
En las páginas subsiguientes, la palabra Deidad (Gr.Θεóτης) es usada varias veces. Se presenta la siguiente definición para aquellos lectores que no conocen este término.
Deidad (Gr. Θεóτης), que se menciona en Colosenses 2:9, se refiere a lo que Dios es como el único Dios y objeto de adoración.
Divinidad (Gr. θειóτης), que se menciona en Romanos 1:20, se refiere a la naturaleza divina de Dios.
Nosotros, los hijos de Dios, nacimos de Él; por tanto, poseemos Su naturaleza divina (2 P. 1:4). Pero nosotros no participamos en Su Deidad; esto es, no poseemos Su Deidad.
La Biblia contiene dos grandes misterios: uno es el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu—, y el otro es la Persona de Cristo. Cristo es tanto Dios como hombre, y las dos naturalezas, divina y humana, están completas en Él. No obstante, aunque Él posee divinidad y humanidad, es una sola persona. Nuestra mente no alcanza a comprender esto completamente. Lo único que podemos hacer es aceptar este hecho conforme a la revelación hallada en las Escrituras.
Antes de considerar lo que la Biblia nos revela en cuanto a la Persona de Cristo, veamos algunas de las opiniones y enseñanzas que algunos hombres han propugnado a través de los siglos respecto a este asunto. A partir del siglo I d. C. hasta mediados del siglo VI, los así llamados obispos sostenían diferentes enseñanzas en cuanto a la Persona de Cristo. Esto provocó muchas disputas, y con el tiempo, produjo divisiones en la iglesia durante los primeros seis siglos. Estas distintas opiniones y enseñanzas se pueden resumir y ordenar en siete categorías. Entre ellas, sólo una es apropiada y puede ser considerada como la enseñanza ortodoxa. Las otras seis categorías son inapropiadas debido a que yerran con respecto a la humanidad o la divinidad de Cristo, y también debido a que separan extremadamente Su divinidad de Su humanidad o las fusionan. A continuación discutiremos brevemente estas siete diferentes escuelas.
Ésta es la enseñanza errónea de los docetas (70-170 d. C.). Ellos enseñan que Cristo poseía solamente divinidad, y no humanidad. Los docetas consideran que la materia, cualquiera que sea, es esencialmente maligna. Debido a que Cristo es santo, Él nunca podría haberse contaminado con la carne humana. Así que el cuerpo del Señor, mientras estuvo en la tierra, no era un cuerpo real sino una mera ilusión; Su nacimiento tampoco fue un nacimiento verdadero, y Su muerte no fue una muerte verdadera.
Por supuesto, esta enseñanza es completamente absurda y claramente contraria a la revelación de las Escrituras. La Biblia de manera explícita y categórica afirma que el Señor es el Verbo de Dios que “se hizo carne” (Jn. 1:14), que “también participó de lo mismo [carne y sangre]” (He. 2:14) y vino a ser “hombre” (1 Ti. 2:5). Puesto que tiene un cuerpo humano y naturaleza humana, Él es un hombre completo y verdadero.
Así como lo menciona 1 Juan 4:2-3, esta escuela negaba que Cristo había venido en carne. El Evangelio de Juan refuta este pensamiento desde el mismo comienzo, al declarar que Cristo es el Verbo y que Él es Dios que se hizo carne (Jn. 1:1, 14).
Ésta es la herejía de los ebionitas (107 d. C.). Ellos sostenían que Cristo poseía naturaleza humana pero no la naturaleza divina, y que si bien llevó una vida humana como cualquier otro hombre, Su comportamiento manifestaba que Él tenía una relación especial con Dios.
Esta enseñanza es aún más absurda que la anterior. Se asemeja mucho a las falsas enseñanzas de los modernistas de hoy, y es totalmente contraria a la Biblia. La Biblia claramente establece que Cristo es un hombre, y también revela definitivamente que Él es Dios (Jn. 1:1; He. 1:8; Ro. 9:5). Cristo es un hombre completo y verdadero, y también es el Dios real y perfecto. Él posee una humanidad completa y perfecta, y también una divinidad completa y perfecta.
Ésta es la enseñanza errónea de los arrianos. Ellos decían que la divinidad de Cristo estaba incompleta y que Él llegó a existir al unirse el Logos con el cuerpo humano. Por tanto, Él no puede ser comparado con Dios, sino que más bien se trata de la criatura más sobresaliente, distinguida, noble y superior de todas; pues el Verbo no es Dios quien es “increado”, sino el principal de toda la creación. Arrio afirmó que Cristo había sido creado por Dios, pero que fue creado antes de los siglos, es decir, antes de todas las cosas creadas. Por tanto, hubo un tiempo en cual Él no existía. Arrio también afirmó que como Cristo murió sin pecado, Él podía ser resucitado, ascender a los cielos y, de este modo, llegar a ser Dios. El primer concilio general, celebrado en Nicea en el año 325 d. C. declaró que el arrianismo era una herejía y lo rechazó.
Si estudiamos cuidadosamente la falsa doctrina de los arrianos podemos encontrar tres asuntos que son contrarios a la revelación de las Escrituras: (1) Aunque la Biblia dice claramente que “el Verbo era Dios” (Jn. 1:1), Arrio afirmaba que el Verbo no es el Dios que existe por Sí mismo y, por ende, sostenía que la divinidad de Cristo era imperfecta y no podía ser comparada con la de Dios. ¡Esto es sin duda una terrible herejía! (2) Las Escrituras dicen que Cristo es el mismo Dios que existe desde el principio (v. 1), que existe por Sí mismo y no tiene principio. Sin embargo, los arrianos decían que hubo un tiempo en el que Cristo no existía, y que Él llegó a ser Dios sólo después de Su resurrección y ascensión. ¡Esta enseñanza es un gran insulto a la Persona de Cristo! (3) Es cierto que la Biblia afirma que Cristo es el “Primogénito de toda creación” (Col. 1:15), y también “el principio de la creación de Dios” (Ap. 3:14), pero no dice que Él fue creado antes de los siglos, como arbitrariamente lo aseveran los arrianos. En resumen, ellos negaron completamente la divinidad “increada” de Cristo y fueron demasiado dogmáticos con respecto al momento en que Cristo fue creado. No es de extrañar que su enseñanza fuera calificada como herética y fuera condenada por el concilio general de Nicea.
Ésta era la enseñanza absurda de los apolinaristas. Ellos decían que la humanidad de Cristo estaba incompleta debido a que Él tenía un cuerpo y un alma humanos, pero no tenía un espíritu humano, el cual fue misteriosamente reemplazado por el Logos. Por consiguiente, el llamado Cristo se compone de estos tres: Logos, alma y cuerpo (diferente de un ser humano, el cual se compone de espíritu, alma y cuerpo). El segundo concilio general que se celebró en Constantinopla en el año 381 d. C. declaró esta doctrina como herética.
Esta doctrina, sin lugar a dudas, es muy contraria a la revelación de la Biblia. Si bien la Biblia afirma que Cristo fue concebido del Espíritu Santo (Mt. 1:18, 20) y tenía una naturaleza divina completa, también declara que Él nació de María (Lc. 2:5-7) y que, por tanto, tenía una naturaleza humana perfecta. Él nació como un niño (Is. 9:6) y creció de una manera normal (Lc. 2:40, 52). Él no sólo posee un cuerpo humano (He. 2:14) y un alma humana (Mt. 26:38), sino también un espíritu humano (Mr. 2:8). Por tanto, las Escrituras nos revelan claramente que Cristo es íntegramente un hombre con espíritu, alma y cuerpo, y que también posee una humanidad perfecta.
Ésta es la falsa doctrina de los nestorianos. Ellos sostenían que las dos naturalezas de Cristo, la divina y la humana, eran completamente distintas y estaban separadas, puesto que es imposible que una persona pueda poseer dos naturalezas. Según ellos, si había dos naturalezas, eso implicaba que había dos personas. Por tanto, ellos recalcaron excesivamente la separación entre las dos naturalezas de Cristo, al punto de decir que en el cuerpo de Cristo había dos seres distintos: Dios y el hombre. El tercer concilio general celebrado en Éfeso en el año 431 d. C. declaró esta doctrina como impropia.
La enseñanza de los nestorianos es también evidentemente contraria a la revelación bíblica. La Biblia nos muestra en el Antiguo Testamento que el arca del testimonio, la cual tipifica a Cristo, estaba hecha de madera y recubierta de oro, lo cual constituye un producto de dos naturalezas. El oro tipifica la naturaleza divina de Cristo, y la madera tipifica Su naturaleza humana. Aunque la naturaleza del oro y de la madera son distintas, ambas se unieron en la elaboración del arca. Esto significa que aunque Cristo posee dos naturalezas, la divina y la humana, Él sigue siendo uno; y aunque Sus dos naturalezas son distintas, no están separadas, sino que conforman una sola entidad. Aunque Cristo posee tanto divinidad como humanidad, estas dos naturalezas han venido a ser una Persona; no se trata de un cuerpo conformado por dos personas: Dios y hombre.
Ésta es la enseñanza errónea de los eutiquianos. Ellos negaban que la divinidad y la humanidad de Cristo fueran distintas y coexistieran, y en lugar de ello afirmaban que estas dos naturalezas se fusionaron para formar una sola naturaleza, que no es divina ni humana, sino más bien una tercera naturaleza, en la que predomina la naturaleza divina y en la que la naturaleza humana ha sido absorbida por la divinidad. Ésta es la razón por la que los eutiquianos también fueron conocidos con el nombre de monofisitas. La enseñanza de ellos fue condenada en el cuarto concilio general de Calcedonia en el año 451 d. C.
El eutiquianismo también es contrario a las Escrituras. La Biblia nos muestra en el Antiguo Testamento que la ofrenda de harina, la cual tipifica a Cristo, se hacía mezclando el aceite con la flor de harina (Lv. 2:4; Éx. 29:40). El aceite, que tipifica al Espíritu Santo, está relacionado con la naturaleza divina de Cristo, mientras que la flor de harina, que tipifica la conducta de Cristo, está relacionada con la humanidad de Cristo. Aunque el aceite y la flor de harina están mezclados para formar una sola entidad, la naturaleza del aceite y de la harina aún se distinguen y no se fusionan para producir una tercera naturaleza. Sin embargo, Eutiques aseguraba que las dos naturalezas de Cristo, esto es, Su divinidad y humanidad, se habían fusionado como una sola y que se había producido una tercera naturaleza, de la misma manera en que una sustancia ácida y una alcalina, al combinarse, se contrarrestan y producen una tercera sustancia neutra. En realidad, las dos naturalezas de Cristo —la divina y la humana— están mezcladas en un solo cuerpo así como se mezcla el aceite con la flor de harina; cuando estos dos se mezclan, no se produce una tercera naturaleza tal como sucede cuando se combina una sustancia ácida con una alcalina.
Ésta es la enseñanza apropiada de la escuela ortodoxa. Después de los cuatro concilios generales que ya mencionamos, en el año 553 d. C. se celebró el quinto concilio general en Constantinopla, donde todos los integrantes de la escuela ortodoxa reconocieron que Cristo posee tanto divinidad como humanidad, las cuales son perfectas y a la vez permanecen unidas en el cuerpo de una sola persona, a saber: sin separación, sin confusión y sin ningún cambio, es decir, sin llegar a ser una tercera naturaleza. Nuestro Señor, sin lugar a dudas, es el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre. Él es el Dios perfecto y un hombre completo. Él es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre; es tanto Dios como hombre. Su divinidad es perfecta y Su humanidad es completa. Él posee estas dos naturalezas, sin confusión ni separación alguna entre ambas. Aunque Él posee dos naturalezas, es una sola persona. Su persona no puede ser dividida, y no hay confusión alguna entre Sus dos naturalezas. Ésta es la revelación apropiada que nos presenta toda la Santa Palabra de Dios; ésta es también la perspectiva ortodoxa que ha sostenido la iglesia de Dios a través de los siglos. ¡Nuestro Señor, quien es tanto Dios como hombre, una persona con dos naturalezas, sin separación y sin confusión, es verdaderamente un misterio de misterios y es digno de recibir nuestra adoración y alabanza por la eternidad!
Aunque es cierto que la Persona de Cristo es un gran misterio, la Biblia nos habla muy claramente con respecto a este tema. Este tema, que se revela en las Escrituras, es un misterio, pero las palabras que usa la Biblia para revelarlo son muy claras. De manera que, aunque no alcanzamos a descifrar completamente este misterio, sí podemos entender y aceptar las palabras que la Biblia nos dice al respecto.
Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, la Biblia dice repetidas veces y de muchas maneras, que Cristo es Dios.
Hebreos 1:5 dice que las palabras que Dios habló en 2 Samuel 7:14: “Yo seré Padre para Él y Él me será Hijo para Mí”, se refieren a Cristo. Dios es Su Padre, y Él es el Hijo de Dios. Esta designación, según el sentido bíblico, indica igualdad con Dios (Jn. 5:17-18). A partir del libro de Génesis, numerosos pasajes del Antiguo Testamento nos hablan de Cristo. Sin embargo, no es sino hasta 2 Samuel 7 que se nos dice que Dios es Su Padre. Él es el Hijo de Dios, tiene la Deidad y es igual a Dios. Él vino como el Hijo de Dios y trajo consigo la Deidad, para ser el Cristo de Dios y así llevar a cabo la voluntad de Dios.
A lo largo de los Salmos, repetidas veces se nos dice que Cristo es Dios. Salmos 2:7 dice: “Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi Hijo eres Tú, Yo te engendré hoy”. Esto se refiere al hecho de que Dios levantaría al Señor Jesús de los muertos (Hch. 13:33) y declararía que Él es el Hijo de Dios, el cual posee la esencia divina de la Deidad (Ro. 1:4). Aunque Él vino a ser el Hijo del Hombre, y se vistió de la naturaleza humana y de un cuerpo humano, Dios le levantó de los muertos y declaró que Él era el Hijo de Dios, el cual tenía la divinidad y la Deidad, hecho tanto superior a los ángeles (He. 1:4-5). En un salmo de alabanza a Cristo, el salmista declara: “Tu trono, oh Dios [heb.], es eterno y para siempre; cetro de justicia es el cetro de Tu reino” (Sal. 45:6). Por tanto, la expresión oh Dios en este versículo se refiere a Cristo. El salmista aquí, de una manera directa, lo llamó Dios y lo alabó como tal. Él no sólo es el más hermoso de los hijos de los hombres (v. 2), sino también Dios a quien le pertenece el trono y el cetro para siempre. Aquel que es el Hombre más hermoso es simplemente Dios, el mismo Dios que reina en el trono por la eternidad.
“¡Dios Mí! ... ¡Por generación y generación son Tus años! Desde el principio Tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de Tus manos. Ellos parecerán, mas Tú permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán, como un vestido los mudarás y serán mudados; pero Tú eres el mismo, y Tus años no se acabaran” (Sal. 102:24-27). Aquí se alaba a Dios como el Creador y Soberano de los cielos y la tierra, y se nos dice que Él es inmutable. Según Hebreos 1:8-12 este pasaje se refiere a Cristo. Nuevamente, la Biblia claramente dice que Cristo es Dios, y lo alaba como el Señor que crea y rige los cielos y la tierra, como Aquel que permanece el mismo, cuyos años no acabarán.
David declaró: “Jehová dijo a mi Señor: ‘Siéntate a mi diestra’ ” (Sal. 110:1). En Mateo 22:42-45, el Señor indicó que aquí David lo llamó Señor. Esto comprueba que Él es Dios; de lo contrario, ¿cómo David podría haberle llamado Señor si, según la carne, Él es el Hijo de David? Aunque Él vino a ser carne y llegó a ser el Hijo de David, por ser Dios, Él es el Señor de David, Aquel que se sienta en los cielos y es igual a Dios.
En el libro de Isaías dice: “En aquel tiempo el renuevo de Jehová será para hermosura y gloria” (4:2). Este renuevo es Cristo, quien brotó de Jehová Dios. Por tanto, Él, como el renuevo que brotó de Dios y que posee la Deidad, cumplirá el propósito de manifestar la hermosura y gloria de Dios. Y ciertamente vemos que se manifiestan en Él la hermosura y gloria de Dios. El profeta Isaías declaró: “Vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime [en una nota de pie en la traducción de Darby, dice que en hebreo esto podría significar que el Señor estaba en lo alto] ... ¡Toda la tierra está llena de Su gloria!” (6:1-3). Juan 12:38-41 dice que aquí Isaías vio la gloria del Señor Jesús. Esto nos muestra que el Señor Jesús es Dios, quien está muy en alto y se sienta en el trono en los cielos, que Él es quien recibe las alabanzas de los serafines y llena toda la tierra de Su gloria. ¡Aleluya! ¡Nuestro Dios es el Altísimo que está sentado sobre el trono y llena el universo de Su gloria! ¡Él es digno no sólo de recibir las alabanzas de los ángeles celestiales, sino mucho más, de ser alabado y adorado por nosotros!
La profecía del Antiguo Testamento, que dice: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel [esto es, Dios con nosotros]” (Is. 7:14), se cumplió en el Señor Jesús (Mt. 1:20-23). Aunque el Señor como hombre fue concebido y nació de una virgen, los hombres le llamaron “Dios con nosotros”, ya que cuando Él estuvo en la carne, era Dios con los hombres. Él es Dios que vino a ser hombre y habitó entre los hombres; por ende, Él es Dios mismo que está con los hombres. Isaías 9:6 dice: “Porque un niño nos ha nacido, hijo nos ha sido dado ... Se llamará Su nombre ... ‘Dios fuerte’, ‘Padre eterno’ [o Padre de eternidad]” [heb.]. Aquí dice de la manera más clara y enfática que nuestro Señor no sólo es Dios mismo, sino también el Padre. Aunque Él nació como un niño en la carne, Él es el Dios fuerte; en el tiempo Él vino como un hijo, no obstante, en la eternidad Él es el Padre. ¡Jesús, quien se hizo carne, es Dios mismo! ¡El Hijo que entró en el tiempo es el Padre! Él es nuestro Dios, y Él es también nuestro Padre.
Isaías 11:10 dice: “Acontecerá en aquel tiempo que la raíz de Isaí, la cual estará puesta por perdón a los pueblos...”. Aquí la raíz de Isaí se refiere a Cristo (cfr. Ap. 22:16, que dice que Él es la raíz de David). En Isaías 11:1 dice que Él es un retoño que salió del tronco de Isaí, y un vástago que ha brotado de sus raíces. Esto indica que Él se hizo hombre y que fue un descendiente de Isaí; Él procedió de Isaí. Isaías 40:3-11 dice: “Voz que clama en el desierto: ‘¡Preparad un camino a Jehová ... Entonces se manifestará la gloria de Jehová’ ... ‘¡Ved aquí al Dios vuestro!’ He aquí que Jehová el Señor vendrá con poder, y Su brazo dominará ... Como pastor apacentará Su rebaño...”. Basándonos en Mateo 3:3, donde se menciona la frase voz de uno que clama, concluimos que este pasaje de Isaías 40 se refiere a Cristo. Él es la expresión de la gloria de Dios, tal como Hebreos 1:3 dice: “El cual [Cristo], siendo el resplandor de Su gloria”. Él es el Dios del pueblo de Dios, y cuando Él viene, es el Señor mismo que viene a Su pueblo, como el Poderoso y como el Pastor. Por supuesto, estas palabras se cumplirán aún más en Su segunda venida. Pero, cuando Él vino por primera vez, se manifestó la gloria de Dios, y Su venida fue la venida de Dios, ya que Él mismo es Dios, el Señor Dios.
Jeremías 23:5-6 dice: “Levantaré a David renuevo [o retoño o brote] justo ... y éste será Su nombre con el cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra” (cfr. 33:15, 16). Esto significa que, por un lado, Cristo es un brote o retoño justo que salió de David, es decir, un descendiente de David, y por otro, Él es Jehová que ha venido a ser nuestra justicia. Él es tanto Dios como hombre.
Miqueas 5:2 dice: “Pero tú, Belén ... de ti ha de salir el que será Señor en Israel; Sus orígenes se remontan al inicio de los tiempos, a los días de la eternidad”. Mateo 2:4-6 claramente señala que este pasaje habla de Cristo. Aunque Él nació en Belén y salió de allí, Su raíz o Sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad. Solamente Dios es desde tiempos antiguos y desde los días de la eternidad. Por tanto, esto comprueba que Él es Dios, el mismo Dios que se remonta al inicio de los tiempos, a los días de la eternidad.
Además, el Ángel de Jehová, mencionado en Éxodo 3:2-12, Jueces 6:11-24, 13:15-24, Zacarías 1:11-12 y 2:8-11, se refiere a Cristo. Estos pasajes nos muestran claramente que el Ángel de Jehová es el Señor Dios mismo. (Zacarías 12:8, que dice: “Dios, como el Ángel de Jehová”, comprueba esto). Esto nos muestra que Cristo, quien fue enviado por Dios como el Ángel de Jehová para cumplir la voluntad de Dios, es el mismo Dios que lo envió, el mismo Señor Dios.
En los pasajes antes citados, el Antiguo Testamento claramente revela que Cristo es Dios, que posee la Deidad y tiene la condición de Dios, la posición de Dios y el poder divino: Él es nada menos que Dios mismo.
Mateo 1:20-23 dice: “Porque lo engendrado en ella, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás Su nombre Jesús, porque Él salvará a Su pueblo de sus pecados. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: ‘He aquí, una virgen estará encinta y dará a luz un hijo, y llamarán Su nombre Emanuel’ (que traducido es: Dios con nosotros)”. En este pasaje hay tres puntos principales que demuestran categóricamente que nuestro Señor es el mismo Dios:
(1) Él nació por medio de la fecundación del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es Dios mismo. Por tanto, cuando Él nació por medio de la fecundación del Espíritu Santo, aquello fue la encarnación de Dios. Esto concuerda exactamente con Juan 1:14, que dice que Él es Dios hecho carne.
(2) Dios mandó que Su nombre fuese llamado Jesús. Jesús es el equivalente en griego del nombre hebreo “Josué” (Nm. 13:16; He. 4:8), el cual significa Jehová el Salvador. Esto indica que este Jesús es Jehová Dios, quien llegó a ser nuestro Salvador. Por tanto, Él es Dios mismo.
(3) No sólo Su nombre fue llamado Jesús por mandato de Dios, sino que además los hombres le llamaron Emanuel, que significa Dios con nosotros. Esto también indica que Él es Dios. Aquel que se hizo carne y habitó entre los hombres es Dios con los hombres. Su nombre Jesús, el nombre que Dios le dio, incluye el título Jehová; y Su nombre Emanuel, por el cual los hombres lo llamaron, incluye el título Dios. Por tanto, Él es Jehová y Él es Dios. Él es Jesús, Jehová el Salvador, y también es Emanuel, Dios con nosotros.
El Nuevo Testamento nos muestra que en varias ocasiones (particularmente inmediatamente antes del nacimiento del Señor, en Su bautismo y en Su muerte), Dios claramente reveló de forma directa o por medio de ángeles y hombres, que el Señor es el Hijo de Dios; es decir, que el Señor tiene la divinidad y la Deidad, y que es igual a Dios (Jn. 5:17-18).
Las palabras habladas por el ángel Gabriel, quien fue enviado por Dios cuando Jesús iba a ser concebido, fueron: “Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo ... Lo santo que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lc. 1:32, 35).
Más tarde, Dios habló de los cielos después que Jesús fue bautizado y dijo: “Este es Mi Hijo, el Amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:17). Y cuando Juan el Bautista vio al Espíritu Santo descender sobre el Señor, dijo: “Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios“ (Jn. 1:34). Luego, cuando el Señor empezó a llamar la gente a que le siguiera, Natanael dijo: “Rabí, Tú eres el Hijo de Dios” (v. 49).
Después de aquella ocasión en que el Señor anduvo sobre el mar, propició que Pedro hiciera lo mismo y calmó el viento, los discípulos dijeron: “Verdaderamente eres Hijo de Dios” (Mt. 14:33).
Después de que Pedro recibió la revelación de parte de Dios, él declaró: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (16:16).
Cuando el Señor se transfiguró en el monte, Dios habló desde una nube y dijo: “Este es Mi Hijo, el Amado, en quien Me complazco” (17:5).
El centurión y los que estaban con él mientras el Señor moría dijeron: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (27:54).
Cuando los fariseos dijeron que Cristo es el Hijo de David (22:42), el Señor dijo: “¿Pues cómo David en el espíritu le llama Señor?” (v. 43), y luego, citando las palabras (v. 44) de Salmos 110:1, comprobó que David en el espíritu le había llamado Señor. En esta ocasión el Señor mismo admitió ser el Señor de David. Aunque Él fue hecho carne y vino a ser un hijo de David, en realidad Él es el Señor de David debido a que es Dios.
Mateo 28:19 dice: “Bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. En estas palabras a Sus discípulos el Señor dio a conocer que Él era uno con el Padre y el Espíritu Santo, y al hacerlo demostró que Él posee la misma divinidad y Deidad que el Padre y el Espíritu Santo.
Un pasaje del Evangelio de Marcos narra: “Jesús ... dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados. Pero algunos de los escribas que estaban sentados allí cavilaban en sus corazones: ¿Por qué habla éste así? ¡Blasfema! ¿Quién puede perdonar pecados, sino uno solo, Dios?” (2:5-7). Esto no sólo prueba que el Señor Jesús es Dios quien puede perdonar pecados, sino que además indica que el Señor mismo confesó ser Dios, quien es el único que puede perdonar pecados. Luego, en la misma sección, el Señor también les mostró a los que lo criticaban que, así como Dios escudriña los corazones, Él conocía los pensamientos de sus corazones y mantuvo Su posición de Dios para ejercer la autoridad de Dios al perdonar los pecados de los hombres (vs. 8-12).
En el Evangelio de Marcos más adelante dice: “Cuando salía Jesús al camino, vino uno ... y ... le preguntó: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo uno, Dios” (10:17-18). Este pasaje nos muestra que el Señor Jesús declaró ser Dios, el único que es bueno. Al decir esto, el Señor deseaba que el que había confesado que Él era bueno, también confesara que Él era Dios, el único que es bueno.
El Evangelio de Juan declara: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios” (1:1-2). Según el versículo 14, el Verbo aquí es el Señor Jesús encarnado. Él no sólo estaba con Dios en el principio, sino que Él es el propio Dios.
El Evangelio de Juan además declara: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer” (v. 18). Esto indica que el Señor, siendo el unigénito Hijo de Dios, es la expresión de Dios. Ningún hombre ha visto a Dios jamás, sin embargo, el Hijo le ha dado a conocer. El Padre es el Dios invisible, el Dios escondido; el Señor Jesús es el Dios manifestado.
El Señor Jesús dijo: “Para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió” (5:23). Aquí el Señor nos muestra que Él disfruta la misma honra con el Padre debido a que Él es el Padre y también es Dios.
Jesús le dijo al ciego a quien había sanado: “¿Crees tú en el Hijo de Dios? Respondió él y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en Él? Le dijo Jesús: Pues le has visto, y el que habla contigo, Él es. Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró” (9:35-38). Aquí el Señor mismo le dijo al hombre ciego a quien Él había sanado, que Él es el Hijo de Dios. Éstas fueron las palabras dichas por el Señor, en las que afirmaba ser el Hijo de Dios, que poseía la Deidad y que era igual a Dios.
En versículos tales como Juan 10:30, 17:11 y 22, el Señor Jesús claramente dice que Él y el Padre son uno. Así como el Padre es Dios, Él también es Dios. Además, Juan 13:3 dice: “Jesús, sabiendo ... que había salido de Dios, y a Dios iba”. Estas palabras comprueban que el Señor y Dios son uno. Él había “salido de Dios” y “a Dios iba”, (no iba adonde Dios estaba) porque Él es Dios.
Luego, otra vez el Señor le dijo a Sus discípulos: “Si me conocieseis, también a Mi Padre conoceríais ... El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre ... Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí” (14:7-10). Si los hombres lo han visto a Él, han visto al Padre; si lo han conocido a Él, han conocido al Padre. Él está en el Padre, y el Padre está en Él, debido a que Él y el Padre son uno; Él es el Padre y también es Dios.
El Señor Jesús también dijo: “Todo lo que tiene el Padre es Mío” (16:15). Esto significa que todo lo que Dios es, está en el Señor, como Pablo testifica en Colosenses 2:9: “Porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”, ya que Él es tanto Dios como el Padre.
La oración que hizo el Señor al Padre en la noche de Su último día en la tierra fue: “Ahora pues, Padre, glorifícame Tú junto contigo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Jn. 17:5). En este pasaje Él nos dijo que compartía la misma gloria con el Padre, aun antes que el mundo fuese. Esto comprueba que Él es igual a Dios en el principio debido a que Él es el Dios que está en la eternidad.
Tomás, uno de los discípulos, le dijo al Señor después de Su resurrección: “¡Señor mío, y Dios mío!” (20:28). Y en el versículo siguiente, el Señor confirmó las palabras de Tomás, porque en realidad Él es tanto Señor como Dios.
Juan, al afirmar: “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios” (v. 31), declara que todo su Evangelio fue escrito con el propósito de demostrar que el Señor es el Hijo de Dios: Él es igual a Dios y, como tal, posee la naturaleza de Dios y la Deidad.
El libro de Hechos también afirma que el Señor es Señor (2:36; 9:5; 10:36) como también el Hijo de Dios (9:20; 13:33). Esto demuestra que el Señor posee la naturaleza divina de Dios y la Deidad y que es igual a Dios.
Hay numerosos versículos en las epístolas que declaran que el Señor es Señor así como el Hijo de Dios, lo cual provee más evidencias de que Él posee la naturaleza divina de Dios y la Deidad. Además de éstos, los versículos que mencionaremos a continuación nos muestran de forma clara y definitiva que nuestro Señor es Dios; Él no es nada menos que el Dios único. “Cristo, quien es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos” (Ro. 9:5). Este versículo no puede ser más claro al decirnos que Cristo es Dios bendito por los siglos. “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Co. 13:14). Aquí el Señor fue puesto al mismo nivel que Dios y el Espíritu Santo. Esto comprueba que el Señor posee la misma naturaleza divina y Deidad que Dios y el Espíritu Santo.
“El cual [Cristo Jesús], existiendo en forma de Dios...” (Fil. 2:6), y “Él [el Hijo de Su amor] es la imagen del Dios invisible...” (Col. 1:15). El Señor no sólo tiene la forma de Dios, sino que además es la imagen de Dios, puesto que Él es el propio Dios. Colosenses 2:2 y 9 dicen que el misterio de Dios es Cristo y que en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad. Todo lo que Dios es, Cristo es; todo lo que le pertenece a la Deidad está en Cristo, puesto que Él es Dios mismo. “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Él fue manifestado en la carne...” (1 Ti. 3:16). Cristo en la carne era Dios mismo manifestado en la carne; era realmente la carne y, sin embargo, ¡Dios fue manifestado en ella! ¡Esto es realmente un gran misterio! Cristo, quien se hizo hombre, era Dios mismo manifestado en la carne, ¡y Él es Dios mismo! “El cual [Cristo], siendo el resplandor de Su gloria, y la impronta de Su substancia” (He. 1:3). En el pasaje anterior vimos que Cristo era Dios manifestado, y aquí se nos dice que Él es el resplandor de la gloria de Dios y la impronta de Su substancia. Él es la expresión de Dios, Su manifestación. “Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios” (v. 8); ésta es una cita de Salmos 45:6 que demuestra que el Hijo (Cristo) es Dios. Más adelante, en los versículos del 10 al 12, encontramos una cita de Salmos 102:25-27 que prueba que Él es Dios y que, como tal, Él es el mismo y Sus años no acabarán. “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer a Aquel que es verdadero; y estamos en el verdadero, en Su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Jn. 5:20). Dice aquí que el Hijo de Dios es verdadero. Él ha venido para que conozcamos a Aquel que es verdadero y para que estemos en Él, quien es verdadero. Aquel que es verdadero es el verdadero Dios y también la vida eterna. Según 1 Juan 1:2, la vida eterna se refiere al Señor mismo; por tanto, aquí también se nos dice que el Señor es el verdadero Dios.
En Apocalipsis también encontramos muchos versículos que nos definen la naturaleza del Señor: “De parte de Aquel que es y que era y que ha de venir; y de los siete Espíritus que están delante de Su trono; y de Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, y el Soberano de los reyes de la tierra” (1:4-5). Aquí el Señor aparece en el mismo nivel que Dios y el Espíritu Santo, lo cual demuestra que Él posee la naturaleza divina y la Deidad, al igual que Dios y el Espíritu Santo. “Yo soy el Primero y el Último” (v. 17). Apocalipsis 2:8 y 22:13 también dicen lo mismo. El Primero y el Último en el universo ciertamente se refieren al Dios que es desde la eternidad y hasta la eternidad (Sal. 90:2). Por tanto, estas palabras también prueban que el Señor es el Dios eterno. En Apocalipsis 2:18 el Señor se refiere a Sí mismo como “el Hijo de Dios”. Aquí, una vez más, el Señor mismo admite que posee la naturaleza divina y la Deidad. Las expresiones la Raíz de David y el linaje de David, que se encuentran en Apocalipsis 5:5 y 22:16, se refieren al Señor. Tal como la expresión el linaje de David denota que el Señor es un hombre y que salió de David, así también la expresión la Raíz de David denota que Él es Dios y que David salió de Él. “Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la bendición, la honra, la gloria y el imperio, por los siglos de los siglos” (5:13). El Cordero aquí se refiere al Señor. Este versículo declara que tanto Él como Dios reciben las mismas alabanzas de cada una de las criaturas del universo. Esto prueba que Él y Dios son uno y que Él es igual a Dios en honra y gloria. “El Señor Dios Todopoderoso, y el Cordero, es el templo de ella” (21:22). Este versículo nos muestra que el Señor y Dios son el templo (en singular), lo cual prueba que el Señor y Dios son uno. “La gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lámpara” (v. 23). Tal como la luz está en la lámpara y es una sola entidad con la lámpara, así también Dios está en Cristo y es una sola entidad con Cristo. Dios es el contenido de Cristo, y Cristo es la expresión de Dios. Cristo y Dios son uno. En la frase el trono de Dios y del Cordero (22:1), la palabra trono está en singular, lo cual significa que Dios y el Cordero comparten un solo trono; esto también pone al Señor en el mismo nivel que Dios. Según el pasaje anterior, Dios es la luz y el Señor es la lámpara; por tanto, Dios está en el Señor. Así, pues, Dios está en el Señor que se sienta en el trono. Si no fuese así, ¿cómo podrían los dos sentarse juntos en el mismo trono? En cualquier caso, todos estos pasajes prueban que el Señor y Dios son uno. En Apocalipsis 22:13 el Señor Jesús dice: “Yo soy el Alfa y la Omega”; sin embargo, en Apocalipsis 1:8, es el Señor Dios quien dice: “Yo soy el Alfa y la Omega”. Esto sin duda prueba que el Señor es Dios, “el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso”. Luego, Él dice que es “el Primero y el Último, el Principio y el Fin” (22:13). Nuestro Señor es el Dios que existe por Sí mismo y que siempre existe, sin principio ni fin, y, al mismo tiempo, es el principio y el fin. ¡Brindémosle a Él la adoración que Él merece como Dios! Que por siempre le alabemos como Dios, el verdadero Dios, el Dios perfecto y completo! ¡Amén! ¡Aleluya!
La Biblia, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, contiene muchos pasajes que revelan claramente que Cristo es hombre.
La primera profecía del Antiguo Testamento acerca de Cristo dice: “Y pondré enemistad entre ti [la serpiente] y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón” (Gn. 3:15). Este versículo profetiza que Cristo, quien es la simiente de la mujer, heriría la cabeza de la serpiente antigua, el diablo. Siglos después Él, de hecho, nació de una mujer (Gá. 4:4) y vino a ser la simiente de la mujer; es decir, llegó a ser un hombre, y por medio de Su muerte destruyó al diablo (He. 2:14). Ésta es la primera vez que las Escrituras se refieren a Cristo como hombre. Cuando Dios le prometió a Abraham, diciendo: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra” (Gn. 22:18), la simiente prometida de la que hablaba era Cristo (Gá. 3:16). Cristo es quien hace que todas las naciones de la tierra sean benditas. Sin embargo, era necesario que Él llegara a ser la simiente de Abraham, es decir, que se hiciera un hombre, para que así las personas sobre la tierra pudieran ser bendecidas por Él. De manera que Él llegó a ser, de hecho, la simiente de Abraham (Mt. 1:1) a fin de hacerse un hombre. Más adelante, en Génesis 26:4 y 28:14, Dios también le dio a Isaac y a Jacob la misma promesa, diciéndoles que Cristo sería su simiente y que todas las naciones de la tierra serían benditas en Él. Éstas son profecías que nos dicen que Cristo llegaría a ser un hombre. Génesis 49:10 dice: “No será quitado el cetro de Judá ... hasta que llegue Siloh”. Siloh, que significa Dador de paz, se refiere a Cristo. Ésta es una profecía acerca de Cristo, quien vendría a ser la simiente de Judá, es decir, llegaría a ser un hombre: el Dador de paz.
Moisés profetizó a los israelitas: “Un profeta como yo te levantará Jehová, tu Dios, de en medio de ti, de tus hermanos; a Él oiréis“ (Dt. 18:15). Este profeta de quien se profetizó era Cristo (Hch. 3:22-23). Estas palabras aquí nos muestran que para que Cristo pudiera ser este Profeta, Él tenía que ser uno de los hermanos de los israelitas, es decir, tenía que llegar a ser un hombre.
Isaías 4:2 habla del “Fruto de la tierra”. Según la primera parte de este versículo, esta frase se refiere a Cristo. Isaías 11:1 dice: “Saldrá una vara del tronco de Isaí; y un vástago retoñará de sus raíces”. Si nos apoyamos en los versículos siguientes del 2 al 5, vemos que esta palabra se refiere a Cristo. Él es un renuevo del tronco de Isaí y un vástago de sus raíces. Esto también significa que el Señor tenía que llegar a ser un hombre. “Y será aquel varón como escondedero contra el viento y como refugio contra la tormenta; como arroyos de aguas en tierra de sequedad, como sombra de gran peñasco en tierra calurosa” (32:2). En este pasaje de Isaías podemos ver que “aquel varón” es Cristo. Cristo, quien es nuestro refugio, es un hombre.
“Este es Mi siervo ... No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo humeante [heb.]...” (42:1-4). Mateo 12:18-21 nos dice que estos versículos se refieren al Señor Jesús. Él, el siervo de Dios, es un hombre. Él ministra a Dios como un siervo al tomar la posición de un hombre.
“He aquí Mi siervo ... Fue desfigurada Su apariencia más que la de cualquier hombre, y Su aspecto más que el de los hijos de los hombres [heb.]” (Is. 52:13-14). Según la descripción provista aquí, el Señor, para poder ser este siervo de Dios, tenía que hacerse un hombre. Su apariencia fue desfigurada más que la de cualquier hombre, y Su aspecto más que el de los hijos de los hombres: esto nos muestra que Él es un hombre.
Todo el capítulo de Isaías 53 es una profecía concerniente a Cristo. “Subirá cual renuevo delante de Él, como raíz de tierra seca. No hay hermosura en Él, ni esplendor; le veremos mas sin atractivo alguno para que lo apreciemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en sufrimiento; y como que escondimos de Él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos ... Fue arrancado de la tierra de los vivientes ... Se dispuso con los impíos Su sepultura, mas con los ricos fue en Su muerte ... Fue contado con los pecadores” (vs. 2-3, 8-9, 12). Estos versículos describen detalladamente la condición y las experiencias de un hombre. Por consiguiente, Cristo tenía que ser un hombre, y ciertamente se hizo hombre.
“Vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David Renuevo justo [o retoño o brote] ... y éste será Su nombre con el cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra” (Jer. 23:5-6). Estas palabras se refieren a Cristo. Él es el Renuevo de David, es decir, un descendiente de David (Mt. 1:1; Ap. 22:16). Él es “Jehová, justicia nuestra” y también el Renuevo de David. Él es Dios y también hombre. Isaías 4:2 dice que Él es “el Renuevo [o, retoño o brote ] de Jehová”: sale de Dios y posee la naturaleza de Dios. Aquí, en cambio, se nos dice que Él es el Renuevo de David: procede del hombre y posee la naturaleza humana.
El profeta Daniel declaró: “Miraba yo en la visión de la noche, y vi que con las nubes del cielo venía uno como un Hijo de Hombre; vino hasta el Anciano de días, y lo hicieron acercarse delante de Él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieran...” (Dn. 7:13-14). En la visión que Daniel tuvo, él vio a Cristo recibir el reino de Dios y volver a la tierra para reinar (cfr. Lc. 19:15: “Vuelto él, después de recibir el reino”). En esta visión Cristo apareció como Hijo de Hombre. Esto significa que cuando Él haya recibido el reino y regresado otra vez a la tierra para gobernar como rey, Él será un hombre (Mt. 26:64). Es en Su condición de hombre que Él recibirá el reino de Dios y volverá a regir sobre las naciones de la tierra.
“Pero tú, Belén Efrata, tan pequeña entre las familias de Judá, de ti ha de salir el que será Señor en Israel...” (Mi. 5:2). Esta profecía nos dice que Cristo nacería en Belén (Jn. 7:42) y llegaría a ser un hombre a fin de gobernar por Dios. Esto también prueba que Cristo tenía que ser un hombre.
Otras profecías acerca de Cristo en el Antiguo Testamento son: “He aquí Yo traigo a Mi Siervo, el Renuevo [o, retoño o brote]” (Zac. 3:8); y “He aquí el varón cuyo nombre es el Renuevo, el cual brotará de Sus raíces, y edificará el templo de Jehová. Él edificará el templo de Jehová, y Él llevará majestad, y se sentará y dominará en Su trono. Será sacerdote sobre su trono [heb.]” (Zac. 6:12-13). Todas estas designaciones se refieren a Cristo. Él es el siervo de Dios, es un “varón” y se le llama Renuevo. Él edificará el templo de Jehová; se sentará y dominará en Su trono, y será sacerdote. Él puede hacer todas estas cosas debido a que es un hombre. Es en Su condición de hombre que Él vendrá a hacer todas estas cosas. Éstas son pruebas contundentes de que Cristo tiene que ser un hombre, un hombre verdadero, un hombre completo.
Además, Zacarías 13:7 dice: “¡Levántate, espada, contra el pastor y contra el hombre que me acompaña!, dice Jehová de los ejércitos. Hiere al pastor y serán dispersadas las ovejas”. En Mateo 26:31 el Señor dice que estas palabras se refieren a Él. Él es el pastor de Dios; Él es el hombre que es compañero de Dios. Si bien es compañero de Dios, Él sigue siendo un hombre. Esto también prueba que el Señor tenía que ser un hombre.
El Antiguo Testamento nos muestra que Cristo tenía que ser un hombre. A fin de ser un hombre, Él tenía que llegar a ser la simiente de la mujer así como la simiente de Abraham, de Isaac, de Jacob, de Judá, de Isaí, de David, etc. Al inicio del Nuevo Testamento, Mateo 1 nos muestra que Cristo vino a ser el “hijo de Abraham” y el “hijo de David” (v. 1); asimismo, Él también vino a ser un descendiente de Isaac, de Jacob, de Judá y de Isaí (vs. 2, 5-6), nacido de la virgen María (v. 16). Sin duda alguna, Él llegó a ser “la simiente de la mujer” a fin de ser un hombre verdadero, como cualquier otro hombre, que tiene antepasados y genealogía.
Más adelante, en la segunda mitad de Mateo 1, y también en Lucas 1:30-31 y 2:5-12, se nos dice que Cristo fue concebido por obra del Espíritu Santo y, según el curso humano normal, salió del vientre de Su madre para ser “un niño”. Fue así que se cumplió la profecía de Isaías 9:6, que dice: “Porque un niño nos ha nacido”.
Lucas 2:21-24 también nos muestra que este niño que nació del vientre de Su madre fue circuncidado en el octavo día, según las leyes de los israelitas, y que le pusieron por nombre Jesús. Y cuando se cumplieron los días de la purificación de su madre, lo trajeron al templo y fue presentado a Dios. Todo fue hecho según la costumbre humana común, lo cual prueba que definitivamente había llegado a ser un hombre.
Después, Mateo 2 nos muestra otra vez cómo Cristo, siendo niño, fue protegido por Su madre, cómo fue llevado por José y escapó a Egipto (v. 14), cómo fue traído de regreso a la tierra de Israel (v. 21) y cómo fue a morar a Nazaret, debido a lo cual fue llamado nazareno (v. 23).
Lucas 2:40-52 también nos muestra que el niño Jesús “crecía, y se fortalecía”, que fue cada año a Jerusalén según la costumbre de los israelitas, y que “progresaba en sabiduría y en estatura, y en la gracia manifestada en Él delante de Dios y de los hombres”. Él tenía el vivir apropiado de un niño normal que crece hasta ser adulto.
Mateo 13:55 dice que Él es “el hijo del carpintero”, y Marcos 6:3 dice que Él es “el carpintero”, lo cual nos indica que cuando hubo crecido, trabajaba en la carpintería junto con José. Esto prueba claramente que Él era absolutamente un hombre.
En Mateo 4:3-4, después del bautismo de Jesús y antes que Él empezara Su ministerio, el diablo vino a tentarle, incitándole a manifestarse como Hijo de Dios. Pero el Señor le contestó: “No sólo de pan vivirá el hombre...”. Esta respuesta indica que Él admitía ser un hombre y que se aferraba firmemente a Su condición y posición de hombre.
Más adelante, en muchas otras ocasiones se llamó a Sí mismo “el Hijo del Hombre”, con lo cual reconocía ser un hombre (Mt. 8:20; 9:6; 10:23; 11:19; 12:8, 32, 40; 13:41; 16:13, 27; 17:9, 22; 20:18, 28; 24:30, 37; 25:31; 26:24).
Incluso en el Evangelio de Juan, un libro que testifica que Él es Dios, el Hijo de Dios, vemos que Él no sólo se refirió a Sí mismo como “el Hijo de Dios” reconociendo que Él poseía la divinidad y la Deidad y que era igual a Dios (5:17-23, 25-27; 8:36; 9:35-37; 10:33, 36; 14:13; 17:1), sino que además se llamó a Sí mismo “el Hijo del Hombre”, confesando así que era un hombre, que poseía la naturaleza humana y que era igual a todo hombre (1:51; 3:13; 5:27; 6:27; 8:28; 12:23; 13:31).
Finalmente en Mateo 26:63-64, antes de la crucifixión, el sumo sacerdote que lo estaba juzgando le preguntó si era el Hijo de Dios. El Señor por un lado le respondió, diciendo: “Tú lo has dicho”, y por otro, se llamó a Sí mismo “el Hijo del Hombre”, aferrándose firmemente a Su condición humana.
Además de esto, Su nacimiento, Su vivir y Sus acciones mientras estuvo en la tierra prueban que Él es un hombre: Felipe lo vio como “el hijo de José, de Nazaret”, como un verdadero hombre (Jn. 1:45). Y venido a Su tierra, Su propia gente lo consideró un hombre; ellos sabían que Él era “el hijo del carpintero”, y que tenía “madre”, “hermanos” y “hermanas” (Mt. 13:54-56). Estos hechos prueban contundentemente que Él es por completo un hombre, y que en nada difiere de cualquier otro hombre. Él se reclinaba a la mesa y comía con los hombres como cualquier otro hombre (9:10-11; Lc. 7:36; Jn. 12:2). Cuando fue crucificado, los soldados dividieron Sus vestidos (19:23-24), lo que prueba que se vestía como un ser humano normal. Él, “cansado del camino” tuvo sed y le pidió de beber a una mujer (4:6-7). También “lloró” como los demás que estaban presentes en aquel momento (11:33, 35). Él “se quitó Su manto, y tomando una toalla, se la ciñó ... puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido” (13:4-5). Todas estas acciones demuestran que Él es absolutamente un hombre.
El Señor era un hombre, no sólo mientras estuvo en la tierra antes de Su muerte, sino también después de Su resurrección y de Su ascensión a los cielos, lo será a Su regreso en el futuro y seguirá siendo un hombre por siempre en la eternidad. Después de Su resurrección, Él se apareció a Sus discípulos y les dijo: “Mirad Mis manos y Mis pies ... palpadme, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que Yo tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies ... Entonces le dieron parte de un pez asado. Y Él lo tomó, y comió delante de ellos” (Lc. 24:39-43). Esto prueba que después de Su resurrección, Él sigue siendo un hombre, de carne y hueso, y que come así como cualquier hombre. Él le dijo al sumo sacerdote: “Desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder” (Mt. 26:64). Esto significa que después de ascender a los cielos, Él sigue siendo un hombre. Él les dijo a Sus discípulos: “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de Su Padre con Sus ángeles” (16:27). Otra vez en Mateo 26:64 dice: “Veréis al Hijo del Hombre ... viniendo en las nubes del cielo”. Esto quiere decir que cuando Él venga otra vez en el futuro, seguirá siendo un hombre. Él le dijo a Natanael: “Veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y descender sobre el Hijo del Hombre” (Jn. 1:51). Esto describe Su condición en el futuro, en la eternidad. Él seguirá siendo el Hijo del Hombre; seguirá siendo un hombre en la eternidad.
Además de los cuatro Evangelios, otros libros del Nuevo Testamento contienen versículos que también prueban que Él es un hombre: Él es “Jesús nazareno, varón” (Hch. 2:22). Esteban lo vio en el cielo como el “Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios” (7:55-56). Romanos 1:3 dice que Jesucristo nuestro Señor “era del linaje de David según la carne”, y demuestra claramente que Él es un hombre de sangre y carne. Él es “un solo hombre, Jesucristo” (Ro. 5:15). Él es “el postrer Adán”, y “el segundo hombre” (1 Co. 15:45, 47). Él es Aquel que murió por todos (2 Co. 5:14). Él es la simiente de Abraham (Gá. 3:16). La frase: “De los cuales, según la carne, vino el Cristo” (Ro. 9:5), prueba que Él es un hombre en la carne que salió de Israel. La expresión “nacido de mujer” (Gá. 4:4), prueba que ciertamente Él es un hombre. Él se hizo “semejante a los hombres; y [fue] hallado en Su porte exterior como hombre” (Fil. 2:7-8). Esto prueba irrefutablemente que Él llegó a ser un hombre. En 1 Timoteo 2:5 dice: “Cristo Jesús hombre”. Al hacerse hombre se hizo un poco inferior a los ángeles (He. 2:6-9). “Por cuanto los hijos son participantes de sangre y carne, de igual manera Él participó también de lo mismo” (v. 14). Esto significa que Él llegó a ser un hombre de sangre y carne. La declaración: “Jesucristo ha venido en carne” (1 Jn. 4:2), nos muestra claramente que Él llegó a ser un hombre. Él es “uno semejante al Hijo del Hombre” (Ap. 1:13). Él es “el León de la tribu de Judá” (5:5). Esto significa que Él es un descendiente de Judá y comprueba que es un hombre. Él es el “linaje de David “ (22:16), lo cual prueba que es un hombre.
En todos los versículos mencionados anteriormente tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, podemos ver claramente que, por una parte, Cristo es Dios y, por otra, es hombre. Por una parte, Él es hombre y, por otra, es Dios: Él es misterioso, pues es Dios y a la vez hombre, y hombre y a la vez Dios.
Por una parte, Cristo es “un niño” y, por otra, es el “Dios fuerte“ (Is. 9:6). Él es ambos.
Cristo es el Renuevo de David, un descendiente de David, y al mismo tiempo, es también “Jehová, nuestra justicia”, es decir, Dios mismo quien llega a ser nuestra justicia (Jer. 23:5-6). Así, pues, Él es un descendiente del hombre, es decir, un hombre, y también es el propio Dios; Él es ambos.
Cristo es un hombre oriundo de Belén, pero a la vez es Dios desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad (Mi. 5:2). Por un lado, Él es un hombre en la esfera del tiempo y, por otro, es Dios en la eternidad. Él es ambos.
Cristo es tanto hijo de David —un hombre—, como el Señor de David, Dios mismo (Mt. 22:42-45). Cristo es el Hijo del Hombre “que era del linaje de David” con humanidad; y Él fue designado “Hijo de Dios” con poder, poseyendo divinidad: la naturaleza de Dios (Ro. 1:3-4). Cristo es un hombre en la carne oriundo de Israel, y al mismo tiempo es “Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos” (9:5).
Él es Aquel que, “existiendo en forma de Dios”, se hizo “semejante a los hombres”, y fue “hallado en Su porte exterior como hombre” (Fil. 2:6-8), puesto que Él es Dios quien llegó a ser un hombre. Por consiguiente, Él es Dios, y también hombre; es hombre, y a la vez Dios.
El Señor Jesús mismo dijo: “Yo soy la raíz y el linaje de David” (Ap. 22:16). La expresión la raíz de David se refiere a Dios como el origen de David, mientras que la frase el linaje de David se refiere a una simiente, a un hombre, que salió de David. Por tanto, esto significa que Cristo mismo admitió ser un hombre y, a la vez, Dios. Él es ambos.
De manera que la Biblia nos revela claramente que nuestro Señor es tanto Dios como hombre, Él es el verdadero Dios y el verdadero hombre, el Dios perfecto y el hombre perfecto. Él no es menos que Dios ni menos que un hombre, pues posee completa divinidad y humanidad. Él es Dios con naturaleza divina, y también un hombre con naturaleza humana. El Evangelio de Juan continuamente nos muestra estos dos aspectos de Su persona. Él es el Dios que todo lo sabe y todo lo ve (Jn. 1:47-48), el Dios omnipresente que descendió del cielo y a la vez permanece en el cielo (3:13). Él es un hombre que puede cansarse y sentir sed (4:6-7); también puede llorar (11:35). Dios y el hombre están completos en Él. Esto es verdaderamente misterioso. ¡No es de extrañar que Su nombre sea “Admirable”! (Is. 9:6).
Dios es el Creador de todas las cosas (Gn. 1:1; 2:1-3). Puesto que Cristo es Dios, ciertamente Él es también el Creador de todas las cosas. Esto se revela claramente en las Escrituras: “Dios mío ... Desde el principio Tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de Tus manos” (Sal. 102:24-25). Hemos visto que estas palabras se refieren a Cristo. Cristo es Dios, que creó los cielos y la tierra. “Todas las cosas por medio de Él llegaron a existir, y sin Él nada de cuanto existe ha llegado a la existencia” (Jn 1:3). “Por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de Él” (1 Co. 8:6). “Porque en Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean señoríos, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de Él” (Col. 1:16). “Por quién [el Hijo] asimismo hizo [Dios] el universo” (He. 1:2).
Estos versículos explícitamente nos dicen que Cristo es el Creador de todas las cosas; todas las cosas fueron creadas y llegaron a existir por medio de Él.
El hombre es una criatura (Gn. 1:27; Hch. 17:26). Puesto que Cristo es hombre, ciertamente Él es también una criatura. Esto se revela en los dos versículos siguientes.
Colosenses 1:15 dice que el Hijo es el “Primogénito de toda creación”. Aquí se nos dice en términos sencillos que Cristo fue creado. Él es el Primogénito de la creación, es decir, el Primero de todas las criaturas.
En Apocalipsis 3:14 Cristo se llama a Sí mismo “el principio de la creación de Dios”. Esto también nos muestra que Él fue creado, que Él es el principal en la creación, el primero de todas las criaturas.
En algunas traducciones, los dos pasajes antedichos no corresponden al significado del texto griego original (la versión china es un ejemplo de esto). Algunos, por no entender estos dos pasajes correctamente, niegan que Cristo fue creado. No obstante, muchas de las versiones más respetadas tales como King James Version, American Standard Version, Revised Standard Version, New American Standard Bible, Amplified New Testament, Interlinear Greek-English New Testament, Conybeare’s Translation, Wuest’s, Darby’s New Translation, Concordant Version y Berkeley Version, traducen Colosenses 1:15 como “el primogénito de todas las criaturas”, o “el primogénito de toda creación”. Según el texto original, esta traducción es correcta. En 1934 el hermano Watchman Nee, basándose en la traducción apropiada —“el primogénito de toda creación”—, dijo lo siguiente: “En la creación, el Hijo es el Primogénito de toda creación (Col. 1:15) y el principio de la creación de Dios (Ap. 3:14). Según Su plan eterno y antes de la fundación del mundo, Dios dispuso que el Hijo llegara a ser carne para efectuar la redención (1 P. 1:20). Por tanto, en conformidad con el plan de Dios, el Hijo es el Primero entre las criaturas” (The Collected Works of Watchman Nee [Recopilación de las obras de Watchman Nee], tomo 11, pág. 734).
“Primogénito” en griego es prototokos. El vocablo proto significa “el primero o el principio”, y la palabra tokos significa “nacido, producido”. Por consiguiente, prototokos significa “el que nació primero, el que fue producido en el principio”; y por ende puede traducirse “el primogénito”. El Nuevo Testamento usa esta palabra seis veces para referirse a Cristo. Él era el “hijo primogénito” de María (Lc. 2:7); el “Primogénito entre muchos hermanos“ (Ro. 8:29); el “Primogénito de toda creación” (Col. 1:15); el “Primogénito de entre los muertos” (Col. 1:18; Ap. 1:5); y el “Primogénito” de Dios (He. 1:6). Aunque en las seis citas anteriores se usan términos diferentes, todos ellos se refieren a Cristo como el Primogénito. El hecho de que Cristo sea “el Primogénito de toda creación” quiere decir que Él es el primero o el principal de toda creación. Esto de ningún modo significa que Él es antes de la creación y que por ello no forma parte de ella.
Colosenses 1:15-18 menciona dos veces que el Señor es el Primogénito. En el versículo 15 dice que el Señor es el “Primogénito de toda creación”, y en el versículo 18 dice que Él es el “Primogénito de entre los muertos”. La expresión el Primogénito de entre los muertos significa que el Señor es el primero de entre los resucitados, y la expresión el Primogénito de toda creación significa que es el primero entre todo lo creado. Esto significa que de todo en todo, ya sea entre las cosas creadas o entre los resucitados, el Señor es el Primogénito, el Principio, y que, como tal, ocupa el primer lugar.
Hay dos grandes categorías de cosas en el universo: lo creado y lo resucitado. En este pasaje, a partir de la segunda mitad del versículo 15 hasta el versículo 17, se nos habla de la primera categoría, que incluye toda la creación, entre la cual el Señor es el Primogénito, el Primero. El versículo 18 tiene que ver con la segunda categoría, que incluye la iglesia, en la cual también el Señor es el Primogénito, el Primero. En ambas categorías el Señor es el Primogénito, el Primero. Este pasaje prueba que en todas las cosas Él es el Primogénito y tiene la preeminencia. Ya sea entre las cosas creadas o entre los resucitados, Él es el Primogénito, la Cabeza; por tanto, Él está sobre todo y tiene la preeminencia en todas las cosas. El pensamiento central en este pasaje es que Cristo tiene la preeminencia en todas las cosas. Si Él no fuese el Primogénito de toda creación ni el Primero en toda la creación, ¿cómo podría tener la preeminencia en toda la creación?
Cristo es una criatura debido a que llegó a ser “carne“ (Jn. 1:14), participó de “sangre y carne” (He. 2:14), nació como un “niño” (Is. 9:6) y llegó a ser un “hombre” (1 Ti. 2:5). Las palabras “carne”, “sangre y carne”, “niño” y “hombre” ciertamente se refieren a una criatura. ¿Acaso no son “carne” y “sangre y carne” cosas creadas? ¿No son “niño” y “hombre” cosas creadas? ¡Por supuesto que lo son! Ya que Cristo llegó a ser estas cosas, ¿cómo podemos decir que Él no es una criatura? Si reconocemos que Cristo es hombre, entonces tenemos que admitir que Él es una criatura; y si negamos que Él es una criatura, estamos negando entonces que Él es un hombre.
Anteriormente vimos que Cristo es un hombre en la carne, no solamente antes de Su muerte, sino incluso después de Su resurrección Él sigue siendo un hombre de carne y hueso: sigue teniendo un cuerpo creado; sin embargo, es un cuerpo resucitado. Además Él, en los cielos hoy en día, todavía está revestido de la naturaleza humana creada, como dice la última línea de la estrofa 5 de Hymns, #113: “Él está en el trono vestido de nuestra naturaleza” (Hymns, Living Stream Ministry). Incluso en el futuro cuando regrese y también en la eternidad, Él será por siempre un hombre y tendrá la naturaleza humana. Puesto que Él se hizo carne y se vistió de la naturaleza humana, nunca se despojará de ella. Desde Su encarnación hasta la eternidad, Él siempre será un hombre, siempre estará revestido de la naturaleza humana creada y siempre será una criatura.
Cristo es “el unigénito Hijo de Dios” (Jn. 1:18; 3:16, 18; 1 Jn. 4:9); Él es único, posee la divinidad y la Deidad, y no tiene principio, sino que existe en Sí mismo como Dios. Pero Cristo como el “Primogénito de toda creación“ o como el “Primogénito” en la resurrección no llegó a existir por Sí mismo; más bien, tiene un principio en la creación y en la resurrección. Él, como Primogénito de toda creación, posee la naturaleza humana creada; y como Primogénito en la resurrección, Él posee la naturaleza divina e increada, y también la naturaleza humana creada y resucitada. Él, el Primogénito de los que han resucitado, llega a ser el Hijo primogénito de Dios. En lo que se refiere a Su naturaleza divina increada, Él es el Hijo unigénito de Dios y es igual a Dios, sin principio y existe por Sí mismo. Pero en lo que respecta a Su naturaleza increada y divina, más Su naturaleza humana creada y resucitada, Él es el Hijo primogénito de Dios, el Primogénito de los resucitados, mas no sin un principio ni existe por Sí mismo, sino que más bien, tiene Su inicio en la resurrección. En lo que se refiere a Su naturaleza humana creada, Él es el Primogénito de toda creación, así que ciertamente tiene un principio y, como tal, no existe por Sí mismo; al contrario, tiene Su inicio en la creación. De manera que Él es increado y existe por Sí mismo, y también es el Primogénito de entre los creados y resucitados. Se le llama “el Primogénito de toda creación” porque incluso antes de la creación Dios ordenó que Cristo debía llegar a ser un hombre creado, como dijimos anteriormente citando las palabras del hermano Watchman Nee: “Según Su plan eterno y antes de la fundación del mundo, Dios dispuso que el Hijo llegara a ser carne para efectuar la redención (1 P. 1:20). Por tanto, en conformidad con el plan de Dios, el Hijo es el Primero entre las criaturas”. Esto no concuerda con la aseveración de Arrio de que Cristo fue creado antes de la fundación del mundo. Tal afirmación no tiene un fundamento bíblico. La Biblia nos muestra que antes de la fundación del mundo, incluso antes de que cualquier cosa fuese creada, Dios dispuso que Cristo llegaría a ser un hombre creado a fin de que cumpliera Su propósito. Por consiguiente, según el plan de Dios y en Su perspectiva eterna, Cristo es el primero que fue creado: Él es el Primogénito de toda creación, la Cabeza de todas las criaturas. Por tanto, afirmar que Cristo fue creado y que es el “Primogénito de toda creación” concuerda absolutamente con la revelación hallada en las Escrituras y se basa totalmente en las Escrituras.
Según la revelación completa de la Biblia, Cristo es tanto el Creador como la criatura, puesto que Él es Dios y hombre: Él es el Dios que crea y también un hombre que fue creado. Como Dios, Él es el Creador increado, el Yo soy que no tiene principio. Pero como hombre, Él es una criatura, el Primogénito, con un principio. Debemos ver y conocer estos dos aspectos de Él. Debemos ver que Él es Dios y también hombre; que Él es el Creador y también una criatura; que Él es el Yo soy y también el Primogénito; que Él no tiene principio, y a la vez, tiene un principio definido. Si no vemos esto, nuestro entendimiento de Él no será ortodoxo, sino inexacto y contrario a la revelación de las Escrituras, e invariablemente nos conducirá al error y a algo incompleto.
Nuestro conocimiento del Señor no debe estar limitado por nuestra propia perspectiva; antes bien, debemos aceptar toda la revelación de la Biblia. Debemos recibir todo lo que la Biblia revela. Algunos se preguntan cómo el Señor podría llegar a ser un hombre siendo que Él es Dios. Asimismo, otros se preguntan cómo el Señor podría llegar a ser una criatura siendo que Él es el Creador. A pesar de que creen que el Señor es Dios y también hombre, solamente creen que Él es el Creador y no una criatura. Pero la Biblia revela claramente que el Señor es el Creador y que llegó a ser una criatura, de la misma manera en que nos revela que por una parte Él es Dios, y por otra, que llegó a ser un hombre. Debemos conocer y aceptar los diferentes aspectos de lo que el Señor es y no ignorar ni negar ningún aspecto de lo que Él es.
¡Nunca debemos tratar de usar nuestra mente lógica y limitada para analizar a nuestro ilimitado Señor! Los fariseos reconocían que Cristo era hijo de David, basándose en un aspecto de la Biblia; sin embargo, no sabían que la Biblia también revela otro aspecto del Señor, el cual dice que Cristo es también Señor de David. Debemos tener cuidado y no repetir su error, limitándonos a un aspecto de la revelación bíblica acerca de Cristo y descuidando o rechazando el otro aspecto. Las Escrituras por una parte nos dicen que Cristo es el Creador y, por otra, nos dice que Él es una criatura. Ésta es la revelación completa y clara que nos presenta la Biblia; no debemos desviarnos ni prescindir de ella. ¡Nuestro Señor todo-inclusivo es muy maravilloso! Él es tan maravilloso que es difícil que lo comprendamos. ¡Él es realmente digno de ser llamado “Admirable”! ¡Él es verdaderamente digno de que lo amemos y apreciemos!
Si confesamos que nuestro Señor es solamente el Creador, pero negamos que Él es una criatura, en principio nos hacemos iguales a los que niegan que el Señor vino en carne (1 Jn. 4:2-3). Por consiguiente, jamás debemos basarnos en nuestro entendimiento estrecho y limitado y negar que nuestro Señor fue creado. ¡Él es el Dios increado y también un hombre creado! Él es el Señor de la creación y también una criatura, incluso el “Primogénito de toda creación”.
Cuando Cristo llegó a ser a una criatura, Él no perdió Su naturaleza eterna e increada; antes bien, Él sigue siendo el Creador. Del mismo modo, cuando se hizo hombre, Él no perdió Su naturaleza divina, pues seguía siendo Dios. Aunque llegó a ser un hombre creado, Él sigue siendo el Dios increado; y aunque llegó a ser a una criatura, Él sigue siendo el Creador. Ahora Él es el Cristo todo-inclusivo que posee tanto divinidad como humanidad, así como Aquel que posee la vida divina increada y la vida humana creada. Él es el increado Yo soy y también el Primogénito creado. ¡Amémosle y adorémosle por siempre! ¡Amén!