
En este mensaje continuaremos considerando la experiencia y disfrute que tenemos de Cristo como Hijo del Hombre.
Apocalipsis 1:15 dice: “Sus pies semejantes al bronce bruñido, fundido en un horno”. Los pies representan el andar. En tipología, el bronce representa el juicio divino (Éx. 27:1-6). Cuando Cristo estuvo en la tierra, Su andar terrenal y andar diario fueron probados y examinados. Cada paso que Él daba en Su vivir humano fue puesto a prueba, y Él pasó todas las pruebas. Debido a que Su andar fue puesto a prueba, Él salió resplandeciente. Ahora, los pies de Cristo son semejantes al bronce bruñido, como se menciona también en Ezequiel 1:7 y Daniel 10:6, lo cual significa que Su andar perfecto y brillante lo califica para ejercer el juicio divino.
La expresión fundido en un horno indica una prueba por fuego. El andar de Cristo fue probado no sólo por Sus sufrimientos, sino también por Su muerte en la cruz. Por consiguiente, Su andar es resplandeciente, como bronce bruñido, lo cual lo califica para juzgar a los injustos. Puesto que Su andar ha sido probado, Él puede examinarnos y ponernos a prueba. Cuando Él venga a tomar posesión de la tierra trayendo Su juicio, Sus pies serán como columnas de fuego (Ap. 10:1).
El Señor con Sus pies de bronce bruñido anda entre las iglesias. Sus pies resplandecientes hacen que nos demos cuenta de cuán sucio, impuro, pecaminoso, oscuro y terrenal es nuestro andar diario. Por consiguiente, sentimos temor y temblamos delante del Señor. Tales experiencias humillantes son clara señal de que el Señor anda entre las iglesias. Debemos alabar al Señor que Él resplandece actualmente en las iglesias.
El Señor nos prueba mediante Sus pies resplandecientes. De Su cabeza a Sus pies, Él es una persona resplandeciente. Cuando venimos a Su presencia, no hay oscuridad alguna. En lugar de ello, estamos bajo Su resplandor absoluto. En Su presencia, nada puede ser escondido u oculto; todo está al descubierto. El apóstol Juan vio a este Cristo, sintió temor y cayó como muerto a Sus pies (1:17). De manera similar, en la vida de iglesia debemos estar en la presencia del Señor, venir a estar bajo Su resplandor absoluto y tener una experiencia en la cual quedamos completamente al descubierto al grado de sentirnos temerosos. Al quedar al descubierto de este modo, veremos que todo lo que somos, todo lo que tenemos y todo lo que hacemos no puede resistir Su examinación. Entonces caeremos como muertos a Sus pies.
Los pies del Señor Jesús eran “semejantes al bronce bruñido, fundido en un horno”. Los pies denotan el andar. Todos debemos tener un andar como el del Señor. Ezequiel 1:7 dice que la planta de pie de becerro relucía “con el aspecto del bronce bruñido”. El resplandor del bronce es producido por las altas temperaturas del horno. Cuanto más sea incinerado y probado el bronce, más brillante será su resplandor. Esto indica que debemos tener un andar que ha sido probado e incinerado por el Señor. Si nuestro andar ha sido probado de este modo, seremos como bronce bruñido que alumbre a los demás y llegue a ser para ellos una especie de resplandor. Si hemos sido probados y examinados por el Señor, nuestro andar resplandecerá como bronce bruñido, alumbrando a los demás, poniéndolos a prueba y haciendo que se percaten de estar correctos o equivocados en su andar. Asimismo, si hemos sido probados y examinados por el Señor en la vida de iglesia, entonces nuestro andar en la vida de iglesia será como el bronce bruñido que alumbra a los demás y los pone a prueba. A todo lugar al que vayamos y sea cual fuere el camino que transitemos, nuestro andar alumbrará a los demás dándoles luz y examinándolos.
Apocalipsis 1:15 también dice: “Su voz como estruendo de muchas aguas”. Esto significa que Su voz es sonora y poderosa. El “estruendo de muchas aguas”, un estruendo ensordecedor, es el estruendo de la voz del Dios Todopoderoso (Ez. 1:24; 43:2). Esto representa cuán serias y solemnes son Sus palabras (cfr. Ap. 10:3). A veces la voz del Señor es suave y tierna, pero otras veces Su voz nos sacude como el trueno. Siempre que somos descuidados o estamos soñolientos, la voz del Señor nos despertará. Su voz, que es la voz del Dios Todopoderoso, nos amonesta y despierta.
En Su vivir humano, el Señor a veces guardaba silencio (Mt. 12:19), pero actualmente Él es diferente. En la actualidad Él está en las iglesias con una voz que es como el estruendo de muchas aguas. Al igual que Él, debemos ser vivientes y hacer oír nuestra voz. No servimos a un Cristo silencioso, sino a Aquel cuya voz es como el estruendo de muchas aguas. Cuando nos reunimos en las iglesias, deben oírse nuestras voces aclamando. En las iglesias tenemos que estar llenos de Él y aclamarle con júbilo, aclamarle bulliciosamente (Sal. 100:1), de modo que nuestras alabanzas sean como estruendo de muchas aguas. Debemos alabar al Señor aclamándole con júbilo porque Cristo, quien está dentro de nosotros y anda en medio de las iglesias, es Aquel con gran voz.
Apocalipsis 1:16 dice: “Tenía en Su diestra siete estrellas”. Como explica el versículo 20: “Las siete estrellas son los mensajeros de las siete iglesias”. Los mensajeros son las personas espirituales de las iglesias, los que sobrellevan las responsabilidades por el testimonio de Jesús. Como estrellas, ellos deben poseer la naturaleza celestial y estar en una posición celestial. En Hechos y en las Epístolas, los ancianos eran los que tomaban la delantera en la administración de las iglesias locales (Hch. 14:23; 20:17; Tit. 1:5). El ancianato es en cierto modo oficial, y en los tiempos en que se escribió Apocalipsis los cargos en las iglesias se habían deteriorado por causa de la degradación de la iglesia. En Apocalipsis el Señor nuevamente dirige nuestra atención a la realidad espiritual. Así que, este libro da más énfasis a los mensajeros de las iglesias que a los ancianos. El cargo de los ancianos se percibe fácilmente, pero es necesario que los creyentes vean la importancia de la realidad espiritual y celestial de los mensajeros a fin de que la vida de iglesia apropiada sea portadora del testimonio de Jesús en medio de la oscuridad de la degradación de la iglesia.
Tanto los candeleros como las estrellas resplandecen en la noche. Un candelero, que representa una iglesia local, es una entidad colectiva, mientras que una estrella, que representa un mensajero de una iglesia local, es una entidad individual. En la noche oscura de la degradación de la iglesia, se requiere tanto del resplandor de las iglesias como colectividades como también del resplandor de los mensajeros como individuos. Mientras que las iglesias requieren del cuidado de Cristo, sus mensajeros requieren de Su gracia que los guarda. Al andar Cristo en medio de las iglesias, Él sostiene en Su diestra a quienes toman la delantera. ¡Cuán reconfortante es esto! Quienes toman la delantera tienen que alabar al Señor por estar en Sus manos y ser sostenidos por Él. Puesto que quienes toman la delantera están en Sus manos, no tienen por qué retroceder, ser débiles ni equivocarse. Cristo verdaderamente asume la responsabilidad por Su testimonio.
Los santos que toman la delantera en las iglesias como mensajeros son sostenidos por la diestra de Cristo. Este Cristo es quien sustenta a los que toman la delantera en las iglesias. Sin embargo, es posible que algunos que dicen ser líderes de la iglesia no sean sostenidos por Él. Cristo sostiene con Su mano únicamente a quienes Él reconoce. Para ser sostenidos por Él, primero tenemos que ser reconocidos por Él. Debemos comprender que quienes toman la delantera en el recobro del Señor son sostenidos por Su diestra. Ver esto nos salvará de sentirnos desilusionados o desalentados y nos fortalecerá al máximo.
En Apocalipsis el Señor repudia todo formalismo. Ser un anciano podría, en cierto modo, ser un legalismo o una formalidad. No debiéramos aspirar a ser alguien que meramente ocupa la posición de anciano; más bien, debemos anhelar ser estrellas resplandecientes. Quienes servimos debemos tomar conciencia de que no estamos en nuestras propias manos, sino en las del Señor. Él administra los candeleros y sostiene las estrellas.
Es significativo que todas las siete epístolas dirigidas a las siete iglesias fueron escritas a los mensajeros de las iglesias. En circunstancias normales los mensajeros de las iglesias son los ancianos de las iglesias. Es verdad que las diferentes iglesias son los candeleros de Dios en diferentes lugares; no obstante, cuando el Señor vino a hablar, no se dirigió directamente a las iglesias; más bien, Él habló a los mensajeros de las iglesias. En el recobro del Señor actualmente tener una posición no significa nada. Lo que podemos hacer y cuánto podamos lograr tampoco significan nada. Lo que verdaderamente importa es cuánto resplandecemos y cuán resplandecientes somos. En otras palabras, lo que importa no es cuánto podamos hacer, sino cuánto resplandezcamos. Esto es lo que significa ser un mensajero del Señor en las iglesias actualmente. La noche es muy mala y oscura, de modo que no hay luz alguna; pero hay estrellas resplandecientes en las iglesias. Su presencia en la iglesia significa muchísimo. Cuando tales estrellas están en las iglesias, todo está en la luz. Cuando se van, toda la situación está llena de tinieblas.
Como estrellas resplandecientes en las iglesias, no tenemos luz propia. Podemos resplandecer únicamente reflejando al Cristo que es el sol (Lc. 1:78). Por tanto, tenemos que fijar nuestra mirada en Él a cara descubierta de modo que podamos reflejar Su gloria (2 Co. 3:18). Esto hace que lleguemos a ser estrellas resplandecientes.
Apocalipsis 1:16 dice que “de Su boca salía una espada aguda de dos filos”. En El Cantar de los Cantares 5:16 dice: “Su boca es la dulzura misma”, y en los Evangelios, “palabras de gracia [...] salían de Su boca” (Lc. 4:22); pero en Apocalipsis 1:16, “de Su boca salía una espada aguda de dos filos”. Ésta es Su palabra divina, la cual discierne, juzga y aniquila (He. 4:12; Ef. 6:17). Con “las palabras de gracia” Él suministra gracia a Sus favorecidos, mientras que con la “espada aguda de dos filos” hace frente a las personas y las cosas negativas. El Espíritu habla a las iglesias, y el Espíritu que habla actualmente es este Cristo que habla con una espada de dos filos. Aquí está presente el juicio, y lo hemos experimentado. A causa de la degradación de la iglesia tenemos necesidad de ser juzgados en cierta medida. Actualmente todos los cristianos necesitan ser juzgados por el Señor mediante Su palabra. Muchas veces hemos experimentado este juicio debido a que estuvimos equivocados y nos apartamos del Señor. Puesto que nos habíamos apartado de Él, Él vino a juzgarnos. Su hablar en la actualidad es, principalmente, una especie de juicio. El llamado que el Señor hace a Sus vencedores incluye tal juicio. Si el Señor ha de hablarnos, la mayoría de Sus palabras serán palabras de juicio. Cuando Él habla, juzga. Toda palabra que sale de Su boca en las iglesias actualmente es como un cuchillo afilado que nos juzga. Las palabras que proceden de la boca del Señor son agudas, de modo que penetran nuestro ser, dividen el alma del espíritu y disciernen los pensamientos y las intenciones de nuestro corazón (He. 4:12). Éste es el Cristo que experimentamos actualmente en la vida de iglesia.
Actualmente en el recobro del Señor tenemos a Aquel que anda en medio nuestro. Él vela por nosotros con Sus siete ojos ardientes, y de Su boca sale una espada aguda de dos filos. Esta espada elimina todos los diferentes conceptos que hay entre nosotros y elimina los debates que haya en las iglesias. Cada vez que surge alguna opinión, la espada la despedaza. Cuanto más pensamos acerca de nuestra opinión, más somos cortados. Esto no es doctrina, sino nuestra experiencia. Siempre que dos hermanos están a punto de discutir, la tercera persona —Aquel que es el más fuerte— se aparece y, usando la espada de dos filos, corta las opiniones de ambos hermanos. La espada de dos filos acaba con toda discusión. Esta tercera persona es Cristo, el Hijo del Hombre, quien, como Sumo Sacerdote, anda entre las iglesias y cuida de ellas en amor. En el Antiguo Testamento era necesario que los sacerdotes despabilasen las lámparas. En la actualidad, nuestro Sacerdote, el Hijo del Hombre, sabe cuándo despabilarnos. Como resultado de ello, disfrutamos de tranquilidad en la vida de iglesia.
Apocalipsis 1:16 dice que “Su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza”. En El Cantar de los Cantares 5:10 y 13 Su rostro aparece hermoso a fin de que Su seguidora le aprecie, y en las Epístolas Su rostro refleja la gloria de Dios (2 Co. 4:6) para impartir vida en Sus creyentes. Sin embargo, en Apocalipsis 1:16 Su rostro es “como el sol cuando resplandece en su fuerza”, así como en Daniel 10:6. Este resplandor es la iluminación que juzga para traer el reino. Esto indica que Cristo mismo es el sol universal; con Él, la noche no existe. Cuando Él se transfiguró y Su faz resplandeció como el sol, esto equivalía a Su venida en el reino (Mt. 16:28—17:2). Cuando Él venga a tomar la tierra para el reino, Su rostro será como el sol (Ap. 10:1).
Antes que el Señor regrese para alumbrar al mundo entero, en la actualidad Él anda entre las iglesias locales resplandeciendo sobre nosotros. La vida de iglesia está llena de vida y luz. En la auténtica vida de iglesia no podemos mentir a los hermanos y hermanas. Antes que una mentira salga de nuestros labios, el resplandor de Cristo hará que esta se desvanezca. Entonces nos volveremos al Señor y le agradeceremos por Su resplandor. Podríamos orar: “Oh, Señor Jesús, perdóname. Estuve a punto de mentir a los hermanos, pero Tu resplandor me salvó”. En esto consiste la vida de iglesia, donde experimentamos la luz resplandeciente de Cristo. Cristo es la verdadera luz en la vida de iglesia. Su rostro es como el resplandor del sol, y Él tiene siete ojos como fuego llameante. Cuando Él nos observa, estamos bajo Su resplandor y somos puestos al descubierto.
En Apocalipsis 1:17 el Señor Jesús dice: “Yo soy el Primero y el Último”. Cristo no solamente es el Primero y el Último, sino también el Principio y el Fin. Él es el Primero, es decir, Aquel que está en el principio; y el Último, Aquel que está al final. Esto nos asegura que, habiendo dado inicio a la vida de iglesia, Él con certeza la llevará a Su conclusión. Él jamás dejará Su obra inconclusa. Todas las iglesias locales tienen que creer que el Señor Jesús es el Principio y el Fin. Él llevará a cabo lo que Él inició en Su recobro.
En Apocalipsis 1:18 vemos que el Señor es “el Viviente”, Aquel que estuvo muerto mas he aquí vive por los siglos de los siglos. El Señor sufrió la muerte y volvió a vivir. Él entró en la muerte, pero la muerte no pudo retenerle (Hch. 2:24) porque Él es la resurrección (Jn. 11:25). Cristo murió, pero en resurrección Él vive para siempre. La resurrección es la extensión de los días del Señor. Él existirá por siempre y para siempre en Su resurrección. Actualmente Jesucristo es el Viviente, Aquel que está en resurrección. A fin de impartir vida, Cristo tiene que ser el Viviente, pues una persona muerta jamás podría impartir vida a los demás.
La importancia de que Él sea el Viviente radica en el hecho de que Él vive en nosotros. Él es viviente por siempre y vive en nosotros. Por tanto, Él desea que dejemos toda clase de muerte y nos levantemos en resurrección a fin de ser la iglesia viviente. El Viviente que está dentro de nosotros jamás podría estar muerto. Su iglesia no debe estar muerta ni estar sumida en muerte; más bien, Su iglesia tiene que ser viviente todo el tiempo. Tenemos que aprender a disfrutar a Cristo como el Viviente. Que Él vive para siempre es Su testimonio, pues el testimonio de Jesús está siempre relacionado con el hecho de ser viviente. Si una iglesia local no es viviente, no tendrá el testimonio de Jesús. Cuanto más vivientes seamos, más seremos el testimonio del viviente Jesús.
El Cristo que anda en medio de las iglesias, quien es la Cabeza de las iglesias y a quien pertenecen las iglesias, es el Viviente: Aquel lleno de vida. Por tanto, también las iglesias, Su Cuerpo, deben ser vivientes, frescas y fuertes. Tenemos al Cristo viviente, quien ha vencido la muerte. Nuestro Cristo, quien es el Resucitado, es viviente en nosotros y entre nosotros. Él es viviente por siempre y para siempre. ¡Cuán viviente es el Cristo que tenemos en el recobro! En el recobro todas las iglesias deben ser tan vivientes como Cristo, es decir, deben estar llenas de vida y vencer la muerte.
El Señor Jesús es el Viviente. Para ser vivientes, no solamente debemos tener vida, sino también el suministro de vida. Si no ingerimos alimento alguno, no seremos vivientes; pero si ingerimos alimentos nutritivos, seremos personas vivientes e, incluso, dinámicas. Tenemos energía porque comemos. El Cristo viviente cuida de las iglesias al suministrarse Él mismo a los creyentes como alimento y suministro de vida. Por tanto, en Sus siete epístolas a las siete iglesias, el Señor como Viviente presenta tres promesas relacionadas con el comer: el árbol de la vida (Ap. 2:7), el maná escondido (v. 17) y un banquete lleno de Sus riquezas (3:20). Si hemos de ser personas vivientes, debemos comer a Cristo como el árbol de la vida, como el maná escondido y como nuestro banquete.
Fue a la iglesia en Esmirna, la iglesia sufriente, que el Señor se reveló como Aquel que estuvo muerto y volvió a vivir. La iglesia sufriente necesita conocerle como tal, a fin de poder resistir toda clase de padecimiento. Por muy severa que sea la persecución, la iglesia seguirá viva porque la vida de resurrección de Cristo en ella puede resistir la muerte. El sufrimiento o la persecución pueden, en el peor de los casos, darnos muerte; pero después de haber muerto a raíz de la persecución, experimentaremos la resurrección. El Señor fue perseguido hasta ser muerto; pero esa muerte no fue el fin, sino que fue la puerta de entrada en la resurrección. Al entrar en la muerte, Él cruzó el umbral que da acceso a la resurrección. Esto indica que la iglesia sufriente no debe temer la persecución ni aterrorizarse por la perspectiva de sufrir muerte; más bien, debiera dar la bienvenida a tal muerte y sentirse feliz, pues una vez que haya entrado en la muerte se encontrará en el umbral que da acceso a la resurrección. Siempre que padecemos persecución, tenemos que levantarnos y proclamar: “¡Aleluya estoy a punto de entrar por la puerta de la resurrección!”.
Para la iglesia, la tribulación es una prueba de vida. En qué extensión la iglesia experimenta y disfruta la vida de resurrección de Cristo puede ser probado únicamente mediante la tribulación. Además, la tribulación también trae consigo las riquezas de la vida de resurrección de Cristo. El propósito del Señor al permitir que la iglesia padezca tribulación no es solamente testificar que Su vida de resurrección vence a la muerte, sino también permitir que la iglesia participe de las riquezas de Su vida. La vida de resurrección del Señor está en la iglesia. Cristo, Aquel que es la resurrección, vive en nosotros. Debido a que tenemos la vida de resurrección en nosotros, no hay razón ni excusa para que fallemos. No debemos ser derrotados por la persecución; más bien, tenemos que padecer esta persecución victoriosamente por Su vida de resurrección.
En Apocalipsis 1:18 el Señor también dice: “Tengo las llaves de la muerte y del Hades”. Por causa de la caída y del pecado del hombre, la muerte entró y ahora opera en la tierra para llevar a todos los pecadores al Hades. La muerte es como el recogedor de basura que usamos para recoger el polvo del piso, y el Hades es como el basurero. Todo cuanto es recogido por el recogedor de basura es puesto dentro del basurero. Así que, la muerte es la que recoge, y el Hades es el que guarda. En la vida de iglesia actualmente ya no estamos sujetos a la muerte ni al Hades, pues Cristo abolió la muerte en la cruz y venció al Hades en Su resurrección. Aunque el Hades se esforzó al máximo por retener a Cristo, no tenía poder alguno para hacerlo (Hch. 2:24). Con Cristo la muerte perdió su aguijón, y el Hades, su poder. Tenemos que ser iguales a Cristo. En la vida de iglesia, las llaves de la muerte y del Hades están en las manos de Cristo. Es imposible para nosotros confrontar la muerte; simplemente no tenemos la capacidad para ello. Siempre que intervenga la muerte, matará a muchos. Pero siempre y cuando demos al Señor Jesús la base, la oportunidad y la vía libre para moverse y actuar entre nosotros, tanto la muerte como el Hades estarán bajo Su control. Sin embargo, siempre que el Señor Jesús no tenga tal base en la iglesia, de inmediato la muerte se hace prevaleciente y el Hades se hace poderoso para retener a los muertos. Debemos alabar al Señor que Cristo tenga las llaves de la muerte y del Hades. La muerte está sujeta a Él, y el Hades está bajo Su control.
La resurrección de Cristo también fue Su victoria sobre la muerte, sobre Satanás, sobre el Hades y sobre el sepulcro (v. 24). Satanás, la muerte, el Hades y el sepulcro forman un solo grupo. Cristo, el Hijo del Hombre, no solamente fue vindicado por Dios y demostró que Él tuvo éxito en Sus logros, sino que además Él fue victorioso sobre la muerte, Satanás, el Hades y el sepulcro, cosas que son motivo de gran preocupación y turbación para nosotros. El Hijo del Hombre venció a la muerte y destruyó a Satanás (He. 2:14). Las llaves de la muerte y del Hades están ahora en Sus manos (Ap. 1:18), y Él es victorioso sobre el sepulcro. Tal Cristo anda en medio de todas las iglesias locales en Su recobro, cuidando de ellas como candeleros de oro.
El Cristo en Apocalipsis es diferente del Cristo presentado en los cuatro Evangelios. Sí, es el mismo Cristo, pero con diferentes aspectos. En los cuatro Evangelios, Cristo era moderado, tierno y bondadoso. Cuando miraba a las personas, éstas se sentían amadas. El Evangelio de Juan relata que Jesús miró a la gente y lloró; Él verdaderamente cautivó a las personas con Su mirada amorosa (11:35; Lc. 22:61). Sin embargo, este mismo Cristo se presenta de manera diferente en el libro de Apocalipsis. Él tiene siete ojos, los cuales son como llamas de fuego (1:14; 5:6) que arden y resplandecen. En los Evangelios el más íntimo de Sus discípulos podía incluso reclinarse sobre Su pecho (Jn. 13:23). Juan era muy cercano a Él, y Él era agradable, querido, amable, bondadoso y amoroso con Juan. Sin embargo, cuando Juan le vio nuevamente en Apocalipsis, se llenó de temor y cayó como muerto a Sus pies (1:17). Si tal Cristo se nos apareciera hoy en día, todos estaríamos asombrados. Lucas 4:22 dice que palabras de gracia salían de Su boca, pero Apocalipsis dice que una espada de dos filos salía de Su boca (1:16; 19:15). Además, en Juan 1:29 Él es presentado como el Cordero de Dios, pero en Apocalipsis 5:5 Él es llamado el León de la tribu de Judá. El libro de Apocalipsis nos revela a Cristo no de una manera común, sino de una manera extraordinaria. La manera en que Él nos es revelado aquí es absolutamente diferente de la manera en que es revelado en los Evangelios. En este sentido, Apocalipsis da continuación a los Evangelios y a las Epístolas, pero no revela a Cristo según los Evangelios y las Epístolas. En Apocalipsis Él no es un Cristo sufriente, callado, paciente, bondadoso, amable y pequeño, sino que Él es un Cristo viviente, ardiente, rico, fiero y valiente. Si experimentamos al Cristo revelado en Apocalipsis, estaremos llenos de vida, disfrutaremos Su victoria, le alabaremos y le aclamaremos jubilosamente.
Si consideramos el cuadro de Cristo presentado en Apocalipsis 1, veremos que este capítulo presenta a un Cristo fiero. Sus ojos son como llama de fuego; Sus pies son como bronce bruñido, fundido en un horno; Su voz es como estruendo de muchas aguas; y de Su boca sale una espada de dos filos. Debemos tener una nueva impresión de Cristo. Cristo, el Hijo del Hombre, quien anda en medio de las iglesias locales, es viviente, ardiente y fiero. Él está lleno de gracia, no obstante, inspira terror. Particularmente al final de la era de la iglesia, Cristo tiene que ser fiero. Debido a que los días son tan oscuros, malos y con tanta muerte, tenemos necesidad del Cristo fiero. Si contactamos al Cristo presentado en Apocalipsis, no estaremos fríos, sino ardientes, y no estaremos en silencio, sino que le aclamaremos alabándole.