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Mensajes del libro «Impartición divina de la Trinidad Divina, La»
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CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

LA IMPARTICIÓN DIVINA DE LA TRINIDAD DIVINA REDUNDA EN LA MADUREZ DE VIDA Y FORJA LA CONSTITUCIÓN DEL MINISTERIO

(5)

  Lectura bíblica: 2 Co. 3:3, 6, 8-9, 17-18; 4:4, 6-7, 16; 5:17; 10:1; 11:10

MINISTROS COMPETENTES CONSTITUIDOS DEL ESPÍRITU VIVIENTE

  En 3:3 Pablo dice que los creyentes corintios eran una carta de Cristo ministrada por los apóstoles, “escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones de carne”. A continuación en 3:6 Pablo dice: “El cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, ministros no de la letra, sino del Espíritu; porque la letra mata, mas el Espíritu vivifica”. Las palabra griegas traducidas “nos hizo [...] competentes” también pueden traducirse “nos capacitó”, “nos hizo aptos”. Dios hizo a los apóstoles aptos, competentes, como ministros del nuevo pacto, ministros no de la letra, sino del Espíritu que da vida.

  El Espíritu en el versículo 6 es el Espíritu del Dios vivo, con quien los apóstoles ministraban a Cristo en los creyentes para hacer de ellos cartas vivas de Cristo. El ministerio apostólico, un ministerio para el Nuevo Testamento no es de la letra muerta, a diferencia del ministerio mosaico, un ministerio para el Antiguo Testamento; más bien, el ministerio apostólico del Nuevo Testamento es del Espíritu viviente, es decir, del Espíritu que da vida.

  El Espíritu, la máxima expresión del Dios Triuno procesado quien se hizo el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), imparte la vida divina, aun Dios mismo, en los creyentes y en los apóstoles, haciendo de ellos ministros de un nuevo pacto, el pacto de vida. Por lo tanto, el ministerio de ellos es un ministerio constituido del Dios Triuno de vida por Su Espíritu vivificante.

  No debemos creer que sólo los apóstoles sean competentes como ministros del nuevo pacto. Todos somos personas que ministran, y Dios nos ha hecho competentes para que ministremos.

  Dios nos hizo ministros competentes, no de un pacto de letras, sino de un pacto del Espíritu. Por lo tanto, todo lo que prediquemos o enseñemos debe ser una palabra constituida del Espíritu. Por ejemplo, supongamos que un hermano trabaja en una oficina. Lo que él diga a sus compañeros de trabajo acerca del Señor no debe ser algo aparte de esta constitución del Espíritu. En su hablar él debe dar un testimonio de lo que ha experimentado del Espíritu, de cómo el Espíritu se ha forjado en su constitución. Siempre que damos esta clase de testimonio, ministramos el nuevo pacto, el cual está constituido del Espíritu. Pero si nuestras palabras simplemente presentan un conocimiento doctrinal o enseñanzas teológicas, lo que ministremos será semejante a la ley mosaica, a un pacto carente del Espíritu.

  Todos necesitamos tener —y todos podemos tener— parte en el ministerio neotestamentario. Incluso el más joven entre nosotros puede participar en tal ministerio. A fin de tener este ministerio, necesitamos tener la experiencia en la cual el Espíritu viviente se forje en nuestra constitución. Entonces seremos ministros, no de la letra, doctrina o teología, sino del Espíritu viviente y escribiremos a Cristo en otros. Esto está relacionado con la impartición divina de la Trinidad Divina.

UN MINISTERIO DEL ESPÍRITU EN GLORIA Y UN MINISTERIO DE JUSTICIA QUE ABUNDA EN GLORIA

  En 3:8 y 9 Pablo dice: “¿Cómo no con mayor razón estará en gloria el ministerio del Espíritu? Porque si hay gloria con respecto al ministerio de condenación, mucho más abunda en gloria el ministerio de la justicia”. El ministerio en el versículo 8 es el ministerio apostólico del nuevo pacto, un pacto del Espíritu viviente, quien da vida. La gloria en este versículo es la gloria de Dios manifestada en la faz de Cristo, gloria que es Dios mismo que resplandece para siempre en los corazones de los apóstoles (4:6), la cual excede a la gloria del ministerio mosaico del antiguo pacto (v. 10).

  En el versículo 9 Pablo habla del ministerio de condenación. El ministerio del antiguo pacto vino a ser un ministerio de muerte (v. 7), porque el antiguo pacto introdujo condenación para muerte (Ro. 5:13, 18, 20-21). Por esta razón, también era el ministerio de condenación.

  En el versículo 9 Pablo también dice que el ministerio de justicia abunda en gloria. El ministerio del nuevo pacto es un ministerio del Espíritu que da vida, porque el nuevo pacto introduce la justicia de Dios para vida (Ro. 5:17, 21). Por lo tanto, también es el ministerio de justicia. El ministerio apostólico del nuevo pacto no sólo tiene gloria, sino que también abunda en la gloria de Dios, la cual sobrepasa la gloria del ministerio mosaico del antiguo pacto (v. 10).

  En 3:8 y 9 vemos que Dios ha forjado la constitución del ministerio del Espíritu, el cual está en gloria, y el ministerio de justicia, el cual abunda en gloria. A fin de entender esto, necesitamos examinar la experiencia de Pablo.

  Cuando Pablo salió a predicar el evangelio conforme a la economía neotestamentaria de Dios, su manera de predicar era diferente de la manera en que Moisés recibió el decreto de la ley. Moisés recibió la ley, pero no tuvo ninguna experiencia de lo que recibió. Según el libro de Éxodo, Dios simplemente le dio a Moisés las tablas de la ley. En cambio, el caso de Pablo fue diferente. Cuando él era Saulo de Tarso, era celoso por la ley y por el judaísmo, y se oponía completamente a Cristo. Pero un día el Señor Jesús se le apareció, y desde entonces Pablo experimentó a Cristo. Con el tiempo, él experimentó a Cristo al grado en que fue completamente constituido de Cristo. Como resultado, su vida llegó a ser una vida dedicada al evangelio. Cuando él recibió la comisión de ministrar en el mundo gentil, no fue como Moisés, quien llevó las tablas de la ley al pueblo de manera objetiva; en lugar de ello, cuando Pablo salió a predicar el evangelio, el evangelio había sido forjado en su ser. Por lo tanto, lo que él habló a otros acerca del evangelio era un testimonio.

  Pablo no era un dador de la ley, sino un testigo de Cristo, pues había sido constituido de Cristo. Él también era una expresión viva del evangelio y de la salvación de Dios. Como alguien que vivía a Cristo, su ministerio era un ministerio de gloria, un ministerio lleno del Espíritu.

  En el versículo 9 Pablo continúa diciendo que su ministerio era el ministerio de la justicia. Esto indica que el ministerio que está lleno del Espíritu finalmente llega a ser un ministerio de justicia. Para entender esto, debemos darnos cuenta de que si no estamos llenos de vida, no podremos estar bien con los demás. La justicia tiene que ver con estar bien con los demás, y la justicia procede de la vida. Si estamos llenos de la vida divina, entonces podremos estar bien con los demás y manifestaremos la justicia. Debido a que el Nuevo Testamento es un pacto de vida, hace justas a las personas. Por consiguiente, el ministerio de este pacto es un ministerio no solamente del Espíritu, sino también de la justicia.

  Por ser un ministerio del Espíritu, el ministerio del nuevo pacto está en gloria; y por ser un ministerio de justicia, abunda en gloria. Estar en gloria corresponde a la etapa inicial, pero abundar en gloria es estar en gloria continuamente.

  En primer lugar, el ministerio de Pablo era un ministerio del Espíritu. Al cumplir él este ministerio del Espíritu, éste llegó a ser el ministerio de la justicia. Por lo tanto, su ministerio estaba en gloria y también abundaba en gloria.

ALGUIEN QUE EJERCÍA BIEN LA IMPARTICIÓN

  El pensamiento subyacente en los escritos de Pablo aquí está relacionado con la impartición. Pablo en su ministerio ejercía bien su función de impartir. Él impartía los elementos del Dios Triuno, de Cristo y de la salvación y la redención. Debido a que Pablo ejercía bien la impartición, su ministerio era un ministerio del Espíritu que estaba en gloria y un ministerio de justicia que abundaba en gloria. Su ministerio hacía que otros fueran vivificados, y los capacitaba para que fueran justos. Ninguno de los que recibía el ministerio de Pablo permanecía en una condición de muerte, ni ninguno de ellos continuaba siendo injusto. Los que estaban bajo su ministerio eran vivificados y eran hechos justos, puesto que su ministerio de impartición era tanto un ministerio del Espíritu como también un ministerio de justicia.

  Hasta ahora, en el capítulo 3 de 2 Corintios, hemos abarcado tres asuntos: la carta de Cristo ministrada por los apóstoles, escrita con el Espíritu del Dios vivo (v. 3); el hecho de que Dios hiciera a los apóstoles ministros competentes de un nuevo pacto, esto es, ministros del Espíritu que da vida (3:6); y el hecho de que Dios forjara la constitución del ministerio del Espíritu, el cual está en gloria, y el ministerio de justicia, el cual abunda en gloria (3:8-9). Todos estos asuntos están relacionados con la obra de la constitución de vida y del ministerio. Ahora en los versículos 17 y 18 proseguiremos a considerar el asunto de la transformación.

EL SEÑOR ES EL ESPÍRITU

  En cuanto a la transformación, es necesario que veamos que el Señor es el Espíritu. En el versículo 17 Pablo dice: “Y el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. En el capítulo 3 de 2 Corintios el Señor es el Espíritu que libera, el Espíritu que da vida y el Espíritu que transforma. El Espíritu que da vida, libera y transforma son aspectos de la impartición divina de la Trinidad Divina. Como Espíritu, el Señor es el Impartidor divino, y está impartiéndose a nuestro ser.

  En 3:17 Pablo hace referencia al Señor dos veces. Según el contexto de esta sección, que empieza en 2:12, “el Señor” aquí debe de referirse a Cristo el Señor (2:12, 14-15, 17; 3:3, 4, 14, 16; 4:5). Por lo tanto, este pasaje de la Biblia nos dice clara y enfáticamente que Cristo es el Espíritu. “El Señor Cristo del versículo 16 es el Espíritu que satura y anima el nuevo pacto, del cual somos ministros (v. 6), y cuyo ministerio tiene gloria (v. 8). Compárense Romanos 8:9-11; Juan 14:16, 18” (Vincent). En cuanto a que el Señor es el Espíritu, Alford dice: “El Señor del versículo 16 es el Espíritu [...] que vivifica, según el versículo 6; esto significa que ‘el Señor’, como se menciona aquí, ‘Cristo’, ‘es el Espíritu’, es idéntico al Espíritu Santo [...] Cristo, aquí, es el Espíritu de Cristo”. Además Williston Walker dice: “El Espíritu en Su totalidad, el que mora en nosotros y nos transforma, es Cristo mismo. ‘El Señor es el Espíritu’”.

  En el versículo 17 Pablo primero nos dice que el Señor es el Espíritu, y después de esto nos habla del Espíritu del Señor. El Espíritu del Señor es el Señor mismo, en quien hay libertad. El Espíritu, quien es la máxima expresión del Dios Triuno, en Juan 7:39 todavía no era tal, porque en aquel entonces Jesús todavía no había sido glorificado. Todavía no había terminado el proceso por el cual Él, como corporificación de Dios, tenía que pasar. Después de Su resurrección, es decir, después de terminar todos los procesos por los cuales el Dios Triuno tenía que pasar en el hombre para llevar a cabo Su economía redentora —procesos tales como la encarnación, la crucifixión y la resurrección—, Él llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). En el Nuevo Testamento, el Espíritu vivificante es llamado “el Espíritu” (Ro. 8:16, 23, 26-27; Gá. 3:2, 5, 14; 6:8; Ap. 2:7; 3:22; 14:13; 22:17), el Espíritu que nos da la vida divina (2 Co. 3:6; Jn. 6:63) y nos libera de la esclavitud de la ley.

MIRAR Y REFLEJAR LA GLORIA DEL SEÑOR

  En 3:18 Pablo añade: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. La palabra “mas”, que aparece al comienzo del versículo 18, indica que hay algo adicional. En primer lugar, el corazón se vuelve al Señor para que el velo sea quitado (v. 16). Segundo, el Señor como Espíritu nos libera de la esclavitud de la ley (v. 17). Por último, nosotros, a cara descubierta, miramos y reflejamos como un espejo la gloria del Señor y así somos transformados de gloria en gloria en Su misma imagen.

  Según el versículo 18, nosotros, a cara descubierta, miramos y reflejamos como un espejo la gloria del Señor. La frase “a cara descubierta” está en contraste con la mente y el corazón que están cubiertos por un velo, de lo cual se habla en los versículos 14 y 15. Si nuestra cara está descubierta, esto significa que nuestro corazón se ha vuelto al Señor, de modo que el velo ha sido quitado, y el Señor como Espíritu nos ha librado de la esclavitud, el velo, de la ley, así que ya no hay nada que nos separe del Señor. Ahora podemos mirarlo y reflejarlo. Mirar la gloria del Señor significa que nosotros mismos vemos al Señor; y reflejar la gloria del Señor es hacer posible que otros lo vean a Él a través de nosotros.

  Pablo específicamente dice que nosotros miramos la gloria del Señor. Ésta es la gloria del Señor, quien resucitó y ascendió, y quien, en calidad de Dios y de hombre, pasó por la encarnación, el vivir humano y la crucifixión, y luego entró en resurrección, efectuando así la redención total y llegando a ser el Espíritu vivificante. Como tal, mora en nosotros para que Él mismo, junto con todo lo que ha logrado, obtenido y alcanzado, sea real para nosotros, a fin de que seamos uno con Él y seamos transformados en Su misma imagen, de gloria en gloria.

TRANSFORMADOS METABÓLICAMENTE

  Cuando miramos y reflejamos la gloria del Señor, Él infunde en nosotros los elementos de lo que Él es y ha hecho. En otras palabras, Él imparte estos elementos en nuestro ser. El resultado de ello es que somos transformados metabólicamente para obtener la forma propia de Su vida mediante el poder de Su vida y con la esencia de la misma. Nosotros somos transfigurados a Su imagen, principalmente mediante la renovación de nuestra mente (Ro. 12:2). Las palabras “somos transformados” indican que estamos en un proceso de transformación. La “misma imagen” aquí se refiere a la imagen del Cristo resucitado y glorificado. Estamos siendo conformados a la imagen del Cristo resucitado y glorificado, o sea, estamos siendo hechos iguales a Él (Ro. 8:29).

  Pablo nos dice que estamos siendo transformados en la misma imagen “de gloria en gloria”. En otras palabras, estamos siendo transformados de un grado de gloria a otro. Esto denota un proceso continuo de vida en resurrección.

EL SEÑOR ESPÍRITU

  En este versículo Pablo dice que estamos siendo transformados “como por el Señor Espíritu”. El Señor Espíritu puede considerarse un título compuesto, tal como Padre Dios y Señor Cristo. Esta expresión claramente demuestra y confirma una vez más que el Señor Cristo es el Espíritu y que el Espíritu es el Señor Cristo. En este capítulo, el Espíritu es revelado como el Espíritu que escribe (v. 3), el Espíritu que da vida (v. 6), el Espíritu que ministra vida (v. 8), el Espíritu que libera (v. 17) y el Espíritu que transforma (v. 18). El Espíritu todo-inclusivo es crucial para los ministros de Cristo y para su ministerio a favor de la economía neotestamentaria de Dios.

MINISTROS DEL NUEVO PACTO QUE INFUNDEN A CRISTO EN LOS DEMÁS

  Después de hablar del ministerio del nuevo pacto, Pablo habla de los ministros del nuevo pacto. Del versículo 12 al versículo 18, él primero describe a los ministros del nuevo pacto como personas cuyo corazón se ha vuelto al Señor, cuyas caras están descubiertas, quienes están disfrutando al Señor como el Espíritu que los libera de la esclavitud de la ley, y quienes están siendo transformados en la imagen del Señor al mirarlo y reflejarlo. Por medio de tal proceso de transformación, ellos son constituidos ministros de Cristo por el Espíritu y con los elementos de la persona y obra de Cristo. Por eso, su persona está constituida de Cristo, y su ministerio consiste en ministrar a Cristo en otros, infundiéndoles al Cristo todo-inclusivo como Espíritu vivificante, el cual mora en ellos. Todos los creyentes deben imitar a tales ministros para ser esa misma clase de persona y para llevar a cabo el mismo tipo de ministerio.

  A fin de ser transformados en la misma imagen de Cristo, nosotros debemos mirar y reflejar Su gloria. Mientras lo miramos, Su elemento se transfunde en nuestro ser. Esta transfusión, esta infusión, está enteramente relacionada con la impartición divina de la Trinidad Divina.

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