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Mensajes del libro «Cristo todo-inclusivo, El»
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CAPITULO OCHO

LA EXCELENCIA DE LA TIERRA: SUS INESCRUTABLES RIQUEZAS

III. LOS MINERALES [CONTINUACION]

  Lectura bíblica: Dt. 8:9; 33:25; Jer. 15:12; Ap. 2:27; 1:15; Mt. 28:18, 19; Lc. 10:19; Mt. 16:18, 19; 18:17, 18; Ef. 6:11-17

  Hemos visto claramente que las riquezas de la tierra son primeramente las aguas, después toda clase de vegetal y planta, luego el ganado y el rebaño, y finalmente las minas o minerales. Mencionémoslas según sus diferentes categorías:

  Así hemos visto que todas estas riquezas corresponden a las distintas etapas de la vida espiritual. Las aguas vivas pertenecen a la primera etapa de nuestra experiencia espiritual. Cuando experimentamos a Cristo en la primera etapa, sentimos que El es como agua viva para nosotros. Luego, en la segunda etapa, tenemos una experiencia más avanzada de Cristo; le disfrutamos en una manera más sólida. Cristo nos es como alimento sólido; El es algo más que el agua. El agua ciertamente es buena y muy necesaria, pero el agua no tiene mucho contenido. No puedo vivir y crecer sólo con agua. Si usted me invita a cenar, debe darme alimento sólido, algo de trigo o de cebada, etc. Es verdaderamente maravilloso que al final de la lista de plantas y vegetales se encuentra el olivo, que representa a Cristo como el Hijo de aceite, Aquel que está lleno del Espíritu Santo. Por dentro y por fuera, El estaba saturado del Espíritu Santo, y le podemos disfrutar como tal. Podemos estar llenos y saturados del Espíritu Santo. Que estemos tan llenos del Espíritu, indica que hemos sido madurados en la vida de Cristo. Cristo es para nosotros tan querido, tan dulce, tan rico, como la leche y la miel.

  Inmediatamente después de esta rica experiencia de Cristo, llegamos a las minas y los minerales: las piedras, las montañas, el hierro y el cobre. Este es el orden que les da el Espíritu Santo. El Espíritu Santo puso estas cosas en tal orden para que correspondieran con las etapas de la vida espiritual. Cuando llegamos a la madurez en la vida de Cristo, en nuestra experiencia tenemos algo de la piedra, la montaña, el hierro y el cobre.

  En el capítulo anterior, vimos mucho tocante a las piedras y los montes. Vimos que las piedras representan a los santos salvos y transformados, que son el material para el edificio de Dios. No sólo debemos ser salvos, sino también transformados en piedras vivas para el edificio de Dios. Originalmente, no éramos piedras; éramos pedazos de barro. Pero cuando aceptamos a Cristo, El entró en nuestro espíritu y ha seguido obrando continuamente para transformarnos. Por la renovación del Espíritu Santo, somos transformados de pedazos de barro en piedras para que seamos el material para el edificio de Dios.

  También hemos visto que las colinas y los montes representan la resurrección y la ascensión. Con la resurrección y la ascensión, siempre está la autoridad, el reino y el Rey. La resurrección es algo elevado, la ascensión es algo exaltado, y en esta exaltación se encuentran la autoridad divina, el gobierno divino, el reino de Dios con el Rey. Este es el significado de los montes y las colinas. Hemos visto que la única manera de que el barro se transforme en piedras es en la resurrección. Sólo en la vida de resurrección, puede Cristo transformarnos. En la vida natural, somos pedazos de barro; pero en la vida de resurrección, somos piedras. Las piedras producidas para el edificio de Dios con la autoridad y el gobierno divinos, son el resultado de la resurrección de Cristo. Cuanto más disfrutamos a Cristo y lo experimentamos, tanto más seremos transformados por el Espíritu Santo con los elementos de Su vida. Entonces el edificio de Dios y el reino de Dios saldrán a la vista.

EL HIERRO Y EL COBRE

  Llegamos ahora a los últimos aspectos: el hierro y el cobre. Creo que usted está familiarizado con la secuencia de la Epístola a los Efesios. El primer capítulo nos relata todas las bendiciones que hemos recibido en Cristo. Luego, el segundo, el tercero, el cuarto y el quinto están relacionados con las riquezas de Cristo. Este es el único libro en que se usa la expresión “las inescrutables riquezas de Cristo” (3:8). Después de contar todas estas riquezas, llegamos al capítulo 6, el final del libro. Allí vemos la batalla, la guerra. El último punto del libro de Efesios es la guerra espiritual. Cuando usted llegue al capítulo 6 de Efesios en la experiencia espiritual, habrá tenido un disfrute abundante de las riquezas de Cristo, habrá experimentado al Cristo de los capítulos del 1 al 5. Como le ha disfrutado hasta tal grado, y debido a la necesidad de tener el edificio de Dios y el gobierno divino, usted debe pelear la batalla espiritual. Cuando llegue a este punto, será capacitado para pelear, y habrá madurado en la vida de Cristo. En la experiencia de las riquezas de Cristo, debe pelear y puede pelear.

  Inmediatamente después de ser llevados al campo de la batalla en este capítulo, leemos estos términos: yelmo, coraza, escudo, espada, etc. Hablando figuradamente, ¿de qué está hecho el yelmo? y, ¿de qué está compuesta la coraza? Ciertamente no están constituidos de un material suave o frágil. En el relato de 1 Samuel 17 se ve un guerrero gigante cubierto de bronce. Su cabeza, su pecho, sus rodillas y sus piernas estaban protegidos con bronce. Y la espada con el cual peleó estaba hecha de hierro. Los últimos aspectos de las riquezas de Cristo son el hierro y el cobre o el bronce, porque la última etapa de la experiencia cristiana es la guerra espiritual. En la batalla necesitamos el cobre y también el hierro.

  ¿Cuáles elementos de Cristo representan el hierro y el cobre? Se nos dice que Cristo regirá a las naciones con una vara de hierro. Por lo tanto, el hierro representa la autoridad de Cristo. El tiene plena autoridad sobre todo el universo. Le fue dada toda potestad en el cielo y en la tierra. Fue exaltado hasta los cielos, a la diestra de Dios y fue hecho Cabeza sobre todas las cosas. El tiene el hierro. La vara de hierro está en Su mano. Esto está muy claro.

  Entonces, ¿qué aspecto de Cristo tipifica el cobre o el bronce? El bronce representa el juicio de Cristo. Pero debemos comprender que todo Su poder y autoridad para juzgar proviene de las pruebas que sufrió. Cuando estuvo aquí en la tierra, pasó por toda clase de pruebas y sufrió toda clase de dificultades. Sus pies son como bronce bruñido, refinado en el horno. ¿Qué representan los pies? Representan el andar, la vida en la tierra. El andar y la vida del Señor en la tierra fueron refinados, bruñidos, probados y juzgados por Dios. Incluso fueron probados por el enemigo y por la humanidad. Por medio de todas estas pruebas, la vida y el andar del Señor fueron probados y salieron perfectos, brillantes y radiantes. Por medio de esto, Cristo ha sido capacitado para juzgar a otros, porque primero El mismo fue probado, juzgado y refinado. Está equipado no solamente con bronce, sino con bronce refinado y brillante. El tiene la base y el derecho de juzgar.

COMO APLICAR EL COBRE

  ¿Cómo podemos aplicar esto? A veces al seguir al Señor, o tal vez al servirle, o al estar en camino a una reunión para ministrar, nos viene a la mente un pensamiento de cuán sucios y cuán pecaminosos somos. En tal momento, ¿qué hacemos? Claro, le pedimos al Señor que nos cubra con Su sangre preciosa y que nos cubra la mente con El mismo. Pero, ¿entiende qué es esto? Esto es el yelmo hecho de bronce. Nos damos cuenta de que el Señor es perfecto y brillante, Aquel que ha sido puesto a prueba y probado. Entonces, por fe ejercitamos nuestro espíritu y decimos al enemigo: “Satanás, estoy sucio, soy pecador; pero, alabado sea mi Señor, El es perfecto, El es Aquel que ha sido puesto a prueba y aprobado, y El es mi protección, ¡El es el yelmo para mi cabeza!” Podemos ejercitar nuestro espíritu por fe para aplicar a este Cristo probado, aprobado y perfecto, como el yelmo para nuestra cabeza.

  ¿Tiene usted experiencias como ésta? Creo que sí, pero no las entiende claramente. Debe aprender a aplicar a Cristo en esta forma con un corazón iluminado.

  Conozco la sutileza del enemigo. Hace más de treinta años, cuando yo era joven, por la gracia del Señor le amaba grandemente. Muy temprano por la mañana me iba a cierta montaña a cantar himnos, leer las Escrituras y orar, muchas veces con lágrimas de amor y gozo. ¡Oh, la comunión era muy dulce, y la presencia del Señor muy rica! Pero al bajar de la montaña, entraba en mi mente toda clase de pensamiento. Todas las mañanas pasaba lo mismo. Al principio pensaba que había algo mal en mí. Me confesaba delante del Señor y le pedía perdón. Pero, alabado sea el Señor, después de unos pocos días, lo entendí y dije: “¡No! Esto no proviene de mí. Amo mucho al Señor, leo y oro Su Palabra, he tenido una comunión tan excelente con el Señor, ¿cómo es posible que estas cosas provengan de mí? Tienen que ser del enemigo”. ¿Sabe lo que hice? Amenacé al enemigo con mi puño. Esa fue mi manera de pelear la batalla.

  Después de algún tiempo, supe que hay un yelmo para mi cabeza, o sea, que una parte de la armadura de Dios es un yelmo. En esa ocasión aprendí una lección. Cada vez que tales pensamientos venían a turbarme, yo decía: “¡Señor, cúbreme con Tu yelmo! ¡Aleluya! ¡Tú eres el Victorioso! ¡Tu sangre preciosa es la sangre victoriosa! ¡Cúbreme, Señor! ¡Te alabo, Señor!” Obtuve la victoria. Más tarde entendí claramente por qué el Señor podía ser para mí una cubierta tan eficaz. Debido a que El fue probado y la humanidad, y porque salió perfecto, brillante y radiante; El es el bronce, el bronce bruñido; El tiene la habilidad, la fuerza, la capacidad, y la base para resistir todos los ataques. Cuando el enemigo se encuentra con este Cristo perfecto, huye. Nunca pelee la batalla por sí solo; no es asunto suyo. La batalla es del Señor.

  Cuando era muy joven, oí una historia que no he podido olvidar. Me ha ayudado grandemente. El padre de una niña tenía un amigo cristiano que un día fue a verlo para tener comunión. La niña los escuchaba. Ese señor estaba muy preocupado. Le dijo al padre que continuamente era vencido por el enemigo. Finalmente, la niña ya no pudo callarse. Exclamó: “Señor, ¡a mí nunca me vence el enemigo! Usted es mucho más grande que yo y siempre pierde la batalla, ¡pero yo siempre la gano!” El amigo le dijo: “Oh, ¿qué significa esto?” Con asombro la miró y le dijo: “Dime, ¿cómo ganas la batalla?” La niña le respondió: “Oh, es muy fácil. Cuando el enemigo viene y toca a mi puerta, le pregunto: ‘¿Quién toca?’ El dice: ‘Soy Satanás’. Luego le digo: ‘Está bien, ¡espera! ¡Voy a llamar a Jesús!’ Y lo hago. Luego el enemigo dice: ‘Olvídelo, ya me voy.’ Y huye. Así lo hago. Es muy fácil ganar la batalla”.

  Si esta historia es cierta o no, no lo sé, pero de una cosa estoy seguro: si usted intenta pelear la batalla por sí solo, seguramente la perderá. Pero cuando va a la batalla con Cristo y ejercita su fe para aplicarlo, sin duda alguna la ganará. Cristo es el probado y aprobado. El es su cubierta. El enemigo no puede decirle ni hacerle nada. Aprenda a aplicarlo como su cubierta.

  El Señor ha sido probado a lo sumo. Ahora El es Aquel que ha sido capacitado para juzgar a otros. Tiene el bronce; tiene la cubierta.

COMO APLICAR EL HIERRO

  Ahora, ¿qué podemos decir de la autoridad, qué del hierro? El Señor dijo que le fue dada toda potestad en el cielo y en la tierra. Pero la historia no termina allí. El Señor también nos dijo que esta autoridad la ha dado a nosotros. Hermanos y hermanas, ¿saben que tienen el derecho de reclamar la autoridad del Señor? Tienen algo mayor que el poder: ¡tienen la autoridad! ¿Conocen la diferencia entre la autoridad y el poder?

  Pongamos un ejemplo. Usted tiene un automóvil y en ese automóvil tiene poder. Supongamos que en la calle usted se encuentra con un policía que está dirigiendo el tráfico con un silbato. El es un pequeño policía, pero cuando se para allí y levanta la mano, todos los carros deben detenerse. ¿Qué es esto? Es su autoridad, la autoridad del gobierno. Ese pequeño policía representa al gobierno. Usted debe obedecer sus órdenes. No importa qué clase de automóvil tenga usted o cuán potente sea. ¡Debe detenerse! No importa que tenga un carro, un camión o un autobús. Cuando él le dice “¡Alto!” usted tiene que detenerse. Comparado con el poder de todos los carros, o aún con el de uno solo, el poder del policía es muy inferior; de hecho, es casi nulo. Pero él tiene algo que usted con su carro potente no tiene: la autoridad. Cuando él dice “¡Alto!” todos deben detenerse. Su autoridad sobrepasa el poder que usted tiene.

  Por muy fuerte que sea el enemigo, lo más que tiene es poder. Nosotros tenemos autoridad. Tenemos la autoridad de la Cabeza del universo entero. Ese pequeño policía representa al gobierno municipal, pero ¡nosotros representamos al Rey del universo! Hermanos y hermanas, ¿han disfrutado alguna vez esta autoridad? Temo que cuando vengan los problemas, simplemente se les olvide, y ustedes se comporten como miserables pordioseros. Se les olvida que representan a Cristo, ¡ni más ni menos que a Cristo! La autoridad encomendada a Cristo les ha sido encomendada a ustedes. El Señor nos dijo que El nos ha dado autoridad para vencer todo el poder del enemigo. Oh, ¡qué salvación es ésta! ¡Que la comprendamos y la experimentemos! Traten de aplicar la autoridad que Cristo les ha dado.

  El pequeño policía allí parado tiene autoridad para detener todo el tráfico. Pero si yo voy allí y digo “¡Alto!” es muy posible que pierda mi vida. No tengo la base; no tengo el uniforme. No piense que sólo por ser cristiano podrá ejercer la autoridad sobre el enemigo. Usted tiene la autoridad, pero hay un problema. ¿Vive usted en Cristo? ¿Vive en la resurrección? Ese pequeño policía puede estar allí hoy y dar todas las órdenes; lo que ate, será atado; lo que desate, será desatado. Pero si el día siguiente la misma persona se para allí sin uniforme, no podrá hacer nada; nadie seguirá sus instrucciones y su vida estará en peligro. Cuando tiene uniforme, el tráfico le debe obedecer. Pero sin uniforme, no tiene sentido que dirija el tráfico, ni tampoco puede él igualar el poder de los carros. Usted es cristiano, pero ¿dónde está parado? ¿Dónde vive? ¿Dónde anda? ¿Anda en Cristo o en su vida natural? Si está en usted mismo, en su vida natural, ha perdido la base, no tiene el uniforme y no tiene autoridad.

  En su tiempo, el apóstol Pablo echaba fuera muchos espíritus malignos (Hch. 16:18; 19:12). En el nombre del Señor Jesús se dirigía a los espíritus malos y les mandaba a salir. Pero, ¿se acuerda usted de cómo otros, los siete hijos de Esceva, intentaron hacer lo mismo en el mismo nombre? En vez de irse, los espíritus malos saltaron sobre ellos y los dominaron de tal manera que huyeron desnudos y heridos (Hch. 19:13-16). No tenían la base; no tenían la autoridad. Los espíritus malos conocían a Pablo y le obedecían, pero no a aquellos hombres. La autoridad depende del hombre.

  Debemos comprender de dónde proviene el hierro. Se saca de las piedras. Y, ¿dónde están las piedras? Están en las montañas; las piedras están en la resurrección. Mientras usted permanezca en la posición de un pedazo de barro, nunca podrá reclamar la autoridad. Como hombre natural, hecho de barro, usted no tiene base ni derecho; no tiene hierro en usted. Pero cuando ya es una piedra, cuando esté viviendo en Cristo, viviendo en resurrección, automáticamente tendrá la autoridad. No necesita pedirla; simplemente puede reclamarla y aplicarla. Puede decir: “Vivo en Cristo; tengo la autoridad de los cielos, y ¡voy a usarla!” Les digo que esto realmente surte efecto.

  El Señor nos dijo: “Todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo” (Mt. 18:18). Esto es autoridad. Pero recuerde, tiene que estar en la vida de resurrección; debe tener la resurrección como base. Esto está relacionado con la resurrección. Entonces tiene el reino, tiene los montes. Es así como el reino llega a existir. Debido a que comprendemos el juicio y la autoridad de Cristo, podemos ejercitar Su juicio y autoridad. Tenemos las montañas, el reino, el gobierno divino, la autoridad de Dios.

  En Deuteronomio 33:25 se nos dice que los cerrojos de las puertas están hechos de hierro y cobre. Estas puertas sirven para nuestra protección, defensa y seguridad. Si tenemos la capacidad de ejercer la autoridad del Señor y el juicio del Señor, tendremos protección y seguridad. Nuestras puertas estarán cerradas con los cerrojos de la autoridad y el juicio del Señor. Los creyentes más protegidos y más seguros son aquellos que saben algo acerca de ejercer la autoridad de Cristo. Tienen la fortaleza porque tienen la autoridad; por lo tanto, están a salvo y tienen seguridad, y por eso tienen descanso.

  El edificio de Dios siempre se encuentra con esta clase de cristianos. No sólo son los materiales para el edificio, no sólo son piedras para la casa, sino que son la casa edificada. Con esta clase de creyente se encuentra la autoridad de Dios, el gobierno divino; por lo tanto, con ellos está el reino de Dios, las montañas o las colinas. Por supuesto, tenemos que crecer gradualmente, de la primera etapa a la segunda, de la tercera a la cuarta. Tenemos que aprender a aplicar a Cristo para disfrutarlo en la primera etapa como el agua viva. Hay que aprender también a aplicarlo en la segunda etapa como alimento sólido. Debemos aprender a disfrutar a Cristo hasta tal punto que todo el día sea para nosotros tan dulce y rico como la leche y la miel. Entonces habremos madurado. Llegaremos al punto de tener la base para reclamar la autoridad y el juicio del Señor.

  Cuando tenemos la autoridad, no es necesario que tratemos con tantas cosas. Ni siquiera es necesario orar acerca de muchos asuntos. Tenemos el derecho de ejercer autoridad sobre esas cosas. Cuando el tráfico se acerca, ¿es necesario que el policía llame al alcalde para pedirle que haga algo para detenerlo? ¡Eso será absurdo! El policía ha sido autorizado para hacer esto. Exactamente en la misma manera, no hay necesidad de que clamemos a Dios pidiéndole ayuda. Podemos y debemos simplemente tomar la base y ejercer nuestra autoridad.

  Sin embargo, quisiera repetir que no podemos hacer esto sin tener cierto grado de madurez espiritual. Sin duda, el apóstol Pablo tenía la base para reclamar la autoridad. Cuando en la iglesia en Corinto surgió un problema con respecto a cierto hermano, y el apóstol no pudo tolerarlo, les dijo que había juzgado a esa persona y que lo había entregado en las manos de Satanás en el nombre del Señor Jesús (1 Co. 5:3-5). Ejerció su derecho, asumió la autoridad. Si queremos hacer lo mismo, nosotros, tal como Pablo, debemos tener la madurez de vida.

  Oh, hermanos y hermanas, debemos acudir al Señor para que aprendamos día tras día a aplicar a este Cristo todo-inclusivo con Sus inescrutables riquezas. Debemos experimentarlo a El en toda Su extensión, desde el agua viva hasta el hierro y el cobre.

  Hay muchos más aspectos de las riquezas de Cristo. En estos capítulos sólo he dado algunos indicios. Hemos leído el pasaje de Ezequiel 34:29 que dice: “Y levantaré para ellos una planta de renombre”. Cristo es una planta de renombre, pero no sabemos el nombre de la planta. Cristo es otra clase de planta especial. Oh, ¡Cristo es sumamente rico! Nunca podríamos agotarlo. En las Escrituras también hay otras clases de plantas que representan a Cristo. En el segundo capítulo del Cantar de los Cantares se habla del manzano. Sin embargo, ésta no es una traducción exacta. Una traducción más precisa indica que es una clase de naranjo. Cristo es un naranjo. Hay tantas plantas que representan a Cristo y que nos revelan varios aspectos de Sus riquezas que son para nuestra experiencia. Exodo 30 enumera las plantas de las cuales se componían el ungüento para la unción y el incienso: la mirra, la canela dulce, el cálamo dulce y la casia (vs. 23-24), como también el estacte, la uña aromática, y el gálbano —todas éstas son especias dulces— junto con el incienso puro (v. 34). Estas plantas tienen mucho significado y son sumamente dulces. ¡Oh, las riquezas! ¡Oh, las inescrutables riquezas!

  Esta tierra en verdad es una buena tierra, sumamente buena. Es especialmente buena en sus riquezas inescrutables. ¡Qué rica es esta porción de tierra! Es un tipo que representa al Cristo todo-inclusivo. Procuremos experimentar, disfrutar y aplicar a este Cristo tan glorioso y todo-inclusivo. ¡Que el Señor nos conceda Su gracia!

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