
Lectura bíblica: Jn. 14:16-20; Mt. 28:19; Ro. 8:2; 2 Co. 3:6b; Jn. 19:34; Éx. 17:6; 1 Co. 1:23; 2:2; Gá. 5:22-24; Fil. 3:10; 1 Co. 1:17-18; Gá. 6:12; He. 9:26; 2:14; Col. 2:15; Gá. 6:14; 2:20; Ro. 6:6; Ef. 2:15; Col. 2:14; Ro. 8:13b
En el mensaje anterior, vimos lo que el Espíritu es para Dios y para Cristo. En este mensaje deseamos tener comunión en cuanto al Espíritu y la cruz. El Espíritu y la cruz constituyen la consumación de la obra redentora de Cristo. Cristo completó Su obra redentora, y el resultado de Su obra es el Espíritu y la cruz.
El Espíritu antes de la muerte y resurrección de Cristo, no es el mismo que el Espíritu después de que Cristo llevara a cabo Su obra redentora con Su muerte y resurrección. Antes de la muerte y resurrección de Cristo, el Espíritu era meramente el Espíritu de Dios. Sin embargo, después el Espíritu llegó a ser el Espíritu consumado. Después de la redención de Cristo, al Espíritu se le llamó el Espíritu de Jesús (Hch. 16:7), el Espíritu de Cristo (Ro. 8:9) y el Espíritu de Jesucristo (Fil. 1:19). Antes de la muerte de Cristo, estaba el Espíritu de Dios, pero aún no había el Espíritu de Jesús, el Espíritu de Cristo y el Espíritu de Jesucristo.
Hechos 16:6 y 7 dice: “Atravesaron la región de Frigia y de Galicia, habiéndoles prohibido el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron entrar en Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió”. En estos versículos se mencionan al Espíritu Santo y al Espíritu de Jesús. El hecho de que el Espíritu de Jesús y el Espíritu son mencionados intercambiablemente revela que el Espíritu de Jesús es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es un título general en el Nuevo Testamento del Espíritu de Dios; mientras que el Espíritu de Jesús es una expresión especial del Espíritu de Dios que hace referencia al Espíritu del Salvador encarnado, Jesús en Su humanidad, quien pasó por vivir humano y muerte en la cruz.
Además, en Hechos 16:6 y 7 también podemos ver funciones específicas del Espíritu Santo y del Espíritu de Jesús. El Espíritu Santo prohibió a Pablo y a sus colaboradores, mientras que el Espíritu de Jesús no les permitió. El Espíritu Santo es el Espíritu santificador. La santificación siempre está relacionada con prohibir. La prohibición del Espíritu Santo nos separa, nos santifica. La obra que realiza el Espíritu Santo es santificarnos por medio de prohibirnos constantemente. Si escuchamos al Espíritu Santo que nos dice “no” desde la mañana hasta la noche, somos bendecidos, porque estamos siendo santificados. Necesitamos escuchar el “no” del Espíritu Santo una y otra vez para nuestra santificación.
El Espíritu de Jesús nos permite o no nos permite hacer algo. Permitirnos es dejarnos ir y esto es para realizar algo. El Espíritu de Jesús siempre está enviándonos para lograr algo. Tenemos que hacer la voluntad de Dios tal como lo hizo el hombre Jesús. Jesús era un hombre que siempre estaba bajo la cruz. A fin de trabajar para el Señor, por un lado, tenemos que ser santificados, y por otro, debemos estar bajo la cruz. El Espíritu de Jesús es el Espíritu de una persona que continuamente estaba bajo la cruz. Este mismo Espíritu es el Espíritu Santo y el Espíritu de Jesús. El Espíritu Santo nos dice “no” para santificarnos, y el Espíritu de Jesús nos dice “id” para enviarnos a cumplir la voluntad de Dios bajo la cruz.
El Espíritu es también el Espíritu de Cristo y el Espíritu de Jesucristo. El énfasis con respecto al Espíritu de Cristo mencionado en Romanos 8:9 es la resurrección y la impartición de vida. En Filipenses 1:19 Pablo habla de la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo. Pablo habló de esto cuando estaba encarcelado. Él no solamente necesitaba la abundante suministración del Espíritu de Jesús, sino también la del Espíritu de Cristo, o sea, el Espíritu de Jesucristo. El Espíritu de Jesús se relaciona principalmente con la humanidad del Señor, Su vivir humano y Su muerte. El Espíritu de Cristo se relaciona principalmente con la resurrección del Señor. El Espíritu de Jesucristo abarca ambos aspectos. Cuando Pablo estaba en la cárcel, él necesitaba al Espíritu vivificante, compuesto y todo-inclusivo del Dios Triuno, que incluye los elementos de la muerte y resurrección del Señor. Fue por la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo que la salvación de Pablo fue consumada. Por lo que pudo declarar, en el versículo 19: “Porque sé que por vuestra petición y la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi salvación”. El hecho de que Pablo fuera sustentado y fortalecido a fin de vivir y magnificar a Cristo fue su salvación (vs. 20-21).
El Espíritu de Jesucristo es un Espíritu compuesto. El ungüento compuesto descrito en Éxodo 30:23-25 es un tipo completo de este Espíritu de Dios compuesto, que ahora es el Espíritu de Jesucristo. Este ungüento es un compuesto de aceite al cual se le agregaron cuatro especias. El aceite representa al Dios único; las cuatro especias representan la humanidad de Cristo, Su vivir humano, Su muerte y resurrección. Hoy el Espíritu de Jesucristo no es solamente aceite, sino que es un ungüento todo-inclusivo. Este Espíritu compuesto es el resultado, el producto, el fruto, de la obra redentora de Cristo.
La obra redentora completa y cabal efectuada por Cristo comenzó con Su encarnación y fue completada con Su resurrección. Cuando Cristo entró en resurrección como el postrer Adán, fue hecho Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Este Espíritu vivificante ya no es simplemente el aceite, sino que es un ungüento. En este Espíritu vivificante se halla la encarnación de Cristo, Su vivir humano, Su muerte todo-inclusiva y Su resurrección. En la tarde que Cristo resucitó, Él fue a Sus discípulos y sopló en ellos, y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20:22). El Espíritu Santo, el Aliento Santo, es el Espíritu compuesto, la consumación de la obra redentora de Cristo.
Después del libro de Hechos, el Nuevo Testamento cubre dos temas básicos: el Espíritu y la cruz. La consumación máxima de la obra maravillosa que Cristo realizó en el universo es el Espíritu y la cruz, la muerte todo-inclusiva de Cristo. Mediante Su muerte todo-inclusiva, Cristo puso fin a todo lo negativo y redimió todas las cosas (Col. 1:20). En Su maravillosa resurrección Él fue hecho el Espíritu, quien es la consumación del Dios procesado y consumado. Tal Espíritu es el aspecto positivo de la obra redentora de Cristo.
El Espíritu es quien hace que Cristo, la corporificación del Dios Triuno, sea real para nosotros (Jn. 14:16-20). La corporificación del Dios Triuno es Cristo, y este Cristo es hecho real a nosotros como el Espíritu. Este Espíritu también es la consumación del Dios Triuno (Mt. 28:19), el Espíritu de vida y el Espíritu vivificante (Ro. 8:2; 2 Co. 3:6b). Además, el Espíritu consumado es la consumación positiva de la obra efectuada por Cristo (Jn. 19:34). Este Espíritu es el resultado de la cruz de Cristo (Jn. 19:34; Éx. 17:6). Así como en el Antiguo Testamento la peña fue golpeada por Moisés para que de ella saliera agua y bebiera el pueblo, Cristo fue herido en la cruz por causa de la ley, tipificado por Moisés. Luego, como resultado, agua viva fluyó de Él. Esta agua viva es el Espíritu como resultado de la muerte todo-inclusiva del Señor.
El Espíritu del Cristo crucificado siempre nos trae a la cruz de Cristo (1 Co. 1:23; 2:2; Gá. 5:22-24). Como cristianos, nuestro destino es ser crucificados, ser eliminados por la cruz. En los tiempos de Pablo, los religiosos judíos estaban orgullosos de su tradición religiosa y los filósofos griegos eran arrogantes por causa de su filosofía mundana. En 1 Corintios Pablo dijo que los judíos pedían señales mientras que los griegos buscaban sabiduría (1:22); pero él predicaba a Cristo crucificado (v. 23). Después, también dijo que se propuso no saber cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado (2:2). El Espíritu de Cristo siempre nos conduce a llevar una vida crucificada, configurándonos a la muerte de Cristo. En Filipenses 3:10 Pablo dijo que anhelaba conocer a Cristo, el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos, configurándose a Su muerte. El Espíritu maravilloso opera en nuestro ser para configurarnos a la muerte de Cristo.
La cruz de Cristo es la consumación de la obra efectuada por Cristo en su aspecto negativo (1 Co. 1:17-18; Gá. 6:12). La cruz de Cristo quitó el pecado (He. 9:26), destruyó al diablo, Satanás (He. 2:14; Col. 2:15), crucificó al mundo y a nosotros (Gá. 6:14b; 2:20a) y ha crucificado a nuestro viejo hombre (Ro. 6:6). La cruz de Cristo también abolió las ordenanzas de la ley (Ef. 2:15; Col. 2:14). Las ordenanzas más importantes entre los judíos eran la circuncisión, guardar el día de sábado y la dieta santa. Además hay innumerables ordenanzas entre los hombres. Las ordenanzas son normas o maneras de vivir y adorar. Todas nuestras ordenanzas deben ir a la cruz. Entonces podremos tener la verdadera unidad y armonía en Cristo con miras al Cuerpo de Cristo. En el universo existe tal muerte, una muerte todo-inclusiva que ha matado todas las ordenanzas que separaban a los hombres. Sin embargo, es posible que estas ordenanzas que separan se infiltren en la vida de iglesia. Ésta es la razón por la cual necesitamos la muerte todo-inclusiva de Cristo. Debemos darnos cuenta de que nuestro destino es ser crucificados y es imprescindible que tomemos el camino de la cruz. Todo lo que somos tiene que ser crucificado.
La cruz de Cristo es aplicada a nosotros por medio del Espíritu (Ro. 8:13b). En el Espíritu se encuentra el elemento aniquilador de la cruz. Si vivimos por el Espíritu, éste aniquilará todos los elementos negativos, tales como el pecado, Satanás, el mundo, nuestro ego, el viejo hombre y todas nuestras diferencias que existen debido a las ordenanzas. Debemos aplicar la cruz de Cristo a nuestra carne con sus pasiones y concupiscencias al cooperar con el Espíritu (Gá. 5:24).
La experiencia de la cruz de Cristo resulta en la abundancia del Espíritu de vida. Conforme a Gálatas 2:20, cuanto más experimentemos la cruz de Cristo, más vivirá Cristo en nuestro ser. Juan 12:24 nos muestra la muerte del Señor como un grano de trigo tiene como resultado llevar mucho fruto. Cuando experimentamos la muerte de Cristo, el resultado es la multiplicación de vida. Además, nos gloriaremos en la cruz de Cristo (Gá. 6:14a). La cruz era verdaderamente una humillación, pero el apóstol Pablo la hizo su gloria.
El Espíritu nos conduce a la cruz. Si tomamos la cruz, la cruz resultará en más del Espíritu. Antes de que Cristo fuera a la cruz, el Espíritu siempre lo dirigía. Este Espíritu que lo dirigía siempre lo llevaba a la cruz. Toda la vida de Cristo fue una vida en la cual el Espíritu lo guiaba a la cruz. Cristo llevó una vida crucificada, una vida bajo la cruz, durante los treinta y tres años y medio de Su vida. Cada día de Su vida, Él era crucificado por el Espíritu Santo. Incluso cuando fue a la cruz física y permaneció ahí por seis horas, Él lo hizo por el Espíritu eterno de Dios y se ofreció a Sí mismo a Dios mediante el Espíritu (He. 9:14). Por tanto, primero viene el Espíritu y después la cruz. Cuando fuimos salvos, lo primero que recibimos es el Espíritu, y a partir de ese momento, el Espíritu nos guía a la cruz. Debemos pasar por el proceso de ser eliminados por la cruz todo el tiempo, al permitir que el Espíritu nos lleve a la cruz, a fin de que resulte en más del Espíritu.