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Mensajes del libro «Cristo es contrario a la religión»
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CAPITULO NUEVE

LA COMISION DEL SEÑOR

  Lectura bíblica: Juan 20:1, 11, 14-17, 19-23, 26; 21:1, 3-6, 9-19, 22

  Mateo y Juan son los dos Evangelios que muestran cuán incompatible es Cristo con la religión. ¿Por qué estos dos libros subrayan tanto este asunto? Mateo declara que Jesús es Emanuel, Dios con nosotros. Jesús no era únicamente hombre, sino también Dios. Como tal, El era absolutamente distinto de la religión y no tenía nada que ver con ésta. Como hombre, El pudo haberse asociado y relacionado con la religión, pero como “Dios con nosotros”, El es totalmente ajeno a la religión. Esto es Mateo. Por otra parte, Juan dice que Jesús era el Verbo en el principio, es decir, Dios mismo encarnado como hombre. El no era solamente un hombre, sino un Dios-hombre. Por lo tanto, debido a la esencia de Su ser, El no tenía nada que ver con la religión.

  Otro aspecto particular de Mateo y Juan consiste en que nunca mencionan la ascensión del Señor Jesús, mientras que los evangelios de Marcos y Lucas sí la mencionan. La ascensión del Señor implica que El se fue de nosotros; sin embargo, Mateo nos dice que El es Emanuel, Dios con nosotros. Como tal, El nunca podría irse. Por consiguiente, El dijo: “He aquí, Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del siglo” (Mt 28:20). Ciertos pasajes de la Biblia afirman que Jesús ascendió, pero Mateo y Juan no dicen eso. Además, el Evangelio de Mateo no tiene ninguna conclusión, y el Evangelio de Juan tampoco la tiene. Juan relata que el Señor Jesús se reunía con Sus discípulos en la tierra, pero dicho relato no ha terminado ya que El continúa reuniéndose con Sus discípulos hoy. En los cielos, el Evangelio de Juan ya debe tener algunos dos mil veintidós capítulos; quizá ahora estemos en el capítulo número dos mil veintitrés. Ciertamente este Cristo no podría estar en ninguna religión. El se halla en una esfera ajena a la religión.

EL CAPITULO VEINTIUNO DE JUAN ES UN APENDICE

  Indudablemente, el Evangelio de Juan es el libro más maravilloso con respecto a la vida. Cuando era joven, apreciaba mucho el primer capítulo de este evangelio. Empieza de una forma gloriosa: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios ... en El estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. ¡Es tan elevado y profundo! No obstante, cuando llegué al último capítulo de Juan, el capítulo veintiuno, quedé sorprendido y confuso, pues no se parece a ningún otro capítulo de Juan. En él leemos: “Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dijeron: Vamos nosotros también contigo”. Entonces todos fueron a pescar, y no pescaron nada en toda la noche. De repente, Jesús estaba allí y les habló acerca del comer, etc. ¿Qué clase de capítulo es éste? El capítulo catorce habla del Consolador y del Espíritu de realidad, el quince habla de la vid y de los pámpanos, y el capítulo diecisiete trata de la oración del Señor como Sumo Sacerdote; estos capítulos son maravillosos y profundos. ¿Podría usted creer que un evangelio como el de Juan incluyera el capítulo veintiuno? Cuando era joven pensaba que algo debía estar equivocado. En mi opinión, este capítulo no encajaba.

  Leamos los últimos dos versículos del capítulo veinte, los versículos 30 y 31: “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de Sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en Su nombre”. Estos versículos son verdaderamente maravillosos y constituyen una conclusión apropiada de todo el libro. A estas alturas podríamos decir que el libro ha concluido; pero después, sigue otro capítulo más. Lo podríamos llamar un apéndice o una posdata.

SIN PROGRAMA

  Si usted fuera Jesús y supiera que iba a morir y a resucitar de entre los muertos, ciertamente habría dado muchas instrucciones a sus discípulos. Tal vez les habría dicho: “Pedro, Juan, Jacobo y el resto de ustedes, vengan aquí y permítanme darles un programa. Primero voy a morir; después, resucitaré de los muertos al tercer día; posteriormente, todos ustedes deben encontrarse conmigo en cierto lugar, donde haré ciertas señales; en cuarto lugar, todos deben ir a otros lugares, donde sucederán otras cosas; en quinto y sexto lugar, etc. etc. y así hasta el punto número veinticuatro”. Si ustedes estuvieran en lugar de Jesús, ciertamente planearían todo detalladamente con los discípulos. Este es nuestro concepto natural, nuestra mentalidad religiosa. Pero al leer los últimos dos capítulos de Juan no vemos nada parecido a esto; el Señor Jesús nunca dio ninguna instrucción ni dejó programa alguno. Desde nuestra perspectiva natural, todo parece confuso. Todo sucedió como por accidente. Sin embargo, ¡alabado sea el Señor! aunque no se había planeado nada, ni se hizo ningún arreglo o cita, los discípulos tenían al Cristo resucitado, al Señor vivo. Este Cristo, como lo subraya el relato en estos capítulos, venía a Sus discípulos en cualquier lugar y en cualquier momento. Simplemente se aparecía. El llegaba de una manera totalmente distinta de la religión actual. Nunca convocó una reunión formal; no hubo ninguna reunión de ese tipo. Si Pedro hubiera convocado una reunión urgente con todos los discípulos para discutir muchos asuntos con Jesús, esa acción habría correspondido con nuestro concepto. No obstante, Jesús nunca se reunió de esta manera con Sus discípulos.

JESUS SE APARECE A UNAS HERMANAS INSENSATAS

  Jesús se apareció por primera vez después de Su resurrección, a un grupo de hermanas insensatas. En cierto sentido, las hermanas son siempre insensatas. No parecen tener un entendimiento muy claro. Por otra parte, los hermanos parecen siempre entenderlo todo claramente; así que, Pedro, Jacobo y Juan se quedaron en casa para dormir. Tal vez dijeron a María: “¡Ir al sepulcro tan temprano es algo insensato! ¿Por qué no mejor te quedas en casa y duermes?” En la vida de iglesia las hermanas, en cierto sentido, siempre hacen cosas de manera insensata. Pero les aseguro que necesitamos muchas hermanas insensatas en la iglesia. La resurrección del Señor Jesús fue descubierta por medio de estas hermanas insensatas. El Señor no se apareció por primera vez a unos hermanos entendidos, sino a unas hermanas insensatas. ¿Qué podemos decir de esto? No creo que el Señor se aparecería a los cristianos que lo saben todo, pero muchas veces, El se aparece a los insensatos. Esto es indiscutible. Sin duda alguna las hermanas eran insensatas, pero ellas fueron las primeras que vieron al Señor. Buscaron al Señor de una manera insensata, pero debemos agradecer al Señor por tal insensatez. Cuanto más creemos que sabemos, menos útiles somos para el Señor.

  El Señor me hizo un hermano, un hombre, y debo estar satisfecho con lo que El creó; pero a veces le pregunto: “Señor, ¿por qué me hiciste hombre? Quisiera ser una hermana. Un hombre no te ve muy fácilmente, pero una hermana insensata sí. Si fuera hermana, te vería y estaría contigo. ¡Me gustaría ser una hermana!” La primera reunión que el Señor Jesús tuvo después de Su resurrección, fue con unas hermanas; ¡no con hermanos! Esa fue la primera reunión en el Nuevo Testamento con el Cristo resucitado.

LAS REUNIONES EN RESURRECCION

  Observe ahora lo que el Señor dijo a María: “Ve a Mis hermanos, y diles: Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios” (20:17). El Señor no habló mucho con ella ni le dio un mensaje largo. No hubo absolutamente nada religioso en ese encuentro. Supongamos que nosotros fuésemos Jesús, probablemente diríamos: “María, inclinemos nuestra cabeza y oremos. Luego entonemos un himno y leamos el salmo 16, donde te mostraré cómo debía resucitar de entre los muertos”. Después diríamos: “María, ahora que lo sabes todo, ve y dilo a Mis discípulos. Yo permaneceré contigo; oraré por ti; Dios sea contigo”. Pero Jesús nunca hizo semejante cosa. El dijo una o dos frases, y eso fue todo. No hubo oración, cántico, lectura bíblica, mensaje ni promesa alguna de que la acompañaría. Eso fue todo lo que sucedió ese día temprano por la mañana.

  Entonces, por la noche de aquel día, los discípulos estaban en una condición extremadamente confusa. Algunos, al igual que María, habían visto al Señor después de Su resurrección y dieron las nuevas a los otros. Otros vieron al Señor durante el día, camino a Emaús. Todos los discípulos se reunieron sin saber adónde ir ni qué esperar. De repente, el Señor Jesús se apareció allí. Todas las puertas estaban cerradas, pero Jesús se apareció inesperadamente. No había nada formal ni religioso, nada arreglado, nada programado. Simplemente Jesús llegó y se paró en medio de ellos, diciendo: “Paz a vosotros”. No oraron, no cantaron, no leyeron la Biblia; El no dijo: “Dios les bendiga, Yo estoy con vosotros”; no hubo nada de eso. Sólo dijo: “Paz a vosotros”. Después de decir esto, El hizo algo que a nuestra mente natural le parecería insensato: El sopló en ellos. Jesús sopló en ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo [el Aliento Santo, griego.]” (v. 22). Luego, después de soplar en ellos, les dijo que les confería autoridad para perdonar y retener los pecados de las personas. Eso fue todo. ¡No hubo nada más! ¿Qué es esto? Ciertamente, nada religioso. No hay ningún relato que diga que Jesús se fue. El evangelio narra solamente que Jesús llegó cuando las puertas estaban cerradas, pero no menciona su partida.

  Más adelante, leemos que después de ocho días, los discípulos estaban otra vez reunidos, y que Jesús se puso en medio de ellos (v. 26). El Señor volvió a ellos numerosas veces. La Biblia narra Su venida, pero nunca menciona Su partida. ¡Esto es maravilloso! ¿Qué significa todo esto? En cierto sentido, hubo una reunión, pero nunca una despedida. Nadie dijo: “Quedamos despedidos”. Sólo leemos algo acerca de la venida del Señor, pero no de Su partida. Creo que el Señor nos está revelando algo totalmente diferente de lo que el cristianismo actual enseña.

  ¿No cree usted que Juan capítulo veinte describe verdaderas reuniones en aquellas dos noches? Sin duda, los discípulos se reunieron con el Jesús resucitado. Pero allí no hubo oración, ni cantos o himnos; no se leyó la Biblia; no hubo un mensaje ni despedida. Sólo se narra la llegada de Jesús, pero no Su partida. Vemos el comienzo, mas no el final. ¡Aleluya!

MILAGROS EN EL MAR

  Después del capítulo veinte, tenemos una “posdata”, un apéndice, mostrándonos cuánto se parecían los discípulos a nosotros. Quizás ellos no tuvieron ninguna dificultad en seguir adelante durante un par de días, a pesar de la situación aparentemente insegura; pero no tenían la capacidad de continuar por más tiempo en esa situación. Cuando llegó el momento en que no tuvieron nada de comer, Pedro, el hermano que llevaba la delantera, no lo pudo soportar y dijo: “Hermanos, voy a pescar, voy a conseguir algo de comida”. Todos los demás dijeron: “De acuerdo, si tú vas, nosotros también iremos”. Así que, todos fueron a pescar y laboraron arduamente toda la noche. El tiempo adecuado para pescar es durante la noche; por tanto, fueron a pescar en el momento adecuado. Además, algunos de ellos eran pescadores profesionales, y para colmo, conocían perfectamente ese mar. Pedro, Jacobo y Juan se criaron allí. Conocían cada palmo del lago. Sin embargo, no pescaron nada en toda la noche. ¡Ese fue el milagro más grande! ¿Podrían creer ustedes que dichos pescadores profesionales, después de haber trabajado toda la noche en un mar que conocían perfectamente, no pescaron nada? ¿No cree usted que eso es un milagro? El Señor Jesús debe haberle ordenado a los peces: “¡Peces, apártense de ellos! Toda clase de peces, obedézcanme, permanezcan lejos de Mis discípulos hasta que Yo les mande regresar.” Esto fue un verdadero milagro, totalmente contrario a la ley natural.

  Cuando llegó la mañana, los discípulos deben haber estado muy desanimados. Si no pudieron pescar nada durante la noche, ¿cómo podrían pescar algo de día? No obstante, en medio de su desesperación llegó el Señor Jesús. El conocía el problema de ellos, ya que era un problema clásico de falta de comida. Así que, les preguntó: “Hijitos, ¿no tenéis algo de comer?” (v. 5). Respondieron: “No.” Entonces el Señor les dijo: “Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis.” En realidad El dijo: “Háganlo a Mi manera, conforme a Mi palabra”. Y ellos lo hicieron así. Aunque no era el mejor momento para pescar, esta vez pescaron conforme a la palabra del Señor y recogieron una gran cantidad de peces, ciento cincuenta y tres. ¡Otro milagro! Al llegar a la orilla, Pedro vio que el Señor ya tenía peces allí. Con este hecho el Señor dio a entender a Pedro implícitamente: “No necesitas ir a pescar al mar; aun en la tierra Yo puedo prepararte pescado. Pedro y Juan, ¿necesitan pescado? ¿Por qué no me piden a Mí? Yo soy mucho mejor que el mar. Ustedes fueron al mar, sin Mí, y no consiguieron nada. Quédense en casa, simplemente pídanme, y tendrán todos los peces que necesiten”.

  El primer milagro fue que no pescaron nada durante toda la noche. A esto le siguió el segundo milagro: que por la mañana, ya de día, atraparon muchos peces. El tercer milagro fue que, sin haber tomado nada del mar, el Señor tenía pescado en tierra, pescado ya preparado; y no solamente había preparado el pescado, sino que también les dio pan. ¡Esto es maravilloso! Todo estaba ya listo. ¡Sólo vengan a comer!

  Si unimos todos estos sucesos, veremos algo muy importante: lo que el Señor hizo y dijo a los discípulos, incluyendo a Pedro, describe claramente la vida de iglesia en la actualidad. La vida de iglesia debe desarrollarse totalmente fuera de la religión. La religión siempre tiene un programa, mucha organización y un sistema. Pero aquí no vemos nada de eso. Aquí sólo vemos a una persona viva que está siempre con nosotros. El siempre está presente: al aire libre o debajo de un techo, adentro o afuera, en casa o en la orilla del mar. No podemos deshacernos de El, pues siempre está con nosotros y sabe todo lo que necesitamos; estemos conscientes o no, Su presencia está con nosotros. Si necesitamos comida, El cuidará de ello. No tenemos que ir a pescar: El tiene los peces ya preparados. Simplemente debemos disfrutarlo. Como ya hemos visto, la religión usa el poder del dinero para solucionar los problemas; pero el Señor Jesús ejerce Su autoridad universal. Cada vez que se inicia una obra para el Señor, el concepto natural y religioso considera siempre los fondos disponibles. Esta es la razón por la cual Pedro fue a pescar, puesto que esa era la manera de obtener el dinero necesario para comer. El pensó que por lo menos necesitaba algo para comprar alimentos.

  Estoy convencido de que muchos jóvenes anhelan servir al Señor de tiempo completo. Pero algunos no lo han hecho porque piensan que les sería difícil obtener el sustento diario. Permítanme decirles esto: cada vez que pensamos en cómo ganarnos el sustento, actuamos religiosamente. Con el Jesús viviente, con el Cristo resucitado, no existe ningún problema de subsistencia. Si necesitamos pescado, estará allí; incluso si no hay mar. Todo depende de la presencia del Señor. Si tenemos al Cristo resucitado con nosotros, podemos olvidarnos de los programas religiosos y de nuestro afán por obtener alimento. El Jesús viviente no se preocupa solamente por nuestras necesidades espirituales, sino también por nuestras necesidades físicas. El no es una religión muerta ni forma parte de la junta directiva estéril de una misión cristiana. El es el Cristo vivo. Todos los peces están bajo Su mando.

  Los cuatro evangelios narran las tres lecciones que Pedro aprendió durante su vida de pescador. La primera se encuentra en Lucas 5:1-11, donde el Señor llamó a Pedro. En aquel momento, él pescó una multitud de peces al obedecer la palabra de Jesús. Tenemos la segunda lección en Mateo 17:24-27, donde el Señor pide a Pedro que vaya a pescar y saque una moneda de la boca de un pez para pagar el tributo. Ahora, en Juan 21, vemos el tercer caso. Estoy muy contento al ver que, después de esto, no leemos que Pedro volviera a pescar.

  En términos generales, el tiempo en el que vivimos es en realidad la noche. Durante la cual debemos abstenernos de todo intento natural y de todo método religioso a fin de llevar a cabo la obra del Señor. No cuenten sus billetes ni consulten su cuenta bancaria. No consideren cuántos peces necesitan.

  El verano pasado tuvimos una conferencia muy grande aquí en Los Angeles. Los hermanos responsables no sabían nada de presupuestos ni programas, y no calcularon lo que les iba a costar. Cuando terminó la conferencia les pregunté acerca de los costos. Habíamos gastado mucho, pero finalmente descubrimos que todas las necesidades fueron suplidas, y que además sobró algo. Alabado sea el Señor por tal lección. Como pueden ver, esto testifica del Jesús vivo y no de una religión muerta. Esto es Cristo, y no algo planeado de manera religiosa.

  Indudablemente todo lo que se narra en Juan 21 tiene un propósito. En cierto sentido, el capítulo veintiuno no puede compararse con los capítulos del catorce al diecisiete. Pero en otro sentido, este es un capítulo muy valioso y significativo. Agradezco al Señor por ello. No les puedo ni decir cuánto me gusta el capítulo veintiuno de Juan. Este capítulo es muy práctico, y no presenta nada religioso.

AMAR, ALIMENTAR, SEGUIR

  Después de haber comido con los discípulos lo que había preparado, el Señor dijo a Pedro: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?” (v. 15). En realidad, el Señor estaba diciendo a Pedro: “Hace unos días, tú dijiste que aun cuando los demás me negaran, tú no lo harías. Pero lo hiciste, y lo hiciste tres veces; por lo tanto, Yo también tengo que preguntarte tres veces: ¿me amas más que todos los demás?” Pedro contestó: “Sí, Señor Tú sabes que te amo”. Lo que Pedro probablemente quiso decir era: “Señor, no sé si te amo o no, Tú sabes. Aun si lo supiera con certeza no me atrevería a decirlo. Hace pocos días dije que nunca te negaría, pero poco después lo hice. No importa lo que yo diga, sino lo que Tú sabes. Señor, Tú sabes que te amo”. Pedro no sabía cómo contestar. Pero éste no es el punto. ¡Escuche! El Señor Jesús dijo a Pedro: “Apacienta Mis corderos”. La segunda vez, el Señor le dijo: “Pastorea Mis ovejas”. Y la tercera vez le dijo: “Apacienta mis ovejas”. El Señor no le pidió que enseñara o instruyera, ni siquiera que edificara, sino únicamente que alimentara. Nuestro amor por el Señor debe producir éste resultado, el de alimentar a Sus corderos. Finalmente, el Señor Jesús dijo a Pedro: “¡Sígueme!” (vs. 19, 22).

  Quisiera decirles especialmente a los hermanos y hermanas jóvenes: ¡amen al Señor Jesús, alimenten a Sus corderos y síganle a El! Eso es suficiente. No se requiere nada más. El verdadero servicio al Señor consiste en amarlo, en alimentar a Sus corderos y en seguirlo. ¿Dónde está El? El está en nuestro espíritu. Debemos seguirle en nuestro espíritu. Debemos ejercitar nuestro corazón y amarlo: amar es un asunto del corazón (Mr. 12:30). Sin embargo, seguir al Señor es un asunto del espíritu, porque el Señor está ahora en nuestro espíritu (1 Co. 6:17). Debemos amarlo con nuestro corazón y seguirlo al ejercitar nuestro espíritu; entonces seremos nutridos por El, y con la misma nutrición que recibimos, podremos nutrir a Sus corderos. Esto no tiene nada que ver con la religión. No piense que tiene que conocer toda la Biblia, ir al seminario o al instituto bíblico, y recibir una gran educación religiosa. No necesita eso. Lo que necesita es el primer amor, el mejor y verdadero amor por el Señor Jesús. El Señor le preguntó a Pedro: “¿Me amas más que éstos?” Debemos contestar: ”Sí, Señor; Tú sabes que te amo". El servicio al Señor en la dispensación neotestamentaria no es un asunto de conocimiento ni de educación, sino un asunto de amar al Señor. La degradación de la iglesia se inició por la pérdida de este amor: “Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor” (Ap. 2:4). Mientras tenemos el primer, el mejor y el verdadero amor por el Señor, estamos salvaguardados. Entonces debemos seguir al que está en nuestro espíritu. Lo amamos con todo nuestro corazón, y lo seguimos con nuestro espíritu; entonces lo que tenemos que hacer es alimentar a Sus corderos y a Sus ovejas. ¡Alabado sea el Señor!

  Ahora entienden dónde debemos estar y permanecer. Tenemos al Señor Jesús, quien resucitó, vive y se reúne continuamente con nosotros por todas partes, en todo momento, sin ningún programa ni horario. El lo es todo para nosotros. Lo que debemos hacer es amarlo con todo nuestro corazón y seguirlo con nuestro espíritu. Al hacer esto obtendremos el alimento que nutre a los demás.

COMISIONADOS EN UN MONTE

  Al final de los Evangelios de Mateo y de Juan, descubrimos un hecho bastante significativo. En el último capítulo de Mateo, Jesús se reunió con Sus discípulos en un monte, en el lugar que El había designado. En la Biblia, los montes siempre representan algo elevado sobre la tierra, una esfera de autoridad para el reino de Dios. Esta es la razón por la que el Señor Jesús, en el monte que había designado, dijo a Sus discípulos que toda autoridad en los cielos y en la tierra le había sido dada. Al hacer esto, El les confirió Su autoridad y les dijo: “Por tanto, id”. “Por tanto” significa que El nos ha conferido la misma autoridad que le fue dada a El, y con esta autoridad debemos ir y hacer discípulos a las naciones. Esto no se refiere simplemente a la predicación del evangelio, sino al ejercicio y ejecución de la autoridad otorgada al Señor Jesús en la tierra y en el cielo. No se trata de la propagación de un evangelio elemental, que salva a las personas del infierno y las conduce al cielo, sino de hacer discípulos a las naciones, bautizándolas en el nombre del Dios Triuno. A menudo, cuando nos referimos a ciertas personas decimos: “Son cristianos de nombre, pero no tienen la realidad”. En nuestro concepto humano separamos el nombre de la realidad. No obstante, en la Biblia, el nombre denota la realidad misma. Bautizar a las personas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, significa bautizarlas en la realidad del Dios Triuno. Esta es nuestra comisión. Debemos hacer discípulos a “las naciones” (los gentiles), e introducirlas en la realidad del Dios todo-inclusivo. Esto finalmente da como resultado el reino de los cielos; en dicho reino nosotros, al funcionar como sacerdotes, debemos enseñar a estas naciones a observar todas las cosas que El nos ha mandado, es decir, enseñarles a ser ciudadanos del reino celestial. En cuanto a esto, el Señor Jesús dijo que El estaría con nosotros todos los días hasta la consumación de este siglo, ya que el reino de los cielos está entre nosotros.

  Actualmente, el Cristo resucitado desea comisionarnos con Su autoridad, a fin de que llevemos la responsabilidad de hacer discípulos a los paganos, y los introduzcamos en la realidad del Dios Triuno. De esta forma se establece el reino de los cielos en la tierra. Y así tenemos la seguridad de que Jesús, el Dios-hombre, el Redentor resucitado, el Cristo todo-inclusivo, está siempre con nosotros.

  Puede ver cuán lejos está todo esto de la religión. ¿Tiene la certeza de que este Cristo está con usted hoy mismo? Si es así, debe estar animado y decidido a cumplir con Su comisión. Debemos exultarnos con este hecho, al grado de salir a la calle y asir a la gente, diciéndoles: “Amigos, deben darse cuenta de que Jesús, el Cristo resucitado, está conmigo, y de que El posee toda autoridad tanto en los cielos como en la tierra”. ¿Se ha exultado a este grado alguna vez? Temo que seamos demasiado religiosos y callados. Si en verdad usted tiene a Cristo consigo, ¿cómo puede estar tan silencioso?

  En Mateo capítulo veintiocho los discípulos precedieron al Señor al monte. “Y los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había indicado” (v. 16). Fueron a dicho monte, y finalmente el Señor llegó. El Señor Jesús no se anticipó y los esperó, sino que ellos llegaron primero a dicho monte y lo esperaron a El. En aquella ocasión, ellos estaban en un nivel elevado.

  Pero después de Mateo 28 llegamos a Juan 21. El nivel alto de ellos no duró mucho, pues pronto descendieron del monte. Debo confesar que me gusta más Juan 21 que Mateo 28, porque mi experiencia me ha enseñado que no siempre estoy en un nivel tan elevado. A menudo no estoy en Mateo 28, sino en Juan 21. En Mateo 28 tenemos el monte, mientras que en Juan 21 estamos a la orilla del mar. ¿En qué nivel se encuentra usted en su experiencia actual, en el monte o a la orilla del mar? Si es honesto, tendrá que admitir que se encuentra a la orilla del mar. La orilla del mar en Juan capítulo 21 no era un lugar muy bueno; no era el lugar designado por el Señor. El Señor designó el monte, no la orilla del mar. El mar era el lugar al cual los discípulos se desviaron. Pedro tomó la delantera de ir al mar, y todos los demás fueron tras él; ésta fue su propia decisión.

  En Juan 21 la pesca no tiene un significado positivo, sino negativo. Si usted ha venido a este país o va a otro lugar con el único fin de ganarse la vida, esto es semejante a la pesca de Juan 21. Usted no se preocupa por la comisión del Señor, sólo le interesa su propia subsistencia. En Mateo 28 el Señor le dio a usted una comisión, pero usted no pudo soportar la prueba, así que abandonó la comisión de El para ocuparse de su subsistencia personal. Usted ha dicho como Pedro: “Voy a pescar”.

  La preocupación de la gente por ganarse la vida proviene de la ley natural. Dios creó al hombre, y éste lucha por vivir; por tanto, Dios ha preparado las cosas necesarias para que el hombre subsista. Trabajar para sobrevivir es correcto, pero como hijos de Dios y discípulos de Jesús, quienes hemos sido comisionados con Su autoridad, no deberíamos estar aquí sólo para asegurarnos de nuestra subsistencia. ¿No cree? Más bien, debemos estar aquí para llevar a cabo la comisión que el Señor nos dio en Mateo 28. No estamos aquí sólo para pescar, sino para edificar la iglesia.

  Ya hemos visto cómo los discípulos pescaron durante toda la noche sin obtener ningún resultado. Luego, en la madrugada, el Señor Jesús estaba allí. Esto es muy interesante. En el relato de Mateo, en la cima del monte, los discípulos esperaron al Señor, pero aquí, a la orilla del mar, El los estaba esperando a ellos. Estoy convencido de que El Señor ya estaba en el mar cuando Pedro y los demás fueron allí. El siempre estaba con ellos: en todo lugar y en todo momento, en una casa o al aire libre, en la cima de un monte o a la orilla del mar. Cuando ellos echaron la red, El estaba allí. De hecho, El estaba dirigiendo todo para que no pescaran nada. Este asunto no dependía de ellos, sino de Jesús. Luego, El se manifestó a ellos y les mostró que ya había preparado la comida y que ésta ya estaba guisada.

  Si nuestra consagración a la comisión del Señor es genuina, El se ocupará de nuestras necesidades cotidianas. Tal vez no tengamos trabajo, pero no nos faltará el pan. En la actualidad, la gente se preocupa demasiado por el desempleo, pero nosotros debemos olvidarnos de ello. Este asunto no tiene nada que ver con nosotros, pues no estamos aquí para obtener nuestra subsistencia. Por más peces que obtengamos, no dependemos del mar, sino del Cristo vivo: El tiene todos los peces en Su mano. Los incrédulos no tienen a Cristo, así que dependen del mar; pero nosotros no somos así. Si usted es mundano, debe preocuparse por su subsistencia y confiar en su empleo. Pero si usted es uno de los discípulos comisionados por el Señor Jesús, olvídese de su subsistencia. Sea honesto y fiel a la comisión de El, y se ahorrará incluso la tarea de cocinar. El Señor le dirá: “Ven y come”. No se preocupe por la comida; El se encargará de eso.

COMISIONADOS A LA ORILLA DEL MAR

  Hemos visto cómo el Señor llamó a Pedro y le preguntó tres veces acerca de su amor. En realidad, el Señor estaba diciendo: “Vas a pescar más que los otros, ¿me amas más que los otros?” Luego, El le dio a entender algo: “Así como te he alimentado aquí con pescado y pan, también tú debes alimentar a Mis corderos y a Mis ovejas. No estás en esta tierra para pescar; más bien, tu comisión consiste en pastorear”. Mateo precede a Juan. Esta secuencia es absolutamente correcta. Necesitamos el capítulo veintiocho de Mateo, y también el capítulo veintiuno de Juan. El capítulo veintiuno de Juan es un pasaje suplementario, que complementa la comisión del Señor. El Señor nos comisionó no solamente para discipular a las naciones, bautizar a las personas en la realidad del Dios Triuno y establecer el reino de los cielos en la tierra, sino también para pastorear a Su rebaño. Debemos alimentar a los corderos y a las ovejas. El Señor dice: “Cuida de Mi rebaño, y Yo me encargaré de tu subsistencia. Deja este asunto en Mis manos. Te necesito para que pastorees Mi rebaño”.

  Tengo la carga de compartirles que la comisión que el Señor Jesús nos ha encomendado no tiene nada que ver con la religión. En la actualidad existe una gran cantidad de incrédulos, incluso en los Estados Unidos. Lo que ellos necesitan no es una religión, sino que un grupo de personas estén conscientes de la comisión que el Señor les ha dado, y la lleven a cabo. Por favor, no lean el capítulo veintiocho de Mateo como un relato histórico. Esto no es una historia, sino una comisión. Todos debemos responder al encargo del Señor de hacer discípulos a los gentiles e introducirlos en el Dios Triuno, estableciendo el reino de los cielos en la tierra. Sin embargo, necesitamos también el capítulo veintiuno de Juan. Sin Juan 21, Mateo 28 no funciona. Después de hacer discípulos, de bautizarlos en la realidad del Dios Triuno y de establecer el reino, aún necesitamos alimentar y pastorear el rebaño del Señor. Siento una carga muy pesada por la gran cantidad de jóvenes y nuevos creyentes que hay entre nosotros. ¿Quién va a alimentarlos? ¿Debemos contratar a graduados del seminario? ¿Los van a cuidar los hermanos que llevan la delantera en la iglesia? ¡No! Toda la iglesia debe pastorearlos. Todos hemos recibido esta comisión. Por una parte, debemos hacer discípulos a las naciones y convertirlos en ciudadanos del reino de los cielos en la tierra. Pero por otra, debemos cuidarlos como corderos, como los más pequeños y débiles del reino, quienes necesitan ser nutridos. Nosotros tenemos el deber de alimentarlos. No es responsabilidad exclusiva de los que llevan la delantera, sino de cada miembro de la iglesia. Todos debemos tomar esta tarea. Estoy muy contento por el aumento que se está registrando en las iglesias, pero a la vez me preocupa mucho este fruto. Si no alimentamos y nutrimos a los nuevos creyentes adecuadamente, el aumento se volverá una pesada carga para la iglesia. En lugar de elevar el nivel espiritual, la vida de iglesia se degradará. Existe una urgente necesidad de responder a la exhortación no sólo de Mateo 28, sino también de Juan 21: no sólo tenemos que hacer discípulos a las naciones, sino también debemos alimentar a los pequeños corderos, a los más jóvenes.

  Para hacer discípulos requerimos de la autoridad, pero para alimentar a las ovejas necesitamos amar al Señor. En Mateo 28, el tono del Señor era de autoridad al exhortar a los discípulos. No obstante, en Juan 21, Su tono cambió: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?” Si es así: “Apacienta Mis corderos”. No ejerzas tu autoridad sobre ellos, pues si lo haces, los asustarás. Debes amarlos, no con tu amor, sino con el mismo amor con el que amas al Señor Jesús. ¿Por qué debemos alimentar a los jóvenes y cuidar de los débiles? Simplemente porque amamos al Señor Jesús. Si en verdad lo amamos, lo que debemos hacer es alimentar a otros. Al hacer esto, lo estaremos siguiendo a El. Debemos seguirlo, no de manera religiosa, sino alimentando a Sus corderos hasta que El vuelva.

  Mateo dice: Recibe la exhortación y la comisión para hacer discípulos a las naciones hasta la consumación del presente siglo. Y Juan dice: Ama al Señor, alimenta a Sus corderos y síguelo hasta que regrese. Eso está muy bien. Pero, ¿en qué forma podemos demostrar nuestro amor por el Señor Jesús? Al alimentar a Sus corderos y pastorear a Sus ovejas. Esta es la manera apropiada de seguirle a El.

  Recordamos que Pedro, al ver a Juan, dijo al Señor: “¿Y qué de éste?” El Señor le contestó: “Olvídate de él. Ese es asunto Mío. Sígueme tú”. No nos preocupemos por lo que hacen los demás; nosotros debemos relacionarnos de una manera personal y directa con el Señor.

  El Señor se reunió con Sus discípulos en la cima del monte y a la orilla del mar: en el lugar que El designó, y en el lugar adonde ellos se desviaron. En ambos pasajes, El se reunió con ellos para cumplir Su propósito, y en ambos lugares ellos disfrutaron plenamente de Su presencia. En la cima del monte, El les confirió Su autoridad, lo cual iba más allá de lo que ellos podían entender. Y a la orilla del mar, El suplió todas las necesidades de ellos, aun más allá de lo que esperaban. En la cima del monte, les dio la comisión de hacer discípulos a las naciones y de bautizarlas en el Dios Triuno. Pero a la orilla del mar, El motivó a Pedro a que lo amara, lo exhortó a que alimentara a Sus corderos y a Sus ovejas, y le pidió que le siguiera hasta el fin de su vida. En todas estas acciones no podemos ver nada religioso en el Cristo resucitado. En Su resurrección el Señor nos confiere Su autoridad, nos da la comisión de introducir a las personas en Dios y nos pide que lo amemos hasta el grado de tomar la carga de alimentar a Su rebaño, y seguirle hasta el fin de nuestra existencia. Esto es todo lo que tenemos que hacer ahora en Su recobro: recibir Su autoridad, hacer discípulos a las naciones bautizándolas o introduciéndolas en Dios, amar al Señor más que a otros, alimentar a Sus corderos y a Sus ovejas, y seguirlo a cualquier precio, incluso a costa de nuestra propia vida, sin que nos importe lo que hagan los demás. Esto es experimentar al Cristo resucitado, y ministrarlo a otros. Esta experiencia depende totalmente de Cristo y no es un asunto religioso en absoluto.

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