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Mensajes del libro «Cristo maravilloso en el canon del Nuevo Testamento, El»
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CAPÍTULO CINCO

UN ESBOZO DE CRISTO EN EL EVANGELIO DE MATEO

  Lectura bíblica: Mt. 11:25-30; 12:19-20; 22:41-46; 26:39, 41; 27:41-43; 28:16-20; 5:3; 10:19-20

  El relato que Mateo nos presenta de Cristo no es superficial. Al contrario, es profundo sobremanera. La mayoría de los cristianos simplemente comprende que en el Evangelio de Mateo Cristo nació de una virgen para ser nuestro Salvador, que fue crucificado por nuestros pecados, que fue sepultado y resucitado y que ahora es nuestro Redentor. Sin duda Mateo nos habla de esto, pero eso es sólo lo que está en la superficie. Hay algo mucho más profundo que ese relato superficial.

“JEHOVÁ Y ALGO MÁS”

  Por lo tanto, es preciso ver la verdadera estructura de este libro. El primer capítulo nos dice que Cristo era el hijo de David y el hijo de Abraham, y que nació de una virgen, María, y que le fue dado el nombre de Jesús. Sin embargo, Su nombre sería llamado Emanuel. Jehová está incluido en el nombre Jesús, y Dios está incluido en el nombre Emanuel. Así que, en ambos nombres de Cristo —Jesús y Emanuel— está incluido Jehová Dios. Esto indica que este maravilloso hijo de David y Abraham no es simplemente humano, sino también divino. Él es Dios mismo y algo más. Los judíos tienen a Dios, pero no tienen a “Dios y algo más”; y tienen a Jehová, pero no tienen a “Jehová y algo más”. Sin embargo, nosotros tenemos a Dios con nosotros, y tenemos a Jehová el Salvador. Esto es algo adicional a lo que tienen los hebreos, y esto es Jesús. ¡Aleluya por esta Persona maravillosa!

UN LARGO VIAJE

  Para que Jesús llegara a ser “Jehová y algo más” y “Dios y algo más”, fue necesario hacer un viaje muy largo. Él empezó este viaje a partir de Génesis 3:15, justo en el momento en que Satanás entró en la humanidad. La encarnación de Jesús fue muy deliberada, planeada por Dios en la eternidad pasada, aun antes que fuesen creados los cielos y la tierra. En la eternidad pasada Dios hizo un plan que lo incluía a Él mismo. Luego, Él vino para llevar a cabo este plan primeramente por medio de la creación. “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a Nuestra imagen” (1:26). Pareciera que Dios celebró una conferencia. Hay un solo Dios, ¡pero este Dios único y misterioso es triuno! Él celebró una conferencia consigo mismo a fin de hacer al hombre a Su imagen.

  ¿Por qué Dios creó al hombre a Su imagen? Porque el hombre fue hecho con miras a que fuese un recipiente destinado a contener a Dios, y un recipiente siempre debe tener la misma forma de su contenido. Por ejemplo, si un objeto es cuadrado, no le haríamos un recipiente redondo. Un guante es hecho a imagen de una mano a fin de que la mano entre en él. Alabado sea el Señor porque el hombre fue hecho a la imagen de Dios con la intención de que un día Dios pudiera entrar en él. Romanos 9:23 nos dice que somos vasos. Somos vasos de Dios; somos recipientes que le contienen.

  Dios se propuso un día encarnarse. Luego creó al hombre a Su imagen y le edificó una mujer. Pero la esposa llegó a ser la puerta trasera por la cual el enemigo astuto entró en la humanidad. Él pensaba que había atrapado al hombre, pero no sabía que en realidad era él que había sido atrapado. La humanidad finalmente llegó a ser una trampa para Satanás. Así que, Él entró en el hombre, pero al mismo tiempo quedó atrapado en el hombre. Por ello, inmediatamente después que Satanás hubo entrado en el hombre, la profecía en cuanto a la encarnación de Cristo empezó a cumplirse. Génesis 3:15 dice que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente. Por eso, Hebreos 2:14 nos dice que Cristo en la carne destruyó al diablo por medio de la muerte.

CUARENTA Y DOS GENERACIONES

  Ahora podemos ver el plan deliberado de la encarnación. En Génesis 3:15 se profetizó acerca de la encarnación. Después de muchas generaciones se le repitió a Abraham. Luego de Abraham a María, después de cuarenta y dos generaciones, la profecía se cumplió. El número cuarenta en la Biblia significa tentación, pruebas y sufrimientos. Israel estuvo en el desierto por cuarenta años. El Señor Jesús ayunó en el desierto por cuarenta días. Cada vez que se menciona el número cuarenta, siempre se hace referencia a sufrimientos, pruebas y tentaciones. El número cuarenta y dos significa que las pruebas y las tentaciones se han acabado. En Apocalipsis vemos la profecía de los últimos tres años y medio de la tribulación. Tres años y medio son cuarenta y dos meses. Cuando hayan pasado los cuarenta y dos meses, Cristo vendrá y la tribulación se acabará. Esto traerá el reposo del reino. De Abraham a María hay cuarenta y dos generaciones. ¡Y después de esto Cristo vino! Antes de María, las anteriores cuarenta generaciones estuvieron llenas de pruebas, sufrimientos y tentaciones. No hubo reposo. Pero cuando Cristo viene, el número cuarenta se acaba, y empieza el reposo.

  La encarnación no fue un accidente, sino que fue algo planeado y programado desde la eternidad pasada. ¡Alabado sea el Señor!, ésta se llevó a cabo. Al llevarse a cabo la encarnación, vino una persona maravillosa.

  Tan pronto como Él nació, la religión se levantó en contra Suya, por lo que se vio obligado a retirarse a Galilea de los gentiles (Mt. 4:15) para establecerse en un pueblito pobre y humilde llamado Nazaret. Es por eso que fue llamado nazareno conforme a las Escrituras. Él era una persona maravillosa, pero llegó a ser un nazareno (2:23).

ABSOLUTAMENTE JUSTO

  Esta persona maravillosa cumplió toda justicia (3:15). No había nada de malo en cuanto a Él en ningún aspecto. Cuando lo examinamos, vemos que Él es justo en todo sentido. De hecho, la justicia es Su propia sustancia. Su nombre es “Jehová, justicia nuestra” (Jer. 23:6). Él es nuestra justicia debido a que es tan justo. Él cumple cabalmente todos los requisitos justos, santos, gloriosos y divinos de Dios. Él es tan justo. Nuestra justicia no es absoluta. Nosotros podemos ser justos en un aspecto pero injustos en otro; en cambio Jesús es absolutamente justo en todo aspecto.

LA SIMIENTE DE LA MUJER QUE HERIRÍA A SATANÁS

  Como Aquel que es justo, Él fue tentado por Satanás en el desierto (Mt. 4:1-11). Sin embargo, esta tentación de parte de Satanás era una prueba de parte de Dios. Dios permitió que Aquel que es justo fuese tentado por Satanás. Es como si Dios dijera: “Satanás, pon esta Persona a prueba. Tú probaste a Adán y él falló; ahora pon esta Persona a prueba”. Satanás intentó hacerlo, ¡pero esta vez fracasó! Satanás lo tentó a abandonar Su posición como hombre. Le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes” (v. 3). Si usted o yo fuéramos el Señor, probablemente habríamos aceptado el desafío y habríamos convertido las piedras en panes. Pero presten atención a la manera en que el Señor Jesús le contestó: “Escrito está: ‘No sólo de pan vivirá el hombre...’” (v. 4). Es como si el Señor le dijera a Satanás: “Yo soy un hombre. Es cierto que soy el Hijo de Dios, pero mi posición es la de un hombre. ¿No te acuerdas de lo que Dios dijo en Génesis 3:15? Él dijo que la simiente de la mujer heriría tu cabeza. Ahora Yo he venido como simiente de la mujer. No me tientes a actuar como Hijo de Dios. ¡Yo soy el Hijo del Hombre, y he venido para herirte!”. ¡Aleluya! ¡Éste es Jesús, la simiente de la mujer!

  En Su respuesta a Satanás, Él también nos dijo cómo vivía, esto es, alimentándose de la palabra de Dios: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (v. 4). Toda palabra que sale de la boca de Dios era Su alimento. Él era un hombre que vivía alimentándose de la palabra de Dios.

LA LUZ ATRAYENTE

  Fue esta clase de hombre que finalmente llegó a ser la gran luz: “El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región y sombra de muerte, luz les amaneció” (v. 16). Antes que este hombre viniera, toda la situación era de tinieblas. Sin embargo, Él vino como una gran luz, resplandeciendo en medio de toda la oscuridad. Entonces esta gran luz atrajo a los discípulos (vs. 18-22). Cuando yo era joven, no podía entender por qué Pedro y Andrés y Jacobo y Juan dejaron de pescar y de remendar las redes tan rápidamente para seguir al Señor. Jesús les dijo que lo siguieran, y ellos enseguida vinieron. Si usted o yo dijéramos esto, nadie nos seguiría. Pero los discípulos abandonaron sus obras, dejaron a su padre y su barca, y siguieron a Jesús. ¿Por qué? Debía haber sido una especie de atracción. Este hombre Jesús era en realidad una atracción. Una vez que Jesús aparezca, usted se sentirá atraído, y no podrá escapar. Él es la gran luz, y por medio de Su resplandor muchísimos fueron atraídos.

UNO CON DIOS

  Después de esto, tenemos Mateo 5—7, donde Jesús dio la enseñanza en el monte. Cuando descendió, empezó a recorrer toda la tierra prometida. En todos esos viajes Él se condujo de forma maravillosa. Por un lado, padecía persecución; pero por otro, fue aprobado por la religión de aquel tiempo. Sin embargo, Él era siempre uno con Dios. No había discrepancia alguna entre Él y Dios. Cuando las circunstancias eran deplorables, Él aun así daba gracias al Padre (11:25). Cuando las circunstancias son positivas, es fácil darle gracias al Señor, pero no es igual de fácil hacerlo cuando las circunstancias son contrarias. Para edificar la iglesia, necesitamos esta clase de vida. Necesitamos una vida que esté en unidad con Dios el Padre; necesitamos una vida que no tenga discrepancia alguna con la obra de Dios. Nuestra vida no es esa clase de vida; por ende, no estamos calificados para participar en la edificación de la iglesia. Hay solamente una vida que sí está capacitada: la vida de Jesús. Jesús es la vida que es absolutamente uno con el Padre. No hay discrepancia alguna entre Él y el Padre.

ÉL ES MAYOR Y MÁS QUE TODAS LAS COSAS

  Durante este tiempo Jesús se reveló a la gente como Aquel que es mayor que el templo (12:6), Aquel que es más que Jonás (v. 41), Aquel que es más que Salomón (v. 42) y como Señor del Sábado (v. 8). A muchos cristianos nos gusta el Evangelio de Juan porque nos dice que Jesús es la vida, la verdad, el camino, la puerta y tantas cosas más. Pero algunos de los asuntos que Mateo reveló, Juan nunca los tocó. Juan no nos dijo que Jesús era más que Salomón. Tampoco nos dijo que Jesús era el Señor del Sábado. En Mateo vemos que Jesús es mayor que todo lo demás, porque Él lo es todo. Si le tenemos a Él, tenemos la morada de Dios; si le tenemos a Él, tenemos al profeta de Dios, la perspicacia de Dios y la sabiduría de Dios; si le tenemos a Él, tenemos la autoridad de Dios y Su reinado; y si le tenemos a Él, tenemos el verdadero reposo.

CAÑAS CASCADAS Y PÁBILOS HUMEANTES

  ¡Jesús es tan maravilloso! Él no sólo es maravilloso para Dios, sino también para los hombres. Él nunca quiebra la caña cascada, ni apaga el pábilo humeante (v. 20). En la antigüedad los judíos solían hacer una especie de instrumento musical con las cañas. Cuando una caña estaba cascada y no podía emitir un buen sonido, entonces la quebraban. No obstante, Jesús jamás quiebra las cañas cascadas. A veces somos como instrumentos cascados; debiéramos emitir un buen sonido, pero sucede lo contrario. Por regla general, debiéramos ser quebrados, pero Jesús nunca haría eso. Él viene a rectificarnos para que pueda producirse una música hermosa.

  En aquellos días los judíos usaban pábilos ardientes cuando viajaban en la noche. Cuando el aceite se acababa, el pábilo empezaba a humear, y entonces lo apagaban y desechaban. Muchas veces somos como pábilos humeantes. Debiéramos iluminar, pero en vez de ello humeamos. Por regla general, el Señor debería apagarnos y desecharnos, pero Él jamás hace eso. Jesús sabe por qué humeamos; es porque estamos escasos de aceite. Es por eso que en vez de apagarnos, nos suministra el aceite. Cuando el pábilo absorbe el aceite, empieza a arder. No deberíamos desanimarnos con los hermanos y hermanas que son como pábilos humeantes. Todo lo que necesitamos hacer es suministrarles el aceite para que ardan e iluminen.

  ¡Jesús es tan maravilloso! Él no es alguien que se complace en quebrar ni apagar; a Él más bien le place rectificar y suministrar. No diga que usted es un caso perdido. Con Jesús no hay nada que no tenga esperanza. Él es muy bueno para rectificarnos. Él puede rectificarnos para la vida de iglesia. En nosotros mismos no estamos capacitados, pero Jesús nos capacita con Su vida. Independientemente de cuán cascados estemos y de cuánto humeemos, Jesús puede rectificarnos e impartirnos Su suministro. ¡Aleluya por esta persona!

EL MISTERIOSO JESÚS

  Mientras Jesús viajaba y decía tantas cosas maravillosas, los religiosos estaban continuamente haciéndole preguntas. Los fariseos, los fundamentalistas de la antigüedad y los saduceos, los modernistas de esa época, se unieron con los políticos para hacerle preguntas (22:15-40). Ellos hicieron todo lo posible por enredarlo, pero no lo lograron. Él es el más sabio de todos los hombres; así que respondió a todas sus preguntas. Cuando ellos terminaron de hacerle preguntas, Él les hizo una pregunta: “¿Qué pensáis acerca del Cristo? ¿De quién es hijo?” (v. 42). Los religiosos que tenían el conocimiento de la Biblia rápidamente contestaron que Él era el hijo de David. Entonces Jesús respondió: “¿Pues cómo David en el espíritu le llama Señor, diciendo: ‘Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a Mi diestra, hasta que ponga a Tus enemigos bajo Tus pies’? Pues si David le llama Señor, ¿cómo es hijo suyo?” (vs. 43-45). Ellos no pudieron responderle; y desde ese día nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

  ¿Qué significa esto? Simplemente significa que Jesús es un misterio. Ellos únicamente conocían un aspecto de Él, pero había otro aspecto. Ellos conocían a Cristo como hijo de David, pero no lo conocían como el Señor de todo. Incluso David, que era antes que Él, lo llamó Señor. Él es un misterio. Nunca debemos pensar que conocemos a Jesús de manera cabal. Tal vez conozcamos apenas un fragmento de lo que Él es. Él es muy completo e inescrutablemente rico. Es posible que conozcamos a Jesús, pero no podemos conocerlo a lo sumo. Es por eso que Él dijo: “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre” (11:27). ¡Alabado sea el Señor porque Jesús es tal misterio! En los últimos doce años en este país, hemos estado viendo más cosas acerca de Él. Pero incluso en la eternidad haremos muchos más descubrimientos de Jesús. ¡Él es rico sobremanera! Todos debemos abrirnos continuamente a fin de conocerle de una manera más rica y profunda. Tengo la certeza de que en los años venideros veremos algo adicional, algo más profundo, algo más elevado, algo más completo y algo más rico acerca de Cristo. Él es tan maravilloso e inescrutable.

UNA VIDA QUE LLEVA LA CRUZ

  Otro punto acerca de Cristo que debemos ver es que Él salvó a otros, pero no se salvó a Sí mismo: “De esta manera también los principales sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos le escarnecían, diciendo: A otros salvó, a Sí mismo no se puede salvar. Es Rey de Israel; que descienda ahora de la cruz, y creeremos en Él” (27:41-42). A fin de estar calificados para practicar la vida de iglesia, debemos llevar esa misma vida. Nunca se salve a sí mismo. Cuando otros lo pongan en la cruz, permanezca ahí. Ése es el lugar correcto para usted. Deje que los demás digan que usted puede hacer tantas cosas para salvar a otros, pero que no es capaz de salvarse a sí mismo. Usted tiene que decir: “¡Amén!”. Ésta es la vida que lleva la cruz. Podemos salvar a otros, pero no podemos salvarnos a nosotros mismos. Ésta es la vida que lleva la cruz continuamente.

  Muchas veces Dios permite circunstancias que nos ponen en la cruz. No debemos intentar escaparnos; debemos permanecer allí. La vida que lleva la cruz es la vida que es apta para la edificación de la iglesia. Muchos esposos no son más que una cruz para sus esposas, y las esposas son cruces emocionales para sus esposos. Muchas veces los esposos son crucificados por las emociones de las esposas. Pero damos gracias al Señor porque tenemos tantas cruces. Los esposos son las cruces de las esposas, y las esposas son las cruces de los esposos. No necesitamos comprar ninguna cruz; pues el Señor nos ha preparado muchas cruces. Deje que otros digan que podemos salvar a otros, pero que no podemos salvarnos a nosotros mismos. Eso es correcto. La vida de Jesús es esta clase de vida. Por medio de Su vida podemos salvar a otros, pero no podemos salvarnos a nosotros mismos.

  Pero, alabado sea el Señor, pues la cruz trae consigo la resurrección. Cristo está del otro lado de la cruz, no de este lado. Si permanecemos en este lado de la cruz, nos perderemos a Cristo. Si queremos llegar adonde Cristo está, ciertamente debemos pasar por la cruz. Del otro lado de la cruz, tenemos al Cristo resucitado. Esto es maravilloso.

EL DIOS PROCESADO

  Para llegar donde está el Cristo resucitado, hemos viajado del capítulo 1 al capítulo 28 de Mateo. Antes de la encarnación en el capítulo 1, la promesa de la simiente de la mujer efectuó un viaje de cuatro mil años desde Génesis 3:15. Entonces la simiente de la mujer finalmente vino en Mateo 1, y luego, del capítulo 1 al capítulo 28, Él fue completamente procesado para llegar a ser el Cristo resucitado. Ahora Él ya no es simplemente Dios, sino el Dios que ha viajado por la encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la sepultura y la resurrección. Él es Dios, y muchas cosas más. Él es Dios, quien después de hacerse carne dio un paso adicional por medio de la muerte y la resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Éste es el Dios procesado. El Cristo resucitado es el Dios procesado. Antes de la encarnación, Él era el Dios “crudo”, pero ahora ha sido plenamente procesado. El que Dios se encarnara significó un verdadero proceso. Luego, el hecho de que viviera treinta y tres años y medio en esta tierra, se criara en una familia pobre, fuera perseguido por la religión y finalmente fuera crucificado, también significó un verdadero proceso. Después de esto, Él pasó por la muerte y entró en la resurrección. Por medio de la resurrección, Él fue completamente procesado para llegar a ser el Espíritu vivificante.

SER BAUTIZADOS EN CRISTO

  Después de haber sido plenamente procesado, el Señor se acercó a los discípulos y les dijo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt. 28:18-19). Hoy debemos predicar el evangelio con esta autoridad. Esta autoridad nos fue dada para hacer discípulos a las naciones. Luego debemos bautizarlos en el nombre del Dios Triuno. En Gálatas 3:27 Pablo dice que todos los que han sido bautizados en Cristo, de Cristo han sido revestidos. Si comparamos este versículo con Mateo 28:19, podemos ver que ser bautizados en el Dios Triuno equivale a ser bautizados en Cristo. Este Cristo en quien hemos sido bautizados es el Espíritu vivificante, y el Espíritu vivificante es nada menos que el Dios que fue procesado para que participemos de Él. Todos fuimos bautizados en este Cristo.

  De joven yo intenté descubrir cómo entrar en Cristo. La Biblia me decía que yo había sido bautizado en Cristo y que estaba en Cristo. Pero también me enseñaron que después de la resurrección Cristo ascendió a los cielos. Así que, Él estaba allá y yo estaba aquí. ¿Cómo podía estar en Él? Me dijeron que esto era por medio del Espíritu Santo. Pero ¿qué significaba eso? Entonces después de muchos años de estudiar la Palabra y experimentar a Cristo como vida, encontré la respuesta. Es cierto que Jesús está en los cielos, pero Efesios 1:23 y 4:10 nos dicen que hoy Cristo todo lo llena en todo. El Cristo resucitado llena los cielos y la superficie de la tierra. Él es omnipresente. Ahora Él es el Espíritu vivificante y todo-inclusivo (2 Co. 3:17). Por lo tanto, debemos ser bautizados en Él. Es por eso que el bautismo no debe ser un rito ceremonial, sino una realidad. Cuando bautizamos a otros, debemos ejercitar nuestra fe para comprender que estamos introduciéndolos en Cristo, en el Espíritu vivificante, en el Dios Triuno.

EN EL NOMBRE

  En Mateo 28:19 el Señor nos dijo que bautizáramos a las naciones en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. La preposición griega traducida “en” conlleva el sentido de “hacia adentro”. Por lo tanto, debemos bautizarlos introduciéndolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. A fin de entender esto, debemos leer también Gálatas 3:27, que dice: “Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos”. Al examinar estos dos versículos, podemos ver que ser bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo equivale a ser bautizados en Cristo. El Padre está en el Hijo, y el Hijo por medio de la resurrección llegó a ser el Espíritu vivificante. Por lo tanto, hoy en día si contactamos al Espíritu, contactamos al Hijo. Además, cuando tenemos al Hijo, tenemos también al Padre. Éste es el Dios Triuno.

EL DIOS TRIUNO PROCESADO

  Antes de Mateo 28:19 el Dios Triuno nunca se había revelado de una manera tan clara. El nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu es un solo nombre de tres personas. Este único nombre es el Dios Triuno plenamente procesado. Después de Su resurrección, Él fue plenamente procesado a fin de impartirse a nosotros. El Espíritu que entra en nosotros es el Hijo con el Padre. Esto nos lo demuestra Romanos 8:9-10. En estos versículos vemos que el Espíritu de Dios es el Espíritu de Cristo, y que el Espíritu de Cristo es Cristo mismo. Luego, tenemos muchos versículos en el Nuevo Testamento que nos dicen que el Padre está en nosotros, que el Hijo está en nosotros y que el Espíritu está en nosotros. Todos sabemos que no son tres, sino uno solo. Esto se debe a que el Padre, el Hijo y el Espíritu son uno solo. Éste es el Dios Triuno procesado.

  A fin de ser procesado, Dios primero se hizo carne. Luego, después de vivir en la tierra como hombre y mediante la muerte y la resurrección, Él llegó a ser el Espíritu vivificante. Éste es nuestro Cristo viviente hoy en día. Él está en los cielos, y también está en la tierra. Él es omnipresente; ciertamente lo tenemos en nuestro ser. En Él tenemos al Padre, al Hijo y al Espíritu. En Él tenemos también a nuestro Redentor, nuestro Creador y nuestro Salvador. En Él lo tenemos todo, pues Él lo es todo. Él es nuestro todo en todos; Él es nuestra vida, nuestra luz, nuestro poder, nuestra fuerza, nuestra santidad, nuestra justicia, nuestro amor, nuestra bondad y nuestra paz. Todos los atributos divinos y las virtudes humanas están en Él. ¡Aleluya! ¡Él lo es todo! Éste es el Dios Triuno procesado, quien es el Cristo todo-inclusivo. De manera que cuando bautizamos a las personas, las bautizamos en esta Persona. El bautismo no debe ser un rito ceremonial, sino la manera en que realmente introducimos a las personas en el Dios Triuno.

UNA UNIÓN MÍSTICA CON EL DIOS TRIUNO

  Bautizar a las personas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo realmente tiene una connotación más profunda de lo que muchos han visto. Por muchos años yo había visto que este versículo nos habla de introducir a las personas en el Dios Triuno, pero no había encontrado confirmación en ningún otro pasaje. Por lo tanto, no me sentía tan seguro de afirmar esto. Entonces un día logré conseguir un juego de libros titulado Word Studies in the New Testament, de M. R. Vincent. En uno de estos libros, el señor Vincent tiene un comentario acerca de bautizar a las personas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, como se menciona en Mateo 28:19. Él dice lo siguiente: “La preposición en denota unión o comunión, como en Romanos 6:3 [...] Bautizar en el nombre de la santa Trinidad implica experimentar una unión espiritual y mística con ella [...] El nombre [...] expresa la totalidad del Ser Divino [...] Equivale a Su persona [...] Su nombre no tendría valor aparte de Su naturaleza. Cuando alguien es bautizado en el nombre de la Trinidad, profesa aceptar a Dios y a hacerlo suyo con respecto a todo lo que Él es y todo lo que Él hace por el hombre”.

  Esto es maravilloso. Ahora podemos entender lo que significa ser bautizado en el nombre del Dios Triuno. Equivale a ser introducido en esta unión mística con Él y a hacer nuestro todo lo que Dios es. El propósito de esto es producir la iglesia.

  Hemos podido ver un esbozo de Cristo en el Evangelio de Mateo. Él era el hijo de David y el hijo de Abraham, nacido de una virgen y llamado por los nombres de Jesús y Emanuel. Finalmente, Él pasó por todos los procesos a fin de llegar a ser el Espíritu vivificante. Ahora nosotros debemos ser bautizados en Él, en el Dios Triuno.

  Una vez que somos bautizados en Él, podemos participar de todo lo que Él es, puesto que Él está en nosotros. A fin de hacer esto, debemos ejercitar nuestro espíritu. “Bienaventurados los pobres en espíritu” (5:3). Tenemos un espíritu dispuesto (26:41). Nuestra carne es débil, pero nuestro espíritu es fuerte. Por lo tanto, debemos ejercitar nuestro espíritu y llamarlo Señor como lo hizo David (22:43). Podemos llamarlo Señor en el espíritu. Cuando hacemos esto, Él llega a ser muy práctico para nosotros en nuestra vida diaria. Esto tiene por objetivo la edificación de la iglesia.

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