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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 388-403)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS NOVENTA Y SIETE

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(103)

  En este mensaje continuaremos considerando aspectos de Cristo como nuestra vida y nuestra victoria, y después procederemos a ver a Cristo como fuente de misericordia, gracia y paz para nosotros.

f. Él ha venido y nos ha dado entendimiento para que conozcamos al verdadero Dios y estemos en el Dios verdadero, es decir, en Aquel que es el verdadero Dios y la vida eterna

  En 1 Juan 5:20-21 se nos dice: “Sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer a Aquel que es verdadero; y estamos en el verdadero, en Su Hijo Jesucristo. Éste es el verdadero Dios, y la vida eterna. Hijitos, guardaos de los ídolos”. Cristo ha venido y nos ha dado entendimiento para que conozcamos al verdadero Dios y estemos en el Dios verdadero, es decir, en Aquel que es el verdadero Dios y la vida eterna. El Hijo es el Padre (Is. 9:6), y el Hijo de Dios es Dios (He. 1:8). Por tanto, las expresiones Aquel que es verdadero y el verdadero Dios en 1 Juan 5:20 se refieren a la Trinidad Divina. El Dios Triuno es tanto el verdadero Dios como la vida eterna, y ahora nosotros podemos disfrutarlo a Él como el verdadero Dios y la vida eterna.

1) Él ha venido y nos ha dado entendimiento para que conozcamos al verdadero Dios

  Las palabras ha venido en el versículo 20 indican que el Hijo de Dios vino mediante la encarnación para traernos a Dios como gracia y realidad (Jn. 1:14) a fin de que recibamos la vida divina, tal como se revela en el Evangelio de Juan, de modo que podamos participar de Dios como amor y luz, tal como se revela en esta epístola.

  En 1 Juan 5:20 Juan dice que el Hijo de Dios nos ha dado entendimiento para que conozcamos a Aquel que es verdadero, el Verdadero. Este entendimiento es la facultad de nuestra mente después de ser iluminada y fortalecida por el Espíritu de realidad (Jn. 16:12-15) para aprehender la realidad divina en nuestro espíritu regenerado. En 1 Juan 5:20 “conocer” es la capacidad de la vida divina para conocer al verdadero Dios (Jn. 17:3) en nuestro espíritu regenerado (Ef. 1:17) mediante nuestra mente renovada, que ha sido iluminada por el Espíritu de realidad.

  El entendimiento mencionado en 1 Juan 5:20 involucra nuestra mente, nuestro espíritu y el Espíritu de realidad. Según nuestro ser natural, nuestro espíritu está sumido en muerte y nuestra mente está entenebrecida. Por tanto, en nuestro ser natural no poseemos la capacidad de conocer a Dios. Es imposible que una persona con un espíritu sumido en muerte y con una mente entenebrecida pueda conocer al Dios invisible.

  El Señor Jesús, el Hijo de Dios, ha venido y nos ha dado entendimiento para que conozcamos al auténtico y verdadero Dios. Él vino a nosotros mediante los pasos de la encarnación, la crucifixión y la resurrección. Él efectuó la redención por nosotros, y cuando nos arrepentimos y creímos en Él, le recibimos. Ahora que hemos creído en Él y le hemos recibido, nuestros pecados nos han sido perdonados, nuestra mente entenebrecida ha sido iluminada y nuestro espíritu muerto ha sido vivificado. Además, el Espíritu de realidad, quien es el Espíritu de revelación, ha entrado en nuestro ser. Esto significa que el Espíritu de realidad ha sido añadido a nuestro espíritu vivificado y ha resplandecido en nuestra mente a fin de iluminarla. Ahora tenemos una mente iluminada y un espíritu avivado con el Espíritu de realidad, quien nos revela la realidad espiritual. Como resultado, ciertamente tenemos entendimiento y podemos conocer al Verdadero. Antes de ser salvos, no teníamos este entendimiento, pero el Hijo de Dios ha venido a nosotros y nos ha dado tal entendimiento a fin de que podamos conocer a Dios. Este entendimiento incluye nuestra mente iluminada, nuestro espíritu vivificado y el Espíritu que revela, el Espíritu de realidad.

  En Juan 17:2 y 3 vemos que la vida eterna posee la capacidad de conocer a Dios: “Como le has dado autoridad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a quien has enviado, Jesucristo”. La vida eterna es la vida divina, cuya función especial es conocer a Dios. Para conocer a Dios, la persona divina, necesitamos la vida divina.

  Por ser creyentes nacidos de la vida divina, podemos conocer a Dios. A fin de conocer un ser viviente, uno tiene que tener la misma vida. Por ejemplo, un perro no podría conocer a un ser humano debido a que no posee la vida humana. Se requiere tener la vida humana para llegar a conocer a un ser humano. El principio es el mismo con respecto a conocer a Dios. La vida de Dios ciertamente es capaz de conocer a Dios. Por tanto, la vida de Dios, la cual nos fue dada, posee la capacidad de conocer a Dios y las cosas de Dios.

  En 1 Juan 5:20 Juan se refiere a conocer al Verdadero. Aquí la palabra conocer en realidad significa “experimentar, disfrutar y poseer”. Por tanto, conocer al Verdadero es experimentar, disfrutar y poseer al Verdadero. En este universo únicamente Dios mismo es el Verdadero. Necesitamos la vida de Dios a fin de experimentar a Dios, disfrutarle y poseerle.

  En el versículo 20 Juan se refiere dos veces a “Aquel que es verdadero”. Otra traducción podría ser: “El Verdadero”. Si al hablar de Dios nos referimos a Él simplemente como Dios, esto podría ser una manera de hablar bastante objetiva. Sin embargo, el término el verdadero es subjetivo; se refiere a que Dios llega a ser subjetivo para nosotros. En este versículo el Dios objetivo llega a ser para nosotros el Verdadero en nuestra vida y experiencia.

  ¿Qué es lo que significa la expresión el verdadero? En particular, ¿qué significa la palabra verdadero? Aquí la palabra griega traducida “verdadero” es alethinós, que significa “genuino, real” (un adjetivo relacionado con la palabra alétheia: “verdad, veracidad, realidad”, usada en Juan 1:14; 14:6, 17), lo contrario de falso y de falsificado. En realidad, el Verdadero es la realidad. El Hijo de Dios nos ha dado entendimiento a fin de que podamos conocer —es decir, experimentar, disfrutar y poseer— esta realidad divina. Por tanto, conocer al Verdadero significa conocer la realidad al experimentarla, disfrutarla y poseerla.

  En 1 Juan 5:20 se nos indica que Dios ha llegado a ser nuestra realidad en nuestra experiencia. El Hijo de Dios ha venido mediante Su encarnación, muerte y resurrección, y nos ha dado entendimiento a fin de que podamos experimentar, disfrutar y poseer la realidad, la cual es Dios mismo. Ahora, el Dios que era objetivo para nosotros ha llegado a ser nuestra realidad subjetiva.

2) Estamos en el Dios verdadero

  En el versículo 20 Juan también dice que estamos en el Verdadero. No sólo conocemos al verdadero Dios, sino que también estamos en Él. No sólo tenemos el conocimiento de Él, sino que estamos en una unión orgánica con Él. Somos uno con Él orgánicamente.

  Cuando Juan dice que estamos en el Verdadero, define un asunto crucial. No solamente conocemos al Verdadero y le experimentamos, disfrutamos y poseemos como realidad, sino que también estamos en esta realidad. Estamos en el Verdadero.

  Juan dice que “estamos en el verdadero, en Su Hijo Jesucristo” (v. 20). Estar en el Dios verdadero es estar en Su Hijo Jesucristo. Puesto que Jesucristo como Hijo de Dios es la corporificación de Dios (Col. 2:9), estar en Él es estar en el verdadero Dios. Esto indica que Jesucristo, el Hijo de Dios, es el verdadero Dios.

  Estar en el Verdadero equivale a estar en Su Hijo Jesucristo. Esto indica que el Verdadero y Jesucristo son uno en la manera de coinherencia. Por tanto, estar en el Hijo es estar, espontáneamente, en el Verdadero. Además, estamos en el Verdadero en virtud de estar en Su Hijo Jesucristo.

3) El verdadero Dios y la vida eterna

  La última parte de 1 Juan 5:20 dice: “Éste es el verdadero Dios, y la vida eterna”. La palabra éste se refiere al Dios que vino por medio de la encarnación y que nos dio la capacidad de conocerle a Él como el Dios genuino y de ser uno con Él orgánicamente en Su Hijo Jesucristo. Todo esto es el Dios genuino y verdadero y la vida eterna para nosotros. Este Dios genuino y verdadero es la vida eterna para nosotros, lo cual nos permite participar de Él como Aquel que lo es todo para nuestro ser regenerado.

  Debemos prestar especial atención a la palabra éste. En el versículo 20 Juan no dice “Él es”, sino que dice: “Éste es”. Además, Juan usa la palabra éste para referirse tanto al verdadero Dios como a la vida eterna. Esto nos permite ver que el verdadero Dios y la vida eterna son uno.

  Hemos visto que estamos en el Verdadero y en Su Hijo Jesucristo. Doctrinalmente, el Verdadero y Su Hijo Jesucristo podrían ser considerados como dos; pero cuando en nuestra experiencia estamos en el Verdadero y en Jesucristo, estos dos son uno. Por esta razón, Juan usa el pronombre éste para referirse tanto al Verdadero como a Su Hijo Jesucristo.

  Hemos visto que estar en el Verdadero es estar en Su Hijo Jesucristo. Esto significa que en nuestra experiencia de estar en Ellos, Ellos son uno.

  Además, cuando estamos en el Verdadero y Jesucristo, Ellos son nuestro verdadero Dios y también nuestra vida eterna. Juan se refiere primero al Verdadero y a Su Hijo Jesucristo, y después se refiere al verdadero Dios. Aquí puede hacerse cierta distinción entre el Verdadero y el verdadero Dios. Cuando estamos en el Verdadero y Su Hijo Jesucristo, el Verdadero es llamado el verdadero Dios, y Su Hijo Jesucristo es llamado la vida eterna. Esto significa que primero Ellos son el Verdadero y Su Hijo Jesucristo; pero cuando estamos en Ellos, Ellos llegan a ser el verdadero Dios y la vida eterna.

  La palabra éste en el versículo 20 se refiere al Dios que llegamos a experimentar al estar en Él. Ya no estamos fuera de este Dios; más bien, estamos en este Dios y estamos en el Verdadero, en Su Hijo Jesucristo. Debido a que estamos en Ellos, Dios y Jesucristo ya no son objetivos para nosotros y, en términos de nuestra experiencia, ya no son dos. Cuando estamos en Ellos, Ellos llegan a ser uno solo para nosotros. Por tanto, Juan dice: “Éste” es el verdadero Dios y “éste” es la vida eterna. “Éste” es Dios y Jesucristo, en quien nosotros estamos. También podríamos afirmar que “éste” incluye la condición de nosotros estar en Dios y en Jesucristo. Por tanto, el verdadero Dios y la vida eterna incluye el hecho de que nosotros estemos en el Verdadero y Su Hijo Jesucristo.

  Si no estamos en Dios, no podemos decir con base en nuestra experiencia que para nosotros Él sea el verdadero. Por supuesto, Él sigue siendo verdadero en Sí mismo, pero nosotros no podríamos testificar de que en nosotros Él es el verdadero. Pero debido a que estamos en el Verdadero, para nosotros Él es el verdadero Dios. Además, Cristo es la vida eterna para nosotros. Si no estuviésemos en Él, Cristo todavía seguiría siendo la vida eterna en Sí mismo, pero Él no sería vida eterna para nosotros. Debido a que ahora estamos en Él, para nosotros Jesucristo es la vida eterna.

  En el versículo 20 tenemos la conclusión crucial de toda la Primera Epístola de Juan. Esta epístola revela que verdaderamente somos uno con el Dios Triuno, y que Él llega a ser verdadero, real, para nosotros. Él llega a ser realidad y vida para nosotros debido a que estamos en Él.

  El uso de la palabra éste en el versículo 20 implica que Dios, Jesucristo y la vida eterna son uno. En términos doctrinales, podemos distinguir entre Dios, Cristo y la vida eterna; pero en términos de nuestra experiencia Ellos son uno. Cuando estamos en Dios y en Jesucristo, y cuando experimentamos la vida eterna, descubrimos que todos éstos son uno solo. Por tanto, Juan concluye el versículo 20 diciendo: “Éste es el verdadero Dios, y la vida eterna”.

  En el versículo 21 Juan procede a decir: “Hijitos, guardaos de los ídolos”. La palabra guardaos significa guarnecernos contra los ataques de afuera, tales como los ataques de las herejías. Los ídolos se refiere a las herejías introducidas por los gnósticos y los cerintianos para sustituir al Dios verdadero, quien es revelado en esta epístola y en el Evangelio de Juan y a quien se alude en el versículo precedente. Aquí los ídolos también se refieren a todo lo que reemplace al verdadero Dios. Como hijos verdaderos del Dios verdadero, debemos estar alertas y guardarnos de esos sustitutos heréticos y de todo lo que reemplace al Dios genuino y verdadero, con quien somos orgánicamente uno y quien es la vida eterna para nosotros. Según lo entendido por Juan, un ídolo es todo aquello que reemplace o sustituya al Dios que es subjetivo para nosotros, esto es, al Dios a quien hemos experimentado y continuamos experimentando. Ésta es la palabra de advertencia que el anciano apóstol dirige a todos sus hijitos como conclusión de su epístola.

  Todo lo que sustituya o reemplace al verdadero Dios y la vida eterna es un ídolo. Debemos vivir, andar y tener nuestro ser en este Dios y esta vida. A menos que vivamos en el verdadero Dios y la vida eterna, tendremos un sustituto para el verdadero Dios, y este sustituto será un ídolo.

117. La fuente de gracia, misericordia y paz

  En 2 Juan Cristo es revelado como fuente de gracia, misericordia y paz.

a. En la verdad de que Jesús vino en la carne

  El versículo 3 dice: “Será con nosotros gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y de Jesucristo, Hijo del Padre, en verdad y en amor”. Aquí verdad se refiere a la realidad divina del evangelio, especialmente con respecto a la persona de Cristo, quien expresó a Dios y llevó a cabo el propósito de Dios; el amor es la expresión de los creyentes al amarse unos a otros recibiendo y conociendo la verdad. Estos dos asuntos son la estructura básica de esta epístola. En ellos la gracia, la misericordia y la paz estarán con nosotros. El apóstol saludó y bendijo a los creyentes con la gracia, la misericordia y la paz, basándose en el hecho de que estos dos asuntos cruciales estaban presentes entre los creyentes. Cuando andemos en la verdad (v. 4) y nos amemos unos a otros (v. 5), disfrutaremos la gracia, la misericordia y la paz divinas.

  Si la verdad y el amor no existieran entre los creyentes, les sería imposible disfrutar la gracia, la misericordia y la paz procedentes de Dios el Padre y de Jesucristo. La gracia, la misericordia y la paz pueden ser suministradas a nosotros únicamente cuando los factores básicos de la verdad y el amor estén presentes. Todos nosotros debemos llevar una vida de verdad y amor.

  A continuación, el versículo 7 dice: “Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo”. Los engañadores mencionados aquí eran los herejes, tales como los cerintianos, los falsos profetas (1 Jn. 4:1).

  Estos engañadores no confiesan que Jesucristo ha venido en la carne. Esto significa que ellos no confiesan que Jesús es Dios encarnado. Por tanto, ellos niegan la deidad de Cristo. Jesús fue concebido del Espíritu (Mt. 1:18). Confesar que Jesús ha venido en la carne es confesar que, como Hijo de Dios, Él fue concebido divinamente para nacer en la carne (Lc. 1:31-35). Los engañadores, los falsos profetas, no harían tal confesión.

  En 2 Juan 7, Juan afirma que quienes no confiesan que Jesús ha venido en la carne no solamente son engañadores, sino también anticristos. Un anticristo es diferente de un Cristo falso (Mt. 24:5, 24). Un Cristo falso es uno que, con engaños, quiere hacerse pasar por Cristo, mientras que un anticristo es alguien que niega la deidad de Cristo al declarar que Jesús no es el Cristo, en otras palabras, niega al Padre y al Hijo al declarar que Jesús no es el Hijo de Dios (1 Jn. 2:22), al no confesar que Él vino en la carne por medio de la concepción del Espíritu Santo (4:2-3). Todo el que niegue a la persona de Cristo es un anticristo.

  Todo aquel que niega que Jesucristo ha venido en la carne rechaza Su humanidad y Su vivir humano. Tal persona también rechaza la redención efectuada por Cristo. Si Cristo no se hubiera hecho hombre, no podría tener sangre humana a fin de derramarla para la redención de los seres humanos. Si Él no se hubiera encarnado mediante la concepción del Espíritu Santo en el vientre de la virgen María, jamás habría podido ser nuestro Sustituto a fin de ser crucificado para llevar sobre Sí el juicio delante de Dios que nos correspondía llevar a nosotros. Por tanto, negar que Jesucristo ha venido en la carne es negar Su concepción santa, Su encarnación, Su nacimiento, Su humanidad, Su vivir humano y también Su redención. El Nuevo Testamento de manera enfática deja en claro que Cristo efectuó la redención estando en Su cuerpo humano y mediante el derramamiento de Su sangre (Ef. 1:7; He. 9:22).

  Todo aquel que rechace la encarnación de Cristo y, por ende, rechace Su redención, también niega la resurrección de Cristo. Si Cristo jamás hubiera pasado por la muerte, no le habría sido posible entrar en la resurrección.

  Negar que Jesucristo ha venido en la carne es una gran herejía. Esta enseñanza herética hace que sea imposible disfrutar la Trinidad. Según la revelación de la Trinidad en el Nuevo Testamento, el Hijo vino en la carne juntamente con el Padre y en el nombre del Padre. El Hijo fue crucificado y, en resurrección, llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Por tanto, tenemos al Espíritu como realidad del Hijo con el Padre. Esto incluye la encarnación, el vivir humano, la redención mediante el derramamiento de sangre humana, la muerte en un cuerpo humano, la sepultura y la resurrección. Todos éstos son componentes, constituyentes, de nuestro disfrute del Dios Triuno. Todo el que niegue la encarnación de Cristo niega el nacimiento santo de Cristo, Su humanidad, Su vivir humano, Su redención efectuada mediante la crucifixión y Su resurrección. Esto anula por completo el disfrute de la Trinidad genuina.

  Tenemos que amar a todos los queridos hermanos en la comunión divina, pero tenemos que ser estrictos con ciertas personas. No debemos ni siquiera saludarlas, pues ellas no están en la comunión e, incluso, se oponen a la comunión. Por un lado, dicen ser cristianos, pero, por otro, no creen que Jesucristo es el Hijo de Dios, quien se encarnó como hombre. No son sólo los modernistas los que enseñan estas cosas en la actualidad, sino que desde los inicios de la iglesia, en el primer siglo, antes que los apóstoles fallecieran, ya existía tal clase de personas. En palabras del apóstol Juan, esas personas no confesaban que Jesucristo había venido en carne (2 Jn. 7). Aunque ellos dicen ser cristianos, Juan los llamó engañadores y anticristos. Tales personas fueron más allá de la enseñanza con respecto a Cristo, como lo hacen los modernistas actualmente, al inventar algo que va más allá de la verdad.

b. Todo el que se propasa y no permanece en esta verdad no tiene a Dios; el que permanece en esta verdad tiene al Padre y al Hijo

  En 2 Juan 9 se nos dice: “Cualquiera que se propasa, y no permanece en la enseñanza de Cristo, no tiene a Dios; el que permanece en esta enseñanza, ése sí tiene al Padre y al Hijo”. La palabra griega traducida “se propasa” literalmente significa avanzar yendo más allá (en un sentido negativo), es decir, ir más allá de lo debido, pasarse del límite de la enseñanza ortodoxa acerca de Cristo. Esto está en contraste con el hecho de permanecer en la enseñanza de Cristo. Los gnósticos cerintianos, quienes se jactaban de tener un avanzado modo de pensar con respecto a la enseñanza de Cristo, practicaban esto. Ellos fueron más allá de la enseñanza de la concepción divina de Cristo, negando así la deidad de Cristo. Como consecuencia, ellos no pudieron tener a Dios como salvación y como vida.

  La enseñanza en el versículo 9 no es la enseñanza que Cristo impartió, sino la enseñanza acerca de Cristo, es decir, la verdad acerca de Su deidad, especialmente tocante a Su encarnación mediante la concepción divina. Hoy en día los modernistas se propasan y no permanecen en la enseñanza de Cristo. Ellos también dicen ser más avanzados en su manera de pensar. Según ellos, es anticuado afirmar que Cristo es Dios, que nació de una virgen mediante una concepción divina, que murió en la cruz por nuestros pecados y que fue resucitado tanto de manera corpórea como espiritual. Al negar la verdad con respecto a la deidad de Cristo los modernistas dicen ser más avanzados en su pensamiento filosófico. En principio, ellos siguen el mismo camino que los gnósticos cerintianos.

  Según el versículo 9, todo el que va más allá de esta enseñanza y no permanece en la enseñanza de Cristo no tiene a Dios, pero el que permanece en la enseñanza de Cristo tiene al Padre y al Hijo. “Tener a Dios” es tener “al Padre y al Hijo”. Tanto el Padre como el Hijo son Dios (Ef. 4:6; He. 1:8); Dios es triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu (Mt. 28:19). Mediante el proceso de la encarnación, Dios se impartió a nosotros en el Hijo con el Padre (1 Jn. 2:23) para ser nuestro disfrute y realidad (Jn. 1:1, 14). En el Dios encarnado tenemos al Hijo en Su redención y al Padre en Su vida. De este modo somos redimidos y regenerados para ser uno con Dios orgánicamente a fin de participar de Él y disfrutarle como salvación y como vida. Por consiguiente, negar la encarnación significa rechazar este disfrute divino; en cambio, permanecer en la verdad de la encarnación significa tener a Dios, esto es, al Padre y al Hijo, para que sea nuestra porción en la salvación eterna y en la vida divina.

  Esta afirmación en 2 Juan 9 con respecto a tener al Padre y al Hijo nos ayuda a interpretar el galardón completo mencionado en el versículo 8. El galardón completo es tener tanto al Padre como al Hijo para nuestro disfrute. Los modernistas de hoy, al igual que los gnósticos de antaño, no tienen al Padre ni al Hijo, pues no permanecen en la enseñanza de Cristo.

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