
En Hebreos 4—7 vemos que Cristo es Aquel que es superior a Aarón, el cual, como sumo sacerdote, tipifica a Cristo. Primero el Señor Jesús fue enviado por Dios a nosotros por medio de la encarnación (2:14) para ser nuestro Apóstol (3:1), nuestro Autor, nuestro Líder (2:10), Aquel que es superior a Moisés (3:3) y nuestro verdadero Josué (4:8), para introducirnos a nosotros, Sus socios (1:9; 3:14), en la gloria y en el reposo (2:10; 4:11). Después Él regresó de nosotros a Dios por medio de la resurrección y la ascensión (5:5-6) a fin de ser nuestro Sumo Sacerdote, quien está delante de Dios llevándonos sobre Sí y encargándose de todas nuestras necesidades (2:17-18; 4:15).
Como Sumo Sacerdote, Cristo está de continuo en el Lugar Santísimo. Nuestro Sumo Sacerdote no está en el altar ofreciendo los sacrificios, ni tampoco está en el Lugar Santo preparando el pan de la Presencia, encendiendo las lámparas y quemando el incienso. Él está en el Lugar Santísimo. La mayoría de cristianos únicamente tienen un Cristo que está en el altar, es decir, un Cristo que está en la cruz. Son muchos los himnos que se refieren al Cristo crucificado. Algunos cristianos únicamente tienen un Cristo que está en el Lugar Santo. Para ellos, el logro más elevado de su búsqueda espiritual es tener al Cristo que prepara el pan de la Presencia, enciende las lámparas y quema el incienso en el Lugar Santo. Ellos han perdido de vista al Sumo Sacerdote que está en el Lugar Santísimo. La función principal que en la actualidad cumple nuestro Sumo Sacerdote no es la que se realiza en el altar ni en el Lugar Santo, sino la realizada en el Lugar Santísimo, donde está la presencia de Dios y la gloria shekiná. Sí, Él estuvo una vez en la cruz, pero como Hebreos 1:3 revela, Su obra en la cruz ha sido consumada. Ahora, habiendo finalizado Su obra, Él está sentado a la diestra de Dios en los cielos. Ningún otro lugar es más cercano a Dios que éste. El libro de Hebreos fue escrito para ayudarnos a avanzar acercándonos a este Cristo, quien está actualmente en la presencia de Dios.
El Cristo que está en el Lugar Santísimo no es meramente nuestro Salvador, Redentor, Apóstol o Capitán de la salvación; Él es nuestro Sumo Sacerdote. En el Lugar Santísimo Él ministra Dios a nosotros. Debemos dejar de considerar nuestro entorno, debilidades, problemas e, incluso, a nosotros mismos, y recordar que hoy en día Jesucristo es nuestro Sumo Sacerdote en el Lugar Santísimo. Siempre y cuando tengamos tal Sumo Sacerdote, tendremos todo lo que necesitamos.
Según el Antiguo Testamento, siempre que el sumo sacerdote entraba en la presencia de Dios en el Lugar Santísimo, llevaba sobre sus hombros dos piedras de ónice en las cuales estaban grabados los nombres de los hijos de Israel (Éx. 28:9-12). Él también vestía el pectoral en el cual estaban incrustadas las doce piedras preciosas que llevaban grabados los nombres de los hijos de Israel (vs. 15-30). Esto significa que el pueblo de Israel estaba sobre los hombros y el pecho del sumo sacerdote. Puesto que los hombros representan la fortaleza y el pecho representa el amor, el pueblo de Dios reposaba sobre la fortaleza y en el amor del sumo sacerdote. Cuando el sumo sacerdote estaba en el Lugar Santísimo, él traía consigo a todo el pueblo de Dios. A los ojos de Dios, cuando él estaba allí, todo el pueblo de Dios estaba allí con él. Asimismo, cuando Dios mira a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote en el Lugar Santísimo, Él nos ve a nosotros sobre Sus hombros y sobre Su pecho. Nuestro Sumo Sacerdote en el Lugar Santísimo en los cielos nos lleva sobre Sí y “se viste de nosotros” delante de Dios. Incluso ahora mismo estamos sobre Sus hombros y sobre Su pecho en el Lugar Santísimo. Estamos allí con Él en la gloria shekiná de Dios.
Al mismo tiempo que Cristo nos lleva sobre Sí delante de Dios en el Lugar Santísimo, Él ministra Dios a nuestro ser. Cuando el apóstol Pablo oró al Señor pidiendo que le quitase el aguijón (2 Co. 12:7-8), el Señor dijo: “Bástate Mi gracia; porque Mi poder se perfecciona en la debilidad” (v. 9). En lugar de quitar tal aguijón, el Señor se impartió en Pablo como gracia, capacitando al apóstol para conocer lo precioso y suficiente que Él es. Esta experiencia de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote, que nos lleva sobre Sus hombros y Su pecho y que ministra Dios a nuestro ser, es una experiencia en el Lugar Santísimo, donde disfrutamos a Dios mismo y todas Sus riquezas. Cuando entramos en esta experiencia, es difícil decir dónde estamos o qué está sucediendo. Únicamente podemos decir que estamos sobre los hombros y el pecho de nuestro Sumo Sacerdote y que Él ministra a nuestro ser algo que nos conforta y fortalece. Esta experiencia de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote es la experiencia y el disfrute más elevados. Todos tenemos que aprender a permanecer allí, sobre Sus hombros y sobre Su pecho en el Lugar Santísimo. No debiéramos contentarnos con permanecer como cristianos del atrio, ni tampoco debiéramos ser cristianos que se han quedado en el Lugar Santo. Tenemos que avanzar al Lugar Santísimo, donde está la presencia de Dios y Su gloria shekiná.
Esta experiencia de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote sin duda alguna tiene lugar en los cielos; sin embargo, también tiene lugar en nuestro espíritu y en la iglesia, porque la iglesia actualmente es la habitación de Dios en nuestro espíritu. Cristo, la escalera celestial que une la tierra con el cielo y trae el cielo a la tierra, está en nuestro espíritu. Es mediante la habitación de Dios y la escalera celestial que el Lugar Santísimo en los cielos se une a nuestro espíritu. El Cristo maravilloso está tanto en los cielos como también en nuestro espíritu. Romanos 8:34 dice que Cristo está a la diestra de Dios intercediendo por nosotros, y Romanos 8:10 dice que Cristo también está dentro de nosotros. No hay dos Cristos, uno en el cielo y otro dentro de nosotros; tampoco es que sea un solo Cristo en dos tiempos diferentes. Así como la electricidad de la planta generadora está unida a nuestras casas, del mismo modo Cristo, quien está en el tercer cielo, está unido a nuestro espíritu. Si por la corriente eléctrica dos lugares pueden ser hechos uno, ¡cuánto más nuestro Cristo maravilloso no podrá estar tanto en los cielos como en nuestro espíritu!
Hebreos 4:14 dice: “Por tanto, teniendo un gran Sumo Sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios”. En este versículo, el título Jesús se refiere a Su humanidad, mientras que el título Hijo de Dios se refiere a Su Deidad. En 7:26 se nos dijo que Cristo es el Sumo Sacerdote, quien es santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores y encumbrado por encima de los cielos. En el versículo 28 vemos que Cristo, como Hijo, fue hecho perfecto para siempre. El versículo 11 del capítulo 9 se refiere a Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes, y 10:21 habla de Cristo como gran Sacerdote sobre la casa de Dios. Estos versículos revelan que Cristo es un gran Sumo Sacerdote de los bienes, quien traspasó los cielos: Jesús, el Hijo de Dios, santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, quien fue encumbrado por encima de los cielos y hecho perfecto para siempre.
Según 4:14, Jesús, el Hijo de Dios, es “un gran Sumo Sacerdote”. La palabra gran en este versículo significa “excelente, maravilloso, glorioso y lo más honorable”. Cristo es grandioso en Su persona (1:5, 8; 2:6), en Su obra (1:3; 2:17, 9, 14-15, 10; 3:5-6; 4:8-9; Hch. 2:24, 27) y en lo que ha logrado (He. 6:20; 9:24; 2:9).
Primero, nuestro Sumo Sacerdote, Cristo, es grandioso en Su persona. Él es el Hijo de Dios, Dios mismo (1:5, 8). Él es también el Hijo del Hombre, un ser humano (2:6). Puesto que Él es tanto Dios como hombre, Él posee la naturaleza divina y la naturaleza humana. Él no solamente conoce las cosas de Dios y las del hombre, sino que Él también está en las cosas de Dios y las del hombre. Ningún otro sumo sacerdote ha sido jamás como Él.
Nuestro Sumo Sacerdote, Cristo, es también grandioso en Su obra. Él nos purificó de nuestros pecados e hizo propiciación por ellos (1:3; 2:17). Él quitó el pecado y resolvió el problema del pecado. Él gustó la muerte no solamente por todos los hombres, sino también por todas las cosas (v. 9). Al gustar la muerte, Él conquistó la muerte y la derrotó. La muerte no pudo retenerlo (Hch. 2:24, 27). Él también destruyó al diablo, quien tenía el imperio de la muerte (He. 2:14). Por medio de Su muerte en la cruz, Cristo anuló a Satanás, el poder de la muerte. Al conquistar la muerte y destruir al diablo, Él nos libró de la esclavitud de la muerte (v. 15). Fuimos libertados por Él no solamente de la esclavitud del pecado, sino también de la esclavitud de la muerte. Mediante Su sufrimiento, Él fue perfeccionado para ser el Capitán de nuestra salvación (v. 10). Él combatió la batalla y entró en la gloria. Como Pionero, Él nos conduce por el mismo camino a la gloria. Ahora Él cuida de la casa de Dios como lo hizo Moisés (3:5-6). Como Constructor de la casa, Él ciertamente sabe cómo cuidar de ella. Él ahora también nos introduce en el reposo, como lo hizo Josué (4:8-9). Él nos ha dado el reposo sabático en la era de la iglesia, y Él nos introducirá en el reposo sabático de la era del reino. Como nuestro Sumo Sacerdote, Él es grandioso en todas estas obras excelentes y maravillosas Suyas, las cuales ningún sumo sacerdote en el Antiguo Testamento pudo realizar jamás.
Además, nuestro Sumo Sacerdote, Cristo, es grandioso en Sus logros. Sus logros son tan elevados que Él entró en el Lugar Santísimo en los cielos y fue coronado de gloria y de honra (6:20; 9:24; 2:9). Él ya no está en la tierra portando la corona de espinas, sino que Él ahora está en los cielos más elevados, portando la corona de gloria. Ningún sumo sacerdote puede superar a Cristo en Sus logros; nadie podría jamás compararse con Él en lo referente a este asunto.
Nuestro Sumo Sacerdote, Cristo, quien es grandioso en Su persona, capacitación, obras, logros y en todo cuanto alcanzó, traspasó los cielos (4:14). Después que Él fue crucificado y antes de ser resucitado, Cristo anduvo por el Hades, donde hizo una buena excursión. Aunque Satanás y todos los poderes de la muerte intentaron retenerle, en el tiempo de Su resurrección Él se levantó del sepulcro (Hch. 2:24, 27). Después, mientras ascendía a los cielos, Él venció la fuerza de gravedad de la tierra. Los demonios desesperadamente trataron de impedir que dejara la tierra, pero Él hizo un despegue maravilloso; luego, ascendió a los cielos. Mientras atravesaba los aires, los espíritus malignos, los principados y potestades, intentaron asirlo y retenerlo, pero Él se despojó de ellos, haciendo una exhibición ante todo el universo. Éste es el significado de Colosenses 2:15, que nos dice que Cristo, despojándose de los principados y de las autoridades, “los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”. En este versículo vemos tres asuntos principales: que Cristo se despojó de los principados y de las autoridades, que Él los exhibió públicamente y que triunfó sobre ellos. Habiéndose levantado del Hades, habiéndose despojado de los principados y de las autoridades y habiendo traspasado los cielos, Él ahora está sentado en el trono a la diestra de Dios, donde reposa disfrutando del Sábado. Pero Él desea ver que todos Sus miembros entren en Su reposo sabático. La manera de entrar en Su Sábado consiste en experimentarlo a Él como nuestro Sumo Sacerdote. Simplemente debemos acercarnos al trono de la gracia donde Él está sentado para recibir misericordia y hallar gracia. Cuando hacemos esto, inmediatamente estamos en el reposo sabático de la vida de iglesia, esperando con Él por el mejor Sábado que viene en la era del reino milenario.
Hebreos 7:26 dice que “tal Sumo Sacerdote también nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores”. Cristo es santo, inocente, incontaminado y está apartado de los pecadores. Como tal, es la persona perfecta que ciertamente nos convenía. Puesto que nosotros tenemos una naturaleza caída y corrupta, necesitamos que tal Sumo Sacerdote nos salve todo el tiempo.
El versículo 26 también dice que Él fue “encumbrado por encima de los cielos”. Cristo, en Su ascensión, “traspasó los cielos” (4:14). Ahora Él no sólo está en el cielo (9:24), sino que también está “por encima de los cielos”, “por encima de todos los cielos” (Ef. 4:10). Ninguno de nuestros problemas es más elevado que los cielos. Debido a que nuestro Sumo Sacerdote es más elevado que los cielos, Él puede rescatarnos y salvarnos por completo (He. 7:25).
El versículo 28 dice que el Hijo de Dios fue hecho perfecto para siempre. Este versículo demuestra que el Hijo de Dios debe de ser no sólo el Hijo unigénito, sino también el Hijo primogénito. El Hijo unigénito de Dios no tenía necesidad de ser perfeccionado pues era eternamente perfecto. Pero a fin de que Cristo fuese el Hijo primogénito de Dios, Él tenía necesidad de mucho perfeccionamiento. Él tuvo que vestirse de humanidad en Su encarnación y vivir en la tierra por treinta y tres años y medio, durante los cuales pasó por todas las experiencias propias de la vida humana. Después, Él tuvo que pasar por la muerte, gustar de ella, vencerla, derrotarla y sorberla. Luego, Él salió de la muerte para entrar en resurrección. Después de Su resurrección, Él, como Hijo primogénito de Dios poseedor de humanidad, fue plenamente perfeccionado. Ahora Él no es solamente el Hijo unigénito de Dios, sino también el Hijo primogénito de Dios. Por consiguiente, Él fue completamente perfeccionado y ahora está equipado y capacitado para ser nuestro Sumo Sacerdote divino. Debido a que Él fue perfeccionado de tal modo, podemos depositar toda nuestra confianza en Él.
El versículo 15 del capítulo 4 dice: “No tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo igual que nosotros, pero sin pecado”. Los versículos 17 y 18 del capítulo 2 dicen: “Por lo cual debía ser en todo hecho semejante a Sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel Sumo Sacerdote en lo que a Dios se refiere, para hacer propiciación por los pecados del pueblo. Pues en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”. Estos versículos indican que Cristo fue hecho en todo semejante a nosotros, que puede compadecerse de nuestras debilidades y que fue tentado en todo igual que nosotros, pero sin pecado. Si bien Cristo es muy elevado y poderoso, Él puede compadecerse de nuestras debilidades. En un sentido muy real, Él es igual a nosotros en todo aspecto, excepto que no hay pecado en Él.
Como nuestro Sumo Sacerdote, Cristo fue probado en todo igual que nosotros, pero sin pecado (4:15). Puesto que Él fue puesto a prueba, Él es apto y poderoso para socorrer a quienes somos probados (2:18). En todas Sus pruebas, Él jamás fue contaminado por el pecado. Él padeció las pruebas sin ser afectado por el pecado. Él está verdaderamente preparado para ayudarnos a pasar por las pruebas y guardarnos de todo enredo ocasionado por el pecado.
Como Aquel que fue probado en todo igual que nosotros, nuestro Sumo Sacerdote, Cristo, puede identificarse con nuestras debilidades (4:15). Le es fácil compadecerse de nuestras debilidades y rápidamente hacerse nuestro compañero de sufrimientos en nuestras debilidades. En todo lo que nos suceda o padezcamos, Él puede compadecerse de nosotros e identificarse con nosotros.
En 5:2 se nos dice que el sumo sacerdote podía “mostrarse compasivo con los ignorantes y extraviados, puesto que él también está rodeado de debilidad”. En este versículo el griego implica un sentimiento ni muy severo ni muy tolerante para con los ignorantes y extraviados. Mostrarse compasivo significa ser moderado o tierno al juzgar la situación de ellos. El pensamiento de este versículo es una continuación del pensamiento de 4:15. Aunque Cristo no estaba rodeado de debilidad como los sumos sacerdotes tomados de entre los hombres, Él como nuestro Sumo Sacerdote fue tentado en todo igual que nosotros. Por lo tanto, al ser conmovido con el sentimiento de nuestras debilidades, puede mostrarse compasivo para con nosotros, los ignorantes y extraviados.
Cristo puede compadecerse de nuestras debilidades debido que el ascendido Cristo celestial continúa estando con nosotros y, por ende, puede ser conmovido por nuestros sentimientos. Día tras día tenemos el sentir producido por nuestras debilidades y dolencias, el sentir de que somos débiles e inadecuados. Pero hay un Sumo Sacerdote que puede ser conmovido por nuestros sentimientos. Por tanto, Él tiene que ser Aquel que no solamente está en los cielos, sino que además está con nosotros en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22). Esto es posible porque actualmente Cristo no solamente es el Cristo ascendido que está en los cielos, sino también el Espíritu que está en nuestro espíritu. Por tanto, en la actualidad, Él está con nosotros.
Cristo es el gran Sumo Sacerdote que siempre puede compadecerse de nuestras debilidades. Todo cuanto nosotros sentimos, Él también lo siente. Él es continuamente conmovido con nuestros sentimientos debido a que Él está en nuestro espíritu. Él se identifica con todo lo que sentimos porque es uno con nosotros. En la actualidad debemos apropiarnos de Cristo en términos de nuestra experiencia al aprehender que el Cristo celestial como Espíritu vivificante mora en nuestro espíritu a fin de que nosotros podamos tocarlo. Tenemos que aprender a discernir nuestro espíritu de las otras partes de nuestro ser; entonces podremos reunirnos con Cristo en nuestro espíritu, permanecer en Su presencia y experimentarle como Sumo Sacerdote que se identifica con nuestros sentimientos todo el tiempo.
El versículo 28 de Hebreos 9 dice que Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar sobre Sí los pecados de muchos (v. 14; 10:12). A los ojos de Dios, el pecado ha sido quitado y ya es historia. No debemos creerle a Satanás ni creer en nuestros sentimientos o fracasos. Todos ellos son mentiras. Tenemos que proclamar que el pecado fue quitado por Cristo en Su primera manifestación.
Según 7:27, nuestro Sumo Sacerdote “no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a Sí mismo”. Aquí no se hace referencia a lo que Cristo realiza en la actualidad, sino a lo que hizo en el pasado. Este versículo nos asegura que jamás volveremos a tener que ser molestados por el pecado, pues Cristo se ofreció a Sí mismo por los pecados una vez para siempre. En la cruz, Él resolvió una vez para siempre el problema del pecado. Ahora, desde el trono, Él ejerce Su sacerdocio por siempre.
Cristo se ofreció a Sí mismo a Dios por nuestros pecados (7:27; 9:14, 26; 10:10, 12). Lo primero que nuestro Señor realizó como parte de Su ministerio sacerdotal fue ofrecerse a Sí mismo a Dios por nuestros pecados. Él fue la verdadera ofrenda por el pecado, la ofrenda única por el pecado. Desde la fundación del mundo, Cristo era la ofrenda única por el pecado (Ap. 13:8). Por ser tal ofrenda, Él se ofreció a Sí mismo a Dios por nuestros pecados. Cristo se ofreció a Dios por nuestros pecados una vez para siempre, y Él no tiene que hacerlo nuevamente. Esto fue logrado una vez para siempre, por toda la eternidad.
Todos tenemos que proclamar y anunciar las buenas nuevas de que el problema del pecado ha sido resuelto. No debemos prestar atención a las mentiras. Incluso nuestra experiencia es una mentira. El pecado ya no está aquí. Todos tenemos que declarar que el pecado ha sido quitado. Al ofrecerse a Sí mismo, Cristo quitó el pecado. Por tanto, Juan 1:29 dice: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”. Pese a ello, muchos cristianos no se han dado cuenta o no han creído que el pecado ha sido quitado. Nosotros debemos creer que el pecado ha sido quitado. Incluso si experimentamos un fracaso o una derrota, tenemos que decirle a Satanás que no le creemos a él, sino que creemos en la santa Palabra, la cual dice que el pecado ha sido quitado. Tenemos que olvidar nuestras experiencias y lo que somos, tomar con firme convicción la palabra del Señor y proclamar ante el enemigo y ante el universo entero que el pecado ha sido quitado y que el pecado ya no está relacionado con nosotros debido a que Cristo se ofreció a Dios para quitar el pecado.
Aarón, como sumo sacerdote, atendía a los asuntos relacionados con Dios a favor del pueblo (He. 5:1). Cristo es superior a él en cuanto a atender a los casos del pueblo ante Dios. Aarón presentaba ofrendas y sacrificios por los pecados en tipología, tanto en favor de sí mismo como del pueblo (vs. 1, 3), pero Cristo se ofreció a Sí mismo como sacrificio por el pecado en realidad.
Los versículos 4 y 5 dicen: “Nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón. Así tampoco Cristo se glorificó a Sí mismo haciéndose Sumo Sacerdote, sino el que le dijo: ‘Tú eres Mi Hijo, Yo te he engendrado hoy’”. Cristo no se glorificó a Sí mismo al hacerse Sumo Sacerdote, sino que fue llamado por Dios, como lo fue Aarón.
Aarón no tomó esta honra para sí, sino que fue llamado y constituido por Dios para ser el sumo sacerdote (vs. 4, 1). Esto es aún más cierto con respecto a Cristo. Él no se glorificó a Sí mismo al hacerse Sumo Sacerdote; Él fue ordenado por Dios en Su resurrección, según el orden de Melquisedec (vs. 5-6).
Como Sumo Sacerdote, Cristo fue glorificado mediante la resurrección. En el versículo 5 “glorificarse” sustituye a “honra” del versículo anterior. Con respecto al sumo sacerdote tomado de entre los hombres, sólo hay honra, lo cual es un asunto de posición. Con respecto a Cristo como Sumo Sacerdote, no sólo hay honra sino también gloria, lo cual denota no solamente el valor de Su posición sino también el esplendor de Su persona.
El versículo 5 cita Salmos 2:7 al decir: “Tú eres Mi Hijo, Yo te he engendrado hoy”. Esto se refiere a la resurrección de Cristo (Hch. 13:33), la cual le hace apto para ser nuestro Sumo Sacerdote. Para ser nuestro Sumo Sacerdote, Cristo tuvo que participar de nuestra humanidad, como se menciona en Hebreos 2:14-18, y entrar, con esta humanidad, en la resurrección. En Su humanidad Él puede ser conmovido con el sentimiento de nuestras debilidades y ser misericordioso para con nosotros (4:15; 2:17). En resurrección, en Su divinidad Él puede hacerlo todo por nosotros y ser fiel para con nosotros (7:24-25; 2:17).