Cristo en el futuro, ahora es el tiempo en que hemos de estar escondidos y padeceremos sufrimientos. Por esta razón, no debemos hacernos propaganda. La vida de un cristiano en la actualidad debe ser una vida escondida.

  Al presente, incluso Cristo mismo está escondido. Consideren cuánto Él es criticado, sufre oposición y es atacado. La gente se rebela contra Él al grado de que casi parece que Él no existiera. Aunque Cristo sufre a raíz de tales ataques y tal rebeldía, Él continúa guardando silencio y se mantiene escondido.

  Nuestra vida cristiana debe ser una vida escondida, una vida escondida con Cristo en Dios. Nuestra vida de iglesia debe también ser una vida escondida en Dios y en los cielos. La vida de iglesia es una vida escondida con Cristo en Dios y en los cielos. Siempre y cuando estemos escondidos, estaremos con Cristo en Dios, en los cielos y en la iglesia; pero cuando nos hacemos propaganda y nos promovemos a nosotros mismos, estamos fuera de Cristo y no estamos con Él.

  Debemos comprender que nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Esto significa que la esfera en la cual vivimos no debe ser la tierra, sino Dios mismo. Siempre que estamos en el espíritu, somos elevados y tenemos el sentir de que estamos en Dios, muy por encima de todo y de todos. En tales ocasiones, estamos viviendo en Dios; pero cuando no estamos en el espíritu, tenemos el sentir de que seguimos viviendo en la tierra. Dios es muy elevado y está muy por encima de todo y de todos, incluso muy por encima de los cielos. Cuando estamos en el espíritu, estamos viviendo en Dios.

  Nuestra vida es el Cristo que mora en nosotros, y dicha vida está escondida con Cristo en Dios; el Cristo escondido en Dios es tipificado por el maná escondido en la urna de oro (Ap. 2:17). En Éxodo 16:33 vemos que un gomer de maná era puesto en una urna y presentado ante el Señor a fin de ser guardado para generaciones futuras. Hebreos 9:4 habla de “la urna de oro que contenía el maná”. El maná escondido en la urna de oro representa nuestra vida que está escondida con Cristo en Dios (Col. 3:3). El Cristo escondido en Dios es el maná escondido en la urna de oro.

  En la Biblia el oro representa la naturaleza divina. Según 2 Pedro 1:4, somos participantes de esta naturaleza divina. Únicamente la naturaleza de Dios, la naturaleza divina, puede conservar a Cristo como nuestro maná escondido. Dentro de nosotros tenemos la urna de oro, es decir, tenemos la naturaleza divina. No podemos conservar a Cristo en virtud de nuestra mente o nuestra parte emotiva, sino que podemos conservarlo únicamente en virtud de la naturaleza divina, la cual tenemos dentro de nosotros por la regeneración. En realidad, la naturaleza divina dentro de nosotros es Dios mismo. El maná en la urna de oro indica que el Cristo a quien disfrutamos como nuestro suministro de vida es conservado en la naturaleza divina, la cual ahora está en lo más profundo de nuestro ser: nuestro espíritu. Cristo es nuestra porción especial de alimento escondido en la naturaleza divina. Cuando tocamos la naturaleza divina, la urna de oro, disfrutamos a Cristo como el maná escondido en dicha naturaleza.

  Debemos discernir entre la vida natural y la vida que Cristo posee, la vida escondida en Dios. Primero, la vida de Cristo es una vida crucificada (Gá. 2:20); segundo, es una vida resucitada (Jn. 11:25); y tercero, es una vida escondida en Dios (Col. 3:3-4; Mt. 6:1-6, 16-18). Estas tres características distinguen nuestra vida natural de la vida que Cristo posee.

  La vida escondida en Dios es una vida crucificada. Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, Él siempre llevó una vida crucificada. Aun cuando Él era severamente criticado e injuriado, Él no lloraba por Sí mismo; en lugar de ello, Él enaltecía al Padre, reconociendo la voluntad del Padre (11:20-26). Su vida era una vida crucificada. Si una persona es verdaderamente una en vida con Cristo, su vida será una vida crucificada. La vida que hemos recibido del Señor Jesús no es una vida “cruda” y sin procesar; más bien, es una vida crucificada, una vida que ha pasado por un proceso y por un trato exhaustivo. Si verdaderamente conocemos esta vida, cuando seamos insultados no diremos nada sino que agradeceremos al Señor e, incluso, le alabaremos con sinceridad. La vida que debemos vivir en la actualidad debe ser tal vida crucificada.

  La vida única que compartimos con Cristo es también una vida resucitada. Nada, incluyendo la muerte, puede suprimir tal vida. Si vivimos una vida resucitada, no seremos turbados cuando los demás critiquen nuestra obra. Si nuestra vida natural no ha pasado por un trato severo, nuestro servicio en la iglesia no perdurará por mucho tiempo. Si servimos en la vida natural, nos ofenderemos fácilmente y eventualmente dejaremos de servir. Pero si al servir nuestra vida es una vida crucificada y resucitada, nada podrá derrotarla.

  Además, la vida que Cristo posee es una vida escondida en Dios. Únicamente la vida divina puede estar escondida en Dios. La vida que Cristo posee no es una vida que alardea, sino una vida escondida. Si servimos por esta vida, no desearemos ser vistos por los demás; al contrario, preferiremos servir en secreto. Nuestra vida natural es lo opuesto a esto, pues gusta de alardear. La religión actual apela a este elemento presente en nuestra vida natural y alimenta la vida natural; pero en la iglesia se hace morir la vida natural. Todo cuanto hacemos en la iglesia debe ser realizado por una vida escondida en Dios. En Mateo 6 el Señor Jesús se refiere a hacer las cosas en secreto y no para ser vistos por los hombres (vs. 1-6, 16-18). Incluso al presentar nuestra ofrenda al Señor, debemos permanecer escondidos. En todo cuanto hacemos debemos llevar una vida escondida, una vida escondida con Cristo en Dios.

2) Buscan las cosas de arriba

  En Colosenses 3:1 Pablo dice que puesto que fuimos resucitados juntamente con Cristo, debemos buscar las cosas de arriba. Este versículo indica claramente que compartimos la misma posición con Cristo. ¿Cómo podríamos buscar las cosas de arriba si nosotros mismos no estuviésemos también en lo alto? Para buscar las cosas de arriba tenemos que estar en el cielo, donde están estas cosas.

  Cuando estamos en el espíritu, también estamos en el cielo; pero cuando no estamos en el espíritu, estamos en la tierra y, en términos de nuestra experiencia, incluso debajo de la tierra. Únicamente cuando estamos en el espíritu estamos en el cielo; siempre que estamos fuera del espíritu, somos personas terrenales.

  La manera de buscar las cosas de arriba consiste en volvernos al espíritu e invocar el nombre del Señor. Una transmisión tiene lugar desde Cristo en los cielos a nosotros en la tierra por medio del Espíritu todo-inclusivo que está en nuestro espíritu (Ef. 1:19, 22-23; 2:22). Nuestra experiencia nos indica claramente que tocamos los cielos al volvernos a nuestro espíritu, pues nuestro espíritu es donde se recibe la transmisión divina, mientras que el trono de Dios en los cielos es donde esta transmisión se origina. Por tanto, al volvernos a nuestro espíritu somos elevados a los cielos. Debido a la transmisión procedente del trono de Dios en los cielos que llega a nuestro espíritu, cuando disfrutamos al Señor aquí en la tierra estamos, simultáneamente, en el cielo. Entonces, en nuestra experiencia, estamos en Cristo, en el Padre y en el cielo. Entonces, en el espíritu compartimos la misma posición con Cristo al buscar las cosas de arriba.

3) Fijan la mente en las cosas de arriba

  A continuación, en Colosenses 3:2 Pablo dice: “Fijad la mente en las cosas de arriba, no en las de la tierra”. Según el Nuevo Testamento, las cosas de arriba incluyen la ascensión de Cristo, Su entronización y que Él fue hecho la Cabeza, el Señor y el Cristo. En Hechos 2:36 Pedro dice que Dios hizo a Jesús tanto Señor como Cristo. En Efesios 1:22 vemos que en la ascensión Cristo fue dado por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Hebreos 2:9 dice que el Señor Jesús fue coronado de gloria y de honra. En Hebreos 6:19 y 20 vemos que el Señor Jesús es el Precursor, el Pionero, quien abrió el camino a la gloria detrás del velo; como nuestro Precursor, nuestro Pionero, Cristo está ahora en la gloria. Éstas son las cosas de arriba, y debemos fijar nuestra mente en ellas.

  Además, el libro de Hebreos también revela que Cristo es nuestro Sumo Sacerdote, Aquel que “se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos” (8:1). Hebreos 4:14 dice que tenemos “un gran Sumo Sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios”. Como nuestro Sumo Sacerdote, Él “puede también salvar por completo a los que por Él se acercan a Dios, puesto que vive para siempre para interceder por ellos” (7:25). Cuando invocamos al Señor y tenemos comunión con Él, percibimos que algo de los cielos es transmitido a nuestro ser. Con frecuencia, esta transmisión divina hace que estemos extasiados de gozo. Puesto que tenemos tal Sumo Sacerdote que intercede por nosotros, debemos acercarnos “confiadamente al trono de la gracia, para recibir misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (4:16). Las cosas de arriba incluyen el ministerio intercesor de nuestro Sumo Sacerdote. A causa de Su intercesión podemos recibir misericordia y gracia para nuestro oportuno socorro.

  Además, según Hebreos 8:1-2, Cristo es también un Ministro del “verdadero tabernáculo” en los cielos. Cristo es nuestro Ministro celestial, quien ministra en el tabernáculo levantado por el Señor y no por el hombre. Este tabernáculo, este santuario, está en el tercer cielo, el Lugar Santísimo celestial. El Lugar Santísimo en los cielos está conectado a nuestro espíritu; por tanto, en términos de nuestra experiencia, nuestro espíritu regenerado también es el Lugar Santísimo. Así que, nuestro espíritu está conectado al tercer cielo, donde Cristo ministra a nuestro favor. Como Sumo Sacerdote, Él intercede por nosotros; y como Ministro celestial, Él nos suministra las riquezas de Dios. Al interceder, Cristo nos lleva a nosotros mismos y nuestras necesidades a Dios. Al ejercer Su ministerio, Él nos trae las riquezas de Dios.

  En el libro de Apocalipsis vemos aún más de las cosas de arriba. Lo que tenemos en este libro no es meramente una ventana, sino un cielo abierto. El cielo le fue abierto a Juan, y él vio un trono establecido en el cielo y a Aquel que estaba sentado en el trono (4:1-2). Este trono no es simplemente el trono de la gracia, sino el trono de autoridad, el trono de la administración divina. A continuación, en Apocalipsis 4:5 Juan dice: “Del trono salían relámpagos y voces y truenos; y delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete Espíritus de Dios”. Además, Juan dice que en medio del trono vio “un Cordero en pie, como recién inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete Espíritus de Dios enviados por toda la tierra” (5:6). La visión de Juan en los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis está relacionada con la administración de Dios en la actualidad. Con base en la visión de Juan podemos comprender que el cielo no está callado ni inactivo. Por el contrario, desde Su trono Dios lleva a cabo Su administración sobre el universo entero. El Cordero, el Redentor, Aquel que fue inmolado en la cruz por nuestros pecados, ahora está en el trono y tiene siete ojos, los cuales son los siete Espíritus de Dios.

  El Señor Jesús lleva a cabo la operación de Dios en los cielos. Él es el Cordero con siete ojos, con los siete Espíritus de Dios, que ejerce la administración de Dios por medio de las iglesias locales. En realidad, las iglesias son embajadas de Dios. Debido a ello, la situación mundial no está bajo el control de algún jefe de estado terrenal, sino bajo las iglesias por medio de las cuales Dios ejerce Su administración. Así como la embajada estadounidense en un determinado país es la extensión de los Estados Unidos, del mismo modo las iglesias, como embajadas de Dios, son la extensión de los cielos. Nuestra sede principal, nuestro centro administrativo, está en el cielo. Por tanto, debemos poner nuestra mirada en el cielo, donde hay un trono en el cual Dios está sentado y donde el Cordero con siete ojos está de pie a fin de ejercer la administración de Dios por medio de las iglesias como Sus embajadas. Debido a que las iglesias son las embajadas de Dios, el enemigo las aborrece. En Apocalipsis 4 y 5 tenemos una visión de nuestro gobierno central, y en Apocalipsis 1—3 tenemos una visión de las iglesias locales como embajadas. Mediante los siete Espíritus tiene lugar una transmisión procedente de la sede central dirigida a las embajadas. Por medio de los siete Espíritus lo que está en la sede central es transmitido a las iglesias. Desde el trono en los cielos, la transmisión divina trae las cosas de arriba a las iglesias locales.

  Ver una visión de las cosas que están arriba revolucionará nuestro vivir diario. Esto hará que volvamos nuestra atención de las cosas que están en la tierra a las cosas que están en el cielo: al Jesús glorificado y entronizado, al Sumo Sacerdote celestial, a Aquel que fue dado por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, a Aquel que ejerce el gobierno divino. Debemos buscar estas cosas y fijar nuestra mente en ellas. Entonces las riquezas del ministerio celestial de Cristo serán transmitidas a nosotros, y así seremos transformados y llegaremos a estar constituidos de Cristo.

  Las cosas de arriba están relacionadas con el segundo de los dos ministerios de Cristo. El primer aspecto del ministerio de Cristo fue Su ministerio en la tierra. Habiendo abarcado un período de treinta y tres años y medio, este ministerio comenzó con la encarnación de Cristo y concluyó con Su crucifixión. Durante los años en que Él estuvo en la tierra, Cristo logró muchas cosas en Su ministerio. Por medio de Su muerte en la cruz Él logró la redención en nuestro favor. Todos los cristianos están familiarizados con el ministerio terrenal de Jesús y lo tienen en muy alta estima, pues es por medio de tal ministerio que fuimos salvos.

  Si bien el ministerio terrenal de Cristo es muy importante, no constituye el aspecto principal de Su ministerio. La parte primordial de Su ministerio es Su ministerio en el cielo. Por medio de Su ministerio terrenal Él nos redimió, nos salvó y nos regeneró. Pero por medio de Su ministerio celestial, Él está edificando la iglesia (Mt. 16:18). El Cuerpo de Cristo necesita el ministerio celestial de Cristo, el ministerio de Cristo arriba, a fin de poder ser edificado.

  Buscar las cosas que están arriba y poner nuestra mente en ellas equivale a unirnos al Señor en Su ministerio en el cielo. Debemos unirnos a Aquel que intercede, ministra y ejerce la administración de Dios. Nuestro vivir debe ser la clase de vivir en el que buscamos estas cosas celestiales y fijamos nuestra mente en ellas. Esto significa que vivimos de tal modo que nos unimos a nuestro Cristo celestial en Su sacerdocio, ministerio y administración. Si todos vivimos de este modo, la vida de iglesia será grandemente elevada.

  Debido a que Cristo intercede por una iglesia en particular, también nosotros podríamos sentirnos urgidos a orar por esa iglesia. Entonces le pediremos al Señor que transmita Su suministro celestial a los santos en esa localidad. Siempre que recibimos noticias de alguna necesidad en cierto lugar, debemos orar de inmediato uniéndonos a Cristo en Su intercesión por esa necesidad. Si hacemos esto, estaremos fijando nuestra mente en las cosas de arriba.

  Es necesario que nuestro estándar sea elevado. No estamos aquí para buscar cosas terrenales, sino para tener un vivir que sea uno con el vivir de Cristo. Actualmente Cristo vive como Sumo Sacerdote, Ministro celestial y Administrador universal. Nosotros debemos unirnos a Él en Su vivir y tener un solo vivir con Él.

  Si buscamos las cosas de arriba y tenemos un solo vivir con Cristo, estaremos íntegramente ocupados con la empresa de nuestro Amo. Nuestro corazón estará con Él en el cielo, donde Él intercede por las iglesias, suministra a los santos y administra el gobierno de Dios. Ésta será nuestra preocupación, nuestro deseo. Si de este modo tomamos a Cristo como vida y buscamos las cosas de arriba, nuestros miembros concupiscentes serán puestos a muerte, los elementos malignos de nuestra alma caída serán desechados y nos despojaremos del viejo hombre; además, automáticamente nos vestiremos del nuevo hombre.

  Buscar las cosas de arriba y fijar nuestra mente en ellas equivale a vivir a Cristo, a tener un mismo vivir con Él. Cuando Cristo ora en los cielos, nosotros debemos orar en la tierra. Esto significa que hay una transmisión entre el Cristo que ora en los cielos y nosotros que oramos en la tierra. Por medio de esta transmisión podemos orar en unidad con Él. Respondemos en la tierra a la oración de Cristo en los cielos. Ninguno de nosotros debe estar desempleado. Todos tenemos la responsabilidad de responder a la transmisión celestial de Cristo. Cristo está en el cielo intercediendo, ministrando y administrando, y nosotros estamos en la tierra respondiendo a la actividad de Cristo en el cielo.

  Entre Cristo en los cielos y nosotros en la tierra tiene lugar una transmisión divina, una corriente celestial. Si estamos recibiendo esta transmisión, responderemos a la obra de Cristo en los cielos. Sin embargo, si en nuestra experiencia no estamos conectados de continuo con Él o si permitimos que se forme un elemento aislante entre nosotros y Él, la transmisión cesará. Es posible que entre muchos auténticos cristianos en la actualidad su vínculo con el Cristo celestial haya sido cortado en términos de su experiencia. Podemos ser auténticos cristianos y aun así no experimentar la corriente divina, de modo que no hay comunión entre nosotros y el Señor. En lugar de ser separados del Cristo celestial es necesario que en nuestra experiencia recibamos continuamente la transmisión divina. Día y noche debemos ser infundidos con un suministro procedente del cielo y experimentar transacciones entre el Cristo celestial y nosotros. Debemos responder continuamente a la intercesión de Cristo, a Su ministerio y a Su ejercicio de la administración de Dios.

  La oración es la única manera en que podemos fijar nuestra mente en las cosas celestiales. Cuando fijemos nuestra mente en las cosas de arriba al orar, no oraremos por asuntos triviales; en lugar de ello, nuestra oración será ocupada por la intercesión celestial de Cristo, por Su ministerio y por Su administración. Debido a que Cristo intercede por las iglesias alrededor del mundo, nosotros también oramos por las iglesias. Debemos dejar que el Señor se encargue de los asuntos menores de nuestro vivir. Nuestra responsabilidad es buscar primeramente el reino de Dios y la justicia de Dios (Mt. 6:33). Puesto que el Padre conoce nuestras necesidades, Él cuidará de nosotros y atenderá a nuestras necesidades.

  Cuando fijamos nuestra mente en las cosas de arriba durante nuestros tiempos de oración, llegamos a ser una reflexión del ministerio de Cristo en los cielos. Mediante nuestra oración le damos a Cristo, la Cabeza, una vía por la cual llevar a cabo Su administración por medio de Su Cuerpo. Cuando oramos, somos embajadores celestiales en la tierra, los cuales son una extensión del reino de Dios. Sin embargo, cuando propagamos chismes, no somos embajadores celestiales de ningún modo. Únicamente cuando oramos llegamos a ser, en términos prácticos, embajadores del reino celestial que están en la tierra.

  El ministerio de Cristo en el cielo tiene como meta la edificación del Cuerpo y la formación de Su novia. Sin embargo, el ministerio de Cristo en el cielo requiere de nuestra respuesta. Debemos llegar a ser el reflejo en la tierra de ese ministerio celestial. Cuando buscamos las cosas de arriba, respondemos al ministerio celestial de Cristo y lo reflejamos. Si en nuestra oración estamos dispuestos a olvidar asuntos insignificantes y atender a las cosas de arriba, nos percataremos del tráfico que hay entre nosotros y Cristo en el cielo. Tendremos el sentir de que una corriente fluye de ida y vuelta entre nosotros y Él. Por medio de esta clase de oración, las riquezas divinas son transfundidas a nuestro ser. Esto nos permite ser uno con los demás y ser correctos con todos. Esto también resulta en la renovación del nuevo hombre. Mediante la transmisión y transfusión celestiales el nuevo hombre llega a existir en términos prácticos. Por tanto, el nuevo hombre es producido por el tráfico celestial, las transacciones celestiales y la transfusión celestial.

  Al buscar las cosas de arriba, el nuevo hombre será renovado plenamente. En un sentido muy práctico, el nuevo hombre llega a existir por medio de que nosotros busquemos las cosas de arriba. Por tanto, si el nuevo hombre ha de ser expresado en la tierra, es necesario que disfrutemos a Cristo como Sumo Sacerdote, Ministro celestial y Administrador universal, experimentando de ese modo el tráfico de doble sentido entre el Cristo celestial y nosotros.

  El Espíritu vivificante y todo-inclusivo es el resultado de la obra redentora de Cristo. Gálatas 3:14 indica que Cristo nos ha redimido a fin de que podamos recibir al Espíritu. Cristo efectuó la redención no meramente para salvarnos del pecado, sino aún más para impartirse en nosotros como Espíritu vivificante. Cuando abrimos nuestro ser y fijamos nuestra mente en las cosas de arriba, este Espíritu transmite las riquezas de la vida divina a nuestro ser. Cuando fijamos nuestra mente en las cosas de arriba, esto hace que la transmisión celestial cumpla en nuestra experiencia su función de introducir la esencia divina de Cristo a nuestro ser. Cuanto más esta esencia es añadida a nuestro ser, más experimentamos la renovación del nuevo hombre. La renovación depende de la transmisión de la sustancia divina a nosotros.

4) Para ser manifestados con Él en gloria

  A continuación, en Colosenses 3:4 Pablo dice: “Cuando Cristo, nuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria”. En Dios, Cristo —y no nuestro yo ni nuestra alma— es nuestra vida. Esta vida ahora está escondida, pero será manifestada. Entonces seremos manifestados juntamente con esta vida en gloria.

  Según Romanos 8, un día seremos glorificados con Cristo. Romanos 8:19 dice que “la creación observa ansiosamente, aguardando con anhelo la revelación de los hijos de Dios”, cuando ella “será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (v. 21). Cuando seamos manifestados con nuestro Cristo en gloria, incluso nuestros cuerpos viles serán transfigurados en un cuerpo glorioso, pero mientras esperamos ese día maravilloso, tenemos que permanecer escondidos con Cristo en Dios, en los cielos y en la iglesia.

  Compartimos con Cristo una misma gloria y un mismo destino. La gloria es nuestro futuro y nuestro destino. El Señor Jesús ahora está en gloria. Sin embargo, Él está en gloria de una manera que se halla escondida de la humanidad. La gente en el mundo no sabe dónde está Jesús, pero nosotros sabemos dónde está Él: Él está en gloria. Un día Cristo estará en gloria no de manera escondida, sino a la vista de todos, como es propio de Su manifestación. Entonces todos sobre la tierra sabrán que el Señor Jesús está en gloria. El destino de Cristo es estar en gloria a la vista de todos. Éste es también nuestro destino. Podemos declarar: “La gloria es nuestro destino. Nos dirigimos a la gloria. Nuestro destino es estar en gloria”. Puesto que la gloria es nuestro destino, a la postre compartiremos con Cristo la misma gloria. No es posible para nosotros describir ahora esta gloria porque todavía no hemos entrado en ella. Cuando estemos en gloria con Cristo, estaremos extasiados de gozo.

  Cuando seamos manifestados juntamente con Cristo, seremos vistos por todo el universo. Sin embargo, al presente no debemos exhibirnos sino permanecer escondidos en Dios, esperando el tiempo cuando llegaremos a nuestro destino y entraremos en gloria con Cristo. Entonces, en el tiempo señalado, el tiempo para la exhibición divinamente dispuesta, tendrá lugar la manifestación en gloria de los hijos de Dios.

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