
Hemos visto las primeras tres experiencias con respecto a la cuarta etapa de la vida espiritual: conocer el Cuerpo, conocer la ascensión y reinar. Ahora pasaremos a considerar la cuarta experiencia de esta etapa, la lucha espiritual. Esta es una experiencia importante en la cuarta etapa. La razón por la cual debemos conocer el Cuerpo, conocer la ascensión y reinar es que tengamos lucha espiritual. Por consiguiente, la cuarta etapa es llamada la etapa de la lucha espiritual.
El propósito de la lucha espiritual es introducir el reino de Dios. Este es un tema de gran significado en la Biblia. Seleccionaremos dos pasajes muy importantes como base.
Leamos primero Mateo 12:26, 28-29: “Y si Satanás echa fuera a Satanás, contra sí mismo está dividido; ¿cómo, pues, permanecerá su reino?” ... Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios. Porque ¿cómo puede alguno entrar en la casa del hombre fuerte, y saquear sus bienes, si primero no le ata? Y entonces podrá saquear su casa”. En este pasaje de la palabra del Señor, hay varios puntos importantes relacionados con la lucha espiritual. Primero, el Señor dice aquí que Satanás tiene un reino. No sólo existe el reino de Dios en el universo, sino también el reino de Satanás. Segundo, el Señor dice que si El echa fuera demonios por el Espíritu de Dios, entonces el reino de Dios ha venido a los hombres. Aquí vemos que echar fuera demonios por el Espíritu de Dios es traer el reino de Dios, lo cual es entrar en la lucha espiritual. Tercero, ya que echar fuera demonios es traer el reino de Dios, entonces antes de que los demonios sean echados fuera, el reino de Satanás es el que prevalece. Es a través de los demonios que Satanás usurpa a los hombres y reina. Cuarto, el hombre fuerte que el Señor menciona aquí es Satanás. Satanás es un hombre fuerte; él tiene aquello con lo cual usurpa y obtiene posesión por la fuerza. Quinto, tanto el reino de Satanás, como la casa del hombre fuerte, son mencionados aquí. El reino de Satanás es la casa del hombre fuerte. Por lo tanto, las personas del mundo por un lado son los súbditos en el reino de Satanás, y por otro son posesiones que están en la casa de Satanás. Dice aquí que cierto hombre entra en la casa del hombre fuerte y saquea sus bienes. Esto se refiere a la venida del Señor al reino de Satanás para rescatar a los hombres y sacarlos de la usurpación y posesión de él. Sexto, dice también aquí que para que uno saquee los bienes del hombre fuerte, debe primero atar al hombre fuerte. Esto significa que cuando el Señor viene a rescatarnos, El debe vencer a Satanás y atarlo.
Leamos ahora Mateo 6:9-10: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. Y el versículo 13b añade: “...porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”. Este pasaje de la palabra del Señor acerca de la oración es de gran significado en la Biblia. El significado contenido allí está muy relacionado con la lucha espiritual.
Mientras el Señor nos enseña a orar, El expresa que se “concedan” tres cosas: que Su nombre sea santificado, que venga Su reino y que sea hecha Su voluntad como en el cielo, así también en la tierra. Estos tres “deseos” establecen el significado central de lo que el Señor quiere que nosotros presentemos al orar. Luego al concluir, El dice: “Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria”. Aquí se revelan tres factores otra vez. Los tres “deseos” del principio y estos tres factores de la conclusión nos muestran la meta de la lucha espiritual.
“Santificado sea tu nombre” significa también “sea Tu nombre separado en santidad”. La Biblia nos demuestra que el nombre de Dios es de suma importancia. Después de la caída de la humanidad, en los tiempos de Enós (nieto de Adán), los hombres comenzaron a invocar el nombre del Señor (Gn. 4:26). Dios desea que sólo Su nombre esté sobre la tierra y que los hombres invoquen sólo Su nombre. Pero cuando los hombres construyeron la torre de Babel, rebelándose contra Dios, hicieron a un lado el nombre de Dios y propagaron sus propios nombres (Gn. 11:4). La voluntad de Dios es que Su nombre sea santificado en la tierra y venga a ser el único nombre digno de todo honor. Sin embargo, Satanás unió a la humanidad rebelde para hacer a un lado el nombre de Dios y reemplazarlo con muchos otros nombres. Por eso, el nombre de Dios fue hecho común y ordinario. De ahí que, el nombre de Dios no es santificado ni venerado por los hombres en la tierra hoy; esto es una consecuencia maligna del reinado de Satanás.
Sabemos que el nombre y la autoridad están relacionados. En gran medida un nombre representa autoridad. El nombre de un hombre le sigue a dondequiera que su autoridad va. El hecho de que el nombre de alguien esté en cierto lugar prueba que su autoridad está también allí. En términos generales, el nombre que aparece en cierto objeto identifica al objeto como perteneciente a la persona que lleva ese nombre. Si el nombre de Dios está sobre la tierra, eso significa que la tierra reconoce que Dios tiene el derecho de poseerla. Si el nombre de Dios es rechazado en la tierra, esto significa que la tierra niega ser propiedad de Dios. Ya que la tierra fue creada por Dios, debe tener el nombre de Dios y reconocer que pertenece a Dios. Pero Satanás tomó posesión del hombre haciendo que éste se rebelara contra Dios. Como resultado el nombre de Dios fuera abandonado y ya no fuera santificado.
Por esta razón, cuando Dios obra en esta tierra, le presta atención continua al asunto de que Su nombre sea santificado. Cuando Dios condujo a los israelitas a la tierra de Canaán, les dijo que se reunieran en un lugar para que le adoraran a El; ése fue el lugar que El escogió para poner allí Su nombre (Dt. 12:5-6). Dios hizo esto para que sólo Su nombre fuera santificado entre Su pueblo. Hoy, en la dispensación del Nuevo Testamento, Dios no nos ha dado otro nombre bajo los cielos entre los hombres, en el cual seamos salvos, sino sólo el nombre del Señor (Hch. 4:12). Cuando somos bautizados, somos puestos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt. 28:19). Cuando oramos, lo hacemos en el nombre del Señor (Jn. 14:13-14; 16:23-24). Cuando nos reunimos, lo hacemos también en el nombre del Señor (Mt. 18:20). Por lo tanto, somos aquellos que pertenecemos al nombre del Señor, y Su nombre está siendo santificado en nosotros. El Señor Jesús vino a esta tierra con el propósito de ganar a los que en ella moran. A través de ellos El desea recobrar posesión de la tierra, de modo que el nombre de Dios sea otra vez el único que sea santificado. En ese día, los hombres verdaderamente alabarán a Dios, diciendo: “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!” (Sal. 8:1).
Después del nombre, está el reino. El segundo punto al que el Señor quiere que prestemos atención cuando oremos es hacer que el reino de Dios venga. Esto prueba que el reino de Dios aún no está en esta tierra. ¿Qué es el reino de Dios? El reino de Dios es la esfera en donde Dios reina. Cualquier nación, sea grande o pequeña, es una esfera para reinar. Si la tierra no reconoce el nombre de Dios, el reino de Dios no está en ella. Si el nombre de Dios es santificado en la tierra, el reino de Dios o el reinado de Dios viene sobre esta tierra. Por lo tanto, después de que el Señor dijo: “Santificado sea tu nombre”, El dijo: “Venga tu reino”.
La Biblia revela que hay tres partes importantes en el universo: los cielos, la tierra y el aire. Satanás, al rebelarse contra Dios, tomó posesión del aire y de la tierra, dejando sólo los cielos como el lugar donde Dios tiene completo dominio. Así, Satanás se hizo el príncipe de la potestad del aire (Ef. 2:2), y a través de los mensajeros bajo su mando él rige en el aire y sobre la tierra (Ef. 6:12). Como consecuencia, las personas de la tierra abandonaron el nombre de Dios y rechazaron Su reino.
Aunque Dios no tiene Su reino en la tierra todavía, El no ha abandonado la tierra. Comenzando con Génesis, vemos la línea continua de la obra de Dios en la tierra a través de las generaciones para establecer Su reino y reinar en la tierra. El propósito de Dios al llamar a Abraham era obtener una familia y producir una nación a partir de ella (Gn. 12:1-2). Luego, Dios libertó a los israelitas, los herederos de Abraham, sacándolos de Egipto, para hacer de ellos un reino (Ex. 19:4-6). Así, por medio del tabernáculo, El reinaría entre ellos.
Después de que los israelitas entraron en Canaán, llegó el día en que rechazaron a Dios nuevamente y rechazaron Su reino. Ellos siguieron a las naciones de la tierra cuando desearon que un hombre los rigiera (1 S. 8:4-7). Debido a esto, Dios se disgustó mucho, porque esto fue un revés para Su reino sobre la tierra, y no tuvo un lugar para reinar sobre la tierra. Después de la muerte de Saúl, David fue levantado. David era un hombre conforme al corazón de Dios; de este modo Dios pudo reinar sobre los israelitas por medio de David. Sin embargo, después de Salomón, los israelitas fallaron nuevamente. Desde entonces Dios no ha podido lograr Su reino en esta tierra, un reino en el cual pueda reinar libremente.
Fue bajo tales circunstancias que Dios envió a un hombre llamado Juan el Bautista. Cuando él comenzó a predicar, sus primeras palabras fueron: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 3:1-2). Luego, cuando el Señor Jesús vino a predicar, Su primera declaración también fue: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 4:17). Más adelante, una vez más, cuando el Señor envió a los discípulos a predicar el evangelio, El les ordenó que dijeran: “El reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 10:5-7). Finalmente, lo que el Señor desea que Su iglesia predique por toda la tierra es “el evangelio del reino” (Mt. 24:14; Hch. 8:12; 28:31). Por dos mil años, Dios ha estado enviando hombres a predicar el evangelio, con el propósito de ganar una esfera para reinar en la tierra y de este modo establecer Su reino. Este es el significado del segundo “deseo” expresado en la oración que el Señor nos enseñó.
Finalmente, el Señor desea que tengamos Su tercer “deseo”, esto es, “hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. La voluntad de Dios y Su reino son inseparables. La voluntad de Dios sólo puede hacerse en el lugar en que El reina. La voluntad de Dios sólo puede ser cumplida en los cielos, no en la tierra, porque el reino de Dios aún no está en la tierra para que El pueda reinar. Y el reino de Dios aún no se encuentra en la tierra porque Su nombre no es santificado en ella. Donde es santificado el nombre de Dios, allí está Su reino, allí Su voluntad es hecha. Por lo tanto, al enseñarnos a orar, el interés del Señor es que el nombre de Dios, Su dominio (Su reino) y la voluntad de Dios se extiendan a la tierra.
En la oración que el Señor nos enseñó, la conclusión dice: “Porque tuyo es el reino, y el poder y la gloria”. El reino es la esfera para reinar. Dios ejerce Su autoridad o poder en Su reino, y la gloria es manifestada a través de Su reinado. Estos tres asuntos —el reino, el poder y la gloria— son de Dios para siempre. Fue con base en estos tres factores que el Señor oró para que el nombre de Dios fuera santificado, para que Su reino viniera y para que se hiciera Su voluntad, así en la tierra como en el cielo.
Hoy día, aunque el reino de Dios aún no ha sido establecido completamente sobre esta tierra, aunque Dios todavía no ha obtenido una esfera en la cual El pueda ejercer Su autoridad en forma plena, y aunque Su gloria aún no ha sido manifestada plenamente, aún así, hay un pequeño lugar, una pequeña esfera, gracias al Señor, donde existe la condición parcial del reino de Dios, en la cual se manifiesta una porción de la gloria de Dios. Esta es la iglesia. Hoy en día la iglesia es un modelo del reinado de Dios. Lo que Dios desea hoy es extender la esfera de Su reinado de acuerdo con este modelo y a través del mismo. Por medio de la iglesia Dios atará a Satanás y destruirá su poder. Así, Su nombre será honrado en toda la tierra, Su reino será establecido, y Su voluntad será hecha. Esta es la comisión de la iglesia. Este también es el propósito de la lucha espiritual de la iglesia.
Hemos dicho que en el universo se encuentran el reino de Dios y también el reino de Satanás. La lucha espiritual de la cual hablamos se lleva a cabo entre estos dos reinos. Por lo tanto, para envolvernos en la lucha espiritual, debemos conocer primeramente la oposición que existe entre el reino de Dios y el de Satanás.
El reino de Dios es eterno, tanto en el tiempo como en el espacio. Ya que Dios mismo existe desde la eternidad hasta la eternidad, así también permanece Su reino, desde la eternidad hasta la eternidad. Además, ya que Dios mismo está en luz, así también Su reino está en luz.
El reino de Satanás no es eterno. En cuanto al tiempo, éste está limitado al tiempo, en cuanto a espacio, está limitado a los aires y a la tierra. Además, el reino de Satanás está en tinieblas, exactamente lo opuesto al reino de Dios.
Además, hay otra gran diferencia: el reino de Dios es legal, mientras que el reino de Satanás es ilegal. El universo entero fue creado por Dios y le pertenece a El; por consiguiente, Dios tiene el derecho legal de reinar sobre él. Por el contrario, el reino de Satanás se estableció en rebelión contra Dios; por lo tanto es completamente ilegal.
En Isaías 14:12-15 y Ezequiel 28:11-17, usando al rey de Babilonia y el rey de Tiro (quienes fueron instrumentos utilizados por Satanás), Dios narra el proceso de la rebelión de Satanás. Satanás originalmente era un querubín ungido, un arcángel que ocupaba un lugar especial delante de Dios. Por el orgullo de su corazón y su deseo de enaltecerse para igualarse a Dios, se rebeló contra Dios y trató de derribar Su autoridad para así establecer la suya propia. Desde entonces, ha existido en el universo el reino ilegal de Satanás.
El reino de Satanás es la esfera de su dominio. El Señor Jesús una vez se refirió a Satanás como “el príncipe de este mundo” (Jn. 14:30). Esto revela que Satanás no sólo tiene su reino, sino que también tiene dominio sobre él. Además, dentro de su reino se encuentran mensajeros de varios rangos, todos los cuales eran ángeles que siguieron a Satanás en su rebelión contra Dios. Hoy día, estos son los principados, potestades, gobernadores de las tinieblas y huestes de maldad en las regiones celestes, siendo Satanás la cabeza de ellos (Ef. 6:12; 2:2; 1:21).
Además, en el reino de Satanás hay muchos demonios, espíritus malignos, quienes son sus sirvientes. Con base en varios pasajes de la Biblia, podemos asegurar que antes de los seis días de la obra de restauración de los cielos y la tierra (Gn. 1), existió un mundo donde habitaban seres vivientes que tenían espíritu. Cuando Satanás se rebeló contra Dios, todos ellos le siguieron y se rebelaron con él. Por lo tanto, Dios juzgó ese mundo, por un lado apagando el sol y la luna para que no dieran luz, y por otro, destruyendo la tierra y los seres vivientes con agua. Al ser juzgados estos seres vivientes por agua, sus cuerpos fueron separados de sus espíritus. Esos espíritus incorpóreos, que moran en las aguas del juicio, son los demonios y los espíritus malignos mencionados en la Biblia.
Por lo tanto, originalmente hubo tres grupos de personajes en el reino de Satanás: primero, Satanás la cabeza, el gobernante; segundo, los ángeles que le siguieron en su rebelión contra Dios y que le servían como sus ministros y oficiales, gobernando para él en los aires; tercero, los espíritus incorpóreos, o demonios, los espíritus malignos, quienes operaban como sirvientes de Satanás para ejecutar sus mandatos en la tierra.
Después de que los hombres fueron creados, Satanás vino para seducirlos, y logró su propósito. Los hombres se hicieron súbditos de su reino, y fueron manipulados y maltratados por él. Por lo tanto, existen cuatro tipos de personajes en el reino de Satanás hoy día. En el aire están Satanás y sus mensajeros, y en la tierra están sus sirvientes y súbditos, los incontables demonios y miríadas de personas. Durante el tiempo en que el Señor Jesús predicó el evangelio en la tierra, se encontró con personas de todo lugar, quienes estaban poseídas por demonios. Hoy día, todavía hay una gran cantidad de demonios que manipulan a las gentes de este mundo. Aunque su morada está en el mar, les gusta buscar un cuerpo donde habitar. Cuando decimos que una persona está poseída por un demonio usualmente nos referimos a que el cuerpo humano está poseído por un demonio.
En resumen, el reino de Satanás consta de estas cuatro clases de seres. Todos ellos están organizados en un sistema mediante el cual Satanás usurpó los aires y la tierra con el fin de derrocar la autoridad de Dios y así establecer su propio reino. Por lo tanto este reino, organizado por las fuerzas rebeldes de Satanás, es absolutamente ilegal.
No fue sino hasta cuatro mil años después de la caída de la raza humana, en el principio de la dispensación del Nuevo Testamento, que el Señor Jesús comenzó Su ministerio y proclamó: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Lo que el Señor quiso decir fue que antes de esto, estaba el reino de la tierra, el reino de Satanás, donde éste gobernaba y dominaba, pero ahora, está el reino de los cielos, el reino de Dios, que viene a esta tierra para regir. Más tarde, El enseñó a Sus discípulos a orar: “Venga tu reino”. El cumplimiento pleno de este asunto se verá en el futuro cuando suene la séptima trompeta (Ap. 11:15). Entonces el reino de este mundo vendrá a ser el reino de Dios y de Cristo. Asimismo el reino de Dios se establecerá sobre la tierra en forma práctica y completa.
Antes de que llegue ese día, el período en que vivimos es propicio para que el pueblo de Dios luche por El aquí en la tierra. Desde el tiempo en que el Señor Jesús comenzó Su ministerio hasta que El venga por segunda vez, todas las obras que el pueblo de Dios hace para El son ejemplos de la lucha espiritual. El deseo de Dios es rescatar, a través de aquellos que le pertenecen, a todos aquellos que fueron cautivos por Satanás, y recobrar la tierra que fue usurpada por éste. De acuerdo con lo que el Señor nos enseñó en Mateo 12, este rescate y recobro de la tierra es la lucha que hay entre el reino de Dios y el reino de Satanás.
Ya que hay una lucha entre el reino de Dios y el de Satanás, toda la obra espiritual que hacemos para Dios, cualquiera que sea, si toca los asuntos de la esfera espiritual, es una lucha en sí misma. Por ejemplo, la predicación del evangelio, de acuerdo con Hechos 26:18, se da “para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios”. Esto nos muestra que la predicación del evangelio tiene como fin no sólo abrir los ojos de los hombres y hacerlos volver de las tinieblas a la luz, sino también librarlos del poder de Satanás. También, Colosenses 1:13 dice: “El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino del Hijo de Su amor”. Ser librado de la potestad de las tinieblas es ser libertado del poder de Satanás o de su reino. Ser trasladado al reino del Hijo del amor de Dios es ser trasladado al reino de Dios. Por lo tanto, la predicación del evangelio es enteramente una lucha espiritual para desalojar el poder de Satanás que está dentro de los hombres y para traer el reino de Dios. Una persona que no cree en el Señor, evidentemente rechaza el nombre de Dios, Dios no reina sobre él, ni él tiene nada que ver con la voluntad de Dios. Al contrario, dicha persona está totalmente bajo el poder de Satanás, y su ser entero está en las tinieblas de su reino. Cuando uno es salvo, primeramente cree en el nombre del Señor; segundo, invoca Su nombre; y tercero, se encuentra dentro del nombre del Señor y le pertenece a El. En consecuencia, uno es libre del poder de Satanás y viene a pertenecer al nombre del Señor. Una vez que el nombre del Señor está sobre uno, le sigue la autoridad del Señor. Una vez la autoridad del Señor viene sobre uno, la autoridad de Satanás es desalojada. Por lo tanto, hablando con propiedad, la predicación del evangelio que trae salvación a los hombres y los guía al Señor, es una especie de lucha espiritual.
La edificación de los santos también es un asunto de lucha espiritual. La edificación de los santos tiene como fin liberarlos del dominio de Satanás, esto es, de los pecados, del mundo, de la carne, y de todo lo que está relacionado con la vieja creación, todos los cuales son utilizados por Satanás para regir al hombre. Así serán mayormente librados del poder satánico de las tinieblas, conocerán el nombre del Señor más profundamente, y permitirán que el Señor aumente Su reino en ellos y de este modo el reino de Dios vendrá más plenamente sobre ellos.
En 2 Corintios 10:3-5 se dice: “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas ante Dios para derribar fortalezas, al derribar argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y al llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”. Esta palabra nos muestra que aun después de que una persona es salva, es posible que gran parte de su mente y pensamientos sigan siendo fortalezas de Satanás y que muchas de sus ideas y conceptos todavía sirvan como la base usurpada por Satanás. Por tanto, cuando los apóstoles edifican a los santos, lo hacen con el propósito de derribar todas las fortalezas y bases que tiene Satanás en los santos y con el tiempo llevar sus pensamientos cautivos a la obediencia a Cristo. De esta manera, la edificación de los santos también es una especie de lucha espiritual.
Además, aun la administración de la iglesia es una lucha espiritual. El propósito de la administración de la iglesia es librarla del poder de las tinieblas a fin de permitirle que Dios tenga el lugar de dominio en ella, para exaltar el nombre de Dios en la iglesia, para que se haga Su voluntad en ella y para que allí la gloria de Dios se manifieste cada vez más. De este modo, la administración de la iglesia también es una forma de lucha espiritual.
Aun todas nuestras oraciones, ya sean por nosotros mismos, por nuestras familias, por el avivamiento en la iglesia, o por cualquier otro asunto, son hechas con el propósito de librarnos del poder satánico de las tinieblas; de esta manera, esto también es una especie de lucha.
Si nuestros ojos espirituales son abiertos por el Señor, veremos que la naturaleza de nuestra obra al servicio del Señor es una lucha. Toda nuestra obra espiritual, ya sea librando a los hombres del pecado, del mundo, de las enfermedades o de sus problemas, tiene una meta final: rescatar a los hombres del poder de Satanás y echar fuera el poder satánico de tinieblas que se encuentra dentro de los hombres, para que Dios llegue hasta ellos y los gane. De este modo, el nombre de Dios será santificado en los hombres, el reino de Dios los alcanzará, y Su voluntad se hará en ellos, y de esta manera, Su gloria será manifestada en los hombres. Por tanto, la naturaleza de toda esta obra es una lucha espiritual.
Cuando experimentamos la lucha espiritual de una manera práctica, debemos mantener varios principios básicos:
El primer principio de la lucha espiritual es que no podemos usar armas carnales. El apóstol Pablo nos dice esto muy claramente en 2 Corintios 10:3-5, lo cual ya hemos citado previamente. El dice: “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne, porque las armas de nuestra milicia no son carnales”. Estas armas carnales no sólo se refieren a perder la paciencia, sino que también incluye todas las tretas humanas y los métodos naturales. Por ejemplo, podemos pensar que cierto hermano está en un error y que tal error ya se ha convertido en un problema en la iglesia. Queremos corregirlo, sin embargo, sentimos que no es apropiado hacerlo. Luego recordamos que hay otro hermano que tiene una estrecha relación con él, así que le pedimos a ese hermano que vaya y hable con él. Aun esta clase de maniobra es un arma carnal; ya que con el tiempo veremos que no puede resolver el problema espiritual. En la sociedad y en el mundo de los negocios se emplean muchas estratagemas como éstas, pero en el campo de batalla espiritual no podemos utilizar tales estratagemas. Siempre que usamos los designios de nuestra carne, hemos caído ya en las manos del enemigo. ¿Cómo entonces podremos liberar a otros de las manos del enemigo?
Vemos que Pablo fue un hombre que nunca usó armas carnales. En sus tratos con las iglesias y en sus contactos con los santos, él era perfectamente recto, tan recto como “una flecha”. El prefería ser tratado como un necio que emplear estratagemas ingeniosas por un solo momento. Por esta razón él podía ser “poderoso en Dios para la destrucción de fortalezas” y de este modo obtener la victoria en la lucha espiritual.
De esta misma forma, si deseamos ganar la victoria en todas nuestras obras espirituales y ser eficaces, debemos abandonar todas las armas carnales. Por ejemplo, al predicar el evangelio está bien usar folletos ilustrados como ayuda para la presentación, pero si continuamente dependemos de varios métodos o usamos ganancias materiales para atraer personas, eso es usar armas carnales. Cuando mucho esto sólo puede ayudar a las personas a convertirse en miembros de una iglesia; esto no los puede liberar de las garras de Satanás. Por lo tanto, el primer principio de la lucha espiritual es abandonar todas las armas carnales.
El segundo principio de la lucha espiritual es mantener la posición de ascensión. Hemos hablado bastante en cuanto a la lucha espiritual; de hecho, hay solamente una clase de personas que puede entrar en lucha espiritual: aquellos que han recibido la salvación, que han sido levantados de la muerte y que están ahora sentados con Cristo en los cielos. Sólo esta clase de hombres puede atacar al enemigo en los aires desde una posición trascendental en los cielos. Por lo tanto, para poder entrar en la lucha espiritual debemos mantener la posición celestial. Cada vez que no somos suficientemente celestiales, cada vez que perdemos nuestra condición celestial, todo está terminado. Si nuestro evangelio carece de poder, es porque no somos suficientemente celestiales, sino que somos terrenales y estamos usando métodos terrenales y armas carnales para predicar el evangelio. Como resultado, podemos salvar a algunos, pero su condición será de confusión, y no podrán ser liberados completamente del poder de Satanás. Si realmente deseamos librar a los hombres del poder de Satanás, de modo que no sólo sean salvos, sino completamente librados de las manos de Satanás, nosotros que predicamos el evangelio debemos ser hombres que estemos sentados en los cielos y que mantengamos la posición de ascensión.
El mismo principio se aplica con relación a edificar a los santos. Si perdemos la posición de ascensión, no podremos abastecer ni ayudar a los santos. Si los mensajes que predicamos son meras doctrinas y la comunión que tenemos es mero conocimiento, que no contiene ningún elemento de lucha, cuando mucho podremos sólo impartir enseñanzas a la mente y estímulos a las emociones; no podremos liberar a la gente del poder de Satanás y traerla a Dios en una forma práctica. Por lo tanto, si deseamos que nuestra obra sea una guerra eficaz, una obra que libera hombres de las manos de Satanás, debemos mantener la posición de ascensión y vivir continuamente en la condición celestial. Esta es una clave sumamente importante.
Puesto que muchos de nosotros no hemos alcanzado todavía el ámbito de ascensión en nuestra experiencia, ¿por qué, entonces, es posible que podamos dirigir a otros a ser salvos y a que amen al Señor? Esto se debe al hecho de que a pesar de todo, en nosotros hay una parte que es celestial, que tiene la condición celestial; por lo tanto, desde esa posición podemos ayudarles y edificarlos. A pesar de que estamos contaminados con el pecado, amamos al mundo y seguimos la mente carnal, aún así, parte de nuestra condición es celestial; así, podemos echar fuera parte del poder de las tinieblas en los hombres y hacer que se vuelvan al Señor y le amen. Por lo tanto, el principio sigue siendo el mismo. Sólo aquellos que viven en la esfera celestial pueden hacer frente al poder de las tinieblas que está en el aire y echar fuera al diablo. La ayuda, es decir, la liberación, que les traemos a otros está basada únicamente en aquella parte de nosotros que tiene una naturaleza celestial. La medida en que echemos fuera el poder de las tinieblas depende directamente de nuestra condición celestial. Si tenemos más elemento celestial, podemos participar más en la lucha espiritual. Si tenemos sólo un poco del elemento celestial, de ningún modo podemos tener mucho elemento de lucha espiritual. Los dos están en una proporción directa el uno al otro. Cuando un hombre ha alcanzado totalmente la esfera celestial, entonces todo su ser, su vida, sus obras y sus acciones, están en lucha espiritual. Puede echar fuera el poder de las tinieblas dondequiera que vaya y de todas las personas con las cuales él se encuentre. Por lo tanto, cuando en nuestra experiencia hayamos llegado a la posición de ascensión y podamos reinar, ése será el tiempo en que podremos pelear por el reino de Dios, recobrar para Dios la tierra perdida y traer Su reino.
El tercer principio de la lucha espiritual es que debemos usar armas espirituales. Cuando entramos en la lucha espiritual, no es suficiente que mantengamos nuestra posición celestial; tenemos que poder emplear activamente las armas espirituales. Las armas espirituales son “toda la armadura” mencionada en Efesios 6:10-17, que incluye el cinto de la verdad, la coraza de justicia, el calzado del evangelio de paz, el escudo de la fe, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu. Todas estas armas son espirituales, y cuando las usemos tenemos que estar en el espíritu. Podemos decir que el principio básico para emplear las armas espirituales es que todas nuestras actividades deben llevarse a cabo en el espíritu. La predicación del evangelio, la edificación de los santos y la administración de la iglesia pertenecen al espíritu. Cada una de nuestras actividades, cualquiera que sea, debe pertenecer al espíritu y debe liberar el espíritu. Cualquier cosa que no sea del espíritu, cualquier cosa que concuerde con nuestro punto de vista, o nuestro concepto, nuestra sabiduría y nuestra inteligencia, es indiscutiblemente una especie de estratagema humana y por lo tanto un arma carnal, no espiritual. Por lo tanto, cuando estamos luchando, todas nuestras actividades deben ser del espíritu, y deben tocar el sentir que hay en nuestro espíritu. Esto también es un principio extremadamente básico.
El cuarto principio de la lucha espiritual es hacer oraciones de lucha. Después de que el apóstol mencionó las diferentes clases de armas espirituales en Efesios 6, de inmediato dijo: “Orando en todo tiempo en el espíritu”. La lucha espiritual no puede descuidar la oración, ya que la lucha espiritual depende en gran parte de la oración. Lo que Satanás más teme es las rodillas dobladas de los santos ante el Señor o la oración de la iglesia delante de Dios. Aun en el Antiguo Testamento podemos ver varios ejemplos de oraciones de lucha. Por ejemplo, cuando Daniel oró, hubo acción en el trono. Pero cuando la contestación vino desde el trono, encontró resistencia en el aire. Daniel oraba continuamente. Sus oraciones fueron una especie de batalla. La persona que mantiene la posición de ascensión, reina en los cielos. Puede también emplear armas espirituales, y la oración que sale de él puede mucho; puede tocar el trono de Dios y afectar el poder de Satanás. Dios desea que Sus santos tengan esa clase de oración para que laboren juntamente con El y luchen por El.
En la lucha espiritual, además de abandonar las armas carnales, de mantener la posición de ascensión, de emplear las armas espirituales y de ofrecer oraciones de lucha, debemos aplicar la sangre, dar testimonio de la palabra y no amar la vida de nuestras almas (Ap. 12:11). Esto también es un principio muy importante en la lucha espiritual.
Participar en la lucha espiritual por medio de la sangre significa aplicar la sangre del Señor como nuestra cubierta y usar la sangre del Señor para contrarrestar las acusaciones y ataques de Satanás. Ya que estamos en la tierra hasta este día y en un cuerpo de carne, no podemos evitar tener algo de contaminación, corrupción, debilidad, fallas ni estar en condiciones indeseables. Cuando luchamos contra Satanás, lo primero que él hace es señalarnos nuestras debilidades y faltas en nuestra conciencia y luego nos acusa y ataca. La acusación de Satanás no sólo es interna sino que a veces él las dice abiertamente. En cierta ocasión, cuando alguien estaba sacando un demonio, el demonio señaló las debilidades escondidas y las reveló públicamente por medio de aquel que estaba poseído. Esta clase de incidente hasta se narra en el Antiguo Testamento. Zacarías 3:1-5 habla de Josué, quien estaba vestido de vestiduras viles, y Satanás vino a oponérsele y a atacarlo. Estas son cosas que el diablo ciertamente hará en la lucha espiritual. En tal ocasión necesitamos conocer el poder y la eficacia de la sangre. De esta manera podemos aplicar la sangre para responderle a Satanás todas sus acusaciones. Podemos decirle: “A pesar de que tenemos esas debilidades, la sangre del Señor ha sido derramada y Dios está satisfecho”. Por lo tanto, podemos ser fuertes y tener confianza delante del enemigo y pelear contra él.
Segundo, podemos testificar. Esto es, debemos declarar lo que el Señor Jesús ha hecho: la victoria de la cruz, el logro de la resurrección y la posición de ascensión. Esto no es asunto de predicación, sino de testificar y de declarar con palabras.
Satanás es por cierto un acusador muy sutil. Algunas veces cuando comenzamos a hablar acerca de vencer al mundo, inmediatamente él nos acusa interiormente, diciendo: “¿No estás tú todavía amando al mundo?” En el momento en que él interrumpe y nos hace tal pregunta, flaqueamos interiormente. Este es el momento en que debemos inmediatamente declarar la victoria del Señor. Debemos decir: “A pesar de que aún no he sido liberado del mundo, el Señor Jesús ya ha vencido el mundo”. Así podemos resistir estos ataques.
Tercero, no debemos amar nuestras vidas; no debemos amarnos ni preocuparnos por nosotros mismos. Amarnos a nosotros mismos y ocuparnos de nosotros mismos serán la causa de que perdamos la posición de lucha y no podremos luchar. Por esto, para entrar en la batalla, debemos aborrecer la vida de nuestra alma, hasta la muerte.
En conclusión, toda obra espiritual es una especie de lucha espiritual. No hay ninguna ocasión en que al levantarnos para trabajar, no nos encontremos con el ataque del enemigo. En el día en que Nehemías restauró la ciudad de Jerusalén, cada uno de los edificadores trabajaba en la obra con una mano, y en la otra mano tenía la espada, debido al disturbio provocado por el enemigo (Neh. 4:17). Igualmente, nosotros los que servimos hoy al Señor debemos trabajar con una mano y pelear con la otra. No debemos preocuparnos por nuestra ganancia o nuestra pérdida, sino que, mediante la sangre y estando en la posición de ascensión, debemos declarar la victoria del Señor. Así, ejercitando las varias armas espirituales para luchar en contra de Satanás, podremos echar fuera su poder y traer el reino de Dios. No debemos descuidar ninguno de estos principios mientras estemos participando en la lucha espiritual de una manera práctica.
El primer resultado de la lucha espiritual es que la autoridad de Dios es traída. Cuánto luchemos determina cuánto de la autoridad de Dios será traído. La autoridad de Dios sólo puede ser ejercida en el lugar donde luchamos por El. Si esta lucha sucede en un individuo, entonces la autoridad de Dios llega hasta ese individuo; si ocurre en el hogar, entonces la autoridad de Dios llega hasta el hogar; si tiene lugar en la iglesia, entonces Su autoridad llega hasta la iglesia. Por lo tanto, el primer resultado de la lucha espiritual es que la autoridad de Dios es traída.
El segundo resultado de la lucha espiritual es que Satanás es echado fuera. Esto es cierto en el individuo, en el hogar y también en la iglesia. Igual que en el aire y en la tierra. El lugar donde los santos mantienen la lucha espiritual es también el lugar donde la autoridad de Dios es traída; como resultado, Satanás es echado fuera de ese lugar.
Entre los hijos de Dios no hay suficientes que estén luchando la batalla, y por ende, el elemento de lucha espiritual es muy pequeño; por eso, Satanás todavía gobierna en el aire y en la tierra. Cuando nuestra experiencia espiritual es superficial, nuestro sentido de lucha espiritual es muy débil. Hasta pensamos que nuestro problema es con el pecado, el mundo, la carne, nuestro yo y nuestra constitución natural. Cuando tratamos con éstos y entramos en la cuarta etapa de vida espiritual, nuestra experiencia se profundiza, y vemos que el Cuerpo que Dios usa en el universo es la iglesia. Entonces tenemos un firme sentido de lucha espiritual, sabiendo que cualquier cosa que hagamos —cada una de nuestras acciones, palabras y actitudes— va en contra de Satanás y es un ataque en su contra. Sólo nos daremos cuenta de que nuestro único problema es Satanás y que estamos aquí como guerreros para tratar con este enemigo de Dios. Veremos que cuando predicamos el evangelio no lo hacemos sólo para salvar almas, sino aún más, para echar fuera al diablo; edificar a los santos y administrar la iglesia no tienen como fin meramente edificar la iglesia, sino aún más, pelear por Dios y echar fuera el poder de las tinieblas que usurpa a los hombres. Así que la autoridad de Dios puede venir sobre un grupo de personas o sobre ciertos asuntos y reinar sobre ellas. Al llegar a esta etapa, ya sea que estemos predicando el evangelio, edificando a los santos o administrando la iglesia, nuestra actitud debe ser siempre la de lograr que Satanás sea el blanco de nuestra lucha. Sabemos que lo que entorpece la propagación del evangelio no es el ambiente exterior, sino Satanás. Sabemos que aquello que usurpa a los hombres y hace que no amen al Señor no son ni las ataduras humanas, ni el mundo, ni la carne, sino el poder satánico de las tinieblas. Sabemos también que la razón de toda confusión, lucha, indiferencia y corrupción en la iglesia no es otra cosa que Satanás. Por lo tanto, no tratamos con cosas que están en la superficie, sino mediante la posición y autoridad de ascensión, tratamos con el poder de las tinieblas que se esconde detrás de estas cosas y que reina en la tierra.
En Apocalipsis 12 se revela que una vez que el hijo varón, quien representa a los vencedores, es llevado al cielo, la lucha toma lugar inmediatamente. En el momento en que los vencedores son llevados al cielo, ellos entran en conflicto con Satanás, y lo echan del aire a la tierra. Más tarde, el Señor Jesús viene con ellos en Su descenso a la tierra, y Satanás, quien está en la tierra, es echado al abismo. En ese momento el poder de las tinieblas que está en el aire y sobre la tierra será completamente arrojado, y no quedará rastro de Satanás en el cielo ni sobre la tierra; por consiguiente, el reino de Dios vendrá en una forma práctica. En ese entonces, todos los santos vencedores reinarán juntamente con Cristo y para Dios por mil años.
Por último, al fin del reinado milenario, se soltará al enemigo por corto tiempo, y él se rebelará por última vez. Pero de nuevo el Señor y los vencedores se encargarán de él, y será echado en el lago de fuego que arde con azufre. Todos aquellos que le pertenezcan perecerán con él para siempre. Entonces, el primer cielo y la primera tierra pasarán, y habrá un nuevo cielo y una nueva tierra. Allí, en el nuevo cielo y en la nueva tierra, únicamente el nombre de Dios será honrado; todas las criaturas serán sujetas a la autoridad de Dios; la voluntad de Dios será hecha en todo el universo, y Su gloria será plenamente manifestada. Por lo tanto, mediante la lucha espiritual, el propósito eterno de Dios es plenamente realizado.