Lectura bíblica: 2 Co. 1:21-22; 3:3, 6, 8, 17-18; 4:7, 16; 5:5; 12:8-9; 13:14
En el libro de Romanos, el hecho de que el Espíritu es el Espíritu de vida, el Espíritu de Cristo y el Espíritu del Hijo de Dios para nuestra filiación tiene como fin hacernos los verdaderos hijos de Dios a fin de que Cristo sea el Primogénito entre muchos hermanos. Estos muchos hijos de Dios y hermanos de Cristo son los miembros vivos que conforman el Cuerpo de Cristo como Su expresión corporativa. Luego, en 1 Corintios el Espíritu es el Espíritu que mora en nuestro interior, quien nos revela todas las cosas de Cristo para introducirnos en el disfrute, la comunión, de todas Sus riquezas, y por medio de este disfrute Él nos edifica juntamente como un solo Cuerpo. Por ende, Él es el Espíritu que edifica. Como Espíritu que realiza nuestra filiación en Romanos, Él es el Espíritu de vida, y como Espíritu que edifica en 1 Corintios, Él es el Espíritu que revela y que mora en nuestro interior. Éste es el mensaje hallado en Romanos y 1 Corintios concerniente al Espíritu.
En 2 Corintios el Espíritu es el Espíritu que transforma (3:18). A fin de llevar a cabo la edificación de la casa de Dios, necesitamos la transformación. Esto significa que todos nosotros debemos experimentar un cambio metabólica e internamente en vida, naturaleza y manera de ser, y debemos ser renovados en nuestra mente, voluntad y parte emotiva. De este modo, somos completamente transformados en nuestra alma. Entonces seremos los materiales preciosos que son útiles para la edificación de la morada de Dios.
El pensamiento de la transformación también se halla en Romanos. Romanos 12:2 dice “Transformaos por medio de la renovación de vuestra mente”. Somos transformados en nuestra alma por medio de la renovación de nuestra mente, parte emotiva y voluntad. En 1 Corintios 3 se encuentra el pensamiento de la transformación, aunque tal término específico no se halla en esta epístola. Este capítulo nos dice que debemos edificar el templo de Dios con oro, plata y piedras preciosas, en lugar de madera, hierba y hojarasca (vs. 12, 16). Junto con el Espíritu que edifica en 1 Corintios se nos presenta que se necesita la transformación para el edificio. Ahora el libro siguiente, 2 Corintios, nos dice que este Espíritu que mora en nuestro interior y que edifica es el Espíritu que nos transforma. Por lo tanto, podríamos declarar de manera sencilla que en Romanos Él es el Espíritu del Hijo que realiza nuestra filiación, en 1 Corintios Él es el Espíritu que edifica y en 2 Corintios Él es el Espíritu que transforma.
En 2 Corintios 1:21 y 22 se nos dice: “El que nos adhiere firmemente con vosotros a Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado en arras el Espíritu en nuestros corazones”. Deberíamos resaltar las palabras ungió, ha sellado y arras. Éstas son palabras preciosas. Arras equivale a las expresiones modernas garantía, depósito de seguridad o pago inicial. Un pago inicial es el primer pago y sirve como garantía de pagos futuros. El Espíritu Santo dado a nosotros por Dios hoy es el pago inicial, el depósito y la garantía de un pago futuro. Efesios 1:13-14 también nos dice que Dios nos ha sellado con el Espíritu Santo y nos ha dado el Espíritu como arras de nuestra herencia. Además de sellar y dar en arras, 2 Corintios habla de un tercer asunto, que es la unción. Dios nos ha ungido con el Espíritu, nos ha sellado por el Espíritu y con Él, y nos ha dado en arras el Espíritu.
Según la secuencia vista en los versículos 21 y 22, la unción viene primero, seguida por el sellar y las arras. En tipología, el aceite del ungüento para la unción representa al Espíritu. Podríamos comparar el ungüento a la pintura. En este sentido, ungir es pintar. Cuanto más pintamos algo, más es añadida la pintura a ese objeto. Es posible que originalmente sólo haya sido madera con un color natural, pero a medida que lo pintamos, la pintura es añadida a la madera e incluso se forja en ella. Dios mismo es el ungüento para la unción, la “pintura”. Que Dios nos unja significa que Él nos pinta consigo mismo, y cuanto más Él nos unge, más Su elemento se añade a nosotros y se forja en nosotros. Además, los ingredientes de esta unción son todos los elementos de Dios. Por ende, Él nos unge consigo mismo, Sus “ingredientes” están siendo forjados en nosotros; es decir, tenemos más de Su elemento en nuestro interior.
Luego de cierta cantidad de pintura, la pintura y el objeto que se pinta se mezclan como una sola entidad. Igualmente, Dios está en nosotros en Cristo como Espíritu de Dios y Espíritu de Cristo para ungirnos. Es por esta unción que Dios se forja a Sí mismo en nosotros y se mezcla con nosotros. Dios nos ha ungido y sigue ungiéndonos consigo mismo, es decir, con Su Espíritu como ungüento, para que tengamos Sus elementos, Sus ingredientes. Esto tiene que quedar muy claro para nosotros; es algo de vital importancia para la vida cristiana.
En segundo lugar, el versículo 22 dice que Dios nos ha sellado. Según la costumbre en los tiempos antiguos, que alguien sellase algo significa que él ponía una marca, la semejanza de algo, sobre ese objeto para representar que le pertenecía a él. De igual manera, que Dios nos selle significa que Él pone Su semejanza sobre nosotros como marca. Cuanto más Dios nos sella, más tenemos la semejanza de Dios como marca que indica que le pertenecemos a Él. En cierta ocasión fui a un embarcadero para conocer a un creyente nuevo. Sólo había recibido un telegrama acerca de él, pero nunca lo había visto, ni siquiera en fotografía. Debido a que cientos de personas salen de un barco, usualmente es difícil reconocer a cualquier persona. Sin embargo, esto no me molestó. A medida que las personas salían del barco en tropel, sencillamente me mantuve mirando hasta que vi a una persona sobre la cual Dios había puesto Su marca. Entonces supe que éste debía ser un hermano. No había ninguna marca externa sobre él, simplemente cierta clase de expresión por la cual pude reconocerlo como un hermano.
En una ocasión, en 1933, una hermana nos envió una carta en la cual nos decía que vendría a nosotros desde Shanghái. De nuevo, nunca la habíamos visto, pero fuimos a esperarla. Mientras el barco estaba detenido a una distancia, varios pequeños sampanes traían personas a la costa. Con tantos pequeños botes en el mar, es difícil encontrar a una persona en particular. Sin embargo, mientras mirábamos desde el embarcadero, les dije a los hermanos: “Miren, hay una persona en el tercer bote. Me parece que debe ser la hermana”. Todos los demás hermanos estuvieron de acuerdo que ella debía ser la indicada, y por cierto era ella. Hay cierta clase de sello, una marca, puesta sobre nosotros mediante la obra del Espíritu. Por nuestra apariencia, nuestro semblante, las personas pueden reconocer que somos hijos de Dios, aquellos que le pertenecemos al Señor. Esto es una marca viviente, la operación exterior del Espíritu interior. Cuando tenemos al Espíritu Santo en nosotros, Dios hace que por el Espíritu tengamos Su semejanza. Esto no significa que meramente nos comportamos de cierta manera. Incluso si lo único que hacemos es estar de pie aquí, los creyentes todavía pueden reconocer que somos hijos de Dios, sus hermanos y hermanas. Esto se debe a que el Espíritu Santo nos sella.
A medida que somos ungidos por Dios con el Espíritu, espontáneamente tenemos esta marca. En un sentido, la unción misma es el sellar. Las personas a menudo utilizan pintura para marcar ciertos objetos. Si pintamos algo de este modo, esto significa que nos pertenece. La unción es el marcar. Es una lástima si otros no pueden identificar si somos hijos de Dios o hijos del diablo (1 Jn. 3:10). Necesitamos tener una marca viviente, un sello viviente, que les diga a otros que le pertenecemos a Dios, que somos hijos de Dios. Deberíamos tener cierta clase de semejanza que es la marca de Dios. Dios nos ha marcado, nos ha sellado, con el Espíritu que unge. No obstante, a veces no es fácil reconocer si alguien es un hermano o no. Esto se debe a que la “pintura” no es lo suficientemente profunda y rica en él. Si la marca sobre nosotros no es clara, esto significa que estamos escasos de la unción de Dios.
En tercer lugar, 2 Corintios 1:22 habla acerca de las arras. Las arras son la prueba, la garantía y el pago inicial que confirma que todo lo que Dios es, es nuestra porción. El sello significa que le pertenecemos a Dios, y las arras garantizan que Dios nos pertenece a nosotros. El sello declara que somos de Dios y las arras declaran que Dios es nuestro. Dios nos ha dado al Espíritu Santo en nuestro interior como pago inicial de nuestro disfrute futuro. El Espíritu Santo en nosotros hoy es las primicias y el anticipo de nuestro disfrute de Él, lo cual garantiza que Dios nos dará el pleno disfrute. Dios ha infundido en nosotros Sus elementos al ungirnos, y Él nos ha sellado consigo mismo como marca. Además, Él ha puesto al Espíritu Santo en nosotros como pago inicial, garantía y depósito que asegura que todo lo que Dios es, es nuestra porción. En esto consiste la obra que el Espíritu Santo efectúa en nosotros. La unción, el sellar y el dar en arras tienen como propósito transformarnos. Cuanto más Dios nos unge, más Él nos sella y más disfrutamos al Espíritu que da en arras, más transformados somos.
El capítulo 3 revela al Espíritu en cinco aspectos. Primero, el versículo 3 dice: “Siendo manifiesto que sois carta de Cristo redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones de carne”. El Espíritu aquí es el Espíritu que escribe cuya función es escribir a Cristo en nosotros, y nuestro corazón es la tabla para el Espíritu que escribe. Somos las cartas vivas, y la “historia” escrita en estas cartas es Cristo. Además, el escritor de estas cartas es el Espíritu mediante los apóstoles, y la tinta también es el Espíritu. El Espíritu que mora en nuestro interior continuamente escribe algo de Cristo sobre nuestro corazón.
Hoy Cristo ha entrado en nuestro espíritu, pero es posible que aún no esté escrito en nuestro corazón. Nuestro corazón principalmente rodea nuestro espíritu y está compuesto de nuestra mente, parte emotiva y voluntad, además de nuestra conciencia. Por lo tanto, el que el Espíritu escriba a Cristo en nosotros las cartas vivas significa que Él escribe a Cristo en nuestra mente, parte emotiva y voluntad; es decir, el Espíritu toma todo nuestro corazón como la tabla en la cual escribir a Cristo. Mientras Él hace esto, llegamos a ser una epístola completa de Cristo, y las personas pueden leer a Cristo sobre nosotros. Cuando las personas “leen” nuestra mente, parte emotiva y voluntad, ellos dirán: “Cada parte de esta persona es Cristo. Su pensamiento es Cristo, su amor es Cristo e incluso su modo de aborrecer es Cristo (Ap. 2:6). Además, su modo de tomar decisiones también es Cristo. Cuando decide quedarse con algo, eso es Cristo, y cuando decide rechazar algo, también es Cristo”. Me temo que a veces las personas no pueden leer al Cristo escrito sobre nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Cuando ellos leen nuestro corazón, es posible que lean de nuestro carro o nuestra cuenta bancaria. ¿Qué está escrito en nuestra mente, parte emotiva y voluntad? ¿Ha sido Cristo escrito, es decir, forjado, en nuestro corazón?
Escribir a Cristo en nuestro corazón es la obra que el Espíritu que transforma efectúa en nuestro interior. El Espíritu que transforma está esperando la oportunidad de escribir a Cristo en nuestra mente, parte emotiva y voluntad para hacernos epístolas completas de Cristo. El Espíritu que mora en nosotros, quien es el Espíritu que transforma, está efectuando la obra de escribir en nosotros, pero nosotros necesitamos darle nuestra cooperación. Debemos permitirle tener la plena libertad para escribir algo en nuestra mente, parte emotiva y voluntad.
A continuación, 2 Corintios 3:6a dice: “El cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, ministros no de la letra, sino del Espíritu”. Como ministros de la palabra hoy, debemos ser los buenos escritores de Cristo en otros. Esto quiere decir que debemos ministrar a Cristo a las personas para hacer que quienes escuchan nuestro mensaje lleguen a ser epístolas vivas de Cristo. Ministros no de la letra, sino del Espíritu indica que el Espíritu aquí es el Espíritu que ministra cuyo fin es ministrar, escribir, a Cristo en nosotros. El versículo 8 también habla de “el ministerio del Espíritu”.
El versículo 6b continúa, diciendo: “Porque la letra mata, mas el Espíritu vivifica”. Aquí el Espíritu es el Espíritu vivificante cuya función es siempre impartir vida en nosotros. La vida incluye la satisfacción; estar satisfechos significa que estamos llenos de vida. La vida también incluye la fuerza; estar débiles significa que estamos cortos de vida, pero estar llenos de fuerzas significa que estamos llenos de vida. Además, estar en la luz y estar llenos de luz significa que estamos llenos de vida, pero estar en tinieblas significa que estamos escasos de vida. Cuando tenemos descanso, consuelo y paz, eso también significa que tenemos vida, pero estar escasos de éstos indica que estamos escasos de vida. El Espíritu vivificante siempre ministra vida y el suministro de vida a nosotros.
El versículo 17 dice: “El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. El Espíritu en el versículo 17 se refiere al Espíritu que vivifica en el versículo 6. En el versículo 17 el Espíritu es el Espíritu que liberta, Aquel que nos liberta de toda clase de cautiverio, en particular del cautiverio y velo que nos presenta la ley. Por la obra de este Espíritu que liberta somos puestos en libertad de todo lo que nos cubre y toda clase de cautiverio. Hemos sido liberados. Sin embargo, todavía necesitamos darle el terreno, la oportunidad y la vía libre para que Él lleve a cabo Su obra libertadora. Este versículo dice: “Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. Esto significa que Él debe estar en nosotros y Él debe tener el terreno en nosotros. Si Él no está con nosotros, no tenemos libertad; si Él no gana el terreno en nosotros, no podemos obtener libertad. Por otra parte, si el terreno en nosotros es Suyo, entonces la libertad es nuestra. Él es el Espíritu que liberta, Aquel que nos liberta de toda clase de cautiverio, supresión, opresión y ocupación, pero tenemos que darle a Él el terreno en nosotros.
El versículo 18 dice: “Nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Somos espejos que reflejamos lo que contemplamos. Sin embargo, debemos tener una cara descubierta. Si nuestra cara está cubierta por un velo, el espejo no funcionará. A medida que miramos al Señor, reflejamos Su gloria y, en virtud de este mirar y reflejar, gradualmente somos transformados a la imagen del Señor, de gloria en gloria. Esta transformación es la obra que efectúa el Espíritu transformador. En los capítulos 1 y 3 hay ocho asuntos relacionados con el Espíritu: la unción, el sellar, el dar en arras, el escribir, el ministrar, el vivificar, la liberación y la transformación. El propósito de los primeros siete aspectos es la transformación. El Espíritu en nosotros continuamente nos unge, nos sella y nos da la certeza de que Dios es nuestro. Él también escribe a Cristo en nosotros, ministra a Cristo a nosotros, nos imparte vida y nos liberta de todo cautiverio. Todo esto tiene como objetivo que Él nos pueda transformar a la imagen de Cristo.
Quisiera pedirles a todos ustedes, especialmente a los hermanos y hermanas jóvenes, que se memoricen todos estos ítems: la unción, el sellar, el dar en arras, el escribir, el ministrar, el vivificar, la liberación y la transformación. Lo que siempre debemos hacer es abrirnos a Él, no solamente desde nuestro corazón, sino también desde nuestro espíritu. Tenemos que abrirnos desde las profundidades de nuestro ser para que podamos tener una cara verdaderamente descubierta, una cara sin ninguna cubierta ni impedimento. Si estamos abiertos a Él, el Espíritu transformador tendrá la libertad de operar en nosotros a fin de transformarnos en la gloriosa imagen de Cristo, de gloria en gloria.
El versículo 7 del capítulo 4 dice: “Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros”. Luego el versículo 16 dice: “Por tanto, no nos desanimamos; antes aunque nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día”. El hombre exterior es la vieja alma con el cuerpo como su órgano que la expresa, y el hombre interior es nuestro espíritu humano regenerado con nuestra alma renovada como su órgano que lo expresa. Esto implica que la vida del alma debe ser “reducida”, eliminada, pero que la función del alma tiene que ser renovada de modo que el alma, como órgano, pueda ser utilizada por el espíritu regenerado.
El tesoro mencionado en el versículo 7 es el Cristo que está en nuestro espíritu regenerado. Ahora necesitamos cooperar con el Espíritu que mora en nosotros para ya no vivir por el alma, sino siempre por el espíritu. El hombre exterior debe ser eliminado a fin de que podamos darle al Espíritu la oportunidad de renovar nuestro hombre interior día tras día. Esta renovación del hombre interior no se efectúa principalmente en el espíritu, sino en el alma, es decir, en la mente, la parte emotiva y la voluntad. Nuestro espíritu ya ha sido renovado y regenerado, pero ahora nuestra alma debe ser renovada. Por tanto, debemos siempre cooperar con el Espíritu que mora en nosotros, de modo que Él pueda extender a Cristo como tesoro desde nuestro espíritu hasta nuestra alma para que el alma sea renovada día tras día.
El versículo 5 del capítulo 5 dice: “El que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado en arras el Espíritu”. De nuevo, tenemos al Espíritu como la garantía, las arras, pero aquí lo que se garantiza es un tabernáculo celestial, un cuerpo glorioso (vs. 1-2). En la actualidad estamos en un cuerpo temporal, un cuerpo de barro, pero el Señor nos promete que un día Él cambiará nuestro cuerpo en uno glorioso. La garantía y el anticipo de esto es el Espíritu. El apóstol Pablo no estaba esperando morir; más bien, él tenía la expectativa de tener un cambio, de su tabernáculo temporal a un tabernáculo eterno y permanente, que es un cuerpo glorioso. Debido a que nuestro cuerpo es muy débil, nos es una verdadera molestia. Sin embargo, por el Espíritu, aun este cuerpo débil es vivificado y fortalecido. Esto es un anticipo del cambio que le espera a nuestro cuerpo.
En 12:8 y 9 Pablo dice respecto al aguijón en su carne: “Respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor que este aguijón me sea quitado. Y me ha dicho: Bástate Mi gracia; porque Mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo extienda tabernáculo sobre mí”. El Señor no quiso quitar el aguijón. Más bien, Él le suministró a Pablo suficiente gracia para sus sufrimientos. La gracia es el poder del Señor, y este poder es el Señor mismo. El Señor mismo como poder para nosotros es la gracia que disfrutamos.
La gracia suficiente del Señor está en nuestro espíritu. Gálatas 6:18 dice: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu, hermanos. Amén”. Filemón 25 dice: “La gracia del Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu”. Lamentablemente, muchos cristianos saben que esta gracia nos basta, que es suficiente, pero muy pocos saben que esta gracia suficiente está en nuestro espíritu. A fin de disfrutar, aplicar y apropiarnos de esta gracia suficiente, necesitamos saber que se encuentra en nuestro espíritu, y necesitamos saber cómo ejercitar nuestro espíritu.
Algunos podrían decir que puesto que en 2 Corintios 12 Pablo sufría en su cuerpo, la gracia también debe estar en el cuerpo. Éste no es el caso. La gracia está en nuestro espíritu. Cuando nuestro espíritu es fuerte, podemos soportar cualquier clase de sufrimiento en el cuerpo; pero cuando nuestro espíritu es débil, los sufrimientos del cuerpo vienen a ser un sufrimiento para todo nuestro ser. Incluso si hay cierta cantidad de sufrimiento en nuestro cuerpo, todo nuestro ser no sufrirá si el espíritu en nuestro interior es fuerte. Somos fortalecidos y podemos soportar cualquier sufrimiento porque tenemos gracia en nuestro espíritu.
El versículo 14 del capítulo 13 concluye, diciendo: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. En este versículo tenemos al Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Dios está en Cristo y Cristo es el Espíritu. Dios, quien es la fuente, es el amor; Cristo, quien es el curso, es la gracia; y el Espíritu, quien es la corriente, es la comunión. En 2 Corintios se nos muestra cómo disfrutar a Cristo como nuestra gracia suficiente. La fuente de esta gracia es el amor de Dios y el curso de este amor es la gracia. En otras palabras, el amor es la fuente y la gracia es la expresión de la fuente. Esta gracia viene a nosotros por la corriente, la comunión, la transmisión, del Espíritu.
El amor, la gracia y la comunión son sencillamente el propio Dios Triuno. El amor es Dios, y este amor, quien es Dios mismo, es la fuente. De este amor, Cristo viene como nuestra gracia, y Cristo como gracia viene a nosotros mediante la transmisión del Espíritu Santo. A menudo los cristianos usan este versículo a manera de bendición, pero es lamentable que muchos de ellos no sepan lo que significa. Este versículo revela la obra que efectúa el Espíritu que transforma por la cual transmite a Cristo en nosotros en calidad de la gracia que viene de Dios mismo, quien es el amor, la fuente. Desde Dios mismo como amor, el Espíritu que transforma continuamente transmite y comunica a Cristo en nosotros en calidad de nuestra gracia suficiente. Ahora sencillamente disfrutamos y experimentamos esta gracia, y es en esta gracia que día tras día estamos siendo transformados en Su imagen. El proceso de esta obra transformadora se lleva a cabo por la comunión del Espíritu Santo. Por ende, en la conclusión de este libro, Pablo nos encomienda la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo a fin de que seamos transformados.