
Lectura bíblica: 1 P. 1:2b, 2c; 2 P. 1:1-4; 1 P. 2:2, 5, 9; 2 P. 1:5-7; 3:18; 1 P. 5:10; 1 Co. 12:13b; 3:6-7; Ef. 4:12-13, 15-16; Ro. 8:23b, 30
Oración: Señor Jesús, te adoramos. Te adoramos porque Tú eres el Dios que habla. Has hablado desde la primera época hasta ahora. Creemos que en esta reunión nos hablarás una vez más. Acudimos a Ti pidiendo que nos des nueva luz, nueva iluminación y las palabras apropiadas e instantáneas que nos inspiren. Señor Jesús, estad con nosotros; sed un espíritu con nosotros en nuestras palabras. Al hablar nosotros, habla Tu palabra. Deseamos ser uno contigo. Cuánto te agradecemos porque has obrado, y lo lograste y consumaste todo para que pudieras ser uno con nosotros y nosotros contigo. Y de hecho, somos uno contigo. Creemos que incluso en este momento, al estar nosotros aquí esperándote a Ti y acudiendo a Ti, Tú eres uno con nosotros. Tenemos la certeza de que somos uno contigo y uno entre nosotros mismos. Gracias por Tu sangre prevaleciente que vence al enemigo. Señor, odiamos a Tu enemigo. Lo acusamos delante de Ti. Señor, avergüénzalo, glorifícate a Ti y bendice a todos los santos. Amén.
En la Biblia hay tres escritores principales de las epístolas. El primero, sin duda, es Pablo; luego tenemos a Juan y a Pedro. En el capítulo anterior y en este capítulo tenemos la intención de hablar, según los escritos de estos tres escritores principales del Nuevo Testamento, del crecimiento en vida para la edificación del Cuerpo de Cristo. En el capítulo anterior hablamos de esto según los escritos de Juan. En este capítulo veremos el mismo asunto según los escritos de Pedro y Pablo.
Los escritos de Juan son divinos y misteriosos, pero las palabras y las oraciones que escribió son sencillas. En los escritos de Juan podemos ver que el Dios Triuno llegó a ser un hombre que vivió en la tierra (Jn. 1:1, 14). Con el tiempo, El es la vida para nosotros (1:4), y también es el suministro de vida para nosotros. También es nuestro alimento (6:57b-58a, 51, 68; Ap. 2:7b; 22:2; 2:17b), nuestra bebida (Jn. 7:37-39; 4:10, 14; Ap. 21:6b; 22:17b) y nuestro aliento (Jn. 20:22). También es todo lo que necesitamos en nuestra vida diaria espiritual. Le necesitamos a El como nuestro alimento, nuestro pan, nuestra bebida y nuestro aliento. Cada mañana necesitamos dedicar tiempo para disfrutarle. Si no le disfruto, no le puedo vivir y no le puedo hablar. ¡Aleluya, le tenemos y podemos participar de El!
Para considerar el asunto del crecimiento en vida para la edificación del Cuerpo de Cristo según los escritos de Pedro y Pablo, necesitamos estar sobrios. Es muy interesante ver que estos tres escritores —Juan, Pedro y Pablo— hablaron del crecimiento en vida. Además, lo que dijeron en cuanto al crecimiento en vida tiene como fin edificar el Cuerpo de Cristo. En todo el universo, hay un solo edificio de Dios. Es cierto que Dios creó los cielos y la tierra, e incluso hizo unas reparaciones a lo que creó, pero Dios no tiene dos edificios. Tal vez pensemos que la vieja creación, compuesta de los cielos originales y la tierra original, es una clase de edificio, y que el nuevo cielo y la nueva tierra que tiene como centro la Nueva Jerusalén es otra clase de edificio. Así que, podemos pensar que Dios tiene dos edificios. Sin embargo, debemos saber que el edificio de Dios en la nueva creación es algo producido de la vieja creación.
Primero Dios hizo la creación original. La última cosa creada por Dios en la vieja creación fue el hombre. Dios primero creó los cielos con los ángeles (Is. 42:5a; Zac. 12:1a; Job 38:7). Luego Dios creó la tierra que contenía miríadas de cosas (Zac. 12:1b; Job 38:4; Is. 42:5b). Finalmente, la última cosa creada por Dios fue el hombre. Después del hombre, Dios no creó nada más; terminó Su obra creadora. El hombre es la consumación de la obra creadora de Dios. La intención de Dios no consiste en las estrellas o las montañas o los animales; Su intención consiste en que el hombre lleve Su imagen y tenga Su semejanza. El hombre fue creado no según el género humano, sino según el género divino. Génesis 1 nos dice que Dios creó todas las plantas y los animales según su género (vs. 11-12, 21, 24-25). Con el tiempo, Dios creó la última cosa, el hombre (vs. 26-27). Dios no creó al hombre según el género humano. Dios creó al hombre según el género divino. Como hombres, todos llevamos la imagen de Dios y andamos en Su semejanza. Así que, como hombres pertenecemos al género de Dios.
Primero, necesitamos ver el crecimiento en vida de los creyentes según se revela en los escritos de Pedro. Aunque Pedro era un pescador que no escribió bien en griego, su escrito es muy elevado y solemne, y no es ligero.
El crecimiento en vida de los creyentes tiene una base, y esta base es revelada en los escritos de Pedro.
En los escritos de Pedro el primer asunto que se da como base para el crecimiento de los creyentes en la vida divina es la obra santificadora del Espíritu (1 P. 1:2b). Santificar algo significa separarlo y hacerlo santo delante de Dios. Cuando algo es santificado, es separado a Dios para Su propósito; por tanto, llega a ser santo. Nosotros nacimos como descendientes de Adán. Entonces, no éramos santos. Pero un día escuchamos el evangelio y el Espíritu Santo de Dios vino y nos santificó, separándonos para Dios y haciéndonos santos. Este es el primer paso de la obra santificadora del Espíritu.
La obra santificadora del Espíritu, o sea la búsqueda de nosotros los pecadores perdidos por parte del Espíritu, se basa en la redención efectuada por Cristo mediante Su muerte sustitutiva en el madero (la cruz, 1 P. 2:24a). En esa muerte sustitutiva Cristo el Justo murió por los pecados de nosotros los injustos (1 P. 3:18). Esta es la base sobre la cual nosotros los creyentes recibimos la vida eterna de Dios (Jn. 3:15) y vivimos a la justicia (1 P. 2:24b).
Inmediatamente después de que el Espíritu nos santifica (1 P. 1:2c, 19), la aspersión de la sangre de Cristo, que es la sangre preciosa del Cordero sin mancha y sin defecto, nos es aplicada basado en la redención de Cristo, en la cual Su sangre fue derramada. La aspersión de la sangre de Cristo indica redención. Algunos tal vez piensen que la santificación del Espíritu Santo no debe ocurrir antes de la redención de Cristo.
En Lucas 15 el Señor Jesús profirió tres parábolas que corresponden a la Trinidad Divina al salvar Dios a los pecadores. La primera parábola trata de un hombre que busca una oveja perdida (vs. 3-7), la segunda trata de una mujer que busca una moneda perdida (vs. 8-10), y la tercera trata de un padre que recibe al hijo pródigo (vs. 11-32). En estas tres parábolas el padre representa el Padre divino en la Trinidad, el hombre representa Cristo el Salvador, y la mujer representa el Espíritu Santo. El trabajo de la mujer que buscaba la moneda perdida representa la obra santificadora del Espíritu, la cual ocurrió antes de que nos arrepintiéramos y de que fuéramos llevados a creer en Cristo a fin de participar nosotros en la aspersión de la sangre de Cristo.
Sin la santificación del Espíritu, el hijo pródigo de Lucas 15 nunca habría sido despertado para darse cuenta de su condición lastimosa y tomar la decisión de levantarse y volver a la casa de su padre (vs. 16-21). Antes de volver a la casa, el Espíritu como “la mujer” que busca ya había hecho la obra de buscar.
Después de que el hijo pródigo volvió a la casa, el padre les dijo a los siervos que le pusieran el mejor vestido. Esto fue un indicio de la justificación, lo cual implica la redención. Por consiguiente, en esa ocasión el hijo fue redimido, aprobado y aceptado. Según Lucas 15, eso ocurrió después de que el Espíritu, la mujer que buscaba, encontró al pródigo, la moneda perdida. Por lo tanto, antes de que la redención fuera aplicada al pródigo que regresó, el Espíritu Santo primero hizo algo para santificar, separar, al pecador y hacer que se arrepintiera.
La obra santificadora del Espíritu Santo no se hace de una vez por todas. Según el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo santifica en tres etapas (2 Ts. 2:13 y la nota 133). El primer paso ocurre antes del arrepentimiento del creyente a fin de estimular el arrepentimiento del creyente, para separar y santificar al pecador y llevarlo a Cristo. Esta es la santificación que se menciona en 1 Pedro 1:2 y Lucas 15. Luego, después de que el pecador se arrepiente y recibe a Cristo, el pecador recibe la redención de Cristo. En ese momento el pecador es regenerado y experimenta el segundo paso de la obra santificadora del Espíritu Santo, la cual es principalmente una santificación de posición (He. 13:12; 1 Co. 6:11). Finalmente, en el curso de su vida cristiana, el pecador salvo será santificado en su disposición (Ro. 6:19, 22). Este es el tercer paso de la obra santificadora del Espíritu Santo.
Como vemos en los escritos de Pedro, el primer elemento de la base del crecimiento de los creyentes en la vida divina es la santificación del Espíritu. Puesto que el Espíritu Santo nos santificó, tenemos esta base, y podemos crecer en vida sobre ella. Ya que fuimos santificados por el Espíritu Santo, estamos dispuestos a abandonar los placeres de este mundo y disfrutar a Cristo en la vida de la iglesia para poder ganar más de Cristo.
La obra santificadora del Espíritu nos lleva a la aspersión de la sangre de Cristo, la cual se refiere a la redención y resulta en vida (Ro. 5:10, 17-18). Esta redención, por medio de la sangre derramada de Cristo (Ef. 1:7), nos fue aplicada para que la disfrutemos. Todos debemos darnos cuenta de que recibimos la aspersión de la sangre de Cristo y debemos estar convencidos del mismo. Puesto que recibimos la aspersión de la sangre preciosa de Cristo, fuimos redimidos. Somos el pueblo que recibió la aspersión de la sangre. ¡Cuán bueno! En primer lugar fuimos santificados por el Espíritu Santo y luego fuimos rociados con la sangre de Jesús. Por lo tanto, Dios nos puede justificar, recibir y aceptar debido a que fuimos redimidos y rociados con la sangre. Ahora no existe problema entre nosotros y Dios. Todos los problemas fueron cubiertos por la sangre. Esta es una base sólida sobre la cual nosotros crecemos en la vida divina.
El siguiente asunto en los escritos de Pedro que se da como base del crecimiento en vida de los creyentes es la regeneración por medio de la resurrección de Cristo (1 P. 1:3b). Cristo no sólo derramó Su sangre para redimirnos; también resucitó de entre los muertos para regenerarnos. Tal vez parezca raro decir que fuimos regenerados por medio de la resurrección de Cristo. Según nuestra perspectiva, fuimos regenerados en cierta ocasión después de que nacimos. Sin embargo, 1 Pedro 1:3 nos dice que fuimos regenerados juntos, como grupo del pueblo de Dios, no uno por uno. Cuando Cristo resucitó, millones de creyentes de Cristo a lo largo de todos los siglos fueron regenerados juntamente como un grupo.
La Biblia nos dice que cuando Cristo murió, nosotros morimos con El y en El (Ro. 6:6; 2 Co. 5:14b; Gá. 2:20), y cuando Cristo resucitó, nosotros resucitamos con El y en El (Ef. 2:5-6). En esa resurrección fuimos regenerados en Cristo.
No obstante, tal vez nos parezca ilógico decir que hace dos mil años fuimos regenerados por medio de la resurrección de Cristo, aunque no habíamos nacido todavía. ¿Cómo podíamos ser regenerados antes de nacer? ¿Cómo podíamos nacer de nuevo, una segunda vez, antes de nacer la primera vez? Para nuestra mente pequeña esto tal vez parezca ilógico, pero para la mente grande de Dios, es muy lógico. Esto se debe al hecho de que para Dios, no existe el elemento de tiempo. Dios sólo ve los hechos; a El no le interesa el tiempo. El tiempo no es importante para El. Lo que le interesa es el hecho de que usted es regenerado. Fuimos santificados por el Espíritu, rociados con la sangre y regenerados mediante la resurrección de Cristo. Estos asuntos son una base sólida sobre la cual podemos crecer en vida.
Otro asunto en los escritos de Pedro que constituye la base del crecimiento de los creyentes en la vida es la fe igualmente preciosa que Dios nos asignó (2 P. 1:1b). Los cristianos somos un pueblo especial, un pueblo que es especial con respecto a nuestra fe. Nuestra fe es un misterio. Es común que alguien diga: “Si no veo cierta cosa, no puedo creer”. Pero nosotros los cristianos creemos en lo que nunca hemos visto. Aunque nunca hemos visto a Jesús, creemos en El (1 P. 1:8). Aunque nunca le hemos visto, tenemos la plena certeza de que Jesús es real. En todo el universo existe una persona, Jesús, que es tanto Dios como hombre. Sabemos que El es real porque la Biblia nos lo dice. Por nuestra fe creemos que la Biblia es cierta.
En 2 Pedro 1:1 se dice que nuestra fe nos es dada por Dios. Es una porción que Dios nos asignó. En nosotros mismos no podemos producir la fe, pero Dios nos dio la fe como nuestra porción. La expresión “una fe igualmente preciosa que la nuestra” en 2 Pedro 1:1 indica que en todo el universo sólo existe una fe como porción asignada a todo el pueblo que Dios redimió. En el Antiguo Testamento la tierra de Canaán era la buena tierra asignada por Dios como herencia a Su pueblo Israel. Cuando el pueblo de Israel entró en la buena tierra y tomó posesión de ella, la buena tierra fue dividida en porciones y asignada a cada familia de las doce tribus de Israel (Nm. 35:51-54). Del mismo modo, en el universo hay un asunto grande llamado la fe. Dios ha otorgado una porción de esta fe única a cada uno de Su pueblo escogido. Así que, todos tenemos la misma fe única. Todos hemos recibido una porción asignada de esta fe. No la recibimos de parte de otros; Dios nos asignó esta fe. La manera en la cual Dios nos asignó esta fe es un misterio de misterios.
Cuando creemos, no somos nosotros quienes creemos; Dios nos asigna una porción de la fe única. El nombre de esa fe es Jesucristo. La fe que empleamos para creer en Cristo es Cristo mismo (Ro. 3:22 y la nota 1; Gá. 2:16a y la nota 1). Cuando oímos el evangelio y nos arrepentimos, apreciamos al Señor Jesús. En aquel momento, el Jesús escondido, el Jesús misterioso, entró en nosotros secretamente y llegó a ser nuestra fe por la cual creemos en El. Cuanto más dijimos: “Jesús”, más creímos en El, y más llegó El a ser amable para nosotros. ¡Cuán amable y precioso es nuestro Jesús! En el universo existe un sólo Jesús que es la fe para nosotros. Por tanto, nuestra fe es única. Tenemos la fe como nuestra base sobre la cual podemos crecer en El.
Otro asunto esencial que se da como base para nuestro crecimiento en vida es el poder divino, el cual nos dio todas las cosas que pertenecen a la vida y la piedad (2 P. 1:3a). El poder divino nos dio todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad. Deseamos ser santos, y también tenemos la aspiración de ser como Dios, es decir, de ser piadosos, porque todos estos asuntos fueron sembrados en nosotros. Jesús como el Sembrador se ha sembrado a Sí mismo en nosotros como la semilla de santidad y piedad. El deseo y la aspiración de estas cosas están incluidos en esa semilla. Las semillas pequeñas de las flores se siembran en la tierra, y cuando crecen, producen flores de muchos colores. Del mismo modo, la santidad, la piedad y todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos fueron dadas. Todas estas cosas están en nosotros. Pero si no buscamos la santidad y la piedad, no nos sentimos felices. Mientras buscamos santidad y piedad somos muy felices, debido a que dentro de nosotros tenemos tal base.
Los últimos asuntos en los escritos de Pedro que se dan como base para nuestro crecimiento en vida son las preciosas y grandísimas promesas y la naturaleza divina (2 P. 1:4). En el Nuevo Testamento hay cientos de preciosas y grandísimas promesas. Una de estas promesas se encuentra en Mateo 28:20: “Y he aquí, Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del siglo”. Otra grande y preciosa promesa se encuentra en 2 Corintios 12:9: “Bástate Mi gracia”. Hay muchas promesas como éstas en el Nuevo Testamento.
Además de estas promesas, también participamos de la naturaleza divina. Según 2 Pedro 1:4, llegamos a ser, por medio de las preciosas y grandísimas promesas, participantes de la naturaleza divina. El aspecto de la naturaleza es importante. Las gallinas ponen huevos porque concuerda con su naturaleza. El manzano y todos los árboles frutales producen fruto por su naturaleza y conforme a la misma. Esto significa que si tenemos cierta naturaleza, podemos actuar por esa naturaleza y conforme a la misma, y si no la tenemos, no podemos actuar conforme a ella. Como creyentes en Cristo, tenemos la naturaleza de Dios. ¡Qué maravilloso es esto! No solamente tenemos la vida de Dios, sino que también tenemos Su naturaleza. Deseamos ser santos, piadosos y espirituales debido a que estas condiciones concuerdan con la naturaleza de Dios, de la cual participamos. Puesto que tenemos la naturaleza de Dios, hacer las cosas de Dios nos es natural, porque las cosas divinas concuerdan con nuestra naturaleza divina.
La manera en que los creyentes crecen en vida también se revela en los escritos de Pedro.
Como se revela en los escritos de Pedro, los creyentes crecen en vida al beber la leche de la palabra (1 P. 2:2a). Cada palabra de la Biblia es una botella de leche. La leche que nos hace crecer en vida está en la santa Palabra.
Los creyentes crecen en vida también al disfrutar la gracia de Cristo y toda la gracia de Dios (2 P. 3:18; 1 P. 5:10). La gracia de Cristo es simplemente Cristo mismo distribuido en nosotros mediante Su redención para nuestro disfrute, y toda la gracia de Dios es simplemente el Dios Triuno procesado y consumado para ser nuestro suministro de vida en todos los aspectos. Dios tiene muchos aspectos, y cada aspecto de Dios es gracia para nosotros. Cuando tenemos contacto con Dios, le invocamos, le bebemos, le comemos y le inhalamos, recibimos la gracia.
Los creyentes crecemos en vida al beber la leche espiritual de la palabra, al inhalar a Cristo como nuestra gracia, y al recibir a Dios en Su Trinidad Divina como toda la gracia para nosotros.
Los escritos de Pedro también nos revelan que el crecimiento en vida de los creyentes tiene su progreso. Al crecer, progresamos.
En el progreso de nuestro crecimiento en la vida divina, crecemos desde la niñez hasta el sacerdocio (1 P. 2:2, 5). Necesitamos seguir adelante en nuestro crecimiento y pasar de ser infantes que maman a ser sacerdotes que prestan servicio. Cada vez que oramos, funcionamos como sacerdotes. Al orar podemos crecer y avanzar de la niñez al sacerdocio. Este es el progreso en nuestro crecimiento en vida.
Según 2 Pedro 1:5-7, el progreso del crecimiento de los creyentes en la vida divina empieza con la fe asignada por Dios y va al amor divino de Dios por medio de los seis pasos de virtud, conocimiento, dominio propio, perseverancia, piedad y amor fraternal.
La virtud es nuestro conducto cristiano amable. El amor es una virtud. La bondad y la humildad también son virtudes. Nuestras virtudes cristianas en nuestro crecimiento en la vida divina son las expresiones espirituales de los atributos divinos de Dios.
Primero, tenemos la fe asignada por Dios como base, y luego progresamos en nuestro crecimiento en la vida divina de la fe a la virtud. De la virtud necesitamos progresar al conocimiento. Necesitamos conocer la Biblia; necesitamos conocer a Dios según la Biblia. Necesitamos conocer a Dios en el Antiguo Testamento y también en el Nuevo Testamento. Necesitamos conocer a Dios en los cuatro evangelios, en las catorce epístolas del apóstol Pablo y en todos los otros libros del Nuevo Testamento. Por tanto, necesitamos aprender a estudiar la Biblia para adquirir el conocimiento divino de manera propia y completa.
Del conocimiento necesitamos progresar en nuestro crecimiento en vida al dominio propio. Un hombre necio siempre está libre en todo. Si usted es un hombre lleno del conocimiento divino, lleno del conocimiento de la verdad divina, usted sabrá cómo restringirse, es decir, como controlarse. Algunos santos no saben restringirse en sus palabras. Los que no tienen el conocimiento espiritual adecuado tal vez actúen de modo necio. Tal vez se lleven como un camión sin frenos. Necesitamos progresar en nuestro crecimiento en vida del conocimiento al dominio propio, a restringirse.
Luego, necesitamos progresar del dominio propio a la perseverancia. Mientras que el dominio propio está relacionado con nosotros mismos, la perseverancia significa soportar a otros y las circunstancias. Estos dos asuntos deben ser las virtudes fragantes de aquellos que han visto a Cristo como la centralidad y la universalidad de la economía eterna de Dios y quienes persiguen a Cristo, producen a Cristo, viven a Cristo y magnifican a Cristo. Luego ellos progresarán en el crecimiento de la vida divina, al estado de piedad, de ser semejantes a Dios, para expresar a Dios en Cristo en todos Sus atributos como las virtudes de ellos. Todos necesitamos avanzar de esta manera al siguiente paso, es decir, al amor fraternal con afecto, caracterizado por complacencia y placer. Nuestra piedad necesita la suministración del amor fraternal.
De este amor fraternal todavía necesitamos progresar hasta que alcancemos la cumbre, el amor divino, el cual es Dios mismo. Cada aspecto de este progreso es Cristo expresado al vivirle nosotros a El. La base, el fundamento, de este progreso es la fe que nos es asignada por Dios, y su piedra cimera es el amor divino de Dios.
En los escritos de Pedro, el crecimiento de los creyentes en la vida divina también tiene su resultado.
En los escritos de Pedro el primer resultado del crecimiento en vida de los creyentes es disfrutar la salvación continua y diaria (1 P. 2:2b). Necesitamos beber la leche de la palabra para crecer hasta ser salvos. Esta no es la salvación de la perdición, del infierno; más bien es la salvación en nuestra vida diaria. Para vencer nuestro enojo, especialmente relacionado con nuestro cónyuge, necesitamos ser salvos. Ser esposo o esposa requiere mucha salvación cada día. Si no experimentamos la salvación en muchos aspectos, no podemos ser esposos o esposas cristianos apropiados.
Todo esposo es un problema para su esposa. Todo esposo es una persona que tiene rasgos particulares. ¡Cuánta salvación necesitan las esposas! Cada esposa necesita aprender a confiar en la obra salvadora de Dios, no en su propia astucia, al tratar con su esposo. Todos necesitamos ser salvos.
Otro resultado del crecimiento en vida es ser fructíferos (2 P. 1:8). Cuando crezcamos en vida llevaremos fruto.
Pedro, en su primera epístola, nos revela que el Señor es una piedra viva y que nosotros, al tener contacto con El, también llegamos a ser piedras vivas (2:4-5a). Fuimos creados pedazos de barro en naturaleza (Gn. 2:7a; Ro. 9:21), pero al crecer en Cristo llegamos a ser piedras, transformadas metabólicamente en nuestra naturaleza. Estas piedras sirven como materiales para la edificación de la casa espiritual de Dios (1 P. 2:5b), las cuales tienen su consumación en el sacerdocio neotestamentario del evangelio para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios en nuestra predicación del evangelio (1 P. 2:5c, 9). Predicar el evangelio significa proclamar las virtudes amables, de manera bondadosa, del Señor, quien nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable.
Esta clase de predicación del evangelio, como resultado de nuestra transformación mediante nuestro crecimiento en la vida divina, debe ser hecha por un grupo de creyentes (no por medio de creyentes individualmente) edificados en un sacerdocio (no por sacerdotes individuales) como un cuerpo colectivo de sacerdotes, que llevan a cabo la divulgación de las buenas nuevas del Señor como testimonio corporativo para los pecadores que están en el mundo, proclamando las virtudes amables, tales como el amor, la benignidad, la gracia, la luz, el perdón, la redención, la salvación, etc., del Señor de modo amable y deleitable. Indudablemente esta clase de sonido victorioso, vital y corporativo de las buenas nuevas desde los cielos, será triunfante y exitoso. ¡Esta es la meta que deben alcanzar nuestros grupos vitales!
Pedro también nos dice que el crecimiento de los creyentes en la vida divina también tiene una consumación.
El crecimiento de los creyentes en la vida divina tendrá su consumación al entrar rica y abundantemente ellos en el reino eterno, esto es primeramente el reino de mil años y luego el reino eterno, del Señor Jesucristo (2 P. 1:11). Con el tiempo, todos entraremos en el reino de Cristo, pero algunos entrarán rica y abundantemente, mientras que otros entrarán pobre y escasamente. Necesitamos crecer en vida para poder entrar en el reino de Cristo de modo rico y abundante.
El crecimiento de los creyentes en la vida divina también tendrá su consumación al ser ellos glorificados con la gloria eterna de Dios, como la redención de sus cuerpos en la Nueva Jerusalén (1 P. 5:10). Nuestro espíritu fue regenerado, y nuestra alma ahora está siendo transformada. Cuando Cristo venga, nuestro cuerpo será transfigurado, o sea, será redimido en la gloria de Dios. Esto será nuestra glorificación en la era venidera. Todo esto depende de nuestro crecimiento en la vida divina. Así que, nuestro crecimiento en la vida divina sirve no solamente para la edificación de la casa de Dios sino también para nuestro disfrute en el reino y en la Nueva Jerusalén por la eternidad.
El crecimiento de los creyentes en vida se revela más en los escritos de Pablo.
En los escritos de los tres escritores principales del Nuevo Testamento en cuanto a nuestro crecimiento en la vida divina, la base revelada en los escritos de Pablo es la más completa y sólida.
El evangelio predicado por el apóstol Pablo se basa en la justicia de Dios (Ro. 1:17) para la salvación plena de Dios en Cristo. Por lo tanto, la justicia de Dios llega a ser la primera base sobre la cual crecen en la vida divina los creyentes, quienes han participado de la salvación de Cristo basada en la justicia de Dios.
La redención completa efectuada por Cristo (Ro. 3:24b) se lleva a cabo conforme a los requisitos de la justicia de Dios y satisfizo esos requisitos completamente ante Dios. Por tanto, llega a ser la base más sólida para que el pueblo redimido de Cristo crezca en la vida divina.
Basado en la redención completa y plena de Cristo, Dios justificó en Cristo a todos los creyentes (Ro. 3:24a; 8:30b), y los reconcilió consigo mismo en el aspecto que sigue. Estos también son bases sólidas que permiten que los creyentes de Cristo crezcan en la vida divina.
Dios ha reconciliado consigo mismo a aquellos que El justificó en Cristo basado en la obra redentora de Cristo (Ro. 5:10a).
Dios nos regeneró después de reconciliarnos consigo mismo para lavar y quitar de nosotros la vieja creación (Tit. 3:5). Este aspecto y el que sigue son las bases esenciales que nos permiten crecer en la vida divina.
Junto con Su regeneración, Dios nos ha renovado por la germinación de Su Espíritu Santo para tener un nuevo principio en Su nueva creación (Tit. 3:5).
La salvación de Dios mencionada en Romanos 1:16 incluye todos los diferentes aspectos de la plena salvación de Dios, la cual es un aspecto básico por el cual el creyente crece en la vida divina.
La salvación completa y plena de Dios comprende un aspecto particular, es decir, salvarnos por la vida de Cristo (Ro. 5:10b) en todos los asuntos de nuestra vida diaria, en el curso de nuestra vida cristiana, especialmente al regenerarnos, transformarnos, conformarnos y glorificarnos. Esta es la base esencial sobre la cual podemos crecer en la vida divina, la cual es Cristo mismo.
En la salvación completa y plena de Dios, el asunto todo-inclusivo es el hecho de que Dios nos pone en Cristo en una unión orgánica con El, haciendo que El sea nuestra vida, nuestra justicia, nuestra santificación, nuestra redención y todo lo positivo (1 Co. 1:30; Col. 3:4). Esta es la base todo-inclusiva sobre la cual crecemos en la vida divina.
Nuestra identificación con Cristo en Su crucifixión, resurrección y ascensión (Ro. 6:3-6; Ef. 2:6), que hace que Su historia sea nuestra historia, también es una base crucial de nuestro crecimiento en la vida divina.
Además de todos los asuntos mencionados anteriormente, Pablo en sus escritos nos asegura de la gracia abundante y múltiple de Dios (Ro. 5:20), la cual es la gracia de Cristo que es suficiente para satisfacer todas nuestras necesidades en nuestra vida cristiana (2 Co. 12:9) y nos guía a reinar en vida en Cristo (Ro. 5:21). Tal gracia abundante es necesaria como base de nuestro crecimiento en la vida divina.
El dispensar de la bendición de la Trinidad Divina para hacernos la iglesia como Cuerpo de Cristo (Ef. 1:3-23) es una gran base de nuestro crecimiento en la vida divina.
Cristo creó a los creyentes judíos y a los gentiles en un solo y nuevo hombre mediante Su crucifixión (Ef. 2:13-16) y El se ha hecho cada miembro de este nuevo hombre (Col. 3:10-11). Esta base de nuestro crecimiento en la vida divina es tan grande como la de hacernos la iglesia.
Cristo ha hecho de todos Sus creyentes una nueva creación de la vieja creación (2 Co. 5:17). Esto también es una base esencial de nuestro crecimiento en la vida divina.
La salvación completa y plena ha hecho que todos los creyentes en Cristo sean un espíritu con El (1 Co. 6:17). Esta es la cumbre de la base sobre la cual crecemos en la vida divina.
En los escritos de Pablo se revela con más detalle que en los escritos de Pedro la manera en que los creyentes crecen en vida. Según los escritos de Pablo, los creyentes crecen en vida al beber la leche espiritual (1 Co. 3:2a; He. 5:12b), al comer el alimento espiritual (He. 5:14a), al beber del Espíritu (1 Co. 12:13b), al ser regados (1 Co. 3:6b, 7b) y mediante la operación de Dios en ellos (Fil. 2:13). Los creyentes también crecen en vida al vivir Cristo en ellos y al hacer Su hogar en ellos (Gá. 2:20a; Ef. 3:17a). Cristo no sólo vive en nosotros sino que también hace Su hogar en nosotros. El desea acomodarse en nosotros.
Los creyentes también crecen en vida por la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo que está en ellos (Fil. 1:19b). Cuando uno tiene el Espíritu de Jesucristo, tiene la rica y abundante suministración en todo.
Los creyentes también crecen en vida por medio del crecimiento de Dios (Col. 2:19). Mientras crecemos en la vida divina, Dios también crece en nosotros. Puesto que Dios es completo y perfecto en Sí mismo, tal vez nos preguntemos por qué necesita crecer. Es cierto que Dios es completo y perfecto en Sí mismo, pero El no es completo ni perfecto en nosotros. En la mayoría de nosotros Dios es muy pequeño. ¿Cuánto de Dios tiene usted en su interior? Sólo Dios sabe la respuesta a esta pregunta. No obstante, tenemos que permitir que Dios crezca en nosotros.
Finalmente, en los escritos de Pablo los creyentes crecen en vida por el suministro de la Cabeza, Cristo (Ef. 4:16a). Nosotros somos los miembros del Cuerpo de Cristo. Mientras que nosotros como miembros crecemos, Cristo, la Cabeza, nos suministra. De parte de la Cabeza recibimos el suministro para crecer en vida. En nuestra vida espiritual, día tras día necesitamos comer lo suficiente, de manera recta y adecuada para poder recibir el suministro de parte de Cristo la Cabeza. Todos debemos practicar el comer, el beber y el respirar. También necesitamos aprender a descansar. Para estar sanos necesitamos hacer cinco cosas: comer, beber, respirar, descansar y hacer ejercicio. Si hacemos estas cinco actividades en nuestra vida cristiana, seremos sanos espiritualmente e indudablemente creceremos en vida.
En los escritos de Pablo también vemos el progreso del crecimiento de los creyentes en vida.
En nuestro crecimiento en vida, nosotros los creyentes progresaremos del hombre carnal al hombre del alma, y del hombre del alma al hombre espiritual (3:1, 1 Co. 3:3; 2:14a). Debemos preguntarnos qué clase de hombre somos: ¿Somos un hombre carnal, un hombre del alma o un hombre espiritual? Un hombre carnal es uno cuyo comportamiento está bajo la influencia de su naturaleza carnal y participa del carácter de la carne. Esta persona tal vez se enoje fácilmente. Un hombre del alma es un hombre natural, uno que permite que su alma (lo cual incluye la mente, la parte emotiva y la voluntad) domine todo su ser y viva por su alma, haciendo caso omiso de su espíritu, es decir, no usando su espíritu, e incluso comportándose como si no tuviera espíritu (Jud. 19). Esta persona tal vez no se enoje fácilmente, pero su mente está llena de pensamientos y razonamientos. Una persona del alma no tiene capacidad de recibir las cosas del Espíritu de Dios (1 Co. 2:14). Un hombre espiritual es uno que niega su alma y que no vive por su alma, sino que permite que su espíritu, es decir, su espíritu regenerado, el cual está ocupado y es infundido con energía por el Espíritu de Dios, domine todo su ser. Un hombre espiritual vive por tal espíritu y se mueve y actúa conforme a él (Ro. 8:4).
Si usted se enoja fácilmente, es un hombre carnal. Si siempre razona en su mente y murmura en sus emociones (Fil. 2:14), es hombre de carne. Si simplemente invoca el nombre del Señor, permanece en su espíritu y lo hace todo conforme al Espíritu (Ro. 8:4b), pase lo que pase, es hombre espiritual. En vez de razonar y murmurar con nuestro cónyuge, con los santos en la iglesia o con los ancianos, debemos simplemente invocar: “Oh Señor”, todo el tiempo, viviendo así en nuestro espíritu. Luego seremos hombres espirituales.
No debemos pensar que es fácil invocar: “Oh Señor”. No lo es. A veces cuando usted está en la carne, tal vez trate de decir: “Oh Señor”, pero no pueda decir ni: “Oh”. Decir: “Oh Señor” requiere mucho poder. Necesitamos crecer en vida hasta que no importa lo que nos pase, reaccionaremos invocando: “Oh Señor” sin murmurar, razonar, quejarnos ni argumentar. Si somos personas espirituales, serviremos para la edificación del Cuerpo de Cristo. De otro modo, si somos personas que viven por el alma o por la carne, no podremos ser edificados con otros.
Según los escritos de Pablo, los creyentes también progresan en su crecimiento en vida de la infancia a la madurez, es decir, al crecimiento pleno (1 Co. 3:1b; Col. 1:28b; Ef. 4:13b). Por medio de nuestro crecimiento en la vida nosotros los creyentes maduramos con Cristo como el elemento de la vida divina hasta llegar a la plena madurez.
Nosotros los creyentes también progresamos en nuestro crecimiento en vida de ser polvo a ser plantas y de ser plantas a ser piedras preciosas (1 Co. 3:6a, 7a, 12a). Originalmente, el hombre fue hecho por Dios del polvo de la tierra (Gn. 2:7). Es necesario que una semilla sea sembrada en el polvo para llegar a ser una planta. Luego el polvo y la semilla se juntan para crecer, llegando a ser así una planta. Cristo fue sembrado en nosotros como la semilla de vida, y nosotros somos el polvo, la tierra, como el suelo. Mientras cooperamos con Cristo para crecer juntamente con El, un brote es producido y ese brote llega a ser una planta.
Luego, según 1 Corintios 3, los creyentes como plantas necesitan ser transformados de plantas a minerales, es decir a piedras preciosas, para la edificación del Cuerpo de Cristo. Así que, primero necesitamos crecer y luego, ser transformados. Al principio de nuestra vida cristiana nuestra necesidad principal es crecer. Nuestro crecimiento en vida es muy importante. Con el tiempo, nuestro crecimiento introduce la transformación, un cambio metabólico en el cual la vida y naturaleza divina de Dios se extienden por todo nuestro ser, específicamente por nuestra alma, llevando a Cristo con todas Sus riquezas a nuestro ser como nuestro elemento nuevo y causando que nuestro elemento viejo y natural salga gradualmente. Necesitamos crecer de polvo a plantas, y necesitamos crecer más y ser transformados de plantas a piedras preciosas para el edificio de Dios.
En los escritos de Pablo el resultado del crecimiento en vida de los creyentes también es revelado ricamente.
En nuestro crecimiento en la vida divina nosotros los creyentes crecemos en Cristo, la Cabeza, en todo (Ef. 4:15). En cuanto a las hermanas, dos problemas pequeños de su vida tal vez sean la manera en que se peinan y su ropa. Si pedimos a algunas hermanas que tengan su avivamiento matutino por diez minutos, tal vez digan que no tienen tiempo; pero tienen tiempo de estar veinte minutos delante del espejo peinándose. Esto significa que estas hermanas tal vez crezcan en Cristo en muchas cosas, pero no en el asunto de peinarse. Otra área en la cual las hermanas tal vez necesiten crecer en Cristo es el asunto de ir de compras. Muchas hermanas leen el periódico no para informarse de asuntos importantes sino para localizar los especiales en las tiendas. Si las hermanas pueden vencer en el asunto de ir de compras, crecerán mucho en Cristo.
En nuestro crecimiento en vida, nosotros los creyentes también crecemos hasta llegar a ser un hombre maduro (Ef. 4:13b). No debemos permanecer infantes o meramente adolescentes en la vida divina; debemos madurar hasta ser un hombre maduro. Este es el resultado de nuestro crecimiento en la vida divina.
Los creyentes también crecemos a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Ef. 4:13c). La plenitud de Cristo denota la expresión de Cristo, y la expresión de Cristo es simplemente el Cuerpo de Cristo. Igual que el cuerpo físico de un hombre, el Cuerpo de Cristo tiene una estatura, y esta estatura tiene una medida. Todos necesitamos crecer a la medida apropiada de la estatura del Cuerpo de Cristo, la cual en realidad es la estatura de Cristo.
En nuestro crecimiento en vida nosotros los creyentes también crecemos para la edificación del Cuerpo (Ef. 4:12b, 16c). La edificación del Cuerpo de Cristo está completamente relacionada con nuestro crecimiento. Si no crecemos, no hay edificación. Si todos crecemos, habrá mucha edificación.
Crecemos hacia la edificación del Cuerpo al ser perfeccionados (Ef. 4:12a). Esta es la razón por la cual necesitamos tener reuniones de grupos pequeños: para llevar a cabo el perfeccionamiento mutuo de todos los santos como miembros del Cuerpo de Cristo.
También crecemos hacia la edificación del Cuerpo al ser unidos y entrelazados por cada coyuntura del rico suministro y por la operación de cada parte en su medida (Ef. 4:16). La palabra unidos implica ser unido al ser acoplado, y la palabra entrelazados implica ser entretejido. En el Cuerpo no sólo somos unidos sino también entrelazados. El Cuerpo es edificado por medio del rico suministro de cada coyuntura y a través de la operación de cada parte en su medida. Las coyunturas son los miembros especialmente dotados del Cuerpo, tales como los apóstoles, los profetas, los evangelistas y los pastores y maestros (v. 11). Las partes son todos los miembros del Cuerpo. Por medio de estas dos clases de miembros todo el Cuerpo es unido y entrelazado para la edificación.
El Cuerpo se edifica a sí mismo en amor. Esto no es nuestro amor, sino el amor de Dios en Cristo, el cual llega a ser el amor de Cristo en nosotros, por medio del cual amamos a Cristo y a los miembros de Su Cuerpo. Debemos amarnos con el amor divino para la edificación del Cuerpo de Cristo.
Igual que los escritos de Juan y Pedro, los escritos de Pablo también revelan la máxima consumación del crecimiento de los creyentes en vida.
Nuestro crecimiento en vida tendrá su consumación finalmente al ser transfigurado nuestro cuerpo en el cumplimiento de la redención plena (Fil. 3:21; Ro. 8:23b). Fuimos redimidos en nuestro espíritu por medio de la regeneración y ahora estamos siendo redimidos en nuestra alma mediante el crecimiento y la transformación. Finalmente, seremos redimidos en nuestro cuerpo mediante la glorificación. Por lo tanto, la redención de nuestro cuerpo es la consumación de la redención plena, la cual incluye la regeneración, la transformación y la glorificación.
En la consumación final del crecimiento en vida de los creyentes, los creyentes serán glorificados con la gloria de Dios en la expresión corporativa de la Nueva Jerusalén (Ro. 8:30c; Ap. 21:2, 10-11). La Nueva Jerusalén es la última señal en la economía de Dios (Ap. 1:1 y el primer párrafo de la nota 12) y la meta final de todo el pueblo redimido de Dios (He. 11:10, 16; 12:22; Gá. 4:26). Como una gran señal en la economía de Dios, la Nueva Jerusalén representa todas las personas redimidas, justificadas, regeneradas, santificadas transformadas, transfiguradas y glorificadas de Dios. Todos los aspectos de la Nueva Jerusalén necesitan nuestro crecimiento y transformación. Por lo tanto, por Su misericordia y Su gracia les recomiendo que hagan todo lo posible por crecer en Cristo y por ser transformados en Su vida por el Espíritu. Luego, El podrá edificar Su Cuerpo hoy a fin de que tenga su consumación en la Nueva Jerusalén venidera.