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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 404-414)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE CUATROCIENTOS DIEZ

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN APOCALIPSIS

(7)

  En este mensaje continuaremos considerando a Cristo en calidad de Sacerdote que despabila los candeleros, las iglesias.

d. Como maná escondido para ser disfrutado por los vencedores

  En Apocalipsis 2:17 vemos que Cristo, como Sacerdote, es el maná escondido para ser disfrutado por los vencedores: “Al que venza, daré a comer del maná escondido”. Aquí vencer significa específicamente vencer la unión de la iglesia con el mundo, la enseñanza de la idolatría y fornicación, y la enseñanza de la jerarquía. El Señor prometió a los vencedores en Pérgamo darles el maná escondido para sustentarlos y abastecerlos. En las iglesias locales Cristo es el maná escondido para ser ingerido y disfrutado por los vencedores. Así como el árbol de la vida es “bueno para comer” (Gn. 2:9), el maná escondido también es bueno para comer.

  El maná es tipo de Cristo como el alimento celestial que capacita al pueblo de Dios para seguir Su camino. Una porción de maná fue preservada en una urna de oro oculta en el Arca (Éx. 16:32-34; He. 9:4). El maná visible se daba para que el pueblo de Dios lo disfrutara públicamente; el maná escondido, el cual representa al Cristo escondido, es una porción especial reservada para quienes le buscan a Él y vencen la degradación de la iglesia mundana. Mientras la iglesia sigue el camino del mundo, estos vencedores se acercan a la presencia de Dios en el Lugar Santísimo y permanecen allí, donde disfrutan al Cristo escondido como porción especial para su diario suministro. Esta promesa se cumple hoy en la vida de iglesia apropiada y se cumplirá en plenitud en el reino venidero. Si buscamos al Señor, vencemos la degradación de la iglesia mundana y disfrutamos una porción especial del Señor ahora, Él como maná escondido será una recompensa para nosotros en el reino venidero. Si no lo tenemos a Él como nuestra porción especial hoy en la vida de iglesia, indudablemente perderemos la oportunidad de disfrutarle a Él como recompensa en el reino venidero.

  El maná escondido mencionado en Apocalipsis 2:17 estaba escondido en la urna de oro dentro del Arca en el Lugar Santísimo (He. 9:4). El oro representa la naturaleza divina de Dios. Por tanto, poner el maná escondido en la urna de oro significa que el Cristo escondido está oculto en la naturaleza divina. El maná visible es para todo el pueblo de Dios, pero el maná escondido es para aquellos que disfrutan de intimidad con el Señor, quienes han abandonado el mundo y eliminado todo aquello que los separe de Dios. Ellos entran en la intimidad de la presencia de Dios, y en esta intimidad divina disfrutan el maná escondido en la naturaleza divina. Esto es profundo. No es algo externo, sino absolutamente interno. Es algo tan interno que quienes comen del maná escondido en realidad están en la naturaleza divina disfrutando al Cristo escondido. Actualmente tenemos que disfrutar al Cristo escondido en la naturaleza divina de Dios, el oro.

1) El maná escondido es la porción de Dios

  En Éxodo 16 Jehová ordenó a Moisés que tomara una porción, la décima parte de un efa, del maná que Él había dado a los hijos de Israel y que lo pusiera delante de Su Testimonio (vs. 32-36). Esta porción de maná era para Dios. El maná visible era la porción del pueblo, pero este maná ofrecido y oculto en la urna que estaba delante del Testimonio de Dios era la porción de Dios. El maná representa a Cristo, a quien Dios nos ha dado como regalo. Mientras disfrutamos a Cristo como nuestro maná, tenemos que tomar la mejor porción y ofrecérsela a Dios, con lo cual ofrecemos Cristo a Dios.

  Una vez que el maná era ofrecido a Dios, ya no era el maná visible, sino que se había convertido en el maná escondido debido a que, después de haber sido ofrecido a Dios, era puesto en una urna de oro y escondido en el Arca que estaba en el Lugar Santísimo dentro del tabernáculo. Originalmente, el maná estaba a la intemperie, disponible para todo y todos. Pero después que la mejor porción era ofrecida a Dios y puesta en la urna, el maná estaba escondido en lo más recóndito del tabernáculo: en el Lugar Santísimo, donde era puesto delante del Testimonio de Dios. Entre los hijos de Israel estaba el tabernáculo, dentro del tabernáculo estaba el Lugar Santísimo, dentro del Lugar Santísimo estaba el Arca, dentro del Arca estaba la urna de oro y dentro de la urna estaba el maná. Por tanto, el maná estaba completamente escondido. De este modo, la mejor porción del maná llegó a estar escondida.

  Si hemos de comer el maná escondido, primero tenemos que comer el maná visible. Si no experimentamos el maná visible, no tendremos maná para ofrecer a Dios como maná escondido. El maná escondido es el maná que experimentamos y disfrutamos para después ofrecerlo a Dios. Disfrutamos el maná, y de este maná que hemos disfrutado ofrecemos una pequeña porción a Dios diciéndole: “Oh Dios, te ofrezco el Cristo que he disfrutado. Tú me diste a Cristo como mi porción, y ahora te doy lo mejor de Él como porción Tuya”. Entonces Dios nos invitará a entrar en el Lugar Santísimo para disfrutar con Él de esa porción. Esto es el maná escondido. Disfrutar a Cristo como nuestro maná escondido no es una experiencia repentina, sino que tiene que haber cierta historia detrás.

  Como maná escondido, Cristo no es el maná que se halla en el desierto, sino el maná que está en el Lugar Santísimo. No es el maná que está a la vista de todos, sino el maná que está escondido en un lugar secreto. El maná escondido en el Lugar Santísimo corresponde al pan de la Presencia en el Lugar Santo. La diferencia entre estos dos, sin embargo, es que el pan de la Presencia se exhibía en la mesa, mientras que el maná dentro del Arca estaba escondido en la urna de oro (v. 33; He. 9:4). En el desierto el pueblo de Israel disfrutaba el maná, pero el maná que disfrutaban era el maná público, es decir, el maná que había caído en tierra, no el maná escondido en los cielos. Debemos experimentar a Cristo como maná escondido, es decir, experimentar al Cristo escondido en el lugar secreto, el Cristo que está en los lugares celestiales. Éste es el Cristo al cual Hebreos 7 se refiere como Aquel que es Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec, no según el orden de Aarón (cfr. 5:6, 10; 6:20). Aarón ministró en el atrio ofreciendo sacrificios sobre el altar; Melquisedec ministra desde el trono de la gracia en los lugares celestiales (4:16; Ap. 4:2). Podemos experimentar a Cristo como nuestro alimento, pero este disfrute podría ser únicamente en el Lugar Santo; todo cuanto experimentemos de Cristo allí es conocido inmediatamente por mucha gente. Esto no es sino la experiencia del pan de la Presencia exhibido sobre la mesa. Debemos avanzar más profundamente a fin de entrar al “lugar secreto del Altísimo” (Sal. 91:1) a fin de contactar al propio Cristo celestial.

  La manera de vencer toda clase de degradación en la vida de iglesia consiste en comer y disfrutar a Jesús como maná escondido, el maná privado, con miras a nuestra vida espiritual y nuestro suministro de vida internos. En Cristo como Arca podemos disfrutarlo a Él en calidad de maná escondido, la porción particular que nos brinda el suministro de vida, a fin de vencer la mundanalidad de la iglesia degradada. Debemos apartarnos de toda persona y de todo cuanto nos distraiga para tener un tiempo personal con el Señor, durante el cual podamos disfrutarlo a Él en secreto. Podemos disfrutar a Cristo públicamente con todos los santos, pero todavía necesitamos de un tiempo en el que estemos separados de todos para disfrutar a Cristo como maná escondido. Debemos ir a un lugar en privado a fin de tener contacto con el Señor, alabarle y disfrutarle en la Palabra santa. Es posible que muchos creyentes únicamente coman del Cristo público y visible, pero todos debemos separar un tiempo para comer del Cristo privado y escondido. Nuestra experiencia de Cristo no debiera ser meramente algo público que tiene lugar en las reuniones, sino también algo escondido en el Lugar Santísimo, incluso en Cristo mismo como Arca, el Testimonio de Dios.

  Actualmente Cristo como Arca está en nuestro espíritu, el cual está unido al Lugar Santísimo. En nuestro espíritu tenemos el Lugar Santísimo; en el Lugar Santísimo tenemos a Cristo, el Arca, y dentro de Cristo tenemos la urna de oro, la naturaleza divina. Actualmente la naturaleza divina de Dios está en nuestro espíritu. Aunque tenemos la urna de oro, frecuentemente el problema es que estamos muy alejados de nuestro espíritu. No hay necesidad de disputar o contender con otros para estar fuera del espíritu, pues incluso al bromear con los hermanos nos encontraremos fuera del espíritu. Además, ser religiosos es muy diferente de estar en el espíritu. Al ser religiosos somos llevados al desierto. La urna de oro está en el Arca, el Arca está en el Lugar Santísimo, y el Lugar Santísimo está unido a nuestro espíritu. Si continuamente contactamos a Cristo en nuestro espíritu, le disfrutaremos como maná escondido. El maná visible era el alimento para todo el pueblo que estaba fuera de la morada de Dios y vagaba por el desierto, mientras que el maná escondido es para quien permanece en la parte más interna de la morada de Dios, para aquel que ya no está vagando en el alma, sino que permanece en la presencia de Dios en el espíritu.

2) Al ministrar a Dios directamente en Su presencia

  Si existe alguna distancia entre nosotros y Dios, tal vez podamos disfrutar el maná visible, pero no podremos comer del maná escondido. Si hemos de participar del maná escondido, es imprescindible que no haya distancia entre nosotros y Dios. En el Lugar Santísimo disfrutamos algo de Cristo que aquellos que están alejados de Su presencia no pueden gustar. Consideren el servicio alrededor del tabernáculo en el Antiguo Testamento. Los levitas servían en el atrio, y los sacerdotes servían tanto en el atrio como en el Lugar Santo, donde disponían el pan de la Presencia, despabilaban las lámparas y hacían arder el incienso. Pero cuando el sumo sacerdote entraba al Lugar Santísimo, prácticamente no tenía que realizar ninguna labor. Aquí, en el Lugar Santísimo, el sumo sacerdote ministraba directamente en la presencia de Dios. Aquí, en el Lugar Santísimo, aquel que ministraba disfrutaba el maná escondido. El maná escondido es esa porción de Cristo que disfrutamos en la presencia de Dios cuando no existe distancia entre nosotros y Él.

  Cuanto más alejados nos encontremos de Dios, menos servicio le rendiremos a Él. Cuanto más cercanos estemos a Él, más servicio le rendiremos. A la postre, cuando entramos en la presencia de la gloria divina en el Lugar Santísimo, todo servicio cesa. Aquí únicamente tenemos la presencia del Señor y disfrutamos al Cristo escondido, el maná escondido. Es aquí donde tenemos comunión directa con el Señor y conocemos Su corazón y Su intención. Es aquí donde podemos ser infundidos, “cargados”, con Él mismo, con Su intención y con todo lo que Él desea que hagamos. De este modo podemos llegar a ser una persona que conoce Su corazón y Su intención. Cuando somos tal clase de persona, Su comisión será la nuestra. Adquirimos tal comisión debido a que estamos en Su presencia. Sabemos que estamos en la presencia de Dios debido a que podemos percibir que no existe ninguna distancia entre Dios y nosotros.

  El maná escondido no puede ser disfrutado por quienes viven fuera de Dios mismo, sino que es disfrutado únicamente por quienes viven en el Lugar Santísimo ante el rostro de Dios. Quienes permanezcan firmes del lado de Dios para mantener Su testimonio podrán experimentar a Cristo como maná escondido. Ellos tendrán a Cristo como su suministro de vida, pero el sabor que tal suministro tendrá para ellos será el del maná escondido, un sabor desconocido para los demás. Los demás no podrán percibir ni probar al Cristo que estos vencedores experimentan y disfrutan. Si lo que buscamos es fama o cierta posición, no tendremos parte en el disfrute propio de los vencedores; no gustaremos, ni tocaremos ni experimentaremos el maná escondido. Si deseamos la fama de este mundo y estamos casados con este mundo, no podemos disfrutar al Cristo escondido en presencia de Dios.

  Cuando llegamos a ser íntimos con Cristo, en algunas ocasiones nos encontramos tan cerca de Dios que mientras contactamos la naturaleza divina y somos partícipes de ella, estamos muy por encima del mundo, de toda situación problemática, de nuestro yo e, incluso, de nuestro ser natural. Todo aquel que entra en el Lugar Santísimo está con el Sumo Sacerdote. Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, está en el Lugar Santísimo, y nosotros también tenemos que estar allí. Nosotros también tenemos que ser los sacerdotes que están en el Lugar Santísimo, donde está la urna de oro. Si hemos de estar en este lugar, tenemos que estar muy por encima del mundo y de toda situación problemática, y no ser susceptibles a ser turbados por los demás. Cuando nos encontremos muy por encina de toda situación, sea ésta buena o mala, grata o desagradable, entonces estaremos en nuestro espíritu contactando el Arca y la urna de oro. Si hemos de participar del maná escondido, tenemos que constantemente estar en nuestro espíritu contactando la naturaleza divina.

  Comer del maná escondido es algo completamente ajeno a este mundo. Mientras que la iglesia mundana desciende a una unión con el mundo, nosotros subimos desde Egipto para entrar en el desierto, avanzamos del desierto a la buena tierra, de la buena tierra al tabernáculo, del atrio al Lugar Santo y del Lugar Santo al Lugar Santísimo. Después que hayamos entrado en el Lugar Santísimo, todavía tenemos que sumergirnos en el Arca, contactar la urna de oro y allí disfrutar a Cristo como maná escondido. Cuanto más mundana se hace la iglesia, más nosotros debemos entrar en el Lugar Santísimo para comer del maná escondido. Si hemos de disfrutarlo, tenemos que permanecer en la profunda intimidad de la presencia de Dios. Tenemos que estar escondidos en Su naturaleza divina donde no hay nada mundano ni nada que nos distraiga, y donde se produce una íntima comunión entre nosotros y Dios. Algunos de nosotros hemos tenido esta experiencia del Cristo escondido y, al tenerla, hemos dicho: “Señor, no me importa este mundo. Sólo me importas Tú. Señor, no me importa ninguna relación humana ni tampoco ninguna amistad. Estoy dispuesto a renunciar a todo vínculo terrenal. Señor, ahora soy completamente libre y te amo desde lo profundo de mi ser. Te amo sin nada que me lo impida”. Cuando le decimos esto al Señor, estamos en la urna de oro, en la intimidad de la naturaleza divina, participando del Cristo escondido.

3) Un memorial delante de Dios

  El maná guardado en la urna de oro era el centro del tabernáculo, la morada de Dios en el Antiguo Testamento. Asimismo, el Cristo que hemos comido, digerido y asimilado es el centro de nuestro ser, el cual forma parte de la iglesia, la morada de Dios hoy (2 Ti. 4:22; Ef. 2:22). El Cristo que comemos como maná visible, espontáneamente se convierte en el maná escondido al ser digerido y asimilado en nuestro ser interior. El enfoque central del edificio de Dios en la actualidad es el Cristo que Su pueblo ha comido, digerido y asimilado.

  El maná visible, aquel que aparecía sobre el suelo cada mañana, había de ser disfrutado por el pueblo de Dios públicamente. Sin embargo, el gomer de maná puesto en la urna (Éx. 16:33) quedaba escondido y no estaba destinado para la congregación de manera pública. La cantidad de maná que se conservaba en la urna delante de Jehová era un gomer, la misma cantidad que el pueblo recogía y comía (vs. 16-18). En términos de nuestra experiencia espiritual, esto indica que la cantidad de Cristo que comamos será también la cantidad que podremos guardar. Al participar de Cristo de día en día, también lo conservamos. La cantidad de Cristo que conservemos dependerá de la cantidad de Cristo que hayamos comido. Cuanto más comemos a Cristo, más conservamos de Él.

  El hecho de que el Cristo que comemos es el Cristo que conservamos indica que todo cuanto comamos de Cristo se convertirá en un memorial por las generaciones venideras. El Cristo que hayamos comido y disfrutado será un memorial eterno, pues tal Cristo se convertirá en nuestra constitución intrínseca, capacitándonos para edificar la morada de Dios en el universo y, de hecho, llegar a ser dicha morada. Nada de lo que somos, tenemos o podemos hacer es digno de ser recordado. Únicamente el Cristo que ha llegado a ser nuestra constitución intrínseca es digno de ser un memorial eterno. Todo lo demás puede cambiar, pero nuestra experiencia de Cristo permanecerá por la eternidad.

  Cuando algunos cristianos estén en la eternidad, podría ser que no tengan mucho de Cristo que recordar. Debido a que no comen mucho de Cristo en la actualidad, ellos no tendrán mucho de Él para recordar en la eternidad. Sin embargo, si día tras día estamos bien con el Señor y le comemos con regularidad, tendremos mucho que decir acerca de Él en la eternidad. Recordaremos los tiempos maravillosos que tuvimos en la vida de iglesia al comer a Cristo y disfrutarle. Todo cuanto disfrutemos de Cristo en la iglesia actualmente se convertirá en un memorial eterno. Este memorial será conservado en la presencia de Dios, incluso en Su propio ser. Este maná escondido es un memorial de Cristo a manera de suministro para el pueblo de Dios con miras a la edificación de la morada de Dios.

4) El resultado de disfrutar el maná escondido

  Éxodo 16:36 dice: “Un gomer es la décima parte de un efa”. Si leemos Números 18:26-30 veremos que la décima parte denota una porción especial reservada para el sacerdocio. Esto indica que el maná escondido no era para la congregación en general, sino, de manera particular, para los sacerdotes que servían. Si somos hijos de Dios que no comen el maná, únicamente tendremos a nuestra disposición el maná visible, no el maná escondido. Sin el maná escondido, no podremos desempeñar nuestra función como sacerdotes; por el contrario, simplemente formaremos parte del público en general, parte de la congregación. Pero si comemos, digerimos y asimilamos el maná, tendremos el maná escondido. Espontáneamente el maná que comemos causará una transformación en nosotros en virtud de la cual seremos trasladados de la congregación general al sacerdocio. Cuanto más comamos a Cristo, más desempeñaremos nuestra función; de este modo, llegaremos a ser un sacerdote que cumple su función, un sacerdote en realidad y en la práctica. Todo sacerdote apropiado es un vencedor. Si comemos del maná visible, Cristo llegará a ser para nosotros el maná escondido. Este maná escondido nos constituirá en vencedores.

  Los elementos contenidos en el Arca —el maná escondido, la vara que reverdeció y las tablas del pacto— se hallan dispuestos en una secuencia particular. Primero, tenemos que disfrutar el maná escondido. Después, a raíz de nuestro disfrute del maná escondido nuestra vara reverdecerá. Cuando de una manera tan profunda disfrutemos al Cristo escondido, se producirá el reverdecimiento, el florecimiento, lo cual se refiere a la propagación de la vida de resurrección y a la glorificación. Como resultado de esto, tendremos la ley de vida, representada por las tablas del pacto. La ley de vida interna, la operación interna del Espíritu del Dios Triuno, opera dentro de nosotros infundiendo el elemento de Dios a nuestro ser y haciendo de nosotros una reproducción corporativa de Cristo como modelo que sirve de estándar. De este modo, Dios puede lograr la realización de Su propósito eterno.

  Cuando disfrutamos el maná escondido, participamos de la vara que reverdece, lo cual representa nuestra experiencia de Cristo en Su resurrección al ser aceptados por Dios para ejercer autoridad en el ministerio dado por Dios. Si disfrutamos el maná escondido, retoñaremos, pues el resultado de disfrutar el maná escondido es la vara que reverdece. Cuánto retoñemos con la vida divina dependerá de cuánto comamos del maná escondido. Si retoñamos, florecemos y damos almendras, los demás sabrán que somos la autoridad. Cuando disfrutemos a Cristo como nuestro suministro de vida de manera tan escondida y misteriosa, experimentaremos la vara que reverdece con la correspondiente autoridad en la vida de resurrección. Si hemos de ser verdaderos ministros de la palabra o un verdadero anciano en la iglesia, debemos poseer tal clase de autoridad en la vida de resurrección de Cristo.

  Éxodo 16:34 dice que Aarón puso la urna que contenía un gomer de maná “ante el Testimonio para que fuese conservado”. Puesto que la urna de oro que contenía el maná estaba en el Arca (He. 9:4), aquí el Testimonio debe referirse no al Arca, sino a las tablas de la ley que estaban dentro del Arca (Éx. 34:1, 29; 25:21; 40:20). La ley es un testimonio de lo que Dios es. Por tanto, el hecho de que el maná dentro de la urna de oro fuese puesto ante el Testimonio indica que el maná corresponde con el testimonio de Dios, la ley de Dios, y satisface Sus requisitos. Cuando tomamos a Cristo como nuestro suministro celestial de vida, este Cristo —quien es el maná escondido que se conserva en la naturaleza divina dentro de nosotros— logra que correspondamos con el testimonio de Dios y cumplamos con todos Sus requisitos, y así hace de nosotros la expresión de Dios. En las palabras de Romanos 8:4, el justo requisito de la ley se cumple en aquellos que andan conforme al espíritu.

5) Para nuestro suministro

  Si padecemos persecución a manos de otros, pero pese a ello permanecemos con el Señor y en el Señor, Él será para nosotros el maná escondido. Una porción particular de Cristo, una porción especial de Él, será nuestro maná escondido. Esta porción especial llegará a ser nuestro sustento y fortaleza. Podemos padecer sufrimientos y vivir en una situación en la que ningún otro podría debido a que diariamente disfrutamos al Señor Jesús como nuestra porción especial, el maná escondido.

  Según la tipología del Antiguo Testamento, el maná escondido estaba en el Lugar Santísimo. En la realidad del Nuevo Testamento, el Lugar Santísimo podría referirse a la iglesia. En la vida de iglesia Cristo es nuestro maná escondido. Debido a que Cristo está escondido, quienes están fuera de la iglesia no saben dónde obtenemos la energía para asistir a tantas reuniones de la iglesia semana tras semana. Nuestro suministro viene del Cristo escondido, a quien comemos como nuestro alimento. Cuando entramos en la iglesia, disfrutamos algo escondido: Cristo como nuestro maná escondido para nuestro suministro.

6) Para la edificación de la morada de Dios

  En tiempos antiguos comer del maná estaba relacionado con la edificación del tabernáculo como morada de Dios. Actualmente comer a Cristo como maná escondido también guarda relación con la edificación de la morada de Dios. En Apocalipsis 2:17 el Señor prometió a los vencedores en Pérgamo lo siguiente: “Le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe”. Disfrutar a Cristo como maná escondido produce transformación. En la Biblia una piedra simboliza el material que se usa en el edificio de Dios (Mt. 16:18; 1 P. 2:5; 1 Co. 3:12). En nuestro ser natural no somos piedras sino barro. Mediante la regeneración recibimos la vida divina con su naturaleza divina, y por eso podemos ser transformados en piedras, incluso en piedras preciosas, al disfrutar a Cristo como nuestro suministro de vida (2 Co. 3:18). Si disfrutamos al Señor en la vida de iglesia apropiada en vez de seguir a la iglesia mundana, seremos transformados en piedras para el edificio de Dios. El Señor justificará y aprobará estas piedras, como lo indica el color blanco, mientras que condenará y rechazará a la iglesia mundana. La obra de Dios de edificar a la iglesia depende de nuestra transformación, y dicha transformación proviene del disfrute que tenemos de Cristo como nuestro suministro de vida.

  La piedrecita blanca tiene por finalidad el edificio de Dios. No podemos ser edificados juntamente en la vida de iglesia debido a nuestras peculiaridades, es decir, nuestros rasgos particulares y peculiares. Por tanto, es necesario que seamos transformados a fin de que podamos ser liberados de nuestros rasgos peculiares y ya no ser personas naturales. Entonces, cuando seamos transformados, podremos ser edificados con otros de manera apropiada y adecuada. La obra de edificación que Dios efectúa, que es la edificación de la iglesia, depende de nuestra transformación, y nuestra transformación es producto del disfrute que tenemos de Cristo como nuestro suministro de vida.

  En Apocalipsis 2:17 el Señor también dijo que “en la piedrecita” sería “escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe”. Un nombre designa una persona, y aquí el nombre nuevo es la designación de una persona transformada. Todo creyente transformado, como una piedra blanca, tiene “un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe”. El nombre nuevo es la interpretación de la experiencia de aquel que está siendo transformado. Por tanto, sólo él conoce el significado de ese nombre. A medida que comamos al Señor Jesús como maná escondido tendremos ciertas experiencias y el Señor grabará un nombre nuevo en nosotros. Este nombre nuevo es simplemente la nueva designación de lo que somos. Puesto que este nombre nuevo está basado en lo que somos según nuestras experiencias, los demás no pueden conocerlo. Ésta es verdaderamente la mayor bendición. Esto involucra nuestro ser, pues está relacionado con lo que somos. La mayor bendición no es algo que el Señor nos da, sino lo que Él hace de nosotros.

  La promesa que el Señor les hizo a los vencedores en la iglesia en Pérgamo —que consiste en darles el maná escondido— corresponde con las parábolas de Mateo 13. La palabra griega traducida “Pérgamo” significa “torre fortificada”, la cual es como el gran árbol mencionado en Mateo 13:31-32, donde todo se exhibía para dar un espectáculo externo. Pero, en principio, las cosas preciosas están escondidas (v. 44). En esta era Cristo es el maná escondido. Por tanto, tenemos que ser la iglesia escondida. Tenemos que aprender a estar escondidos, no en exhibición. No debemos publicitarnos de manera mundana; hacerlo es contraer matrimonio con el mundo y cometer fornicación espiritual. Esto no sólo sería idolatría, sino incluso convertirse en un ídolo. Puesto que la era actual es la era en que Cristo está escondido, por ser nosotros Su Cuerpo también debemos estar escondidos. Entonces disfrutaremos a Cristo como maná escondido.

  Cuanto más estemos escondidos, más experimentaremos a Cristo como Aquel que está escondido y tendremos la experiencia de la piedrecita blanca (Ap. 2:17). En Apocalipsis el color blanco denota haber sido justificado, aprobado y aceptado por el Señor (3:4-5, 18). No debiéramos procurar ser aceptados o admirados por la gente. No debemos temer ser criticados y perseguidos; más bien, debemos procurar ser justificados y aceptados por el Señor que está escondido. Cuando llegamos a ser personas que están escondidas, percibimos la aprobación en secreto del Señor. Sobre la piedrecita blanca está grabado un nombre dado por el Señor. Este nombre es conocido únicamente por nosotros y el Señor; nadie más lo conoce pues es un secreto. Debemos tener experiencias escondidas de Cristo. Entonces habrá algo secreto entre nosotros y Él.

7) Comer del maná para ser incorporados al tabernáculo

  Por ser un Dios de propósito, nuestro Dios tiene una economía, y en Su economía Él se ha propuesto obtener una incorporación universal. La palabra incorporación se refiere a personas que moran una dentro de la otra, es decir, que son coinherentes. Dios en Su Trinidad Divina es una incorporación al ser coinherentes mutuamente y al obrar juntamente como uno solo; los tres de la Trinidad son una incorporación por lo que Ellos son y por lo que Ellos hacen (Jn. 14:10-11). El Dios Triuno en la eternidad pasada celebró un concilio (Hch. 2:23) para tomar la decisión de que el segundo de entre Ellos tenía que hacerse hombre y pasar por los procesos del vivir humano, la muerte y la resurrección a fin de que todos los creyentes de Dios que fueron redimidos y regenerados sean incorporados a la incorporación de Dios a fin de conformar una incorporación divino-humana agrandada. El Dios Triuno procesado y consumado, y los creyentes redimidos y regenerados, han llegado a ser —en la resurrección de Cristo (Jn. 14:20)— una incorporación divino-humana agrandada y universal, cuya consumación es la Nueva Jerusalén como tabernáculo de Dios (Ap. 21:2-3). El tabernáculo en el Antiguo Testamento es una señal de la incorporación universal, y comer del maná escondido es incorporarse al tabernáculo.

  Cristo como maná escondido es el centro del tabernáculo. El maná escondido está en la urna de oro; la urna de oro está en el Arca, hecha de madera de acacia recubierta con oro; y el Arca está en el Lugar Santísimo. El maná escondido, el cual representa a Cristo, está en la urna de oro, la cual se refiere a Dios. Que el maná esté en la urna de oro indica que Cristo está en el Padre. El Arca está en el Lugar Santísimo, y el Lugar Santísimo es nuestro espíritu. Actualmente nuestro espíritu, habitado por el Espíritu Santo, es el Lugar Santísimo. Con base en todo esto podemos ver que Cristo, como maná escondido, está en Dios el Padre, la urna de oro; que el Padre está en Cristo como Arca con sus dos naturalezas, la divina y la humana; y que este Cristo como Espíritu que mora en nosotros vive en nuestro espíritu regenerado a fin de ser para nosotros la realidad del Lugar Santísimo. Esto significa que el Hijo está en el Padre, que el Padre está en el Hijo y que el Hijo como Espíritu es la realidad del Lugar Santísimo. Esto implica y corresponde con cuatro preposiciones de lugar encontradas en Juan 14:16-20. El versículo 20 dice: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”, y el versículo 17 dice: “El Espíritu de realidad [...] estará en vosotros”. El Hijo está en el Padre, nosotros estamos en el Hijo, el Hijo está en nosotros y nosotros somos habitados por el Espíritu de realidad. Esto es la incorporación del Dios procesado con los creyentes regenerados.

  La manera de ser incorporados al tabernáculo consiste en comer del maná escondido. Cuanto más comemos a Cristo, más nos incorporamos al Dios Triuno como incorporación universal. Al comer el maná escondido, nos incorporamos al tabernáculo. El tabernáculo en el Antiguo Testamento era una figura de la Nueva Jerusalén, la cual es llamada el tabernáculo de Dios. Como tabernáculo de Dios, la Nueva Jerusalén es la incorporación universal. Esta incorporación universal es la meta eterna de Dios. La Nueva Jerusalén es el tabernáculo de Dios, y el centro de este tabernáculo es Cristo como maná escondido destinado a ser ingerido por nosotros. La manera de estar en la Nueva Jerusalén consiste en comer a Cristo. Cuanto más comemos a Cristo, más nos incorporamos a esta incorporación universal.

  El mundo perecerá en el lago de fuego. Debemos preguntarnos si formamos parte del mundo o formamos parte de la Nueva Jerusalén como tabernáculo de Dios, la incorporación universal. El Señor promete a los vencedores en la iglesia en Pérgamo que si ellos le comen, serán incorporados a la incorporación universal, la Nueva Jerusalén en su consumación. No debiéramos unirnos al mundo, sino incorporarnos a la Nueva Jerusalén al comer a Cristo como maná escondido. La manera de ser incorporados a esta incorporación única consiste en disfrutar a Cristo, comerle y participar de Él. Cuando le comemos, vivimos por Él en esta incorporación, la cual actualmente es el Cuerpo corporativo de Cristo y cuya consumación es la Nueva Jerusalén.

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