
Lectura bíblica: Lc. 10:1-6; Mt. 28:18-19; Lc. 14:21-23; 2 Ti. 4:2a; Hch. 8:4, 29; 16:6-7
En este mensaje vamos a considerar el ejercicio y la práctica de la predicación del evangelio según la manera ordenada por Dios. Alabamos al Señor que, desde que la manera ordenada por el Señor fue introducida en el recobro, la mayoría de los santos y de las iglesias la han recibido y están perseverando en ello. Sin embargo, nuestra experiencia y práctica de la nueva manera es débil. Puede ser que aceptemos la manera ordenada por el Señor, pero no tenemos mucho ejercicio ni mucha práctica en ello. Lo que necesitamos hoy no es meramente saber qué es la nueva manera; necesitamos ejercitarnos en la nueva manera.
Si vamos a jugar cierto tipo de juego de pelota, tenemos que practicar con la pelota una y otra vez. Cuando yo era joven, no sabía montar en bicicleta. Montar en bicicleta no era algo popular setenta u ochenta años atrás en la ciudad donde yo vivía. Sin embargo, cuando yo vivía y trabajaba en Shangai, me di cuenta de que necesitaba aprender a montar en bicicleta. Algunos vinieron a tratar de enseñarme a montar en bicicleta. Les dije que no necesitaba que me enseñaran; todo lo que yo necesitaba era practicar. Primero que todo necesitaba aprender a subirme a la bicicleta. Intenté varios métodos, y algunas veces al intentar, me caí. En todo caso, aprendí a subirme a la bicicleta. Luego, tuve que aprender a pedalear, pero no aprendí por medio de ser enseñado. Me caí una y otra vez, pero seguí subiéndome. Después de un par de días yo manejaba la bicicleta sin problema. A partir de este mismo principio, si tenemos tal espíritu para practicar la nueva manera, tendremos éxito. Tenemos que ejercitarnos en practicar la nueva manera.
La primera cosa que debemos practicar en la manera ordenada por Dios en cuanto al servicio neotestamentario es la predicación del evangelio. Predicamos el evangelio para que los pecadores se salven, para traerlos al Señor. Sin embargo, ésta no es la meta. La meta de salvar a los pecadores es edificar el Cuerpo de Cristo. Tenemos la carga de salvar a los pecadores, pero tal carga no consiste sólo en salvar a los que perecen. Si ganar almas es la única meta de nuestra predicación del evangelio, tenemos una vista muy corta. Tenemos que tener la vista de Dios conforme a Su economía. Desde la eternidad pasada Dios ha tenido una economía. En Su economía Dios desea que las personas que El creó sean salvas para la edificación del Cuerpo de Cristo. Lo que Dios desea no es un grupo de pecadores salvos. Dios desea tener el Cuerpo de Cristo. Debemos tener una visión alta y de largo alcance. Con esta vista, debemos tomar la carga de predicar el evangelio. Cuando predicamos el evangelio con esta vista, estamos practicando nuestro sacerdocio. El primer aspecto del sacerdocio neotestamentario es que nosotros prediquemos el evangelio para hacer de los pecadores salvos sacrificios espirituales, a fin de que sean ofrecidos a Dios para Su aceptación (Ro. 15:16; 1 P. 2:5).
El Nuevo Testamento comienza con la predicación del evangelio. Antes de que viniera el Señor Jesús, la obra de Juan el Bautista era no sólo bautizar a la gente, sino también predicar el evangelio. El dijo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 3:2). Juan no sólo bautizaba a la gente, sino que también predicaba el evangelio para que la gente fuera salva y fuera traída a Cristo. Después de Juan, vino el Señor Jesús. El también predicó el evangelio (Mt. 4:17). Lucas 8:1 dice que el Señor “iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios”. Además de las ciudades en la tierra, hay muchas aldeas, pequeños poblados que debemos visitar. El Señor Jesús también envió a los doce a hacer lo mismo que El hizo (Mt. 10:5). Aun esto no fue adecuado, así que El envió setenta a visitar cada ciudad y lugar adonde El estaba por ir (Lc. 10:1). Cuando salimos a predicar el evangelio, no debemos solamente visitar las ciudades. Tenemos que visitar todos los lugares. Incluso que el Señor enviara los setenta, no fue adecuado, de modo que después de Su resurrección El envió a todos Sus discípulos, mandándoles que hicieran discípulos a todas las naciones (Mt. 28:19).
En el Nuevo Testamento, Juan el Bautista salió para llevar a cabo la predicación del evangelio y luego Jesús mismo también lo hizo. Luego Jesús envió a los doce y a los setenta, y ahora nos ha enviado a todos nosotros. El ha enviado a todos Sus discípulos a visitar las ciudades y todos los lugares para hacer discípulos a todas las naciones (Mt. 28:19). Hoy en día el evangelio ha llegado a todas las razas, a todos los pueblos y a todas las naciones. Sin embargo, la meta del evangelio no es sólo salvar pecadores, ganar almas, sino que también es obtener los materiales para la edificación del Cuerpo de Cristo. Mi carga es que todos veamos la urgente necesidad de que todos estemos en el ejercicio y la práctica de la predicación del evangelio en la manera ordenada por Dios.
Pablo dijo: “¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Co. 9:16). No predicar el evangelio es un ay. El Señor Jesús dijo que si nosotros, Sus pámpanos, no llevamos fruto, seremos cortados (Jn. 15:2, 6). Ser cortado es perder el disfrute del suministro rico y pleno de la vid. Es por esto que muchos cristianos son tan pobres en el disfrute de las riquezas de Cristo. Han perdido el disfrute pleno de las riquezas de Cristo debido al hecho de que no han llevado fruto. Si no llevamos fruto, seremos cortados.
Aunque no llevemos fruto, de todos modos estamos en el Señor, pero no podemos tener el verdadero disfrute del rico suministro de la savia vital de la vid. En tanto que nosotros no tengamos el disfrute del rico suministro de la savia vital de Cristo, estamos cortados. Si estamos cortados o no, lo podemos determinar por el hecho de si tenemos o no el verdadero disfrute de las riquezas de Cristo. Esto es muy serio. La carencia principal de muchos cristianos consiste en que ellos no llevan una vida que produzca frutos regularmente. Tenemos que levantarnos y ejercitarnos en llevar fruto.
Muchos cristianos están peleando, debatiendo y arguyendo. Sin excepción alguna, mientras los cristianos se ocupen en peleas y en debates, el resultado que obtendrán será esterilidad. Aunque a ellos les parezca que están luchando por el Señor y que están defendiendo la verdad, el resultado de su lucha será que no habrá fruto. Muchas veces he visto grupos de cristianos marchando muy bien hasta que empiezan a debatir. Una vez que empiezan a debatir en nombre de la defensa de la verdad, empiezan a decrecer en número.
Cuando vienen los debates, la mejor manera de levantarnos en su contra es “¡Yendo!” No debemos ocuparnos en debatir sino en salvar a las personas. Debemos salir para salvar un buen número de personas. Algunos tal vez digan que estamos equivocados si nos ocupamos de los números. Sin embargo, la Biblia se ocupa de los números. Hasta hay un libro en la Biblia llamado Números. Dios les dijo a Moisés y a Aarón que contaran, que numeraran, al pueblo (Nm. 1:2). Debemos contar las personas en la iglesia en nuestra localidad (Hch. 2:41; 4:4; 21:20). Si hacemos esto, nos percataremos de nuestra negligencia en el asunto de llevar fruto. Nuestra urgente necesidad es hacer que la gente sea salva. En vez de debatir, debemos preferir salvar por lo menos una persona hoy. Cuando bautizamos a alguien en el Dios Triuno, nos sentimos gloriosos. La manera gloriosa es salvar pecadores y contarlos.
Si alguien viene a nosotros para debatir acerca de la verdad, simplemente debemos decir que no tenemos tiempo para eso. Luego, podemos preguntarle si sus padres o sus familiares son salvos. Si ellos no han sido salvos, podemos orar con él por ellos. No debemos debatir en cuanto a lo que es correcto o incorrecto. No hemos sido designados para juzgar, y no tenemos tiempo para debatir. Debemos dedicar nuestro tiempo a salvar a los pecadores y a alimentar y nutrir a los nuevos a fin de ayudarles a crecer.
Debemos ir a visitar a las personas para predicarles el evangelio. El Señor no nos dijo que fuéramos a las personas “correctas” y que no fuéramos a las “incorrectas”. ¡El simplemente nos dijo que fuéramos! En primer lugar, debemos ir a visitar los hogares (Lc. 9:4). Luego, debemos visitar cada ciudad y lugar. Finalmente, debemos ir al mundo entero (Mt. 24:14; 28:19; Hch. 1:8).
Nuestra primera carga en este entrenamiento consiste en que a cada entrenando se le imparta la carga de ir a visitar a la gente para predicarle el evangelio. Debemos tomar esta carga. No tenemos manera de excusarnos. El Señor se envió a Sí mismo primero; luego El envió a los doce y a los setenta; y ahora ha enviado a todos los discípulos. El libro de Hechos narra que gran número de personas fue salvo en Jerusalén por medio de la predicación del evangelio. En el día de Pentecostés, tres mil personas fueron salvas (Hch. 2:41). Luego Hechos 4:4 dice que “el número de los varones era como cinco mil”. Hubo miles de personas salvas en Jerusalén, y aún así, no estaban dispuestos a salir. Todos ellos se habían quedado pegados a esa ciudad. Entonces vino la persecución, y esto los forzó a salir (Hch. 8:1). Hechos 8:4 nos dice que aquellos que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando las buenas nuevas de la palabra. Debido a la persecución ellos salieron y el evangelio se difundió. Como resultado de que ellos salieran el reino se extendía a muchos lugares, y la iglesia era edificada (Hch. 9:31).
Debemos ser de aquellos que salen. Si no podemos salir todos los días, debemos salir por lo menos una vez por semana. Todos pueden hacer esto. Debemos salir por lo menos una noche o una tarde por semana. Debemos ir primero a nuestra “Jerusalén”, lo cual significa que debemos ir a nuestros familiares cercanos, a saber: a nuestros padres, tíos, tías, primos, cuñados, suegros, etc. Luego, debemos ir a Judea, a Samaria, y, por último, a los confines de la tierra (Hch. 1:8).
No sabemos quiénes son los escogidos. El Señor ha escogido un pueblo “de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Ap. 5:9). Sólo el Señor sabe quién es escogido. Lucas 14 dice que debemos ir “pronto por las plazas y las calles de la ciudad” (v. 21), y luego “por los caminos y por los vallados” (v. 23). Esto significa que debemos ir por todas partes. No debemos hacer distinción entre quién tiene una posición alta y quién tiene una posición baja. Mientras sean seres humanos, debemos traerlos al Señor. El Señor dijo que salieran y trajeran “a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos” (v. 21).
Tal vez algunos de los que debaten pueden decir que nosotros forzamos a la gente a creer y a ser bautizada, pero el Señor nos manda en Lucas 14 que ‘forcemos’ a la gente a que reciba la salvación del Señor (v. 23). Antes de que fuéramos salvos, no estábamos dispuestos a buscar al Señor; tuvimos que ser forzados, compelidos, a recibir Su salvación. Si forzamos a la gente a recibir al Señor, tal vez nos preguntemos si algunos de ellos llegan a ser creyentes genuinos. Pero sólo el Señor sabe quién es cizaña y quién es trigo (Mt. 13:29-30), y el Señor no nos dice que tratemos de discernir tal diferencia. El Señor nos dijo que fuéramos a hacer discípulos a todas las naciones y a bautizarlas en el nombre del Dios Triuno (Mt. 28:19). Como miembros de la iglesia, nuestra primera responsabilidad es levantarnos y ejercitarnos a salir a predicar el evangelio en la nueva manera.
Me gustaría decir una palabra a los ancianos. Si usted es un anciano que predica el evangelio, la iglesia en la cual usted tiene la responsabilidad será una iglesia que predica el evangelio. Por lo tanto, los ancianos deben ser los primeros en ejercitarse para la predicación del evangelio, en practicarla y aun en promoverla. Todo creyente tiene que salir a predicar el evangelio. Yo rogaría a cada iglesia que se levante y se dé a la predicación del evangelio. La predicación del evangelio debe ser promovida en cada localidad.