
Lectura bíblica: Mt. 1:20-23; 18:20; 28:20; Jn. 14:16-20; 2 Ti. 4:22; Gá. 5:25a; 2:20; 5:16; Fil. 1:20-21; Gá. 5:22-23; 2 P. 1:5-8; Fil. 2:14; Gá. 5:25b; 1 Co. 14:3-5; Ef. 4:11-12; 1 Jn. 2:15, 17; Ro. 12:2; Mt. 16:24; Ef. 4:24; Ro. 12:5; Ef. 1:23; Gá. 6:15; Fil. 3:12-16; Ef. 4:15-16; 1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17-18; Ap. 22:17a; 2 Ti. 4:22
Toda la Biblia revela que Dios es vida para Su pueblo escogido. En el Antiguo Testamento, Su pueblo escogido era Israel, pero en el Nuevo Testamento, los creyentes son Su pueblo escogido. Como creyentes, fuimos escogidos para ser santos a fin de que podamos tener Su naturaleza, y fuimos predestinados para ser Sus hijos a fin de que podamos tener Su vida (Ef. 1:4-5). La intención de Dios es impartirse en nosotros como nuestra vida y naturaleza. Después de impartirse en nosotros, Él comienza a impartirse en nuestro ser de una manera muy detallada. A fin de experimentar al Dios Triuno impartiéndose como vida en nuestro ser, necesitamos ser personas que viven con Cristo, Emanuel.
Si nos adentramos en lo profundo de la Biblia, podemos ver que para ser vida al hombre tripartito, el Dios Triuno tuvo que pasar por dos procesos principales. El primero fue la encarnación, y el segundo fue la resurrección. Mediante estos dos procesos, Él llegó a ser dos cosas. Por medio de la encarnación, Él se hizo hombre (Jn. 1:1, 14). En resurrección Él fue hecho el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45).
La encarnación fue el nacimiento de Emanuel (Mt. 1:20-23). Éste fue el primer proceso que nuestro Dios Triuno pasó a fin de llegar a ser vida para el hombre. Por medio de la encarnación, Él, como Renuevo de Jehová, se extendió en Su divinidad a la humanidad. Él llegó a ser un Dios-hombre con divinidad y humanidad. Los judíos incrédulos tienen a Dios, pero su Dios sólo es divino. El Dios de los cristianos no sólo es divino, sino también humano. Él es Jesús, Jehová el Salvador (Mt. 1:21). Jesús fue el nombre que Dios le dio, y Emanuel, que significa Dios con nosotros, fue el nombre dado por los hombres (v. 23). Su nombre era Jesús, pero aquellos que lo experimentaron, llamaron Su nombre Emanuel. Ahora Jesús, nuestro Emanuel, es el Dios Triuno con el hombre tripartito.
Todo el libro de Mateo trata de que el Dios Triuno está con el hombre tripartito. Allí se revela que la presencia de Jesús es Emanuel (Mt. 1:21, 23; 18:20; 28:20). El capítulo 1 revela dos nombres: Jesús y Emanuel. En Mateo 18:20 dice: “Porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos”. ¿A cuál de los dos nombres se refiere la frase Mi nombre? Según el capítulo 1, el nombre dado por Dios era Jesús, pero aquellos que experimentaron a Jesús llamaron Su nombre Emanuel. Desde el punto de vista de Dios, el nombre en que nos congregamos es Jesús, pero según nuestro punto de vista, el nombre es Emanuel. Debemos estar congregados en el nombre de Emanuel.
Muy pocos se dan cuenta de que el nombre en el cual nos congregamos es Emanuel. La mayoría diría que nos congregamos en el nombre de Jesús. Para decir que la frase Mi nombre en el versículo 20 se refiere a Jesús, no necesitamos visión ni revelación, pero para decir que el nombre mencionado aquí es Emanuel se requiere visión, revelación y experiencia. Emanuel es algo nuevo. Hoy día en nuestra experiencia, el mismo Jesús en cuyo nombre estamos congregados es Emanuel. En Mateo 28:20 el Señor dice: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del siglo”. Aquel que está con nosotros todos los días es Emanuel. Emanuel es la presencia de Jesús.
Mateo es un libro acerca de Emanuel, es decir, Dios encarnado para estar con nosotros. Emanuel, en el sentido práctico, es el Espíritu de realidad (Jn. 14:16-20). Cuando Pedro y los otros discípulos escucharon la palabra del Señor en Mateo 18:20 y 28:20, tal vez se preguntaron de qué manera el Señor habría de estar con ellos. Quizás pensaban que el Señor estaría con ellos como lo estaba antes de Su muerte y resurrección. Tal vez pensaban que el Señor continuaría con ellos físicamente, y quizás esto les alegraba mucho. Pero en Juan 14 el Señor Jesús les dijo: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (v. 16). Luego en los versículos 17 y 18 el Señor indicó que Él mismo sería ese Consolador.
En Juan 14 el Señor quería ayudar a Sus discípulos a comprender la Trinidad Divina. La Trinidad Divina está corporificada en el Hijo (Col. 2:9). Como corporificación del Dios Triuno, el Hijo era un Consolador para todos Sus discípulos. Pero debido a la muerte inminente del Señor, tal vez ellos pensaban que iban a perderlo como su Consolador. Por esta razón, el Señor los preparó diciéndoles que Él rogaría al Padre que les diera otro Consolador. El segundo Consolador sería el primer Consolador en otra forma (Jn. 14:16-20).
En Mateo 28:20 el “Yo” que se menciona es Emanuel. En Juan 14 el “Yo” que vendrá en el versículo 18 es el Espíritu de realidad que se menciona en el versículo 17. Desde el Evangelio de Mateo hasta el Evangelio de Juan, se ve una progresión en la revelación divina. Hoy en día el Espíritu de realidad es Emanuel. En el libro de Hechos y en las Epístolas, el Espíritu de realidad es la presencia misma del Dios Triuno consumado que está en nuestro espíritu. Él, el Dios Triuno, está con nosotros, los hombres tripartitos, principalmente de una manera interior. El Dios Triuno no puede cumplir Su intención de impartirse en nuestro ser estando fuera de nosotros. Por lo tanto, Su manera de estar con nosotros debe ser interior.
El Dios Triuno pasó por los procesos de encarnación y resurrección para poder impartirse en nosotros. Por medio de la encarnación, Él podía ser Emanuel fuera de Sus creyentes, pero eso sólo cumpliría una parte de Su intención con respecto a estar con nosotros. Estar con nosotros exteriormente no cumple Su propósito de impartirse en nuestro ser; así que tuvo que pasar por otro proceso. El segundo proceso fue Su muerte y resurrección. En resurrección Su forma física se convirtió en una forma espiritual. Mediante la muerte y resurrección, Él como el postrer Adán fue hecho el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Como el Espíritu vivificante, Él es Emanuel, la presencia de la Trinidad Divina. Esta presencia siempre está con nosotros en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22), no sólo día tras día, sino también momento tras momento.
A fin de vivir con Cristo, necesitamos estar en Su presencia divina (Gá. 5:25a). La presencia divina es el Espíritu vivificante como la consumación del Dios Triuno. Esta presencia es Emanuel, quien es el Jesús verdadero en sentido práctico, el Dios Triuno con el hombre tripartito.
Vivimos con Cristo como Emanuel y andamos por Cristo como el Espíritu vivificante. A fin de andar por Cristo como el Espíritu vivificante, debemos vivir con Cristo como una persona, la cual es Emanuel. Hoy en día Emanuel es el propio Espíritu vivificante, quien es la presencia del Dios Triuno consumado que está con nosotros momento tras momento. Necesitamos darnos cuenta de que todo el día tenemos otra Persona con nosotros. No sólo está con nosotros exteriormente, sino también interiormente en nuestro espíritu cada minuto del día. Cuando estamos solos, actuamos y hablamos en cierta manera; pero cuando alguien más está con nosotros, actuamos y hablamos de modo diferente. Debemos preguntarnos: “¿Hacemos las cosas a nuestra propia manera o lo hacemos todo en otra manera porque nos damos cuenta de que otra Persona está con nosotros?”. Si nos damos cuenta de que otra Persona está con nosotros, todo lo que hagamos, como por ejemplo ir de compras, cambiará.
Hay muy pocos cristianos que andan, viven, hablan y hacen las cosas con Emanuel como la otra Persona que está con ellos. Tenemos la doctrina de Emanuel, pero tenemos muy poca experiencia de Emanuel. Si tuviéramos más experiencia de Emanuel, no haríamos muchas de las cosas que hacemos hoy, como por ejemplo chismear. A veces mientras camino veo a dos hermanas o dos hermanos hablando. Frecuentemente cuando me acerco, detienen su conversación. No quieren continuar su conversación porque otra persona está allí. Mi presencia cambió su modo de hablar. De igual manera, la presencia del Señor cambia nuestra vida. Todos nosotros debemos comprender y percibir que el Señor Jesús, quien es nuestro Salvador, también es Emanuel. Él es el Dios Triuno con nosotros, los hombres tripartitos. No debemos hablar ni obrar en nosotros mismos ni por nosotros mismos. Necesitamos experimentar a Emanuel.
Vivir con Cristo no significa que yo viva solo, sino que vivo con Cristo, quien vive en mí (Gá. 2:20). Si usted vive por sí solo cada momento y cada día, usted está derrotado. Debe darse cuenta de que ya no vive solo, sino que Cristo vive con usted y en usted. Cuando usted esté consciente de esto, toda su vida será revolucionada.
A fin de vivir con Cristo, seguimos viviendo, pero no por nosotros mismos, sino por el Cristo que vive con nosotros como Emanuel. El nombre Emanuel se menciona por primera vez en Isaías (7:14; 8:8). Muchos cristianos se dirigen al Señor llamándolo Jesús y Cristo, pero muy pocos se dirigen a Él como Emanuel. Debemos aprender a llamarlo “Emanuel”.
Emanuel es nuestra vida y persona, y nosotros somos Su órgano. Como Su órgano, vivimos juntamente con Él como una sola persona. El Dios Triuno vive con el hombre tripartito. Nuestra victoria depende de Emanuel, la presencia de Jesús. Si perdemos Su presencia, somos derrotados; pero si tenemos Su presencia, tenemos la victoria.
Anteriormente no vimos la distinción entre vivir con Cristo y andar por Cristo. El Cristo con quien vivimos es Emanuel. Emanuel significa Dios con nosotros, Dios con el hombre. Esto se revela en Mateo, el primer libro del Nuevo Testamento (1:23; 18:20; 28:20). El capítulo 1 introduce el asunto de la presencia de Cristo, Emanuel, con nosotros (v. 23); el capítulo 18 además indica que debemos estar congregados en Su presencia (v. 20); y el capítulo 28 enfatiza que la presencia de Cristo estará con nosotros hasta la consumación del siglo (v. 20).
Cristo fue constituido como Emanuel primeramente al encarnarse como hombre. Mateo 1:23, una cita de Isaías 7:14, dice: “He aquí, una virgen estará encinta y dará a luz un hijo, y llamarán su nombre Emanuel”. El hijo que nació de la virgen era Dios con ella. Él era un niño nacido con la naturaleza humana y un hijo dado con la naturaleza divina (Is. 9:6). Su encarnación fue el primer paso que se dio para que Dios estuviera con nosotros. Luego, Él vivió en la tierra y salió a ministrar a la edad de treinta años. Después de tres años y medio de Su ministerio, Él pasó por la muerte y entró en resurrección. En resurrección fue hecho Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Que Él fuera hecho el Espíritu vivificante fue el segundo paso que se dio para que Dios estuviera con nosotros como Emanuel.
En el Nuevo Testamento, la palabra griega traducida “llegar a ser” se usa dos veces con respecto a Cristo. Primero, el Verbo, quien es Dios, se hizo carne (Jn. 1:1, 14). El Dios eterno, Jehová, el Dios Triuno, el Creador y Aquel que sostiene todo el universo se hizo carne. Él se hizo Emanuel, Dios con el hombre. En segundo lugar, después de treinta y tres años y medio, Él pasó por la muerte y la resurrección y llegó a ser el Espíritu vivificante. Primero se hizo carne y luego el Espíritu vivificante. Estos dos “llegar a ser” son de suma importancia.
Los títulos Renuevo de Jehová y Fruto del país (Is. 4:2) nos transmiten un cuadro admirable y maravilloso acerca de Cristo en Su divinidad y humanidad. En la eternidad Dios existía en Su divinidad. Él permaneció en Su divinidad hasta que se hizo carne por medio de la encarnación. Tal como el renuevo de cualquier planta marca un nuevo comienzo, un nuevo desarrollo, Cristo, como Renuevo de Jehová, fue un nuevo comienzo, un nuevo desarrollo, un brote de la divinidad en la humanidad.
Dios creó al hombre a Su imagen y conforme a Su semejanza con la intención de que un día Él mismo se hiciera hombre. Pero Él no entró en el hombre inmediatamente. Después de la creación del hombre, Dios esperó cuatro mil años antes de hacerse hombre. Esto muestra que nuestro Dios verdaderamente es un Dios de paciencia. Dios prometió a Abraham que a través de su simiente todas las naciones de la tierra serían benditas (Gn. 12:2-3). Desde el día en que dio aquella promesa, Dios siguió siendo paciente otros dos mil años hasta que el ángel del Señor, Gabriel, vino a María y le dijo: “¡Regocíjate, pues se te ha concedido gracia! El Señor está contigo [...] María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y he aquí, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás Su nombre Jesús” (Lc. 1:28-31). Primero, Dios creó al hombre. Dos mil años después, dio una promesa a Abraham. Luego, después de otros dos mil años, se hizo hombre por medio de la encarnación.
Dios vino de Su divinidad y con Su divinidad para entrar en la humanidad. El nacimiento de Jesús fue la extensión de Dios, el Renuevo del Dios eterno e ilimitado. Él fue un nuevo desarrollo, un nuevo comienzo, el brote de la Persona divina dentro de la humanidad. En el momento del nacimiento del Señor, los hombres no entendieron su significado; pero los ángeles lo entendieron y lo celebraron (Lc. 2:13-14). Dios había entrado en otra esfera. El Dios eterno en Su divinidad entró en la humanidad. Él llegó a ser una persona de dos naturalezas, dos estatus. En la eternidad pasada Él era divino, pero en el tiempo se hizo hombre para ser humano. Él ya no era meramente Dios; Él había llegado a ser un Dios-hombre.
Su encarnación para llegar a ser el Dios-hombre fue la iniciación del proceso por el cual Él llegaría a ser vida para el hombre. La consumación de este proceso tuvo lugar cuando esta persona maravillosa, el Dios-hombre, salió de la muerte y entró en la esfera de resurrección. Él había vivido en la tierra treinta y tres años y medio; luego, voluntariamente entró en la esfera desagradable de la muerte, se quedó allí tres días, y salió de la muerte, entrando en resurrección. Con este paso, Él terminó el proceso. En resurrección Él llegó a ser el Espíritu vivificante. Ahora nuestro Salvador Dios es tanto Emanuel como el Espíritu vivificante para nosotros. Puesto que Él es Emanuel, debemos vivir con Él. Él está con nosotros, y nosotros tenemos que estar con Él.
El Evangelio de Juan muestra que Emanuel pasó por un proceso para llegar a ser el Espíritu vivificante. Nosotros vivimos por Él, quien es el Espíritu vivificante. Hoy en día algunos maestros cristianos se oponen al hecho de que Cristo llegó a ser Espíritu vivificante. Pero la Biblia claramente revela que Cristo fue hecho Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Gracias al Señor por habernos dado a conocer este asunto. Hace dos mil años Dios se encarnó y luego, por medio de la muerte y resurrección, llegó a ser el Espíritu vivificante. Durante los primeros cuatro mil años de la historia humana, nadie conocía el propósito de Dios. Pero hoy en día el Señor se ha revelado como Emanuel y como el Espíritu vivificante. Él también nos ha mostrado Su encarnación, Su muerte y Su resurrección.
Cinco puntos han sido constituidos en nuestro ser: Cristo como Emanuel, Cristo como Espíritu vivificante, y Su encarnación, muerte y resurrección. Estos cinco puntos son los factores básicos de la constitución de la revelación neotestamentaria. Si quitamos del Nuevo Testamento a Cristo como Emanuel y como el Espíritu vivificante, y si quitamos del Nuevo Testamento Su encarnación, Su muerte y Su resurrección, ¿qué nos queda? El Nuevo Testamento es un testamento que contiene estos cinco puntos como sus legados principales. En este testamento divino nosotros heredamos a Emanuel, el Espíritu vivificante, la encarnación, la muerte y la resurrección. Hoy en día tenemos que vivir con Cristo, Emanuel. Nuestro vivir siempre es con otra persona, Emanuel, Dios con nosotros. También debemos andar por Él, no como Emanuel, sino como el Espíritu vivificante.
El andar cristiano tiene dos aspectos. El primer aspecto de nuestro andar cristiano es un andar para nuestra vida diaria (Gá. 5:16), y el segundo aspecto de nuestro andar cristiano es un andar para el cumplimiento del propósito de Dios (Gá. 5:25b).
El andar para nuestra vida diaria tiene como fin que vivamos una vida vencedora que exprese a Cristo (Fil. 1:20-21) en cosas tales como las que se enumeran en Gálatas 5:22-23, 2 Pedro 1:5-8, y Filipenses 2:14. Ser espirituales o carnales, celestiales o terrenales, humildes o altivos, llenos de gozo o de murmuraciones y contiendas, son asuntos relacionados con nuestra vida diaria. Éste es el primer aspecto de nuestro andar cristiano.
La mayoría de los cristianos entienden el primer aspecto de nuestro andar cristiano, pero son muy pocos los que entienden o aun tienen idea alguna de que el andar cristiano tiene otro aspecto. El segundo aspecto del andar cristiano tiene como fin el cumplimiento del propósito de Dios (Gá. 5:25b). Como cristianos no sólo vivimos para expresar a Cristo, sino que también vivimos para cumplir un propósito definido.
La gente que vive en el mundo también tiene un andar de dos aspectos. Un buen padre de familia debe comportarse bien. Debe ser amoroso, paciente y humilde; también debe ser un siervo en su familia y no un rey. Éste es el primer aspecto del andar de un padre. Esta clase de conducta es buena, pero en sí tal comportamiento no proveerá los medios para mantener a su familia. Finalmente, el padre necesita un trabajo, oficio o negocio para poder ganar dinero. Establecer un negocio o trabajar en cierta compañía a fin de mantener a su familia es el segundo aspecto del andar de un padre de familia. Este segundo andar tiene el propósito de cuidar a su familia. Es bueno ser amable y humilde, pero esto en sí no cumplirá el propósito de cuidar a su familia. Su andar debe tener dos aspectos.
Como cristianos, nuestro andar debe tener dos aspectos. Debemos vivir a Cristo. Vivir a Cristo es para nuestro andar diario. Éste es el primer aspecto de nuestra vida cristiana. Pero nuestra vida cristiana también debe tener otro aspecto. Debemos andar para cumplir el propósito de Dios llevando a cabo Su economía en la edificación de la iglesia como el Cuerpo de Cristo (1 Co. 14:3-5; Ef. 4:12). Esto debe ser nuestra meta, nuestro propósito, nuestra carrera y nuestro logro.
A fin de lograr la meta de edificar el Cuerpo de Cristo, debemos dar varios pasos. Primero, no debemos amar el mundo (1 Jn. 2:15, 17). Si amamos el mundo, estamos acabados con respecto al cumplimiento del propósito de Dios de edificar el Cuerpo de Cristo. En segundo lugar, no debemos ser amoldados a este siglo, sino transformados por medio de la renovación de nuestra mente (Ro. 12:2). En tercer lugar, debemos negarnos a nosotros mismos, llevar la cruz y seguir a Jesús (Mt. 16:24). En cuarto lugar, debemos dar el paso de vestirnos del nuevo hombre, es decir, vivir en el Cuerpo de Cristo, la iglesia (Ef. 4:24; Ro. 12:5; Ef. 1:23). Vestirnos del nuevo hombre es vestirnos de la vida de iglesia, porque el nuevo hombre es la iglesia. Vestirnos de la vida de iglesia es vivir en el Cuerpo de Cristo. En quinto lugar, debemos vivir en la nueva creación (Gá. 6:15). No estamos aquí simplemente para vivir una vida buena, humilde y paciente. Estamos aquí para vivir la nueva creación. Debemos aprender a tomar a Cristo no sólo como nuestro Salvador y Redentor, sino también como la nueva creación. En sexto lugar, debemos seguir en pos de Cristo (Fil. 3:12-16). En séptimo lugar, debemos ser perfeccionados (Ef. 4:11-12). Ser entrenados es ser perfeccionados. El propósito de la universidad es perfeccionar a las personas en cierta profesión para que puedan llevar a cabo el propósito que tienen en su vida humana. Nosotros también debemos ser perfeccionados a fin de llevar a cabo el propósito de Dios. En octavo lugar, cada uno de nosotros debe crecer hacia Cristo y ejercer una función en Su Cuerpo según nuestra propia medida para edificar directamente el Cuerpo de Cristo (Ef. 4:15-16). Estos pasos tienen como fin el andar en el cumplimiento del propósito eterno de Dios.
Nuestro Dios es el Dios Triuno eterno. En Éxodo 3 Él se reveló como Jehová, Aquel que era y que es y que siempre será (v. 14). El Dios Triuno eterno, Jehová, tenía que ser procesado por medio de varios pasos para ser el Espíritu vivificante. Este Espíritu vivificante es Cristo en resurrección, el Cristo pneumático, el Cristo quien es la corporificación del Dios Triuno transformado en resurrección para ser el Espíritu consumado, quien es la máxima consumación del Dios Triuno (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17-18; Ap. 22:17a). Hace dos mil años, antes de la encarnación y la resurrección, el Dios Triuno todavía no había sido consumado. Él sólo tenía divinidad, pero no humanidad. A fin de ser un Dios que tuviera tanto divinidad como humanidad, tenía que pasar por la encarnación, la muerte y la resurrección. Por medio de estos tres pasos importantes de Cristo, el Dios Triuno fue consumado. El Espíritu vivificante es la consumación del Dios Triuno. Hoy en día tenemos al Dios Triuno eterno, quien es Jehová, como nuestro Emanuel que está con nosotros. Él es el Espíritu vivificante por quien podemos andar, no sólo para expresarlo y vivirlo a Él, sino también para cumplir Su plan eterno, Su economía eterna.
Andar por el Espíritu vivificante no es andar por cualquier poder o medio, sino por el Espíritu consumado como la máxima consumación del Dios Triuno, una Persona divina, quien es Dios y hombre, que tiene la naturaleza divina y también la naturaleza humana, y que vive con nosotros en nuestro espíritu una vida de Dios mezclado con el hombre (2 Ti. 4:22). Este Espíritu consumado es el Señor, el Cristo pneumático, el Cristo en resurrección, quien era el Dios completo como el hombre perfecto, que pasó por el proceso de encarnación, crucifixión y resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante a fin de vivir en nuestro espíritu, no sólo como un poder o medio que nos fortaleciera, nos sostuviera o nos ayudara, sino como una persona completa de divinidad y humanidad para ser nuestra vida, con la finalidad de que vivamos la vida divina de Dios mezclada con nuestra vida humana.