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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 346-366)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS SESENTA Y TRES

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(69)

86. Dios manifestado en la carne

  En 1 Timoteo 3:15-16 Cristo es presentado como Dios manifestado en la carne. Este aspecto de Cristo es uno de los más importantes que hay para nuestra experiencia y disfrute. No sólo el Señor Jesús fue, en el pasado, la manifestación de Dios en la carne, sino que en la actualidad la iglesia también debe ser la manifestación de Dios en la carne.

a. El gran misterio de la piedad

  En el versículo 16 Pablo dice: “Indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Él fue manifestado en la carne”. En este versículo la palabra piedad significa “en la semejanza de Dios”. Por tanto, este versículo indica que los seres humanos pueden poseer la semejanza, la expresión y la manifestación de Dios. Según el contexto de este versículo, la frase el misterio de la piedad significa que Dios en Su misterio puede ser manifestado y expresado en la carne, esto es, en los seres humanos. La piedad es Dios manifestado en la carne; el misterio de la piedad es Dios manifestado en los seres humanos. La transición de “el misterio de la piedad” a “Él” implica que Cristo como manifestación de Dios en la carne es el misterio de la piedad (Col. 1:27; Gá. 2:20).

  La manifestación de Dios estuvo primero en Cristo como expresión individual en la carne (1 Ti. 3:16; Col. 2:9; Jn. 1:1, 14). El Nuevo Testamento no dice que únicamente el Hijo de Dios se encarnó; más bien, revela que Dios fue manifestado en la carne, lo cual indica que fue la totalidad de Dios —el Padre, el Hijo y el Espíritu— quien se encarnó. Por tanto, Cristo en Su encarnación era la totalidad de Dios manifestado en la carne.

  Según el Evangelio de Juan, la Palabra, quien es Dios, se hizo carne (vs. 1, 14). El Dios que es la Palabra no es una parte de Dios, sino la totalidad de Dios: Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu. La Palabra es la definición de Dios, la explicación de Dios y la expresión de Dios. Por tanto, la Palabra que se hizo carne —Dios manifestado en la carne— es la definición, explicación y expresión de Dios en la carne (v. 18). Dios fue manifestado en la carne no como el Hijo solamente, sino como la totalidad del Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu.

  Mediante la encarnación y el vivir humano (vs. 1, 14) Dios fue manifestado en la carne. La expresión en la carne significa “en la semejanza, el porte exterior, de un hombre” (Ro. 8:3; Fil. 2:7-8). Cristo se presentó ante los demás en forma de hombre (2 Co. 5:16); no obstante, Él era Dios manifestado en el hombre.

  Dios quiso hacerse un hombre y, un día, se hizo hombre en la persona de Cristo para vivir en la tierra como Dios-hombre. Cristo vivió en Su humanidad en la tierra a fin de expresar a Dios por treinta y tres años y medio. Él es Dios manifestado en la carne (1 Ti. 3:16). Él es el Testigo fiel de Dios (Ap. 1:5) y dio testimonio de Dios.

  Cuando Él vivió en la tierra como Dios-hombre, no vivía por Su vida humana sino por Su vida divina. Él llevó una vida humana no por Su humanidad, sino por Su divinidad. Él vivió como un Dios-hombre, mas no por la vida del hombre sino por la vida de Dios. Por tanto, Su vivir humano no fue vivido en virtud de la vida humana, sino en virtud de la vida divina. Él vivió al rechazar siempre Su vida humana, al poner siempre Su vida humana bajo la cruz. Desde el primer día que vivió en la tierra, Él llevó una vida humana crucificada, no por Su vida humana sino por Su vida divina. Su vivir humano no expresó la humanidad, sino la divinidad en los atributos divinos hechos virtudes humanas. Esto es lo que Pablo quiso decir en 1 Timoteo 3 cuando se refirió a Cristo como Aquel que es Dios manifestado en la carne (v. 16).

  La encarnación de Cristo produjo un Dios-hombre que vivió en la tierra no por Su vida humana, sino por Su vida divina. Durante todos Sus días en la tierra, Él se puso a Sí mismo en la cruz. Él permaneció en la cruz para morir a fin de que pudiera vivir por Dios, no para expresar al hombre sino para expresar a Dios en Sus atributos divinos hechos virtudes humanas. Ésta fue la vida del primer Dios-hombre como Aquel que es el prototipo. Puesto que en la actualidad nosotros somos Su reproducción, debemos llevar la misma clase de vida.

  Seguir a Jesús es llevar la vida de un Dios-hombre, no por la vida humana sino por la vida divina, a fin de que Dios pueda ser expresado, o manifestado, en la carne en todos Sus atributos divinos hechos virtudes humanas. Éste es el significado intrínseco de lo que es seguir a Cristo. Por ser Dios-hombres, debemos vivir no por nosotros mismos sino por Aquel otro, no por nuestra vida humana sino por nuestra vida divina, no para expresarnos a nosotros mismos sino para expresar Su divinidad en Sus atributos divinos que han llegado a ser nuestras virtudes humanas.

  Dios manifestado en la carne es Dios que vive una vida humana. No debiéramos intentar ser ángeles, porque Dios no es manifestado en los ángeles sino en la carne. Esto significa que Dios lleva una vida humana. El Señor Jesús fue un hombre real y perfecto que expresó al Dios completo. Él fue Dios manifestado en la carne que expresó a Dios —el Dios eterno, infinito, invisible, glorioso, omnipotente, omnisciente y omnipresente— mediante el hombre mortal, finito, visible, sin gloria y limitado en su poder, conocimiento y presencia. Lo mortal está en contraste con lo eterno, lo finito con lo infinito, lo visible con lo invisible, y lo que no es glorioso está en contraste con lo que es glorioso. Dios es omnipotente, omnisciente y omnipresente, pero el hombre está limitado en su poder, conocimiento y presencia.

  Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, Él expresó los atributos divinos como Sus virtudes humanas manifestadas en todas Sus acciones. Tal expresión de Sus virtudes fue la manifestación de Dios en la carne. Externamente, las personas le vieron como al Jesús procedente de Nazaret, pero Él era Dios manifestado en la carne. Por ejemplo, después que el Señor Jesús alimentó a los cinco mil, quedaron muchas sobras. Si hubieran dejados esas sobras desperdigadas en aquel lugar, ello habría sido un pésimo testimonio; pero el Señor instruyó a Sus discípulos que recogieran los pedazos que sobraron para que no se perdiera nada (Jn. 6:12). Después que todas las sobras fueron recogidas, todo estaba limpio y en orden. Esto muestra la virtud de Aquel que es la resurrección (11:25). Cuando el Señor, al resucitar, dejó las cosas en orden en Su sepulcro, esto también fue un testimonio de Su resurrección (20:7). Cuando ejercitamos nuestro espíritu y hacemos las cosas en resurrección, esto manifiesta nuestras virtudes cristianas. Estas virtudes cristianas son expresiones de los atributos divinos y la manifestación de Dios en la carne. En esto consiste el vivir de Dios en el hombre.

  Si hacemos las cosas en resurrección, muchas virtudes serán manifestadas, y tales virtudes constituirán la expresión de los atributos divinos. Por tanto, lo que hagamos será la manifestación de Dios en la carne. En la vida de iglesia Dios debe ser manifestado en la carne. Aunque estamos en la carne, no debemos vivir por la carne. Debemos vivir en la resurrección y por la resurrección a fin de que Dios pueda vivir en nuestro vivir, haciendo que nosotros seamos Cristo mismo en Sus atributos como nuestras virtudes para Su manifestación.

  En 1 Timoteo 3:15-16 se nos indica que no solamente Cristo mismo como Cabeza es la manifestación de Dios en la carne, sino que también la iglesia como Cuerpo de Cristo y casa de Dios es la manifestación de Dios en la carne: el misterio de la piedad. Según el contexto, “la piedad” en el versículo 16 se refiere no sólo a la devoción a cosas santas, sino también a vivir a Dios en la iglesia; es decir, a que Dios como vida sea expresado en el vivir de la iglesia. Tanto Cristo como la iglesia son el misterio de la piedad, el cual expresa a Dios en la carne. La vida de iglesia es la expresión de Dios; por tanto, el misterio de la piedad es el vivir de una iglesia apropiada (1 Co. 14:24-25). Dios es manifestado en la iglesia —la casa de Dios y el Cuerpo de Cristo— como Su expresión corporativa agrandada en la carne (Ef. 2:19; 1:22-23).

  La manifestación de Dios en la carne empezó con Cristo cuando Él estuvo en la tierra (Jn. 14:9). La manifestación de Dios en la carne continúa con la iglesia, la cual es el aumento, agrandamiento y multiplicación de la manifestación de Dios en la carne (1 Ti. 3:15-16). Tal iglesia llega a ser la continuación de Cristo como manifestación de Dios en la carne, a saber: Cristo expresado en el vivir de la iglesia como manifestación de Dios. Esto es Dios manifestado en la carne de una manera más amplia conforme al principio neotestamentario de encarnación (1 Co. 7:40; Gá. 2:20). El principio de encarnación consiste en que Dios entra en el hombre y se mezcla con él para hacer que el hombre sea uno con Él (Jn. 15:4-5). El principio de encarnación significa que la divinidad entra en la humanidad y opera dentro de ella (1 Co. 6:17; 7:40; 1 Ti. 4:1). El gran misterio de la piedad consiste en que Dios se hizo hombre para que el hombre llegue a ser Dios en vida y naturaleza, mas no en la Deidad, a fin de producir un Dios-hombre corporativo para la manifestación de Dios en la carne (Ro. 8:3; 1:3-4; Ef. 4:24).

  Aunque éramos pecadores, fuimos redimidos de nuestra posición y situación pecaminosa. Ahora somos personas redimidas. Dios se ha impartido en nosotros, con lo cual nos hizo uno con Él y se hizo uno con nosotros. En 1 Corintios 6:17 se nos dice: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. Éste es el gran misterio de la piedad: Dios manifestado en la carne. Somos iguales a Dios en la vida divina, la naturaleza divina, el elemento divino y la esencia divina, pero no en la Deidad. Actualmente somos la carne en la cual Dios puede manifestarse. Dios es manifestado en la carne, pero debemos comprender que Dios jamás puede ser manifestado por la carne. La carne es meramente el vaso de barro. La carne no es la clave para hacer realidad la manifestación de Dios; la clave en nosotros para la manifestación de Dios es nuestro espíritu.

  En 1 Timoteo 4:7 Pablo procede a decirnos que debemos ejercitarnos para la piedad. Ejercitarnos para la piedad es ejercitar nuestro espíritu de modo que podamos expresar el misterio de la piedad, a saber: Dios manifestado en la carne. Esto es indicado por lo que Pablo dice en 2 Timoteo 1:6-7: “Por esta causa te recuerdo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de cordura”. En 2 Timoteo 4:22 se nos dice que el Señor está con nuestro espíritu. Puesto que el Señor Jesús como Aquel que es el misterio de la piedad está en nuestro espíritu, a fin de expresar este misterio y practicarlo debemos ejercitarnos para la piedad ejercitando nuestro espíritu.

  Antes de hacer algo, debemos ejercitar nuestro espíritu. Entonces nuestro espíritu nos guiará, y todo cuanto hagamos será la piedad misma, es decir, Dios manifestado en la carne. En esto consiste ejercitarnos para la piedad. En todo debemos ejercitarnos para la piedad. Antes de hablar, debemos ejercitar nuestro espíritu para la piedad. Por tanto, tenemos que vivir, andar, llevar nuestra vida diaria y llevar todo nuestro ser conforme a nuestro espíritu (Ro. 8:4). Pablo exhortó a Timoteo a que orara por aquellos “que están en eminencia, para que llevemos una vida tranquila y sosegada en toda piedad y dignidad” (1 Ti. 2:2). Si somos piadosos, ello afectará qué clase de cuadros tengamos en nuestra habitación, qué clase de ropa usemos, cómo nos peinemos y cómo conversemos. La vida piadosa en nuestro interior tiene una expresión externa. Tal manifestación de la piedad es un testimonio y causa impacto en quienes nos conocen. Todo cuanto digamos, todo cuanto hagamos y todo cuanto vistamos debe causar la impresión de que Dios es manifestado en nosotros.

  En la vida de iglesia debe estar presente la manifestación de Dios en la carne. A fin de que ésta sea la situación, es imprescindible que en la iglesia tenga lugar la gloriosa unión de Dios y el hombre. Internamente debemos tener a Dios, pero Dios es manifestado en la carne mediante una humanidad normal y apropiada. Todos los que están en la vida de iglesia —los hermanos y hermanas, los mayores y los jóvenes— deben conducirse de manera normal y apropiada como corresponde a sus respectivas edades. En lugar de fingimiento debe haber una autenticidad que sea tanto humana como divina. Ésta es la condición en la que Dios es manifestado en la humanidad.

  La iglesia como casa de Dios es el Dios viviente hecho carne y manifestado en la carne. En los cuatro Evangelios Dios fue manifestado en la carne en un solo individuo: Jesús. Pero en 1 Timoteo 3 la manifestación de Dios en la carne está en la totalidad de la iglesia corporativamente. No solamente es Cristo el gran misterio de la piedad, sino que en principio la iglesia también es Dios manifestado en la carne.

  Cristo es la manifestación de Dios en la carne, pero la iglesia también lo es. Nosotros somos la iglesia, pero todavía estamos en la carne. Cuando nos reunimos en el Espíritu, Dios es manifestado entre nosotros; ésta es la manifestación de Dios en la carne. Así como Cristo la Cabeza es la manifestación de Dios en la carne, también lo es Su Cuerpo. Si toda la iglesia se reúne de una manera apropiada y entra en la reunión algún incrédulo, “postrándose sobre el rostro, adorará a Dios, declarando que verdaderamente Dios está entre vosotros” (1 Co. 14:23-25). La presencia de Dios es conocida siempre que la iglesia se reúne apropiadamente. Reconocemos que todavía estamos en la carne, pero el Dios que vive en nuestro espíritu será manifestado, expresado, en nuestra carne. Esta manifestación tiene que ser corporativa, y no meramente individual. Debido a que la vida de iglesia apropiada es la manifestación corporativa de Dios en la carne, la iglesia del Dios viviente es el misterio consumado de la piedad. Para que la iglesia sea la expresión corporativa de Dios en la carne, todos en la iglesia tienen que ser transformados (2 Co. 3:18).

  Finalmente, Dios será manifestado en la Nueva Jerusalén como expresión corporativa consumada del Dios Triuno procesado y consumado en el cielo nuevo y la tierra nueva (Ap. 21:1-2, 10-11). La iglesia como manifestación de Dios en la carne es la casa de Dios, pero la Nueva Jerusalén será la ciudad de Dios, lo cual significa que la Nueva Jerusalén, como manifestación de Dios en la nueva creación, será el agrandamiento y la consumación de la iglesia para expresar a Dios en la eternidad.

b. Justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado entre las naciones, creído en el mundo y llevado arriba en gloria

  A continuación, en 1 Timoteo 3:16 Pablo dice: “Justificado en el Espíritu, / visto de los ángeles, / predicado entre las naciones, / creído en el mundo, / llevado arriba en gloria”.

1) Justificado en el Espíritu

  Cristo, quien es Dios manifestado en la carne, fue “justificado en el Espíritu”. La palabra griega traducida “justificado” también significa “vindicado.” El Cristo encarnado en Su vivir humano no sólo fue justificado como Hijo de Dios por el Espíritu (Mt. 3:16-17; Ro. 1:3-4), sino que también fue vindicado, probado y aprobado como recto y justo por el Espíritu (Mt. 3:15-16; 4:1). Él fue manifestado en la carne, pero fue vindicado y justificado en el Espíritu. Él se manifestó en la carne, pero vivió en el Espíritu (Lc. 4:1, 14; Mt. 12:28) y se ofreció a Sí mismo a Dios mediante el Espíritu (He. 9:14). Su transfiguración (Mt. 17:2) y Su resurrección son, ambas, justificaciones en el Espíritu. Además, en resurrección Él llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17) para poder morar y vivir en nosotros (Ro. 8:9-10), con miras a la manifestación de Dios en la carne como misterio de la piedad. Así que, ahora le conocemos a Él y a Sus miembros no según la carne, sino según el Espíritu (2 Co. 5:16). Puesto que la manifestación de Dios en la carne es justificada en el Espíritu, y el Espíritu es uno con nuestro espíritu (Ro. 8:16), tenemos que vivir y conducirnos en nuestro espíritu para que se logre esta justificación.

  La iglesia como misterio de la piedad es justificada en el Espíritu. Para ser justificados en el Espíritu tenemos que andar y vivir en nuestro espíritu humano regenerado (Ro. 8:4; Gá. 5:16, 25). Si andamos y vivimos en nuestro espíritu, tendremos una vida justificada, esto es, una vida que puede ser justificada por Dios. Dios es manifestado en la carne de quienes constituyen el misterio de la piedad. Sin embargo, no debemos vivir por nuestra carne; en lugar de ello, debemos vivir por nuestro espíritu. Al vivir nosotros por nuestro espíritu, Dios será manifestado en nuestra carne. Aunque estamos en la carne, debemos vivir por el espíritu. Tenemos que andar, vivir y hacer las cosas por el espíritu. De este modo Dios mismo llega a ser nuestro vivir, un vivir en nuestro espíritu, y es manifestado en nuestra carne. Tal vivir será justificado en el Espíritu.

2) Visto de los ángeles

  En 1 Timoteo 3:16 Pablo también dice: “Visto de los ángeles”. Los ángeles vieron la encarnación, el vivir humano y la ascensión de Cristo (Lc. 2:9-14; Mt. 4:11; Hch. 1:10-11; Ap. 5:6, 11-12). Cuando el Señor Jesús nació, una hueste de ángeles alabó a Dios (Lc. 2:10-14). Si los ángeles se regocijaron al nacer el Señor Jesús en Belén, la ciudad de David, ¿no se regocijarán también al ver a Dios manifestado en la iglesia, la cual es el aumento y agrandamiento de Cristo? Además, cuando el Señor Jesús —quien expresaba a Dios en Su vivir y lo manifestaba en la tierra— confrontó a los demonios, éstos daban gritos. Por lo menos en una ocasión ellos le suplicaron al Señor Jesús que no los mandase ir al abismo (8:31). Si los demonios temblaron ante la presencia del Señor Jesús, ¿no temblarán también ante la manifestación del Dios viviente en la iglesia? Sin duda alguna cuando la iglesia exprese a Dios en su vivir y le manifieste, los demonios y los ángeles malignos estarán aterrorizados. Cada iglesia local tiene que ser un lugar en el cual Cristo nazca de nuevo en los santos. Además, cada iglesia local tiene que expresar a Dios en su vivir de tal modo que el tiempo que le queda a los ángeles malignos sea acortado. Cuando las iglesias lleguen a conformarse al estándar divino, los ángeles cantarán y se regocijarán, y los demonios y los ángeles malignos temblarán.

  En la vida de iglesia expresamos a Dios. Los seres humanos podrían no comprender esto adecuadamente, pero los ángeles saben reconocerlo y apreciarlo. Todos los ángeles son espectadores que están observando atentamente al hombre universal —Cristo y la iglesia— que vive en el espíritu a fin de manifestar a Dios en la carne (Ef. 3:10). Por un lado, los ángeles buenos se regocijan al contemplar la expresión de Dios en la iglesia; por otro, los ángeles malignos y los demonios tiemblan llenos de temor. Éstos comprenden que, a la postre, aquellos que están en la vida de iglesia los condenarán al lago de fuego.

3) Predicado entre las naciones y creído en el mundo

  Cristo también fue predicado entre las naciones. Cristo como manifestación de Dios en la carne ha sido predicado como evangelio entre las naciones, incluyendo la nación de Israel, desde el día de Pentecostés (Ro. 16:26; Ef. 3:8). Además, Cristo ha sido “creído en el mundo” (1 Ti. 3:16). Son personas que están en el mundo las que han creído en Cristo como corporificación de Dios en la carne y le han recibido como Salvador y vida (Hch. 13:48).

  Por medio de nuestro vivir en el espíritu, el cual manifiesta a Dios en la carne, Dios en Cristo como Espíritu es predicado entre las naciones y es creído en el mundo. La verdadera predicación del evangelio tiene lugar cuando vivimos en el espíritu a fin de manifestar a Dios. Tal vivir no solamente puede ser visto por los ángeles, sino además predicado hasta lo último de la tierra (1:8). Cuando este evangelio sea predicado, otros seres humanos verán qué es lo que vivimos y, entonces, recibirán aquello que vivimos. Ésta no es una predicación efectuada meramente por medio de palabras, sino una predicación efectuada principalmente mediante la vida, una predicación efectuada mediante nuestro vivir. Tenemos que vivir lo que predicamos. Nuestro mensaje debe ser nuestra vida, nuestro vivir. Aunque a veces podemos predicar el evangelio con palabras, lo predicamos principalmente al llevar una vida que manifiesta a Dios. Nuestro vivir es nuestra predicación. Independientemente de cuánto los creyentes puedan predicar con palabras, lo que a la postre hace que los pecadores crean es el testimonio del vivir de los creyentes. Es imprescindible que tengamos un vivir que sea en el espíritu a fin de manifestar a Dios. Esta clase de vivir es nuestra predicación, y nuestra predicación tiene que ser esta clase de vivir.

4) Llevado arriba en gloria

  Pablo concluye 1 Timoteo 3:16 con la frase llevado arriba en gloria. Esta frase se refiere a la ascensión de Cristo por la cual fue introducido en gloria (Mr. 16:19; Hch. 1:9-11; 2:33; Fil. 2:9). Según la secuencia de los eventos históricos, la ascensión de Cristo ocurrió antes que Él fuera predicado entre las naciones. Sin embargo, aquí se presenta la ascensión como el último paso que Cristo dio al manifestar a Dios en la carne. Esto debe de indicar que la iglesia también es llevada a la gloria. Por tanto, implica que no sólo Cristo mismo como Cabeza, sino también la iglesia como Cuerpo, son la manifestación de Dios en la carne. Cuando una iglesia esté bien cuidada, conforme a las instrucciones dadas en los primeros dos capítulos de 1 Timoteo, teniendo plenamente establecidos tanto la supervisión de los ancianos como el servicio de los diáconos, según lo revela el capítulo 3, la iglesia cumplirá la función de ser la casa y familia del Dios viviente para el mover de Él en la tierra, así como también la función de ser columna y fundamento que sostiene la verdad, teniendo la realidad divina de Cristo y Su Cuerpo como un testimonio para el mundo. Entonces la iglesia viene a ser la continuación de Cristo como manifestación de Dios en la carne. Éste es el gran misterio de la piedad: Cristo expresado en el vivir de la iglesia como manifestación de Dios en la carne.

  Aunque Cristo fue llevado arriba en gloria (Hch. 1:9) antes de que se le predicase en Hechos 2, Pablo menciona este hecho al último, no solamente después de la predicación, sino incluso después de haber sido creído en el mundo. Esto indica que ser “llevado arriba en gloria” podría incluir no solamente la ascensión de Cristo, sino también el arrebatamiento de la iglesia. La Cabeza, Cristo, fue llevada arriba antes de que se comenzara a predicar a otros; sin embargo, el Cuerpo, la iglesia, será llevado arriba únicamente después de que Cristo haya sido predicado y creído en el mundo. Por tanto, en 1 Timoteo 3:16 encontramos el indicio definitivo de que este versículo no solamente se refiere a la Cabeza como manifestación de Dios en la carne, sino también al Cuerpo como continuación de esta manifestación. La Cabeza, Cristo, ha sido llevada arriba en gloria, y el Cuerpo, la iglesia, también será llevado arriba en gloria. Tanto la Cabeza como el Cuerpo constituyen el misterio de la piedad.

c. La verdad enarbolada por la iglesia del Dios viviente

  Cristo como Dios manifestado en la carne es la verdad enarbolada por la iglesia del Dios viviente. En 1 Timoteo 3:15 Pablo habla de la casa de Dios, que es “la iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad”. Al referirse a la iglesia como casa de Dios, Pablo se refiere específicamente a Dios como Dios viviente. El Dios viviente, quien vive en la iglesia, debe ser subjetivo para la iglesia y no solamente objetivo. Un ídolo de un templo pagano no tiene vida. El Dios que no sólo vive en Su templo vivo, la iglesia, sino que también actúa y opera en él, es viviente. Debido a que Él es viviente, la iglesia también es viviente en Él, por Él y con Él. Un Dios viviente y una iglesia viviente viven, actúan y operan juntos. La iglesia viviente es la casa y la familia del Dios vivo. Por tanto, ella viene a ser la manifestación de Dios en la carne.

  Todo en la iglesia tiene que ser viviente porque ella es la casa del Dios viviente. No debemos hacer nada en la iglesia conforme a reglas muertas o formalismos muertos. Todo cuanto hagamos o practiquemos en la vida de iglesia tiene que ser viviente debido a que servimos a un Dios vivo (He. 9:14).

  Hablando metafóricamente, Pablo se refiere a la iglesia como “columna y fundamento de la verdad”. La columna sostiene el edificio, y el fundamento sostiene la columna. La iglesia es tal columna y fundamento de la verdad. Aquí la verdad se refiere a las cosas verdaderas, las cuales están reveladas en el Nuevo Testamento con respecto a Cristo y la iglesia según la economía neotestamentaria de Dios. La verdad es la realidad y el contenido de la economía neotestamentaria de Dios. Esta economía está compuesta por dos misterios: Cristo como misterio de Dios (Col. 2:2) y la iglesia como misterio de Cristo (Ef. 3:4). Cristo y la iglesia, la Cabeza y el Cuerpo, constituyen el contenido de la realidad de la economía neotestamentaria de Dios. La iglesia es la columna y fundamento que sostiene todas estas realidades. Una iglesia local debe ser tal edificio, el cual sostiene, porta y da testimonio de la verdad, la realidad, de Cristo y la iglesia.

  Para Dios, la iglesia tiene la función de ser portadora de todo lo que Dios es como la realidad, la verdad, del universo. La palabra realidad es mejor que la palabra verdad para comunicar el significado correcto, pues la palabra verdad podría ser malinterpretada como refiriéndose a doctrinas. Esto podría hacer que las personas piensen que la iglesia es portadora de doctrinas. No, la iglesia no cumple la función de ser portadora de doctrinas, sino la de ser portadora de la realidad de todo lo que Dios es. En el universo entero, únicamente Dios es la realidad; todo cuanto Él es, es realidad, la cual es enarbolada por la iglesia. Nosotros estamos aquí como la iglesia, la casa y familia de Dios, enarbolando la realidad de todo lo que Dios es.

  La verdad enarbolada por la iglesia es el propio Dios Triuno, quien tiene a Cristo como corporificación, centro y expresión, a fin de producir la iglesia como Cuerpo de Cristo, casa de Dios y reino de Dios (Col. 2:9; Ef. 1:22-23; 4:16; 1 Ti. 3:15; Jn. 3:3, 5). La verdad, la realidad, es Cristo, y Cristo es la corporificación de Dios. La iglesia es portadora de Cristo como realidad. La iglesia testifica al universo entero de que Cristo, y únicamente Cristo, es la realidad (1:14, 17; 14:6). Por ser la columna y el fundamento de la verdad, la iglesia es portadora de la realidad del Dios Triuno. La iglesia no propugna las doctrinas, sino la verdad misma, la realidad del Dios Triuno.

  En el griego la palabra verdad en 1 Timoteo 3:15 denota algo real y sólido. Por tanto, verdad significa “realidad”. Sin embargo, la verdad no es simplemente una realidad sólida, sino también la expresión de tal realidad. La verdad no es doctrina vana, sino la expresión de la realidad, la doctrina constituida de la realidad y que comunica tal realidad. La iglesia es la columna portadora de la verdad, es decir, portadora de la expresión de la realidad.

  La realidad de la cual la iglesia es portadora se halla revelada en 1 Timoteo 3:16: “Indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Él fue manifestado en la carne, / justificado en el Espíritu, / visto de los ángeles, / predicado entre las naciones, / creído en el mundo, / llevado arriba en gloria”. La verdad en el versículo 15, la expresión de la realidad, es el misterio de la piedad en el versículo 16. Como ya dijimos, el misterio de la piedad es Dios manifestado en la carne. Cuando Cristo estaba en la tierra, Él era Dios manifestado en la carne. Externamente, Él era un hombre en la carne; internamente, de hecho y en realidad, Él era Dios. Dios en Su realidad fue manifestado en el hombre Jesús. Dios era la realidad, y Jesús como hombre en la carne era la manifestación de Dios. Ésta es la verdad mencionada en el versículo 15, y éste es el misterio de la piedad.

  El Evangelio de Juan confirma que la verdad en 1 Timoteo 3:15 se refiere a la manifestación de Dios en la carne. Juan 1:1 dice: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”. Después, el versículo 14 dice: “La Palabra se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros (y contemplamos Su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), llena de gracia y de realidad”. Que esta realidad, esta verdad, se hizo carne es lo que indica el versículo 17 al decir: “La gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo”. Además, en Juan 14:6 el Señor Jesús, el Dios que creó todas las cosas y se hizo carne, declaró que Él es la realidad. Estos versículos indican que verdad se refiere a Dios hecho hombre, a Dios que entra en el hombre, a Dios que se ha unido al hombre y a Dios manifestado en el hombre; por tanto, la verdad es Dios manifestado en la carne. La iglesia es columna y fundamento de la verdad de que Dios se ha manifestado en la carne. Como columna y fundamento de la verdad, la iglesia sustenta y presenta al universo el hecho de la manifestación de Dios en la carne.

  En resumen, Dios manifestado en la carne implica que Dios es manifestado no solamente en Cristo, la Cabeza, sino también en la iglesia, Su Cuerpo. Cuando Cristo vivía en la tierra, Dios fue manifestado en la carne de Cristo; ahora, en la era de la iglesia, el mismo Dios es manifestado en la carne de los creyentes, quienes componen la iglesia. Éste es el gran misterio de la piedad, es decir, el gran misterio de la expresión de Dios. La manifestación de Dios primero en la carne de Cristo y, después, en la carne de los miembros de Su Cuerpo, es un gran misterio. Tal manifestación de Dios en la carne es testificada por el Espíritu y justificada en el Espíritu, vista de los ángeles, predicada entre las naciones, creída en el mundo y llevada arriba en gloria. La manifestación de Dios en la carne es también la verdad, la realidad, enarbolada por la iglesia del Dios viviente. En la actualidad la iglesia no es solamente la manifestación de Dios en la carne, sino también es portadora de la verdad del Dios vivo. En el universo, únicamente Dios es la realidad, y esta realidad está apoyada sobre la iglesia. Por tanto, la iglesia es columna y fundamento de la verdad al ser portadora del propio Dios Triuno, quien es la única realidad en el universo.

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